Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Aznar, «corneta» de la III Guerra Mundial

El nombramiento de José María Aznar como «heraldo y corneta de la III Guerra Mundial» no es mío. Ese lúgubre augurio le corresponde a Manuel Rivas. Lo publica hoy en su columna «El Atómico«, última página de El País.

Suelo leer los diarios de pago al revés, desde atrás hacia adelante, tal como hacen los seguidores de la Torá o del Corán. ¿Vestigio, quizás, de nuestros ancestros judíos y/o musulmanes, que leen al revés que los cristianos? Quizás, por eso, no entendí la resurrección del inefable Aznar hasta que he llegado a la primera página de El Mundo que es, para mí, la última en orden de lectura y, a menudo, también en importancia.

Vean si no es sorprendente el regreso del ex presidente Aznar (con melena juvenil y bufanda azul, su color favorito), por todo lo alto, a la primera página del diario de sus amores.

A El País no se le han escapado estas declaraciones catastrofistas del «corneta» del Apocalipsis. Simplemente, no las ha considerado como la noticia más importante del mundo y no manda con ellas a cuatro columnas en portada, como impúdicamente hace Pedro Jota Ramírez, quien sí la has tomado por el asunto más importante del mundo y de El Mundo.

En la portada de El País no regalan ni una linea a José María Aznar. Sus acusaciones contra quien le hizo salir por la puerta de atrás de la Historia van sólo a dos columnas, en pagina interior, con este título:

Aznar acusa a Zapatero de ceder ante ETA como lo hizo Chamberlain ante Hitler

No hay duda de que nuestro converso constitucionalista ha aprendido algo de inglés. La estrategia del «apaciguamiento«, que el primer ministro británico practicó con Hitler -un dictador muy admirado por el abuelo franquista de Aznar– fue profusamente aireada por los conservadores yanquis contra Zapatero cuando éste retiró las tropas españolas de Irak . Le acusaron de ceder así a la presión de los terroristas islamistas tras la matanza de Atocha.

Contra lo que hicieron los seguidores de Bush y de Blair, Aznar no recurrió entonces a la doctrina del «apaciguamiento«, atribuida a Chamberlain, ya que para él no había duda de que el atentado de Atocha no tenía relación alguna con su invasión ilegal de Irak, realizada contra la ONU y contra la voluntad de la mayoría de los españoles.

Para Aznar, hasta después de las elecciones del 14-M, y con el fin de ganar tiempo, aquel terrible atentado islamista siempre fue cosa de ETA . Así lo hizo saber a los directores de los principales diarios, a los embajadores y a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU a quienes hizo pasar uno de los mayores ridículos de su vida.

Afortunadamente, Aznar no llamó a Arsenio Escolar, director de 20 minutos, y no pudo, por tanto, engañarlo como hizo personalmente con los demás directores. Las hemerotecas no mienten. El viernes, 12 de marzo de 2004, 20 minutos ponía en duda la versión oficial del trío Pinocho (Aznar, Acebes, Zaplana) y titulaba su portada con la pregunta:

¿ETA o Al Qaeda?

Y ahí está la heroica primera página del 20 minutos del domingo electoral, 14 de marzo de 2004, con el título exclusivo, inédito hasta entonces en España:

11-M: Fue Al Qaeda

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El Mundo le dedica a Aznar las cuatro columnas de primera página, con foto centrada a tres columnas, y las cinco columnas de la página diez, con otra enorme foto (pelo negro, bigote «antiguo régimen» blanqueando) a cuatro columnas.

Estado de delirio

ANTONIO MUÑOZ MOLINA en El País

27/01/2007

La política española resulta tan difícil de explicar al extranjero porque está toda entera contaminada de delirios, algunos de ellos tan difundidos, tan arraigados, que casi todo el mundo ya los confunde con la realidad. El delirio ha sustituido a la racionalidad o al sentido común en casi todos los discursos políticos, y los personajes públicos atrapados en él lo difunden entre la ciudadanía y se alimentan a su vez de los delirios verbales y escritos de unos medios informativos que en vez de informar alientan una incesante palabrería opinativa. La actualidad no trata de las cosas que ocurren, sino de las palabras que dicen los políticos, de los cuales no se conoce apenas otra cosa que sus exabruptos verbales. En ningún país que yo conozca los titulares están tan hechos casi exclusivamente de declaraciones entrecomilladas. El que llega de fuera se ve asaltado, nada más subir al taxi en el aeropuerto, por un zumbido perpetuo de opinadores que someten a escrutinio las declaraciones y contradeclaraciones previamente enunciadas por los charlistas de la política. Da la sensación de haber entrado en un bar de barra pringosa en el que el humo de la palabrería fuera más denso que el del tabaco, y en el que un número considerable de afirmaciones tajantes parece dictado por la ofuscación de una copa matinal de coñac.

