Luis García Jambrina: «A los políticos no hace falta ridiculizarlos, lo hacen ellos solos; hoy, el bufón es el rey»

(c) ENRIQUE CARRASCAL (CEDIDA POR EDITORIAL ESPASA)

A Luis García Jambrina (Zamora, 1960), doctor de Filología Hispánica y profesor de Literatura en la Universidad de Salamanca, no le importa reconocer que ya le conocen como «el de los Manuscritos». No es postureo y es comprensible que se sienta orgulloso de su, hasta la fecha, trilogía de intrigas históricas que tienen como protagonista detective (pesquisidor, perdón) a Fernando de Rojas, el autor de La celestina. Tras los éxitos de El manuscrito de piedra (2008) y El manuscrito de nieve (2010) ha tardado ocho años en retomar las andanzas de su personaje con El manuscrito de fuego (Espasa, 2018), novela que, paradójicamente, nos presenta al De Rojas más crepuscular y anciano, pero con la que demuestra que la serie está muy viva y a la que le queda cuerda para rato.

Charlo con Jambrina, divertido, afable y con ideas muy claras sobre lo que escribe, sobre este nuevo caso donde Fernando de Rojas tendrá que desentrañar un crimen histórico: el asesinato del lenguaraz bufón de Carlos V, don Francés de Zúñiga.

Don Francés, hoy en día donde por un tuit puedes ir a la cárcel, ¿habría sobrevivido más o menos?

Hubiera quemado las redes sociales, pero habría durado poco. Curiosamente ahora hay otras formas de censura y casi más eficaces que las de aquella época, que realmente eran más drásticas. Ahora no hace falta, de momento, matar a nadie para dejarlo fuera de juego.

¿Cómo descubriste a este personaje?

De forma gradual. Las primeras noticias que tuve de Don Francés fueron a través de Francisco Umbral. Umbral decía que debía ser el santo patrón maldito de los periodistas españoles, sobre todo para los cronistas políticos y sociales. Porque también tenía esa dimensión don Francés, la de contar los chismes y cotilleos de la corte. Después, estuve presentando El manuscrito de piedra en Béjar y un amigo de confianza me enseñó los lugares de don Francés. Creo que ya me estaba enseñando el camino. Después volví y todos sus lugares tenían resonancia.  Cuando me decían que por esas calles una noche mataron a don Francés, dije: aquí hay una novela. Primero pensé en hacer una novela centrada en ese crimen, pero luego me dije que quien tenía que investigarlo era Fernando de Rojas, que por aquel tiempo seguía vivo.

Todo cuadraba…

Sí, además coincidía con un momento importante de la historia de Salamanca, que va del año 1520 al 1532, el final de la Guerra Comunera, causa que Salamanca apoyó y de la que la Universidad era una especie de ideóloga. No quería limitarme al asesinato, quería que el trasfondo histórico fuera importante.

Y gracias a ese momento cronológico, también nos presentas a un De Rojas crepuscular, mucho mayor.

De lo poco que se sabe con certeza de Rojas es del último periodo de su vida a través, sobre todo, de su testamento. Tenía muchos bienes, aunque no llamaba la atención, como buen converso que era, para no despertar envidias en los cristianos y sospechas de la Inquisición. Quería mostrar otra fase del personaje. Me inspiré un poco en la película Mr. Holmes, en la que Sherlock Holmes era ya mayor, con las facultades mermadas, y vivía un poco en el pasado, pensando en lo que quiso hacer y no hizo. Quería que estuviera un poco de vuelta y quería explicar el misterio de por qué no había querido volver a escribir después de haber tenido tanto éxito con La celestina.

Hablando de las cuitas literarias del personaje, en un diálogo del libro dice Rojas: «Ya hay mucha gente que escribe por ahí; demasiada diría yo, para tan escasos lectores». Y me pregunto si habla el personaje o su autor.

Sí, tenía un ojo en cada época al escribir eso. Lo sustancial es siempre lo mismo, cambian las formas y las tecnologías. Las grandes cuestiones permanecen y ese juego me gusta hacerlo. Y quizá sí, en ese momento estaba pensando más en mí. No hay nada peor que un género de éxito (se ríe).

Todo este contexto histórico del que nos has hablado anteriormente -las guerras comuneras, don Francés y Carlos V…- ¿Por qué deberían enganchar al lector del siglo XXI?

Primero, porque siempre se pueden buscar equivalencias y paralelismos con el hoy. La figura del bufón siempre ha sido muy atractiva, pero se ha caricaturizado mucho. La categoría de bufón era muy amplia y había bastantes grupos y quería aprovechar la novela para presentárselo a la lector. Y esto ya puede sorprender al lector: aquellos que se fingían locos para decir verdades que nadie más podía decir en público. Y ¿quiénes son los bufones ahora? ¿Cómo son castigados? Las funciones permanecen, cambian los personajes que las cumplen. Es una figura trágica, el que muere por denunciar las cosas con humor. Era bufón, pero no de cualquiera, sino de Carlos V. Pocos tuvieron el poder que llegó a tener él y, en mi opinión, creo que llegó a obsesionarse con el poder.

