¿Por qué grita ‘El Grito’ de Munch?

¿Por qué grita El Grito de Munch? ¿Qué expresará esa cara desencajada, dolorida, atávica…?

Edvard Munch, maestro expresionista, tuvo una vida de perros. Peor que eso, porque los perros gozan de cierta inocencia: bostezan bajo el sol en invierno, cagan a la sombra en verano, muerden enemigos, huelen culos, esperan que el dueño recoja su mierda.

Nada de eso tuvo Munch. Un padre obsesivo y estricto. Maltratos bañados en agua ardiente. La muerte prematura de madre y hermana por tuberculosis. El necesario universo femenino que se colapsa bajo el dominio fálico de Saturno.

Depresión. Alcoholismo. El ingreso posterior en el club de los buenos manicomios, donde lobotomía suena a banda de jazz… La pintura como acto único de redención.

Razones suficientes para gritar, ¿no te parece?

El Grito de Edvard Munch. Wikimedia Commons.

El Grito de Edvard Munch. Wikimedia Commons.

Pero en El Grito no aparece dibujado el rostro del artista, como sí hizo en otros cuadros. Es un dolor abstracto. La cosa deformada. La entidad sin rasgos que nos expresa a todos. Un calvo marciano.

Además, Munch, analista de arquetipos lunáticos, pintor de arrabales somáticos, dijo: “Así como Leonardo Da Vinci diseccionó cadáveres y estudió los órganos internos del cuerpo humano, yo intento diseccionar el alma”.

Hasta aquí los hechos probados.

¿Pero qué provocó semejante estallido? ¿Fue un eclipse, como Munch dijo? ¿Un volcán? ¿Una guerra? ¿Otro genocidio?

Me temo que no…

Charles Bukowski, que diseccionó la eterna resaca, fumó personajes, y vomitó caraduras en verso, señaló en un poema que a la locura no se llega por grandes males, duros golpes, drogas o excesos, eclipses o plagas bíblicas, sino por pequeños actos, dolores cotidianos que te desesperan, un “enjambre de trivialidades” continuas.

Así lo dejó escrito en El cordón de los zapatos:

 

No son las cosas importantes las que
llevan a un hombre al manicomio.
Estate preparado para la muerte o para
el asesinato, el incesto, el robo, el incendio,
la inundación.
No, es la serie continua de pequeñas tragedias
lo que lleva a un hombre al manicomio…

 

Tragedias como «el interruptor de la luz roto» o «el cordón del zapato que se rompe cuando tienes prisa», dejó escrito;

o cuando adquieres un ordenador nuevo de trinca, triple disco, máxima potencia, que vale más de mil euros, y no se enciende al llegar a casa (añado);

los semáforos, las rotondas, los radares, la multas, los pitidos como lenguaje primario;

el grito del jefe que descarga en ti sus pequeñas tragedias para evitar el manicomio a costa de tu próximo ingreso;

el ascensor averiado, a última hora de la tarde, cuando llegas cargado con el carrito de la compra el día de los vales-descuento;

el estruendo de una motocicleta en la madrugada;

quienes a la misma hora lanzan los vidrios al contenedor verde, uno a uno, golpe a golpe;

las obras del vecino del quinto, que está decidido a levantar lo que parece un castillo modernista;

el taladro y la radial que solo suenan a las 8,00 de la mañana por un misterio ancestral.

quienes no responden al «buenos días» en la panadería;

los turistas invadiendo la calzada como bandadas de atunes rojos narcotizados;

quienes no responden «buenas tardes» en la peluquería;

la risita prepotente del de recursos humanos tras decirte que no encajas en un perfil en el que tampoco él encajaría;

quienes no responden a los mails (especialmente si buscas trabajo o amor);

el que flirtea con tu novia en el bar;

la flaca que le guiña el ojo a tu marido tras insinuarte que estás gorda;

el que te narra con lujo pornográfico sus aventuras sexuales el día del 40 aniversario de tu matrimonio;

las obras, esta vez, en el tercero;

te sacas el graduado de derecho tras cinco años encerrado y te dicen que un político lo obtuvo en un año por intercesión de la virgen de los registradores;

la multa de Hacienda por no poder pagarte el gestor y tras haber hecho lo que te dijeron en la ventanilla (cambio de criterio nocturno);

el presentador del telediario gritando “alarma” “desgracia” «amenaza» “impactante” al cubrir la manifestación de los jubilados;

cuando tienes que desembolsar 275 euros de la cuota de autónomos y en ese mes solo ganarás 50 (es la ley, te dicen tras tres horas esperando la ventanilla);

cuando rechazas el curro de 50 euros y pierdes a tu único cliente;

patinaje artístico sobre las cacas de perros no recogidas;

cuando al fin reforman la ley de los autónomos y anuncian que solo se beneficiarán las embarazadas albinas nacidas en 1991 y que hablen finlandés;

