Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

Archivo de 2010

Los que luchan por la convivencia en la miseria y la guerra

Sin caer en esa afectación a veces tan contraproducente que es el “buenismo” (prima lejana de esa costumbre de imponer lo dicho a lo hecho, las formas al fondo, que es la «corrección política»), nos sumamos también en este blog a la iniciativa por la convivencia que hoy se celebra en Internet.

Y lo hacemos en buena medida porque en estos casi cinco años de Viaje a la guerra hemos tenido la suerte de ser testigos, entre medio del dolor, la barbarie y la violencia, de no pocos gestos extraordinarios de personas anónimas con las que nos hemos cruzado. En la guerra, como en la pobreza, como en toda experiencia extrema, sale a flote lo peor y lo mejor de la condición humana.

Gestos anónimos a los que en más de una ocasión hemos puesto nombre y apellido en estas páginas y que hoy recordamos a modo de homenaje al compromiso y la lucidez de sus protagonistas:

. El doctor libanés Ibrahim Faraj, que durante 33 días operó – casi sin descansar y a pesar de la escasez de insumos y la proximidad de los ataques – en un hospital de las afueras de Tiro a las víctimas de los indiscriminados bombardeos israelíes.

. El doctor Denis Mukwege, al que tuvimos el privilegio en numerosas ocasiones en nuestros viajes a la República Democrática del Congo (el pasado mes fue la primera oportunidad en la que no pudimos coincidir con él, pues estaba en Suecia). Al frente del hospital Panzi de la ciudad de Bukavu lucha por recuperar a las mujeres víctimas de la violación en la guerra.

. Y a través de ellos, a tantos otros médicos a los que hemos podido entrevistar y que en tantas ocasiones no cejan en su trabajo a pesar de la falta de recursos, del propio riesgo que corren, como los integrantes del hospital Al Shifa en Gaza, o los de MSF en Sudán, Uganda o el Congo.

En África

. Mi buen amigo Patrick Kimawachi, que en Kibera dirige un hogar para los niños huérfanos del sida. Labor que desarolla desde que hace un par de década decidiera ir a vivir a esta barriada situada en la periferia de Nairobi, la más grande de África.

. También en Kenia, una mujer que nos visitó en Madrid: Agnes Paregio, líder masaia que ha dedicado su vida a tratar de terminar con la mutilación genital femenina entre su gente.

. Otra mujer a la que tengo el privilegio de contar entre mis amigos, y a la que vi hace tres semanas en Uganda, Rosemary Nyrumbe, que brinda una nueva oportunidad a las niñas secuestradas y violadas por el LRA.

.En Etiopía, Becky Kisser, que también vino a España gracias a vuestra generosidad, y que sigue allí, en Addis Abeba, dando cobijo a las mujeres que sufren de fístulas obstétricas.

. En el mismo país, pero ya en el desierto, junto a los nómadas afar, otra persona extraordinaria: Valerie Browning, australiana infatigable en el compromiso por los derechos de este pueblo acosado por el cambio climático y las políticas excluyentes del gobierno de Addis Abeba (podéis ver su trabajo en el siguiente vídeo).

. Al sur del continente, Milred Mahlanga, que saca a jóvenes como Cristina, enferma de sida y víctima de repetidos abusos, de las calles de Johannesburgo.

. Más cerca nuestro, por historia y distancia física, Maima Mahamud, que ofrece formación laboral a las jóvenes saharauis del campamento de refugiados de Dahla, en la hamada argelina.

En Asia

. De regreso en Calcuta, mi antiguo hogar, sin dudas merece un lugar destacado Alison Saracena, con su proyecto para enseñar informática a los niños de escasos recursos, y David Earp, que salva a los jóvenes discapacitados de las calles de esta ciudad. Con ambos mantengo una amistad de más de 12 años.

. También con Urmi Basu, que se instaló en el barrio rojo de Kalighat para rescatar a la niñas de las garras de la prostitución.

. Otro médico extraordinario, Alberto Cairo, del Comité Internacional de la Cruz Roja, que lleva veinte años asistiendo a los mutilados por las minas antipersona en Afganistán.

