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Esta radiografía craneal es un disco pirata de Elvis de la URSS

Placa de rayos x convertida en disco

Placa de rayos equis convertida en disco

Es la radiografía craneal de un ciudadano sin nombre, pero también, como demuestran la etiqueta, el orifio central y los surcos, se trata de un disco. En la URSS, de donde procede el ejemplar, llamaban a estos artefactos, las grabaciones sonoras sobre placas de rayos equis, discos-costilla o discos-hueso.

Proliferaron en los años cincuenta, cuando en la URSS encontrar vinilo era tan difícil como ejercer la libertad de pensamiento. Si lo que deseabas, además, era una canción de Elvis Presley o de cualquier otro defensor del capitalismo o enemigo de los soviets la cuestión se convertía en un asunto peliagudo que te podía costar una condena de cárcel por secundar y difundir las proclamas del Rey del Rock.

'Disco-costilla' soviético de los años cincuenta

‘Disco-costilla’ soviético de los años cincuenta

Según el excelente y divertido reportaje Cómo las cocinas soviéticas se convirtieron en caldos de cultivo de la disidencia y y la cultura , publicado [sólo en inglés] por la NPR —la organización mediática semipública de los EE UU—, los discos grabados sobre radiografías usadas eran habituales instrumentos de diversión colectiva y oculta en las reuniones que los sometidos habitantes de la URSS celebraban en las khrushchevkas, edificios comunales prefabricados y con servicios comunes donde eran obligados a vivir los desclasados, que eran todos con la excepción de los jerarcas del partido único.

Hasta siete familias compartían una cocina y los aseos. En una bella proyección de la justicia que emana de la injusticia, la política habitacional socializante de los dirigentes de la URSS creó espacios de comunión y debate que eran muy magros en metros cuadrados pero de superficie infinita en sueños.

En los cenáculos de los largos inviernos, los soviéticos hablaban, se tomaban con humor y vodka la vida, leían samizdat —recopilaciones copiadas a máquina de autores prohibidos o letras de canciones del actor y cantante Vladimir Vysotsky (1938-1980), el Bob Dylan de Rusia, quien opinaba que la URSS era «un gran campo de concentración»—, oían las radios extranejras cuando disponían de un prohibido aparato de onda corta o escuchaban magnitizdat, discos clandestinos copiados con alguna de las muy escasas grabadoras de bobinas que lograban entrar en el país, donde tampoco estaban permitidas.

'Disco-costilla' soviético de los años cincuenta

‘Disco-costilla’ soviético de los años cincuenta

Los discos-costilla eran producidos con las máquinas portrátiles de grabación que permitían prensar una postal sonora con un mensaje o una cancioncilla —como las Voice-O-Graph de los EE UU que intentan poner de moda ahora con el último disco de Neil Young en la cabina comercializada por Jack White—. En la URSS eran comunes en los salones de fotografía donde los encargados, a cambio de cierta cantidad de dinero, viandas o licor, hacían un pequeño negocio a espaldas del sistema traficando con música y canciones de los muchos estilos reprimidos por el régimen: desde el jazz hasta el rock and roll.

Como era casi imposible encontrar vinilos o discos de laca vírgenes, pronto dieron con soportes alternativos. Las radiografías usadas, que se podían trocar en los hospitales mediante algún contacto entre los empleados sanitarios, era baratas y perfectas. Adolecían, como los flexidiscos, de falta de rigidez, pero no se escuchaban del todo mal. Hasta la invención del casete, fácil de camuflar y transportar y de coste barato, resultaban una opción posible para driblar a la maquinaria censora estatal.

En el libro Back in the USSR: The True Story of Rock in Russia (1987), Artemy Troitsky explica con sencillez la elección: «Encontrabas radiografías con los pulmones, la médula espinal o fracturas de huesos, redondeadas con tijeras, con un agujero en el centro y los surcos apenas visibles (…) La calidad era horrible, pero el precio era bajo, un rublo o rublo y medio«.

En el polimórfico y con frecuencia absurdo mundo de las grabaciones discográficas —la entrada de la Wikipedia sobre tipos inusuales de discos cita desde un paquete de chow mein sonoro hasta sellos postales de Bután que son a la vez jingles publicitarios sobre el país— no deja de tener sentido que una música de electrochoque como la de Elvis Presley llegue, en forma de grabación pirata, dentro de una radiografía craneal.

