Envidio a Mitchel Wu porque tiene una profesión extraña. Es fotógrafo de juguetes, paparazzi de muñecos. Las profesiones utópicas son para mí un elixir prohibido, el soma védico, o un unicornio arenoso, un lugar inalcanzable que se parece a Ítaca, la isla, el paraíso, el peregrinaje, la redención de los contables, panaderos, cajeras, abogados, vendedores, prostitutos, bedeles, policías… que pisan al fin la orilla y renuncian a aquella vida de porras, monedas, querellas, códigos, condones, números, solo para fotografiar unos muñecos.
Wu se pasa el día dotando de emoción y movimiento a unos seres inanimados, celebrities cansadas, trocitos de plástico. Usa trucos fotográficos. Luz y baile. Saltos y espectáculo. Da vida a la muerte. Es un dios infantil.
Solo los dioses infantiles pueden resucitar a los juguetes, que es mucho mejor que levantar a los muertos. Aquí, por ejemplo, R2D2 huye del pesado de C-3PO…
No fue siempre así. En su día Wu también necesitó huir hacia Ítaca, buscar el caballo cornudo. Esta es la condena, multiplicada por generaciones, de los homínidos nómadas. O huyes o pierdes la identidad. Hubo un tiempo en que él tuvo una vida cansada y aburrida, como todos nosotros. Hubo un tiempo en que era fotógrafo de bodas.