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La fotografía de paisajes sólo es posible en los anuncios de champú, dice Cristina de Middel

Cristina De Middel, ANTIPODES, MAPA 17, 2016 © Cristina De Middel

Cristina de Middel, ANTIPODES, MAPA 17, 2016 © Cristina De Middel

La fotógrafa Cristina de Middel (Alicante, 1975) se ha convertido, por uno de esos portentos que son posibles gracias a lo estrafalario del mundo que habitamos y padecemos, en una de las artistas españolas más reclamadas, premiadas, becadas y felicitadas.

Ejerció una década como fotoperiodista en diarios de provincias y de fotovoluntaria para organizaciones humanitarias. Además de desconsolarse y sudar por cada céntimo, se sentía quemada. En 2011 abordó la locura del arte con un proyecto que suena a chanza —Los Afronautas, una falsa fotonarración muy bien trabada (yo también caí, lo confieso) del intento de Zambia por entrar en la carrera espacial en los años sesenta—.

Ahora la exfotógrafa es una estrella.

Bastó que el maestro Martin Parr —un cronista de lo banal y el mal gusto, quizá el peor de los fotógrafos de Magnum y, tal vez como consecuencia, dueño de gran influencia en el mundo 2.0— recomendase un librito autoeditado por la española con la serie para que las alarmas saltasen y De Middel fuese considerada hype, moderna, imprescindible, multiplataforma

La feria de fotografia PHotoEspaña programa este año una antología de la alicantina, Muchísimo, que se presenta con el mismo empaque que si se tratase de una creadora veterana y consolidada. La descripción de la muestra, que se celebra del 2 de junio al 31 de julio en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, huele a premio a toda una carrera:

Cristina de Middel (Alicante, 1975) es una de las artistas más relevantes de la fotografía española contemporánea. En 2012 publicó su libro ‘Afronautas’, una reacción a las limitaciones del lenguaje documental a la hora de describir y explicar el mundo. La relación entre la fotografía, la realidad y la verdad, junto con el papel que los medios de comunicación juegan en ella, se situó en la proa de sus inquietudes artísticas.

En esta exposición, la artista tiene como objetivo compartir sin filtros lo que estos años han dado de sí con respecto a la producción y repetición de copias fotográficas de exposición que difícilmente encajan con las bases del mercado y el coleccionismo. Las imágenes de la serie ‘Muchismo’ son todas las copias de su inventario con todas las variaciones y adaptaciones que responden a ferias, planos de sala y comisariados. Con esas imágenes contó sus historias, y ahora, como si fueran palabras en una frase, juega con ellas y las redescubre.

¡Guau!

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Malick Sibidé, el fotógrafo que recordaba el nombre de todos sus retratados

Malick Sibidé - Nuit de Noël (Happy-Club) 1963. Photograph: Franko Khoury/National Museum of African Art

Malick Sibidé – Nuit de Noël (Happy-Club) 1963. Photograph: Franko Khoury/National Museum of African Art

Frente a una cualquiera de las miles de fotos que hizo Malick Sibidé, el retratista de Malí que acaba de morir, a los 80 años por complicaciones derivadas de una diabetes, sientes que toda la armazón discursiva que con demasiada frecuencia complica la vida a los artistas es una pantomima. Las imágenes de Sibidé —para quien la fotografía era sinónimo de «juventud y alegría»— contienen todo aquello que falta y sobra en las obras de sus colegas occidentales.

En una reseña que publiqué en 20 minutos en 2012 para hablar de una exposición que confrontaba las miradas de los retratistas occidentales con la de los africanos, escribí, bajo un titular ideológicoComparan la teatralidad de los retratos fotográficos occidentales con la sencillez de los africanos algunas frases que serían acaso pertinentes en un del gran maestro maliense:

Warhol, Sherman y Mapplethorpe, grandes estrellas y figuras veneradas, trabajaron el retrato teniendo presente —en ocasiones, demasiado presente— el papel de los conceptos de identidad, sexualidad, travestismo o feminidad. Practicaron la fotografía como mascarada, manipulación y escenario de prueba de simulación de identidades y roles, convencidos de que el retrato debía mostrar de manera inequívoca una postura ideológica frente a los demás.