Ánxel Grove

Recuperando horrores gastronómicos de los años cincuenta

Pineapple Olive Salad

Aperitivos, platos principales, bebidas, postres, guarniciones y ensaladas… Las categorías abarcan una variedad de recetas ideales para formarse una idea general de la tradición culinaria estadounidense de mediados del siglo XX, en particular de la comida de la mitificada cultura suburbana: amante de la fórmula sencilla, de las gelatinas, las mezclas desconocidas sepultadas en mayonesa y los pasteles salados.

The Mid-Century Menu (El menú de mediados de siglo) es un blog en el que su autora practica una interesante arqueología de la cocina. Apodada Retroruth, la valiente cocinera se atreve con recetas de libros estadounidenses de los años cincuenta y sesenta. Es fiel incluso en las presentaciones de los platos y fotografía con impunidad y crudeza los resultados de sus experimentos.

Frozen Valentine Rounds - Mid Century MenuConsiderados en su día atractivos y apetecibles, los platos no encajan en los gustos y modas actuales y provocan ahora cierta repulsión. Hay páginas y grupos de Internet (algunas reseñadas anteriormente en este blog, como Gee, That Food Looks Terrible!) que dedican especial atención a las ilustraciones y fotografías que acompañan a estas recetas añejas, ahora cómicas, mal presentadas y poco apetitosas. The Mid-Century Menu lleva esta atracción por el horror culinario al extremo de hacerlo realidad en el presente.

«La cultura de los EE UU tras la guerra estaba plagada de un entusiasmo por lo nuevo y lo mejorado, el aparato que lo hace todo, comida preparada y en lata. Esta actitud lo invadía todo y las amas de casa se daban el gusto de hacer algo que nunca antes habían hecho: tomar atajos para preparar la cena«, dice la autora, contraria a renegar al olvido o esconder «los atajos que no funcionaron».

El proceso no se queda en reproducir la receta. Retroruth y su marido Tom han establecido un día a la semana para cocinar un arriesgado plato del pasado y después cenarlo o tomarlo de postre. Cada entrada del blog documenta también las impresiones de la pareja al probar el resultado.

Unas veces hay sorpresas agradables y la gelatina verde con tropezones resulta estar buena. Otras, cuesta un poco atreverse a dar el primer vocado bocado a la peligrosa mezcla de atún en lata, rosada y compacta, que parece mirarte a los ojos con desdén. Otras veces pagan caro el atrevimiento, como en el caso del enigmático y colorido White Mystery Fruit Cake (que se podría traducir por Pastel de frutas Misterio Blanco) de una receta de 1958, tan feo como desagradable al paladar.

«Algunos dicen que es una pérdida de tiempo y energía, pero Tom y yo no pensamos eso. ¿Por qué? Bueno, te guste o no, esas horribles recetas son parte de la evolución culinaria de nuestro país (…). Sí, en un momento dado era lo máximo tener en tu fiesta crema agria mezclada con polvos de sopa de cebolla. Reconozcámoslo y sintámonos orgullosos de ello»

Helena Celdrán

Rosy tuna ring - Mid Century Menu

Cheezy Beans Casserole - Disgusting Thanksgiving

Spaghetti Sub  - Mid Century Menu

Pickle and Pineapple Salad - Mid Century Menu

Checkerboard bake with kraft dinner and spam - Mid Century Menu

«Medicados para su protección», la personalidad única de los enfermos mentales

Larry @ Mike Spitz

Larry @ Mike Spitz

Larry tiene 30 años y escucha voces dentro de su cabeza. Le convencen de que la policía va a por él o le aseguran que una chica caerá rendida de amor. Larry sueña que su padre se muere y renace convertido en mujer. Larry escucha con la misma veneración a Elvis Presley, Nirvana y Britney Spears. La familia de Larry se cansó de los muchos Larry que habitan a Larry.

Joe @ Mike Spitz

Joe @ Mike Spitz

Joe, de 59, lleva en la clínica desde hace 30 años. Le gusta la electrónica y es capaz de reparar una televisión. Recoge colillas del suelo y, sin encenderlas, les da unas caladas. Su padre era limpiacristales y su madre trabajaba como chacha «en las casas grandes de las colinas». Cuando murieron no supo qué hacer porque nadie podía cuidarlo. En la clínica ayuda repartiendo la medicación entre los residentes. Cientos de píldoras de colores hacen clic clac en el carrito de transporte.

