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Luke en Bihar: “de pequeño, yo también estaba en los huesos”

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Como os decía, no todo el mundo en India opina lo mismo sobre la desnutrición infantil, sobre si es una enfermedad o no. Aquí prevalece la idea de que los niños simplemente están delgados, tal y como ilustra la afirmación de cierto responsable oficial del país, una idea por otra parte omnipresente aquí: «de pequeño, yo mismo estaba en los huesos y eso nunca me perjudicó«.

Puedes entender el por qué del desinterés en ver la desnutrición como una enfermedad. Por una parte, un mayor interés conlleva que tengas que empezar a hacerte responsable de los ocho millones de niños que la padecen en este país, cosa que no es nada barata. Por otra parte, atrae una atención innecesaria sobre los porqués de que, en un país sin grandes crisis agudas y 8 teléfonos móviles por cada 10 personas, exista un problema de tal magnitud. Se trata de un tema políticamente sensible.

Médicos Sin Fronteras se percató del problema en Bihar en el transcurso de una intervención de emergencia durante las inundaciones de 2007. Algunas encuestas preliminares revelaron una prevalencia de desnutrición en niños menores de cinco años de aproximadamente un 5%, lo que en algunos contextos constituye una emergencia humanitaria y tratada como tal, por ejemplo en partes del África subsahariana.

Sin embargo, hay unas 300.000 personas en el distrito de Darbhanga (población 3,9 millones). Y hay 38 distritos en el estado de Bihar (población 104 millones). Y en todo el estado de Bihar, en todo el país incluso, sólo hay un programa nutricional como el de MSF. ¿Por qué entonces MSF está trabajando en Biraul y no en otras partes?

Las principales razones pueden resumirse en una mezcla de buena fortuna, capacidad de MSF para negociar el acceso y después generar resultados, y la voluntad política para abordar la cuestión por parte del gobierno del Estado de Bihar. Lo que intentamos hacer aquí, en esta India llamada a ser algún día una de las economías más potentes del mundo, es mostrar al gobierno que la desnutrición puede tratarse de forma rentable a gran escala. Dentro de esta contradicción, MSF anda sobre la cuerda floja, buscando el equilibrio entre unas operaciones que son vitales para la población y que deben estar orientadas a obtener resultados, y las negociaciones diplomáticas con el gobierno.

Así que aquí estoy, supervisando a los médicos nacionales que tratan a los niños desnutridos en el Centro de Estabilización,  entre ellos a un niño de 2 años, llamémosle George, que sufre desnutrición y que ha empezado a hincharse por exceso de líquidos, causa frecuente de esas barrigas hinchadas que recuerdo tan claramente haber visto en la tele cuando era niño.

Finalmente ya tengo clara la causa de la hinchazón y, contrariamente a lo que muchas fuentes querrían que creyésemos, no es ascitis, si no una combinación de un hígado hipertrofiado y un número excesivo de bacterias en el intestino, agravado por una musculatura abdominal débil.

En todo caso, a George le importa muy poco la patofisiología. Su piel está tan escamada que deja al descubierto un mosaico de llagas en su hinchado cuerpo; su boca, tan agrietada e infectada que a penas puede comer. Exuda sufrimiento. A pesar de todo, está respondiendo bien al tratamiento, y en un par de semanas ha mejorado mucho e incluso le he visto sonreír. Y acaban de darle el alta para su posterior seguimiento en el programa ambulatorio.

El propósito diario del proyecto es sanar a niños como George de la desnutrición aguda severa que padecen, para evitar retrasos en el crecimiento o, peor aún, la muerte, y no puede cuantificarse este beneficio más de lo que podría ponerse precio a una vida humana.

Pero MSF está aquí con una meta adicional incluso más ambiciosa: si podemos ayudar a niños como George con un modelo de atención nutricional comunitaria hecha a medida para el estado de Bihar, en un contexto como el de India, entonces podremos quizás convencer al gobierno de que adopte este modelo de atención, que lo amplíe y luego ayude a cada niño enfermo como George. Y eso sería todo un logro.

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

Luke en Bihar: la desnutrición y sus etiquetas

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Todos hemos visto las fotos. Recuerdo como si fuera ayer a mi madre diciéndome, cuando me dejaba comida en el plato, aquello de “piensa en los niños etíopes que pasaban hambre”. Y yo pensaba en los niños etíopes que había visto en la televisión, sobre todo con pena pero también con cierta curiosidad por saber por qué tenían la barriga tan redonda y protuberante. Ya sea debido a guerras, hambrunas o catástrofes naturales, son estas crisis nutricionales agudas las que al final tienden a ser noticia en la tele. Buena audiencia supongo.

India no padece crisis “agudas”. Como mi jefe muy sagazmente observó la semana que llegué, esta es una nación capaz de viajar al espacio y de lanzar ataques nucleares. El ritmo al que está creciendo la economía india es motivo de envidia y temor a partes iguales en Occidente (aunque lo del temor lo admitamos con reserva). Naturalmente, podríais preguntaros por qué la desnutrición es un problema en un país como este. Una sencilla pregunta que, desgraciadamente, no tiene una respuesta sencilla.