En América Latina

. En Argentina también la lista de nombres es larga: Margarita Barrientos, con sus comedores en Los Piletones; Isabel Vázquez, que recientemente perdió a su hijo, creadora de una asociación de Madres contra el Paco (la pasta base de coca). Y, por supuesto, mi antigua compañera de universidad y admirada amiga, tejedora infatigable de redes solidarias: Belén Quellet.

. En las favelas de Río de Janeiro, dos esfuerzos, el de la rapera Nega Gizza, que pugna contra la violencia a través del arte, y el de Rodrigo Baggio, que cuenta con más de 200 escuelas de informática para personas de escasos recursos.

Al revisar esta lista, que he redactado de memoria (y en la que seguramente se me quedan fuera algunos nombres), no puedo más que sentirme afortunado por haber conocido y mantener contacto con la mayor parte de estas personas. El trabajo que hacen en la sombra, lejos de las ideologías, de los maniqueísimos políticos, es toda una fuente de inspiración. Hechos más que palabras, que es lo que cuenta. Lo mejor que me llevo de este lustro de Viaje a la guerra

Foto: Niño enfermo es recogido de las calles de Calcuta (Hernán Zin)

Idea para un documental en el Congo

Una rotonda que coches y camiones circunvalan a paso de hombre, entre nubes de polvo y hordas de peatones, ascendiendo y descendiendo sobre los baches que pueblan la carretera, como si protagonizaran una torpe y descoordinada danza.

Una vasta protuberancia de tierra roja en la que convergen la arteria que conduce a Uvira, la que lleva al barrio de chabolas de Kadutu y la que dirige al centro de la ciudad de Bukavu, siempre dando tumbos sobre las abruptas irregularidades del suelo, siempre abriéndose paso entre la multitud que a todas horas del día se aprieta frente a las tiendas.

Cada vez que pasamos por ella para ir al hospital de Panzi – donde llevamos tres años rodando historias de mujeres víctimas de la violación como arma de guerra – fantaseamos sobre otro documental que nos gustaría hacer en este país. Un documental más abstracto, más contemplativo, que el de la violencia masiva contra las mujeres.

Fantaseamos en voz alta mientras giramos también alrededor de la rotonda, dando tumbos, cogiéndonos de las puertas del vetusto Toyota Corolla para no rompernos la crisma contra el techo, respirando en la nuca del vehículo que nos precede y sintiendo la respiración del que viene a nuestras espaldas.

Nos decimos que colocaríamos la cámara en una camioneta. Y que la haríamos dar vueltas durante horas, durante días. Así lograríamos retratar el fascinante universo que se congrega en la rotonda y que es un reflejo de la realidad del Congo. Jeeps atiborrados de soldados paquistaníes de la ONU; camiones que llegan desde las minas cargados de oro, coltán o casiterita; matatus apretados de trabajadores que viajan desde la periferia al centro de la ciudad.

Girar y girar y girar

Debatimos sobre el sistema de estabilización que tendríamos que emplear para amortiguar que los abruptos desniveles del suelo afecten a la cámara. Nos preguntamos si debemos ocultarla o no de la mirada de la gente, en especial de las autoridades, tan predispuestas como de costumbre a pedir una mordida, un kitu kidogo ante cualquier actividad fuera de lo normal.

Tratamos de vislumbrar cuántas horas, o cuántas jornadas de rodaje deberíamos demorar antes de cambiar la perspectiva de la cámara. Queremos captar la vida en los comercios de CD piratas, de ropa de segunda mano, gallina y huevos, que rodean a la rotonda.

Deseamos retratar a la muchedumbre que también se congrega en el centro. Un pastor evangelista que habla con vehemencia a sus fieles; un grupo de desafiantes jóvenes soldados del FARDC; un precario negocio en el que varios muchachos se dedica a hinchar neumáticos de coches a cambios de unos francos congoleños.

No puede faltar la gasolinera abandonada, destruida en la guerra, por la que la gente llama “Essence” a la rotonda, aunque su nombre oficial es Major Bangu. Tampoco podemos privarnos de rodar de noche, pues Selemani me dice que se trata de uno de los lugares más peligrosos de Bukavu, en el que resulta extraño que no suceda algo digno de contar.

Edición circular

El montaje lo tengo clarísimo: será obstinadamente circular, repetitivo, hasta desorientar al espectador del mismo modo en que nos sentimos mareados y confusos los que recorremos la rotonda entre la multitud de viandantes cargados de fardos y ruinosos coches que no pasarían la ITV en un millón de año. Y sobre la música, que enfatizarían la sensación de estar en un gigantesco bucle, escucharíamos las voces de la gente que se encuentra en la rotonda. Nos contarían sus anhelos, sus historias y emociones.

