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La ‘top model’, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano

Evelyn Nesbit, Stanford White y  Harry Kendall Thaw

Evelyn Nesbit, Stanford White y Harry Kendall Thaw

El titular podría ser el que abre la entrada, pulp hasta el amaneramiento: La top model, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano. No sería inaceptable otra versión menos relamida: El crimen más teatral del siglo XX. Tampoco una tercera más afrancesada: La mujer del columpio de terciopelo rojo.

La historia, que subyugó al novelista E.L. Doctorow (Ragtime, de 1975, adaptada al cine unos años después por Miloš Forman), tiene también lo necesario para ser el germen del libreto de una ópera de trama funesta, una crónica sobre el pozo negro del final de un siglo, la base para un ensayo sobre el fariseísmo social o una parábola sobre la belleza y sus desgracias.

Sea cual sea la versión, los protagonistas son Evelyn Nesbit, Stanford White y Harry Kendall Thaw.

Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)

Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)

Evelyn Nesbit, a quien llamaban la «Eva americana», tenía en la foto, tomada en 1900, 16 años.

Para considerarla una llama encendida no es necesario anotar lo que está a la vista: la caída de los párpados, la promesa de abandono, la piel lactescente del genoma celta… Poco más de un año antes, mientras el siglo XIX moría entre gritos de júbilo y admoniciones de apocalipsis, Evelyn rondaba la miseria. Trabajaba en una tienda por departamentos de Filadelfia 12 horas al día y seis días a la semana por un salario que alcanzaba para seguir muriendo.

Un encuentro casual con una pintora le permitió cambiar de oficio a los 14 años: modelo de estudio, a veces desnuda, por un dólar al día. Suficiente para mantener a la madre y el hermano chico, arruinados hasta el hambre por la muerte prematura a los 40 años del cabeza de familia, un abogado que sólo dejó en la tierra sueños demasiado ambiciosos y un hatajo de deudores.

"Portrait of Evelyn Nesbitt" - James Carroll Beckwith, c. 1901

«Portrait of Evelyn Nesbitt» – James Carroll Beckwith, c. 1901

La evocadora belleza de la muchacha y el apetito insaciable del público por buscar nuevos ideales de belleza y sensualidad para el siglo XX convirtieron a Evelyn en un icono.

La llama ardió rápido: en 1902 aparecía en la portada de las revistas —todas: Vanity Fair, Harper’s Bazaar, The Delineator, Women’s Home Companion, Ladies’ Home JournalCosmopolitan…— y también en la publicidad del interior.

Era inagotable: vendía marcas de pasta de dientes o cerveza, Coca Cola o pólizas de seguro; una presencia tenaz: aparecía en postales, calendarios, tarjetas, se multiplicaba —geisha, ninfa, diosa griega, campesina, gitana...—, y mantenía el misterio de lo carnal.

La consideraron, con razones sobradas, tres veces icono inaugural: la primera pin-up, la primera top model y la primera sex symbol. Dicen que hasta la llegada de Marilyn Monroe nadie calentó tanto la imaginación de los EE UU.

"Woman: the Eternal Question" - Charles Dana Gibson, 1905

«Woman: the Eternal Question» – Charles Dana Gibson, 1905

En 1905 un perfil de la exuberante muchacha fue dibujado, con el elocuente título de Mujer: la pregunta eterna, por Charles Dana Gibson, constructor de las Gibson Girls, mujeres nuevas que bebían martini, montaban en bicicleta, regían su vida, no atendían a convenciones y estaban muy por encima de los cánones de belleza.

Evelyn, que también fue musa de algunos de los pioneros de la fotografía de moda y cobraba una tarifa de diez dólares por sesión, añadió pronto a los ingresos el salario como corista en Florodora, uno de los primeros musicales de éxito masivo en los teatros de Broadway. En 1902 consiguió un papel secundario —la gitana Vasthi— en otra obra, The Wild Rose.

Su madre, que vigilaba de cerca a la fuente de ingresos, aceptó complacida que su hija, que acaba de cumplir 18 años, iniciase una carrera en los escenarios, porque le dijeron que las actrices lo tenían fácil para pescar millonarios.

Evelyn era mediocre como intérprete —tanto que el resto del elenco solía burlarse de ella durante los ensayos—, pero algunas críticas destacaron que mientras permanecía en silencio era capaz de iluminar la escena con más intensidad que todo el equipo eléctrico.

Entre los aduladores que rondaban a la joven diva el más cautivador —aunque a Evelyn le parecía «demasiado viejo»— era el arquitecto Stanford White, un bon vivant cincuentón y dandi pese al sobrepeso. Era adorado por la alta sociedad neoyorquina por la aguda palabrería, la extravagancia del enérgico bigote rojizo, la fundación de un estilo que llamaba con pompa Richardsonian Romanesque y que no era otra cosa que una aplicación, quinientos años más tarde, del ideario renacentista, las casas que diseñaba para la altísima burguersía —entre ellas las mansiones en la Quinta Avenida de los Vanderbilt y los Astor—, y la reforma del Madison Square Garden de 1890, que coronó con una réplica de la Giralda de Sevilla.

Stanford White (1853-1906)

Stanford White (1853-1906)

La obra de la que White estaba más orgulloso era su «apartamento para adulterios», entre las avenidas 22 y 24, una casa de ladrillo que había decorado con la estridencia de un burdel: en una habitación tenía un columpio de terciopelo rojo para que sus conquistas se balanceasen, a ser posible ligeras de ropa, y en otra había cubierto las paredes de espejos para multiplicar hasta el infinito las hazañas sexuales de las que se ufanaba.

Aunque White se mostró en un principio como «paternal y cariñoso», según escribiría Evelyn en sus memorias, prontó pasó a la acción y, con la connivencia de la madre de la actriz, que veía con buenos ojos el asunto y se apartó muy gratamente de la ciudad aceptando unas vacaciones pagadas por el arquitecto, logró que la joven entrase en su cama. No hubo coacción, pero sí fascinación, mucho champán, cenas íntimas con platos que Evelyn nunca había visto ni en estampas, el regalo de un bellísimo quimono y un columpio de terciopelo.

John Barrymore (1882-1942)

John Barrymore (1882-1942)

En escena apareció fugazmente el actor John Barrymore, que todavía era un aspirante a estrella pero cautivó a Evelyn con el magnetismo que le convertiría en uno de los grandes galanes de la primera mitad del siglo. Fueron amantes durante una corta temporada porque la madre de ella y White intervinieron para cortar el romance y separar a los novios.

A los pocos meses Evelyn fue internada en una clínica: la versión oficial fue una apendicitis, pero siempre se especuló que se había sometido a un aborto porque estaba embarazada de Barrymore.

Dominada y con escasa voluntad, la «Eva americana» eligió salir del laberinto mediante la peor de las opciones: Harry Kendall Thaw, hijo de un magnate del carbón y los ferrocarriles. El heredero, hijo único, vivía sin pegar clavo gracias a una holgada asignación familiar.

