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Matrix acústico: una habitación donde el sonido nunca vuelve

Mar Gulis (CSIC)

Quizá recordéis la mítica escena de Matrix (1999) en la que Morfeo (Laurence Fishburne) y Neo (Keanu Reeves) aparecen en una habitación en blanco, que resulta ser un programa en el que pueden simular la realidad. “¿Esto no es real?”, pregunta Neo tocando un sillón. “¿Qué es real? ¿Cómo defines real?… Si hablas de lo que puedes sentir, de lo que puedes oler, probar y ver… lo real son impulsos eléctricos que tu cerebro interpreta”, le contesta el Guía al Elegido. Bien, en esta ocasión vamos a hablar de lo que puedes oír y de una habitación como la de Matrix, pero ubicada en el Instituto de Tecnologías Físicas y de la Información Leonardo Torres Quevedo (ITEFI) del CSIC, en Madrid.

Al cruzar la puerta, una tiene la impresión de entrar en un espacio muy peculiar. La sensación acústica es “la de estar colgado de un globo a 1.000 metros de altura”, explica el físico del CSIC del Grupo de Acústica Ambiental Francisco Simón. Y es así, todo sonido emitido en esta habitación nunca vuelve, queda absorbido por unas paredes, suelo y techo de grandes cuñas de lana de vidrio.

Cámara anecoica del Instituto Leonardo Torres Quevedo / CSIC Divulga.

Esta cámara anecoica (sin eco ni reverberación) de 220 metros cúbicos sirve para crear campos acústicos virtuales que, como en la habitación de Matrix, simulen una realidad sonora. Esto es muy útil para el diseño de salas de música, dado que pueden reproducir cómo sonaría un violín, por ejemplo, en un espacio antes de construir el recinto, para simuladores de juego, que intentan que te des la vuelta con el sonido de un libro que se cae detrás de ti, para el cine… Los primeros en usar este tipo de tecnología fueron los militares con simuladores de vuelo y la industria del automóvil, que tiene muy en cuenta cuál es el sonido que quiere que emitan sus vehículos.

Cuando se construyeron estas cámaras, en los ’70, esta instalación era absolutamente pionera. Ahora empresas como Google, Microsoft o Telefónica tienen sus cámaras anecoicas. En ellas, las compañías prueban las características acústicas de sus dispositivos, como la potencia o cantidad del sonido que emite cualquiera de sus aparatos, y la directividad, es decir, en qué dirección lo hacen.

Y aquí, ¿podríamos escuchar el silencio total? “Tendríamos que congelarnos del todo para hacerlo”, bromea Simón. “Aquí está nuestro cuerpo, escuchamos el aire salir y entrar de los pulmones, nuestras tripas; si nos calláramos, escucharíamos nuestro corazón”, concreta.

Cámara reverberante del Instituto Leonardo Torres Quevedo / CSIC Divulga.

Cerca de esta cámara encontramos su opuesta: la habitación reverberante, un espacio en el que se busca que el sonido se expanda por todo el espacio y reverbere en todas direcciones. Para ello, hay colgados unos grandes paneles de metacrilato que producen el máximo número posible de reflexiones del sonido. Este espacio de 210 metros cúbicos se usa para sumergir en él materiales de construcción y caracterizarlos. Así, cuando un sonido llega a un material para edificación podemos ver si “rebota”, entra dentro y se disipa o lo traspasa y llega al otro lado. Por eso, aquí se realizan mediciones de absorción acústica de materiales y objetos de mobiliario.

En esta sala, solo escuchamos reverberación, no eco. La diferencia entre el eco y la reverberación es cuestión solo de tiempo: si el sonido tarda en volver menos de 50 milisegundos, lo percibimos como un sonido continuado, si tarda más, escuchamos dos sonidos; se produce el eco.

