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Un gato (¡al fin!) que hizo algo decente por el arte fotográfico

Buzzer - Foto: Arnold Genthe. Dominio público

Buzzer – Foto: Arnold Genthe. Dominio público

Arnold Genthe (1869-1942) tiene asegurada una entrada en la historia de la fotografía por las desoladoras imágenes documentales con las que mostró al mundo el terremoto y posterior incendio que destruyó San Francisco en 1906. Había llegado a la ciudad en 1895 desde la natal Berlín para trabajar como profesor de fotografía y cinco años después había añadido al oficio el de retratista de estudio.

El seísmo destruyó el local, pero Genthe adquirió fama con la desgracia. Suya es la foto que quizá condense con mayor énfasis la tragedia, la titulada Looking Down Sacramento Street, San Francisco, April 18, 1906, donde la aberración no viene dada por los efectos drásticos de los entre 7,9 y 8,6 grados de magnitud del gran temblor, sino por las personas que ven las llamas y los cascotes como un espectáculo de fondo, mientras permanecen sentadas en sillas de tijera en una de las altas colinas de la ciudad de la bahía.

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Muere Cornel Lucas, el fotógrafo inglés de las estrellas

Cornel Lucas con la Hasseblad en el regazo, 2005. Foto de Jill Kennington

Cornel Lucas con la Hasseblad en el regazo, 2005. Foto de Jill Kennington

En algún momento de los tiempos de escombros y barro posteriores a la II Guerra Mundial, un joven se acercó al divino Cecil Beaton —que había dejado su mansión georgiana para arrimar el hombro como reportero de propaganda antinazi— para preguntarle si era posible encontrar trabajo como «fotógrafo de estrellas de cine».

«Es mejor que lo olvides, resulta casi imposible, hay demasiada competencia», respondió con un deje de altivez el ya consagrado Beaton, ocultando quizá que él mismo deseaba monopolizar el negocio. En unos años, el sofisticado gentleman tendría ante su objetivo a Audrey Hepburn, Marilyn Monroe, Gary Cooper, Marlene Dietrich y otras luminarias. También se dedicó a retratar a Greta Garbo, con la que compartía cama en un sonado romance.

Tenemos la suerte de que el joven que había pedido consejo al falaz Beaton no se diera por vencido. Cornel Lucas, que había servido como técnico de laboratorio para la aviación británica, revelando, cuando tenía 15 años, las imágenes áreas de los objetivos futuros de los bombarderos aliados, no dejó que el fuego del sueño languideciese ni siquiera cuando, tras viajar a Hollywood, se encontró con un mercado laboral dominado por los sindicatos: o eras estadounidense y con carné o no trabajabas.

Lucas acaba de morir en la misma ciudad, Londres, en la que había nacido 92 años antes. Pese a la malévola predicción de Beaton, hizo fotos a David Niven, Stewart Granger, Joan Collins, Katharine Hepburn, Leslie Caron, Dirk Bogarde, Lauren Bacall, Raquel Welch, Claudia Cardinale, Brigitte Bardot

Todos salieron de las sesiones convencidos de que habían posado para un gran retratista y, sobre todo, el mejor de los iluminadores.

Marlene Dietrich, 1948. Foto: Cornel Lucas

Marlene Dietrich, 1948. Foto: Cornel Lucas

La única que se atrevió a discutirle algo fue la clienta que lo encumbró. En 1948, cuando ya llevaba unos años trabajando en los Estudios Denham del mítico Alexander Korda, al fotógrafo le encargaron hacer los retratos de promoción de Momentos de peligro. Con el actor principal, el dúctil y educado James Stewart, no hubo problema, pero la actriz protagonista era Marlene Dietrich, que nunca consintió una voz más alta que la suya.