Gary @ Mike Spitz

Gary @ Mike Spitz

Gary, 32. Estudios universitarios en teología. Se alistó y lo mandaron a Afganistán a desactivar explosivos. Para demostrarlo muestra un bulto en la cabeza: una bala de 50 mm. A veces la siente palpitar como un insecto metálico. No se lleva con su madre. Su padre es pediatra y no tiene tiempo para nada. Gary estuvo casado con Abigail y tuvieron una niña que ahora tiene siete años. Gary ha tatuado el nombre de Abigail en ambos brazos. Gary quiere tocar la guitarra en un grupo de death metal. Abigail está muerta.

Rose © Mike Spitz

Rose © Mike Spitz

Rose dice que no está segura de la edad que tiene pero calcula que ha pasado una docena de años en la clínica. Antes de estar aquí tuvo tres hijos, se metió en asuntos de drogas y la encerraron en una cárcel. Quiere casarse, tener un apartamento propio, volver al gimnasio y ganar un torneo de body building. Sus hijos nunca la han visitado. A veces se deprime. Se viste con un quimono para la foto.

Portada del libro de Spitz

Portada del libro de Spitz

El autor de los retratos de Larry, Joe, Gary y Rose es el fotógrafo Mike Spitz. Nació y reside en los EE UU, país donde también viven, dicen los datos oficiales, 57,7 millones de personas como Larry, Joe, Gary y Rose. Uno de cada cuatro habitantes adultos del país padece una enfermedad mental. El porcentaje es similar en el resto del mundo: la cuarta parte de la humanidad sufre, casi siempre en silencio y con valentía, una enfermedad mental.

De cada seis, uno padece lo que los médicos llaman «enfermedad mental grave» (el glosario es conocido: esquizofrenia, trastorno bipolar, paranoia, depresión profunda, pánico, estrés postraumático, anorexia, bulimia…). Es decir, en EE UU hay casi seis millones de locos de atar. Me permito la incorrección semántica porque me siento parte del colectivo y porque somos muchos quienes necesitamos de la pax química para estar aquí.

En una de las estancias de la Harbor View House donde Spitz hizo los retratos hay un cartel con una leyenda que pretende ser consoladora: «Medicated for your Protection» («medicados para su protección»). A nadie se le ha ocurrido colocar un segundo cartel qué precise el alcance del posesivo «su»: ¿Medicados para su propia protección o medicados para que nos protejamos los demás gracias a la medicación que ingieren los locos?.

La clínica de atención a enfermos mentales ubicada desde 1968 en el edificio al que entró Spitz con sus cámaras analógicas, una flamante construcción de estilo hispano-californiano que fue gimnasio y cuartel militar durante la II Guerra Mundial —hay quien jura que en las noches silenciosas se puede discernir el eco que dejaron en los salones los chistes necios que Bob Hope y Lucille Ball regalaban patrioticamente a los soldados antes de que embarcasen para morir reventados por la metralla nazi en Normandía sin haber tenido la mínima oportunidad de probar la sidra y el Camembert—, está en San Pedro, no muy lejos de Los Ángeles. A Bob Hope nunca le gustó demasiado separse de sus despachos favoritos de alcohol.

El fotógrafo Spitz tenía una cuenta pendiente con los habitantes de la Harbor White House (que, por cierto, no es blanca sino rosa pálido, como un chicle masticado demasiadas veces). Había trabajado como voluntario en la clínica benéfica y deseaba regresar para hacer un inventario fotográfico de los residentes, concederles la  identidad a la que tienen derecho, dejarles hablar para anotar los pormenores que deseen compartir…

«No quería hacer fotoperiodismo o una declaración social sobre las condiciones de vida de los internos. Buscaba que me permitieran entrar en su extrañamiento, soledad y personalidades únicas», dice en el prólogo del fotoensayo que ha autoeditado, Medicated for your Protection: Portraits of Mental Illness.

Spitz tiene el detallazo de permitir bajar gratis una versión en PDF del libro, de manera que no hay excusa para dejar de invitar a Larry, Joe, Gary y Rose a entrar en nuestra casa.

Ánxel Grove

¿Eres escritor? En Detroit te regalan una casa

Una de las casas de Write-A-House durante los trabajos de renovación

Una de las casas de Write-A-House durante los trabajos de renovación

El objetivo es  tan idílico como ambicioso: reconstruir casas abandonadas y en ruinas y regalarlas a escritores de todo el mundo dispuestos a mudarse a la ciudad.

