Archivo de septiembre, 2013

¿Puede ser «bella» la foto de una suicida?

El cadáver de Evelyn McHale - Foto: Robert Wiles

El cadáver de Evelyn McHale – Foto: Robert Wiles

Un millón de personas se quita la vida por decisión propia cada año en el mundo. Es decir, cada 40 segundos alguien comete un suicidio. La epidemia es creciente: el número de víctimas ha aumentado porcentualmente un 60% en los últimos 45 años y la cantidad de intentos fallidos es enorme, de 10 a 20 millones anuales. El método más común (uno de cada tres suicidios) es el envenenamiento con pesticidas —único agente químico mortal al alcance de los parias de la tierra—. Le siguen el ahorcamiento, los disparos con armas de fuego, la ingesta de drogas, sean legales o no, y el salto al vacío.

El uno de mayo de 1947 Evelyn McHale, de 23 años, opto por tirarse desde el piso 86º del Empire State, el rascacielos-símbolo neoyorquino. En el mirador desde el que había saltado la chica, un agente de policía encontraría minutos más tarde el abrigo que había dejado doblado en una última ceremonia de repliegue hacia el orden y la razón cotidianas. En una cartera negra hallaron una nota redactada a mano con una letra escrupulosa y educada:

«No quiero que nadie, familiar o no, vea mi cuerpo. ¿Podrían destruirlo mediante la cremación? Te ruego a ti y mi familia que no celebréis ninguna ceremnia religiosa en mi memoria. Mi prometido quiere que nos casemos en junio, pero no creo que pueda ser una buena esposa para nadie y él estará mucho mejor sin mí. Decidle a mi padre que tengo muchas de las predisposiciones de mi madre».

La foto tal como la publicó "Life"

La foto tal como la publicó «Life»

El estudiante de fotografía Robert Wiles escuchó el golpe del cuerpo de la chica al impactar contra el techo de una limusina de las Naciones Unidas aparcada bajo el rascacielos, corrió hacia el lugar e hizo la foto del cadáver. Sólo tuvo tiempo para disparar una vez antes de que le impidieran seguir retratando.La imagen fue publicada en el número de mayo de la revista Life. El pie explicaba: «Sólo cuatro minutos después de la muerte de Evelyn McHale, Wiles hizo esta foto de la violencia de la muerte y su compostura«.

La foto de Miles una de las imágenes más perturbadoras de la historia y ha sido llamada, obviando con cierto grado de grosería el dolor causado a las personas que dejó atrás la chica, «la más bella de las suicidas«.

No es fácil eludir la plasticidad sugestiva de la foto, el estremecedor atractivo del cuerpo aparentemente limpio de Evelyn McHale —la muerte se debió a politraumatismo orgánico interno y el cadáver luce una limpieza casi total—. La joven parece dormida, mantiene en su lugar los guantes blancos y el collar… Sólo las medias caídas, envolviendo los tobillos, sugieren el desacomodo de la muerte.

"Suicide (Fallen Body" - Andy Warhol

«Suicide (Fallen Body)» – Andy Warhol

Unos años más tarde, el artista Andy Warhol reutilizó la imagen para el estampado Suicide (Fallen Body). Como era norma en el sobrevalorado copista estadounidense, la obra es una pantomima realizada para hacer caja.

El cuerpo de Evelyn McHale, como era su deseo, fue incinerado y no hay túmulo funerario en su memoria. La web Codex 99 reconstruyó hasta el punto en que fue posible algunos detalles biográficos: había nacido en Berkeley, patria californiana de la contestación y la rebeldía; era la sexta de siete hermanos; su padre trabajaba en un banco y ella, tras el servicio militar voluntario —del que se largó quemando el uniforme en un acto que acaso fuera una protesta—, se empleó como administrativa en una imprenta de Nueva York.