Disconforme con la iluminación que había preparado fotógrafo, la diva dio instrucciones para que los focos remarcasen sus facciones angulosas (aunque en realidad eran bastante redondeadas). Cuando Lucas se atrevió a discutirle la decisión, la actriz dijo: «Señor, es usted un empleado a mi servicio. Las fotos son para mí mucho más importantes que las películas. La gente las pega en las paredes y no las olvida«.

De la sesión con Dietrich —de la que procede la foto de la femme fatale fumando, por supuesto con boquilla, mientras aguarda un porteador para las maletas o una víctima para sus garras— salieron algunas de las imágenes de la actriz que han adquirido condición icónica.

Para Lucas fue un éxito (le contrató de inmediato como fotógrafo exclusivo la poderosa productora Rank, la más importante del Reino Unido) y también una lección: «Marlene Dietrich me enseñó que los retratos de estrellas de cine no son retratos a una persona, sino a un ideal«.

Lauren Bacall, 1958. Foto: Cornel Lucas

Lauren Bacall, 1958. Foto: Cornel Lucas

Gracias a un delicado dominio del gran formato —alguna de las cámaras-mamut que utilizaba están expuestas en museos— y a su disposición a la empatía, Lucas siguió retratando durante más de cincuenta años a todas las grandes estrellas que viajaban al Reino Unido para trabajar en películas. En 1959 el fotógrafo abrió estudio propio en la calle Flood, en el barrio chic de Chelsea. No había sex symbol que pisase la ciudad sin pasar por las instalaciones y dejar que la magia circulase.

La obra del retratista muerto, el único fotógrafo que ha recibido el premio honorario de la BAFTA, la academia británica de cine, puede verse con cierta profundidad en la excelente colección online de la National Portrait Gallery. La contemplación es como viajar a un país imaginario de dioses en claroscuro.

Mi favorita es una foto que rompe la norma y desdice el consejo que Lucas recibió de Dietrich. El retrato de Laureen Bacall, a color y fuera del estudio, fue tomado en 1958, poco después de la muerte del marido de la actriz, Humprey Bogart, a los 57 años. Hay en la foto la certeza de que esa mujer ya no es de celuloide.

Ánxel Grove

Anouk Aimée, 1949. Foto: Cornel Lucas

Anouk Aimée, 1949. Foto: Cornel Lucas

Brigitte Bardot, 1955 (Foto: Cornel Lucas)

Brigitte Bardot, 1955 (Foto: Cornel Lucas)

Claudia Cardinale, 1958 (Foto: Cornel Lucas)

Claudia Cardinale, 1958 (Foto: Cornel Lucas)

Marlene Dietrich, 1948 (Foto: Cornel Lucas)

Marlene Dietrich, 1948 (Foto: Cornel Lucas)

Joan Collins, 1952 (Foto: Cornel Lucas)

Joan Collins, 1952 (Foto: Cornel Lucas)

Yvonne De Carlo, 1954 (Foto: Cornel Lucas)

Yvonne De Carlo, 1954 (Foto: Cornel Lucas)

Federico Fellini, 1958 (Foto: Cornel Lucas)

Federico Fellini, 1958 (Foto: Cornel Lucas)

Dirk Bogarde, 1952 (Foto: Cornel Lucas)

Dirk Bogarde, 1952 (Foto: Cornel Lucas)

Belinda Lee, 1956 (Foto: Cornel Lucas)

Belinda Lee, 1956 (Foto: Cornel Lucas)

Actrices que no necesitaban la ayuda de las palabras

"The Artist" (Michel Hazanavicius, 2011)

"The Artist" (Michel Hazanavicius, 2011)

En blanco y negro, franco-belga y sin diálogos. Al director de The Artist, Michael Hazanavizius, le tildaron de lunático cuando mendigaba financiación para la película. «¡Un film mudo! ¿A dónde vas con esa idea peregrina?», le contestaban los posibles inversores, pensando seguramente que el tipo estaba loco.

