Archivo de agosto, 2018

«Es una vergüenza que a tu hija, que es chica, no le pongas pendientes»

Me sorprende, no puedo evitarlo, que en agosto de 2018 siga generando polémica el hecho de no poner pendientes a una recién nacida. Esa innecesaria y minúscula intervención (llamadla acción si os gusta más) estética.

Pero así sigue siendo. No hace mucho Adriana Abenia, nueva madre reciente (enhorabuena), protagonizaba el último episodio al contestar estupendamente a uno de tantos impertinentes en sus redes sociales.

Esta es la segunda ocasión en la que hablo de pendientes y bebés en este blog. La primera vez fue hace casi diez años, en octubre de 2008. Entonces estaba embarazada de Julia y ya había pasado por dos charlas de personas cercanas presionando a favor de los pendientes.

Haciendo un híbrido de ambas conversaciones, saldría algo así:
– Yo regalaré unos pendientes a Julia cuando nazca.
– ¿Ya le estás poniendo pendientes? Deja que nazca primero. Además, ya hemos decidido que no le haremos agujeros.
– ¿Y por qué? Con lo monas que están las niñas con pendientes.
– Monísimas, pero que se los haga ella si quiere.
– Pero es que luego le dolerá. Y de recién nacida ni se entera. Tiene las orejitas tan pequeñas que no cuesta nada hacérselos. Ni les duele.
– Si no sabe hablar, si no sabe ni siquiera enfocar la vista, dudo que sepa transmitirnos si le duele.
– Además, hay niñas que no se sabe que son niñas si no llevan pendientes.
– Bueno, pues así podrán acceder a más papeles en las funciones del cole.
– Pues seguro que te regalarán pendientes.

Yo fui una niña a la que no pusieron pendientes. Nada menos que en 1976. Fue una decisión de mi padre que debió ser bastante revolucionaria para la época y que yo le aplaudo. Dijo que a su niña nadie le hacía agujeros, que los tendría si yo los quería más adelantes. Acabé con las orejas perforadas a los cuatro o cinco años. No porque yo tuviera unas ganas locas y los pidiera insistentemente, la sensación que albergo es que parte de mi entorno me empujó a ellos. Aún tengo vagos recuerdos del momento de la puesta de pendientes.

Treinta y tres años más tarde, repetimos la jugada con Julia. Cuando era muy bebé es cierto que nos encontramos con gente que buscaba desesperadamente pistas sobre si era niño o niña buscando vestidos o pendientes y que algún error hubo. Nada importa. Nos importa más que ella decida. Y nos preocupa más evitar imposiciones de género.

Ya tiene nueve años y sigue sin pendientes. ¿Sabéis qué? Yo también me los quité al poco de nacer ella, por una intervención quirúrgica, y no me los he vuelto a poner.

Los padres podemos no querer poner pendientes a nuestras hijas por esos motivo y por muchos otros. Distintos profesionales de la salud recomienda no perforar las orejas a la recién nacidos porque el pendiente puede no quedar centrado, por evitar posibles pequeñas infecciones o riesgos de enganchones con la ropa que llevan ellos o nosotros, aunque sean mínimos. No suele suceder, pero tampoco es tan raro. Y recuerdan que esa vieja creencia de que a los bebés no les duelen estas cosas son mentira.

Los padres también podemos decidir poner pendientes y, por lo que me he encontrado, suele ser por cuatro motivos: por seguir lo que se supone que hay que hacer sin replanteárselo; por presiones del entorno; por ahorrarle a la niña hacérselo más tarde (convencidos de que es inevitable) y por razones puramente estéticas. A veces varios confluyen.

No pasa nada. No es algo a criticar, por mucho que no se esté de acuerdo, por mucho que no lo queramos en nuestros propios hijos.

Pero tampoco es de recibo recibir críticas por lo contrario.

Espero que dentro de otra década, si es que sigo escribiendo este blog como madre de adolescentes, hayamos superado ya esta historia.

Las fotos son de GTRES. Es curioso que no haya encontrado ni una sola foto de recurso de un bebé con pendientes en ese banco de imágenes para medios. Los modelos proceden de otros países de Europa y allí no está tan arraigada como en España esa costumbre.

Carta de una madre a los integrantes de Cantajuegos

Os conocí hace casi doce años, al poco de nacer mi hijo. Raquel y Nacho, unos padres recientes pero algo más veteranos que nosotros, fueron los primeros a los que oímos exclamar: “¡¿Pero de verdad no conocéis la canción del tallarín?!”.

De no haber sido ellos, os habríamos conocido por otras vías, estoy convencida. Era imposible no saber de vosotros siendo entonces padres recientes.

No sabíamos nada de vuestra existencia porque Jaime fue el primer niño de la familia en muchos años. Luego han llegado bastantes más y ninguno ha escapado a vuestra influencia, aunque con los recién llegados he comprobado que el tallarín o la cubertería ya no son los megaéxitos de antaño y la competencia de otros grupos es mucho mayor.

De hecho ahora os escuchamos en las tabletas, os ponemos en la aplicación de YouTube en la tele inteligente del salón y en el coche sonáis con Spotify o Apple Music. Al principio aún tirábamos de CDs y DVDs. Y a saber de qué manera accederemos a vosotros en otros doce años.

