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A la caza de inmigrantes

El domingo, cuando leí la noticia sobre la cacería de inmigrantes sin papeles en Torre Pacheco, inevitablemente hice la analogía de la persecución que sufrieron los judíos y otras minorías en Europa, en la segunda mitad del siglo pasado. Y es que agruparon en las plazas del pueblo a todo aquel que tenía rasgos físicos diferentes al español o que hablaba una lengua distinta al castellano, y luego los enfilaron para su identificación.

Con todo el espanto que me produjo esta acción policial, llegué a ese pueblo murciano el martes para conversar con las personas que fueron retenidas durante horas. No fue fácil encontrarlas en un día entre semana, y no precisamente porque estuviesen escondidas, sino porque son personas que trabajan jornadas de 12 y 14 horas, en las inmensas naves industriales que rodean el pueblo, y solo aparecen por las noches, para abastecerse de alimentos o para conectarse con el otro lado del mundo desde un locutorio.

Mientras las esperaba me refugié del sol murciano en un bar donde sólo encontré a cuatro hombres sentados en la barra. Después de dar un sorbo a mi bebida helada me animé a hablarles. ¿Qué piensan de la redada masiva que hubo en el pueblo? Y sus respuestas fueron: “antes se quedaron cortos”, “deberían hacerlas cada 20 días”. “hay mucho parado y como no tienen que comer… bueno”.

Más tarde, cuando el sol dio una tregua, los inmigrantes empezaron a aparecer por las plazas y en la calle de los locutorios y les hice la misma pregunta que hice antes a los españoles del bar. Y sus respuestas fueron: “hay racismo”, “nos trataron como si fuéramos animales”, “no sabemos qué hacer”, “no les importó que tuviéramos todo en regla”, «es por esas leyes europeas que han aprobado».

Aquí un video que muestra el momento de la detención en una de las plazas del pueblo.

La gente me contó que en la comisaría les habían fichado con nombre y apellido, que les pidieron los nombres de sus padres y madres, la dirección y el teléfono, y luego les dejaron marcharse. Y a los otros, los que no tenían papeles, fueron trasladados en autobuses hasta Murcia y Cartagena, y fueron puestos en libertad un día después, pero con un expediente de expulsión abierto.

Mi visita sirvió para hacer un inventario de la mala fortuna que viven los inmigrantes de Torre Pacheco y sólo al final del día tuve un respiro, cuando iba a buscar a una familia de ecuatorianos y pregunté a un niño por la dirección de su casa. “Vamos”, me dijo, “yo vivo en esa calle”. Luego quiso saber a quién buscaba en esa calle y cuando le empecé a hablar de la familia de ecuatorianos, él me dio tres nombres de pila y me dijo que eran los nombres de los hijos de esa familia y su siguiente frase me dio alivio y esperanza: “son mis amigos, yo juego con ellos por las noches”, y se despidió sin hablarme mal de la inmigración.

¿Inmigrantes con un pie fuera de Europa?

Europa levanta sus muros y en todos los países miembros de la comunidad europea se habla de endurecer la política migratoria, de expulsar a los ilegales (unos 8 millones) y de restringir más la llegada de la fuerza laboral extranjera -aunque de momento el debate en Bruselas se haya aplazado-.

Pero el mensaje del sector privado es contradictorio, y cada dos por tres aparecen en la prensa titulares que rezan: España necesitará al menos 157.000 inmigrantes al año hasta 2020. No sólo eso, también abundan las personas que hacen negocio con la inmigración y venden ofertas de trabajo valoradas en 4.000 euros, y se negocia con matrimonios y los abogados de extranjería se conocen mil triquiñuelas para ayudar a inmigrar a más gente.

Eso se debe controlar. La estafa, el engaño, la venta de papeles falsificados. Es indiscutible que una buena economía convoca a los inmigrantes, pero así mismo, cuando esta situación de bienestar empieza a decaer, la gente de fuera hace sus maletas y busca mejores condiciones de vida.

No por nada ahora se habla del retorno voluntario. El gobierno ecuatoriano -que promueve el regreso de sus ciudadanos- ha recogido en dos meses las inquietudes de 3.000 personas que están dispuestas a volver, como los españoles emigrantes que otrora cruzaron océanos y luego volvieron a casa.

Por el cierre de los guantánamos europeos

Papeles para todos. Ninguna persona es ilegal. Estas fueron algunas de las consignas que gritaron las más de mil personas que asistieron a la concentración en Aluche, el día 12 de abril, y que pidieron el cierre de los centros de internamiento de extranjeros (CIES), calificados como «guantánamos europeos» por una red de treinta entidades sociales que trabajan por los derechos humanos, en materia de inmigración.