El día antes de matarse había viajado en tren a visitar para su novio. Regresó el uno de mayo temprano —«cuando la besé para decirle adiós, estaba tan contenta como cualquier chica normal», dijo el prometido—, se hospedó durante unas horas en un hotel para redactar la nota de despedida, fue al Empire State, pagó el ticket de entrada, subió en uno de los frenéticos 76 ascensores hasta el piso 86º en un viaje de menos de un minuto, se desprendió del abrigo y saltó a la calle, 320 metros más abajo…

En lo que sabemos quedan los espacios vacíos que cada suicidio abre como fauces de fieras, las permanentes preguntas que nadie es capaz de responder: ¿la agonía diaria de una tristeza insondable?, ¿un desajuste químico-funcional en la maquinaria de la mente y el alma?, ¿el simple miedo a la vida?, ¿la seguridad del fracaso?, ¿una tristeza insoportable?…

Una pregunta más puede añadirse: ¿puede una foto de una suicida ser «bella» como ciertamente lo es la del cadáver de Evelyn McHale sobre la carrocería de una limusina?

Ánxel Grove

El cadáver de Evelyn McHale coloreado a posteriori – Foto:

El cadáver de Evelyn McHale coloreado a posteriori – Foto: Robert Wiles

¿Dejarías que un desconocido manipulara tu foto de perfil de Facebook?

Cuatro fotos de perfil 'versionadas' en 'Selfless Portraits'

«Únete a extraños de todo el mundo dibujándose unos a otros las fotos de perfil de Facebook». Selfless Portraits (Retratos desinteresados) es un proyecto en el que cualquiera que tenga cuenta en la red social puede participar.

La foto enviada será recibida por otro usuario para que la versione como desee: con una pintura, una versión libre, un retoque fotográfico, la imagen de un dibujo animado que se parezca al modelo original… Para completar el proceso, el emisor de la foto recibirá otra imagen y deberá hacer lo mismo.

Sus creadores —los artistas y publicistas estadounidenses Ivan Cash y Jeff Greenspan— definen la iniciativa como «un proyecto de colaboración artística» para «crear un puente de unión que cubra el hueco entre la tecnología y la humanidad«. Todos los usuarios se ven las caras con detenimiento, estudian a la persona, la asocian a un nombre y dedican tiempo a interpretarla en un pequeño testimonio gráfico. El proceso, según Cash y Greenspan «fomenta gestos pequeños y creativos entre extraños de todo el planeta».

Amarildo de Sao Paulo (Brasil) convertido en el tatuaje de Joey de California (EEUU)

Amarildo de Sao Paulo (Brasil) convertido en el tatuaje de Joey de California (EEUU)

La galería de la página da la posibilidad de ver las aportaciones filtradas para primar las más recientes y las más populares. Además, el buscador permite clasificar las parejas de imágenes según la procedencia del modelo y del artista. El vistazo se convierte rápidamente en adictivo al contemplar versiones espontáneas e inesperadas: hay caricaturas rápidas, obras abstractas, imágenes saturadas de luz o con filtros de Photoshop, garabatos inseguros pero bien intencionados.

Entre las versiones más sorprendentes hay una que destaca por su excentricidad. Se trata del retrato de Amarildo de Sao Paulo (Brasil), con gafas de sol y un cigarrillo en la boca mirando a la cámara de brazos cruzados. Ni en sus sueños más locos imaginó que su rostro terminaría tatuado en la nalga izquierda del californiano Joey Jordan.

Sucedió el 28 de agosto. Jordan decidió que la foto que recibiera sería la que se tatuaría. Confesó su intención a Ivan Cash, que documentó en este vídeo el proceso en San Francisco (California- EE UU). «Me llamo Joey Jordan, tengo 24 años. Hoy me tatuaré en el culo a un desconocido seleccionado al azar», declaró el protagonista. «Creo que Amarildo realmente se asombrará. Pienso que él no tenía ni idea de que esto fuera tan siquiera una opción».