Dentro de doce años seguiremos oyendo música para niños en casa, seguro. Nuestra relación es larga y seguirá siéndolo. Otros padres, tras unos pocos años, os dicen adiós. No es nuestro caso. Mientras estéis ahí sacando nuevas canciones, nosotros estaremos al otro lado. Mi hijo, que ahora tiene doce años, tiene autismo. Escuchar música, sobre todo infantil, es uno de sus pocos entretenimientos y no es algo que vaya a cambiar.

Tengo que confesar que nuestra relación no siempre ha sido fácil. Tiendo a pensar que estaría bien que, como en la mayoría de los hogares, dierais paso al KPop o a otras músicas adolescentes. A veces he acabado hasta el moño de vuestras canciones, que no de vosotros. Imagino que entenderéis que cosas como un viaje a Cádiz de siete horas no escuchando otra cosa o tener la tele del salón copada por el elefante al que hay que dormir, la casa crecedera, la tía que es ternura, el sapo Pepe o las manos danzarinas, llega a saturar y anima a buscar alternativas. También que pasarse media mañana en el trabajo cantando internamente La mané o Chuchuwa Por tenerlas incrustadas en el cerebelo no es plato de gusto. Seguro que sois más que conscientes.

Más confesiones. Tengo que reconocer que a veces nos hemos reído un poco de la factura de algunos vídeos, sobre todo de los primeros. Y, por mucho que repitáis vuestros nombres, os conocemos por los motes que os hemos puesto en casa, normalmente referidos a algún atributo físico. Es algo que he intentado erradicar porque nos dimos cuenta de que es muy poco educativo para los niños que escuchen a sus adultos de referencia referirse a vosotros como “el gafitas”, “la rubia de las trenzas”, “el sueco” o “el larguirucho”. Mil perdones, os aseguro que nunca hubo ánimo de ofender.

En todo este tiempo os hemos visto en mejorar y evolucionar, haceros políglotas, llegar a Disney o trabajar para mejorar una aldea perdida. También cambiar de integrantes. En los últimos años parece que la cosa es más estable y me alegro. Espero que los que estáis ahora tengáis un trabajo satisfactorio, aunque no sea perfecto (los mayores ya sabemos que eso no existe). También que seáis razonablemente felices (y eso va por todos, también por los excantajuegos). No me gustaría que los rostros sonrientes que entran a diario en mi casa, trabajan en malas condiciones o lo pasan mal, más allá de algún día suelto o alguna pequeña y lógica mala racha.

Fuisteis los primeros, pero no os hemos sido fieles. Doce años dan para mucho y hemos escuchado muchos otros grupos infantiles. Prácticamente todos los que hay en España (algunos con antiguos integrantes de vuestra formación) y también de muchos países. Imagino que lo entenderéis. No os voy a engañar, algunos os hacen buenos y otros regulares, pero aguantáis bien el tipo. Y habrá muchos, pero fuisteis los primeros, los más habituales, los más duraderos.

Supongo que en todas las relaciones largas hay sus más y sus menos.

Y ahora viene lo importante: gracias.

Gracias por ese concierto hace seis veranos en Almería en el que nos lo pasamos teta.

Gracias por todas las horas de entretenimiento en casa, pero también en el coche en la espera de una consulta médica o en un restaurante. Ha habido muchos ratitos en los que nos habéis hecho las cosas más fáciles.

Gracias por servirme de inspiración durante los primeros años de vida de mis hijos, en los que apenas recordaba canciones infantiles y me descubría usando a Tahures Zurdos como nana, ese otro tipo de canciones de amor. En aquellos años cantaba a diario vuestras canciones, para jugar con ellos, para estimularles, para consolarles… Ya menos, pero sigo cantándoos. Por ejemplo cuando tienen que sacarle sangre, cuando se pone nervioso o cuando jugamos en la cama.

Gracias por trabajar desde vuestras canciones tanto valores positivos y defender los derechos de los niños.

Gracias en nombre de muchos padres de niños con discapacidad y circunstancias semejantes a las mías, de muchos colegios especiales, centros de atención temprana, lugares de terapia… en el que me consta que habéis sido y sois de gran ayuda.

Gracias por ser tan amables con mi hijo. No lo recordaréis, pero conocisteis a Jaime en una presentación de Disney en la que se agobió un poquito al ver a sus héroes de la tele tan cerca y estuvisteis haciéndole un pequeño concierto privado.

Y gracias por esa vertiente solidaria que asomáis cada poco.

Al César lo que es del César, y a Cantajuego (algún día tendréis que aclararnos ese lío del plural y el singular) lo suyo.

Esta carta va dirigida a los rostros que vemos cantando, a los que vimos en el pasado, y también al equipo que lo hace posible sin enseñar la cara.

Los niños y la memoria histórica

‪Cuando he recorrido Francia siempre han atraído mi mirada los monumentos a los caídos que hay en todas mas ciudades, en todos los pueblos, por pequeños que sean. Están siempre en un lugar de honor, en una plaza principal, frente a la iglesia o el ayuntamiento. Normalmente repletos de nombres de muertos en la Primera Guerra Mundial, pero también en la Segunda. En ocasiones en alguna otra, anterior o más reciente. Además de los nombres, a veces también hay algún dato más, como la edad, el lugar de su muerte o el puesto que ocupaban en el escalafón militar, aunque también hay lugar para el recuerdo a los civiles.‬

‪Tiendo a mirarlos siempre que puedo, encontrando a veces varios apellidos en común en pueblos diminutos, entendiendo tras décadas de distancia el drama que supuso la pérdida de tantos vidas para muchas familias, para muchas poblaciones, para la nación entera.

