Novela histórica, patrimonio y turismo; una sinergia aún por explotar

Marta Robles, Anna Casanovas Marín Ledún y Fernando Martínez Laínez, ganadores del premio Letras del Mediterráneo 2019, en Fitur (foto: Letras del Mediterráneo)

La diputación de Castellón lleva cuatro años utilizando la literatura para promocionar su indudable patrimonio turístico. Lo hace a través de los premios Letras del Mediterráneo cuyo curioso funcionamiento es interesante: premia cada año por su trayectoria a cuatro escritores de cuatro categorías diferentes (narrativa, novela negra, histórica y romántica) y el galardón hace asumir al escritor que su próxima obra esté ambientada en la provincia. Los ganadores de la edición de 2019 (en novela histórica ganó Fernando Martínez Laínez) se dieron a conocer en enero durante la pasada edición de Fitur en Madrid. Y en ese acto se dio a conocer un nuevo paso del galardón, también interesante.

La Diputación de Castellón ofreció, con obras escritas por los ganadores de 2017, unas guías con rutas guiadas por la provincia siguiendo las tramas y escenarios de dichas novelas. «Es un segundo paso tras la primera idea del galardón», me explican fuentes del premio que vaticinan que la idea se irá repitiendo en las próximas ediciones.

«Ya había lectores que lo hacían por su propia iniciativa», aseguran desde la organización de Letras del Mediterráneo y dicen que habían detectado a lectoras que habían leído a Megan Maxwell que visitaban varios parajes donde tenía lugar la ficción. «Ahora lo hemos hecho más sencillo», afirman, «ahora vas a las oficinas de turismo, te dan las guías y unos libritos muy chulos donde hasta tienes espacio para apuntar tus experiencias». Los folletos se llaman Rutas Literarias y la primera novela histórica que tiene su guía es Bandera Negra, la estupenda novela de corsarios en la costa levantina durante las guerras carlistas de León Arsenal, como podéis ver en el blog del autor.

Les inquiero sobre el efecto real de estas iniciativas literarias en el turismo. «Todo hace», me contestan y me ponen un ejemplo: «Alguien se dio cuenta hace años de que los runners hacen turismo cuando van a correr carreras y las administraciones apostaron por el turismo deportivo; ahora hay grandes proyectos en este sentido. De la misma manera, el turismo cultural también lo es, aunque nadie ha hecho todavía nada realmente. Nuestro premio es una iniciativa pionera en España. Ya llevamos 16 novelas y solo la novela de Megan Maxwell logró que se incrementaran las reservas de un hotel concreto y pequeño en Benicassim. Solo hay que dar con las ideas adecuadas y saber explotarlas: la imaginación bien llevada y explotada puede funcionar a nivel empresarial».

No dudo de que tienen razón. Pienso en cómo se ha incrementado el turismo por el navarro valle del Baztán tras la trilogía de Dolores Redondo o en Vitoria con la Trilogía de la Ciudad Blanca de Eva Saénz de Urturi. Y en novela histórica solo hay que recordar cómo se aumentó el interés por el Madrid de los Austrias con el éxito de las novelas de Alatriste de Arturo Pérez-Reverte, que desde hace muchos años existen visitas guiadas y teatralizadas por la capital con ese leit-motiv. O el salto a la fama de Santa María del Mar, en Barcelona, más allá de Cataluña, tras el éxito de La catedral del Mar. ¿Seguimos?

Hay mucho por trabajar y explotar. Pero no dudo que la novela histórica española tiene mimbres e inteligencia para apoyar y difundir el inmenso patrimonio histórico cultural español. Sin duda, algo de eso hay también en la cantidad de novelas históricas, podríamos tildarlas de regionalistas, que en la última década han surgido, algunas teniendo éxito nacional. En un panorama turístico cada vez más disgregado, hay todavía nichos que aprovechar.

Pienso en algunos casos recientes. Por ejemplo, alguien en el Gobierno de Aragón debería dar un premio y un reconocimiento a Luis Zueco por su impresionante Trilogía Medieval (compuesta por El castillo -ambientada en Loarre, Huesca-, La ciudad -en Albarracín, Teruel- y El monasterio -ambientada en la zona del Moncayo, Zaragoza-. Resulta dudoso que a los muchos lectores de esas novelas no les apetezca visitar esos lugares después. O mirar el reloj de la Puerta del Sol de Madrid con otros ojos, tras leer El relojero de la Puerta del Sol, de Emilio Lara. O visitar Córdoba y Mediana Azahara tras degustar Los baños del pozo azul, de Jesús Sánchez Adalid. O adentrarse en Ciudad Real intentando descubrir sus escasos vestigios medievales tras leer La ciudad del Rey, de Marcelino Santiago; o pasear por la Salamanca renacentista tras leer cualquiera de las novelas sobre Fernando de Rojas, de Luis García Jambrina; o pasear por Granada, con las novelas de Carolina Molina en mente,… Y podría seguir así todo el día; si no, repasad la serie que hice con un buen puñado de escritores el verano pasado, en Vacaciones en la Historia.

Esperemos que próximamente haya más avances en este sentido.  Quizá alguien coja alguna idea de alguna novela para esta Semana Santa o el puente de Mayo.

Y vosotros, ¿visitarías algún lugar tras leer una novela histórica?

¡Buenas lecturas (y en este caso, viajes)!

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