Basta con decir que hay múltiples factores y variables geo-sociopolíticas que interactúan de una forma compleja para provocar dramáticas desigualdades en el reparto de la riqueza y en materia de seguridad alimentaria. Esto me ha venido a la cabeza de repente, así que lo cogería con pinzas. De hecho no creo ni que exista la palabra “geo-sociopolítica”…

Sean cuales sean las causas, en la práctica no hay una solución rápida para la desnutrición en India. Ni yo ni Médicos Sin Fronteras ni nadie puede chasquear los dedos y que de repente todo mejore. Soy optimista y pienso que es posible cambiar las cosas, y de hecho las cosas están cambiando, pero mientras tanto los niños siguen muriendo. Así que, si no puedes abordar la causa, lo único que puedes hacer es abordar la consecuencia, que, por decirlo de forma sencilla, es que los niños muy delgados pueden morir si no se les trata.

Pero ¿puede ’tratarse’ la desnutrición? No puede decirse realmente que se trate de una enfermedad como son la malaria o la esquistosomiasis ¿no? Y quizás es raro meter en un mismo saco enfermedades causadas directamente por parásitos muy concretos y una enfermedad cuyas causas son ‘geo-sociopolíticas’.

Sin embargo, los hechos hablan por sí solos: la desnutrición se asocia a una mortalidad y una morbilidad cada vez mayor. Tiene criterios diagnósticos. Y tiene tratamiento basado en evidencias. Así que tanto si eliges etiquetarla como una enfermedad o no (y MSF lo hace), puedes hacer algo, y eso es lo que realmente importa.

El problema es que, en India, no todo el mundo opina lo mismo.

 

(Continúa el próximo lunes)

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

Foto: Un trabajador de MSF evalúa el estado de un niño con desnutrición aguda mediante el brazalete MUAC. Biraul, India (© MSF).

Un lugar que es todo al mismo tiempo

Por Bárbara Camus (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Hajipur, India)

Trabajamos de 8 a 5 en la oficina, en el hospital o en los centros de salud primaria de que os hablaba en mi anterior post. Nuestro equipo está formado por aproximadamente 70 personas, casi todos son colegas indios y somos sólo 3 “expats”*: una española, Miriam (doctora que coordina la parte médica), una suiza, Delphine (la coordinadora del proyecto), y una chilena (¡yo misma!). Aquí nos llaman las “Golden Ladies”.

En el último piso del mismo edificio de la oficina está nuestra casa. ¡Tenemos todo un piso para nosotras! Y a veces nos adueñamos de la azotea o la “Chillout Hajipur Terrace”, bautizada así por nosotras, donde comemos o proyectamos películas a la luz de las velas, los peces y las estrellas.

Al principio, lo que más me llamó la atención de este país y lo que más me costó fue adaptarme al calor (45° centígrados con 80% de humedad). No podía estar lejos de un ventilador o salir a la calle durante más de 10 minutos, todo el día transpirando y con la cara roja. Y lo peor es que tenemos que usar pantalón largo y camiseta con manga, porque no se pueden mostrar los hombros, ni los tobillos, ¡o sea que nos tenemos que abrigar para salir!

La contaminación acústica es increíble. ¡Les encanta tocar la bocina! Hasta en la parte de atrás de los camiones dice “horn please”**, todavía no entiendo si es para avisar de que van pasando o de que te van a adelantar, o de que te tienes que mover tú o de que no te tienes que mover… Además, dependiendo del mes, instalan altavoces por toda la ciudad para transmitir mantras durante tooodo el día y toooda la noche. Así que nos despertamos y nos acostamos escuchando las frases sagradas del hinduismo. Además, tenemos de vecina una mezquita, por lo que también nos invitan a rezar 5 veces al día el “salat”.

Pero si me preguntan ahora, no sé si me adapté o me acostumbré a andar toda pegoteada y transpirada; las bocinas, los mantras y el salat se han vuelto algo tan cotidiano que ya ni los escucho (menos mal, porque aquí los tapones para los oídos NO sirven). Definitivamente, el ser humano es un animal de adaptación… por suerte.

Al hospital nos vamos en bici, a veces tardamos 10 minutos y a veces más, ya que hay que esquivar todo tipo de obstáculos en la ruta: peatones, niños jugando, otras bicicletas, rickshaw, ottorickshaw, basura, camiones, tractores, buses con pasajeros hasta el techo, autos, vacas, búfalos, cabras, chanchos, perros ¡y hasta elefantes! Andar en bicicleta en la India no es solo un medio de transporte: es toda una aventura.

Aquí somos unas “celebrities”, cada vez que salimos a la calle, la gente se queda mirándonos o se reúnen alrededor nuestro, y no es que seamos unas top models, sino que les llama mucho la atención nuestro color de piel (“milkwhite”, o sea lechoso). Y cuando miras la televisión, te das cuenta que todas las cremas son para blanquear: es asombroso cómo la blancura es aquí sinónimo de belleza.