‪Sus vidas se interrumpieron no por causas naturales, sino por la peor de las antinaturales; la guerra. ‬

‪Y he hallado nombres y apellidos de origen español con cierta frecuencia. ‬

‪Me ha dado por pensar que agradecería poder ver en todos los pueblos españoles, da igual su tamaño, una relación con los nombres de los caídos en nuestras diferentes guerras, me da igual el bando. ‬

‪Un monumento en su memoria, en la de todos, que serviría para reflexionar e intentar comprender cómo los hombres son capaces de hacerle algo así a otros hombres. Difícil tarea, pero importante para que cale la necesidad de no volver a recorrer caminos equivocados.‬

Soy de las que cree que tener memoria histórica es importante, que de la historia se pueden extraer muchas enseñanzas que nos ayuden a avanzar en la buena dirección, la de respetarnos en lugar de enfrentarnos.‬

‪Tener memoria histórica es importante, pero en España se ha tendido a intentar curar fingiendo olvidar, callando, escondiendo el dolor, el resentimiento, el orgullo herido y la sensación de injusticia bajo las alfombras.‬

‪No estoy segura de que sea lo más inteligente, por mucho que sepa que fue casi imposible cualquier otra actitud.‬

‪Tampoco soy tan inocente como para no saber que algo como lo que tienen en Francia es prácticamente imposible de manera generalizada en España (algunos intentos me consta que ha habido) por muchos motivos, empezando porque probablemente el momento de edificar algo así ya pasó y terminando porque el grueso de nuestras muertes corresponden a una guerra civil. Sé bien que es más fácil erigir recordatorios en una guerra contra otros, más aún si terminaste en el bando ganador. Por mucho que esos otros sean ahora buenos vecinos.‬

‪Pero no puedo obviar que cuando me paro a mirar los monumentos franceses mi hija de nueve años me observa y pregunta. Gracias a nuestros viajes por Francia es consciente de la existencia de las dos guerras mundiales, de los millones de muertes en las que se tradujo y del sinsentido que es una guerra. ‬

Sabe más de esas dos guerras, ha interiorizado más sus muertes, que las de nuestra guerra civil. Y eso que también de ella le he hablado; le he contado que tres de sus bisabuelos combatieron, en bandos diferentes, siendo aún críos que no tenían ni veinte años. Igual que uno de sus tatarabuelos vistió uniforme en Cuba.‬

‪No sé qué pensáis vosotros, pero yo creo que nuestros niños nacidos ya cien años después de esos muertos, merecen que abramos armarios, levantemos las alfombras y aireemos nuestra casa. ‬

‪Y que nosotros tenemos el reto de afrontar ese desafío con cabeza y corazón. Mucho me temo que somos la única generación que podría hacerlo.‬

‪Puede que mi deseo esté equivocado, puede que debamos limitarlo a dejarlo estar, cada vez más desvaído, menos presente y doloroso.‬ Borrar y olvidar.

‪Y que simplemente sigamos leyendo los nombres de vidas segadas y reflexionando al respecto en otros países, en otras guerras, cuando hagamos turismo.‬

‘Ponysitters Club’, la apuesta de Netflix para los niños pequeños amantes de los animales

Este agosto Netflix ha estrenado una serie infantil de producción propia a la que le tenía echado el ojo hace tiempo. Me daba la impresión de que podría ser del gusto de mi hija y, tras verla juntas, os puedo asegurar que no me equivocaba.

Julia adora a los caballos. Es una fascinación que, por el motivo que sea, aparece sobre todo en las niñas, da igual el país. Lo tengo comprobado (en cierto sentido porque yo también fui una niña fascinada por los Caballos y lo mío no fue heredado). A muchas les gustaría montar a caballo y las que lo logran son mayoría en los clubs hípicos. Por eso hay tantos ponis y caballos en series pensadas para niñas, por eso Barbie y muñecas semejantes tienen caballo.

Pero volvamos a Netflix. Esa plataforma ya disponía de una serie ubicada en un club hípico que ya habíamos visto. Se titula A rienda suelta, este verano han estrenado la segunda temporada, y en casa también gustó mucho. Es una serie protagonizada por adolescentes, pero muy blanca, sin entrar casi apenas en amoríos y en la que no se cae en la superficialidad de otras series semejantes. La cosa va de montar a caballo, hacer amigos y desentrañar algunos misterios.

Ponysitters Club es más blanca aún. Rosa incluso diría yo. En este caso los niños protagonistas son aún más pequeños y también lo es su público objetivo. A partir de cinco o seis años la pueden ver sin problemas. En cambio, al adulto que pudo ver en familia A rienda suelta, es probable que esta serie le resulte demasiado infantil, demasiado plana.

La niña protagonista, Skye, tiene que luchar contra una dislexia que hace que le cueste mucho leer y escribir. Vive con su madre y su abuelo, veterinario retirado, en un rancho que rescata animales necesitados y les busca nuevos hogares. De hecho se llama Rancho Rescate.

El club que da nombre a la serie es una iniciativa de esta niña y tres amigos para recaudar fondos y hacer buenas obras. Uno de esos amigos es Ethan, un chico tímido y que dibuja muy bien; otra es una Trish, con visos de artista; y la tercera es Olivia, una estupenda estudiante que ayuda a Skye. A ellos se sumarán más niños, empezando por una vecinita brasileña Isabella, Shelby, que tiene un caballo en propiedad, o Kyle, un primo de Olivia en silla de ruedas.