¿A quién se le ocurre en los tiempos del efectismo, la altísima resolución y la grandilocuencia tridimensional rodar al estilo de hace un siglo?, se preguntaban, acaso sin plantearse que en el 80 por ciento de las películas actuales las palabras son aire para rellenar de interjecciones el espacio entre un efecto especial y el siguiente.

Aquellos posibles inversores renegados deben estar ahora intentando hacer fortuna con el knitting. Las vitrinas de The Artist atesoran ya casi 40 premios, entre ellos los tres Globos de Oro de hace unos días, y la comedia muda (silent, dicen los ingleses con mayor precisión y poesía) se coloca entre las favoritas para los Oscar del 26 de febrero.

«Es más difícil escribir una película muda», ha declarado Hazanavizius. «No tienes el arma más poderosa que es la palabra, los actores no pueden explicar lo que piensan. Pero por otro lado es un ejercicio de libertad. Los espectadores tienen muy claro que han de desvincularse de lo real«.

Tiene toda la razón. Si de algún pecado es culpable la gente del cine -ese gremio con frecuencia tan sobrado como Loquillo y con la autocrítica más floja que Lucía Etxebarria- es el de la soberbia de creerse de vuelta. La humilde y emotiva película francesa es una lección de historia, una recomendación para que, al menos de vez en cuando, rebobinemos y volvamos a la pureza.

Nos resguardamos bajo la excusa de esta inesperada atención hacia el cine silente para recordar a unas cuantas estrellas que no necesitaban palabras para hacernos partícipes de emociones más grandes que la vida.

Clara Bow

Clara Bow

1. La Chica It. La escritora Dorothy Parker, narradora del lado oscuro de la vida urbana, lo resumió así: «Ello, ese extraño magnetismo que atrae a ambos sexos… Descaradamente, con autoconfianza, indiferente al efecto que produce. Ello, demonios. Ella lo tenía».

Clara Bow (1905-1965) fue la más escandalosa, la más sexual. El diario rosa Coast Reporter publicó en 1931 una historia seriada sobre sus aventuras de cama que se prolongó durante tres semanas: decían que era ninfómana, que a falta de hombres practicaba el sexo con mujeres y, a falta de ambos, con animales. Se añadía que había hecho el amor con todos los jugadores de un equipo de fútbol americano (los USC Trojans).

Ella nunca se querelló: disfrutaba con el escándalo y protagonizó muchos. Fue amante ocasional de Gary Cooper, John Gilbert, John Wayne y Béla Lugosi. Sus 161 centímetros eran dinamita y fue el primer símbolo sexual de Hollywood -recibía 45.000 cartas de fans cada mes e inspiró al dibujo animado Betty Boop-.

Clara Bow

Clara Bow

Cuando se estrenó It (Clarence G. Badger, 1927), la historia de una moderna y ardiente cenicienta, las taquillas reventaron y el arquetipo de la It Girl (la chica que tiene eso) se insertó en la cultura popular.

Su vida fuera de las pantallas fue tortuosa desde la cuna: nació y creció en una familia disfuncional y pobre de Nueva York (madre prostituta y padre alcohólico) en la que abundaban las psicosis y los abusos (la madre atacó a la hija con un cuchillo de cocina durante un ataque de locura).

Las niñas la rechazaban porque siempre iba sucia y buscó refugio entre niños pilluelos -uno de ellos, su mejor amigo, murió quemado en brazos de Clara tras un accidente cuando tenían 10 años-. A los 15 envió por su cuenta una foto a una revista y ganó un premio para aparecer en una película, pero eliminaron las escenas porque ella tenía «aspecto andrógino».

Clara Bow

Clara Bow

Hizo 46 películas mudas y 11 con sonido, pero los fantasmas emocionales pudieron con ella, se entregó a las drogas (morfina y cocaína), al alcohol y a seguir devorando hombres. Los estudios intentaron ponerle trabas, incluyendo en los contratos una cláusula de moralidad que le garantizaba un plus de 500.000 dólares si «se portaba como una dama en público y procuraba no salir en los tabloides». Nunca cobró el importe del plus.