El delirio contamina todos los saberes y con frecuencia termina por sustituirlos del todo. Hay una geografía delirante, que se manifiesta, por ejemplo, en los textos escolares y en los mapas de las noticias sobre el tiempo, y en virtud de la cual cada comunidad autónoma es una isla rodeada de un gran espacio en blanco y sin nombre o se dilata para abarcar territorios soñados. Casi cualquier delirio es un delirio de grandeza. El País Vasco abarca en los mapas Navarra y una parte de Francia: Cataluña se extiende hacia el norte y a lo largo del Levante y por las islas del Mediterráneo, en un ejercicio de megalomanía geográfica que se parece bastante al de los reinos que don Quijote imaginaba que conquistaría con su bravura de caballero andante. Galicia se agranda por las anchuras atlánticas de la lusofonía y por los confines de niebla de los reinos celtas. Y no quiero pensar qué ocurrirá cuando los cerebros políticos de mi tierra natal descubran por azar algún libro en el que se muestre que hubo una época en la que el territorio de Al-Andalus cubrió casi entera la península Ibérica y una parte del norte de África.

La geografía fantástica se corresponde con el delirio lingüístico: en esos mundos virtuales el español es un idioma molesto y residual que sólo hablan guardias civiles, emigrantes y criadas, y que por lo tanto no merece más de dos horas de enseñanza semanal en las escuelas, aparte de comentarios despectivos sobre su rusticidad y su patético provincianismo. Al fin y al cabo sólo se habla en tres continentes. Cuando no hay modo de prescindir de este idioma al parecer extranjero que sin embargo es el único de verdad común de toda la ciudadanía, se le desfigura en lo posible con una ortografía delirante, que debe de ser un enigma para la inmensa mayoría de los cientos de millones de hablantes que lo tienen como propio. Y cuando los jerarcas de tales patrias viajan por el mundo se convencen a sí mismos en su delirio de que hablan inglés, para no rebajarse a la indignidad de hablar español: pero con raras excepciones hablan inglés tan mal y con un acento español tan inconfundible que sólo los entienden los españoles diseminados entre el público, que constituyen, por otra parte, la mayoría de éste. Los dignatarios -da igual el partido o el territorio al que pertenezcan- cultivan un delirio grandioso de política internacional, y viajan por el mundo con séquitos más propios de sátrapas que de gobernantes democráticos, con jefes de prensa y de protocolo, con asesores, con periodistas, con fotógrafo de corte y cámaras de televisión, incluso con pensadores áulicos, en algún caso muy selecto. Se alojan en los mejores hoteles y gastan el dinero público con una magnanimidad de jeques petrolíferos. Viajan con el pasaporte de un país cuya existencia niegan y utilizan los servicios diplomáticos y consulares de un Estado al que no se consideran vinculados por ninguna obligación de lealtad, y aseguran que el motivo de tales viajes es la promoción internacional de sus respectivas patrias, provincias, principados, o reinos: obtienen, es verdad, una gran cobertura mediática, si bien no en los periódicos del país que han visitado, sino en los de la comunidad o comarca de origen, en la que todo el mundo parece aceptar sin sospecha el delirio de los resultados provechosos del viaje, así como la cuantiosa inversión necesaria para que sus excelencias celebren en Nueva York o en Melbourne una mariscada suculenta de la que habrían disfrutado lo mismo sin marcharse tan lejos, o hagan unas declaraciones a la televisión autonómica o al diario local a seis mil kilómetros de distancia.

El delirio afecta lo mismo al pasado que al presente, por no hablar del porvenir. Jovenzuelos malcriados que disfrutan de uno de los niveles de vida más altos del mundo se adornan de un corte de pelo carcelario y de un pañuelo palestino y se imaginan que participan en una intifada o en un motín kurdo o irlandés quemando los cajeros automáticos de sus opulentas instituciones

bancarias y los autobuses de un servicio municipal de transportes lujosamente subvencionado, sin correr más peligro que el de un siempre desagradable enfriamiento después de la carrera delante de los paternales policías. En la escuela les han enseñado geografía fantástica y una historia mitológica inspirada en folletines truculentos del siglo XIX. Los tebeos de Astérix y las columnas de astrología de las revistas del corazón son más rigurosos que la mayor parte de sus libros de texto, pero tienen efectos menos tóxicos sobre las conciencias.