Los niños de Ponysitters Club montan muy poco a caballo, pero los cuidan mucho. A los caballos y a todo tipo de animales que habitan ese rancho. Veremos pasearse conejos, cabras, burros… todos adorables en extremo.

Una serie amable y breve que seguro gustará a los niños pequeños que se declaren amantes de los animales, que son la mayoría.

El placer de columpiarse

A mí, os confieso, aún me gusta columpiarme. La sensación de vaivén, de alcanzar aunque sea brevemente el cielo, obliga,aunque sea internamente, a la sonrisa.

Para mi hijo, con doce años recién cumplidos y autismo, el columpio es una de sus ocupaciones favoritas. De las pocas actividades que disfruta, junto con la piscina o escuchar música. El autismo va ligado con frecuencia a intereses restringidos.

En verano, los fines de semana, salimos prontito de casa, paseamos a nuestras perras hasta un parque que siempre está vacío y le observo ser feliz al vaivén un ratito.

Doce años recién cumplidos. Una edad que hace que con frecuencia ya no sea bien recibido en los columpios. Es un niño demasiado mayor, ocupando un entretenimiento infantil. Algunos parques incluso vetan su acceso por edad, por mucho que el columpio soporte de sobra su peso.

Por eso buscamos columpios solitarios. Pero a veces, paseando, encuentra en el camino un columpio vacío esperando para hacerle volar. ¿Cómo negárselo?

En breve será más difícil. Será un hombre. O casi un hombre. El placer de columpiarse será el mismo, pero su presencia en los parques infantiles será más complicada de gestionar.

Estoy convencida de que hay muchas personas como mi hijo. Hombres y mujeres con distinto tipo de discapacidad enamorados de esa sensación de volar.

Si alguna vez nos veis en un columpio, a mi adolescente dorado o a algún otro, no nos miréis mal, no juzguéis sin saber.

No siempre tienen que ser gamberros apropiándose de los rincones de juego infantiles.

‘Ralph rompe Internet’, ‘El regreso de Mary Poppins’, ‘Dumbo’… ¿Cuáles son los próximos estrenos de Disney y cuándo los veremos en España?

Aún tenemos Los increíbles 2 en cartelera, triunfando porque lo merece, pero eso no quita que no haya un buen desembarco de películas de Disney, a priori interesantes, por delante.

No sé si las tenéis todas presentes, pero por si acaso me he decidido a traer un resumen de lo que nos viene. Dudo que no haya algún título que os resulte atractivo entre los ocho que traerá próximamente la compañía de Micky Mouse.

El primer estreno tendrá lugar el 28 de septiembre y es de las que ir a ver para ver cómo hacen evolucionar a la clásica franquicia de Winnie the Pooh, que me da la impresión de que anda necesitada de que la revitalicen.

Se titula Christopher Robin, el nombre del niño que acompaña a los animalitos y el del hijo del autor de la saga de cuentos, y es una aventura de acción real:

El niño que se embarcó en innumerables aventuras en el bosque de los Cien Acres con su banda de animales de peluche, ha crecido y ha perdido el rumbo. Ahora les toca a sus amigos de la infancia aventurarse en nuestro mundo y ayudar a Christopher Robin a recordar al niño cariñoso que aún tiene dentro.

Un mes más tarde, el 31 de octubre, se estrenará El cascanueces y los cuatro reinos, inspirada en el clásico cuento y ballet navideño El Cascanueces, al que yo tengo especial cariño, y con dos pesos pesados: Helen Mirren y Morgan Freeman.

Todo lo que quiere Clara (Mackenzie Foy) es una llave única que abre una caja que contiene un regalo de valor incalculable que perteneció a su difunta madre. Un hilo dorado, que le ofrecen en la fiesta anual del padrino Drosselmeyer (Freeman), le conduce a la codiciada llave y no tarda en desaparecer en un extraño y misterioso mundo paralelo. Allí es donde Clara encuentra a un soldado llamado Phillip (Jayden Fowora-Knight), a una pandilla de ratones y a los regentes que presiden tres de los cuatro Reinos: la Tierra de los Copos de Nieve, la Tierra de las Flores y la Tierra de los Dulces. Clara y Phillip deben desafiar al terrible Cuarto Reino donde vive la tirana Madre Ginger (Mirren), para recuperar la llave y, con suerte, reinstaurar la armonía en un mundo inestable.

De mes en mes. Ahora nos vamos a finales de noviembre con un título muuuy español por mucho que venga bajo el paraguas de Disney. El día 23 se estrena Superlópez. Yo adoraba esos cómics de niña y les sigo teniendo un cariño enorme, así que pasaré con ganas y miedo por el cine a ver la versión de Dani Rovira. Os confieso que siempre creí preferible una adaptación animada. Ya veremos qué encontramos.

Cuando Skorba y su ejército de robots invaden su planeta, el científico más importante de Chitón envía a su hijo recién nacido a la Tierra para protegerle y salvaguardar un vital secreto. Treinta años después, el bebé se ha convertido en Juan López, un gris oficinista que nunca ha usado sus superpoderes, para no ser descubierto y… ¡porque en este país la envidia es muy mala! Pero la llegada de Luisa a la oficina hará que se plantee eso de no destacar y, para impresionarla (¡por supuesto!), decide convertirse en Superlópez.