La vida en Hajipur es tranquila, si así lo quieres; y si no, simplemente sales a la calle. En la calle te encuentras con TODO, aquí la gente se baña, se lava los dientes, se peina, se afeita, se corta el pelo, duerme, trabaja, cocina, come y vive en la calle.

Y por esta razón la fotografía se ha convertido en mi hobby favorito, me he vuelto una adicta a las fotos en este país (o como decimos en el PPD, “I’m a freak of… photography”). Es que todo lo que miras, quisieras capturarlo, y por eso siempre ando con mi cámara en la cartera.

¿Nunca les ha pasado que no se puede describir un lugar porque es todo al mismo tiempo? Eso me pasa con este país, es que la India es una sobrecarga sensorial y una mezcla de colores, dioses, saris, mantras, niños, palmeras, motos, vacas, bocinas, basura, templos… en fin, una mezcla de todo y por eso me encanta…

Después de cuatro meses trabajando con Médicos Sin Fronteras en este increíble país, me doy cuenta que toda esta experiencia, es lejos mejor de lo que algún día había soñado… como dicen mis compañeras “¡no hay nada como la primera misión!…

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* Un “expat” es la abreviatura coloquial de “expatriado”, trabajador internacional. Los equipos de MSF en terreno están formados por personal internacional, como Bárbara, enviados al país donde se desarrolla la intervención, y por personal nacional, contratado localmente por la organización. En India, por ejemplo, MSF España contaba en 2011 con unos 150 trabajadores nacionales y 15 expatriados en sus proyectos de desnutrición (en Darbhanga) y kala azar (en Bihar).

** “Por favor, toque el cláxon”

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Puedes leer más sobre el trabajo de MSF en India de la mano de Luke Chapman, en este mismo Blog Solidario. Busca “Luke en Bihar”.

Fotos: Todas © Bárbara Camus.

Hajipur… ¡más que un sueño!

Por Bárbara Camus (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Hajipur, India)

Manju es una niña de 8 años, y hoy le toca recibir su segunda dosis de tratamiento con Ambisome. Hace 20 días que sufre de fiebre alta y hace 4 que consultó en el Hospital de Hajipur, donde se le diagnosticó Leishmaniasis Visceral, más conocida como Kala Azar.

Hace más de 10 años, que sabía que quería trabajar con Médicos Sin Fronteras (MSF). Tenía que estudiar algo relacionado con la salud, así que ingresé en Enfermería, hice mi práctica en Urgencia y sólo me faltaban 2 años de experiencia laboral para poder postular.

Las vueltas de la vida me desviaron un poco de mi sueño, así que pasaron 6 años hasta que finalmente mandé mi currículum. Al día siguiente tenía un email en mi bandeja de entrada acordando una primera entrevista, y un mes después me llamaba para decirme que me habían aceptado. ¡No lo podía creer! Partí a Barcelona al curso de PPD (“Preparación Primer Destino”) y, una semana después, ya tenía mi misión asignada. Nada más y nada menos que a la India

La primera mañana que me levanté a trabajar y me puse mi chaqueta blanca con el logo de MSF, pensé: “cumplí mi sueño”… Había olvidado la extraña sensación que se experimenta cuando un sueño se hace realidad… vuelves a vivir, vuelves a sorprenderte, vuelves a encontrarte con esa capacidad de asombro que se había apagado sin darte cuenta.

Llevo más de cuatro meses en Hajipur, una ciudad al noreste de la india, en el estado de Bihar. Según los libros, este es uno de los estados más pobres de India: con más de 100 millones de habitantes, la mayor falta de infraestructura, violencia entre castas y corrupción, aquí le llaman “el Lejano Oeste”. Pero por otro lado, es la cuna del budismo, ya que aquí fue donde Buda alcanzó la iluminación bajo el árbol del bodi.

MSF tiene un proyecto de Kala Azar en Hajipur desde el 2007 ¡y hasta la fecha ya se han tratado más de 10.000 pacientes! Yo soy la “Field Nurse”, o sea la enfermera del proyecto, y mi trabajo aquí consiste en continuar entregando tratamiento para esta enfermedad olvidada en el hospital de Hajipur y en los centros de atención primaria del distrito de Vaishali.

A mi cargo, tengo a 20 increíbles personas y me ayudan 2 enfermeras supervisoras. Nutan es la enfermera supervisora de Sadar, el hospital, y Prabha lo es de los centros de atención primaria. Realmente, no sé cómo describir lo que siento por ellas: ¡simplemente me encantan! Mi jefe es el Dr. Gaurab, o Gaurab para los amigos, uno de los “fundadores” del proyecto, un médico feliz al que le encanta su trabajo y que disfruta con todo.

Hasta aquí las presentaciones. Os cuento más de mis actividades en el próximo post.

 (Continuará)

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Puedes leer más sobre el trabajo de MSF en India de la mano de Luke Chapman, en este mismo Blog Solidario. Busca “Luke en Bihar”.

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Foto: El Doctor Gaurab Mitra, atendiendo a un paciente de kala azar en el proyecto de MSF en Bihar, India (© Juan Carlos Tomasi)

 

 

Luke en Bihar: el mango como amenaza

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Como os decía, el siguiente punto del orden del día tenía que ver con mangos.

