Regresar a Madrid y a la rutina se hace algo más llevadero con la perspectiva de escaparse a ver una buena película. Y con la ilusión de apurar al máximo mis últimas horas de vacaciones asistí ayer a una sesión matinal de ‘La piel que habito’. Éramos 14 personas, algunas iban en pareja, pero la mayoría habíamos ido solos. Después de una campaña promocional intensa, ¿quién no tendría interés en ver esa ‘vuelta de tuerca’ de Almodóvar? ¿Un Almodóvar más oscuro y en clave de novela negra? Yo me apunto.
Y como con Almodóvar nunca se sabe, uno va sabiendo que va a jugárselo todo. Pedro es capaz de lo mejor y de lo peor. Y a veces de ambas cosas en el mismo filme, como creo que sucede en este caso.
La piel que habito es una frikada, una descomunal ida de olla, absurda e increíble; pero bastante bien realizada. Es decir, es ágil, Almodóvar controla mucho más la técnica que hace años, está excelentemente fotografiada, la música de Alberto Iglesias le da vida y los actores, como no podían ser menos en manos de Pedro (qué gran director de actores es, qué bien trabaja Banderas con él), le dan una credibilidad que el guión no tiene. Y ese es precisamente el problema, la falta de credibilidad. La historia es tan surrealista, tan extrema, que cuesta creérsela y llegar a ponerse en la piel (nunca mejor dicho) de ninguno de los personajes. Me diréis que más increíble es ‘Avatar’ o películas tipo ‘Distrito 9’; pero imagino que es cuestión de géneros.
Y el caso es que la película engancha, ¿cómo no? Y es emocionante a ratos. Es imposible no querer saber cómo va a terminar todo ese monumental lío que el manchego nos presenta en un envoltorio del lujo. Nadie quiere levantarse del asiento hasta tener una explicación de por qué demonios estamos viendo lo que estamos viendo. Pero al final la historia de terror te deja una sorprendente sonrisa en la boca, mezcla de sorpresa, alivio y quizá complicidad con el ‘mundo almodovariano’.