Se acerca la Navidad y se acelera la llegada de estrenos. El 5 de diciembre llega uno muy esperado: Ralph rompe Internet.

La primera entrega de las aventuras de Ralph en los recreativos, plagada de referencia y de morriña para los jugadores de cierta edad, traslada la accion a Internet y las redes sociales. Esperemos que Ralph y Vanellope conserven el ingenio de la primera parte.

Ralph (John C. Reilly), el malo de los videojuegos y su compañera Vanellope von Schweetz (Sarah Silverman) tendrán que jugárselo todo viajando por las redes en busca de una pieza de repuesto que salve Sugar Rush, el videojuego de Vanellope. Para complicar más las cosas, Ralph y Vanellope dependen de los ciudadanos de Internet, los llamados ‘ciudanets’ para que les ayuden a desenvolverse en ese peligroso mundo. Entre ellos está un empresario de Internet llamado Yesss (voz de Taraji P. Henson), que es el algoritmo estrella y el alma de BuzzTube, la página web más de moda del momento.

Otro plato fuerte justo para Navidad. El 21 de diciembre tendremos en los cines El regreso de Mary Poppins. Una película con la que Disney ha puesto toda la carne en el asador pero ante la que también tengo a la vez miedo y ganas. Emily Blunt me gusta mucho, pero la sombra de Julie Andrews es muy alargada. Pero bueno, es una historia diferente, no un remake al uso que hubiera sido un fiasco seguro. Aquí Mary Poppins se encarga de los hijos de sus viejos pupilos.

Esta nueva secuela tiene una mirada moderna sin dejar de rendir homenaje al espíritu de la primera película. Mary Poppins vuelve para ayudar a la siguiente generación de la familia Banks a encontrar la alegría y la magia que faltan en sus vidas después de una trágica pérdida personal. La niñera viene acompañada de su amigo Jack, interpretado por Lin-Manuel Miranda (Hamilton, Vaiana), un optimista farolero que ayuda a llevar La Luz -y la vida- a las calles de Londres.

El 18 de enero tendremos una secuela con la que yo al menos no contaba. ¿Recordáis El Protegido? Esa de M. Night Shyamalan, el director de El sexto sentido que por aquel entonces aún estaba surfeando la cresta de ola, en la que Bruce Willis resultaba ser un superhéroe muy de andar por casa. A muchos no les gustó o les resultó indiferente, yo la disfruté bastante.

Su secuela, nada menos que 18 años después, es Glass. Repiten tanto Willis como Samuel L. Jackson encarnando a a Mr. Glass. Y añaden a la ecuación a un James McAvoy con múltiples identidades. Múltiple sí gustó y a ese éxito debamos probablemente esta película que une a los tres héroes en un psiquiátrico. Lo del publico familiar en este caso no lo tengo nada claro.

El 8 de marzo, más superhéroes con Capitana Marvel. ¿Alguien lleva la cuenta de cuantos héroes de Marvel ha puesto ya Disney en mallas? A este paso todo actor que no haya interpretado a un superhéroe va a ser un paria en Los Angeles.

La historia cuenta cómo Carol Danvers se convierte en una de las heroínas más poderosas del universo cuando la Tierra se ve atrapada en medio de una guerra galáctica entre dos razas alienígenas. Ambientada en la década de 1990, Capitana Marvel es una aventura completamente nueva de un período nunca visto en la historia del Universo Cinematográfico Marvel.

De la anterior no he encontrado trailer, lo siento, pero sí que lo hay de una película cuyo estreno será posterior: el 29 de marzo. Otro peso pesado, la versión en acción real de Dumbo, que han dejado en manos de Tim Burton. De nuevo, no es un remake al uso. La historia está inspirada en el clásico (triste y precioso, un hermoso canto al valor del diferente y a creer en uno mismo).

De aquí puede salir cualquier cosa, desde una genialidad hasta algo a ratos infumable, a ratos genial.

La nueva aventura de acción real que desarrolla la historia clásica para dar cabida a las diferencias, donde se valora la familia y los sueños alzan el vuelo. El dueño del circo Max Medici (Danny DeVito) contrata a la antigua estrella Holt Farrier (Colin Farrell) y a sus hijos Milly (Nico Parker) y Joe (Finley Hobbins) para cuidar a un elefante recién nacido cuyas enormes orejas lo convierten en el hazmerreír de un circo que atraviesa dificultades. Pero cuando descubren que Dumbo puede volar, el circo vuelve a tener un enorme éxito y atrae al persuasivo emprendedor V.A. Vandevere (Michael Keaton), que contrata a este peculiar paquidermo para Dreamland, su nuevo y desmesurado parque de atracciones. Dumbo alcanza nuevas alturas junto a Colette Marchant (Eva Green), una encantadora y espectacular trapecista, hasta que Holt descubre que debajo de su deslumbrante fachada, Dreamland esconde oscuros secretos.

‘El mago del balón’, un chico de doce años que es un gran goleador y al que le gusta ponerse vestidos

Este verano estoy aprovechando para ponerme al día con unos cuantos libros infantiles y juveniles a los que tenía echado el ojo por uno u otro motivo, con la idea de traer aquí aquellos que me parecieran especialmente recomendables.

Al menos en mi caso es cierto que el verano invita a sumar tiempo de lectura.