Por las noches, de regreso en el hotel Coco Lodge tomo apuntes en un cuaderno que tengo exclusivamente para proyectos futuros, donde ya se acumulan decenas de libros, reportajes y documentales que en su mayoría se quedarán allí, en el ámbito de las intenciones, de los sueños, de lo vivido a través de la fantasía.

Al tiempo en que escribo tomo conciencia de que el montaje circular tendría otra finalidad también: mostrar esa sensación de estar atrapado, cautivo, que muchas veces produce la República Democrática del Congo. Cada año escucho – y creo con esperanzas en lo que me dicen – que la situación va a mejorar, que la violencia va a terminar, que la normalidad volverá y con ella se podrá hacer algo de una vez por todas contra la miseria. Ya sea por la influencia de Obama, por la renovada amistad entre Kabila y Kagame, por la operación militar Kimia II.

Pero lo cierto es que cada año descubro que poco o nada ha cambiado, que la realidad sigue girando infernalmente obcecada, perseverante, alrededor del mismo dolor, de las mismas frustraciones.

Foto: Rotonda major Bangu, Bukavu, RDC (HZ)

Algunas ideas sobre cómo hacer vídeos de información para Internet

La semana pasada, mientras preparaba el vídeo de los niños que juegan con insectos en Uganda – y debido a que me traje del Congo un virus que me ha obligado a estar en cama – me puse a ordenar los discos duros y encontré este otra producción que habíamos hecho hace ya cuatro años, en los albores de este blog (y que nunca habíamos llegado a difundir).

Visto con distancia, lo cierto es que la presencia de la música me parece hoy excesiva. Debería haber concluido cuando Claudia comienza a hablar. A modo de torpe justificación decir que como sucede con tantas cosas en este medio en constante y vertiginosa evolución que es Internet, cuando nos lanzamos a hacer vídeos poca idea teníamos sobre qué camino debíamos tomar y los antecedentes y referentes eran escasos.

Sabíamos que teníamos que ser breves, pues lo que prevalece en la red es el salto constante entre contenidos, el zapping frenético que hace que debas ser preciso y contundente para captar la atención hasta el final de la pieza audiovisual (una concisión narrativa de la que, para ser honestos, nunca hemos hecho gala en este blog, más bien orientado al reportaje que a la anécdota, dado el menguante espacio que este formato está teniendo en la prensa convencional. Me refiero al reportaje, y no a la anécdota, ya que esta última sí da la impresión de estar ascendido de manera imparable).

Innovación y multimedia

Sabíamos que teníamos que ofrecer algo distinto, que no tenía sentido realizar una pieza clásica de informativo (aunque en 2007 lo hicimos desde Etiopía, en un vídeo sobre las migraciones y los enfrentamientos armados provocados en África por el cambio climático). En aquellos momentos tampoco abundaban las televisiones IP, como la que meses después lanzó este periódico y que sí han seguido ese camino, mayoritariamente gracias al empleo de imágenes de agencias.

Existía también la opción de los multimedia, que sorprendieron en sus orígenes pero que luego pecaron de cierta lentitud narrativa que choca con la quintaesencia de la web (nosotros los usamos en varias oportunidades para repasar la evolución del blog, como en los Tres años de viaje a la guerra).

Esto no quiere decir que la fascinante posibilidad de combinar fotografías, músicas y vídeos deba ser abandonada, pero sí que se le debe dar una vuelta de tuerca, quizás hacia terrenos más abstractos, más innovadores; quizás basándose en la revolución que suponen cámaras como la Canon 5D Mark II (que estrenamos en el pasado vídeo y que ofrece una profundidad de campo extraordinaria). Innovación que refleja este fantástico recorrido de Chris Hondros por Bagdad a ritmo y melodía de Johann Sebastian Bach.

A ritmo de favela

De todos los vídeos que realizamos, el que más éxito tuvo fue el de los tiroteos en las favelas de Río de Janeiro. En tres años ha tenido 177.336 reproducciones en You Tube, sin contar las específicas de 20 Minutos.