Cuando digo decir verdades, es no lisonjear. La mayoría de los cortesanos decían lo que le rey quería oír. El bufón no, decía lo que el rey no quería escuchar y por eso debía hacerlo con gracia. Si no, ni siquiera sería aceptable en boca de un bufón. Creo que entre los dos llegó a haber bastante intimidad. Imaginemos a un jovencito monarca, extranjero, que se siente incómodo en Castilla; yo creo que don Francés sería algo así como su confidente, pero al final, cuando el emperador solo pensaba en su imperio y se hacía mayor, su relación debió cambiar. Imagino que cualquier tontería motivaría que fuera expulsado de la corte. Precisamente en la Europa de la época, había un gran debate sobre la locura y sobre este tipo de bufones, los locos fingidos, y la excesiva influencia que tenían sobre los monarcas.

Quizá la clase política de hoy necesite más voces críticas de ese estilo…

Cada vez hay menos y cada vez cercenan más esas voces. Además, ahora unas voces tienen el contrapeso de otras voces. Ya sabes, ahora se habla de los relatos, las narrativas, la posverdad…

Igual es una oportunidad para los escritores, que ya domináis los elementos de relato y narrativas.

Sí, es otra clase de intrusismo. Pero todo eso ha provocado una curiosa mutación: ahora el bufón es el rey. Si te fijas, ahora muchos políticos se caracterizan porque no hace falta ridiculizarlos porque se ridiculizan ellos solos con lo que dicen y hacen. El ejemplo supremo es Donald Trump que es absolutamente bufonesco. Si escribes sobre él, siempre te quedas corto. Uno más cercano es Puigdemont.

Tiene una novela…

Lo malo de hacer novelas de la realidad actual es que siempre te quedas pálido ante la auténtica realidad.

Pero Puigdemont tiene premio hoy en día. Ganó en las pasadas elecciones frente al partido del político que decidió afrontar su responsabilidad de frente, supusiera lo que supusiera…

La situación ya era ridícula con su huida a Bruselas. Pero todo se supera, ahora enfrentada a la ficticia Tabarnia, que han elegido al bufón mayor, en este caso dicho de manera elogiosa, Albert Boadella como presidente. ¡Nadie mejor! Tabarnia es un juego de espejos para mostrar lo ridículo de la situación. Ya lo decía antes: no necesitas a nadie que señale qué ridículos son, solo hay que dejarles hablar.

Otro de los grandes protagonistas de la novela -tras don Francés y Rojas- es la Universidad de Salamanca y su célebre portada. Los juegos que haces con ella y su simbología, podrían recordar, salvando las distancias, con ciertos thrillers pseudohistóricos que estuvieron de moda no hace mucho…

Eso ya lo hice también con la primera novela y siempre lo hago adrede: para demostrar que esas cosas se pueden tratar de otra manera. Toda novela debe tener su misterio, que empuja al lector a querer saber más y donde el escritor va quitando velos hasta el final. La fachada de la Universidad es magnífica, y de la que se ha escrito de todo, incluidas lecturas esotéricas. Y yo quería jugar con eso de una manera irónica y seria al mismo tiempo. Esa portada revelas cosas que la mayoría de la gente, que ha visto la fachada como una de las imágenes más icónicas de Salamanca y de la universidad española y casi europea, no sabe. Pretendo que, una vez que el lector acabe la novela, la quiera volver a ver con otros ojos. Y así no se quede solo con la rana, que está bien, pero a veces la rana no deja ver el bosque de símbolos y figuras, tan atractivas o más que la rana. Aquí hago mi interpretación basada en el contexto político de la época: se empezó a construir justo después de la guerra de las Comunidades, en la que Salamanca fue una ciudad muy castigada y reprimida, y también en la Universidad está viviendo un momento de conflicto por su autonomía que antes dependía de la Iglesia y ahora el emperador quieren controlar. Todo es puede explicar el simbolismo de una de las fachadas más irónicas y ambiguas del mundo: parece querer decir una cosa y puede decir la contraria.

 

Una novela policíaca tiene mucho de juego. Pero en El manuscrito de fuego elevas el nivel de lo metaliterario con Alonso de Jambrina, hablas de plagios, libros…

Es una marca de la serie. En el primero, jugué con el proceso de creación de La celestina; en el segundo, usé El lazarillo;  y en este decidí que debía usar los propios manuscritos. Porque, según la cronología interna de la serie, este es el último caso y pensé que tenía que explicar cómo nacen esos manuscritos y cómo llegan a mi. Aún así, el personaje de Alonso de Jambrina nace por necesidades narrativas, porque todo detective necesita un ayudante, y más cuando está ya mayor. Además, era una figura similar a cómo era Rojas en sus tiempos de estudiante. De hecho, apellidarle Jambrina fue una decisión muy posterior a su creación. Él pondrá por escrito las aventuras de Rojas y habrán saltado de generación a generación, hasta llegar a otro Jambrina: yo. Pero hay tres misterios en la novela: uno histórico, otro literario, otro referente a la ciudad. Cuando haces una serie no puedes limitarte a hacer más de lo mismo. Por eso tuve tantas dudas a la hora de hacer la tercera. Es necesario que el lector lo sienta familiar, pero, a la vez, nuevo.

