‘El misterio del arca’ de Espido Freire, para que nuestros niños disfruten descubriendo su pasado romano

No hay demasiada novela histórica al alcance de nuestros niños. Me resulta llamativo porque es uno de los géneros que más nos gusta en casa y uno de los que más éxito tiene entre los adultos, pero parece que a los chicos preferimos mostrarles historias en las que abunden la fantasía, el romance, el drama cotidiano o un cóctel de todo aquello (nada en contra de todo ello, que conste).

Preferimos nosotros, los adultos, porque el pasado es idóneo para crear aventuras y personajes que les resulten inolvidables; que estoy convencida de que disfrutarían mucho, más allá del concepto de aprendizaje del pasado, que nunca sobra.

No sé si siempre ha sido así, si la historia ha estado poco representada en los libros infantiles y juveniles, pero me da la impresión de que es algo que se nota aún más en los últimos años. Desde luego, mirando los títulos para nuestros jóvenes que más venden o que más galardones obtienen, no se ve apenas nada histórico.

Recuerdo algunas colecciones en mi infancia que sí recogían aventuras ambientadas con cierto rigor en épocas pasadas. En casa tengo varios volúmenes, aptos a partir de unos nueve o diez años, de Bruño y de Alfaguara. De ellas guardó con especial cariño en mi memoria dos libros ubicados en la antigua Roma: Aura Gris, de Pilar Molina, y Un caballo contra Roma, de Josep Vallverdú.

He revisitado ambas hace poco y la segunda ha conservado el vigor francamente mejor que la primera. Hay libros (y series, juegos, lugares y películas) que está bien dejar en la infancia.

De ambos me acordé mucho cuando leí hace un par de años El chico de la flecha (2016, Anaya) de Espido Freire, y de nuevo este verano al sumergirme en El misterio del arca (2018), la continuación de las aventuras del joven Marco, un ciudadano romano de la Emérita Augusta del siglo I d.c. que, por distintos motivos, tendrá que viajar primero al sur de Hispania y luego a levante.

Son maravillosos exponentes de lo que me gustaría encontrar con más frecuencia en los catálogos de las editoriales que tienen a nuestros niños y adolescentes en mente. Se trata de lecturas amenas, recomendadas a partir de doce años (aunque los lectores de unos diez más voraces pueden adentrarse perfectamente en ellas), que resultan agradables también para los adultos. Amenas, ágiles, y  además, están espléndidamente escritas.

Demasiadas veces encuentro escritores que confunden adaptar su escritura a los niños con dejarla desprovista de cualquier encanto. No es este el caso. Ojalá más autores capaces y reconocidos se decidieran a escribir para los jóvenes, por mucho que también haya encontrado con demasiada frecuencia prejuicios injustos contra los libros que van dirigidos a este público.

El chico de la flecha y El misterio del arca respetan los límites de la novela juvenil al tiempo que evitan los senderos trillados. No hay amores fáciles y previsibles, fuegos de artificio sin soporte. Sí que tienen contexto y poso. Y también un buen puñado de personajes bien diferenciados entre los que destacan, además del protagonista, su juicioso tío Julio, su hermana Junia y inseparable amigo y esclavo Aselo.

Sí, hay esclavos, libertos y una explicación de cómo los valores, también el valor de la vida, eran otros. También nos queda claro que nacer mujer te colocaba en una situación distinta y potencialmente muy vulnerable; que antes casarse era cosa de niños y no era posible perpetuar la infancia demasiado tiempo.

De hecho, así explicó la propia autora cómo abordar mostrar aquella realidad histórica a los jóvenes en el blog de novela histórica XX Siglos:

Roma, o la Hispania Romana, por mucho que sea nuestra tatarabuela en leyes, idioma e incluso organización territorial, está muy lejos de ser una sociedad como la nuestra: sin perder de vista mi compromiso con los valores transversales, debía destacar que era una época en la que no existía ni la democracia ni la igualdad, con una brutal estratificación social y escasa esperanza de vida. Dulcificar esa realidad me parecía una traición a mis lectores. Pero quedarme únicamente en eso sería faltar a la coherencia: un niño de doce años en Emérita Augusta veía mucho de una realidad desagradable, pero no todo.

Por último, en esa ciudad, durante el reinado de Vespasiano, sobraban ocasiones dramáticas: peleas de gladiadores, rebeliones de esclavos, guerras, levantamiento de tribus. Codicia, corrupción, oportunidades para enriquecerse, y para perderlo todo. Matrimonios concertados, amor, muerte, violencia, todo eso se podía palpar a diario.

No obstante, os confieso que probablemente lo que yo más valore de estos libros sea el sentido común que desprende el tío; la figura paterna e imperfecta de la que aprender, sin moralinas, la importancia de pensar, de ser flexible, de saber que la vida nos lleva por caminos insospechados, de que el miedo no es de temer y que a los amigos hay que elegirlos bien, igual que a la familia siempre que sea posible.

Una pequeña muestra:

– “Si” es una de las palabras más perniciosas de nuestra lengua. En la vida no hay tiempo para los “si”. Hay que pensarlos antes, no después. La vida se improvisa, pero es posible realizar pequeños ensayos antes, ¿me explico? Solo los estupidos van a ciegas, y se lanzan sin pensar contra los obstáculos. Pero son casi tan estupidos los que piensan y planean, y nunca se deciden a nada. Lo que hemos vivido ya es pasado. Nos hará más fuertes y más sabios. Si nos hemos equivocado… en fin, aún tenemos una oportunidad de remediarlo. Pero no podemos desandar lo andado. Por eso es tan importante tomar buenas decisiones, hijo, y estar preparado para asumir sus consecuencias. Si he logrado enseñarte eso, creo que ya he cumplido con mi función como tutor.

Y me vais a permitir que concluya esta recomendación, que no reseña, sin entrar en grandes detalles sobre la historia. Prefiero permitir que el devenir de Marco os sorprenda. 

Yo estoy deseando seguir sus próximos pasos.

1 comentario

  1. Dice ser LaCestitadelBebe

    Buenas,

    una estupenda y divertida forma de aprender!

    Besos!

    Anabel

    13 agosto 2018 | 08:15

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