Y lo cierto es que hoy, observando el panorama desde cierta perspectiva – y con las sustanciales limitaciones de ser alguien más dado a buscar historias en el terreno que a la reflexión teórica sobre la comunicación -, me parece que esta clase de formato es uno de los más atractivos: el vídeo montado sobre la marcha, sin excesiva pulcritud, sin efectos, con sonido directo, como si estuviésemos acompañando al reportero, como si estuviésemos viendo sus brutos (de poder volver a hacerlo, le quitaría la locución).

Porque creo que eso es justamente lo que nos fascina de Internet, que es un espacio compartido, en constante evolución y movimiento, donde nada parece definitivo, donde no hay una voz jerárquica sino más bien un multitudinario y caótico diálogo horizontal al que el periodista se acerca para mostrar con franqueza las imágenes que ha captado, sin elaborar del todo, sin cerrarlas definitivamente, desde un prisma personal, subjetivo, que complementa a la noticia tradicional…

Los niños que pasean insectos en Uganda (vídeo)

El lunes de la semana pasada descubrimos con no poca sorpresa a estos niños en un campo de desplazados en Gulu, ciudad del norte de Uganda y epicentro del ya acabado conflicto que enfrentó durante más de 20 años a la guerrilla del LRA y al gobierno de Kampala. Niños que cogen insectos y los usan como mascotas, como juguetes. Algo que, en más de tres lustros de viajes por el mundo y varias visitas a Uganda, nunca había visto.

Tras varios días de presencia en el campo de desplazados (y más de 25 de grabación ininterrumpida en África, en lo que nos ha pasado un poco de todo, desde ser demorados en dos ocasiones por la policía secreta congoleña hasta que nos robasen parte del equipo en la cárcel central de Bukavu), disfrutamos gratamente de la oportunidad de abandonar durante unas horas el rodaje del documental y echarnos unas risas con los niños y sus familias.

Un momento distendido, de genuina comunión con la gente, de los que no han abundado en este accidentado viaje.

Ideas para sacar a África de la oscuridad

Al rodar con cámaras Panasonic P2 y Canon 5D Mark II, que no usan cintas sino tarjetas de memoria que obligan a descargar las imágenes de vídeo en discos de almacenamiento externo, este año hemos sufrido como ningún otro la crónica carestía de corriente eléctrica en África.

La pregunta que nos hacíamos cada noche al enfrentarnos a la impredecible y frustrante oscuridad de la habitación – además de querer saber de dónde sacan los africanos semejantes dosis de paciencia – era cómo puede hacer el continente para subsanar su déficit energético. Una labor que, si tomamos la corrupción endémica de sus gobiernos, el estado de deterioro generalizado de sus escasas infraestructuras y la falta de recursos para encarar nuevas obras, a simple vista parece imposible.

Sin embargo, existe un antecedente que invita al optimismo: los teléfonos móviles. En apenas unos años hemos sido testigos de cómo África se ha poblado de teléfonos gracias a la oferta de receptores a muy bajo precio de compañías como Nokia y la inversión en antenas de empresas como Safaricom, MTN y Zain. Entre marzo de 2008 y marzo de 2009, unos 96 millones de africanos pasaron a tener móvil (128 millones de indios y 89 millones de chinos en el mismo periodo).

Desde el campo de desplazados de Gulu, norte de Uganda, en el que estuvimos el pasado lunes hasta el barrio de chabolas de Kibera, en la periferia de Nairobi, donde comenzamos este viaje hace un mes, la presencia de los teléfonos móviles resulta más que evidente. Ni una sola de las personas a las que entrevistamos, por más humilde que fuera, carecía de su propio número y aparato.

No es una cuestión de lujo

Conversando con Mohamed Yunnus en Bangladesh, en el año 2001, me dijo que la revolución futura no pasaría por los microcréditos sino por el acceso de los más pobres, de los cientos de millones que constituyen la base de la pirámide económica, a las comunicaciones.

A través de su esquema de mujeres que ofrecían teléfonos en las aldeas, implementado por Grameen Bank, el Premio Nobel de la Paz de 2006 fue uno de los impulsores de la transformación del móvil de un elemento de lujo a un bien de primera necesidad (en su número del 26 de septiembre de 2009, The Economist explica en profundidad esta migración en el artículo “Eureka Moments”).