Harry Kendall Thaw (1871-1947)

Harry Kendall Thaw (1871-1947)

Señorito calavera, criado como un reyezuelo despótico —mantuvo durante toda la vida la costumbre de hablar con el código lingüístico y el tono amanerado con que los adultos hablan a los bebés—, tahúr de partidas de póquer, consumidor de cocaína, morfina y opio, expulsado de una universidad tras otra (incluso de Harvard, que lo había admitido tras una donación millonaria de papá), Harry distribuyó el escándalo y los caprichos con pasión y logró que la prensa acuñara un término que hasta entonces era desconocido: playboy.

Acudía cada noche a ver actuar a Evelyn, le enviaba regalos, primero desde el anonimato y luego a cara descubierta. Cuando ella salió del hospital la invitó a un viaje a todo trapo por Europa para recuperarse. La madre de Evelyn, por supuesto, se apuntó. Al fin adivinaba el yerno millonario con el que siempre había soñado.

Manipulador de efectividad suprema, Thaw organizó un recorrido agotador de saltos entre ciudades, hoteles de lujo, salones de alto copete y diversiones mundanas. Al mismo tiempo malmetió para que madre e hija —cansada la primera y abatida la segunda— se distanciaran y propuso, presentándose como apaciguador, que se la señora se quedara unos días en Londres para recuperar aliento mientras él y Evelyn se iban a conocer París. En la capital inglesa, tras una noche iluminada por el champán, propuso matrimonio a la joven por primera vez.

Residencia de los Thaw en Pittsburgh

Residencia de los Thaw en Pittsburgh

Después de casi dos años de insistencia, Evelyn dijo que sí. En sus memorias afirma que antes contó a Thaw toda la verdad sobre las relaciones previas con White y Barrymore.

La boda, que se celebró en abril de 1905, fue un prólogo de la vida que tenía por delante la joven, que acababa de cumplir 21 años: Thaw y su madre, una fanática que interpretaba literalmente el Viejo Testamento, obligaron a la novia a vestir de negro. La pareja viviría en la aislada residencia palaciega de la familia. Desde luego, la carrera como actriz y modelo terminó de inmediato.

La jaula de oro era, finalmente, una simple jaula. Nada faltaba pero nada era del todo real: las apariencias mandaban y la alienación de Evelyn, que nunca había ejercido el libre albedrío, se acentuaba por momentos. En el interior del marido anidaba una creciente paranoia. Aseguraba que la mafia planeaba secuestrarle, que le perseguían, que el arquitecto White deseaba recuperar a Evelyn. Empezó a sufrir episodios de ira y violencia y a llevar encima una pistola.

"Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza" (Portada del 'New York American' del 26 de junio de 1906)

«Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza» (Portada del ‘New York American’ del 26 de junio de 1906)

El 25 de junio de 1906 fue un día de extraordinario calor en Nueva York. Los termómetros rozaron los 30 grados centígrados y la humedad agudizaba la sensación térmica. A las 11 de la noche, la terraza del Madison Square Garden —diseñada por Stanford White precisamente para servir como refrescante alternativa teatral a cielo abierto durante la temporada de verano— estaba poblada por la alta sociedad de Nueva York. Representaban el vodevil Mam’zelle Champagne (Señorita Champán), una deliciosa nadería para regocijarse con la frivolidad.

Cuando la compañía afrontaba el número final —I Could Love A Million Girls (Podría amar a un millón de chicas)— acaso White pensaba en que el temita podría aplicarse a sus experiencias en el salón de los espejos del «apartamento para adulterios».

Las bandas sonoras siempre caen del cielo.

El bigotudo arquitecto, charlando como siempre, no vió venir a Thaw, que descargó tres tiros en la cabeza y la espalda de White. En el revuelo y la histeria posteriores, el asesino permaneció inmóvil. «Arruinó a mi esposa», dijo en voz baja antes de tomar a Evelyn del brazo y dirigirse al ascensor.

— ¿Qué has hecho? —preguntó ella, consternada y en estado de shock.

— Salvar tu vida —dijo él.

Harry Thaw en comisaria unas horas después de asesinar a White

Harry Thaw cenando en comisaria unas horas después de asesinar a White

El proceso judicial, bautizado como «el juicio del siglo», fue una pantomima. El dinero inagotable del imperio Thaw pagó las minutas de los mejores penalistas del país y de una agencia de relaciones públicas para influir sobre los diarios —fue la primera vez en la historia que un gabinete de prensa representó a un asesino—. El jurado fue secuestrado en un hotel —también una circunstancia inédita hasta entonces— para intentar aislarlo de la contaminación de los muchos tribunales paralelos.

La opinión pública tragó con el mensaje: Thaw era un caballero que defendió el honor de su esposa ante el arquitecto abusador que se había aprovechado de la inocencia de una menor de edad. Algunas revistas de arquitectura se dejaron sobornar y publicaron críticas feroces al estilo «irrelevante y pretencioso» de White, que pasó a ser un apestado postmortem.

Thaw fue condenado a cadena perpetua en un sanatorio mental, donde vivía como un capo, con comidas traídas desde el restaurante Delmonico’s y tres sirvientes a su servicio. Intentó fugarse varias veces y llegó a escapar a Canadá, pero fue extraditado. En 1915, nueve años después del crimen, fue considerado como «curado» y puesto en libertad por un tribunal.

Evelyn Nesbit y su hijo - Foto: Arnold Genthe, 1913

Evelyn Nesbit y su hijo Russell William Thaw – Foto: Arnold Genthe, 1913

Unos cuantos epílogos pueden ser anotados para culminar la narrativa de esta crónica sobre una cenicienta elevada a la fama discutible de la admiración y la indiscutible bajeza de los cotilleos.

Evelyn Nesbit tuvo un hijo, nacido en Berlín en 1910. Sostenía que el padre era Thaw y el crío había sido concebido durante una visita privada en el sanatorio. El millonario nunca reconoció la paternidad del crío, aunque permitió que fuese registrado con su apellido.

Russell William Thaw actuó con su madre en media docena de pésimas películas que pretendían explotar el morbo y se dedicó a la aeronáutica. Fue piloto de prototipos y héroe en cazabombarderos durante la II Guerra Mundial. Murió en 1984.

Evelyn Nesbit (1884-1967)

Evelyn Nesbit (1884-1967)

En 1911 la actriz se reconcilió con su madre, la mujer que le había dirigido y manipulado la vida. Intentaron sacar dinero a la familia Thaw, pero sólo recibieron «migajas». Cuando se ultimó el divorció en 1915 el tribunal dictó una compensación de 25.000 dólares. A Evelyn le pareció tan insultante que donó el dinero a la anarquista, libertaria y feminista Emma Goldman, que lo empleó para financiar el libro prosoviet Diez días que estremecieron al mundo, del propagandista John Reed.

La primera top model trabajó en compañías de burlesque de tres al cuarto. Algunos dicen que también se ofrecía como stripper para fiestas privadas. Murió en una residencia de ancianos en California en 1967, a los 82 años.

Thaw fue detenido en 1916 por agresión sexual contra un chico de 19 años. El dinero volvió a resolver el asunto, que se cerró con un acuerdo fuera de los tribunales. En 1924 compró una granja en el campo y escribió un libro de memorias. «Bajo las mismas circunstancias volvería a matarlo mañana», dijo sobre el ataque mortal contra White.

