Envidio a Mitchel Wu porque tiene una profesión extraña. Es fotógrafo de juguetes, paparazzi de muñecos. Las profesiones utópicas son para mí un elixir prohibido, el soma védico, o un unicornio arenoso, un lugar inalcanzable que se parece a Ítaca, la isla, el paraíso, el peregrinaje, la redención de los contables, panaderos, cajeras, abogados, vendedores, prostitutos, bedeles, policías… que pisan al fin la orilla y renuncian a aquella vida de porras, monedas, querellas, códigos, condones, números, solo para fotografiar unos muñecos.
Wu se pasa el día dotando de emoción y movimiento a unos seres inanimados, celebrities cansadas, trocitos de plástico. Usa trucos fotográficos. Luz y baile. Saltos y espectáculo. Da vida a la muerte. Es un dios infantil.
Solo los dioses infantiles pueden resucitar a los juguetes, que es mucho mejor que levantar a los muertos. Aquí, por ejemplo, R2D2 huye del pesado de C-3PO…
No fue siempre así. En su día Wu también necesitó huir hacia Ítaca, buscar el caballo cornudo. Esta es la condena, multiplicada por generaciones, de los homínidos nómadas. O huyes o pierdes la identidad. Hubo un tiempo en que él tuvo una vida cansada y aburrida, como todos nosotros. Hubo un tiempo en que era fotógrafo de bodas.
Sufría el estrés y otras nebulosas en Salt Lake City (EEUU) por culpa de las celebraciones que parecen un ritual diabólico. En las bodas el fotógrafo es el animal extraño. Un espía despiadado. Alienígena curioso. Un nazi en la Cámara de los Lores Británicos. Las bodas fueron inventadas como un punto de contrabando, un contrato en el desierto para poder traficar con los hijos. Después llegó el amor y el Estado. También las cámaras. Familias, clanes, tribus unidas frente a un pastel circular. Una masa que devora y es devorada a base de croquetas, vestidos incómodos, nervios, sofocos, proclamas, gritos, golpes etílicos. En 2015, harto de colarse en la embriaguez ajena, dejó a la novia en el altar y adoptó a cientos de juguetes presumidos.
Personajes fantásticos que podían seguir contando sus dramas más allá de los éxitos cinematográficos. No eran igual de exigentes que el padre de la novia. Podían salirse del guión. No bebían güisqui. Tenían sentido del humor.
Aquí es cuando Mitchel Wu decide casarse, pedirle matrimonio a La Rana Gustavo, al Increíble Hulk, Scooby Doo, Mario Bros, E.T., Yoda... Una relación poliamorasa muy feliz que lo ha convertido en un referente de esta profesión que todos envidiamos. Hoy trabaja para las grandes firmas del entretenimiento. Warner Bros o Mattel, por ejemplo. Es fotógrafo de juguetes. Una profesión extraña. Mira al mundo con los ojos de un niño y gana pasta con ello. ¡Qué más se podría pedir! Es como estar descalzo en un chiringuito de Ítaca, con un colocón de soma y acompañado de tu compinche unicornio.
Nunca perdió el sentido del humor. Su niño interior no es ese monstruo raquítico que los adultos cargamos como un tumor que espera quimioterapia. Los muñecos siempre sonríen. Los niños no temen el futuro. Rezo por ello a un dios infantil.
Deberíamos seguir su ejemplo y dedicarnos a algo que despierte a nuestro niño interior jeje Sólo una mente tan creativa pudiera haber pensado en hacer algo tan delicado y especial. Toda una obra de arte sus fotografías, gracias por compartir!
19 junio 2018 | 23:30
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20 junio 2018 | 04:50
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21 junio 2018 | 12:07