Y eso es algo que se ve hoy en América Latina, en Asia y también en África. Campesinos que ahora pueden saber al instante cuál es la cotización en los mercados de sus productos, trabajadores independientes – fontaneros, carpinteros, albañiles – que pueden estar comunicados y responder al instante a las ofertas de trabajo (por eso alguna vez he escuchado decir a un habitante de un barrio de chabolas que prefería recargar la tarjeta de su móvil a comer, llegado el caso de tener que elegir).

Las cifras hablan a las claras de este fenómeno: en el año 2000 apenas una cuarta parte de los 700 millones de teléfonos móviles pertenecían a ciudadanos de naciones en desarrollo; hoy, tres cuartas partes de los 4 mil millones de teléfonos en circulación a nivel mundial son usados por los habitantes de estos mismos países.

Sin banco pero con móvil

Y en algunos lugares de África, como en Kenia (donde en una década se pasó de 15 mil aparatos a 15 millones), los móviles también han reemplazado a los bancos, pues gracias al sistema llamado M-PESA puedes pagar con ellos, puedes recibir dinero de otra gente, puedes enviar dinero a tus familiares o amigos. Dinero que después se hace efectivo en cajeros. Sólo basta con escribir el número del destinatario, mandarle un SMS y al instante tu saldo pasa a su cuenta de teléfono. En Tanzania, por ejemplo, es toda una revolución si se tiene en cuenta que sólo el 5% de la población posee cuenta en algún banco.

En este sentido África, en su escaso desarrollo, dio un salto extraordinario al pasar de no tener redes de comunicaciones a la masificación de las comunicaciones móviles, siendo la tecnología 3G el próximo reto a conquistar. Omitió la etapa de las líneas fijas, en la que sí invertimos las sociedades ricas.

Lo interesante de esta historia es que esta mejoría cualitativa en la vida de millones de africanos no fue consecuencia de la ayuda al desarrollo – en la que en este blog hemos perdido la fe hace ya mucho tiempo – sino de la actividad económica dirigida a la base de la pirámide social como negocio rentable según demuestran las inversiones de decenas de miles de millones de euros de Bharti Airtel, France Telecom y Vodafone GB.

En el campo de la electricidad, la solución podría ser la misma: África no tiene tiempo ni recursos para invertir en suficientes proyectos de grandes dimensiones como centrales hidroeléctricas, pero sí puede apostar – como hizo con la telefonía – por las soluciones locales, a pequeña escala, móviles, para comenzar de una vez por todas a iluminar el continente, a darle la energía que le permita integrarse de pleno en el siglo XXI (en la próxima entrada, algunos datos e ideas).

Foto: Linternas para todos los gustos en las calles de Gulu, Uganda (HZ)

Venturas y desventuras de rodar con cámaras digitales en África

Cámara Panasonic AG-HVX201: 4.500€

Ordenador Mac Book Pro 13 pulgadas: 1.100 €

Disco duro Lacie 4TB: 620 €

Disco duro Lacie 4TB (back up): 620 €

Tarjeta Panasonic P2 64GB: 810 €

UPS y estabilizador Airstar UPS650VA: 120 €

Programa descarga Shot Put Pro: 80 €

Vela: 500 francos congoñelos.

Sí, vela para sentarse otra noche henchida de calor y mosquitos pletóricos de malaria en la habitación del hotel a ver cómo la ausencia de corriente eléctrica impide transferir las tarjetas P2 – problema que no teníamos hace apenas un par de años, cuando registrábamos la información en cintas – y recargar las baterías para el próximo día de rodaje.

Para todo lo demás – incluida la música atronadora que sale de un garito vecino que sí tiene luz y que no nos permite pegar ojo hasta las dos de la mañana -, enormes dosis de paciencia, como parece requerir siempre África a quienes estamos de paso, pero principalmente a los propios africanos.

Foto: HZ

Sobre cómo no conseguir una acreditación de prensa en el Congo (2)

Continúa de la entrada anterior…

Antes de dejarnos marchar con la promesa de que apenas llegue la autorización de Kinshasa nos contactará por teléfono, Gertrude me lanza varias preguntas sobre la situación del país. Como no podía ser de otra manera, mis respuestas son todas positivas. “En los años que llevo viniendo al Congo he visto grande mejorías. Este país prosperara por minutos”. Sólo me falta decir que hay momentos en los que no sé si estoy en la República Democrática del Congo o en Suiza.