Hace poco os hablaba de El  secreto del arca, novela histórica juvenil de Espido Freire. Hoy es el turno de un libro que va ya por su octava edición y al que llegué gracias a un reportaje que hice hace varios meses sobre mangas con protagonistas LGTBI titulado «Es increíble que en pleno 2017 un niño tema llevar un cómic con protagonistas gays a su casa». Os dejo un fragmento:

A cualquiera que se le pida que haga memoria y ofrezca alguna sugerencia de libro, película o serie de televisión pensados o aptos para una audiencia juvenil en los que haya protagonistas LGTBi y el relato sea positivo e integrador, se verá en serias dificultades para recordar algún nombre.

«Son modelos necesarios», asegura Gemma Almena, psicóloga, sexóloga y orientadora en distintos centros escolares. «Es preciso normalizar la situación, que vean que hay más gente como ellos y que no pasa nada para sentirse bien. Pero el referente que hay es siempre de chico y chica, así que cuando les pasa algo distinto a esas edades lo ocultan, porque no es lo común».

Yo también creo necesarios más modelos así en cine, series y literatura. Uno de cada diez de nuestros niños será LGTBI, al arroparlos con relatos y referentes heterosexuales somos todos los que les estamos metiendo en un armario del que luego les va a costar (más o menos, en función de cada caso) salir, los que estamos poniendo piedras en el camino de su autoaceptación.

Por eso fue tan buena noticia esta primavera la película Con amor, Simon. Recomendable para cualquier chaval a partir de doce años. Necesitamos historias amables, positivas, que puedan ver nuestros hijos y muestren la diversidad existente y defiendan el derecho a ser como cada cual se sienta, a amar más allá de caminos trillados y estereotipos.

El mago del balón, que vio la luz en el Reino Unido hace una década y que ha llegado a la televisión y a ser un musical, es un buen aporte en ese sentido. Y su éxito fulgurante en distintos países es una muestra de que existe una demanda por parte de muchas familias de títulos así.

Por cierto  resulta curioso que en español el título sea El mago del balón y no una traducción del original, The boy in the dress. Me interesaría saber el motivo. En cualquier caso es de agradecer la cuidada edición que trajeron hace unos pocos años, con las acertadas ilustraciones de Quentin Blake.

Cómo os contaba, fue hablando con las editoriales para preparar el artículo que os comentaba antes fue cuando di con este librito del humorista, actor, presentador y autor británico David Walliams, recomendado para niños de entre 9 y 14 años.

Me vais a permitir que os desmonte un poco El mago del balón, pero quiero que sepáis de qué trata. Su protagonista es Dennis, un niño de doce años con una vida que siente un tanto gris desde que su madre se fue, dejándole junto a un hermano mayor y un padre que le quieren pero a los que les cuesta demostrar su afecto, para los que resulta más fácil hablar de fútbol que de sentimientos.

Dennis es un chico normal, como cualquier otro, algo tímido y con los amigos justos, que no destaca en nada salvo en el terreno de juego. Es el máximo goleador del equipo de su colegio, un mago del balón.

Dennis esconde una revista bajo su cama, una llena de chicas guapísimas. Pero no es lo que estáis pensando. Es un Vogue. Y lo que deslumbra a Dennis son esos vestidos maravillosos, esos brillos y colores que tanto echa en falta en su mundo gris. Su diseñador favorito es John Galialgo y esa revista que acabará en la basura cuando su padre la descubra, porque es solo para “mujeres y mariquitas”.

Dennis se hará amigo de una chica de catorce años que sueña con ser estilista o diseñadora, que comparte su amor por el Vogue y la ropa que deslumbra. Una amiga que le invitará a probarse sus tacones, sus vestidos de lentejuelas y sus pintalabios.

Dennis se negará asustado, pero al final accederá y lo pasará en grande, se sentirá feliz y libre, viéndose convertido en la joven y guapa estudiante de intercambio Denise.

Dennis no es gay. Al menos muestra cierto interés romántico soterrado por esa chica que le dice que puede ser lo que quiera, que vuele tan alto como sueñe. No sabemos que será en un futuro. No importa.

Dennis acabará liándola muy gorda por presentarse en su colegio convertido en Denise. Pero Dennis logrará, gracias a su valentía y al apoyo de los suyos, teñir de colores vibrantes la vida de todos los que le quieren.

Fútbol y lentejuelas. Es algo con casi antagónico. A veces pienso en los niños que gusten del balompié y también de sus compañeros de vestuario. No lo deben tener nada fácil. Al deporte rey sí que le faltan modelos en los que se vea la diversidad, no hay peores armarios que los que también guardan equitaciones deportivas y zapatillas de tacos. Pero ese es otro tema en el que este libro tampoco entra.

Volvamos a la obra de Walliams. La historia, las casualidades y carámbolas no son creíbles para un lector adulto, ni siquiera para un adolescente medianamente leído, pero es algo que importa poco si hablamos de niños de entre nueve y doce años, que creo que son los que más provecho y disfrute pueden extraer de este libro.

Un libro que no es perfecto, al que tal vez le falta algo de encanto (a David Walliams hay quien lo compara con Roald Dahl, yo creo que sus argumentos y estilo están muy lejos del autor de Charlie y la fábrica d chocolate) y una solución final menos fácil para acallar al malvado director del colegio, pero que tiene muchos méritos y merece al menos una lectura.

¿Por qué demonios estamos poniendo canciones como ‘El anillo pa’cuando’ a nuestros niños?