Write-A-House (que se podría traducir por Escribe una casa) es una organización fundada en 2012 por escritores y «activistas urbanos» de Detroit que buscan una solución para el deterioro fatalista que sufre la localidad estadounidense, declarada en quiebra a principios del mes de diciembre. «Las casas están en barrios emergentes, activos y diversos. No será Beverly Hills, pero a lo mejor eso también está bien».

Interiores de una de las viviendas de Write-A-House

Interiores de una de las viviendas de Write-A-House

«Es como un programa de residencia para escritores, sólo que en este caso, en realidad, estamos dando la residencia a los escritores, para siempre», declaran en su página web. Los impulsores de la iniciativa buscan a «autores, periodistas, poetas…» que quieran establecerse en Detroit y comprometerse a «dar vida a las artes literarias».

El plazo para recibir solicitudes se abre en primavera de 2014 y el candidato puede ser local, estadounidense o de cualquier país del mundo. El aspirante debe mandar tres páginas de material escrito propio, un currículo y dos párrafos contando por qué está interesado en mudarse a Detroit. Por supuesto, existen requisitos para evitar engaños y comportamientos abusivos: Write-A-House se encarga del 80% de las reformas y deja a su nuevo dueño el 20% restante además del pago del seguro y de los impuestos de la propiedad.

En los dos primeros años de residencia, se espera que el nuevo vecino se involucre en eventos culturales locales, que escriban de vez en cuando en el blog de la organización, que use la vivienda como primera residencia y «sea un propietario residente y ciudadano literario responsable».

Transcurrido ese tiempo, el autor se convertirá en el dueño de la casa y no tendrá compromisos sociales, pero se confía en la buena voluntad del beneficiado por el programa y en su intención de quedarse en un ambiente acogedor y afín a sus inquietudes. Si el propietario decide vender el inmueble en los siguientes cinco años, la única posible compradora será la organización, que lo adquirirá por la misma suma que el escritor haya invertido en terminar y mejorar la vivienda.

Las reformas las llevan a cabo jóvenes de Detroit. Conocedora del problema del desempleo juvenil —en el area metropolitana, el índice de paro en personas de 16 a 21 años es del 30%, el más alto del país en un area urbana. En la ciudad es de más del 60%— Write-A-House se ha asociado con Young Detroit Builders, una organización sin ánimo de lucro que proporciona programas y cursos de carpintería y construcción para instruir a jóvenes.

Helena Celdrán

Write-A-House- Peach House

Desafia con fotos las leyes más ridículas de los EE UU

Una de las fotos de 'I Fought the law' - Olivia Locher

Una de las fotos de ‘I Fought the law’ – Olivia Locher

En Blythe (una localidad del sur de California) una ley añeja y escondida determina que no está permitido llevar botas de vaquero salvo que uno sea dueño de «al menos dos vacas». En el estado de Nueva York no se puede disolver un matrimonio alegando «diferencias irreconciliables» a no ser que ambar partes «estén de acuerdo». Para los texanos es ilegal «disparar a un búfalo desde el segundo piso de un hotel».

El conjunto de leyes y ordenanzas de los EE UU esconde prohibiciones anacrónicas que se han convertido en humorísticas. Nadie se ha molestado nunca en cuestionarlas, como si fueran una incómoda herencia que sin embargo conviene conservar. Las excentricidades legales afectan a países de todo el mundo y siempre tienen algo del carácter y de la historia del lugar: las estadounidenses tienen la peculiaridad de recordar a los tiempos más remotos de su fundación o al Lejano Oeste.

Olivia Locher (1990) se ríe de la ridiculez oculta en las leyes estatales y en las ordenanzas de diferentes ciudades y localidades de su país con I Fought the Law (Yo luché contra la ley): una colección de fotos en las que se salta normas sin sentido.

Un helado medio derretido en el bolsillo trasero de un pantalón corto desafía la ordenanza de Alabama que prohíbe llevar de esa manera los conos de helado. Cuatro consoladores exhibidos junto a una vajilla en una vitrina casera desobedece la ley de Arizona que no permite «tener más de dos» de estos juguetes sexuales en casa.

La autora, originaria del estado de Pensilvania —donde, por cierto, no está permitido dormir en lo alto de una nevera a la intemperie y nadie que haya «participado en un duelo» puede ser gobernador— vive y estudia en Nueva York y planea seguir con la serie.