– Espero su llamada Mamá Gertrude, necesito ese permiso, no me falle – le digo y el vuelvo a coger la mano, aunque en esta ocasión no se la beso.

Salimos del despacho de la primera planta. Paredes descascaradas, sillas de patas oxidadas, baldosas resquebrajadas, tambaleantes. En el interior de una habitación – donde se entregan los certificados de buena conducta para los pasaportes – un hombre enjuto, calvo, toma notas en un cuaderno de lo que va diciendo una señora mayor a la que acompaña un joven que, por el parecido físico, debe ser su hijo. El resto de los presentes escucha indiferente.

Entre el desorden y el polvo destacan las pilas de carpetas que crecen desde la baldosas, se inclinan y se apoyan contra las paredes. Legajos de criminales que por el color amarillento de las hojas no pueden más que estar cumpliendo alguna condena divina. El único ordenador de la policía secreta de Bukavu – tan secreta que todo el mundo sabe dónde queda – es el que Gertrude tiene en su oficina. Lo demás, esmerada caligrafía.

Entre mordidas

Hace tiempo que aprendí que si al recorrer un edificio público del Congo muestras cierta vacilación, preocupación o debilidad, entonces puedes empezar a escuchar en tu imaginación la música de los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. Estás a punto de ser perseguido, cazado y devorado a dentelladas (sí, las famosas mordidas). Es como si los funcionarios olieran la sangre de la potencial víctima y no pudieran evitar el instinto natural de lanzarse sobre ella.

Selemani entrega un par de billetes de 500 francos congoleños al empleado de andar flemático y respuestas monosilábicas que nos recibió una hora antes y a una joven funcionaria de la policía secreta que se inventa no sé que historia sobre el uniforme escolar de su hijo. Esquiva a tres espontáneos más que piden su parte de lo que ellos consideran su botín y yo mi presupuesto de rodaje, y se detiene en seco frente a la salida.

Hasta el conserje – con su sombrerillo triangular a lo Mobutu, sus ojos vidriosos y su aliento a cerveza Primus – se siente con derecho a un regalo. A cambio de abrirnos la puerta y dejarnos volver a la calle quiere mi gorro (ya las gafas de sol me las robaron tres días antes rodando en la prisión Central de Bukavu).

Los pequeños mobutu

De regreso al hotel la policía de tráfico nos detiene en tres rotondas distintas. Nos asaltan los agentes de amarillo acerca de los cuales ya escribí en este blog: los pequeños mobutu de Bukavu. Hoy van a la yugular, no se andan con argucias ni excusas, quieren dinero.

Hoy, finalmente caemos en la cuenta, es sábado, día en el que todo aquel que detenta cierto poder parece desesperado por conseguir una mordida, un soborno, para salir a cenar con la familia, irse de putas, emborracharse (o las tres cosas al mismo tiempo). De allí esta suerte de presión colectiva sobre los recursos ajenos.

En la última de las rotondas en la que nos detiene la policía para pedirnos otra vez los papeles del coche, un hombre golpea con premura la ventanilla. Es Leonard, el empleado de Migraciones que lleva cinco días persiguiéndonos por la ciudad. Sostiene que de nada nos servirá el permiso de filmación del ANR si no pasamos por su oficina a registrarnos también.

En realidad, el permiso original para filmar lo otorgaba la Radio y Televisión pública. Después lo empezó a dar la ANR. Y ahora Migraciones se quiere sumar también. Una suerte de lucha entre instituciones a ver quién saca más dinero a los extranjeros. La primera vez que Leonard nos abordó en la calle intenté razonar con él:

– Son 150 dólares del visado. Otros 10 dólares por registrarnos en la frontera. Y 75 dólares más en la policía secreta. Si desplumáis de esta forma a cada muzungu que pasa por aquí nunca va a venir el turismo. Y con el lago y los gorilas, Bukavu tiene un gran potencial turístico.

Leonard me mira. Piensa. Por un instante acarició la esperanza de que claudique y admita que tengo razón y que el obstinado pillaje al que tantos congoleños están dedicados a tiempo completo no es más que una forma de suicidio colectivo.

– Tengo la comunicación oficial en mi oficina. Dice que cada extranjero tiene que registrarse en el departamento de inmigración. Son 30 dólares.