Me lo contó no hace mucho una amiga, madre de un querubín de rizos rubios que aún va a Infantil. Lo llevaba de la mano cuando le escuchó cantar una letra realmente poco apropiada en unos labios tan pequeños. Era la letra de El anillo pa’cuando de Jennifer López, la misma que el año pasado cantaba que no era la madre de nadie, mostrando ser muy poco consecuente.

Os dejo la letra que cantaba con lengua aún de trapo el angelito. Que a veces oímos esas canciones del verano sin procesar realmente lo que están contando.

Me tratas como una princesa, me das lo que pido
Tú tienes el bate y la fuerza que yo necesito
Cuando estamos solos, te juro, no me falta nada
Te pongo un trece de diez cuando estamo’ en la cama
Nunca había sentido algo tan grande
Y me vuelve loca tu lado salvaje
Tú me has dado tanto que he estado pensando
Ya lo tengo todo, pero
¿Y el anillo pa’ cuándo?

Hueles como me gusta
Me besas como me gusta
Me agarras como me gusta
Así, así, que a mí me gusta
Como muerde la fruta (wuh)
Si sale de noche, me asusta
Sin mapa conoces la ruta
Así, así, que me gusta
Sigue aquí, papi estoy pa’ ti
Dale atrás, que así somos las del Bronx
Don’t stop, muevete má’

El año anterior otra amiga me contaba una anécdota similar con otra canción de Maluma en la que daba igual si en la cama eran dos, tres o quince y si había o no anillo, mientras hubiera cama.

A nuestros niños se las ponen durante el recreo en los colegios, en los campamentos infantiles, en las clases de baile moderno o zumba, desde apenas los tres añitos.

También suenan en emisoras de radio supuestamente aptas para que las escuchen los niños en el coche camino al colegio.

Y si ven los vídeos es aún peor. Raro es aquel en el que las mujeres no son más que trozos de carne que se menean con más o menos tino y calentura.

Desde luego, como ejemplo de hipersexualización innecesaria de la infancia, no tiene precio.

Es cierto que no se enteran de la misa a la media en la práctica totalidad de los casos, pero yo creo que sigue sin tener sentido que sean esas las canciones que escuchan. Y no me parece estar pecando de mojigata. Tampoco es una crítica a este tipo de música, que entiendo que en otros contextos puede tener todo el sentido.

GTRES

Anda que no hay opciones completamente recomendables, sin necesidad de tirar de Cantajuego o Pica Pica.

¿Qué os parece a vosotros?

‘El misterio del arca’ de Espido Freire, para que nuestros niños disfruten descubriendo su pasado romano

No hay demasiada novela histórica al alcance de nuestros niños. Me resulta llamativo porque es uno de los géneros que más nos gusta en casa y uno de los que más éxito tiene entre los adultos, pero parece que a los chicos preferimos mostrarles historias en las que abunden la fantasía, el romance, el drama cotidiano o un cóctel de todo aquello (nada en contra de todo ello, que conste).

Preferimos nosotros, los adultos, porque el pasado es idóneo para crear aventuras y personajes que les resulten inolvidables; que estoy convencida de que disfrutarían mucho, más allá del concepto de aprendizaje del pasado, que nunca sobra.

No sé si siempre ha sido así, si la historia ha estado poco representada en los libros infantiles y juveniles, pero me da la impresión de que es algo que se nota aún más en los últimos años. Desde luego, mirando los títulos para nuestros jóvenes que más venden o que más galardones obtienen, no se ve apenas nada histórico.

Recuerdo algunas colecciones en mi infancia que sí recogían aventuras ambientadas con cierto rigor en épocas pasadas. En casa tengo varios volúmenes, aptos a partir de unos nueve o diez años, de Bruño y de Alfaguara. De ellas guardó con especial cariño en mi memoria dos libros ubicados en la antigua Roma: Aura Gris, de Pilar Molina, y Un caballo contra Roma, de Josep Vallverdú.

He revisitado ambas hace poco y la segunda ha conservado el vigor francamente mejor que la primera. Hay libros (y series, juegos, lugares y películas) que está bien dejar en la infancia.

De ambos me acordé mucho cuando leí hace un par de años El chico de la flecha (2016, Anaya) de Espido Freire, y de nuevo este verano al sumergirme en El misterio del arca (2018), la continuación de las aventuras del joven Marco, un ciudadano romano de la Emérita Augusta del siglo I d.c. que, por distintos motivos, tendrá que viajar primero al sur de Hispania y luego a levante.

Son maravillosos exponentes de lo que me gustaría encontrar con más frecuencia en los catálogos de las editoriales que tienen a nuestros niños y adolescentes en mente. Se trata de lecturas amenas, recomendadas a partir de doce años (aunque los lectores de unos diez más voraces pueden adentrarse perfectamente en ellas), que resultan agradables también para los adultos. Amenas, ágiles, y  además, están espléndidamente escritas.

Demasiadas veces encuentro escritores que confunden adaptar su escritura a los niños con dejarla desprovista de cualquier encanto. No es este el caso. Ojalá más autores capaces y reconocidos se decidieran a escribir para los jóvenes, por mucho que también haya encontrado con demasiada frecuencia prejuicios injustos contra los libros que van dirigidos a este público.