Helena Celdrán

'En California no se permite montar en bicicleta en una piscina' - Olivia Locher

‘En California no se permite montar en bicicleta en una piscina’ – Olivia Locher

'En Arizona no puedes tener más de dos consoladores en casa' - Olivia Locher

‘En Arizona no puedes tener más de dos consoladores en casa’ – Olivia Locher

'En Texas es ilegal que los niños tengan peinados raros' - Olivia Locher

‘En Texas es ilegal que los niños tengan peinados raros’ – Olivia Locher

'En Hawái no se pueden llevar monedas dentro de la oreja' - Olivia Locher

‘En Hawái no se pueden llevar monedas dentro de la oreja’ – Olivia Locher

La desolación de los hombres varados en pueblos mineros

Puedes venir aquí en un capricho de domingo.
Digamos que tu vida se vino abajo. Que te dieron el último beso
hace años. Puedes caminar por estas calles
trazadas por un loco, pasar por los hoteles
que ya cerraron, los bares que también, el torturado intento
de los conductores locales por acelerar sus vidas.
Sólo las iglesias se mantienen. La cárcel
cumplió 70 este año. El único preso
sigue encerrado sin saber lo que ha hecho.

El negocio de subsistencia ahora
es la furia. El odio a los distintos grises
que la montaña envía, el odio a la fábrica,
la repelencia a las monedas, a las chicas más deseadas
que cada año se largan de Butte. Un buen
restaurante y algunos bares no pueden combatir el aburrimiento.
El boom de 1907, con ocho minas de plata en funcionamiento,
una pista de baile construida de la nada,
todos los recuerdos se pierden en la mirada,
en la verde panorámica de alimento para el ganado,
en las dos chimeneas sobre la ciudad,
los dos hornos muertos, el colapso de la enorme factoría
hace ya cincuenta años, pero no se derrumba.

En Degrees of Gray in Philipsburg (Grados de gris en Philipsburg), el poeta Richard Hugo (1923-1982) lamenta con sardónico odio la muerte de una ciudad minera en decadencia, oxidada y decrépita tras el fulgor, que siempre termina por ser fugaz pese al inicial empuje del boom, de la extracción, la riqueza y el empleo para todos.

A partir del llanto rabioso del poema y tomando una de sus más poderosas imágenes como título, Grays the mountains send (Los grises que la montaña envía), el fotógrafo Bryan Schutmaat (Houston-EE UU, 1983) se impuso la tarea, hace tres años, de mostrar la tierra baldía de las poblaciones mineras del Medio Oeste estadounidense y las almas que han quedado varadas en ellas. El fotoensayo, realizado con una cámara analógica de gran formato —sólo puedes penetrar en algunos lugares si la maquinaria que manejas es tan vieja como el ambiente—, es en mi opinión uno de los más bellos de la fotografía reciente.

¿No es esto la vida? ¿Ese antiguo beso
todavía quemándote los ojos? ¿No es esta la derrota
tan precisa: la campana de la iglesia parece
un anuncio de llamada al que nadie responde?
¿No suenan las casas vacías? ¿Es el magnesio
y el desdén suficiente para mentener en pie a una ciudad,
no sólo Philipsburg, sino ciudades
de rubias imponentes, buen jazz y todo el alcohol
del mundo, que no serás capas de beber
porque el pueblo del que vienes se muere en tu interior?

Los hombres que pueblan los villorrios que alguna vez fueron lugares encendidos y de noches largas padecen de la misma desolación que la tierra y, como ella, han sido lacerados tanto y tan intensamente como para que la redención sea imposible y la imperfección se haya instalado para quedarse. «Las pequeñas ciudades se están volviendo económicamente obsoletas, perdiendo su identidad frentre a las cadenas comerciales y la arquitectura se está muriendo», afirma el fotógrafo en una entrevista.

Schutmaat tiene el buen gusto de insinuar antes que narrar: un pavo en el horno o un cementerio sin visitantes son estadística suficiente. «Esta obra es una meditación sobre la vida de pueblo, el paisaje y, lo más importante, los paisajes interiores de los hombres comunes», dice, dolido por la alteración, que considera irremediable, de la piel exterior de la tierra estadounidense.

Niégate. El viejo, veinte años
cuando se construyó la cárcel, todavía se ríe
aunque sus labios se colapsen. Algún día, bien pronto,
dice, voy a dormir y no despertar.
Le dices que no, pero estás hablando contigo mismo.
El coche que te trajo aquí todavía funciona.
El dinero con el pagaste la comida,
no importa dónde lo extraigan, es de plata
y la chica que sirve los platos
es delgada y su pelo ilumina la pared como una luz roja.

