Archivo de junio, 2024

¿A qué vas a jugar este verano?

Llega el verano y a medida que suben las temperaturas algo extático se refleja en la naturaleza, llega una intensidad que acentúa las ganas de cambiar de ritmo, de descansar, de jugar.

Lo bueno del juego es que está disponible en todas partes: en el trabajo, en la vida familiar, en la consulta del médico, en el transporte público, en la cama. La película La vida es bella es un ejemplo extremo de juego en las más difíciles circunstancias. También del modo en como el juego puede estar al servicio de valores elevados, evitando el trauma de un campo de concentración a un niño pequeño.

(UNSPLASH)

Los niños aprenden con el juego físico, el manipulativo, el juego imitativo, el juego de reglas…En cambio como adultos, rodeados de abrumadoras responsabilidades y preocupados por el estado del mundo, nos es fácil pensar en el juego como una pérdida de tiempo. Sin embargo nada más lejos de la realidad, puesto que jugar es una valiosa práctica de presencia que nos brinda alegría, bienestar, a la vez que refuerza el vínculo con nuestros familiares y amigos.

¿A qué te gustaría jugar este verano?

Según tus preferencias, considera dos o tres posibilidades que incluyan algún juego no competitivo y luego invita a otros a jugar. Cuando juegues, adopta una actitud relajada y déjate sorprender. Tómatelo como si nada más existiese en el mundo en ese momento y el juego fuese lo más importante. El spot de Estrella Damm de este año está de acuerdo y tu niño interior, también 😉

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Revisitar el pasado para seguir creciendo

Con la última mudanza de mis padres, regresaron a mi diarios personales de cuando tenía dieciocho años en adelante. Por precaución, quise destruirlos todos, pero antes de hacerlo decidí releer el más antiguo. Para mi sorpresa, su lectura me capturó, pues aquello que pensaba que creía saber cómo había ocurrido, tenía matices e interpretaciones nuevas. Lo que más estoy disfrutando – voy por el cuarto – es de lo entrañable que me resulto, con mis interpretaciones sesgadas, aciertos, meteduras de pata, coraje, pequeños y grandes dramas. Es como si pudiera susurrar a mi yo de veintipocos años diciéndole: no te preocupes, todo irá bien.

El pasado no es algo que pasó y ya. El pasado sigue vive en nosotros, sobretodo cuando encapsula sufrimiento no resuelto. Es como si nuestros yoes que tuvieron problemas en la infancia, adolescencia u otras épocas, siguieran vivos dentro de nosotros, reclamando ser vistos, solicitando nuestra ayuda. Estas partes de nosotros toman energía y por eso cuando nos reclaman, hay que dedicarles atención.

(Hadiya, UNSPLASH)

Sin embargo no es posible curar el pasado de un golpe. Es más un proceso de revisitar cíclicamente los momentos cruciales de nuestra vida, explorarlos bajo una nueva luz, aumentando la comprensión, la aceptación y el perdón. Puede tratarse de la relación con tu madre, de tu divorcio, de cuando tuviste un aborto o cuando buscabas desesperadamente tu lugar en el mundo profesional.

Al revisar el pasado es fundamental una cuestión. Hay que evitar por todos los medios fijarnos únicamente en lo malo que sucedió y vernos como víctimas. De hacerlo, corremos el riesgo de quedar apresados por el conjuro de la negatividad, caer en el pozo del victimismo y perder fuerzas como constato a menudo en mi práctica de coaching. La historia bíblica de Idit va precisamente de esto.

Lot, su mujer Idit y sus dos hijas escapaban de la ciudad de Sodoma a punto de ser destruída. Las indicaciones de los ángeles habían sido claras: en ningún momento miréis atrás. Sin embargo, Idit desobedeció y se volvió hacia la ciudad ardiendo. Al hacerlo se convirtió en estatua de sal. Idit, al mirar atrás, se identifica con Sodoma y por ello fue destruída. Una lección de este pasaje es que mirar atrás para regocijarnos en el infierno que una vez transitamos es un error.