Al contrario, (Seydou) Keïta, Sidibé y (Samuel) Fosso hicieron de los retratos de estudio un género grácil y de enorme elegancia. En la obra de los tres hay, desde luego, una posición ideológica —como en toda fotografía—, la alegría y esperanza que despertaron en África los procesos de descolonización e independencia, pero no mediatizan el mensaje con actitudes estéticas artificiosas poque prefieren hacer uso de una mirada limpia. Es reveladora la comparación entre los autorretratos de travestismo Mapplethorpe, sobrecargados y vanidosos, con los de Fosso, naturales y mucho más potentes ante los ojos del espectador.

Un proverbio del hoy atosigado país atravesado por el Níger, río que domina al desierto en su camino hacia el océano, dice lo mismo con más humor y llaneza: «La vida es un baile que danzamos una sola vez». Un segundo, que puede considerarse complementario, añade: «Cuando los mosquitos trabajan, muerden y cantan».

El paso por el mundo del gran Sibidé fue fiel a ambas disposiciones: nunca quiso mostrar el llanto, ni siquiera cuando la vida mordía demasiado fuerte, como en los últimos tiempos, cuando el fanatismo integrista musulman ataca buena parte de la superficie de Malí.

«No nací para mostrar miserias. Nací para retratar la alegría», afirmaba Sidibé sin pretender dictar normas.

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Daisuke Yokota, retratista con eco y ruido, mejor fotógrafo joven de 2016

From the series Taratine, Untitled, 2015 © Daisuke Yokota courtesy GP Gallery

From the series Taratine, Untitled, 2015 © Daisuke Yokota, courtesy GP Gallery

Daisuke Yokota nació en 1983 en la prefectura japonesa de Saitama, al norte de Tokio. Hace medio siglo era una zona agrícola y de pastoreo. Ahora, vista desde el cielo, la región da miedo: parece el dibujo trazado por un diablo al que le hayan entregado como armas de martirio un tiralíneas y un compás.

Yokota es una criatura de esa mareante grafología. Cuando hace fotos —y lo hace con tanta maestría que acaban de darle el premio Paul Huf de 2016, uno de los más renombrados para menores de 35 años— opta por el desequilibrio, la reverberación y el eco. Podríamos decir que hace fotos con las mismas habilidades que un electricista: pela un cable, conecta otro, prepara el conductor y los diodos, tiene en cuenta el factor de cresta, el valor eficaz, destroza todo valor, provoca un cortocircuito, vuelve a empezar…

Cada foto de Yokota es el resultado de cientos de fotos, un zumbido multifásico.

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Cuando Scorsese interpretó a Van Gogh para Kurosawa

En Crows (Cuervos), uno de los ocho episodios de Dreams, la película póstuma de Akira Kurosawa (1910-1998), Vincent Van Gogh intenta captar la esencia del paisaje nada llamativo de un campo de cereal recién segado en la casi ardiente campiña estival francesa.

Un estudiante japonés que admira al pintor y que ha llegado al pasado gracias al poder de los sueños, recibe unos cuantos consejos del artista sobre la ferocidad conveniente para cualquier pintor para ver la realidad e interiorizarla.

  • Los paisajes que parecen un cuadro no llegan a cuadros.
  • Si miras con cuidado, toda naturaleza tiene su belleza. Cuando aparece esa belleza natural me pierdo en ella.
  • Luego, como en un sueño, el paisaje se pinta a sí mismo para mí.
  • Consumo este paisaje, lo devoro completamente.
  • Trabajo, me esclavizo, me conduzco como si fuera una locomotora.

La última imagen que vemos es la del cuadro que en holandés se titula Korenvelden onder dreigende luchten met kraaien, Maizales bajo un amenazador cielo con cuervos. Según casi todas las biografías del pintor fue la última obra que pintó antes de morir.

En el corto de Kurosawa, Van Gogh se aleja del espectador y se pierde tras una elevación del terreno, por un camino que no parece tener destino específico. En ese momento el óleo es invadido por una bandada de cuervos. De acuerdo con los historiadores especialmente estructuralistas, las aves son símbolos de la muerte cercana y la resurrección posible.

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Iggy Pop se desnuda (otra vez)

Iggy Pop posa desnudo - Foto: Elena Olivo: Brooklyn Museum

Iggy Pop posa desnudo – Foto: Elena Olivo: Brooklyn Museum

Es el paradigma de la reiteración: Iggy Pop está desnudo. Otra vez. Ya vale.