El «playboy asesino», como le llamaban los diarios, murió de un ataque al corazón en Florida en 1947. Tenía 76 años y una fortuna estimada en un millón de dólares.

El edificio que había construido White para sus adulterios se derrumbó en 2007. Nadie lo derribó: cayó por abandono.

Jose Ángel González

Kandinsky, Munch, Mondrian, Saint-Exupéry…, de dominio público desde 2015

"Vampyr II" - Edvard Munch, 1895

«Vampyr II» – Edvard Munch, 1895

El tremendo óleo de Edvard Munch Vampyr II es, desde el uno de enero de 2015, de dominio público.

Han pasado 70 años desde la muerte del pintor, legalmente llamada post mortem auctoris, y ha concluido el periodo de vigencia de los derechos de autor según la legislación que aplica más o menos toda la Unión Europea. El cuadro puede, por tanto, ser utilizado y difundido con absoluta libertad.

El año que acaba de comenzar viene bien surtido de herencias artísticas que pasan a pertenecer al legado común.

En 1944, hace 70 años, murieron el poeta de la abstracción Vasily Kandinsky, que pintaba como haciendo música; Piet Mondrian, que soñó con desentrañar el color de la «retícula cósmica» y desde hace años se lleva mucho en tapicerías y cortinas; el futurista Filippo Marinetti, propulsor de la idea de que la verdad está en la máquina y temerario compañero de viaje del neofascismo italiano, y el paladín del swing blanco Glenn Miller, quien todo lo merece por el mero título de sus canciones, que te hacen bailar sólo con mencionarlas: Chattanooga Choo Choo, Moonlight serenade, Pennsylvania 6-5000

Las obras de los cuatro son de dominio público.

'Circles Within A Circle" - Vasily Kandinsky, 1923

‘Circles Within A Circle» – Vasily Kandinsky, 1923

En lo literario destacan dos figuras de caráter legendario, Flannery O’Connor, criadora de pavos y reina del gótico sureño, ese subgénero desapegado, irónico y descarnado en el que no ha sido superada por ninguno de sus ilustres imitadores, de Faulkner a McCarthy pasando por García Márquez —todos los postulados del realismo mágico estaban en la obra de O’Connor—, y Antoine de Saint-Exupéry, el autor de Le petite prince (El principito), traducido a 250 idiomas y tercer libro más vendido de todos los tiempos (tras Historia de dos ciudades, de Dickens, y El Señor de los Anillos, de Tolkien).

Para los amantes de la narrativa pulp también se libera de derechos de autoría, aunque sólo en Canadá —en la UE habrá que esperar diez años más—, la obra de Ian Fleming, creador del personaje literario de James Bond y, como 007, bon vivant y mujeriego.

"Aften på Karl Johan" - Munch, 1892

«Aften på Karl Johan» – Munch, 1892

El asunto es menos simple de lo que sugieren estas apresuradas notas.

En los EE UU, por ejemplo, ninguna obra pasará a ser de dominio público hasta 2019, porque en 1978 se extendió de 70 a 95 años el periodo de explotación de regalías y se permitió, en una decisión deleznable que sólo defiende a las empresas que mercantilizan los bienes culturales, que se aplicara con carácter retroactivo a obras que ya estaban en los catálogos de dominio público y dejaron de estarlo, volviendo los derechos a sus legítimos propietarios.

Según las normas estadounidenses vigentes ninguna obra por encargo es propiedad del creador o compositor, sino del empleador —empresa editora o de publicación—, que será dueño de los derechos durante los 95 años siguientes a la fecha de edición. La locura de este proteccionismo corporativo motiva que los defensores del dominio público emitan cada uno de enero un listado de las obras que hubiesen entrado en la categoría de estar vigente la ley que estuvo en vigor hasta 1978.

El uno de enero de 2015, por ejemplo, entrarían en dominio público novelas como Desayuno con Diamantes (Truman Capote), películas como Vértigo y canciones como el himno del rock Johnny B. Good (Chuck Berry)… Hay, desde luego, muchas otras: todas las obras publicadas y editadas en 1958.

Podrían ser de dominio público en los EE UU (Imagen: Duke University's Center for the Study of the Public Domain)

Podrían ser de dominio público en los EE UU (Imagen: Duke University’s Center for the Study of the Public Domain)

La extraordinaria y atribulada historia es seguida con atención y narrada con ánimo reivindicativo por el Centro de la Univesidad de Duke para el estudio del dominio público, uno de esos departamentos universitarios que los yanquis saben cómo manejar como nadie [aquí está el informe sobre este año, con suficiente hipervinculación como para dedicarle meses a la lectura]. Las universidades españolas, cavernícolas como casi siempre, ni siquiera consideran que el asunto tenga interés.

Más información detallada, en ingles, puede encontrarse en el libro The Public Domain: Enclosing the Commons of the Mind, de James Boyle, que, como buen militante del procomún, deja bajar el libro gratis.

Entretanto, si les parece que hay clientela editen El Principito —ojo: encargando a alguien la traducción o buscando una traducción libre de regalías— o vendan pósters y postales de obras de Kandinsky, Munch y Mondrian. Son de todos.

José Ángel González

‘¿Me dejas dormir en tu casa?’, pregunta a desconocidos la fotógrafa Bieke Depoorter

© Bieke Depoorter

© Bieke Depoorter

Distancia entre una y otra imagen: varios miles de kilómetros y unas 15 horas. A la derecha, un dormitorio de algún lugar de Siberia (Rusia). A la izquierda otro, pero de los EE UU.

La fotógrafa es la misma, Bieke Depoorter, belga de 1968, una intrusa en ambas casas.

En 2009, se embarcó en el Transiberiano: hizo el trayecto de ida y vuelta tres veces, bajando al azar en la parada del ferrocarril que coincidiese con el final de cada día. No sabía ruso, pero abordaba a alguien dejándose llevar por el instinto y le mostraba una nota que una amiga le había traducido:

Busco un sitio para pasar la noche. ¿Sabe de alguien con una cama o un sofá libres? Tengo saco de dormir. No quiero meterme en un hotel porque no tengo dinero y quiero saber cómo viven los rusos. ¿Me dejas dormir en tu casa?

Así nació Ou Menya —en ruso, Contigo—, un reportaje que ganó varios premios. La fotógrafa sacude de sus pretensiones cualquier propósito sociológico: no se trata de una historia sobre «cómo vive la gente», sino sobre la «intimidad» y la relación entre los anfitriones y el fotógrafo.

Sin posibilidad de comunicación oral —o con la ayuda mínima de media docena de palabras universales—, Depoorter pasó una noche en cada casa y retrató lo que sucedía. «Una sola noche puede parecer poco tiempo, pero es mucho cuando la vives», explica en una entrevista en Fader.

Ahora la valiente reportera ha culminado el yang de aquel ying con I’m About to Call It a Dayexpresión inglesa que podría traducirse como «se acabó lo que se daba» en referencia al fin de la jornada laboral o un trabajo—, una travesía de varios meses por la no menos extensa geografía de los EE UU, en una deriva al azar en la que Depoorteer evitó las grandes ciudades y buscó el latido casi nada difundido del interior del país, la siberia del otro lado del Atlántico.