Su último papel fue sonoro, en Hoop-La (Frank Lloyd, 1933) y la censuraron porque Clara era demasiado explícita.

A los 28 años se retiró, se casó con el cowboy-actor Rex Bell y tuvieron dos hijos. En 1944 intentó suicidarse y cinco años más tarde fue ingresada en una clínica psiquiátrica, donde le diagnosticaron esquizofrenia, recibió terapia electroconvulsiva y, según algunas fuentes, fue sometida a una lobotomía.

Murió de un ataque al corazón a los 60 años. Para la industria que ayudó a cimentar siguió siendo una chica difícil: en 1999, el American Film Institute la dejó fuera de la lista de las cien mejores estrellas de todos los tiempos. Justicia, cero.

Theda Bara

Theda Bara

2. La Vamp. Antes de ella el término no existía. Theda Bara (1885-1955) fue la primera depredadora sexual del cine, la mujer fatal que condenaba a los hombres a la perdición, la vampira.

Nació en Cincinnati-Ohio como Theodosia Burr Goodman, hija de un sastre de éxito (judio de origen polaco), fue a la universidad y se fogueó en muchas compañías de teatro antes de conseguir meterse en el cine, al que llegó muy tarde para el canon de la época, a los 30 años.

Fue la primera actriz prefabricada de la historia: la Fox le inventó un nombre, Theda Bara, haciendo notar que se trata del acrónimo de arab death (muerte árabe); un lugar de nacimiento tan éxotico como improbable (el desierto del Sahara); unos padres bohemios: un artista francés y su concubina, y, para añadir morbo, aseguraban que Theda tenía «poderes sobrenaturales» y que su apodo como maga era La Serpiente del Nilo.

Theda Bara ("The Soul of Buddha")

Theda Bara ("The Soul of Buddha")

Actuó en más de cuarenta películas entre 1914 y 1926, pero la mayoría se han perdido (como otros centenares de films mudos) y sólo quedan versiones completas de seis.

Sus grandes éxitos de taquilla fueron Cleopatra (J. Gordon Edwards, 1917) y The Soul of Budha (J. Gordon Edwards, 1918). De la primera sólo han sobrevivido unos segundos y de la otra no hay constancia de que exitan copias.

Cansada de que sólo le ofreciesen papeles de vamp, no prorrogó el contrato con la Fox, partipó en la comedia paródica The Unchastened Woman (James Young, 1925) y se retiró a los 41 años. Era una de las actrices más deseadas por el público y mejor pagadas (4.000 dólares por semana, sólo por debajo de Charlie Chaplin).

Murió de un cáncer de estómago a los 69 años sin haber participado jamás en una película con sonido.

Lillian Gish

Lillian Gish

3. La prodigio. Lillian Gish (1893-1993) debutó en el teatro a los seis años y no dejó de actuar durante los siguientes 75. Fue de las pocas que superó sin mácula la transición silente-sonoro.

Descendiente de una familia de los padres peregrinos de los EE UU y nacida en Springfield-Ohio, su padre era un alcohólico que desaparecía durante largas temporadas dejando a la familia sin sostén económico. La madre y las dos hermanas Gish empezaron a actuar en funciones locales para sacar algo de dinero.

En 1912, la amiga de la familia y también actriz Mary Pickford presentó a las Gish al director D. W. Griffith, el padre del cine moderno. Lillian se convirtió pronto en su actriz favorita y en la primera estrella en ser llamada Novia de América.

Lillian Gish

Lillian Gish

Los feroces mecanismos de producción de los estudios la quemaron. En 1912 hizo una docena de películas para Griffith y 25 más en los siguientes dos años. Participó en las dos primeras obras maestras del cine entendido como arte: El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916).

