Cuando de niño le preguntaban a John Lennon qué quería ser de mayor, contestaba “feliz”. Entiendo la felicidad como plenitud vital siempre en transformación. Pero como demuestran estudios de desarrollo humano, la plenitud vital no se obtiene buscándola directamente, sino enfocándonos en dimensiones que de forma indirecta conducen a ella, con su particular sabor en cada etapa vital.
En mi artículo anterior exploraba dos formas contrapuestas de llegar a madurez y más allá: siendo generativo, es decir “invirtiendo los propios esfuerzos en formas de vida y trabajo que sobrevivirán a uno”. O bien estancado, con una vida pequeña, limitada y motivación casi nula. El camino que lleva a uno u otro destino, está marcado por tres encrucijadas clave: sentido de identidad, intimidad, consolidación del trabajo.
SENTIDO DE IDENTIDAD
El sentido de identidad es la respuesta a la pregunta: ¿Quién eres? ¿Qué valores, preferencias políticas, gustos musicales y pasiones encarnas? El sentido de identidad es importante porque nos permite relacionarnos con el otro y con el mundo sin fundirnos en él. Como yo sé quien soy, me puedo compartir y me puedo acercar a ti sin miedo y con curiosidad.
Como constato cada día en mi práctica de coaching el desarrollo adulto no es lineal y cuenta con múltiples barreras. Tener un carácter excesivamente complaciente, empezar a vivir en pareja de muy joven, vivir con los padres demasiados años y otras circunstancias nos pueden llevar a cometer dos de los errores más comunes que impiden el sentido de identidad propio. El primero es adoptar el plan de vida que tus padres han diseñado por ti, el que te ha vendido la sociedad, o el que ha marcado tu pareja. El segundo error es adoptar el sentido de identidad de tus padres o pareja, es decir sus valores, gustos, preferencias políticas, hábitos…sin cuestionarlos.
Lo fascinante del desarrollo adulto es que si queremos, y encontramos una buena guía, podemos recuperar hasta cierto punto, el eslabón perdido de nuestra evolución. En el caso del sentido de identidad, ¿Cómo se puede conseguir? Pues con la distancia. La separación es crucial porque nos permite distinguir lo que somos del resto. Cuando hablo de separación hablo de separación sostenida del sustento económico, residencial, ideológico y social de tu familia de origen. Si todavía vives con tus padres, puedes (y tienes) que independizarte para saber quién eres. Aunque pierdas en nivel de vida, esto no es nada comparado con lo que vas a perder si no lo haces: tu propio sentido de identidad, la fuerza de tu unicidad.
Si tu identidad está fundida a la de tu pareja, una práctica para remediarlo es preguntándote a menudo, ella piensa así, pero ¿Cuál es mi opinión, deseo o preferencia? En situaciones de convivencia como la anterior, tomar distancia física ayuda. Cambiar de habitación o irse a dar un paseo para literalmente aclarar las ideas propias. Otra práctica que recomiendo a las personas que acompaño que están desarrollando su sentido de identidad y su pareja tiene una personalidad arrolladora es practicar el acercarse al otro y expresar la forma distinta que uno tiene de percibir o de comprender cierto asunto. Al hacerlo vamos desarrollando el músculo de sentirnos cómodos en la diferencia.
El proceso de generar un sentido de identidad propio no es cómodo, ni divertido. Tampoco tiene porque ser terrible. Sin embargo requiere un esfuerzo. En cualquier caso es imprescindible para crecer y evolucionar como personas y dar con la felicidad a la que aludía Lennon: la plenitud vital que tú, como cualquier otro ser, también anhelas.
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