«Como estoy seguro que todos sabéis ya, nuestros guardas de seguridad no tienen la potestad de hacer frente a amenazas de seguridad internas.»

¿Amenazas de seguridad internas? Parecía algo serio. Se me aparecieron imágenes de hombres armados con pasamontañas.

«Naturalmente, me estoy refiriendo a los mangos.»

¿Mangos? ¿En serio? Querido lector, por favor no me juzgues severamente por lo que me ocurrió a continuación: un ataque agudo de risa floja. No me estaba riendo de nadie, ni le estaba restando importancia a los traseros cómodos ni a los mangos amenazadores, sólo es que todo aquello empezaba a parecerme un tanto surrealista. Afortunadamente creo que nadie se dio cuenta. Un observador perspicaz se habría percatado de lo apretado de mis labios, de las ligeras sacudidas de hombros y de las oscilaciones de mi nuez.

Parece ser que los mangos, junto con todas las demás frutas, pertenecen legalmente al dueño de la casa en la que estamos alquilados, y entre las tareas de nuestros guardas no está el vigilar que la gente no se los coma. Antes de irme ese día, aún con la sonrisa en los labios, ví una fruta que había caído del árbol dentro del recinto de MSF.

“No te tengo miedo”, le susurré. Al día siguiente pasaba por allí y me tropecé con aquella misma fruta: me caí, con el resultado de un pequeño rasguño en la rodilla izquierda. Me imagino que fue el Karma, diciéndome que no me pasara de listo.

Quince días más tarde más o menos, me encargaron realizar una evaluación del desempeño de un miembro del personal bajo mi supervisión, un hombre al que hacía poco y de quien apenas sabía nada: Kevin, que es registrador. Su trabajo consiste en introducir toda la información de todos los niños de nuestro programa de nutrición en una ficha y en un libro de registro. Esto incluye el registro semanal del peso del niño, que Kevin convierte además en una gráfica perfecta. Siempre les digo a los registradores que su trabajo es tan importante como el de los médicos, porque:

                        -> datos correctos + un mal médico = una decisión clínica errónea

                        -> datos incorrectos + un buen médico = una decisión clínica errónea

Al repasar su evaluación anterior, vi que mi predecesor había identificado algunas áreas de mejora en el trabajo de Kevin. El sistema de evaluación se traduce en una especie de puntuación, y la de Kevin era algo baja. El proceso de evaluación era bastante nuevo para él, y me dijo que temía por su trabajo. Su mirada me decía que su miedo era real. Tras dudarlo un instante, suspiré y tomé una medida que quizás no es la más profesional.

“Kevin, te voy a contar un secreto. No te preocupes demasiado por esta puntuación: no vamos a despedirte.” Se mostró visiblemente aliviado. “Los aspectos en los que tienes que centrarte son estos”, le dije, señalando una pequeña tabla en la parte de atrás de la hoja. “Estas son las cosas que has hecho bien, sigue así y desarróllalas más. Aquí tenemos lo que no hiciste tan bien: son áreas en las que tienes que concentrarte y mejorar. Si lo logras, la próxima vez tu puntuación mejorará. Así podrás decir que estás progresando, yo podré decir que he supervisado tus avances, y los chicos de administración podrán meter la evaluación en un cajón, y podemos irnos todos a casa.” Kevin sonrió. Ojalá alguien me hubiese explicado esto a mí hace diez años. Me hubiera ahorrado mucho tiempo.

Podría seguir, y estoy seguro de que cualquiera que haya trabajado en una gran organización durante cierto tiempo ha tenido momentos en los que hubiera deseado agarrar a la burocracia por el cuello, estrangularla hasta la muerte y darse un festín con sus entrañas. Pero lo cierto es que sin procedimientos burocráticos no alcanzaríamos ninguno de los objetivos de nuestros proyectos. No podríamos hacer el seguimiento de los 700 pacientes que en la actualidad hay en el programa de nutrición y desde luego no habríamos tratado a los aproximadamente 10.000 niños que hemos tratado desde que empezó el proyecto.

Así que, burocracia, puede que seas tan complicada que has acabado convirtiéndote en un cruce entre acelerador de partículas y segadora. Puede que huelas a sudor rancio y a lágrimas frescas. Y sin duda en las fiestas no eres la más popular, arrinconada quizá en el trastero con el impuesto de sucesiones y Céline Dion. Pero tienes un trabajo nada envidiable y prácticamente imposible, y me parece que en general lo haces tan bien como puede hacerse. Burocracia, a regañadientes, yo te saludo.

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

Foto: Un trabajador local de MSF registrando a los niños de un programa de nutrición en Chad (© Alfons Rodríguez).

