Archivo de abril, 2024

Las artistas de vanguardia que estudiaron en el extranjero gracias a la JAE

Por Carmen Gaitán Salinas e Idoia Murga Castro (CSIC)

Entre 1907 y 1939, la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), antecedente del CSIC, concedió más de 1.800 pensiones a especialistas en ciencias y artes para que pudiesen estudiar en prestigiosas universidades e instituciones extranjeras. El objetivo de este innovador programa era abrir los centros de enseñanza e investigación españoles a los países más avanzados en educación superior.

Resulta difícil saber el número exacto de personas que recibieron estas ayudas, ya que algunas se concedieron a grupos, pero se calcula que una de cada nueve personas pensionadas fueron mujeres. Aunque entre ellas hubo científicas, el 90% viajaron como maestras y docentes. En este grupo tuvieron un singular papel destacadas artistas modernas, como Maruja Mallo, Aurora Gutiérrez Larraya, Matilde Calvo Rodero o Isabel Pascual Villalba.

Estudio de Ventura de la Vega, por Matilde Calvo Rodero. Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid

Estudio de Ventura de la Vega, por Matilde Calvo Rodero. Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid

Las ayudas de la JAE tenían una finalidad aplicada, por lo que la mayor parte de las que se concedieron en el ámbito artístico se dirigieron al contexto industrial y decorativo. Esta es la razón por la que la mayoría de las artistas que las disfrutaron orientó sus solicitudes hacia la carrera docente de niñas y jóvenes o a aspectos relacionados con las prácticas artísticas entonces consideradas como femeninas: la encuadernación, la escenografía y, especialmente, las labores de aguja.

Becas para aprender labores de aguja

Una de las pioneras en la realización de este tipo de estancias internacionales fue Aurora Gutiérrez Larraya, de quien se conserva una primera solicitud de 1910 en la que proponía visitar distintos centros de Alemania, Inglaterra y Bélgica para aprender dibujo, pintura y técnicas de trabajo sobre cuero, asta y metal. En esas estancias también se especializó en el ámbito textil a partir de la práctica de distintas técnicas de encaje de Bruselas y Flandes, así como de estampados sobre algodón, terciopelo y seda.

Gracias a ello, Gutiérrez Larraya se convirtió en una de las introductoras en España de la técnica del batik, que consiste en teñir tejidos utilizando cera. Importada por los circuitos coloniales desde Java a través de Holanda, esta técnica llegó a convertirse en una auténtica moda en los años 1920 en Europa y con ella experimentaron numerosos creadores.

Buda, por Victorina Durán (1921-1926). Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid

Buda, por Victorina Durán (1921-1926), realizado con la técnica batik. Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid

A su regreso de uno de aquellos viajes, remitió una memoria justificativa a la JAE en la que argumentaba la necesidad de impulsar la educación de las mujeres a través de las artes, y reclamaba a la institución una mayor atención y medios con los que crear una escuela en la que impartir las novedades aprendidas fuera: «Quisiera que en mi patria las conocieran y estimaran, quisiera enseñar sus técnicas, quisiera crear una escuela donde se estudiaran todas estas cosas, pero carezco de medios para ello”. En su misiva también señalaba: “Hubiera pretendido tomar parte en oposiciones, pero las clases que se anuncian y los ejercicios que para lograrlas se realizan son diametralmente opuestas a este buen gusto, a estas orientaciones que no son mías, sino que he adquirido con dinero de España, en mis estudios por España, pagadas para traerlas a mi patria y que pertenecen por tanto a mi patria». Desgraciadamente, Aurora Gutiérrez Larraya falleció prematuramente, con apenas cuarenta años, sin haber podido materializar aquellos prometedores proyectos.

Otra de las becarias especializadas en encajes y bordados, por entonces profesora de la Escuela de Artes Industriales de Madrid y de la Escuela Normal Central de Maestras, fue Isabel Pascual Villalba, quien pudo estudiar de primera mano las técnicas en estos ámbitos desarrolladas entonces en distintas ciudades francesas y belgas durante seis meses. Por su parte, las hermanas Antonia, María y María Josefa Quiroga y Sánchez Fano, docentes del Instituto-Escuela, ubicado en Madrid, lograron pensiones breves en ciudades de Inglaterra y Gales para estudiar su artesanía y otras cuestiones, como decoración sobre tejidos, encuadernación, esmaltes y joyería, en la Central School of Arts and Crafts del County Council de Londres. A su regreso, lo aprendido se transfirió a través de sus clases a un amplio alumnado, e incluso llegaron a exponer parte de su obra en el Lyceum Club Femenino de Madrid.