El fotógrafo, ajeno a la épica del esfuerzo, evidente pero quizá inútil en el trabado gesto que los años han dejado en los personajes, coloca en entredicho la promesa del Oeste, que en los EE UU tuvo condición de llamada para la búsqueda de nuevos futuros, y sacude todo rastro de romanticismo de las fotos. Trabajo agotador, pobreza, cambio destructivo y soledad son los únicos caminos que muestra Grays the mountains send.

Pero ni un ápice de moralina, idealismo o falsa compasión hay en estas fotos fascinantes: «Estas personas son muy resistente y van a salir adelante sin importar lo que se cruce en su camino, sin ayuda o palmaditas en la espalda», dice el fotógrafo de los últimos mineros.

Ánxel Grove

Todd Sanders, fiel artesano de las luces de neón

'Fireflies in a Mason Jar' - Todd Sanders

‘Fireflies in a Mason Jar’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

Cuando el gaseoso neón se aisla en un tubo se transforma en un emisor de luz deseable, capaz de capturar miradas y mantener un interés infantil en el espectador. No es de extrañar que el lenguaje publicitario se apropiara de él, atrayendo las miradas de los clientes potenciales con parpadeos cíclicos y colores cambiantes.

El elemento químico de cualidades refrigerantes fue descubierto en 1898 por los químicos británicos William Ramsay (premio Nobel de Química en 1904) y Morris W. Travers. En 1912 el neón se había convertido en el mejor de los reclamos para un negocio.

Los neones no llegaron a los EE UU hasta 1923, pero fueron recibidos con fervor y se convirtieron con el paso de los años en un elemento indispensable para entender el código básico y lúdico de la cultura popular de carretera: piernas femeninas que se doblaban con descaro, vaqueros y mascotas sonrientes, dinámicas flechas que señalaban el único camino posible al mejor batido de chocolate, moteles que prometían habitaciones con televisión y una piscina en el patio…

Roadhouse Relics (que se podría traducir por Reliquias de carretera), en Austin (Texas), es el nombre del taller de Todd Sanders, artista estadounidense del neón. Orgulloso de no haber sucumbido a los ordenadores en el proceso, Sanders —»educado en las técnicas originales de la fabricación de letreros»— lleva casi dos décadas elaborando cada obra a mano. «La gente suele entrar en Roadhouse Relics y preguntar dónde encontré los letreros. Para muchos, es difícil de creer que, con ese estilo tan antiguo, los haya hecho yo», declara en su página web.

Uno de los neones de Todd Sanders expuestos en Roadhouse Relics

Uno de los neones de Todd Sanders expuestos en Roadhouse Relics

Sus conocimiento son puramente autodidactas. Una colección personal de cientos de catálogos y libros de letreros luminosos de los años veinte hasta los sesenta son su enciclopedia personal para entender las consignas publicitarias, la tipografía y los motivos más seductores. Sanders aboceta, diseña, crea las piezas de metal, combina los colores del neón y —según las necesidades del cliente— incluso atreza la obra para simular que el cartel estuvo a la intemperie durante décadas: «puedo hacer que parezca que tienen 50 años».

Entre su cartera de compradores están ZZ Top, Robert Rodriguez, Johnny Depp, Willie Nelson, el artista Shepard Fairey y la cantante Norah Jones. La entrega de Sanders se traduce en neones tan perfectos que resultan irresistibles para campañas publicitarias modernas, videoclips, películas y portadas de discos. «Mi pasión desarrollar mi creatividad como artista a través de los letreros de neón estadounidenses y además retar la idea de que tienen un fin estrictamente comercial. Me encomiendo a preservar estas profundas raíces artísticas y culturales de la cultura popular del siglo XX».

Helena Celdrán

'Legs' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Legs’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Mercury Man' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Mercury Man’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Big Cupie Doll' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Big Cupie Doll’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Deep Eddy' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Deep Eddy’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Crown' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Crown’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

Todd Sanders - Photo: Katherine O’Brien

Todd Sanders – Photo: Katherine O’Brien

 

Sustituye los castillos de arena por casas unifamiliares

Chad Wright con sus 'suburbios' de arena

Los castillos de arena, clásicos infantiles de cada verano, son monumentos opuestos a la vulgaridad de las viviendas, anacrónicos pero atractivos, que incitan a crear alrededor de ellos fosos con agua de mar, fortalezas y  rincones secretos: siempre hay algo que añadirles.