Luke en Bihar: burocracia

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Mucho de lo que sigue puede parecer una falta de respeto o incluso una crítica contra los procedimientos administrativos. Pero por favor no me malinterpretéis. Si la burocracia es un monstruoso instrumento complicado y difícil de manejar es porque el material que debe moldear (nosotros… yo en particular) es muy complejo, contradictorio, frecuentemente egoísta y a veces francamente estúpido. Así que por favor no penséis que me estoy burlando. Lo que sí encuentro gracioso es la condición humana que, para empezar, hizo la burocracia necesaria, y si un chico no puede reírse de… bueno básicamente de sí mismo, entonces de qué demonios puede reírse.

Llego casi 15 años trabajando para la sanidad pública británica (el quinto empleador más grande del mundo, un poco por detrás de McDonald’s), así que estoy acostumbrado a la burocracia más engorrosa. Y Médicos Sin Fronteras no es cualquier tontería, así que no sé por qué me sorprendió encontrarme con un refinado ejemplo de burocracia nada más empezar mi misión.

Era una tarde de calor sofocante en Biraul (sabes que vas a tener problemas cuando hasta los de aquí te dicen «menuda ola de calor”), y los supervisores del equipo se habían juntado para su reunión semanal. Bajo mis varias capas de sudor, pude percatarme vagamente de que estábamos hablando de sillas. Uno de los supervisores sentía que a su equipo le vendría bien tener sillas nuevas en la oficina y deshacernos de los artilugios de aspecto medieval que tenemos.

– «¿Tenemos presupuesto?», preguntó uno.

– «¿Y que pasa con la salud y seguridad laboral?», consideró otro.

– «¿Y los costes de mantenimiento y reparación?», interpeló un tercero.

Cuando ya habíamos pasado algún tiempo discutiendo sobre este tema, una cuarta persona señaló que, si se cambiaban las sillas en un departamento, quizá habría que hacer lo mismo con los demás. ¡Para qué queríamos más: debate al canto! Con 20 minutos ya perdidos a nuestras espaldas, se reavivó la ronda de preguntas y contra-preguntas.

Puede parecer extraño que debatamos sobre el tema de las sillas de oficina. Yo mismo contribuyo con donaciones a MSF (sí, mi contable me odia) y hace tiempo tenía la idea, ingenua, de que cada céntimo se gasta en medicamentos o comida. Pues por lo que parece alguien en MSF mucho más listo que yo había pensado en esto y había llegado a dos conclusiones importantes. En primer lugar, si vas a proporcionar asistencia, esta debe ser la de mejor calidad posible; de no ser así estaríamos pecando de falta de ética y, lo que es peor, podríamos hacer mucho daño. En segundo lugar, para dispensar asistencia de calidad, no te gastas todo el dinero en antibióticos o alimentos terapéuticos, y distribuyéndolo al azar a cualquier persona que veas algo delgada.

Utilizar el dinero de los donantes de forma eficiente supone que tienes que invertir mucho en recursos humanos, logística, administración, equipamiento, equipos de apoyo, gestores, analistas, y un largo etcétera. Sin esta inversión, todo el sistema se derrumba y puede hacerse muy poco**. Para aquellos trabajadores de MSF que, por las tareas que tienen encomendadas, se pasan todo el día delante del ordenador, unas sillas cómodas son parte de esta eficacia. Y yo por mi parte estoy muy contento de que una parte de mi contribución económica, por pequeña que sea, se gaste en garantizar que nuestros traseros estén cómodos.

De todas formas y a pesar de todo ello, tras casi 40 minutos hablando de sillas (resultado: necesitamos algunas), me costaba reprimir la sonrisa. La semana que viene os hablaré del segundo punto del día: los mangos como amenazas para la seguridad.

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

** En 2011, un 4,8%  del coste de los proyectos  de MSF España en terreno se destinó a administración. Más detalles de la distribución del gasto en Memoria de actividades de MSF España 2011.

Luke en Bihar: Reena comía tierra

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Reena** tiene cuatro años y medio y come tierra desde su más tierna infancia. Sus padres, desesperados, nos la han traído. Antes de su ingreso en el Centro de Estabilización de MSF llevaba enferma unas tres semanas. Decir que “no se encuentra muy bien” sería un eufemismo que incluso haría sentir incómodo al más inglés entre los ingleses: apenas si está consciente y prácticamente no puede ni mover un cuerpo en el que tiene más huesos que carne. Vómitos, fiebre y diarrea son los principales síntomas.

Su padre, que es carpintero, ha gastado grandes sumas de dinero en médicos locales (bueno, unos 50 euros al cambio, pero que suponen otras tantas semanas de salario para él). Le han recetado la mezcla habitual de placebos y antibióticos de amplio espectro, pero todo sin éxito alguno. Creen que podría tener fiebre tifoidea. Ahora los médicos se niegan a ver a Reena, aduciendo que no hay nada más que puedan hacer por ella, y que morirá. Aconsejan a sus padres que la lleven al hospital del distrito, a una hora y media de Biraul.

E aquí algunos antecedentes sobre este hospital. Está congestionado pues hace las veces de centro de referencia para lugares tan alejados como Nepal: 60 camas pediátricas para demasiados millones de personas. Así que el nivel de atención allí es variable. Y está muy lejos. Al final, el padre de Reena dice que de ninguna manera se plantea siquiera llevar a su hija allí.