Cubierta de Labores y Modas, por Manuela Balllester (1935). Colección particular

Cubierta de Labores y Modas, por Manuela Balllester (1935). Colección particular

Las artistas modernas y las artes decorativas

Pero, además del protagonismo de la aguja promovido por la JAE, otras estudiantes y profesionales pudieron ampliar su formación en ámbitos ligados al adorno y la decoración. Esto sucedía precisamente en un momento en el que, en distintos puntos de Europa, se cuestionaban las jerarquías entre las artes y las artesanías a favor de la democratización del diseño, como defendieron el movimiento británico Arts & Crafts o la Bauhaus alemana.

Dos de estas becarias fueron las compañeras y amigas Victorina Durán y Matilde Calvo Rodero, ambas estudiantes de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, trabajadoras del Museo Nacional de Artes Industriales y luego docentes en distintas instituciones femeninas. En 1925, año clave para el desarrollo del art déco que eclosionó en la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París en la que participaron, ambas adquirieron importantes experiencias en torno a la encuadernación artística, el dorado, el mosaico de pieles, el tarso y la estampación de telas.

Diseño de fuente para jardín, por Matilde Calvo Rodero y José Joaquín González Edo (1925). Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid

Diseño de fuente para jardín, por Matilde Calvo Rodero y José Joaquín González Edo (1925). Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid

Figurín para "Los medios seres", por Victorina Durán (1929). Museo Nacional del Teatro, Almagro

Figurín para «Los medios seres», por Victorina Durán (1929). Museo Nacional del Teatro, Almagro

Otra especialidad apoyada a través de las pensiones de la JAE fue la pintura de paisaje, en la que destacó una talentosa María Luisa Pérez Herrero. Como docente de la madrileña Escuela Normal de Maestras y pensionada de El Paular, fue beneficiaria de distintas convocatorias entre 1923 y 1934, esta última truncada por su inesperada muerte a los treinta y seis años.

Quizá de todas estas artistas, la que más ha trascendido hasta el momento ha sido la pintora surrealista Maruja Mallo. Sin embargo, poco conocida resulta su dedicación a la escenografía de danza y teatro gracias a una pensión de la JAE que pudo disfrutar en París. Allí no solo aprendió diseños de decorados y figurinismo junto a los artistas Jean Hugo y Louis Marcoussis, sino que frecuentó un contexto técnico tan puntero como los estudios cinematográficos de la Paramount y Pathé Natan.

Canto de las espigas, por Maruja Mallo (1939). Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid

Canto de las espigas, por Maruja Mallo (1939). Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid

Este breve recorrido por la trayectoria de algunas de las artistas de las vanguardias que fueron pensionadas por la JAE muestra la importancia que tuvieron sus experiencias formativas en el extranjero para su proyección profesional y para la adquisición y transmisión de conocimientos. De todas ellas habla la exposición Al bies. Las artistas y el diseño en la vanguardia española, que pudo visitarse recientemente en el Museo Nacional de Artes Decorativas. El catálogo de la muestra está disponible en acceso abierto en el repositorio institucional Digital CSIC.

* Carmen Gaitán Salinas e Idoia Murga Castro son las comisarias de la exposición y científicas del Instituto de Historia del CSIC.

Pareidolia: en ocasiones veo caras

Por Miriam Caro y Emilio Tejera (CSIC)*

¿Quién no se ha tumbado sobre la hierba, en una apacible tarde de verano, y ha jugado a encontrar formas en las nubes? De igual manera, somos capaces de ver rostros, animales y otros elementos familiares en enchufes, casas o paisajes. Internet está lleno de imágenes de objetos con estas cualidades, pero los seres humanos llevamos estableciendo estas analogías visuales desde hace miles de años.