La táctica que empleó fue la misma: dejarse llevar por el pálpito personal para abordar a alguien y pedirle alojamiento por una noche. Esta vez la verbalización fue más fluida porque la fotógrafa habla inglés, pero la intención intrusiva se mantuvo: no me conoces, no te conozco, pero quiero dormir en tu casa y hacer fotos a lo que pasa allí dentro.

La vulnerabilidad de doble dirección de las fotos —tú confías en mí, yo confío en ti, pero no es una confianza plena, contrastada, de manera que quizá algo puede salir mal— multiplica la fugacidad de los retratos y les confiere un carácter no del todo terrenal.

En el ensayo introductorio a I’m About to Call It a Day Marteen Dings escribe sobre la extraña condición del espectador:

Estamos inmersos en la oscuridad. Apenas podemos arañar la superficie de estas imágenes sin pulir ni barnizar. Una brisa surrealista se desplaza a través de los retratos y los paisajes a pesar de su carácter documental (…) Tal vez estas imágenes no están destinados a ser sondeadas.

Depoorter se ha quedado con toda la información, sólo ella sabe qué desean los desconocidos, a qué intercambio están dispuestos cuando la invitan a dormir en sus casas: confidencias, anécdotas, secretos, sentimientos…

¿Nunca se han preguntado, al enfilar la calle desconocida de una no menos desconocida barriada, quién vive detrás de las ventanas repetidas? La fotógrafa de estos dos luminosos proyectos ha logrado reunir algunas respuestas.

Jose Ángel González

Un deporte excéntrico que sustituyó el caballo por el coche

Auto polo - Bain News Service, publisher - Auto polo - between ca. 1910 and ca. 1915

Los vehículos parecen lanzar a los viajeros con violencia, rebelarse contra el control humano. Los jóvenes salen despedidos y los coches vuelcan. Suspendidos en el aire también se aprecian grandes mazos de mango alargado. Sólo la presencia discreta de una pelota puede funcionar como pista para descubrir que aquello es en realidad un deporte.

En el polo, los jugadores se trasladan a caballo y, con mazo en la mano, desplazar una pelota que deben introducir en una portería. Originario de Persia (donde parece que nació en el siglo VI a.e.c), el tiempo ha pasado por él sin apenas cambios, pero en 1911 hubo un intento de transformarlo radicalmente y cuestionar la necesidad del caballo para practicarlo.

El auto polo se presentaba en 1911 en los EE UU, cuando comenzaba a prosperar la industria automovilística, como una modernización del polo, añadiendo el coche y quitándole los caballos. Aunque se habla a menudo de este año como de su nacimiento, el invento es anterior: un recorte del periódico inglés Paterson Daily Press publica en julio de 1902 un breve artículo sobre el «Automobile polo», ideado por «Joshua Crane Jr.» y que ya anunciaban con cierto tono burlón que «no parecía que fuera a hacerse demasiado popular».

Bain News Service, publisher. Auto Polo, between ca. 1910 and ca. 1915

Bain News Service, publisher. Auto Polo, between ca. 1910 and ca. 1915

La ocurrencia supuestamente estadounidense tenía algo de estrategia comercial. No es una coincidencia que su autoaclamado inventor —Ralph Pappy Hankinson— fuera un vendedor de coches de Ford, una compañía en expansión que sólo dos años después introdujo la primera cadena de montaje en la fabricación de los coches, un método con el que se abarataron y por fin fueron accesibles a la clase media.

Desde que se celebró el primer partido —en un campo de alfalfa de Wichita (Kansas), con 5.000 espectadores— el deporte estrafalario se hizo popular en ferias y exhibiciones hasta finales de los años veinte e incluso se crearon varias ligas bajo la tutela de la Auto Polo Association. En Europa nunca consiguió calar, a pesar de que varios equipos de Wichita iniciaron un tour en 1913 por el viejo continente para promocionarlo.

Con frecuentes choques entre los vehículos, huesos rotos y atropellos, los problemas de seguridad cada vez le dieron peor prensa. La mayoría de los coches quedaban para el desguace una vez terminados los partidos y no era viable económicamente seguir practicándolo. Ninguna aseguradora estaba dispuesta a sufragar los costes del capricho y el auto polo quedó en una moda pasajera, una excentricidad estadounidense que tal vez vuelva a practicarse alguna vez, de manera espontanea, en un campo de alfalfa.

Helena Celdrán

Auto Polo

Auto Polo - Chicago

Contraponen menús estándar de pobres y de ricos

Imperio Romano - "Power Hungry" © Henry Hargreaves

Imperio Romano – «Power Hungry» © Henry Hargreaves y Caitlin Levin

En pleno apogeo del Imperio Romano, digamos en el año 117 de nuestra era, cuando los dominios del emperador Trajano eran inmensos —cinco millones de kilómetros cuadrados: desde el Atlántico al Pérsico y desde el Sáhara al Rin— y las riquezas desmesuradas, el 98 por ciento de los entre 8 y 9 milones de vecinos de lo que hoy es Italia comían como animales.

No es una refenncia a los banquetes orgiásticos de los patricios, sino un apunte textual: 98 de cada cien vecinos de la edad de oro del gran imperio se alimentaban, sobre todo, de mijo, un cereal muy usado como pienso para aves. Lo han constatado análisis recientes de tumbas, que no han encontrado presencia de otro alimento entre los romanos de a pie.

¿Qué comían los dos romanos restantes necesarios para completar la centuria? Se alimentaban como dioses: pescado fresco, frutas de temporada o secas, verduras, queso, setas, legumbres, vino, aceite de oliva….

Las fotos de arriba colocan un menú tipo del 2% de los romanos poderosos en un extremo de la mesa y otro del 98% famélico en el lado contrario.

Forman parte del proyecto Power Hungry (Poder Hambre) de los fotógrafos Henry Hargreaves y Caitlin Levin, que suelen mezclar lo mundano con lo artístico y a quienes les encanta el análisis de los hábitos de alimentación y lo que estos revelan de la sociedad —ya habían firmado una serie en la que componían mapas del mundo basados en las dietas de cada zona—.

Los fotógrafos explican sus intenciones en una entrevista en BuzzFeed:

Queremos que las personas se sienten a la mesa, figurada y literalmente, y vean las flagrantes disparidades entre los que tienen y los que no.

 Antiguo Egipto - "Power Hungry" © Henry Hargreaves and Caitlin Levin Antiguo Egipto "Power Hungry" © Henry Hargreaves and Caitlin Levin

Antiguo Egipto – «Power Hungry» © Henry Hargreaves y Caitlin Levin

Tras investigar documentación sobre hábitos, hambre, falta de alimentos y consumo, los fotógrafos proponen la dialéctica del menú pobre / menú rico mediante fotos de bodegones de menús tipo de las clases alta y baja de la población.

Las imágenes pertenecen, en ocasiones, a épocas históricas como el antiguo Egipto, donde la carne era un lujo solo al alcance de las élites del poder político y religioso, mientras que el pueblo llano se alimentaba de vegetales y pan.