Helena Celdrán

Fabian (Baden-Württenbeg, Alemania) retratado por 'Chapusón' (Galicia)

Fabian (Baden-Württenbeg, Alemania) retratado por ‘Chapusón’ (Galicia)

Giselle de Pernambuco (Brasil) retratada por Tamara de California (EE UU)

Giselle de Pernambuco (Brasil) retratada por Tamara de California (EE UU)

Luna (Viena, Austria) retratada por Viv (Victoria, Austalia)

Luna (Viena, Austria) retratada por Viv (Victoria, Austalia)

Ian de Escocia y el dibujo animado que escogió para él Minas, de Gerais (Brasil)

Ian de Escocia y el dibujo animado que escogió para él Minas, de Gerais (Brasil)

Aayusha (Maharashtra, India) y una amiga retratadas por Armada (Lisboa, Portugal)

Aayusha (Maharashtra, India) y una amiga retratadas por Armada (Lisboa, Portugal)

Ikerne del País Vasco retratada por Mickelle de Míchigan (EE UU)

Ikerne del País Vasco retratada por Mickelle de Míchigan (EE UU)

Kim de Singapur retratada por Shaun de California (EEUU)

Kim de Singapur retratada por Shaun de California (EEUU)

Danilo (Sao Paulo, Brasil) retratado por Paula (Nueva Jersey, EE UU)

Danilo (Sao Paulo, Brasil) retratado por Paula (Nueva Jersey, EE UU)

Editan en español «Mystery Train», una de las grandes ‘biblias’ del rock

"Mistery Train" - Greil Marcus (Editorial Contra)

«Mistery Train» – Greil Marcus (Editorial Contra)

Hace dos años, en una entrada de este blog titulada El mejor crítico de música no existe para las editoriales españolas, califiqué de «vergonzoso para los editores y lastimoso para los lectores» que el escritor Greil Marcus (San Francisco-EE UU, 1945) siga siendo un desconocido lejano o un autor al que debes acudir con conocimientos de inglés.

La situación ha mejorado y me parece de justicia referirme a la reciente traducción al español de dos obras de Marcus. En 2012 apareció Escuchando a The Doors [216 pgs., 19,9€], una obra menor y bastante deslabazada, y ahora sale al mercado uno de los libros clave la crítica musical del siglo XX, Mystery Train. Imágenes de América en la música rock & roll [544 pgs., 22,9 €]. Ambas ediciones están publicadas por Contra, una editorial nueva y valiente, de esas que acostumbran a condenar al sonrojo a las major de la edición y su acomodaticia política de lanzamientos basados en la banalidad superventas.

Greil Marcus (Foto: Jose Ángel González)

Greil Marcus (Foto: Jose Ángel González)

Editado por primera vez en 1975, Mystery Train propuso en su momento una tesis totalmente nueva para intentar explicar el poder del rock and roll. Marcus, en cuyos argumentos pueden encontrarse referencias a Herman Melville, Francis Scott Fitzgerald, las novelas negras de Walter Mosley o la televisión, sostiene que la música popular, al igual que cierto tipo de literatura, responde al «sentimiento de lugar» y a las leyes arcaicas y sagradas de la tierra y la sangre —el odio, el amor, el rencor, la venganza, el engaño, la verdad y la culpa— y que algunos de sus intérpretes son «heraldos» que, en el caso de los EE UU, transportan una idea del «espíritu» original del país, sus «posibilidades, límites, perspectivas y encerronas».

Lo que el lector puede encontrar en el libro no requiere, pues, de un amplio conocimiento del rock o de propensión hacía sus postulados sonoros. Mistery Train no es tanto un ensayo sobre canciones y cantantes como un viaje al territorio cultural y etnográfico estadounidense, un país al que, según Marcus, no se debe aplicar la idea canónica de democracia. «Nuestra democracia», dice el autor, «no es más que una flagrante contradicción: el credo individualista de cada hombre y mujer que conlleva la soledad y la separación, y la aspiración a la armonía y a la comunidad».