Por ello, cuando mires por la mágica ventana de tu pasado, hazlo con los ojos del corazón. Fíjate en tu fortaleza, en tu persistencia, en tu coraje. Sin demorarte en ningún lugar, atraviesa el pasado como un jinete al galope. Agradécelo todo pues sin este camino no podrías estar aquí.

 

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El camino al quirófano

No era la primera vez, ni la segunda que pasaba por quirófano. De hecho faltaban quince días para su operación pero esta vez no lo afrontaba de la misma forma que en las anteriores. Había algo en él que presentía lo peor. No, no temía que la operación fuese a ir mal, o que el cirujano no pudiese quitarle el quiste del hígado. Más bien era otra cosa lo que le angustiaba. Su temor era no despertarse después de la anestesia y que el fin de sus días llegara en aquella mesa de operaciones. No osó comentarlo a su esposa ni a sus hijos, le hubiesen tildado de escabroso, irracional o exagerado. No obstante, a medida que se acercaba el día, aumentaba inexplicablemente su certidumbre.

Bien pensado tampoco era una mala muerte, más bien todo lo contrario, un trance suave, dulce, sin dolor. No con la mejor compañía ni en el mejor contexto, pero no se puede tener todo. Al mirar atrás en los años, se le antojaba que había honrado bastante su vida, había arriesgado, había amado, se había entregado a su profesión…Se sentía agradecido por las bendiciones, mas de sus entrañas nacía un gesto, un grito, una expresión rotunda que decía: ¡todavía no quiero morirme!

Insistente, una voz en su mente le decía que no importaba lo que el quisiera, pues ya estaba decidido. Con la persistencia de esta premonición, se desplegaron dos semanas hasta el crítico día. En el trabajo, él siempre tan enfocado en los resultados, cada interacción cobró una dimensión inusitada. Veía a las personas bajo una luz distinta. En la comida con su hermana, le enternecía ver en ella a la niña con quien había crecido y a la mujer en quien se había convertido. En el vermut con los amigos del sábado parecía que el sol de noviembre brillara más de lo normal a través de las nubes y los chistes malos mezclados con risotadas se le antojaban como la mejor música. Las competiciones de tenis de sus hijos adolescentes que tanta pereza le daban, esta vez le habían resultado apasionantes, y ellos ya tan mayores. Aquella noche en vísperas de la operación, el cuerpo aterciopelado de su mujer le meció suavemente en el éxtasis de ambos.

El hilo que cosía sus días antes del quirófano, era que en cada encuentro, en cada desenlace, sentía que sería la última vez. Muchas veces quiso decir te quiero, te aprecio, es maravilloso haberte conocido, o simplemente «gracias» a las otras personas. Y lo hizo pero no con palabras, sino con el gesto, con el pensamiento, con la intención.

Junto con la mayor intensidad de su experiencia, coexistía la constatación de que nadie ni nada le necesitaba para continuar. Sin lugar a dudas aportaba a la vida de los otros y formaba parte de distintos sistemas. Mas sabía que todo seguiría adelante sin él, lo que le entristecía y reconfortaba a partes iguales.

(Olga Kononenko, UNSPLASH)

Los planetas giraron, las horas pasaron, llegó el día y empezó el ritual. Le recibieron en el templo del hospital. La enfermera sacerdotisa le describió lo que iba a ocurrir y lo que se esperaba de él. Fue al baño, se desnudó y se puso la bata. Después de un doloroso pinchazo fallido, le pusieron una vía en la vena. Le rasuraron la zona a operar. Tomó la pastilla que le dieron para quitarle los nervios. Se despidió de su mujer y se lo llevaron en silla de ruedas. Al llegar al quirófano le estaban esperando. Le acompañaron a levantarse y a tumbarse en la mesa sacrificial. No pudo hacer otra cosa. Luego, un velo denso lo cubrió todo.

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