Francia 1789 - "Power Hungry" © Henry Hargreaves

Francia 1789 – «Power Hungry» © Henry Hargreaves y Caitlin Levin

Tampoco en el siglo XVII francés, la centuria de las Luces y la pompa, la brecha social de la alimentación era menos profunda. Hargraves señala que los habitantes pobres de las ciudades gastaban la mitad de los ingresos en comida muy básica, de subsistencia.

Mientras los trabajadores no cualificados debían conformarse con mendrugos de pan, la nobleza y las clases adineradas francesas comían delicadezas culinarias exquisitas, entre ellas repostería refinada, y regaban el condumio con vino y champán.

EE UU - "Power Hungry" © Henry Hargreaves and Caitlin Levin

EE UU – «Power Hungry» © Henry Hargreaves and Caitlin Levin

La situación es casi la misma hoy y «cerca de casa», afirma el fotógrafo.

Muchas personas en todo el mundo todavía se ven obligadas a sobrevivir comiendo casi nada en absoluto, mientras que unos pocos poderosos viven en el absurdo culinario del lujo suntuoso.

El ejemplo más claro e irritante es el de los EE UU, donde uno de cada seis habitantes padece hambre. En el país más poderoso del mundo 50,1 millones de personas se sientan en el lado pobre de la mesa. El 40% de la comida del lado rico termina desechada en la basura.

Si quieren asustarse aún más, consulten la página web de World Hunger. Está en inglés pero el hambre es un idioma fácil de entender.

Dejo abajo otro par de fotos de Power Hungry. Son las radiografías alimentarias de dos países que salen mucho en la televisión, casi siempre por razones geoestratégicas (Corea del Norte) o porque algún occidental está secuestrado y en peligro de muerte (Siria).

No conviene ver las fotos antes de preguntar: «¿qué cenamos hoy?».

Jose Ángel González

Siria - "Power Hungry" © Henry Hargreaves

Siria – «Power Hungry» © Henry Hargreaves y Caitlin Levin

Corea del Norte - "Power Hungry" © Henry Hargreaves

Corea del Norte – «Power Hungry» © Henry Hargreaves y Caitlin Levin

Doce millones de migrantes europeos ‘repueblan’ Ellis Island

A su llegada a Nueva York en 1901, escapando de las balas de una lupara de la mafia siciliana, el niño de diez años Vito Andolini es rebautizado por el gendarme de Inmigración, que le otorga por error el apellido de su pueblo natal, Corleone. El crío está enfermo de viruela y lo internan en cuarentena en un hospital para inmigrantes. En el triste cuarto de la tierra nueva, sentado frente a la Estatua de la Libertad, cuyo significado dudosamente conoce, el dulce huérfano —objetivo de una vendetta que le ha deja solo en el mundo porque su padre se atrevió a insultar al capo local— canta una tonadilla en dialecto siciliano.

La escena, narrada con cadencia de llanto por Francis Ford Coppola en El Padrino —esa trilogía sobre una saga italoestadounidense que debería ser considerada como patrimonio de la humanidad—, se desarrolla en la Isla Ellis, en la bahía de Nueva York, un islote plano y de muy pequeño tamaño que la intervención humana amplió hasta 11 hectáreas merced a sucesivos trabajos de relleno. Cuando los colonos holandeses la compraron en 1630 a los indios, era poco más que una lengua de barro donde abundaban las ostras e incordiaban las gaviotas.

Inmigrantes en Ellis Island, 1892 - Foto: Wiki Commons

Inmigrantes en Ellis Island, 1892 – Foto: Wiki Commons

Desde 1892 hasta 1954, Ellis Island fue el principal punto de entrada de inmigrantes a los EE UU: 12 millones de personas desembarcaron en la isla, convertida en centro de control migratorio, penitenciaría, hospital psiquiátrico, paritorio y zona de aislamiento sanitario para enfermedades infecciosas. Fue tanta la magnitud del flujo de recién llegados —sobre todo europeos que escapaban de las hambrunas, la miseria, las persecuciones y la guerra de un continente que siempre ha destacado por ser especialmente cruel con los suyos, sobre todo si se trata de pobres, débiles o amenazados— que se calcula que el 40 por ciento de los estadounidenses tiene algún ancestro entre los migrantes que pasaron por Ellis.

Aunque el Ellis Island Immigration Center —desde 1965 es un museo y forma parte del complejo monumental de la Estatua de la Libertad— es muy conocido y recibe visitas de mareas de turistas y curiosos, la isla tiene un lado obscuro que no figura en las guías, está cerrado al público a no ser que se tramite un permiso especial y sufre peligro de inminente ruina.

Sólo tres de los 33 edificios del antiguo complejo han sido restaurados y dan notables ganancias a los administradores federales: para obtener una copia de la ficha de llegada al país de una persona es necesario pagar unos 25 euros.

La organización sin ánimo de lucro Save Ellis Island (Salvemos Ellis Island) trata de llamar la atención sobre la necesidad de rehabilitar y conservar las construcciones de la parte sur de la isla, condenadas al olvido y la desidia. La llaman, no sin razones, la «otra Ellis Island».

El edificio del Ellis Island Immigrant Hospital en la actualidad - Foto: Save Ellis Island

El edificio del Ellis Island Immigrant Hospital en la actualidad – Foto: Save Ellis Island

El centro de las demandas de la organización es el enorme complejo del Ellis Island Immigrant Hospital. Inaugurado en 1902, fue el primer hospital público de los EE UU y las dependencias, durante décadas las más extensas del país dedicadas a la sanidad, se repartían entre 22 construcciones.

Funcionó hasta 1930, empleó una plantilla de 300 médicos y sanitarios y atendió gratuitamente a más de un millón de inmigrantes que llegaban enfermos al país. En la maternidad nacieron 350 niños, bautizados por las madres, en un gesto de agradecimiento que se convirtió en costumbre, con el mismo nombre de pila del médico que las habían atendido durante el parto, si el bebé era niño, o de la comadrona, si era niña.

Fichas de pacientes psiquiátricos del hospital para inmigrantes

Fichas de pacientes psiquiátricos del hospital para inmigrantes

Hubo intervenciones menos felices en las dependencias del complejo hospitalario. Algunos pacientes fueron utilizados por los médicos, sobre todo los psiquiatras, para poner en práctica las estúpidas creencias de la eugenesia, que proponía la selección genética del darwinismo social del siglo XIX del que tomarían prestados los nazis los ideales supremacistas. Las fichas de los pacientes son desoladoras y permiten leer las notas de los médicos proxenófobos: «constitución inferior», «bajo grado de imbecilidad»…

Existen evidencias —para personalizar las tragedias conviene ver el documental que inserto bajo la entrada, Forgotten Ellis Island (La olvidada Ellis Island), dirigido por Lorie Conway en 2008— de que algunos pacientes fueron catalogados como locos para que los médicos experimentaran a su antojo con ellos. También hubo muertes entre los enfermos: 3.500. La mayoría de los cadáveres fueron enterrados en fosas comunes de restos anónimos en los cementerios urbanos de la cercana Nueva York.

La gente de Save Ellis Island ha tenido la idea de repoblar los semiderruidos edificios médicos. Han encargado al artista urbano francés JR el proyecto Unframed Ellis Island (algo así como Ellis Island sin marco) para recordar que el lugar fue la puerta de entrada a los EE UU de la emigración que sostuvo al país durante años complejos y épocas de recesión.