Arriba, desde la izquierda: Harmonica Frank, Robert Johnson y The Band. Abajo: Sly Stone, Randy Newman y Elvis Presley

Arriba, desde la izquierda: Harmonica Frank, Robert Johnson y The Band. Abajo: Sly Stone, Randy Newman y Elvis Presley

Para desarrollar la hipótesis de que el rock and roll es una «secreta rebelión» contra los fundadores puritanos del país y «contra la autoridad de sus fantasmas», ejercida mediante la burla de «los límites impuestos por las buenas maneras», Marcus echa mano a media docena de músicos que pueden ser apreciados como arquetipos de otras tantas formas de un país «sin costuras» y que, ensamblados, podrían ser un collage de eso que llamamos la experiencia estadounidense.

Los seis intérpretes modelan seis formas de insurrección que van siempre soldadas a la expresión roquista. El músico ambulante Harmonica Frank, que tocaba la armónica con un extremo de la boca y cantaba con el otro en ferias, calles y garitos, representa la socarronería y la mordacidad. El bluesman Robert Johnson, el misterio y la aceptación del dolor como materia expresiva. El quinteto The Band, la ruptura con el mundo circundante, la independencia y el eterno peregrinaje a las fuentes originales para volver a contaminarlas. Sly Stone, la llama de la rebelión. Randy Newman, la capacidad reflexiva y construcción de un mundo privado. Elvis Presley, la sexualidad y la «figura suprema».

Con el añadido de sustanciosas y detalladas discografías comentadas, no pongo casi ningún pero a la edición española de Mystery Train. Sólo echo en falta una traducción que conserve el ritmo entrecortado de Marcus y me pregunto la razón del empleo del término geográfico «América»  y los gentilicios «americano» y «americana» cuando es evidente que el autor los usa para mencionar a un sólo país, que en español tiene una traducción muy precisa: EE UU.

Pero el ensayo puede con ese pequeño lastre y, leido con un reproductor musical o una adecuada lista de reproducción al lado, se convierte en una necesaria biblia para celebrar el circular y necesario sacramento de rebautizo en la nunca muerta religión del rock and roll.

Les dejo con seis canciones que Marcus considera capitales para la ceremonia.

Ánxel Grove

 

Todd Sanders, fiel artesano de las luces de neón

'Fireflies in a Mason Jar' - Todd Sanders

‘Fireflies in a Mason Jar’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

Cuando el gaseoso neón se aisla en un tubo se transforma en un emisor de luz deseable, capaz de capturar miradas y mantener un interés infantil en el espectador. No es de extrañar que el lenguaje publicitario se apropiara de él, atrayendo las miradas de los clientes potenciales con parpadeos cíclicos y colores cambiantes.

El elemento químico de cualidades refrigerantes fue descubierto en 1898 por los químicos británicos William Ramsay (premio Nobel de Química en 1904) y Morris W. Travers. En 1912 el neón se había convertido en el mejor de los reclamos para un negocio.

Los neones no llegaron a los EE UU hasta 1923, pero fueron recibidos con fervor y se convirtieron con el paso de los años en un elemento indispensable para entender el código básico y lúdico de la cultura popular de carretera: piernas femeninas que se doblaban con descaro, vaqueros y mascotas sonrientes, dinámicas flechas que señalaban el único camino posible al mejor batido de chocolate, moteles que prometían habitaciones con televisión y una piscina en el patio…

Roadhouse Relics (que se podría traducir por Reliquias de carretera), en Austin (Texas), es el nombre del taller de Todd Sanders, artista estadounidense del neón. Orgulloso de no haber sucumbido a los ordenadores en el proceso, Sanders —»educado en las técnicas originales de la fabricación de letreros»— lleva casi dos décadas elaborando cada obra a mano. «La gente suele entrar en Roadhouse Relics y preguntar dónde encontré los letreros. Para muchos, es difícil de creer que, con ese estilo tan antiguo, los haya hecho yo», declara en su página web.