Aunque no se prodigó con la misma intensidad, algunos de sus interpretaciones sonoras son inolvidables, sobre todo el papel de la valiente Rachel Cooper en el thriller La noche del cazador (Charles Laughton, 1955).

Unos años antes había sido una de las líderes del moviento no intervencionista contrario a la intervención de los EE UU en la II Guerra Mundial y acusado de estar infiltrado por agentes nazis.

Nunca se casó ni tuvo hijos. Una posible relación con Griffith no llegó a ser probada ni admitida por ninguna de las dos partes.

Lillian Gish murió a los 99 años, mientras dormía. Era multimillonaria.

Gloria Swanson

Gloria Swanson

4. La diva. Si quieren ustedes saber de lo que eran capaces los grandes del cine mudo en términos de matices dramáticos y profundidad interpretativa, vean La Reina Kelly, la extraordinaria película que Erich Von   Stroheim dirigió en 1929 para la actriz Gloria Swanson (1899-1993). Ella, por cierto, ponía el dinero y, en un arrebato de mal genio, despidió al director alemán tras un tercio del rodaje.

Swanson fue la diosa del cine mudo, la gran diva, la actriz mejor dotada… También la mejor pagada durante los años veinte. Se calcula que durante la década loca ganó (y gastó) ocho millones de dólares.

Se casó siete veces, fue amante de Joseph P. Kennedy (fundador de la dinastía política y padre de JFK), paso a la historia (también) por ser la primera actriz tan brava como para montar una empresa independiente de producción de películas (Gloria Swason Productions, con Kennedy de socio), fue censurada, se arruinó varias veces, vivió de modo extravagante y a todo gas…

Gloria Swanson

Gloria Swanson

Dicen que la culpa de su transformación (era vendedora de un gran almacén y modosita) la tuvo el director Cecil B. DeMille, que la convirtió en una fiera escénica capaz de colmar cada plano de intensidad.

La revolución del cine sonoro la pilló con 30 años y nadie daba un duro por ella, pero se sobrepuso para hacer unas cuantas peliculillas y, en 1950, fue otra vez la gran diva al interpretar a Norman Desmond, en el fondo una proyección de ella misma, una actriz enloquecida por la egolatría y olvidada por el marasmo de palabras que llegaron con el sonido, en El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder), una de las mejores películas de todos los tiempos. La nominaron al Oscar a la mejor actriz. Era la tercera vez que optaba a la estatuilla que nunca ganó.

Gloria Swanson

Gloria Swanson

Lanzó una línea de cosméticos, tanteó con la escultura, predicó las bondades de la comida sana, escribió una autobiografía y siguió comportándose como la estrella única que siempre fue  («mi epitaficio debe decir: ‘ella pagó los recibos’, esa es la historia de mi vida», «todo lo que necesitan es poner mi nombre en una marquesina y contar el dinero», «querían que viviésemos como reyes y lo hacíamos, ¿por qué no?, ganábamos más dinero del que soñábamos que existía y no había razón alguna para pensar que fuera a acabarse»).

Murió a los 86 años. El obituario del New York Times fue certero: «Ha muerto la estrella más grande de todas».

Louise Brooks

Louise Brooks

5. La flapper. Mi favorita personal. La revolucionaria, respondona e indomable Louise Brooks (1906-1985) a la que parece estar retratando Scott Fitzgerald en cada uno de los Cuentos de la Era del Jazz.

Distinta es el adjetivo.

No hubo otra como ella: se enfrentó a los productores y nunca se dejó utilizar, se atrevió a interpretar papeles de abierta carga social y sexualidad directa, se marchó de los EE UU en pleno apogeo de su fama (era una invitada habitual a las fiestas del magnate William Randolph Hearst, el verdadero Ciudano Kane).

Brooks no soportaba la mojigatería social y la doble moral que ejercían los cineastas, licenciosos y desmedidos en lo privado y conservadores ante la opinión pública. En Europa, pensaba, encontraría otro talante. La industria del cine nunca le perdonó la fuga.