El diseñador estadounidense Chad Wright desmitifica la forma clásica y monumental de la construcción con un molde que recrea de manera esquemática una típica casa unifamiliar del Condado de Orange, los suburbios del sur de California en los que se crió.

Con los hogares de arena, alineados en la playa creando un barrio efímero, enfrenta el ideal del castillo a la arquitectura que se desarrolló en los EE UU tras la II Guerra Mundial. El invento y la posterior intervención son la primera entrega de Master Plan (Plan general), una serie de tres iniciativas con las que el autor seleccionará «artefactos» de su niñez, «investigando el legado de las zonas residenciales en las afueras de la ciudad».

'Master Plan' - Foto: Lynn Kloythanomsup - Architectural Black

‘Master Plan’ – Foto: Lynn Kloythanomsup – Architectural Black

Wright habla brevemente de su vida como habitante de los suburbios junto a su padre (agente inmobiliario), su madre (maestra de preescolar) y su hermano. Las memorias se presentan como una visión ideal del pasado, dominada por la comodidad de las convenciones sociales. Los suburbios de arena, en espera de que una ola los destroce, cuestionan el escenario mitificado de la casita unifamiliar, «la reexaminan como símbolo del sueño americano».

Ahora reside en San Francisco (California), donde abrió su estudio de diseño con la intención de «sintetizar ideas con objetos, poética con relevancia y productos con personas».Sus creaciones son a veces de una sencillez excesiva, pero siempre contienen un pequeño detalle que las hace merecedoras de un segundo vistazo.

Las sumamente minimalistas sillas de hierro y madera están inspiradas en el puente colgante del Golden Gate de San Francisco en los días de niebla, cuando la estructura prácticamente desaparece cubierta por la masa blanca. Las alargadas casetas para pájaros emulan a los rascacielos y buscan la cercanía con el pájaro en las alturas, en lugar de esperar a que el ave baje a descubrirlas. Los suburbios en la playa investigan la idea romántica que desde los años cincuenta se ha cultivado en torno a la vida en los barrios residenciales de aspecto impoluto, una idea tan frágil y poco fiable como un castillo de arena.

Helena Celdrán

'Master Plan' - Foto: Lynn Kloythanomsup - Architectural Black

‘Master Plan’ – Foto: Lynn Kloythanomsup – Architectural Black

'Master Plan' - Foto: Lynn Kloythanomsup - Architectural Black

‘Master Plan’ – Foto: Lynn Kloythanomsup – Architectural Black

 

Un alfabeto antiesclavista para niños estadounidenses

Letras A y B del 'Alfabeto antiesclavista' (1946)

Letras A y B del ‘Alfabeto antiesclavista’ (1946)

Escuchad, pequeños niños
Escuchad a nuestra serio llamamiento:
Sois muy jóvenes, eso es cierto,
Pero podéis hacer mucho.
Incluso podéis suplicarle a los hombres
Que no vuelvan a comprar esclavos,
Y que a esos que ya tienen
Con rapidez los liberen.
Puede que escuchen lo que vosotros decís
Aunque con nosotros aparten la mirada.
A veces, cuando volváis del colegio,
Podéis hablar con vuestros compañeros,
Hablarles del destino de los niños esclavos
Sin madre y desolados.

Así comienza el texto introductorio del Anti-Slavery Alphabet (Alfabeto antiesclavista), un sencillo libro infantil editado en 1846 por la Sociedad Antiesclavista Femenina de Filadelfia (EE UU), fundada en 1833 por 18 mujeres y afiliada a la Sociedad Antiesclavista Estadounidense. El tomo fue publicado para «inspirar a una nueva generación de abolicionistas» y se vendió en diciembre de 1846 en una feria organizada por la asociación.

Las autoras del libro, Hannah y Mary Townsend, eran dos hermanas de Filadelfia de la comunidad religiosa de los cuáqueros: cristianos, sin credo establecido, y convencidos de que es necesario vivir rigurosamente en la honradez y en la paz para estar cerca de Dios. Llamados también Sociedad Religiosa de los amigos, estaban (y siguen estando) especialmente presentes en este estado.

A diferencia de muchas de las organizaciones abolicionistas de mujeres, los historiadores destacan que la de Filadelfia —a la que pertenecían las Townsend— fue una de las pocas activas antes de la Guerra Civil, el conflicto que asoló el país entre 1861 y 1865 y que había enfrentando (aunque no como motivo principal) a los estados del Norte (en contra de la esclavitud) con los del Sur (a favor).