Uno de los neones de Todd Sanders expuestos en Roadhouse Relics

Uno de los neones de Todd Sanders expuestos en Roadhouse Relics

Sus conocimiento son puramente autodidactas. Una colección personal de cientos de catálogos y libros de letreros luminosos de los años veinte hasta los sesenta son su enciclopedia personal para entender las consignas publicitarias, la tipografía y los motivos más seductores. Sanders aboceta, diseña, crea las piezas de metal, combina los colores del neón y —según las necesidades del cliente— incluso atreza la obra para simular que el cartel estuvo a la intemperie durante décadas: «puedo hacer que parezca que tienen 50 años».

Entre su cartera de compradores están ZZ Top, Robert Rodriguez, Johnny Depp, Willie Nelson, el artista Shepard Fairey y la cantante Norah Jones. La entrega de Sanders se traduce en neones tan perfectos que resultan irresistibles para campañas publicitarias modernas, videoclips, películas y portadas de discos. «Mi pasión desarrollar mi creatividad como artista a través de los letreros de neón estadounidenses y además retar la idea de que tienen un fin estrictamente comercial. Me encomiendo a preservar estas profundas raíces artísticas y culturales de la cultura popular del siglo XX».

Helena Celdrán

'Legs' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Legs’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Mercury Man' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Mercury Man’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Big Cupie Doll' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Big Cupie Doll’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Deep Eddy' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Deep Eddy’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

'Crown' - Todd Sanders - Roadhouserelics.com

‘Crown’ – Todd Sanders – Roadhouserelics.com

Todd Sanders - Photo: Katherine O’Brien

Todd Sanders – Photo: Katherine O’Brien

 

Hellen Van Meene y su «chicas inseguras pero que parecen la Reina Isabel»

—Esto lo estoy tocando mañana.

El inolvidable Johnny Carter, personaje de ficción con todo el derecho a ser real como toda aquella proyección literaria que nos retrata, protagoniza el cuento El perseguidor, de Julio Cortázar. Johnny, una doblez del saxofonista Charlie Parker, tenía problemas para entender la forma en que se comporta el tiempo, lo que hace con nosotros, cómo nos maneja y modifica… Entras en el metro y entre dos estaciones recreas, con una precisión de detalles de atestado policial bien redactado, los detalles íntegros de un verano especialmente venturoso o las desventuras de todos los años de tu infancia o la primera visita a un templo románico en el que dejaste que cayera la noche y tal vez rezaste, pero entre las dos estaciones consecutivas que ha recorrido el convoy del metro sólo hay, digamos, un minuto y medio.

De ese mareo se quejaba Johnny, de no saber cómo es posible que la valija del tiempo sea elástica y quepa tanto en un lapso en el que apenas podrías fumar un cigarrillo . Por esa descolocación tan interiorizada que se ha licuado con la sangre, el personaje, que no en vano se dedica al  jazz, música que es una batalla a muerte contra el tiempo, Johnny interrumpe un solo de saxo porque ya lo tocó mañana.

Sospecho que las jóvenes morosas que retrata Hellen Van Meene (Holanda, 1972) podrían repetir la frase de gramática disparatada pero aplicación cotidiana: están donde ya estuvieron o donde quizá vayan a estar o donde nunca pudieron estar pero saben que están.

La fotógrafa, una mujer con mucho y buen trabajo a sus espaldas y una aproximación canónica que, en mi opinión, la ennoblece —siempre usa película química, una cámara mecánica Rolleiflex sin gadgets de ayuda electrónica y jamás mancilla con un flash o focos de apoyo el pudor de la luz natural—, explica sus retratos como un forma de «esculpir sobre un alma» sometiendo a sus modelos a un «ataque de amor».

En una larga y reveladora entrevista añade que desea buscar fuera de la belleza canónica y los patrones de las modas corporales a la «Venus que hay en cada chica» pese a la «incomodidad y el miedo» que puedan sentir ellas por la situación —porque toda foto consentida tiene una intención violadora—. También resume de modo muy plástico la intención final de cualquiera de sus retratos: «Es muy fácil hacer una foto de una chica insegura, no tiene nada de especial. Es bastante más complicado hacer que una chica insegura parezca la Reina Isabel».