El veterano cantante, que en abril cumple 69 años —juro que la cifra es correcta y no rebuscada en favor de la sexualización del texto—, acaba de enseñarlo todo a un grupo de alumnos de arte. No hay novedad: lleva sin camisa desde los ventipocos y al exhibicionismo añade la versión integral, sin pantalones ni ropa interior, con harta frecuencia.

Posando con languidez frente a 21 alumnos del Museo de Brooklyn, Iggy es el de siempre: despatarrado y crudo. Tuvo su gracia, pero empieza a sonar a el-abuelo-ha-vuelto-a-hacerlo.

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El matrimonio de chino y japonesa con un solo idioma común, las fotos

 

 RongRong & inri / In the Great Wall.China.2000.No.3 © RongRong & inri

RongRong & inri / In the Great Wall.China.2000.No.3 © RongRong & inri

RongRong nació en Zhangzhou, en la poblada provincia china de Fujian, en 1968. Cinco años más tarde, en la prefectura japonesa de Kanagawa nació inri —la minúscula inicial es decisión suya—. Se conocieron en el año 2000. Ninguno hablaba el idioma del otro ni tenían una tercera lengua para comunicarse.

Esa es la mentira que ellos mismos ponen en solfa: se entendieron desde el primer momento gracias al habla común de la fotografía.

RongRong & inri, las dos personas de países enfrentados por una ofuscación histórica cimentada en las siempre falsas premisas de la identidad nacional, son ahora una sola. Cuando se acostaron desnudos en la Gran Muralla china no dijeron una sola palabra. Entendían el silencio.

La pareja de fotógrafos acaba de ser galardonada con el gran premio especial de 2016 de la World Photography Organisation (WPO). Si se tienen en cuenta la identidad y los logros de los premiados anteriores —una patrulla de héroes del humanismo Eve Arnold, William Klein, Marc Riboud, William Eggleston, Mary Ellen Mark, Elliott Erwitt, Bruce Davidson, Phil Stern…—, no es desproporcionado intuir que RongRong & inri están en compañía de ángeles.

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Cuatro fotos de Lewis Hine con retratos superpuestos de muchos niños-obreros

Lewis Hine - Foto: dominio público

Lewis Hine, niños obreros, 1908-1911 – Foto: dominio público

«Quiero mostrar lo que debe ser corregido, corregir lo incorrecto. Quiero mostrar lo que debe ser visto«. Lewis Hine (1874-1940) rechazaba la cámara de fotos como artilugio para alcanzar lo celestial, la obra de dios en la Tierra. Prefería retratar el infierno.

Primer fotógrafo social por convencimiento y terquedad, optó por desdeñar la teoría que había aprendido estudiando Sociología en tres universidades pagadas de su bolsillo —era huérfano y debió trabajar desde crío— y dedicarse a hacer fotos sobre la parte de atrás de la sociedad de los EE UU en los albores del siglo XX, cuando las cuentas de resultados de la revolución industrial alcanzaban cúspides millonarias gracias al trabajo infantil.

En la obra aún palpitante de Hine hay niños mendigos, inmigrantes tratados como objetos por las autoridades, personas buscando comida en los cubos de basura, talleres ilegales donde se empleaba mano de obra infantil, obreros construyendo en condiciones heroicas los rascacielos que simbolizaban el progreso…

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Un gato (¡al fin!) que hizo algo decente por el arte fotográfico

Buzzer - Foto: Arnold Genthe. Dominio público

Buzzer – Foto: Arnold Genthe. Dominio público

Arnold Genthe (1869-1942) tiene asegurada una entrada en la historia de la fotografía por las desoladoras imágenes documentales con las que mostró al mundo el terremoto y posterior incendio que destruyó San Francisco en 1906. Había llegado a la ciudad en 1895 desde la natal Berlín para trabajar como profesor de fotografía y cinco años después había añadido al oficio el de retratista de estudio.

El seísmo destruyó el local, pero Genthe adquirió fama con la desgracia. Suya es la foto que quizá condense con mayor énfasis la tragedia, la titulada Looking Down Sacramento Street, San Francisco, April 18, 1906, donde la aberración no viene dada por los efectos drásticos de los entre 7,9 y 8,6 grados de magnitud del gran temblor, sino por las personas que ven las llamas y los cascotes como un espectáculo de fondo, mientras permanecen sentadas en sillas de tijera en una de las altas colinas de la ciudad de la bahía.

