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El encanto didáctico de las ilustraciones enciclopédicas

'Wonders of the Human Body'

‘Wonders of the Human Body’ (‘Maravillas del cuerpo humano’) – Cutaway World

«Cuando una lente enfoca los rayos de luz y después pasa a crear la imagen sobre la pantalla, los rayos se cruzan y ponen la imagen del revés. Pero cuando esto pasa en nuestro ojo, el cerebro interpreta la imagen del derecho, ya que desde muy pequeños empezamos a aprender la verdadera posición de las cosas». El texto lo acompañan dos ilustraciones explicativas que comparan el ojo con una vieja cámara de fuelle, ambos capturan la imagen de un bucólico puente de madera que une las dos orillas de un riachuelo. Todo es sencillo y a la vez esclarecedor.

En los cortes transversales, perspectivas, diagramas, progresiones y visiones de rayos equis reside el encanto didáctico de las antiguas ilustraciones enciclopédicas y publicitarias que recopila el microblog Cutaway World, traducible por Mundo diagrama, en referencia a las imágenes cortadas que permiten ver el interior de lo que se explica.

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Esta radiografía craneal es un disco pirata de Elvis de la URSS

Placa de rayos x convertida en disco

Placa de rayos equis convertida en disco

Es la radiografía craneal de un ciudadano sin nombre, pero también, como demuestran la etiqueta, el orifio central y los surcos, se trata de un disco. En la URSS, de donde procede el ejemplar, llamaban a estos artefactos, las grabaciones sonoras sobre placas de rayos equis, discos-costilla o discos-hueso.

Proliferaron en los años cincuenta, cuando en la URSS encontrar vinilo era tan difícil como ejercer la libertad de pensamiento. Si lo que deseabas, además, era una canción de Elvis Presley o de cualquier otro defensor del capitalismo o enemigo de los soviets la cuestión se convertía en un asunto peliagudo que te podía costar una condena de cárcel por secundar y difundir las proclamas del Rey del Rock.

'Disco-costilla' soviético de los años cincuenta

‘Disco-costilla’ soviético de los años cincuenta

Según el excelente y divertido reportaje Cómo las cocinas soviéticas se convirtieron en caldos de cultivo de la disidencia y y la cultura , publicado [sólo en inglés] por la NPR —la organización mediática semipública de los EE UU—, los discos grabados sobre radiografías usadas eran habituales instrumentos de diversión colectiva y oculta en las reuniones que los sometidos habitantes de la URSS celebraban en las khrushchevkas, edificios comunales prefabricados y con servicios comunes donde eran obligados a vivir los desclasados, que eran todos con la excepción de los jerarcas del partido único.

Hasta siete familias compartían una cocina y los aseos. En una bella proyección de la justicia que emana de la injusticia, la política habitacional socializante de los dirigentes de la URSS creó espacios de comunión y debate que eran muy magros en metros cuadrados pero de superficie infinita en sueños.

En los cenáculos de los largos inviernos, los soviéticos hablaban, se tomaban con humor y vodka la vida, leían samizdat —recopilaciones copiadas a máquina de autores prohibidos o letras de canciones del actor y cantante Vladimir Vysotsky (1938-1980), el Bob Dylan de Rusia, quien opinaba que la URSS era «un gran campo de concentración»—, oían las radios extranejras cuando disponían de un prohibido aparato de onda corta o escuchaban magnitizdat, discos clandestinos copiados con alguna de las muy escasas grabadoras de bobinas que lograban entrar en el país, donde tampoco estaban permitidas.

'Disco-costilla' soviético de los años cincuenta

‘Disco-costilla’ soviético de los años cincuenta

Los discos-costilla eran producidos con las máquinas portrátiles de grabación que permitían prensar una postal sonora con un mensaje o una cancioncilla —como las Voice-O-Graph de los EE UU que intentan poner de moda ahora con el último disco de Neil Young en la cabina comercializada por Jack White—. En la URSS eran comunes en los salones de fotografía donde los encargados, a cambio de cierta cantidad de dinero, viandas o licor, hacían un pequeño negocio a espaldas del sistema traficando con música y canciones de los muchos estilos reprimidos por el régimen: desde el jazz hasta el rock and roll.

Como era casi imposible encontrar vinilos o discos de laca vírgenes, pronto dieron con soportes alternativos. Las radiografías usadas, que se podían trocar en los hospitales mediante algún contacto entre los empleados sanitarios, era baratas y perfectas. Adolecían, como los flexidiscos, de falta de rigidez, pero no se escuchaban del todo mal. Hasta la invención del casete, fácil de camuflar y transportar y de coste barato, resultaban una opción posible para driblar a la maquinaria censora estatal.