No advierto la entereza regia y la «arrogancia» que la fotógrafa proclama. Al contrario, las chicas de Van Meene me resultan dotadas de una especia de bendita ignorancia, una juventud gastada. Parecen insomnes, como diría Emile Cioran,  que hayan vivido siempre «con la nostalgia de coincidir con algo, sin, a decir verdad, saber con qué».

Su presencia es fantasmagórica o, como diría un teórico, fantasmática, espectral, y contradice la legislación racional de la foto como resto detenido del pasado. Estas fotos están sucediendo mañana.

Ánxel Grove

© Hellen Van Meene

© Hellen Van Meene

© Hellen Van Meene

© Hellen Van Meene

La colaboración ‘accidental’ de una ilustradora y su hija de 4 años

La primera 'colaboración' de la ilustradora y su hija

La primera ‘colaboración’ de la ilustradora y su hija

«¡Oh! ¿Es ese el cuaderno de bocetos nuevo? Puedo pintar en ese también, mamá?». La ilustradora estadounidense Mica Angela Hendricks escribe en su blog, en tono cómico, cómo reaccionó Myla —su hija de 4 años— al descubrir el bloc que su madre había encargado, un cuaderno «de papel oscuro», ideal «para añadir toques de luz».

Al ver a la pequeña abstraída en proyectos artísticos propios, se atrevió a sacarlo para dibujar y pensó que pasaría desapercibida, pero tras terminar con un rostro inspirado en una antigua postal de una actriz de Hollywood, el tesoro fue descubierto: «Tengo que admitir que la niña sabe reconocer el buen material cuando lo ve«.

Intentó sin éxito escurrir el bulto diciéndo que aquel cuaderno era especial para mamá y que ella ya tenía su material. No resultó: «En un tono muy serio, me miró y me dijo: ‘si no puedes compartir, a lo mejor hay que quitártelo’, ¡No, no puede ser! ¡La amiguita estaba usando mis frases de madre contra mí!«, recuerda divertida.

La dialéctica de la adversaria era demasiado fuerte, la ilustradora le comentó que se disponía a hacer un cuerpo para la cabeza que había terminado. «Yo lo haré», contestó con decisión. Resignada, Hendricks pensó en que lo volvería a intentar más tarde, que desecharía el dibujo. La sorpresa fue mayúscula cuando vio que el resultado era libre y refrescante: con un trazo seguro y confiado, Myla había transformado a la actriz de Hollywood en una especie de mujer dinosaurio.

Myla completa uno de los dibujos de su madre

Myla completa uno de los dibujos de su madre

Las obras de Mica Angela Hendricks se acercan a la caricatura clásica con trazos dinámicos y una gama de nostálgicos colores apagados. En sus años como artista ha hecho dibujos para revistas, ilustraciones para libros infantiles, retratos de personajes famosos, diseños para tatuajes…

El experimento con su hija ha evolucionado en una serie de cabezas completadas con los más inesperados atuendos y escenarios. Hay castores espaciales, mujeres y crisálidas femeninas, sirenas, babosas jugando a la rayuela… Al fin de la colaboración, la madre completa la obra pintándola con acrílicos, pero siempre respetando cualquier toque de color que su pareja artística haya agregado con rotuladores.

De la experiencia, lo primero que asegura haber aprendido es «a no ser tan rígida», y, tal vez tras contemplar la radical seguridad con la que trabaja una niña de 4 años, ha reflexionado sobre la importancia de no tener miedo de dar un giro inesperado, de no pensar que algo es «tan sagrado» como para no poder cambiarlo.

