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Cuando Jorge II repudió a su amante por reírse de él [Anécdota]

Cuando Jorge II repudió a su amante por reírse de él [Anécdota]Conocido era el carácter tosco y, muy a menudo, desagradable del rey Jorge II de Gran Bretaña y su difícil relación con el resto de la Corte. A pesar de ello intentaba comportarse como un padre cariñoso (aunque recto y autoritario) de sus ocho hijos (tuvo nueve con su mujer Carolina de Brandeburgo-Ansbach, pero uno murió al año de nacer).

También se le tenía como un hombre fogoso y apasionado, aunque no solo con su esposa, ya que contó con un buen número de amantes (con Amelia Sofía de Wendt, condesa de Yarmouth, tuvo un hijo), aunque de todas las mujeres a las que amó extraconyugalmente su preferida fue Mary Howard, condesa de Deloraine.

Esta vivía en el Palacio de Kensington junto a la Familia Real, ya que se ocupaba de ser la dama de compañía de las hijas del rey.

El romance entre Lady Deloraine y el monarca era un secreto a voces y a pesar de que la reina consorte era conocedora de esos devaneos hacía la vista gorda como si ignorase el asunto.

Una tarde de octubre de 1742, mientras la condesa de Deloraine jugaba una partida de cartas con algunos miembros de la Familia Real, una de las damas de la corte apartó sin querer la silla en la que se encontraba sentada con tal mala fortuna que la hizo caer de culo al suelo.

Todos los presentes quedaron enmudecidos excepto Jorge II que se echó a reír jocosamente. Esto enfureció a la amante del monarca quien, tras incorporarse, se dirigió hasta donde estaba sentado el rey y le quitó bruscamente la silla, provocando con ello que cayese estrepitosa y dolorosamente al suelo, soltando a continuación una sonora carcajada. Tras esto, la condesa salió enfurecida de la sala de estar, pero esa sería la última vez que sus pies pisarían el palacio, ya que al rey no le hizo ni pizca de gracia que Lady Deloraine lo tirada al suelo y mucho menos que se riera de él, por lo que la repudió como amante y mandó echarla de Kensington sin poder volver nunca más.

 

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Fuente de la imagen: Wikimedia commons

Un puñado de curiosas anécdotas de Reyes y Reinas

Siguiendo la serie de post que empecé a publicar hace unas semanas sobre curiosas anécdotas protagonizadas por diferentes colectivos de personajes  famosos (filósofos, matemáticos, pintores y físicos), hoy le toca el turno al gremio de la monarquía.

Espero que sean de vuestro gusto.

 

Fidelidad religiosa

Teodorico, octavo rey de los Godos, profesaba una gran devoción hacia la religión arriana. Su primer ministro y hombre de confianza, por el contrario, era católico, pero para agradar a su señor se convirtió al arrianismo.
Al enterarse de este acto, Teodorico, mandó ejecutarlo. Al ser preguntado del porqué, el monarca respondió:
– Si ha sido capaz de traicionar a su Dios, no tardará en traicionarme a mí

 

Fiel amigo

Alejandro Magno tenía una amistad fraternal con su médico personal Filipo de Acarnania, al que conocía desde niño.
En cierta ocasión, en la que el monarca había enfermado y requirió la presencia del galeno, fue advertido de que Filipo se había vendido al enemigo y que, muy probablemente, lo envenenaría.
De todos modos quiso que lo visitase y se bebió lo que le preparó el médico. Tras esto, Alejandro Magno dijo:
– Prefiero morir a desconfiar de mis amigos

 

Como niños pequeños

Carlos III emprendió numerosas obras en la capital de España para convertirla en una capital europeizada. Entre los múltiples proyectos estaba el construir un sistema de conductos de canalización de las aguas, cuyo propósito era el de limpiar la ciudad de residuos.
Dicha propuesta no fue del agrado de los madrileños, por lo que el monarca exclamó:
– Mis súbditos son como niños pequeños. Lloran cuando se les lava

 

El final del culebrón

La reina Isabel II era una fiel seguidora de una novela que se publicaba por entregas en el diario ‘La Nación’.
Antonio Flores, el autor, recibió en cierta ocasión una nota de la monarca en el que le exigía que le entregará un manuscrito de la obra, para así ser la primera en conocer el final.
Muy cortesmente, éste le contestó:
-Majestad, lamento no poder complaceros, pero ni siquiera yo tengo idea de cómo voy a salir del enredo que he tramado. Eso sí, en cuanto lo averigüe os lo comunicaré de inmediato

 

El tamaño sí importa

Durante el proceso que emprendió Enrique VIII contra su esposa Ana Bolena, acusó a ésta de “traición y adulterio” y le recliminó las palabras usadas por ella para referirse al miembro viril del monarca:
– La espada del Rey no pasa de ser una simple navaja

 

 