Todo se arregla con dinero

Nos deshacemos del último policía corrupto del día y de Leonard, al que prometemos que el lunes iremos a ver a su despacho, y seguimos camino al hotel en esta nublada tarde de sábado. Nos invade cierta tristeza. Duele descubrir un país sin reglas, sin pacto social, como el Congo, en el que se malgastan tantos esfuerzos y recursos en la labor diaria por engañar al otro, por timarlo, por quitarle lo que tiene. Esfuerzos y recursos que deberían ser destinados a luchar contra la miseria generalizada que aquí impera.

En la penumbra de la recepción, con una cerveza Primus de por medio, debatimos sobre si debemos a o no ir a la minas ya que carecemos de permiso de rodaje. Evaluamos riesgos, posibles complicaciones. Al final nos decimos que sí, que debemos ir. En el peor de los casos, si nos detiene el ejército o la policía secreta, no necesitaremos más que dinero para poder abrirnos camino.

Sobre cómo no conseguir una acreditación de prensa en el Congo (1)

Primera planta de las oficinas de la ANR (Agencia Nacional de Información) en Bukavu, organización a la que todos aquí conocen como la “policía secreta”. Frente a mí Gertrude, su directora interina. Una mujer rubicunda, entrada en años, tocada por una peluca alta y pomposa como una tarta de boda.

Imposible evitar que los ojos se me vayan a los cabellos ensortijados que le cuelgan del mentón. Aunque me lo han explicado, reexplicado y perjurado mil veces, sigo sin asumir que a los congoleños les parezcan sensuales las mujeres con barba.

– ¡Mi hijo! – exclama Gertrude haciendo que los demás empleados que se encuentran en el despacho sonrían obsecuentes -. Te devolvemos el dinero ahora mismo si ése es el problema.

– Mamá Gertrude – le cojo la mano y se la beso -. No hace falta que me devuelva el dinero. Confío en usted ciegamente.

– Toma, toma el dinero – insiste y señala la puerta a uno de los empleados. Quiere que lo vaya a buscar.

– No, por favor – me interpongo, aunque lo cierto es que nadie se movido del sitio -. Tiene que comprender Mamá Gertrude que he venido con mi equipo a rodar desde España y como no tenemos el permiso llevamos cinco días sin hacer nada, sentados en la habitación del hotel.

Es verdad que estamos esperando el permiso. Pero es mentira que no hayamos salido a grabar. Hemos estado rodando a diestra y siniestra. Doce horas al día. Ellos lo saben del mismo modo en que yo sé que están demorando el permiso para ver si más dinero pasa de mis bolsillos a los suyos. Cooperación internacional creo que lo llaman.

– Hijo mío, enviamos tu solicitud a Kinshasa y no nos responden.

– Ya lo sé Mamá Gertrude. La burocracia de la capital. Como si Mobutu nunca se hubiera ido – a la gente de provincias le encanta el discurso contra el poder central, que siente que la ignora -. Lo que no entiendo es que todos esto días en los que he venido para ver si estaba el permiso no me quisieras atender. Hoy me he tenido que enfadar y montar el numerito para que finalmente me recibieras.

– Madame Gertrude, trabajo con Hernán hace años y le puedo asegurar que todo lo que escribe es positivo. No es como los americanos y los belgas, viene de España, un país amigo del Congo – interviene Selemani, nuestro guía y traductor.

– Mi hijo, tu puedes filmar en esta ciudad aunque el permiso no esté listo. Lo sabes. Lo que no puedes hacer es ir filmar a las minas.

– ¿A las minas? Mamá Gertrude, ¿cómo me dice eso? ¿Qué se me ha perdido en las minas? Ya sabe que estamos haciendo un documental sobre la vida social del Congo. Nada de política.

Lo cierto es que tenemos planeado salir esta misma tarde hacia las minas. El año pasado fuimos a las de Walungu, como ya contamos en este blog, donde la policía secreta nos hizo la vida imposible.

Este año queremos adentrarnos aún más en el territorio controlado por el FDLR. Vamos a ir a los yacimientos de oro y casiterita en la región de Mwenga. Sabemos que sin el permiso el viaje puede ser un desastre debido a los puestos de control del ejército, las delegaciones de la ANR y esos miles de ojos que tienes la sensación de que siempre te están mirando aquí en el Congo.