La primera semana es dura para Reena. A pesar de sus lastimeros gemidos cada vez que la examinamos, su mirada desafiante sugiere que es una luchadora. La rehidratamos por vía intravenosa, para empezar. Cualquier cosa que intentamos introducirle en el estómago vía tubo nasogástrico vuelve a salir de nuevo por la boca, lo que dificulta el tratamiento. La atiborramos de antibióticos pero la fiebre no hace más que empeorar. Examinamos una y otra vez sus heces, que son normales. Al tercer o cuarto día, ya demasiado débil para moverse, empieza a llagársele el cuerpo de tanto estar inmóvil en cama, algo habitual en estas circunstancias pero en pacientes de al menos 60 años más que esta pobre criatura.

Durante el fin de semana, sangre y mucosidad empiezan a aparecer en su diarrea: disentería. No tenemos técnico de laboratorio el domingo, así que decido hacer yo mismo el examen al microscopio. No he tocado un microscopio desde que terminé mis estudios de medicina tropical hace tres años, y me siento bastante satisfecho conmigo mismo cuando encuentro el botón de encendido. Hago una pobre preparación con una muestra de heces e inmediatamente detecto un gran número de algo que me parecen huevos de lombriz.

Las siguientes 48 horas las pasamos discutiendo sobre qué son y repasando literatura médica para intentar identificarlos. Al principio, el técnico de laboratorio me dice que son partículas de alimentos, pero después de mostrarle unas cuantas de estas, le convenzo de que no es así. Además, desde que llegó, la pobre niña ha vomitado todo lo que le hemos dado, no ha retenido ni la leche, así que mucho menos comida.

Finalmente, decidimos que se trata de un huevo de lombriz trematoda, lo que se ajustaría a muchos de sus síntomas. Le damos una dosis de tratamiento desparasitante estándar, y por fin empezamos a ver salir en sus heces pequeños y gordos gusanos de medio centímetro. Pero estos gusanos en concreto no siempre responden bien a los tratamientos estándar y nuestro entregado logista se pasa la mañana en Darbhanga buscando en las farmacias un tratamiento algo más específico. Tan arduo trabajo se ve por fin recompensado cuando cientos, si no miles, de pequeños parásitos empiezan a aparecer en las heces de Reena durante los dos días siguientes. Nunca conseguimos un diagnóstico preciso para este gusano, aunque nos acercamos catalogándolo dentro del género de los Equinostomas. Sospecho que su enorme cantidad tenía que ver con la dieta rica en tierra de Reena.

Durante los días siguientes, las cosas van bien. La fiebre empieza a bajar, los vómitos desaparecen y casi una semana después de ver cómo se nos iba Reena, finalmente podemos darle algo de leche. Incluso la diarrea mejora. Del aletargamiento pasa a la irritabilidad, y todos intentamos recordarnos que esto es una buena señal.

Desearía más que nada en el mundo poder decir que la historia tuvo un final feliz. Pero la mejoría sólo fue pasajera. Después de algo más de dos semanas con nosotros, Reena se deteriora de nuevo. Vuelve la fiebre y otra vez vuelta a los antibióticos de amplio espectro, pero sin éxito. Veo desaparecer de su mirada aquel espíritu luchador, y es entonces cuando tengo el terrible presentimiento de lo que va a ocurrir. Al límite de los que podemos hacer por ella, la llevamos al hospital del distrito para hacerle algunas pruebas y ver a un especialista. Nos aconseja que la ingresemos, pero de nuevo sus padres se niegan. Por desgracia, los análisis son más o menos normales.

Al día siguiente por la noche, recibo la llamada telefónica que espero y temo a la vez. Reena, la pequeña luchadora que comía tierra, ha muerto. Pregunto por sus padres: ni una lágrima. Pienso que se habían resignado hacía ya semanas. Pregunto por el personal (todos nos habíamos encariñado con Reena durante el tiempo que pasó con nosotros). Todo el mundo está muy triste, pero de nuevo durante los últimos días todos habíamos tenido el presentimiento de que esto iba a ocurrir.

Fue la septicemia la que se llevó a Reena. ¿Habrían sido diferentes las cosas de no haber estado desnutrida? Nadie puede afirmarlo con seguridad, pero por lo menos hubiera tenido más posibilidades de sobrevivir. Y eso ocurre con muchas enfermedades. La malaria severa, la neumonía o la diarrea pueden suponer un grave problema incluso para el niño más saludable. Pero si el niño está además desnutrido, entonces llega al campo de juego con todas las de perder. Grandes o pequeños, nadie debería tener que hacer frente a esta lucha contracorriente sólo porque no está bien alimentado.

En lo que respecta al equipo, no hay palabras de consuelo. Todos somos profesionales y hacemos todo lo que podemos para separar el drama humano que acabamos de presenciar de las acciones que debemos emprender… recogiendo los pedazos, aprendiendo las lecciones que podemos aprender y tratando a las personas desnutridas con renovada determinación.