Roca ubicada en la isla volcánica de Heimaey, al sur de Islandia. / Diego Delso (delso.photo)

Nuestra tendencia a ver más de lo que realmente hay explicaría que el Dolmen de Menga, construido hace más de 5.650 años en la actual provincia de Málaga, se alce frente a la Peña de los Enamorados, con su forma de cabeza. También parece probable que los antiguos homínidos desenterrados en el yacimiento de Makapansgat, en Sudáfrica, se hayan dejado encandilar por un guijarro encontrado en esa zona que, de manera natural, se asemeja a un rostro humano.

Caras por doquier

La creación de este tipo de analogías visuales por nuestra mente se denomina pareidolia. Aunque en un principio se asoció a patologías mentales, hoy tenemos claro que es un comportamiento común en el ser humano desde una edad muy temprana. Es la base del famoso test de Rorschach, y también de los emoticonos. Se ha empleado en el arte, en educación y en medicina, y hay lugares turísticos que han alcanzado notoriedad gracias a él, como la Ciudad Encantada de Cuenca.

La neurociencia ha comprobado que mientras ocurre el fenómeno se activan las mismas áreas cerebrales que reconocen esas formas cuando son auténticas, aunque de una manera ligeramente más lenta que si los estímulos fuesen verdaderos. Los estudios confirman la sabiduría popular acerca de que cada persona evoca imágenes distintas, pero que esas percepciones se mantienen con el tiempo, aunque hayan tenido que señalárnoslas al principio. Compartimos esta capacidad con otras especies, y puede verse alterada por procesos como el embarazo, o en varios tipos de trastornos mentales y neurodegenerativos, lo cual podría contribuir a su tratamiento y diagnóstico.

El hecho de ver caras o formas en todo lo que nos rodea se explica porque nuestro cerebro está preparado para simplificar el entorno. Ya habló de ello la ley de la pregnancia de la Gestalt, según la cual la percepción tiende a adoptar las formas más sencillas posibles. Dentro de esta ley general, nos encontramos con las leyes particulares de proximidad, de cierre, de continuidad o de semejanza, que explicarían el porqué de la pareidolia. Los estudios parecen indicar que, en efecto, nuestras neuronas nos predisponen a “completar el dibujo”, y pueden detectar caras a partir de elementos aislados (sobre todo similares a ojos) más que de imágenes en conjunto, aunque muchos de estos aspectos aún se discuten.

Reconocer elementos sueltos como parte de un todo

La pareidolia forma parte de un concepto más amplio denominado apofenia, por el cual inferimos patrones a partir de datos aparentemente aleatorios. En realidad, sólo es una derivación de un fenómeno normal, y útil desde un punto de vista evolutivo: el ser humano tenía que ser capaz de detectar predadores a su alrededor a partir de sutiles percepciones en el entorno, como movimiento, sonido o algo parecido a unos ojos. Y esto explica que funcione tan bien para reconocer rostros, porque debíamos detectar al vuelo el estado mental de quien nos acompaña, para así decidir con rapidez cómo reaccionar.

Esto nos ha ayudado a sobrevivir, e incluso, más adelante, ha formado parte indeleble de algunas nociones culturales del ser humano: desde la creación de las constelaciones hasta la interpretación paranormal de determinados eventos. De hecho, la ciencia también se basa en ese mismo reconocimiento de patrones, con una salvedad: en lugar de creernos lo que, a primera vista, sugieren nuestras impresiones al relacionar ciertos sucesos (origen de buena parte de las teorías de la conspiración), nos dedicamos a comprobar si las conexiones que genera nuestra mente tienen algún fundamento real.

Vivienda en la ciudad de Sibiu, en Transilvania (Rumanía) / Helena Tejera Puente

En el cuento Funes el memorioso, Borges habla de un hombre con una memoria tan exacta que, para él, era distinto un perro de frente que uno de perfil. Eso le impedía ejercer la capacidad de abstracción y, por tanto, le hacía imposible pensar. La pareidolia, en el fondo, forma parte de lo mismo que nos hace interpretar los símbolos más primitivos (entre ellos los jeroglíficos, o ciertos motivos del arte rupestre) y, por tanto, tiene que ver con mucho de lo que ha sustentado nuestra civilización. Así que, la próxima vez que veas una oveja en una nube, no la desprecies: es más real de lo que parece.

