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Un trabajo de Spiderman

«Mi papá trabaja de Spiderman». Esta es la respuesta que me dio un niño de 6 años cuando le pregunté sobre el trabajo de su padre. Me imagino que su progenitor le habrá contado que trepaba paredes y que andada por los techos de las casas. Pues bien, ya cerrando este miniserie de empleos de verano, este viernes quería escribir de esos ‘Spiderman’ que trabajan de cara al sol: los albañiles.

No es un empleo exclusivo de verano, pero es uno de los más duros en la época estival. Al tener más horas de luz, se trabaja más horas extras y en la mayor parte de los casos el trabajo es a la intemperie.

Lógicamente se gana más, pero yo diría que es poco por exponerse al calor más de cuarenta horas a la semana. Los hombres se colocan toallas mojadas sobre sus cabezas y sobre éstas sombreros y gorras para resistir al Astro Rey. La hora de comer les ofrece una tregua; solo entonces los hombres se refugian en esas casetas que parecen una lata de sardinas, pero al menos ahí encuentran sombra.

Lamentablemente el oficio de la construcción no está en auge ahora mismo, y digo lamentable porque ha sido el sector laboral que más ha empleado la mano de obra extranjera. Pero lo bueno de un inmigrante es la adaptabilidad a todo tipo de trabajo, pues para quien no lo sepa muchos de los ‘Spiderman’ que vemos colgados de los edificios no conocían este oficio cuando llegaron a España, pero lo aprendieron para ganarse la vida.

Del Machu Picchu a Ibiza

Pedro Quispe dejó los 3.200 metros de altitud del Cuzco y se vino a vivir al nivel del mar. Su casa es el barco donde trabaja. Allí comparte camerino con tres personas más: el capitán, el cocinero y la camarera, todos españoles. Pedro, que es ingeniero eléctrico, se ocupa de todas las instalaciones eléctricas del barco, y echa una mano a sus compañeros cuando el barco es alquilado para navegar por las aguas del Mediterráneo.

Este peruano, de 35 años, es otro latinoamericano que este verano trabaja de cara al sol. Su trabajo parece divertido, pero en los meses estivales no hay horario ni días de descanso para él, ni para la tripulación. Van recibiendo a grupos de amigos y familias, uno tras otro, y es imposible bajarse del barco.

En el verano su casa-barco está en el Puerto de Ibiza, y cuando llega el invierno alterna entre los puertos de Alicante y Barcelona. La ciudad condal es el sitio donde más tiempo ha estado en tierra firme, porque allí vive su hermano menor y siempre que puede va a visitarlo. Él le consiguió el trabajo en el barco y le ayudó a emigrar de Perú, donde había tenido una mala racha con los negocios de karaoke que tenía.

Allí, en el Cuzco, a 3.200 metros de altura, dejó a sus dos hijos y espera ahorrar algo de dinero para regresar. Pedro apenas lleva un año en España y tiene contrato de trabajo para otro año más. Después, «ya veremos», como dice él, y como ocurre con todas las historias de inmigración que se escriben por partes.

Trabajar en la playa de Madrid

Alex Paixáo trajo la playa hasta Madrid. Las olas de la mañana lo llevan a la Plaza Mayor y por la tarde lo empujan hasta la Puerta del Sol. En estos dos sitios del centro de Madrid, él hace surfing, ante la mirada atónita de los transeúntes. Los que se paran en su pedacito de playa brasileña a veces le sacan una fotografía, se ríen cuando parece que va a caer de la tabla de surf, y, cuando pasa el peligro, se acercan y le dejan unas monedas.

Así se gana la vida este brasileño, de 32 años, que es otro latinoamericano que este agosto trabaja de cara al sol. La idea de trabajar como estatua la tenía antes de emigrar, bueno en realidad estaba entre esto y ser bailarín. Pero al llegar a Europa, a Portugal concretamente, se empleó en la construcción.

Llegó a España al inicio del pasado invierno y aunque seguía empleado en el sector del ladrillo, empezó a montar la playa en Alcalá de Henares. Lo hacía únicamente los fines de semana. No ganaba mucho, unos 25 a 30 euros, más era el frío que soportaba.

Lo de ser una estatua surfista le surgió casi de carambola, un día que entró a una tienda deportiva y vio el traje de surf, entonces pensó que quedaría bien que un brasileño reprodujera la playa en Madrid.

Es un trabajo duro, las estatuas humanas tienen que controlar cada mínimo músculo de su cuerpo y petrificarse hasta que alguien arroje una moneda en su cesta. Sólo entonces se descongelan, hacen su gracia particular y aprovechan esos escasos minutos para colocarse en una mejor posición.

En verano se ven muchas estatuas humanas en todas las ciudades turísticas, sobre todo, en las ramblas de Barcelona. Alex probó suerte por allá, pero reconoce que hay mucha competencia, por eso volvió con su playa a Madrid. Aquí, en un día generoso, gana entre 40 y 50 euros.

Para el invierno, Alex está preparando un nuevo personaje que le ayude a soportar él descenso del termómetro. Se propone ser Shrek; ese ogro que es la antítesis del príncipe azul de los cuentos de hadas. Si eso ocurre, la próxima crónica que leeremos de él empezará así: érase una vez un brasileño que se disfrazaba de ogro para ganarse la vida en invierno.

¡Un avión es la solución!

El overbooking es una de las prácticas que genera más caos y dolor en los aeropuertos. Detrás de ese desbarajuste, que se produce sobre todo en verano, están las empresas aéreas (verdaderas anarquistas) que venden pasajes aéreos más allá de su capacidad. Y lo peor de todo es que tienen licencia para hacerlo.

¿Qué pensarán los gerentes al permitir que se vendan plazas de avión inexistentes? Se imaginarán que el número de cancelaciones va a ser tan grande que van a poder cumplir con todos sus clientes, o que les va a caer un avión del cielo (nunca mejor dicho) para operar todas las rutas programadas.

Pero no, la realidad verano tras verano siempre es caótica y dolorosa. Sobre todo si los pasajeros son inmigrantes que esperan años para poder ir a sus países. Estas personas nunca cancelarán un vuelo, al contrario estarán en el aeropuerto el día indicado, con varias horas de antelación, para no perder la vuelta a casa.

Es difícil ponerse en los zapatos de estas personas, porque el viaje de vuelta a casa tiene una carga emocional muy grande. Muchos han esperado años, tres, cinco, y hasta diez años, para volver a las ciudades y a los barrios que un día abandonaron por diferentes motivos. Da igual si se vino a estudiar, a trabajar, o detrás de un amor. La emoción de la vuelta es la misma para todos los emigrantes. Por eso duele cuando los vuelos se retrasan y se cancelan. ¿Cómo se explica a los que nos esperan en el otro lado del mar que no llegaremos en el día y a la hora señalada? Allí que también nos han esperado por años y que tienen listo y planchado el mejor traje del ropero para ir a recogernos al aeropuerto. Allí que ya han preparado la habitación y la comida que más nos gustaba. Allí que esperan que lleguemos para contarnos todas las cosas que pasaron durante nuestra ausencia, y mostrarnos fotos y reír. ¿Cómo les explicamos que no hay avión para volver a casa?