El artista ha colocado siluetas de tamaño natural obtenidas de la ampliación de fotos de archivo sobre paredes desconchadas, ventanales arruinados, tabiques a punto de caer, asientos de sillas almacenadas de cualquier modo… El resultado es una acción de arte penetrante que permite que a los olvidados recintos sanitarios de la «isla de las lágrimas y la esperanza», como ha sido llamada Ellis por algunos, regresen las personas que fueron internadas en el gigantesco hospital con tuberculosis, difteria, cólera o simplemente con una profunda nostalgia.

Es posible soñar que el niño Vito Andolini, síntesis del censo de los recién llegados, también vuelve a Ellis en estas siluetas de grano tipográfico reventado. Conviene recordarlo muriendo décadas más tarde como capo mafioso domado por el tiempo y jugando con su nieto entre las tomateras. Su última máxima acaso fue aventurada también por buena parte de los migrantes europeos: «¡La vida es tan hermosa!».

Ánxel Grove

Un micrófono para grabar las ‘ultimas palabras’ antes de la inyección letal

Cámara de ejecuciones de la prisión de Huntsville, Texas

Cámara de ejecuciones de la prisión de Huntsville, Texas

El condenado, atado con cinco correas a lo largo del cuerpo y con los brazos en cruz tambien sujetos por sendos ceñidores, está a minutos de recibir la inyección letal. Sobre la camilla, a la altura de la cabeza del futuro cadáver ejecutado por el Estado, cuelga un micrófono.

Antes de que se consume el acto central de la ceremonia, la aplicación del ojo por ojo, la muerte de alguien que ha cometido la ilegalidad de asesinar y por ello será legalmente asesinado, la persona inmovilizada tiene derecho a pronunciar un breve discurso o alocución. Las palabras postreras son grabadas mediante el micro, quizá el único testigo inocente del indigno ceremonial.

Entre 1982 y hoy el estado de Texas ha ejecutado a 517 personas, más que ningún otro lugar de los EE UU desde que la pena de muerte volvió a ser reinstaurada en 1976. La media es de una persona al mes durante los últimos 32 años.

El escenario de la muerte siempre ha sido el de la foto de arriba, la chamber execution, de la muy histórica prisión de Huntsville, y el método tampoco ha cambiado: inyección letal. Hasta 2011 se componía de un cóctel de dos venenos y un relajantes muscular y, a partir de entonce, sólo lleva un veneno, el barbitúrico pentobarbital, muy usado en dosis no letales contra el insomnio y como sedenate en veterinaria.

Antes del chute final, todos los condenados son invitados a pronunciar sus final words (últimas palabras). El Texas Department of Criminal Justice las guarda con celo. En esta página oficial del departamento que gestiona y administra las penas de muerte pueden leerse todas. Tiene un diseño un pelín arcaico basado en el viejo html primario pero debería ser obligatoria la lectura antes, por ejemplo, de enviar cada tweet, firmar cada estupidez en un blog, hacer cada Instagram…

Ficha carcelaria de Napoleon Beazley

Ficha carcelaria de Napoleon Beazley

He leído bastantes, pero no todas. Algunos presos renuncian al estúpido derecho final y se quiedan callados, sin aceptar el regalo final de quien va a acabar contigo, el cigarrillo al que te invita el verdugo. Otros optan por el laconismo. La mayoría se encomienda a dios y da gracias a sus familiares. Ninguno emplea el odio o la rabia como recurso.

Voy a reproducir las final words de Napoleon Beazley, que tenía 17 años cuando, en 1994, mató de un tiro al padre de un juez durante el robo de un coche, un Mercedes Benz.  Fue el primer delincuente juvenil en ser condenado a muerte en los EE UU. Nunca negó su terrible acto. Se arrepentió y se convirtió en un símbolo. Lo ejecutaron en 2002, a los 25.

Esto dijo en la camilla-cruz, inmóvil y a las puertas de la muerte, con la boca apuntando al micrófono colgante:

El acto que cometí y por el que que estoy aquí no fue sólo atroz: no tenía sentido. Pero la persona que cometió ese acto ya no está aquí : Soy yo. No voy a luchar físicamente, no voy a gritar, usar groserías o hacer amenazas vanas. Entiendo sin embargo que no sólo estoy molesto: estoy triste por lo que está pasando aquí esta noche. Y no sólo estoy triste, sino decepcionado de que un sistema que se supone que debe proteger y defender lo que es justo y recto pueda actuar como yo cuando cometí el mismo error vergonzoso (…) Esta noche le decimos al mundo que no hay segundas oportunidades a los ojos de la justicia… Esta noche le decimos a nuestros hijos que en algunos casos, en algunos casos, matar está bien. Esto nos perjudica a todos, no hay LADOS. Las personas que apoyan este proceso piensan que esto es justicia. Las personas que piensan que yo debería vivir piensan que esa sería la justicia. Por difícil que pueda parecer, se trata de un choque de ideales, con ambas partes comprometidas. Pero, ¿quién es el malo si al final todos somos víctimas? En mi corazón tengo que creer que hay un compromiso pacífico con nuestros ideales. No me importa si no es para mí siempre y cuando lo haya para los que vendrán. Hay un montón de hombres como yo en el corredor de la muerte, hombres buenos que cayeron en las mismas emociones equivocadas (…) Den a esos hombres la oportunidad de hacer lo correcto, la oportunidad de deshacer sus errores. Muchos de ellos quieren arreglar el desastre que empezaron pero no saben cómo. El problema no está en que las personas no estén dispuestas a ayudarlos, sino en el sistema diciéndoles que no importa. Nadie gana esta noche. Nada se cierra. Nadie obtiene la victoria.

El libro Final Words, que busca dinero para llegar a las imprentas mediante una campaña de micromecenazgo, agrupa los testimonios finales de los ejecutados en Texas, uno de los lugares más despiadados y menos cristianos del planeta, un estado donde la venganza parece ser la forma natural de justicia que propone el sistema ante los delitos capitales. El volumen también añade la descripción del crimen que llevó a esas personas a la muerte, las fotos policiales, el nombre completo y el lugar de nacimiento.

El promotor del libro, el fotoperiodista Marc Asnin, opina que es necesario «reconocer este legado de ejecuciones sancionadas por el Estado» y «crear un diálogo acerca de la vida», porque juzgar la pena de muerte sobre la base de todas sus consecuencias es la mejor manera de honrar a la democracia. «Hagamos frente a nuestras creencias con la mente abierta para que podamos escuchar estas voces, oigamos sus palabras finales», dice.

El estado de Texas, que porta con orgullo el directo lema oficial de «Amistad», tiene varias ejecuciones programadas para los próximos meses. Dentro de dos días le ofrecerán el micrófono a Larry Hatten y el día 28 de este mes a Miguel Paredes.

Pese a los delitos que hayan cometido, iré a leer sus declaraciones finales en cuanto las cuelguen los funcionarios del mismo departamento que los matará. Sigo pensando que deberían de redirigirte a las últimas palabras con cada click de tu vida.