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Salvar tres ‘jormigonacos’ españoles, entre los objetivos de #SOSBRUTALISMO

Espai Verd - Valencia (Foto: Wikipedia)

Espai Verd – Valencia (Foto: Wikipedia)

La iniciativa #SOSBRUTALISMO quiere preservar al poligonerismo y reivindicar a su profeta en la tierra, el hormigón visto, en francés betón brut, de ahí el nombre del estilo, el material igualitario defendido por Le Corbusier.

El estilo, que todavía colea por una especie de milagro o brote colectivo de locura, está basado en una cadena de insensateces: aristas afiladas, planos inclinados, acabado rugoso y casi un sólo elemento constructivo: el durísimo —para la vista y las caídas— hormigón de las narices (rotas).

Los promotores del asunto han elaborado un fichero online de 700 horrendos edificios brutalistas. La web, entiendo que para compensar, es moderna, dinámica y placentera de ver.

No consta que en #SOSBRUTALISMO se hayan parado a pensar que algo esencialmente maligno debe residir en un estilo que gustaba al mismo tiempo a Franco, Honecker, Stroessner, Obiang y Nixon. No parece importar que todo dictador con suficiente sangre bajo las uñas como para merecer el título haya apostado por el brutalismo para alojar a los sometidos.

Están empeñados en salvar del deterioro a las construcciones de hormigón y organizar una «gran exposición brutalista» en 2017 en el museo de arquitectura DAM de Frankfurt, en Alemania, ese país donde el umbral de la buena educación es eructar en público.

Estiman que los edificios debe reunir tres características:

  1. Ser memorables como imagen.
  2. Tener una estructura clara.
  3. No haber sido restaurados con materiales distintos a los originales.

El de la foto que abre la entrada, esa construcción modular que quizá aún esté a la venta en Imaginarium como kit educativo para niños de 3 a 5 años, fue consumado en (¿debería usar la preposición contra?) Valencia  por Antonio Cortés Ferrando —que encima va de «arquitecto humanista, intelectual y espiritual»—.

Se llama Espai Verd. La traducción podría generar una metáfora biliar que no me atrevo a redactar para no parecer alemán. Es uno de los tres edificios señalados en España como objetivos a salvar por #SOSBRUTALISMO.
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Gresca inglesa por la subasta de los trapos de Margaret Thatcher

Foto: Christies/PA

Foto: Christies/PA

Además de declarar una guerra, reconvertir varios sectores industriales, defender la bondad del librecambismo y hacerse amiga, lo cual roza lo milagroso, del replicante Ronald Reagan, la política británica Margaret Thatcher pasará a la historia por ser la responsable de una innovación verbal.

Desde que la señora se metió en la cosa pública usó un muy expeditivo y práctico método para espantar a enemigos: atacarlos con el bolso. De ahí el gerundio verbal handbagging, del que nos dice el diccionario McMillan:

Golpear verbal y psicológicamente a oponentes o colegas. Usado a partir de Margaret Thatcher, que generalmente llevaba bolsos de cierto tamaño e intimidaba a los demás con ellos.

Como es sabido, el inglés no tiene parangón como idioma siempre naciente, adecuándose a los tiempos y los modos de la common people. Tampoco sorprende que la señora Thatcher haya perfeccionado el arte del ataque mediante el arma que tenía más a mano. Ella misma lo había advertido con el estilo de los camareros de pub, empleados que en el Reino Unido tienen categoría de maestros zen:

Por supuesto que soy obstinada en la defensa de las leyes ¡Para eso llevo un bolso!

La doctrina Thatcher no estaba sustentada tanto en el conservadurismo neoliberal como en la amenaza de que aquella señorona te zurrase con el accesorio en el que vaya a saber usted qué guardaba. Los golpeados fueron tantos que la BBC los entrevista de vez en cuando en plan asociación de afectados. «I was handbagged by Mrs Thatcher«A mí me bolseó la Señora Thatcher«) no es el título de un capítulo de Benny Hill. Es una crónica real de sucesos.

El bolso de la foto de arriba, un clásico Launer azul marino (royal navy, dicen en el Reino Unido, siempre tan orgullosos de su dominio ancestral sobre los siete mares), pertenecía al guardarropa-armería de la exprimera ministra.

¿Le apetecería comprobar la efectividad del dispositivo en el cuerpo a cuerpo? Vaya preparando al menos 4.000 euros.

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