Tus novelas son muy discursivas, al estilo de los detectives clásicos. En esta ocasión creo que más, incluso.

Sí, esta es la que más se ajusta a ese modelo policíaco. La investigación importa pero es más importante lo que a través de las entrevistas del pesquisidor se revela del personaje. Y al final sale un personaje contradictorio y poliédrico, que lo humaniza. Si no fue así, debió ser algo parecido.

Creo que esas tramas de intrigas sean un mcguffin perfecto para llegar  la historia, pero siempre habrá algún estamento cultural que las minusvalorará…

Estas novelas son complicadas de hacer. Es un género difícil: tienes que dosificar, mezclar cosas diferentes, cómo engranan, si se te va la mano en un lado te cargas la novela… Conozco los prejuicios que hay sobre la novela histórica, pero no los tengo en cuenta. Yo he ido buscando mi fórmula y trato de perfeccionarla. Me lo tomo muy en serio. Esto no es historia novelada, es novela histórica. Aquí lo sustantivo es la novela. Y el adjetivo es histórica, aunque me lo tomo muy en serio porque cuento historias que solo tendrían sentido en su momento. Y no solo hay elementos históricos e intriga en mi novela, también hay una carga social juzgada desde aquella época.

Lamento los prejuicios, aunque en parte tienen que ver con la realidad, con que la mayoría de novelas históricas no son tales. Pero no se puede pedir peras al olmo. De todas maneras, a la historia no le va mal mezclarla con la historia e incluso con elementos fantásticos. Algunas leyendas no lo eran entonces, porque las gentes creían en ellas e ignorarlo sería falsear la realidad.

Ya que en esta novela la universidad tiene un peso importante, ¿no crees que hace falta que esa figura y quienes la forman participen más, que haya más altavoz de los intelectuales de la universidad hacia la sociedad?

Es un mal tiempo para los intelectuales. Dentro de la gran cantidad de voces que hay sonando, la de intelectual se perdería. De todas maneras, ya se han encargado los poderes públicos en hacer que los profesores estén muy ocupados en tareas de gestión: ya no nos dejan un momento para nuestra labor de reflexión y proyección hacia fuera de lo que hacemos y opinamos. Ya que la sociedad nos permite desempeñar nuestra labor en la universidad, nosotros deberíamos dar algo a cambio, pero ese canal está cerrado.

Con tus novelas también enseñas, ¿lo consideras parte de tu labor docente?

Separamos estas labores de nuestra labor docente porque nos obligan: soy profesor de literatura, publico e investigo pero mis novelas van a parte porque no supone mérito académico alguno. Para un profesor de literatura escribir una novela no vale, es igual que si hiciera macramé. En cuanto a tu pregunta, siempre me he planteado la novela histórica como una función añadida la de divulgar, la de servir de puente, rescatar personajes poco conocidos de la historia. Para mí es básico y tengo la suerte de que muchas de mis novelas, sobre todo los manuscritos, están siendo usados en los institutos.

¿Y les gustan a los adolescentes?

¡Si no, no volvería a mandarlo! Piensa que los profesores se lo piensan mucho, que luego les obligan a leerlo e incluso les hacen exámenes -que es algo que me da mucha vergüenza-.

Ahora que se reducen las horas de enseñanzas de humanidades, quizá os legan a este tipo de obras una obligación complementaria…

Efectivamente, y en ese sentido se usa. Cuesta mucho que lean La celestina, además la obligación probablemente provoca que no la lean nunca. Y obras como El manuscrito de piedra les acerca. Sin olvidar que no son manuales de literatura o historia, lo primero que tienes que hacer es entretener; segundo, tienes que emocionar; y tercero, tienes que enseñar. Igual es un poco grandilocuente, pero eso es así y no pasa nada. Rara vez ha habido literatura pura y siempre ha tenido otras funciones.

¿Tu siguiente novela va a ser un manuscrito? Algo avanzas al final de la novela…

No lo sé. Pero es cierto que la vuelta a este territorio de Rojas ha sido muy placentera y me han entrado ganas de ampliar este mundo. Quizá dentro de no mucho me ponga con El manuscrito de Aire… Pero por mucho que planifiques todo depende de elementos azarosos. Lo de ponerlo en el epílogo es una manera de comprometerme.

¡Buenas lecturas!

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1 comentario

  1. Dice ser Maquiavelo

    Yo diría más, el bufón es el rey y la corte son los parlamentarios. El pueblo sigue siendo el pueblo (pobre) y los señores feudales son los gobernantes que reparten dávidas según les laman las suelas de sus urnas de votos. Quedan al margen los mercaderes que navegan en cualquier mar, sea democracia monarquica o republicana.

    14 febrero 2018 | 00:46

Los comentarios están cerrados.