Los miembros de las organizaciones sociales han escogido ese calificativo porque las personas que llegan a un CIE permanecen incomunicadas y sólo pueden recibir una visita diaria, que dura 5 minutos y que se hace en presencia de dos policías por interno. Además, no se permite el contacto físico ni el suministro de alimentos –en algunos casos ni siquiera se ha permitido la entrega de ropa limpia- de parte de los visitantes.

Durante cuarenta días, las personas internas viven en condiciones de insalubridad, teniendo que desocuparse en las mismas habitaciones donde duermen, porque las salidas al baño son restringidas. Y cuando son expulsados se van con lo puesto, dejando desamparados a sus familiares e hijos, muchos de ellos niños que han nacido en España.

Las personas que defienden a las personas que son detenidas argumentan que:

“no tener papeles es una falta administrativa, equivalente a una multa de tráfico, pero nunca puede acarrear una pena privativa de la libertad”.

No son delincuentes y eso tiene que estar claro. Son personas que están arraigadas laboralmente, y algunas de ellas, incluso, han tenido permiso de trabajo anteriormente, pero no lo han podido renovar por diversas circunstancias. Muchos de los detenidos ya tienen citas para presentar las solicitudes por arraigo, pero les llega la mala hora y un policía vestido de paisano se les cruza en el camino y les pide sus papeles.

Un video sobre los CIE:

Cárceles como pequeños Guantánamos en España

Las cárceles, sin duda, son el sitio más idóneo para las personas que cometen delitos, pero qué pasa con la gente que está cumpliendo rutinas de trabajo y que es detenida en su trayecto de vuelta a casa. Los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) están llenos de hombres y mujeres que no hacían otra cosa que retornar a casa después de laborar.

Los agentes vestidos de paisano aparecen, sobre todo, en las paradas de autobuses y estaciones del metro. Se identifican brevemente mostrando su placa y piden papeles a los extranjeros. Los que no pueden justificar su permanencia en España lo tienen claro: van directo a las comisarías y de ahí a los CIE, que bien pueden ser comparados con pequeños guantánamos.

Esa es la tesis de una red que agrupa a varias entidades sociales, y que busca el cierre definitivo de estos centros. Parte de la red es la Oficina de Derechos Sociales del Patio Maravillas, en Madrid. Esta plataforma social realiza manifestaciones en varias ciudades de España; reclamando por los derechos de los sin papeles. Incluimos el video de una concentración en Valencia.

Las denuncias dan cuenta de maltrato policial, de hacinamiento, de tener que orinar en botellas y un largo inventario de atropellos a los derechos humanos. A eso se suma el aislamiento, pues los internos solo pueden recibir una visita diaria y ésta no puede superar los 5 minutos, y, además, siempre se realiza bajo la vigilancia de dos agentes.

La situación ha llegado al Parlamento Europeo y una comisión de expertos visitó los centros de Fuerteventura, Madrid, Barcelona, Málaga y Algeciras. Esta delegación concluyó que los inmigrantes son sometidos a un «sistema excesivamente estricto de detención de tipo penitenciario» que incluye el «encierro casi permanente en celdas» y la «limitación de paseos al aire libre».

Visto desde la calle, parece que ese fantasma de la ‘migra’, que hacía correr a los sin papeles en Estados Unidos, no existe en España, pero las expulsiones ocurren a diario: las personas son embarcadas en aviones comerciales y van con lo puesto, sin ni siquiera tener tiempo para despedirse de sus esposas, esposos, hijos, y demás familiares.

Esta misma semana conocí a una ecuatoriana, Paulina, cuyo esposo lleva 30 días detenido en el CIE de Aluche (Madrid). La pareja tiene 4 hijos, que han nacido en España, pero nada de eso cuenta a la hora de evitar que se ejecute la expulsión.

Las personas en los CIE saben que su encierro puede durar hasta 40 días (según la Ley de Extranjería) y viven cada uno de estos días con el alma en un hilo; porque en cualquier momento, llega un policía y le dice «vamos, que hoy sale un vuelo a tu país».

Hay muchos testimonios recogidos en canales alternativos, gracias a ellos se ha podido conocer lo qué ocurre dentro de los centros.

ESCUCHE EL TESTIMONIO DE UNA MUJER BOLIVIANA DETENIDA 39 DÍAS

Audio publicado en Más Voces : www.masvoces.org

ESCUCHE EL TESTIMONIO DE UN JOVEN DENTRO DEL CIE DE ALUCHE

Audio publicado en Más Voces : www.masvoces.org