Incendio en el Palacio Real

En 1604 un incendio asoló el Palacio Real de El Pardo, en Madrid. Quedó destruida la mayor parte de las obras pictóricas que había atesorado allí la Casa de Austria.
Felipe III era un gran admirador de Tiziano y al enterarse del incendio preguntó:
– ¿Se ha quemado la Venus de Tiziano?
Le respondieron que afortunadamente no había quedado dañada. El monarca añadió:
– Pues lo demás no importa, ya se volverá a hacer

 

Escepticismo médico

Se cuenta que en el año 1780 el Rey Federico II “el Grande” de Prusia, era un gran escéptico respecto a los avances de la medicina y que, en una ocasión, preguntó a su médico personal el Dr. Johann Georg Zimmermann:
-Decidme, sinceramente, doctor ¿de cuántos pacientes lleva su muerte en la conciencia?
A lo que el galeno respondió:
-De unos trescientos mil menos que Vos, Majestad

 

Nota real

Aprovechando una visita a Londres, la reina Luisa de Suecia decidió hacer una escapadita por la ciudad para visitarla. Salió de ”excursión” sin escolta ni documentación y durante su visita un autobús estuvo a punto de atropellarla.
Así que se colgó una nota en el bolso, por si le pasaba algo, que decía:
«Soy la reina de Suecia»

 

Grande como los hoyos

Al rey Felipe IV le gustaba que le llamasen “el Grande”.
Tras la pérdida de Portugal, el siempre ingenioso Duque de Medinaceli dijo en cierta ocasión:
-A Su Majestad le pasa como a los hoyos, que cuanta más tierra pierden, más grandes son

 

La Reina María y la galleta para perros

La Reina María tenía un miedo atroz a los perros, todo lo contrario que su nieta, la futura Isabel II.
En una fiesta celebrada en los jardines del Palacio de Buckingham, la princesa Isabel le entregó a su abuela una galleta para perros para que ésta se la diese a uno de los Corgi Galeses que tenía la niña. Eso puso de mal humor a la Reina María, que no pensaba darle la galleta al can y no sabía como deshacerse de ella.
Junto a ella se encontraba el arzobispo de Canterbury y se la dio a él para que éste se la entregase al perro.
El arzobispo cogió la galleta para perros, sonrió con gratitud a su majestad y, creyendo que era una pastita de té, se la introdujo en la boca.

 

Decreto efectivo

Durante el reinado de Luis XV de Francia se puso de moda el que las damas condujesen una pequeña carroza por las calles más frecuentadas de París, y carentes como estaban de experiencia atropellaban a muchas personas. El rey se preocupó por ello y llamo al Conde de D’Argenson, Teniente General de la policía, para que tomase las medidas necesarias para evitarlo.
-Señor, dejadme hacer a mí
Al día siguiente publicó un decreto que prohibía a las mujeres guiar caballos a no ser que su edad fuese superior a treinta años. El éxito fue milagroso, ninguna mujer quiso confesar que tenía más de treinta años y la moda desapareció.

 

El precio de un jardín privado

El célebre político inglés Philip Dormer Stanhope, 4º Conde de Chesterfield, supo que el rey Jorge II pensaba cerrar el parque londinense de Saint James y transformarlo en un jardín privado del monarca, lo que habría causado gran descontento entre la gente del pueblo. El rey le preguntó cuánto podrían costar las obras y él respondió simplemente, con concisión británica:
-Señor, sólo una corona
El rey comprendió la indirecta y el proyecto no pasó de ahí.

 

La opinión de la reina Victoria

Le llegaron rumores a la reina Victoria I del Reino Unido de que cierto ministro iba hablando mal de ella por los salones y tertulias. En vez de enojarse, le quitó importancia al asunto diciendo:
-No pienso ocuparme de lo que el ministro opine de mí; lo que debe importarle es lo que opine yo de él

 

Mejor con el enemigo

Carlos I de Inglaterra, perseguido por las tropas de Cromwell, se refugió en Escocia, pero los escoceses le vendieron al enemigo por dos millones.
Cuando lo supo el rey prisionero, exclamó:
-Es mejor estar con los que me han comprado que con aquellos que me han vendido

 

Plantando cara

El emperador Enrique V del Sacro Imperio Romano Germánico declaró la guerra al rey de Polonia, Boleslao III el Bocatorcida , y queriendo asustarle le mandó embajadores para decirle que si no cedía por las buenas enviaría contra él tantos soldados que no cabrían todos juntos en Polonia.
El rey polaco respondió simplemente:
-Mandad los soldados que queráis, encontraremos tierra para enterrarlos a todos

 

El vino de Luis XIV

Cada vez que salía de caza, el rey Luis XIV mandaba llevar consigo 40 botellas de vino, las cuales no solía beberse y que acababan siendo consumidas por sus criados.
Un día tuvo sed y pidió un vaso de vino.
-Se acabó, majestad- le contestó su ayudante
-¿Pues no se traen las 40 botellas que he mandado?
-Sí, señor, pero…
-En lo sucesivo- concluyó el rey -que se traigan 41, para que haya una para mí

 

 

 

Fuentes y más anécdotas