El delirio no sólo determina las historias que se cuentan en la escuela. Una editorial de prestigio le encarga a un escritor un libro sobre la caída de Barcelona al final de la guerra. Al escritor no le cuesta confirmar lo que sabe o sabía todo el mundo: que las tropas de Franco fueron recibidas en Barcelona por una muchedumbre entusiasta -ya observó Napoleón que en cualquier gran ciudad hay siempre cien mil personas dispuestas a vitorear a quien sea- y que en el ejército vencedor y entre la nueva clase dirigente había un número considerable de catalanes. Al escritor le dicen que el libro no puede publicarse, sin embargo: no porque cuente mentiras, sino porque las verdades que cuenta no se ajustan al delirio oficial sobre el pasado, según el cual la Guerra Civil española fue una guerra de España contra Cataluña, y ningún catalán fue cómplice de los zafios invasores, igual que ningún vasco llevó la boina roja de los requetés en el ejército de Franco.

El delirio niega la realidad pero puede tener efectos devastadores sobre ella. En España no queda nadie o casi nadie que simpatice de verdad con el fascismo o con el comunismo, y sin embargo se oye con frecuencia creciente que al adversario se le califica de facha o de rojo, con una insensatez verbal que hiela la sangre, y que revela una voluntad de ruptura de la concordia civil copiada de lo peor de los años treinta. Cuando a uno lo pueden llamar rojo por creer que el atentado del 11 de marzo lo cometieron terroristas islámicos o fascista por no eludir siempre la palabra «España» o defender la Constitución de 1978 está claro que el debate político ha caído en un extremo irreparable de delirio.

Por culpa del delirio de José María Aznar nos vimos involucrados en una guerra de Irak que ya era en sí misma otro delirio y en la que no contábamos militarmente para nada, pero que enconó el clima político del país y nos hizo más vulnerables a la amenaza del terrorismo integrista. Poseído por un delirio en el que ya vería a sí mismo coronado por los laureles de la Paz, esa bella palabra, el actual presidente no consideró oportuno prestar atención a los muchos indicios que venían avisando de que su negociación con los pistoleros y con los socios y beneficiarios de éstos no iba por buen camino. Tratar con gánsteres puede ser a veces tristemente necesario, pero conlleva el peligro de que los gánsteres tomen por blandura la benevolencia cautelosa del interlocutor y al menor contratiempo vuelquen la mesa de póquer y se líen a tiros. Que los servicios secretos no hubieran advertido lo que se aproximaba no tiene mucho de extraño, ya que tales servicios, casi en cualquier parte del mundo, se caracterizan por no enterarse de nada, contra lo que sugiere una extendida superstición literaria y cinematográfica: lo asombroso es que nadie en el entorno presidencial leyera los periódicos. La insolencia creciente de las hordas vándalas del norte, las cartas de chantaje y amenaza, los robos de pistolas y de explosivos, el descaro con que los terroristas presos amenazaban de muerte a los magistrados que los juzgaban (ante el apocado retraimiento, por cierto, de los policías encargados de reducirlos, quizás temerosos de provocarles una luxación si les ponían las esposas desconsideradamente): es increíble la cantidad de cosas que uno puede no ver cuando se empeña en cerrar los ojos.

También es llamativa la complacencia con que tantas personas de izquierda han resuelto en los últimos años abolir toda actitud que no sea de inquebrantable adhesión al Gobierno. He leído textos conmovidos sobre la felicidad de estar «al lado de mi presidente», y escuché hace poco en la radio a un entusiasta que llevaba su fervor hasta un extremo de marcialidad, asegurando que él, en estas circunstancias, se ponía «detrás de nuestro capitán, en primer tiempo de saludo», tal vez no el tipo de incondicionalidad más adecuado para el primer ministro de una democracia. Quizás uno, como va cumpliendo años -enfermedad política que denunciaba hace poco en estas mismas páginas Suso de Toro, a quien cabe suponer venturosamente libre de ella- conserva el recuerdo de otra época en la que las personas de izquierdas podíamos ser muy críticas y hasta en ocasiones hostiles hacia otro gobierno socialista, o por lo menos no incondicionales hasta la genuflexión, hasta las lágrimas. No digo que no haya motivos para oponerse a una deplorable Oposición, avinagrada y sombría, que no parece capaz de desprenderse de su propio delirio de conspiraciones, y en la que todo el talento de sus dirigentes da la impresión de estar puesto al servicio, sin duda generoso, de favorecer a sus adversarios. Lo que me sorprende es este nuevo concepto de la rebeldía y de disidencia, que consiste en rebelarse contra los que no están en el poder y en disentir de casi todo salvo de las doctrinas y las directrices oficiales. El delirio perfecto, sin duda: disfrutar de todas las ventajas de lo establecido imaginando confortablemente que uno vuelve a vivir en una rejuvenecedora rebeldía, inconformista y a la vez enchufado, obsequioso con el que manda y sin remordimientos de conciencia, gritando las viejas y queridas consignas, como si el tiempo no hubiera pasado, en la zona VIP de las manifestaciones, enaltecido a estas alturas de la edad por una cápsula de Viagra ideológica.

