La terapeuta que baila semidesnuda con 12.000 abejas

Pasos de ladrona de colmenas. Cautela absoluta. 12.000 aguijones curiosean por su carne. Esperan un espasmo, un grito, una señal de alarma, un aliento químico que dispare el ataque. Así debe moverse. Es una coreografía, un dúo entre muchos, dice.

Baña su cuerpo con una feromona. Las abejas luego se posan en la piel como atraídas por un conjuro de polen. Aguijones móviles, excitación eusocial. Entonces ella baila, casi desnuda, cubierta por un manto de seres que zumban, una masa promiscua.

Las atrae con esa sustancia que copia al componente que segregan las abejas reinas para mantener la cohesión en la colonia. La reina será el primer insecto que colocará sobre su piel. Miles de abejas la cubren después con devoción real. Invaden el torso y la cara de esta terapeuta y artista. Y ella, convertida en colmena ambulante, baila como si existiera el invento de la Madre de las abejas, como si las abejas entendieran a la mujer y pudieran amamantarse de ella, como si fuera posible esta sincronía que recuerda a la temeridad del hipnótico baile de las serpientes.

Se llama Sara Mapelli y se autoproclama, es natural, Reina Abeja. Su danza es una suerte de meditación new age: busca que expulsemos los miedos, apela a los nuevos flujos energéticos, quiere curar heridas, sanar la orfandad de la Naturaleza.

Celebra encuentros donde los invitados se sientan alrededor suyo mientras baila, medita, se la juega. A veces comen juntos: los comensales, ella, y las abejas. Ha recibido muchas picaduras que no le han robado su magia, asegura. Los movimientos son pausados. Los ojos están casi cerrados. Usa tapones en los oídos para que no se le cuelen los bichos más aventureros. Lleva bailando con las abejas desde el año 2001. Entonces era fotógrafa y tuvo una idea excéntrica: crear una camiseta de insectos.

Lo consiguió, pero hizo algo más, pudo entenderse con las melíferas.

Está convencida que las abejas tienen un mensaje que darnos. El baile empieza con la resistencia inicial de un cuerpo desnudo contra miles de cuerpos nerviosos provistos de seis patas y antenas, hasta que los insectos y ella empiezan a fluir juntas, a moverse a la vez, a entenderse, si esto es posible.

Ser una colmena humana conlleva sus riesgos. Es necesario usar la paz de la meditación. Dejarse llevar. Fluir. Experimentar la mente colmena, el abrazo móvil, reducir el miedo y las señales inconscientes de alarma. Sara Mapelli es uno de esos seres que transmiten relatos imposibles. Quien haya estado cerca de un apiario, sintiendo los picotazos defensivos sobre el traje aislante, sabrá de lo que hablo: tu miedo y la excitación de ellas, su superioridad y tu amilanamiento.

Las abejas no toleran a los cobardes, aunque tal vez sí, el baile.

5 comentarios

  1. Dice ser jelquing

    No me atreveria hacerlo solo pensarlo me da yuyu

    15 junio 2018 | 13:27

  2. Dice ser el mu

    A mí me picaron varias de estas señoritas abejas… pues eso … espero que no le pase nada , ya son ganas de jugar con la vida y total para nada y qué sentido tiene?

    16 junio 2018 | 00:49

  3. Thank you for your sharing. Thanks to this article I can learn more things. Expand your knowledge and abilities. Actually the article is very practical. Thank you!

    16 junio 2018 | 10:02

  4. Dice ser Hulio

    hola

    16 junio 2018 | 20:14

  5. Dice ser Digitalización

    La reina abeja en todo el sentido de la palabra…. que miedo!

    18 junio 2018 | 14:04

Los comentarios están cerrados.