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 * Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

** Nombre cambiado para proteger el anonimato de la paciente.

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Foto: Exposición de dibujos sobre la desnutrición tras el concurso entre artistas locales organizado por MSF en el distrito de Darbhanga, en el estado indio de Bihar, en 2011 (© MSF).

Luke en Bihar: «lo harás muy bien»

Por Luke Chapman (India, Médicos Sin Fronteras)*

El “Bloque de Biraul» (distrito de Darbhanga, estado de Bihar, India) tiene una población de unos 300.000 habitantes en su mayoría pobres. El centro de la ciudad de Biraul «bulle» por decirlo de alguna manera. Es como si alguien hubiese desviado un par de carriles de la M25 por el medio de Oxford Street, hubiese succionado todo rastro de riquezas materiales y finalmente añadido un gran número de vehículos agrícolas y animales domésticos como decoración.

Huele a sulfuro y a heces. La casa de los expatriados de MSF está situada a las afueras de la ciudad, en un barrio residencial si se prefiere. La función por defecto de los cláxones de los camiones, de día y de noche, está configurada en un ‘on’ permanente. Ocasionalmente, si no hay vehículos o personas o vacas o cabras a la vista, puede que algún conductor desista de utilizarlo por un instante. Esta cacofonía nocturna supone un pequeño reto.

 A mi llegada tuve una fuerte sensación de familiaridad con la zona. Hoy me doy cuenta que esto se debió a que todo es muy plano, muy fértil y muy húmedo, lo que me recordó mucho a los Fens o tierras bajas de Norfolk en East Anglia. Pero aquí  termina la similitud, ya que Norfolk es 20 grados más frío y 80 veces más rico que Biraul. Es este constante y húmedo calor lo que constituye algo más que un reto. Ya no tengo la más mínima esperanza  de librarme alguna vez del sudor, asi que decido como último recurso sensato rendirme al sudor como hobby.

 Los demás expatriados de MSF han tenido tiempo de acostumbrarse a estas cosas. Han pasado bastante tiempo juntos estos últimos seis meses, y mis nuevos colegas son una piña, como si fuesen hermanos. Al principio me preocupaba el grupo se abriera tan fácil como una nuez brasileña con una cucharilla de café de plástico. Pero son personas especiales (en el buen sentido de la palabra) y me ayudan a encontrar mi camino dentro de las dinámicas que ya existen.

La médico que está a punto de acabar su misión, una chica griega extrovertida y de muy buena pasta, me pone al corriente del trabajo. Parece tan buena en su trabajo y tan buena con su personal… ¿Cómo voy a conseguir estar a su nivel en seis meses? Me dice lo que sospecho que es una mentira piadosa:

«Lo harás my bien.»

Dicho esto, aprendo lo básico sobre la atención clínica, una combinación matizada de nutrición y pediatría, de forma bastante rápida. Sin lugar a dudas voy a tardar algo más en cogerle el tranquillo a la gestión del personal, ya que la psicología es algo más complicado que la fisiología.

Como es la estación de la diarrea, el número de pacientes en el Centro de Estabilización es bajo durante mi primera semana. Unas siete de las dieciséis camas están ocupadas, dependiendo del día. Los niños desnutridos que tratamos tienen entre seis meses y cinco años. Algunos de los niños más enfermos llevan perfusiones o tubos nasogástricos que salen de sus pequeños cuerpos. Sentados o tendidos en sus camas, parecen comprensiblemente abatidos. El tiempo que pasa entre que empiezan a sonreír y son dados de alta es breve por fuerza, ya que cada día que pasa es otra posibilidad de contraer alguna infección hospitalaria. Al lado de los niños se sientan sus madres con sus saris multicolores, observando los que ocurre a su alrededor.

No es fácil ser una mamá de Biraul. Los malabarismos que deben hacer entre el cuidado de los hijos, las tareas domésticas y el trabajo en el campo, a menudo embarazadas, son toda una proeza. Existe una enorme presión sobre el tiempo de una madre, y a veces hay que tomar decisiones imposibles. Por ejemplo, si su hijo desnutrido enferma. ¿Se queda con el niño en nuestro centro de estabilización, sacrificando los irremplazables días de recolección y el cuidado de sus otros hijos? ¿O sigue con sus roles vitales (literalmente) en casa y espera que su hijo mejore? Si pudiésemos olvidar que se trata de entrada de una decisión imposible, cualquier decisión que tomase podría juzgarse duramente. Es quizás una de las razones por las que antes veíamos la frase “madre que descuida sus obligaciones” escrita en las fichas médicas. Desde entonces MSF se ha esforzado mucho para cambiar esta mentalidad entre el personal. Le pregunto a nuestro jefe médico, mi mano derecha (y probablemente la izquierda también durante las primeras semanas, por lo menos), sobre esas madres que descuidan sus obligaciones.

«Eso no existe, dice”. No tiene un pelo de tonto este médico. Pero no se puede decir lo mismo de todo el mundo en Biraul, por desgracia.