Antonio Muñoz Molina es escritor.

Los titulares y sumarios de portada que ambos ambos diarios dedican al empleo y al paro (respectivamente) no precisan comentario alguno.

El mundobórico sigue erre que erre con sus teorías conspiranoicas sobre la relación de ETA con el 11-M.

Ya no me soliviantan. Me aburren.

2º asalto: A falta de votos, buenas son togas

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Más de una vez he dejado escrito en este blog -y he repetido por doquier- que la transición española de la Dictadura a la Democracia fue modélica, con su mezcla inevitable de nobleza, de generosidad y -cómo no- de miedo a otra guerra civil o a otra dictadura.

Sin embargo, nos quedó una asignatura pendiente, y de carácter trocal: el Poder Judicial. Ahí sí que nos hemos quedado anclados en el pasado y necesitamos mejorar para profundizar en nuestra joven democracia (sólo tiene 28 años).

Los casos judiciales/mediáticos de corrupción y GAL, que aceleraron la caída de Felipe González y la conquista democrática del poder por José María Aznar , me perturbaron muchísimo y me dieron mucho que pensar.

Por diversas razones, pocas veces me atreví a decir en público lo que pensaba. Precisamente porque, debido a mi trabajo, tuve acceso a muy buenas fuentes de información me sentí obligado a ser prudente en exceso.

Desde las elecciones de 1993 hasta mi marcha a Nueva York en el verano de 1995, como corresponsal de TVE, fui el editor responsable del Telediario de máxima audiencia (imbatible, naturalmente, gracias a Ana Blanco y a Matías Prats, unos monstruos de tele).

Tengo, en estos días, sentimientos contradictorios y preocupantes que me recuerdan los que sufrí en los años previos a la victoria electoral de Aznar en marzo de 1996 que me costó el empleo.

Debo decir que, pese a todo, me alegré de la victoria de la derecha porque considero la alternancia en el poder imprescindible para consolidar la democracia y garantizar las libertades y el respeto a los derechos humanos.

Además, después del triunfo de la CEDA de Gil Robles en la II República, la del PP en 1996 era la segunda victoria democrática y pacífica de la derecha en la historia de España.

Había razones poderosas para alegrarse, a pesar de haberme quedado en paro, después de la entrevista pre electoral que le hice al candidato Aznar.

No se cómo será la próxima victoria de la derecha para recuperar el poder que perdió en las urnas. Pero deseo fervientemente que sea gracias a los votos de ciudadanos libres y no -como le ocurrió a George Bush, hijo- por la fuerza de las togas judiciales o -como le ocurrió a Franco– de las botas militares. Los jueces cuentan.

A veces, conviene recordar que George W. Bush es presidente de los Estados Unidos por un voto: el de un juez conservador del Supremo que inclinó la balanza a su favor, tras las irregularidades electorales cometidas en el Estado de Florida, gobernado por Jeff Bush, el hermano listo de George, y en quien sus padres tenían puestas todas las esperanzas para convertirle en heredero de la Casa Blanca.

El destino -y nunca sabremos que otras causas- quiso que George W. Bush ganara las primeras elecciones a gobernador de Texas y su hermanao Jeff las perdiera en Florida.

Aquellos resultados cambiaron el orden de preferencias en el reparto de la herencia política de los Bush y el futuro del mundo. Los jueces de Papá Bush nombraron presidente a su hijo. Al Gore, con más votos que Bush, perdió la Casa Blanca por la fuerza de las togas. Luego vino Irak y todo lo demás…

Acabo de leer este comentario de Felipe Punto G. que roza la cuestión judicial que tanto me preocupa. Dice así:

En este asunto de la juez Gallego hay cosas que no me encajan: los peritos confesaron haber manipulado un borrador de un informe para hacerlo pasar por oficial… si esto no es falsificar, se lo parece.