Termina en la próxima entrada…

La casa de las víctimas de la violación en la guerra del Congo

Hay historias que como consecuencia de los perentorios plazos de los viajes guardan matices, desarrollos, que se nos escapan.

Hace dos años conté en este blog desde el Congo la historia de Nsimire, esclava sexual durante ocho meses de los soldados hutus del FDLR que decidió no abortar y dar a luz a la niña que le había engendrado alguno de sus captores. Le puso de nombre Asima, que quiere decir “Amada por Dios”.

“En  el campamento de los Interhamwe había 28 chicas retenidas. Le doy gracias a Dios por haber sobrevivido”.

Lo que no sabía, y descubrí hoy mismo al volver a ver a Nsimire y Asima, es que en esa descascarada y paupérrima casa en las que las retraté viven otras mujeres víctimas de la violación como arma de guerra: Chantal, Solange y Mapendo.

“Me violaron dos soldados del FDLR a los 14 años. Me trajeron aquí, al hospital. Cuando regresé a Kamanyola, los soldados me volvieron a violar. Por eso prefiero estar en esta casa, aunque vivimos en la miseria al menos me siento segura”, me explica Mapendo, que tiene 16 años y lleva cinco meses de embarazo.

Foto: HZ

De accidentes en el Congo

Tras cuatro días de viaje a las minas de la región de Mwenga – que me tuvieron, entre otras cosas, alejado de estas páginas -, regreso a Bukavu y me encuentro con la noticia de la desaparición más de 270 personas tras el naufragio de dos barcos en los ríos del Congo.

Dejando a un lado el pesar por la evitable pérdida de vidas, lo que extraña – ahora que aún tengo latentes en el cuerpo las irregularidades de las carreteras congoleñas – es que no sucedan más accidentes dado el estado de las infraestructuras en este país en el que nada que sea público parece funcionar como es debido.

También sorprende la paciencia de la que dan cuenta los congoleños. Si bien el Land Rover en el que viajábamos sufrió cuatro pinchazos; en media docena de ocasiones tuvimos que empujarlo debido a problemas con la batería; y ya en los últimos kilómetros se rompió el freno, por lo que encaramos la larga curva descendente de la Nacional Dos hacia Bukavu sin respirar con excesivo brío; ninguno de mis compañeros de periplo – conductor, traductor, integrante de ONG de defensa de los DDHH – se quejó o dio señales de hastío en momento alguno.

Supongo que en cierta medida es la forma en que se encaran aquí los “safaris”. Safari Njema! No se sabe a qué hora se llega ni parece importar demasiado a qué hora se deba o pueda hacerlo.

Porque en nuestro desplazamiento de hoy desde la ciudad de Kamituga, con algunos de los coches con los que coincidimos en los primeros “check points” después nos volvimos a cruzar y los descubrimos varados con motores rotos, neumáticos pinchados. Rutas plagadas de baches y vehículos que no pasarían la ITV ni en un millón de intentos conformaban sin excepciones el paisaje de nuestro viaje en la región de Mwenga.

Sin noticias del puente

El punto estelar llegó cuando en el camino de regreso encontramos a uno de los puentes, que ya a la ida habíamos cruzado con dificultad debido a la progresiva desaparición de las maderas que lo cubrían, absolutamente desnudo.

Hileras de coches se congregaban a ambos lados. Pasajeros de matatus y camiones bajaban con sus maletas y pugnaban por cruzarlo por uno de los durmientes de la vacilante estructura (la paciencia se había esfumado, y justo en ese momento en el que había un peligro tangible, la gente se empujaba, avanzaba rápida y atropelladamente).

Los vehículos pasaban por dos trozos de madera astillados que apenas se sostenía sobre la estructura de metal. Aunque alguien siempre hacía el favor de dar indicaciones a los conductores, lo cierto es que el accidente daba la impresión de resultar inminente. Alguno de todos esos vetustos cuatro por cuatro y camiones chinos iba a terminar en el fondo del agua. Estaba escrito.

Cuando pasamos al otro lado lo celebramos. Avanzamos hacia Bukavu sin mirar atrás. Sabíamos que a nuestras espaldas la procesión seguía, a cada momento más tumultuosa, más irrefrenable, más al borde del abismo…

Foto: HZ