 El día después de llegar a Biraul, murió un niño en una de las salas, víctima del kala azar (o leishmaniasis visceral) que es incluso más desagradable de lo que suena. Aunque es horrible, no mata a tantas personas cada año como la malaria o la diarrea, y forma parte silenciosa de la lista de enfermedades olvidadas. Las personas afectadas suelen ser pobres y las compañías farmacéuticas tienen pocos incentivos para desarrollar nuevos tratamientos (muchos de los medicamentos actualmente disponibles tienen unos efectos secundarios tan terribles que te lo pensarías dos veces antes de dárselo a tu perro. Desde julio de 2007, el otro proyecto de MSF en el estado de Bihar ha tratado a más de 10.000 pacientes con esta enfermedad mortífera y ha intentado sensibilizar a las comunidades locales sobre ésta. Por desgracia, este pequeño de cuatro años no llegó a nosotros lo bastante pronto para que pudiésemos salvarle la vida.

Por la noche, sigue el ruido como si de una fiesta ilegal (y doblemente sudorosa) se tratase pero duermo mucho mejor. De alguna manera parece pueril que cosas de este poco calibre te quiten el sueño. Hay retos mucho mayores en los que pensar en Biraul.

 

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Fotografía: Mujeres trabajando en los campos en el bloque de Biraul © Luke Chapman

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

 

Luke en Bihar: viaje a Biraul

Por Luke Chapman (India, Médicos Sin Fronteras)*

Lo admito: a pesar de tener un buen par de meses para preparar las cosas para el viaje, he dejado parte de las compras para el aeropuerto de Heathrow. Necesito un sombrero para el sol. Llego a la terminal de salidas, con la seguridad de que encontraré una tienda de viajes. Pero al parecer estoy muy equivocado. Si hubiera querido caviar de Beluga, un Rolex o cualquier cosa de las que venden en el enorme outlet de Harrod’s, no habría tenido ningún problema. Las tiendas de Prada, Gucci y Tiffany&Co están todas situadas en una hilera, completamente vacías (por alguna razón esto me hace sentir cierta petulancia). Tras dar un par de vueltas por el ‘duty free’, desisto y opto por tomarme una cerveza. Ya me compraré la gorra en Delhi…

Aunque el vuelo es cómodo, no consigo pegar ojo. El obligado retraso de 30 minutos se hace efectivo y después se le suma la apatía de los despachadores de equipaje en Delhi, así que acabo llegando casi dos horas más tarde de lo que el pobre taxista había previsto. Sin embargo, se lo toma con buen humor, tal y como podrías esperar de un hombre que está acostumbrado a sortear el “sistema de circulación” de Delhi.

Me deja en un apartamento inesperadamente confortable, que tendré para mí solo durante los próximos días. Está al lado de la casa principal de huéspedes de MSF y, después de una muy necesaria ducha, me presentan a algunas de las personas que trabajan en la capital.

En MSF no faltan las siglas. En el curso preparatorio al que asistí antes del viaje, apenas si se soltaba una frase sin mencionar un TESACO, un FinCo o un MIO. En la formación, esto era cuanto menos desconcertante, pero ahora las siglas empiezan a materializarse. Por ejemplo, conozco a la FinCo (Coordinadora Financiera, nada que ver con tiburones o deportes acuáticos**), una encantadora señora filipina a una tarta de queso y arándanos pegada.

El pastel de queso y yo somos escoltados hasta la casa del Jefe de Misión, donde estamos invitados a un «brunch» dominguero. He intentado con todas mis fuerzas no crearme falsas expectativas sobre este viaje. Pero me habría sorprendido, por no decir otra cosa, que me hubieran dicho que el primer día estaría comiéndome una tostada con jarabe de arce y jugando con los hijos de algunos de los empleados de MSF.

Todo el mundo es encantador (como el pastel de queso y la tostada), pero la falta de sueño me ha dejado sin gran parte de mis habilidades sociales, así que me alegra poder volver al apartamento a dar una buena cabezada.

Los días siguientes pasan en un frenesí de briefings, registros, compra de sombrero y currys particularmente buenos. Pronto me encuentro en un avión rumbo a Patna, la capital del estado de Bihar. Dependiendo de lo que leas exactamente, si Bihar fuese un país, su renta per cápita sería la tercera más baja del mundo. Cerca de un 30% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza en India, lo que significa que ganan algo así como 15 céntimos de euro al día o menos. La población supera los 100 millones de habitantes, y un 58% son menores de 25 años.

Desde Patna, se tardan no menos de siete horas en tres vehículos de MSF diferentes para llegar a Biraul, mi destino final. El número de kilómetros recorridos parece ser directamente proporcional al de baches encontrados y al de niños cada vez más delgados. Finalmente, nos depositan, a mí y a una gran nevera con la que he compartido gran parte del viaje, delante de la casa de los expatriados, situada a las afueras de la ciudad.

Una pandilla de niños que no pueden tener más de 5 años me reciben con sonrisas, saludos con la mano y un contradictorio «¡hasta luego!». De pronto, me invade el típico sentimiento de “¿qué demonios estoy haciendo yo aquí?”. Supongo que tengo seis meses para descubrirlo.

(Continuará)

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* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

** en inglés, “fin” significa aleta.