Urdangarín que sigue sin entrar en la cárcel;

otro piropo machista;

los controles humillantes en el aeropuerto;

los funcionarios que hablan como robots;

los robots que hablan como funcionarios;

cuando ya desnudo en la fila del aeropuerto pita tu marcapasos;

el vecino de arriba pinchando bachata;

el vecino de abajo que parece estar muerto;

la noche en la que no te dejan entrar en la discoteca porque no vas vestido como un idiota;

cuando unos patriotas te gritan  «moro, vuelve a tu país», y tú tienes que recordarles que, aunque moreno, eres de Soria;

la niebla del fumador empedernido en la terraza cubierta del bar;

cuando sigues diciendo “must to” tras una vida estudiando inglés;

la noche en la que te das cuenta que todos tus amigos visten como idiotas;

salario Deliveroo con dos carreras, un master, e idiomas;

cuando no te dejan fumar en la terraza esos cretinos aunque estés en tu derecho industrial;

la gripe, los piojos, el dolor de muelas;

los doctores que tienen acciones en la industria del pescado azul y la ensalada;

las despedidas de soltero como maldición tribal (yo pasé por lo mismo, hermano)

el precio abusivo del AVE porque los ricos detestan los retrasos;

la picadura de un mosquito tigre justo después de que el camión de la basura haya recogido los cristales;

la cancelación de tu vuelo tras haberte desnudado;

el penalti no visto por el arbitro ciego;

la estampida vikinga, en la celebración de la copa, cuando aborreces el fútbol;

la celebración de la copa en la misma plaza en la que te multaron por jugar a pelota;

los captadores callejeros de las ONG que te acusan de asesinar a las ballenas por no hacerte socio;

el ciclista que atropella a tu anciano padre y le grita que “a ver si hace más deporte”;

el balance obsceno de los bancos;

cuando eres policía y la medalla se la lleva la virgen de los registradores;

tu madre que no se acuerda de las cosas;

tú que olvidaste el aniversario de tu madre;

la confusión del camarero con el café, como si «americano, corto de leche, con un punto de canela y dos de sacarina» no fuera una orden precisa;

los adolescentes, en su conjunto y entidad;

los solteros que no paran de invitarte a fiestas salvajes cuando acabas de tener tu primer bebé;

las personas que hablan idiomas que no entiendes;

los bebés que lloran en el autobús mientras su madre ronca;

los bares de chinos que se llaman Casa Paco;

los guays que empiezan a hablar con la chica en inglés y tu respondes “I must to”;

cuando el tarot se empeña en sacarte las cartas del diablo y el ahorcado y vuelves a tirar y sale lo mismo;

la desinhibición alcohólica con los jefes en la cena de empresa;

las tragaperras que son unas tacañas, usureras, indignas;

entonado, metes la pata hasta el fondo con el director general;

la comisión del banco;

te anuncian el despido al finalizar la cena: son las 12, acaban de publicar en el BOE la nueva reforma laboral;

otro boleto sin premio en la loto;

nueva comisión del banco;

otro rayo que no ha logrado impactar en la cabeza de tu cuñado;

anuncio de más dividendos obscenos, esta vez, las eléctricas;

nueva comisión por una tarjeta que jamás pediste…

las bodas que no te apetecen un carajo (y encima, el regalo);

tu cuñado que te dice que no quiere acompañarte a ver más tormentas eléctricas;

¡Dónde está Urdangarín!