De hecho, ya en los años 60 y 70 se realizaron en este centro muchos estudios sobre aislamiento en la edificación: aislamiento al ruido aéreo de puertas, ventanas, barreras acústicas, suelos, techo, etc. No se trata de una cuestión baladí: una diferencia de 3 decibelios supone el doble de energía en el sonido que estábamos escuchando.

Por cierto, este mismo mes de octubre se cumplen diez años de la publicación de las condiciones acústicas exigidas en el Código Técnico de Edificación con las que se endurecieron las prestaciones acústicas que deben satisfacer los edificios, ofreciendo a constructores, administración y usuarios herramientas para que las viviendas que se construyen hoy día planteen menos problemas a sus habitantes y proporcionen un nivel de confort adecuado.

 

¿A qué volumen puedes escuchar música sin dañar tu oído?

Por Mar Gulis (CSIC)

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Más de 43 millones de jóvenes de entre 12 y 35 años padece alguna discapacidad auditiva / Flickr

Conciertos de rock, grandes eventos deportivos, noches discotequeras, viajes en metro amenizados con el móvil o el MP3… En estas y otras muchas situaciones sometemos al oído a un volumen de ruido considerable. A veces, un molesto zumbido posterior es la evidencia de que hemos saturado este preciado sentido. ¿Cómo saber cuáles son los límites aconsejables?

“Nuestro oído no está diseñado para recibir 100 decibelios (dB) dentro del tímpano”. Así de tajante es Isabel Varela-Nieto, experta en audición del Instituto de Investigaciones Biomédicas ‘Alberto Sols’ (CSIC-UAM). Sin embargo, el volumen de los dispositivos de audio personales, como los auriculares, puede oscilar entre los 75 y 136 dB a su capacidad máxima.

Más ejemplos: en discotecas y bares, los niveles medios de ruido rondan o incluso superan los 100 dB. Algo parecido sucede en las instalaciones deportivas, donde la horquilla fluctúa entre los 80 y los 116 dB.

Según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), si una persona permanece expuesta más de 15 minutos a estos niveles de ruido, sus oídos empiezan a sufrir. Otro dato: los expertos consideran que 85 dB durante un máximo de 8 horas es el límite de exposición sin riesgos que el ser humano puede asumir. Obviamente, a medida que la intensidad del sonido aumenta, el tiempo considerado como seguro disminuye.

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El tráfico en las ciudades a menudo genera un ruido que supera los decibelios aconsejables para la salud / Wikipedia

Varela explica que ya existen predicciones sobre cómo el ruido excesivo “adelantará la edad de aparición de la presbiacusia”, la pérdida de la audición asociada al envejecimiento. En la actualidad entre un 40-50% de la población mayor de 65 años se ve afectada por esta patología, pero la investigadora sostiene que la edad irá disminuyendo. “Dentro de poco hablaremos de los 40 o 50 años; esa intensidad de volumen causa daños en un órgano que está diseñado no para oír sonidos tan altos y tan cerca, sino para todo lo contrario: oír sonidos más bajos, que están lejos y que conviene identificar por si constituyen una amenaza o no”, argumenta. Precisamente la OMS ha alertado de que ya hay más de 43 millones de jóvenes de entre 12 y 35 años con discapacidades auditivas. Algunos especialistas incluso han acuñado la expresión ‘sordera del mp3’.

Además de la pérdida de calidad de vida que implica, estamos hablando de una patología que es irreversible. A diferencia de las aves y los reptiles, los mamíferos carecen de capacidad de regeneración: “Una vez que las células sensoriales ciliadas del oído, y las neuronas que las conectan al cerebro, se pierden, no pueden ser reemplazadas”, afirma Varela-Nieto en su libro La sordera (CSIC-Catarata). Así que no se trata de dejar de usar el MP3, pero sí de usarlo mejor: no superar los 60 o 70 dB -equivalentes al ruido que produce un aspirador- ni permanecer más de una hora seguida escuchando música puede ser un buen punto de partida.