Más: Díaz de Mera y PedroJeta conocían la existencia de dicho informe. Díaz de Mera llegó incluso a hablar de «un hombre y una mujer», cosa que se ha demostrado cierta. Después de la actuación de Garzón Díaz de Mera emitió un comunicado diciendo que no conocía de nada a los peritos… PedroJeta llevaba semanas hablando de que en septiembre publicaría una «bomba» (metáfora tal vez del ácido bórico), por lo tanto había tenido acceso a dicho borrador hacía tiempo, luego también hacía tiempo que estaba en contacto con alguno de los peritos falsificadores.

Y ahora la actuación de la juez conservadora… Con el antecedente del juez Hidalgo sólo se me ocurre decir una cosa: esto huele fatal.

lo dijo Felipe Punto G · 12 Noviembre 2006 | 01:05 PM

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Con el «antecedente del juez Hidalgo«, se refiere a su actuación en la condena de tres policías del «Caso Bono».

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Sólo El País informa en su portada (columna de salida) del resultado de la reunión entre los partidos para la renovación del gobierno del los Jueces (CGPJ) que terminó su mandato el pasado 7 de noviembre:

El PP exige minoría de bloqueo en el Poder Judicial para pactar su renovación

El Mundo no da ni na sóla línea del asunto en portada ni en páginas interiores. El País le dedica dos páginas completas.

Maxi juez Gallego, en El Mundo; mini juez Gallego, en El País
Franco, doctor «horroris causa»

Hay días en que sacas la conclusión, seguramente precipitada, de que las portadas de los diarios son como el juego de las siete y media:

“O te pasas o no llegas»

«Malo es no llegar», diría el buen don Mendo, “pero si te pasas, ¡ay, si te pasas!, es peor”.

A la izquierda copio y pego una columnita de El País (Una prueba «delirante») junto al editorial de El Mundo. (Espero que, pese a la proximidad de ambos textos, no se produzca explosión alguna).

Toda esta historia me recuerda el cuento del terrible lobo Garzón y la tierna y dulce caperucita Gallego , en el que los jueces héroes de ayer son hoy villanos, según el diario que se mire. Y viceversa.

“Ni calvo ni con tres pelucas”, diría mi madre, al comentar las portadas de hoy.

Cuando te enfrentas, de buena fe y sin gafas, a la primera página de El Mundo te puedes llevar un susto tipográfico de primera magnitud. En cambio, si lo haces con El País, sus silencios o sus gritos te pierden o desconciertan. Tal es el caso de hoy.

Por el fastuoso cuerpo utilizado a toda página por el previsible Pedro Jota, piensas que ha ocurrido un cataclismo, una catástrofe de insospechadas consecuencias para la Humanidad. ¡Válgame dios!

Sin embargo, en cuanto te pones las gafas de leer (o de comer), te llevas una cierta decepción, la noticia se desinfla y te dices a ti mismo que no aprendes –sabiendo como se las gasta este Pedro Jota.

Antes de valorar el acontecimiento, por el tamaño descomunal de un titular a cinco columnas (el no va más), tienes que saber qué periódico/látigo tratas de leer, quién hay detrás y qué mensaje trata de inocularte.

Hoy es uno de esos días en los que la exageración pueril de Pedro Jota Ramírez merma la credibilidad del mensaje hasta para sus creyentes más entregados.

Ya se que la fe nubla la razón y que, como nos dibuja el genial Goya, «el sueño de la razón produce monstruos», pero para todo hay grados y límites.

Después de leer y entender el supertitular de “elmundobórico.es”, pienso que la montaña parió un ratón.

Estamos elevando un caso típico de velar por el control de calidad de un producto –obligación natural de los responsables de cualquier empresa- a la categoría de un delito de lesa patria. Y eso, por voluntad de los conspiranoicos del trío Pinocho, que persisten en ligar como sea a ETA con la masacre del 11-M para ocultar aquellas mentiras tan miserables, destinadas desesperadamente a no perder el poder por encima de casi 200 cadáveres.

Flaco servicio le está haciendo El Mundo a la juez Gallego con este tratamiento de superestrella, que rivaliza con el que, hace años, dio al juez Garzón cuando le interesó.