Ánxel Grove

Los vecinos que se niegan a abandonar Detroit

© Dave Jordano

© Dave Jordano

Las tres fotos de la línea superior fueron tomadas entre 1971 y 1972. Las cuatro de abajo, entre 2013 y 2014. En medio de ambos grupos hay una brecha de al menos cuatro décadas, lapso que dice poco y que acaso debiera formularse con un contraste más visible que la neblina del tiempo: el national average wage —el índice oficial de ingresos medios anuales por persona de los EE UU— era en 1971 de unos 6.500 dólares; en 2012, el último año con dato disponible, fue de 44.300.

En las seis personas que aparecen en las fotos de arriba hay ansia de futuro, espléndidas sonrisas, orgullo, ganas de jugar. En las de abajo, la tristeza se asoma a los ojos y ni siquiera la saturación de los colores puede evitar el sentimiento de luto. Sin embargo, no todo es dolor.

Las siete fotos tienen en común al fotógrafo que las hizo, Dave Jordano, y la ciudad donde fueron tomadas, Detroit, la desmesurada megalópolis de 3.463 kilómetros cuadrados de extensión en la que cabrían tres ciudades del tamaño de Madrid o también Manhattan, Boston y San Francisco juntas.

Asomarse al mapa de Detroit implica el mareo, la certeza de que no hay direcciones cardinales que valgan ni un trazado racional y determinista basado en los ángulos rectos y las paralelas. Detroit es una ciudad autogenerada por la simbiosis de los seres humanos, las factorías y el terreno lacustre y plano. Vista desde el espacio la huella de la ciudad parece un contrasentido abstracto al que están a punto de deglutir las masas de agua.

Portada de la revista "Life" del 4 de agosto de 1967

Portada de la revista «Life» del 4 de agosto de 1967

En el verano de 1967 esta ciudad-madeja fue el escenario de los disturbios raciales más violentos de la historia de los EE UU: 43 muertos, 1.189 heridos, 11.000 detnidos, más de 2.000 edificios destruidos y soldados-paracaidistas con bayoneta calada haciendo la guerra en casa y atacando a la población civil. El origen de la revuelta fue el trato brutal y arbitrario contra los ciudadanos negros de la policía local, un cuerpo 95% blanco.

La ciudad ha cultivado una histórica y pertinaz tendencia a la segregación racial, con ataques frecuentes con artecatos incendiarios a viviendas y barrios negros y mucha mayor actividad de grupos supremacistas que cualquier otra colectividad de la región. Los sindicatos de trabajadores blancos de la grandes factorías de automóviles llegaron a declararse en huelga cuando las empresas, en los años cincuenta, admitieron a los primeros operarios negros en las líneas de producción.

Jordano, un ario nacido en Detroit en 1948, empezó a retratar las calles de la ciudad cuando tenía 23 años, estudiaba fotografía y sólo había transcurrido un quinquenio desde la gran explosión de ira de los negros en 1967.

Las fotos que el reportero hizo entonces son plácidas y elocuentes citas gráfica de una ciudad movida por el ritmo del melting pot racial y sostenida por las Big Three (las tres grandes factorías de automóviles: General Motors, Ford y Chrysler).

Después de irse a vivir a Chicago, Jordano decidió regresar a Detroit para documentar el ocaso reciente de su ciudad natal. Quería regresar a los escenarios donde había aprendido el arte de mostrar lo cotidiano y deseaba, según cuenta en una entrevista, esquivar la «pornográfica visión de ruinas» que ha dominado la imagen pública de la ciudad desde que se convirtió en la primera gran urbe de los EE UU en declararse en bancarrota, sometida a un concurso de acreedores que reclaman, según un dictamen judicial, 18.500 millones de dólares (unos 13.500 millones de euros).

Al volante de un automóvil, Jordano entró en el laberinto de barrios superpuestos y calles trazadas por capricho y empezó a dar forma a Unbroken Down, una narrativa sobre quienes se quedaron. Son pocos y viven mal: la población, que en los años setenta rozaba los dos miillones de habitantes, supera escasamente ahora los 700.000, la tercera parte de los cuales vive por debajo del umbral de la pobreza; sólo uno de cada cuatro jóvenes termina la Secundaria; el índice de desempleo es del 28 por ciento, el más alto entre las ciudades de más de 250.000 habitantes de los EE UU; los ingresos han caído un 35 por ciento en la última década…

En los escenarios de la tierra quemada por la quiebra, la injusticia y la especulación, el fotógrafo ha dado con valerosas historias de fidelidad, decencia y coraje: un hombre canta un blues en el salón, una familia posa ante una casa que no por arruinada deja de ser un hogar, una barbería mantiene el mismo ambiente de palabrería y risas que uno busca en la íntima ceremonia de dejar que un extraño le corte el pelo…

La última foto de la derecha quizá es el más escrupuloso resumen del no querer dejar la ciudad, de la permanencia y el lazo que nos ata a nuestro mapa, por muy confuso que resulte.  La mujer se llama Kristal y vive en el Northside, uno de los barrios con más criminalidad de Detroit. Un hermano y un sobrino de Kristal han muerto en los últimos meses por enfrentamientos entre pandillas, pero ella se siente la «matriarca» de su familia y no está dipuesta a moverse ni a que la muevan.

Ánxel Grove

Otros de nuestros artículos sobre Detroit:

Una sudadera ‘hipster’ inspirada en estudiantes asesinados por militares

Captura de la web de Urban Outfitters

Captura de la web de Urban Outfitters

Captura de la web de Urban Outfitters

Captura de la web de Urban Outfitters

La cadena de ropa Urban Outfitters, cuyo último informe anual de ingresos alcanzó la cifra de 3.086 millones de dólares (2.218 millones de euros) y un beneficio de 282 millones (202,7 millones de euros), es una de esas empresas que venden a precio de droga dura bohemia hispter, retro y vintage —términos vacíos y dudosos pero con buenas posibilidades de mercadotecnia—.

La sudadera de las fotos, por ejemplo, se ofrecía a 130 dólares (100 euros). El anuncio en la web de la empresa —retirado a estas alturas— lanzaba el anzuelo de que era una pieza «única» («sólo tenemos una, ¡date prisa»).

Los cuatro estudiantes asesinados por la Guardia Nacional en 1970 - Foto: may4archive.org

Los cuatro estudiantes asesinados por la Guardia Nacional en 1970 – Foto: may4archive.org

Desde arriba a la izquierda y en el sentido de las agujas del reloj: Allison B. Krause, Bill K. Schroeder, Sandy Scheuer y Jeffrey Miller. Los dos primeros tenía 19 años. Los otros, 20. Los cuatro murieron por disparos de la Guardia Nacional —la milicia militar de reservistas de los EE UU— el 4 de mayo de 1970.

Los jóvenes eran estudiantes de la universidad pública de Kent State (Ohio-EE UU), la misma cuyo emblema luce la sudadera de Urban Outfitters, que parece salpicada por gotas de sangre.

La matanza de Kent no estuvo precedida por actos vandálicos de los alumnos, que estaban concentrados para protestar por la invasión de Camboya por el Ejército de los EE UU, aprobaba por el presidente Richard Nixon como estrategia añadida a la Guerra de Vietnam.