En el libro Back in the USSR: The True Story of Rock in Russia (1987), Artemy Troitsky explica con sencillez la elección: «Encontrabas radiografías con los pulmones, la médula espinal o fracturas de huesos, redondeadas con tijeras, con un agujero en el centro y los surcos apenas visibles (…) La calidad era horrible, pero el precio era bajo, un rublo o rublo y medio«.

En el polimórfico y con frecuencia absurdo mundo de las grabaciones discográficas —la entrada de la Wikipedia sobre tipos inusuales de discos cita desde un paquete de chow mein sonoro hasta sellos postales de Bután que son a la vez jingles publicitarios sobre el país— no deja de tener sentido que una música de electrochoque como la de Elvis Presley llegue, en forma de grabación pirata, dentro de una radiografía craneal.

Ánxel Grove

La ‘magnífica obsesión’ de Benedetta Bonichi

"Donna che si pettina", 1999

"Donna che si pettina", 1999

«Vivo entre formas luminosas y vagas / que no son aún la tiniebla».

En el poema Elogio de la sombra, Jorge Luis Borges retrata el «manso declive» que conduce a la ceguera progresiva con una desatormentada inocencia. No es un un martirio, dice, sino «una dulzura, un regreso» al ser verdadero.

Me atrevo a imaginar que la fotógrafa (y multiartista) italiana Benedetta Bonichi (Roma, 1968) ha leído a Borges y compartido su deseo de llegar, como decía el argentino, «a mi centro, / a mi álgebra y mi clave».

El espectro visible del ojo humano es mínimo, imperfecto. Un camarón ve cuatro veces más colores que nosotros.

Bonichi lleva años intentando ampliar su espectro visible. Quiere ver en la oscuridad. No tanto en la negrura de la ceguera, sino a través de ella.

"La contorsionista" - 2010

"La contorsionista" - 2010

Su pretensión, como la de Borges, es alcanzar el encuentro con la realidad última de la mirada, con el espejo final.

Quizá por una vía artificiosa -pero, ¿qué camino no padece de las precauciones, cautelas e incluso maniobras de auto engaño del caminante?-, la artista mejora su mirada con la ayuda de los rayos equis, las radiografías y la fotografía.

«La radiografía es más que una técnica. Es una tecnología que me parece la única forma de entender la realidad y la materia más allá de la luz. No tengo otra manera de estudiar, describir o dibujar esta magnífica obsesión que es la realidad», dice.

Convencida de que «el claro oscuro está en nuestro interior», sus fotos-radiografía aplican el verbo desnudar con una acepción radical, como si cada una dijera: «esto es lo que realmente es».

"Crocefissione" - 2006

"Crocefissione" - 2006

Si es cierto que las estatuas nos miran desde su soledad de piedra y musgo, ¿qué sucede con estos esqueletos?.

La corporeidad  se reduce a la bisutería, las joyas, el peine o, en el caso, de la Crucifixión, a la madera en la que está clavado Jesucristo.

La reducción es morbosa, incongruente, y ahí, creo, radica la fascinación de las fotos de Bonichi: son lo que somos desprovistos del insulto de la carne.

El proyecto de la artista, To See In the Dark (Ver en la oscuridad), ha sido expuesto en su propio estudio en Roma. Ni un sólo punto de luz daba cobijo al visitante: sólo las referencias espectrales de las radiografías.

Quienes tuvieron el privilegio de asistir acuden a expresiones diversas para explicar sus sensaciones: «duermevela», «ready-made«, «un sueño dentro de un sueño»…

'La collana di perle', 2002

'La collana di perle', 2002

Me gustan sobre todo unas palabras de desconcierto que escribió en 2003 Baltasar Porcel tras asistir una exposición de la italiana en Barcelona: «Soy frágil, soy un enigma en el tiempo. Ellos están en el purgatorio, el de Dante. Y creo que la eternidad está en un instante espectral, en su puerta oculta, en una región que ignoro».

Borges hablaba de la oscuridad como una senda habitada por los fantasmas de «mujeres, hombres, agonías, / resurrecciones, ecos y pasos, / días y noches, / entresueños y sueños, / cada ínfimo instante del ayer / y de los ayeres del mundo, / la firme espada del danés y la luna del persa, / los actos de los muertos, / el compartido amor, las palabras»…

Ante las fotos de Benedetta Bonichi puedes olvidarlo todo para concentrarte en saber quién eres. Aunque sabes de antemano lo que vas a ver: el «instante espectral» en el que no eres más que la música necesaria de los huesos y la totalmente inncesaria del reloj que llevas en la muñeca.

Ánxel Grove