Por Flor de Torres
El edificio de la igualdad lo concibo como un edificio de tres plantas, comunicadas entre ellas. De arquitectura inteligente e indestructible. Sus niveles están dibujados con la precisión de una arquitecta o arquitecto brillante que se plantea un nuevo proyecto. Con rotundidad y maestría para protegerlo y hacerlo estable frente a cualquier circunstancia.

La igualdad debería ser como un edificio bien construido y bien comunicado. Imagen: PixelAnarchy.
Excavaremos previamente el terreno impregnado de construcciones patriarcales, micromachismos, sumisión, desigualdad, ideas de amores románticos salvadores, dependencias y apegos. A partir de la nivelación del terreno, demoleremos lo encontrado y lo cimentaremos y abonaremos con derechos para que transiten todos por la igualdad. Esta será la auténtica cimentación que fortalecerá nuestro edificio, haciéndolo invulnerable y sólido.
Es sencillo en sus trazos: apenas tres plantas. De espacios amplios para que los conceptos que los transitan puedan ser claros, luminosos y no den lugar a dudas. Cada planta del edificio irá propiciando el acceso a la siguiente y todas ellas estarán comunicadas entre sí para que se pueda ver desde el ático los progresos de cada una.
La primera planta será la destinada a la prevención: la educación en valores de nuestros y nuestras menores. Necesitamos que las palabras igualdad y género nunca vayan separadas. Que sean un binomio indestructible unido por la preposición “de” para relacionar siempre y de forma conjunta al sustantivo género con el valor igualdad. Que sea una expresión llena de contenido y de sonido para ellos y ellas.
La segunda planta será la de la consolidación de la educación en la igualdad: más allá del colegio, una educación afianzada en la familia, en la sociedad, en el trabajo, en la vida. En esta planta se desterrarán las tretas de dominación ocultas de género que tanto daño hacen a la igualdad y que aún siguen invisibles en formas de conductas micromachistas que impiden consolidar y nivelar la construcción de este edificio.
La tercera y última planta es el de la rehabilitación de los maltratadores. Es necesario no abandonar a su suerte a los autores de delitos de violencia de género en condenas y penas, en medidas y alejamientos a sus víctimas. Estigmatizados pero no rehabilitados. Una obligación nuclear de la lucha contra la violencia de género es trabajar con los maltratadores mediante tratamientos de reeducación y programas penitenciarios específicos contra la violencia de género. Ellos son los padres de hijos e hijas que han estado sometidos a la violencia de género de forma directa, al igual que sus madres. Y serán, de nuevo, sus parejas o parejas de otras mujeres. Su falta de rehabilitación profunda sería un fracaso en el proyecto de nuestro edificio inmune a la violencia de género.
He tenido la experiencia personal de poder asistir a cursos de rehabilitación a en el Centro Penitenciario de Alhaurin de la Torre, en Málaga, con maltratadores penados con sentencias firmes que acreditaban su condición. Siempre afrontaban el problema de la violencia con las mismas estrategias: unos negaban la existencia del maltrato utilizando esa negación como escudo de su conducta. Otros reconocían un poco el hecho, pero no asumían la seriedad de sus actos, amparándose en la minimización de la violencia. Muchos responsabilizaban a la mujer de lo ocurrido, proyectando la culpa en la víctima. Algunos se amparaban en la falta de control de su ira.
Tal vez lo que más poderosamente me llamo la atención es que casi todos usaban la estrategia de la invisibilizacion al sacar del relato del hecho a la mujer-víctima. De nuevo, la invisibilizaban, tal y como habían hecho probablemente en su vida conjunta de pareja. Se detenían en la anécdota, no en el hecho. Decían que no podían controlar su ira, que no se acordaban de nada, se presentaban como víctimas del sistema judicial. Y tras esa estrategia seguía oculta de nuevo una mujer lesionada, humillada, vejada, amenazada, agredida sexualmente, coaccionada, asesinada junto a unos hijos e hijas, testigos, víctimas directas y mudas de sus actos. Expuestos a vivir toda la vida con ese trágico recuerdo.
Todos realizan atribuciones a causas externas que les permiten proteger su autoestima (haciendo responsable a la mujer, a las drogas, al alcohol etc…). Siempre encontré indicadores de rigidez y cuestionamiento hacia las conductas de las mujeres, con expresiones donde destacaban la asimetría y el dominio. En todos ellos se manifestaban ideas sesgadas de la mujer y su rol de sumisión. Pero tal vez para mí lo más importante es que ninguno reconocía el maltrato ejercido hacia la mujer, lo cual es la base principal para promover el cambio de sus conductas.
Pese a todo ello, técnicamente, la ley en sus sentencias los reconocía autores de violencia de género. Algo que ellos no asumen. De ahí que esta apuesta por la reeducación a los maltratadores sea el ático de nuestro edificio. Del bello y combativo edificio de la igualdad. Aquel en el que por fin podamos visualizar un cambio a una sociedad igualitaria.
Ese es el objetivo: que ellos identifiquen su propia conducta como personas que ejercen violencia de género y que analicen la relación que tiene con condiciones precipitadoras, para que ellos mismos conozcan las consecuencias que se derivan de sus acciones. Solo cuando sean capaces de ver su realidad podrán lograr un cambio. Sólo cuando vean su su propia conducta tal cual es, en el espejo de la violencia ejercida ante sus mujeres y sus hijos, podrán ser conscientes del dolor que han provocado, y empezar a cambiar. De este ático deberían salir como ciudadanos rehabilitados, conscientes y reflejados en el espejo de su conducta como base principal para su cambio.
Por ello en nuestro edificio, niñas y niños conocerán el auténtico significado de igualdad de género desde la base. Porque son los cimientos y la base del nuestra construcción: la conciencia. Sobre ella es posible construir y consolidar esa igualdad como una herramienta básica en sus vidas, y que da acceso a un mundo más justo que se construye cada día gracais a esa herramienta.
Así es el edificio al que estamos invitados, porque todos y todas hemos contribuido a su creación.
Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de Violencia a la mujer y contra la Discriminación sexual. Fiscal Decana de Málaga.