y tú en la cárcel por robar una gallina o escribir una canción protesta;

miles de pasos para darte de baja de un servicio que tampoco pediste al pasar la tarjeta;

las olas de calor y la lluvia extrema justo el día en que tienes planeada la única escapada del año;

las listas de espera; las esperas sin lista;

las medusas que se creen con derecho al mar;

se cuelga Internet, y es la quinta vez;

se acabó la crema solar con medio cuerpo untado;

los peajes;

los que se mean en las piscinas y acusan a su madre senil;

el rastro de colonia en el ascensor de esa anciana que hubiera sobrevivido a los químicos de Auswitch;

pinchazo tras pagar el peaje;

llamadas telefónicas de publicidad sin tregua, los sábados, especialmente, a la hora de la siesta: Hola, me llamo Wendolin, ¿es usted el titular de la línea…?;

el vendedor que engaña a tu madre para suscribirse a la revista de taekwondo.

nuevo peaje; no llega la grúa; imposible pasar la ITV, tu coche es viejo y no tienes para autos inteligentes o ecológicos;

700 euros por una mazmorra que llaman loft;

la factura de la luz que es equivalente al gasto de una estrella mediana;

los que te pagan con motivación, buen rollo, posibilidades futuras;

la factura del agua que es equivalente a beberse el Orinoco;

las obras del vecino del séptimo, que envidia el lujo romano del quinto y el tercero;

los que te llaman pesimista cuando les dices que padeces cáncer;

cuando se ha estropeado el ordenador con toda tu vida dentro y los técnicos solo te dan la solución de «reinicia».

los políticos, los atascos, los políticos, los atascos (la vida de un madrileño medio, un barcelonés medio, y hasta de un oscense pequeñito);

el estreñimiento, el estreñimiento… y entonces, la diarrea;

la aspirina que ya no funciona y la droga dura que sigue prohibida;

los que escriben sobre por qué grita El Grito

Todas estas cosas, sumadas, encadenadas como el hilo de una parca infernal, merecen el aullido munchiano.

 

Litografía de El Grito, de Edvard Munch. Wikimedia Commons.

Litografía de El Grito, de Edvard Munch. Wikimedia Commons.

Creo que Munch sabía esto, aunque en su época, a finales del siglo XIX, la vida tenía otro aliento, los males eran otros. Deberíamos cambiar el horror del acoso publicitario, por ejemplo, por los duelos con pistola, aunque esta última calamidad sería la solución perfecta para la primera.

Al próximo tele-operador que llame, sea lunes, martes, miércoles o domingo, esté yo en la piscina, trabajando o en misa, pienso retarle: «Wendolin, ya puedes ir eligiendo a tus testigos».

Por estas gotas que colman el vaso de nitroglicerina, por la gravilla que nos golpea a diario el lóbulo frontal, Munch dibujó a su Grito sobre el puente de las pequeñas tragedias.

Hemos resuelto el enigma.

Como gran taxidermista del alma, era consciente de esto. Sabía que los seres humanos no alcanzan a comprender las grandes desgracias. Nada nos dicen, por ejemplo, cientos de personas a la deriva, mujeres, niños y enfermos, en el Mediterráneo; sencillamente, superan la escala del dolor trivial.

Ninguna respuesta emocional aparece si nos hablan del cambio climático, o de la extinción del 90% de las especies, o de unos gestores públicos que robaron millones de euros mientras una abuelita agoniza en el pasillo del hospital provincial. Pero ojo si osan desafiarnos, si se atreven a devolvernos mal el cambio, a salir a destiempo de la rotonda, a salpicarnos en la piscina…

Entonces sí: se precipitará el colapso, un aullido brutal, el rostro desencajado, atávico, infernal, sobrevendrá… ¡El GRITO!

 

3 comentarios

  1. Dice ser Munch

    Creyó que se había dejado el horno encendido

    15 junio 2018 | 00:11

  2. Dice ser Jorge - Yoopit

    Muy interesante lo que comentas Javier, puede ser todo lo que dices e incluso es muy factible más de una teoría.

    El grito de Munch, para mí y para muchos, es una de las mejores obras del expresionismo.. pero según tengo entendido, esta inspirado en una momia peruana que Munch vio en París, aunque son rumores.

    Buen artículo, y gracias por las reflexiones.

    Un saludo desde Alicante
    Jorge

    20 junio 2018 | 10:02

  3. Dice ser Albeiro

    Para esta es una de las mejores obras del expresionismo, muy buena obra de arte.

    12 julio 2018 | 00:39

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