El chico de la flecha y El misterio del arca respetan los límites de la novela juvenil al tiempo que evitan los senderos trillados. No hay amores fáciles y previsibles, fuegos de artificio sin soporte. Sí que tienen contexto y poso. Y también un buen puñado de personajes bien diferenciados entre los que destacan, además del protagonista, su juicioso tío Julio, su hermana Junia y inseparable amigo y esclavo Aselo.

Sí, hay esclavos, libertos y una explicación de cómo los valores, también el valor de la vida, eran otros. También nos queda claro que nacer mujer te colocaba en una situación distinta y potencialmente muy vulnerable; que antes casarse era cosa de niños y no era posible perpetuar la infancia demasiado tiempo.

De hecho, así explicó la propia autora cómo abordar mostrar aquella realidad histórica a los jóvenes en el blog de novela histórica XX Siglos:

Roma, o la Hispania Romana, por mucho que sea nuestra tatarabuela en leyes, idioma e incluso organización territorial, está muy lejos de ser una sociedad como la nuestra: sin perder de vista mi compromiso con los valores transversales, debía destacar que era una época en la que no existía ni la democracia ni la igualdad, con una brutal estratificación social y escasa esperanza de vida. Dulcificar esa realidad me parecía una traición a mis lectores. Pero quedarme únicamente en eso sería faltar a la coherencia: un niño de doce años en Emérita Augusta veía mucho de una realidad desagradable, pero no todo.

Por último, en esa ciudad, durante el reinado de Vespasiano, sobraban ocasiones dramáticas: peleas de gladiadores, rebeliones de esclavos, guerras, levantamiento de tribus. Codicia, corrupción, oportunidades para enriquecerse, y para perderlo todo. Matrimonios concertados, amor, muerte, violencia, todo eso se podía palpar a diario.

No obstante, os confieso que probablemente lo que yo más valore de estos libros sea el sentido común que desprende el tío; la figura paterna e imperfecta de la que aprender, sin moralinas, la importancia de pensar, de ser flexible, de saber que la vida nos lleva por caminos insospechados, de que el miedo no es de temer y que a los amigos hay que elegirlos bien, igual que a la familia siempre que sea posible.

Una pequeña muestra:

– “Si” es una de las palabras más perniciosas de nuestra lengua. En la vida no hay tiempo para los “si”. Hay que pensarlos antes, no después. La vida se improvisa, pero es posible realizar pequeños ensayos antes, ¿me explico? Solo los estupidos van a ciegas, y se lanzan sin pensar contra los obstáculos. Pero son casi tan estupidos los que piensan y planean, y nunca se deciden a nada. Lo que hemos vivido ya es pasado. Nos hará más fuertes y más sabios. Si nos hemos equivocado… en fin, aún tenemos una oportunidad de remediarlo. Pero no podemos desandar lo andado. Por eso es tan importante tomar buenas decisiones, hijo, y estar preparado para asumir sus consecuencias. Si he logrado enseñarte eso, creo que ya he cumplido con mi función como tutor.

Y me vais a permitir que concluya esta recomendación, que no reseña, sin entrar en grandes detalles sobre la historia. Prefiero permitir que el devenir de Marco os sorprenda. 

Yo estoy deseando seguir sus próximos pasos.

Disney, McDonalds, Starbucks… dejarán de usar pajitas de plástico. ¿Por qué no hacemos lo mismo las familias?

(GTRES)

El plástico es muy útil, de tantas maneras diferentes que no tiene sentido ponerse a enumerarlas. No hay que demonizarlo porque es muy necesario en nuestro día a día. Pero sus ventajas se nos han ido de las manos y nos hemos pasado de frenada, elaborando todo tipo de archiperres innecesarios, de usar y tirar y, ya de paso, contaminar.

El problema con los plásticos desechables es tal, que cada vez copa más las portadas de los medios de comunicación de diferentes maneras, incluidas las crecientes legislaciones para limitar su uso.

Hoy os quiero hablar de un plástico muy concreto, uno vinculado en gran medida a la infancia, aunque también se usen con poca medida en la edad adulta: las pajitas.

No hace mucho que Disney anunció su intención de erradicarlas de todos sus parques, poco después de que Starbucks dijera que dejaría de emplearlas en 2020 y de que McDonald’s sustituyera las pajitas de plástico por otras de papel en Reino Unido e Irlanda, algo que irá extendiendo por otros países.

¿Por qué no sumarnos las familias a esas iniciativas privadas?

Creo firmemente en la responsabilidad de los padres por educar en la conservación del medio ambiente a nuestros hijos. No es algo que debamos obviar, aunque para ello nosotros seamos los primeros que debamos dejar de autoengañarnos y dar ejemplo: llevando a cabo un consumo r3soknsbale, reciclando, reutilizando, no contaminando, respetando el entorno en nuestras excursiones familiares

Y explicando de paso a nuestros niños los motivos por los que es importante hacer todo eso, adaptado a su nivel, pero de forma constante para que vaya calando la idea en ellos de que este planeta es nuestro hogar y que todos tenemos la obligación de respetarlo y contribuir a su conservación.

Os propongo, como un pequeño pasito, como un ejemplo de todo lo que podemos llegar a hacer, el dejar de emplear pajitas de plástico y contar a nuestros niños la razón por la que ya no las cogemos en los restaurantes de comida rápida ni las compramos para tenerlas en casa.

Podemos vivir sin ellas y apenas tienen vida útil antes de convertirse en residuos. Ni siquiera son tan divertidas.

Con pequeños pasos se completan maratones. Y se despiertan conciencias.

(GTRES)