*Miriam Caro y Emilio Tejera son miembros de la Unidad de Biología Molecular del Instituto Cajal (CSIC).

Hablando se entiende la gente: ¿deliberamos?

Por Ernesto Ganuza (CSIC)*

La deliberación es un tema ampliamente trabajado por la sociología política. Su punto de partida bien podría tomarse del refranero: “hablando se entiende la gente”. Es cierto que suena un poco extraño hoy día, cuando la polarización se come todos los debates imaginables, pero hay mucho trabajo científico que demuestra el poder de las palabras. Para la sociología política, la deliberación es un mecanismo mediante el cual la gente toma mejores decisiones.

Ilustración de un grupo de personas deliberando. Iuliia Sutiagina / Vecteezy

Iuliia Sutiagina (Vecteezy)

Sin embargo, la deliberación resulta extraña a mucha gente porque solemos imaginarnos con preferencias e intereses sólidos, difíciles de cambiar. En teoría, sabemos lo que pasa a nuestro alrededor y lo que vemos, y parece que sabemos exactamente lo que queremos. Deducimos entonces que no necesitamos a nadie para pensar, y mucho menos vamos a cambiar de opinión por lo que otras personas digan.

El que ha pasado por ser el gran defensor de la democracia, Rousseau, incluso defendía una votación popular en silencio, cada cual con sus pensamientos. Tenemos una idea de la mente como si fuera un asunto meramente privado o cuya autenticidad dependiera solo de los procesos internos. Desde ahí, nos imaginamos como ‘pensadores solitarios’ capaces de descifrar monumentales enigmas o de descubrir soluciones insospechadas.

Pero el problema es que también se nos vienen a la cabeza muchas personas que no son capaces de pensar ‘adecuadamente’ y esto nos empuja a marginar la participación de la gente en política. No hay nada que produzca más desazón que decirle a alguien hoy que cualquiera podría decidir sobre los asuntos públicos. ¿Cómo vamos a pensar un problema entre muchas personas con capacidades tan distintas? “No todo el mundo está preparado”, nos dicen una y otra vez.

Si fuésemos ‘pensadores solitarios’, la deliberación ciertamente no tendría ningún sentido, entre otras cosas porque la deliberación plantea un proceso en el que se persigue compartir ideas, donde todas las voces son valoradas y cada una contribuye a resolver un problema. Desde el punto de vista de la deliberación existen soluciones diversas y todas las personas tienen partes de las mejores soluciones. En definitiva, mediante la deliberación se escucha a todo el mundo para entender y construir conocimiento para tomar decisiones. Hay mucha evidencia científica que apoya tanto la idoneidad de la deliberación para procesar información, como las consecuencias que tiene el uso de la deliberación para nuestras mentes.

Psicología social, neurociencia y deliberación

La psicología social, por ejemplo, hace mucho tiempo que mostró mediante experimentos que las personas desconocen los procesos mentales internos y, por tanto, actúan con un conocimiento más bien vago de lo que ha pasado por su cabeza. Esa falta de conocimiento hace que en sus justificaciones utilicen teorías causales que proceden de reglas culturales y no de deducciones lógicas internas. Esas reglas no son abstractas, sino que suelen ser las que emplea la red social en la que suelen estar inmersas. La conclusión de la psicología social es que la mente nos sumerge siempre en justificaciones que nos conectan a una red social con la que nos identificamos. Estar en contra o a favor a menudo tiene que ver más con las personas que conoces que con la precisión calculadora de la mente. Por eso cuando rechazamos algo o confirmamos un hecho estamos posicionándonos con los juicios de aquellas personas que para nosotros son una referencia.

Por otro lado, la neurociencia lleva años cuestionando esa idea de ‘pensadores solitarios’. Hugo Mercier o Michael Gazzaniga creen, por ejemplo, que el lenguaje y el habla surgen para coordinar las acciones entre individuos. En The Enigma of Reason Mercier y Sperber cuentan lo que ocurre en experimentos en los que se tienen que resolver jeroglíficos. Cuando la tarea se hace en solitario, cerca de un 80% de quienes participan no son capaces de resolverlos bien. En cambio, cuando la tarea se hace en grupo, solo un 20% de participantes no la resuelven adecuadamente.

