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Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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Marilyn Monroe leyendo ‘Ulises’, de Joyce

Por fin Tusquets anuncia una nueva reimpresión del Ulises de James Joyce en la impecable traducción de José María Valverde. Sí, y digo ‘por fin’ porque fue así como acogimos mis libreros y yo la buena nueva bibliófila.

¡Adiós a los ejemplares con cuentagotas de una de las novelas más extraordinarias de las letras en inglés de todos los tiempos en una sublime traducción al castellano!

Y fue mientras debatíamos cuántos ejemplares pediríamos para los anaqueles de Reginaexlibrislandia cuando la charla derivó hacia lo inesperado:

– Regina: No sé, Ulises es un libro que la gente no debería perderse- Librero1: Sin duda, aunque es cierto que es complejo. Quizás fuera de los círculos más bibliófilos se ve al Ulises como algo oscuro, gris y aburrido, ¿no?

– Librero2: Pues nada, que Chávez se lo regale a Obama o al que pille y ¡booooom! seguro que a medio mundo le da por leérselo, como está pasando con el de Galeano

– Librero1: Ja, ja, ja… ¡pues igual sí!

– Regina: ¡Anda, igual Marilyn Monroe sirve como reclamo!

– Librero2: ¿De qué demonios hablas, mujer?

– Regina: Pues que hace tiempo vi unas fotos de Marilyn absorta en el Ulises. A ver si las encuentro, un segundo… ¡Aquí está, miradla!

 

– Librero2: ¡Uy, es cierto! Oye, además… ¿ésta no estuvo casada con Arthur Miller?- Librero1: ¿Quién, la Monroe?

– Regina: Pues sí, estuvo casada con él. De hecho creo que tengo alguna otra foto de la pareja en plena velada con dos titanes de las letras:

 

– Librero2: ¿Quiénes son esas dos?- Regina: Mirad, van: Arthur Miller, Marilyn, Carson McCullers y la baronesa Karol Blixen, alias Isak Dinesen, autora de Memorias de África y de El festín de Babette, entre otras cosas…

– Librero1: ¡Vaya tela! Hubiera dado un ojo por estar de cuerpo presente en esa sobremesa…

– Regina: ¡Y yo mi regio pelucón, querido!

– Librero2: Pues, nada, imprimimos las fotos y las ponemos en un corcho con el Ulises de Tusquets debajo, ¿no?

– Regina: Mmmmm, puede ser curioso y, desde luego, un auténtico experimento librero, ¿lo hacemos?

Claro que lo vamos a hacer.

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿qué os parece la idea de utilizar la foto de Marilyn Monroe leyéndose el Ulises de Joyce para despertar el apetito lector de la gente? ¿Cómo reaccionaríais si os topáseis con algo así en vuestra librería?

NOTA DE REGINA: Quienes aún no os hayáis leído el Ulises de Joyce deberíais darle una oportunidad, queridos, especialmente si podéis haceros con la traducción de José María Valverde. Os puedo asegurar que una vez os hayáis acostumbrado a la original prosa de Joyce, ya sólo os quedará relajaros y disfrutar de un sinfín de deliciosas e inesperadas excentricidades hechas letra por un auténtico genio en el uso del lenguaje y el soliloquio que, además, pulveriza moralismos vacuos y, aún hoy, escandaliza a muchos con sus flujos de conciencia sobre cuestiones que van desde generalidades como la vida, la muerte y el sexo, hasta la situación de Irlanda y del nacionalismo irlandés ea finales del SXIX y principios del XX.

La novela en sí es la crónica de un día en Dublín en la vida del judío cuarentón Leopold Bloom, el joven universitario Stephen Dedalus (álter ego de Joyce), con quien se abre la obra, y la mujer del primero, Molly Bloom, con cuyo largo monólogo interior se cierra. Con la descripción de la odisea interior de estas vidas aparentemente anodinas e insignificantes, el genio de James Joyce convirtió la vulgar epopeya del hombre moderno en una obra inmortal que, además, está plagada de referencias y guiños a la Odisea de Homero. Una obra de arte de principio a fin, Regina dixit.

Si vas en bus llévate a Capote

(Detalle portada de Retratos / Anagrama)

(Detalle portada de Retratos / Anagrama)

No puedo mentir, esta vida de librera me estimula tanto como me frustra.

Es obvio que una no puede saber de todo, habérselo leído todo ni tener el título perfecto para cada persona en el momento exacto y a la velocidad de la luz. Por mucha Regina Ex Libris que una sea mi bagaje, cuando no mi memoria, hacen aguas, y hay momentos en que todo lo que leí y creí asimilar se disuelve en mi cerebro.

Si, queridos, bajo el pelucón y la corona mi cabeza humeante se convierte en un bol a rebosar de sopa de letras.

La frustración de no saber tiene remedio: leer más, estudiar un poco cada día, y de ahí lo estimulante de mi nueva vida. Pero el no ser lo suficientemente rápida, el no saber interpretar las señales me debilita, me martiriza, me jode.

Y me visualizo como una Regina ExLibris chapoteando entre mares de volúmenes embravecidos. Entonces y como leí alguna vez:

En mi trágica desesperación me arranco, brutalmente, los pelos de la peluca.

Menos mal que hoy el capote me lo lanzó mi amigo Truman. En plena sesión de auto-reproches apareció una clienta:

Buenas, mira… es que buscaba algo para leer en el metro y en el bus. Me refiero a algo ligero y de capítulos cortos, que si no pierdo el hilo. Pero con algo de contenido. Y no te voy a mentir, es que tampoco soy muy de cuentos.

Yo, abatida, miré al frente y justo antes de sincerarme con ella y decirle que no podía ayudarla la luz se hizo en forma de un rostro de pelo pajizo, mirada insaciable, voz aflautada y labios tras los que se atrincheraba una lengua feroz: Truman Capote.

Y su cara dio paso a la imagen mental de la portada de uno de mis grandes tesoros, sus Retratos. Más allá de que siempre esté dispuesta a recomendar cualquier título de Truman Capote, siento especial devoción por esa colección impagable de semblanzas de personajes que pueblan el Olimpo de las deidades del siglo XX.

Claro, por si fuera poco el carisma per se de criaturas como Marilyn Monroe, Chaplin, Coco Chanel, W. Somerset Maugham, Marlon Brando, Liz Taylor, Picasso o Tenessee Williams, el colmo del éxtasis intelectual se alcanza si es el genio afilado y tierno de Capote quien te disecciona al ser humano que hay bajo la máscara del icono.

En cuestión de segundos tenía un ejemplar en la mano y parloteaba sobre su contenido con mi entusiasmo revitalizado. Y esa pasión es contagiosa, porque algo que hace sentir tanto a alguien no puede ser una mediocridad.

Total, que la mujer se llevó sus Retratos de Capote y yo hice las paces con mis fantasmas. Y con el resto del mundo también, porque ya en la calle unos diez minutos después la vi literalmente metida en el libro mientras esperaba el autobús.

A sus pies, don Capote. Regina Ex Libris dixit.