Helena Celdrán

'Outer Face'

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El final del sueño: la triste última sesión de fotos de los Beatles

The Beatles, 22 de agosto 1970

The Beatles, 22 de agosto 1969. Foto: Monte Fresco

Además de otros notables dones —sobre todo, componer e interpretar canciones que contenían poder suficiente como para que el mundo girase y en cada rotación fuese un mundo distinto—, los Beatles solían ejercer una inocencia casi ingenua en sus sesiones de fotos. Siempre me pareció que las imágenes del grupo, tanto las obligadas por la promoción y el comercio como las improvisadas, mostraban sin filtros el alma de los cuatro músicos: tipos de clase tirando a baja, algo pillastres, con una cultura obtenida en el camino y no en los púlpitos de las academias y un sentido del humor bastante simplón. Ni siquiera cuando se creyeron en la necesidad de mostrarse como artistas con aspiración de perpetuidad —véase la cubierta pop de Sgt. Pepper’s Loney Hearts Club Band— dejaban de parecer unos muchachos disfrazados para una juerga de carnaval.

Como sus canciones —y esa pureza les diferenciaba de otros grupos de su generación—, los Beatles eran veraces y no sabían impostar.

The Beatles, 22 de agosto 1970 . Foto: Ethan Russell

The Beatles, 22 de agosto 1969. Foto: Ethan Russell

El 22 de agosto de 1969, dos días después del que sería su último encuentro en un estudio de grabación —terminaron de mezclar una canción de John Lennon, I Want You (She’s so heavy), los músicos más famosos de la historia quedaron para hacerse unas fotos de promoción para satisfacer las demandas de los medios de comunicación, que llevaban meses sin saber casi nada del grupo.

Los cuatro sabían que sería la sesión final de posados ante una cámara porque el grupo estaba condenado a la desintegración. Lennon —que había editado en julio el primer disco en solitario de un beatle, el sencillo Give Peace a Chance, firmado por la Plastic Ono Band (agasajo de amor por la artista y dominatrix emocional Yoko Ono, una japonesa de sangre imperial y escasísima gracia con la que se había casado en Gibraltar en marzo de 1969)— comunicó a los otros tres el 20 de septiembre, menos de un mes después de la sesión de fotos, que materializaba la ruptura y se largaba. Decidió no hacer público el divorcio para no enturbiar los resultados de caja del inminente álbum Abbey Road, que apareció seis días más tarde y se convirtió en un testamento dorado: es el elepé más vendido de los Beatles, que se disolvieron legalmente  al año siguiente.

The Beatles, 22 de agosto 1970 . Foto: Ethan Russell

The Beatles, 22 de agosto 1969 . Foto: Ethan Rusell

Transparentes como siempre, Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr no pueden ocultar el fracaso en las imágenes de aquella sesión postrera de fotografías, tomadas por el eficaz Ethan Russell y el especialista en deportes Monte Fresco en Tittenhurst Park, la mansión que Lennon y Ono acababan de comprar en la campiña de Ascot (Berkshire).

Ninguna mirada brilla, Lennon está ausente en su limbo —aunque preocupado por llamar la atención y destacar con el atroz atuendo que acababa de comprar (sombrero cordobés incluido) en una tienda trendy—, McCartney no busca el objetivo con el hambre habitual por  lucir favorecido y Harrison simplemente no quiere estar allí. «¿Qué necesidad tenía yo de participar en aquello para ser feliz?», escribió más tarde el beatle invisible, ninguneado por sus compañeros una vez y otra.

La excursión fotográfica familiar —también asistieron Ono y Linda McCartney, embarazada de su primera hija con Paul— terminó en ceremonia fúnebre y las últimas imágenes de los Beatles juntos son melancólicas y tristes.

Poco tiempo después los cuatro músicos que cambiaron el mundo, o al menos la forma de ver el mundo de una generación, sólo se reunían, con abogados presentes, para hablar de dinero y echarse en cara con furiosa saña los pecados que se atribuían unos a otros.

Las últimas fotos de los Beatles, transparentes y ligeras como las muchas que el grupo repartió por el mundo, son la verificación de que los sueños, por enormes que sean, también se acaban.

Ánxel Grove