La sudadera de Urban Outfitters no pretende ser la que llevaba puesta alguno de los cuatro muchachos asesinados. Tampoco es posible dudar que la empresa sabía lo que hacía cuando colocó el escudo de Kent en una prenda aparentemente manchada de sangre. El cuádruple crimen, a partir del cual hubo una huelga de cuatro millones de estudiantes y disturbios en casi un millar de campus e institutos de todo el país, es un acontecimiento histórico recordado con intensidad. Hay incluso un centro oficial de interpretación en la universidad. Se han rodado películas y documentales, han sido escritos libros.

Según la investigación posterior los militares que entraron en Kent dispararon de manera «indiscrimanada e inexcusable», pero ningún oficial o soldado fue condenado en la demanda judicial planteada por las familias de los muertos y heridos (9, tres de ellos de gravedad). Aunque ningún soldado sufrió heridas en el operativo, los efectivos de la Guardia Nacional, dictaminó el tribunal, actuaron «en legítima defensa».

Rifle M1 Garand y munición .30-06 Springfield utilizados en Kent - Fotos: Wikipediia Commons

Rifle M1 Garand y munición .30-06 Springfield como los utilizados en Kent – Fotos: Wikipedia Commons

Dos de los muertos, Schoroeder y Scheuer, ni siquiera participaban en la protesta. Se trasladaban de edificio para asistir a clase cuando fueron tiroteados. El primero estaba a 116 metros del guardia que le disparó: la bala le entró por el pecho. La segunda estaba a 120 y el proyectil le atravesó el cuello.

El otro par de estudiantes sí participaba en la concentración pacífica. Ambos fueron abatidos desde similares largas distancias. A Krause la bala de un francotirador a 105 metros le dió en el pecho y a Miller, a 81 metros, le entró por la boca. La foto del cadáver tendido de este último mientras una chica grita se convirtió en una de las imágenes más poderosas de la época y le valió a su autor, el también estudiante de Kent y futuro reportero John Filo el Premio Pulitzer.

Mary Ann Vecchio grita ante el cadáver de su compañero Jeffrey Miller. Foto: © John Filo

Mary Ann Vecchio grita ante el cadáver de su compañero Jeffrey Miller. Foto: © John Filo

El CEO de Urban Outfitters, Richard Hayne —un empresario que se otorga modales «hippies» porque tiene fábricas, como todo el clan de los costureros de Occidente, en Turquía, la India y Sri Lanka, nació en 1947 y tenía, por tanto, 23 años durante la matanza de Kent— ordenó retirar la sudadera de la tienda online de la empresa al desatarse una tormenta de críticas, entre ellas la del claustro de profesores de la universidad de Kent.

Tras negarse a mantener una entrevista personal con Laurel Krause, hermana de una de las asesinadas y portavoz de los descontentos con la grosería de la cadena, Hayne filtró a la prensa el correo electrónico que distribuyó entre la plantilla de la firma. Tras un saludo campechano («hola, chicos»), dice que en la sudadera «no hay sangre, ni nunca lo dimos a entender» y que las manchas rojas son una consecuencia de la «decoloración» vintage de la prenda.

Nadie acusó a Urban Outfitter de vender una camiseta con sangre real —sería un tanto asqueroso, ¿no?—, sino de emular, para obtener réditos, la sangre provocada por un episodio trágico y del que quedán con vida muchos afectados.

Algunas de las 'jugadas' de URban Outfitters - Fotos: capturas de la web de Urban Outfitters

Algunas de las ‘jugadas’ comerciales de Urban Outfitters – Fotos: capturas de la web de Urban Outfitters

No es la primera vez que el gran zoco hipster se mete en agua turbias, casi siempre cuando la cotización en bolsa cae y el mercado necesita un choque de adrenalina publicitaria. En el pasado pusieron a la venta camisetas para chicas con el lema «eat less» («come menos»), otras con eslóganes que defendían el desfase alcohólico, prendas racistas que invitaban a visitar el estado de Nuevo Mexico (EE UU) porque «está mal limpio que el verdadero México», bolígrafos con forma de jeringuilla en los que la tinta simulaba ser sangre…

El fundador y CEO Hayne —el 262º hombre más rico de los EE UU y el 1.128º del mundo según Forbes, con una fortuna personal de 1.200 millones de euros—, inyectó dinero en la campaña electoral a la presidencia del ultraconservador Rick Santorum, según reveló The Washington Post.

La empresa, que vende una imagen de humorística ironía para engatusar a los modernos y pudientes de entre 18 y 35 años —dos de sus líneas de «estilo de vida» se llaman Anthropologie y Free People—, tiene 400 tiendas en los EE UU, Canadá, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Reino Unido, Francia, Suecia y Alemania.

Acaban de entrar en el mercado español con una sucursal en Barcelona. Ya saben ustedes lo que pueden encontrar en los estantes. No hay prendas de vestir inocentes.

Ánxel Grove

Acuarelas de presidentes «con caras de teta»

'Ronald Reagan' - Emily Deutchman

‘Ronald Reagan’ – Emily Deutchman

De la barba de Abraham Lincoln emergen montones de pequeños pechos femeninos que recuerdan a los símbolos de fertilidad de una deidad pretérita. Los de Ronald Reagan surgen de la papada, Bill Clinton exhibe el suyo en la punta de la nariz. La cara de George W. Bush queda eliminada por la enorme mama que la tapa por completo.

La extravagante colección de 44 acuarelas de Presidents with Boob Faces (Presidentes con caras de teta) parodia la tradición estadounidense de los retratos presidenciales, obras que desde la independencia del país en 1776 se solazan en mostrar con una dignidad patriótica y masculina al hombre que lo dirige y al mismo tiempo busca expresar su gesto más solemne, afable o cercano.

La autora, la artista estadounidense Emily Deutchman, asegura que la serie no tiene otro fin que el humorístico y no aporta ninguna interpretación definitiva: prefiere que el espectador fantasee y exprese lo que le sugieren las curiosas visiones entre caricaturescas y surrealistas.

Tal vez por ese motivo, en la página web dedicada al conjunto de obras, reserva un espacio para recoger los comentarios que algunos internautas han dejado en referencia a los trabajos. Junto a quienes consideran la iniciativa «menos que mediocre» y la califican de «terrorismo cultural» otros la aplauden y la interpretan como una metáfora del enriquecimiento de los poderosos o del machismo imperante en la alta política estadounidense, ahora que se espera la candidatura de Hillary Clinton a la presidencia del país en 2016.

Helena Celdrán

'Harry S. Truman' - Emily Deutchman

‘Harry S. Truman’ – Emily Deutchman

'Bill Clinton' - Emily Deutchman

‘Bill Clinton’ – Emily Deutchman

'George W. Bush' - Emily Deutchman

‘George W. Bush’ – Emily Deutchman

'Richard Nixon' - Emily Deutchman

‘Richard Nixon’ – Emily Deutchman

'Abraham Lincoln' - Emily Deutchman

‘Abraham Lincoln’ – Emily Deutchman

'Thomas Jefferson'- Emily Deutchman

‘Thomas Jefferson’- Emily Deutchman

'Gerald Ford' - Emily Deutchman

‘Gerald Ford’ – Emily Deutchman