Estructurada en un abecedario, en 16 láminas y cosida a mano, la obra repasa con cada letra (pintada también a mano) aspectos de la esclavitud, con personajes y objetos que desgajan los detalles de la situación.

A es un Abolicionista.
Un hombre que quiere liberar
Al desdichado esclavo y dar a todos
La misma libertad.

B es el Hermano con una piel
Con un tono más oscuro
Pero a los ojos del Señor
Tan estimado como tú.

H es el Perro de caza entrenado por su amo,
Que olfatea el rastro
Del infeliz fugitivo
Y lo devuelve tembloroso a su lugar.

I es el Infante
Arrancado de los brazos de su cariñosa madre,
Y, en una subasta pública, vendido
Con caballos, vacas y maíz.

W es la Columna de castigo
Al que atan al esclavo
Mientras en su espalda desnuda, el látigo
Provoca heridas sangrantes.

Z es el hombre entusiasta, sinceroFiel, justo y verdadero;
Un serio defensor de los derechos de los esclavos
¿Lo serás tú también?

A propósito de la celebración este año de los 150 años de la emancipación en los EE UU, el Mississippi Department of Archives and History ha escaneado la obra al completo y la pone a disposición del público en imágenes de gran tamaño.

Helena Celdrán

anti-slavery alphabet - cover

anti-slavery alphabet - C y D

anti-slavery alphabet-Letters U y V

anti-slavery alphabet - Y y Z

«No usar para sobornar a políticos», mensajes en los billetes de dólar

Uno de los sellos de StampStampede

«Con 16 estados que apoyan una enmienda constitucional, y más que lo harán, tenemos que continuar con nuestro deber como seres humanos (y estadounidenses) para asegurar que nuestro sistema político no se corrompa por intereses especiales ni corporaciones. Si ya tienes un sello, ¡sigue sellando!«.

Las leyendas sobre los dólares son elocuentes y combativas: «Las corporaciones no son personas», «No usar para comprar elecciones», «No usar para sobornar a políticos» (esta última, especialmente popular). La tinta roja destaca sobre el verde mortecino de los billetes , que pasa de mano en mano propagando el mensaje. Los promotores aseguran que cada dólar es visto por una media de 875 personas.

StampStampede —juego de palabras en inglés que mezcla la palabra stamp (sello) con stampede (estampida)— es una iniciativa para protestar contra el poder determinante del dinero en el sistema político de los EE UU, donde las donaciones de multimillonarios y poderosísimas empresas financian las campañas. Aunque existen leyes para regularlas, muchos consideran que no son suficientes y que el procedimiento pone en jaque al sistema democrático: a más ingresos, más posibilidades tendrá el candidato de ganar y devolver así los favores a sus patrocinadores.

La máquina de Rube Goldberg montada sobre el 'Stampmobile'

La máquina de Rube Goldberg montada sobre el ‘Stampmobile’

Los activistas de la organización sin ánimo de lucro, originaria de Vermont (Nueva Inglaterra), demandan una enmienda constitucional que ponga más límites a la situación y utilizan el papel moneda como medio para hacer escuchar sus peticiones. Igual que un artista callejero se vale de la vía pública, usan el dinero como superficie ideal para llegar al mayor número de personas posible a través de un objeto que cambia de propietario día a día y tiene una vida activa de entre 4,8 años (para los billetes de 1 dólar) y 17,9 años (para los de 100).

Contradictoriamente, la junta directiva está formada por Ben Cohen (uno de los fundadores de la compañía de helados Ben and Jerry’s), Richard Foos, Danny Goldberg, Dal LaMagna y Judy Wicks. Todos —salvo Wicks— son fundadores y expresidentes de empresas millonarias y ahora están involucrados en varias organizaciones sin ánimo de lucro y fundaciones.

Con un historial de superempresarios, cabe pensar que ahora intentan lavar la conciencia o la reputación tras haber sido parte de la élite del corporativismo estadounidense. A ellos se han unido desarrolladores web, diseñadores gráficos y otros profesionales que contribuyen a mantener viva la campaña.

Dejando de lado el punto sospechoso, el fin es noble y los métodos, imaginativos. Además de vender sellos en su página web (a un precio político y con descuentos como el de este mes de julio, en el que sólo piden la voluntad) el colectivo tiene un StampMobile, una camioneta modificada con una máquina de Rube Goldberg que sella los billetes y viaja por diferentes ciudades del país para promover la iniciativa.

Helena Celdrán

 

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