Ilustración de la portada de 'The Enigma Of Reason'

Ilustración de la portada de ‘The Enigma Of Reason’

Como mostraba la psicología social desde otro ángulo, la mente ve el resultado de un proceso al que no tiene acceso. Esto condiciona mucho la argumentación, pues siempre tiene lugar a posteriori. Eso no quiere decir que la argumentación sea inútil, sino que como dice el psicólogo Haidt en The Righteous Mind: “la mente es un procesador de narraciones, antes que un procesador lógico”. Desde este punto de vista, la argumentación facilita la coordinación entre personas diversas. Si alguien no ha visto el vídeo de El pase invisible, le invito a hacerlo y a comprobar cómo en este experimento se muestra bien que la realidad que vemos depende mucho de nuestra atención, y cada cual se fija en cosas distintas. Por eso, desde la neurociencia, se insiste en desmontar ese mito del individuo capaz de verlo todo solo a partir de sus procesos mentales internos.

Si, como nos dicen la psicología social y la neurociencia, cada persona habla desde una perspectiva distinta de lo que le ha pasado y lo justifica desde códigos y relaciones causales que le son culturalmente afines, la deliberación tiene todo el sentido. En lugar de pensar que todo lo puede resolver una sola persona por sus altas capacidades, la ciencia social ha mostrado que la participación de personas diferentes en la resolución de problemas facilita llegar a una solución más ajustada a la diversidad de realidades que tenemos.

La deliberación es posible y tiene sentido

Mediante la deliberación las personas pueden contrastar sus narrativas, que implican teorías causales explicitas y realidades sociales diferentes, e indagar soluciones que consideren el conjunto de las visiones expuestas, además de los grupos y experiencias presentes. Esto no quiere decir que sea fácil deliberar, ni que carezca de sentido el razonamiento solitario, sino que la deliberación es posible y tiene sentido.

Hay que considerar que de lo que habla la deliberación no es de una persona razonando aisladamente sobre, por ejemplo, el cambio climático, sino de un grupo de personas deliberando juntas sobre un fenómeno que afecta a todas. Bajo esas condiciones los resultados son muy diferentes. Frente a los prejuicios y sesgos cognitivos que tenemos, que forman nuestras referencias y reglas cotidianas para entender lo que pasa, nos encontraremos con otras personas con otros sesgos y prejuicios. Si hay un espacio que favorezca la deliberación, eso ayudará a las personas a reflexionar sobre sus juicios y poco a poco se moverán hacia un espacio en el que sus posturas puedan convivir.

Gente reunida en una gram sabha en el distrito de Jhabua de Madhya Pradesh, India. Las Gram sabhas son asambleas de aldea en la India que se encuentran colectivamente entre las instituciones deliberativas más grandes del mundo. UN Women India / Gaganjit Singh

Gente reunida en una gram sabha en el distrito de Jhabua de Madhya Pradesh, India. Las Gram sabhas son asambleas de aldea en la India que se encuentran entre las instituciones deliberativas más grandes del mundo. / UN Women India (Gaganjit Singh)

Durante los últimos lustros, han sido muchos los experimentos que la ciencia social ha hecho relacionados con la deliberación, como podemos leer en el artículo escrito por diversos investigadores sociales en la revista Science acerca de las evidencias científicas existentes a favor de la deliberación. En los espacios deliberativos se ha mostrado que cualquier persona es capaz de incorporarse y participar plenamente de los razonamientos del grupo con independencia de su formación.

Si entendemos el razonamiento como un proceso de dar razones y escuchar respetuosamente, en la deliberación eso queda reforzado. A lo largo de la deliberación se ha constatado la capacidad de la gente para modificar su opinión, un cambio que se basa en argumentos y no en dinámicas de manipulación grupales. La deliberación puede evitar incluso la polarización, pues los elementos que la caracterizan no operan bajo un contexto deliberativo, porque los grupos se hacen menos extremos. En definitiva, la deliberación puede ayudarnos a pensar los problemas con una perspectiva renovada.

 

* Ernesto Ganuza es sociólogo e investigador en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (IPP) del CSIC. Autor, junto con Arantxa Mendiharat, de La Democracia es posible.