No obstante, una de las virtudes que hay que reconocer a Pedro Jota es su capacidad camaleónica para rectificar 180 grados, si en ello le va el puesto, la ambición o la fama. No debemos perder, pues, la esperanza de un repentino arrepentimiento de nuestro gran fabulador.

No olvidemos, por ejemplo, que él fue el máximo defensor y “pelotas” oficial del dudoso trío Boyer-Solchaga-Mariano Rubio, cuando trabajaba a las órdenes de Juan Tomás de Salas como director de Diario-16.

Como el rayo, que estremece e ilumina a la vez, Pedro Jota cayó del caballo, vio la luz, se alió con el emergente e italianizado Mario Conde y, al instante, como flamante director-fundador de El Mundo, se hizo enemigo acérrimo e implacable de aquel trío de la “beautiful people” al que había halagado con tanta desmesura, sin llegar siquiera a sonrojarse.

Después de los excesos tipográficos de hoy, la pobre juez Gallego no va tener más remedio que dedicarse de lleno a la política y olvidarse de impartir Justicia.

Como diría don Luis a don Juan:

“Imposible la dejáis para vos y para mi”.

Creo que Pedro Jota se ha pasado tres pueblos con el titular que regala hoy a la maxi juez Gallego. Desde luego, si las instrucciones y juicios del caso GAL se hicieron como éste de elmundobórico habrá que ir pensando en revisar hasta las tripas de aquellas instrucciones y sentencias que, junto con los abundantes casos de corrupción de la era felipista- contribuyeron a echar a los socialistas del poder.

Pero si El Mundo se pasa, El País no llega. Porque la verdad es que cuesta trabajo encontrar alguna alusión al caso del ácido bórico, ETA, el 11-M y la juez Gallego en la portada del primer diario de pago de España.

Busquen la lupa y hagan un esfuerzo para leer este sumario de portada -al fin hallado- que yo mismo he ampliado para beneficio de los lectores de este blog:

Me sorprende más aún la minimización del caso del ácido bórico (o «matacucharachas») porque, hace apenas unas semanas, El País lo dio a toda página cuando el juez Garzón imputó a los peritos que trataron de relacionar -a mi juicio, de forma torticera- el 11-M con ETA, y exculpó a sus superiores por haber corregido tales desmanes conspiranoicos.

Sin mediar ningún disimulo, los villanos de ayer, para El País, hoy son héroes, para El Mundo. Y viceversa.

Y así, el tratamiento tipográfico obedece a las reglas del juego de las siete y media:

“O te pasas o no llegas”.

¡Qué profesión, Miquelarena!

Las fotos de portada tampoco son inocuas. El Mundo realza, centrada a tres columnas, la «Manifestación prohibida» por el juez Garzón en San Sebastián. El País da la misma foto de EFE pero, eso sí, a una columnita, tamaño sello de correos.

En cambio, en El Mundo no hay referencia alguna a las nuevas manchas del Prestige, mientras que El País le concede a este asunto los honores de foto de portada con este títular:

Cuatro años de herencia del «Prestige»

La contraportada tiene, a veces, tanto interés como la portada. Muchos tenemos la costumbre de empezar a ver o leer el diario por la última página, o sea, al revés.

¿Podría ser una vieja costumbre grabada en nosotros al cabo de tantos siglos de leer así, desde atrás hacia adelante, en lengua árabe o hebrea?

El caso es que me ha llamado la atención la interesante noticia que El País da, a tres columnas y con foto, en su última página:

Franco pierde honores

La Universidad de Santiago borra al dictador de su lista de ilustres «honoris causa» 41 años después

He buscado esta noticia curiosa del tipo de ¡Hay que ver! por todos los rincones de El Mundo y no aparece por ningún lado. Para Pedro Jota se trata de una «no noticia».

Desde luego, la lectura hoy de los argumentos seudoacadémicos que se utilizaron entonces para darle este inmerecido honor a tan cruel dictador (por «restaurar el biologismo normal de nuestra patria») me suenan espantosamente ridículos cuando no patéticos.

En lugar de borrar de la lista de doctores «honoris causa» en Ciencias al general rebelde, autor del golpe de Estado del 18 de julio del 36 (así como de tantos horrores que siguieron en la guerra civil y, lo que, a mi juicio, fue mucho más grave, en la postguerra), deberían mantener a Franco en dicha lista pero cambiándole el título por este otro bien merecido:

Doctor «horroris causa»

Aunque con retraso, haríamos Justicia a la Ciencia.