Louise Brooks

Louise Brooks

En Alemania rodó Pandora’s Box (Georg Wilhelm Pabst, 1929), la primera película de contenido lésbico y el drama social Tres páginas de un diario (Georg Wilhelm Pabst, 1929) y en Francia Prix de Beauté (Auguste Genina, 1930).

Las tres películas, todas excelentes, fueron tildadas de escandalosas y censuradas. No se exhibieron comercialmente en su momento y sólo fueron distribuidas veinte años después.

Cuando la actriz decidió regresar a Hollywood todas las puertas estaban cerradas y su nombre aparecía en todas las listas negras como una actriz a la que no se debía contratar.

No le importó demasiado el vacío. Sabía cómo sobreponerse (había sido violada a los 9 años y a los 14 bebía alcohol a diario)  y decidió, costase lo que costase, iniciar una nueva vida.

Louise Brooks

Louise Brooks

En 1938, después de 25 filmes, se retiró y vivió durante años en la pobreza anónima. Regresó a Wichita (Kansas), el pueblo en el que había crecido, y luego residió en Nueva York, donde trabajó como vendedora en una tienda y scort de tipos con dinero que querían exhibirse del brazo de una antigua luminaria. Bebía cada vez más.

En los años cincuenta fue reivindicada por la crítica francesa, sus películas fueron editadas nuevamente y su figura señalada como pionera.

Brooks se dedicó a la pintura (expuso con éxito) y escribió varios libros, entre ellos el excelente tomo autobiográfico Lulu in Hollywood.

Hasta el final de su vida siguió denunciando la indignidad de la industria hacia los actores y la «soledad» a la que eran condenados cuando dejaban de resultar productivos para las grandes empresas de producción.

Murió de un ataque al corazón a los 78 años.

Diosas sin palabras

Diosas sin palabras

6. Las diosas. A mediados de los años veinte unos cincuenta millones de estadounidenses -más de la mitad de la población del país- iban al cine al menos una vez por semana.

Veían películas mudas. En muchas de ellas actuaban las cinco actrices citadas en esta entrada o las siete de la foto: desde arriba a la izquierda y en el sentido de las agujas del reloj, Lili Damita, Janet Gaynor, Marion Davies, Alla Nazimova, Mary Pickford, Anita Page y Greta Garbo.

Ninguno de los 50 millones de espectadores necesitaba la voz de las actrices. En primer lugar porque, en una proyección epifánica, la sentían con certeza y latiendo al mismo ritmo que sus corazones.

Y, en segundo, porque, como explicó la flapper dulce y revoltosa Louise Brooks, «el gran arte del cine no consiste en el movimiento descriptivo de la cara y el cuerpo sino en los movimientos del pensamiento y el alma transmitidos en una especie de intenso aislamiento».

No es imprescindible la torpeza fónica en esta ceremonia.

Ánxel Grove

La tragedia de ser Isadora Duncan

Isadora Duncan fotografiada por Arnold Genthe

Isadora Duncan fotografiada por Arnold Genthe

«La vida la rompió, pero nunca la redujo», dice Fredrika Blair en el prefacio de su biografía sobre la bailarina y coreógrafa Isadora Duncan (San Francisco – EE UU, 1877 – Niza – Francia, 1927). «Sus nociones, metas y esfuerzos siempre mantuvieron un carácter heróico«.

En sus coreografías, con movimientos semejantes al vaivén de las olas del mar (su primera inspiración), imprimía el esfuerzo supremo sin que le importaran las consecuencias. Se mostraba ante los demás como el reflejo de lo que todos hemos sido antes de cortarnos las alas con el veneno de la razón.

Sólo se conservan unos segundos de película de cine en la que se puede ver a Duncan bailando, pero hay grabaciones de alumnas que recrean de manera fiel las coreografías.

Inventora del baile moderno, odiaba el ballet y consideraba anti-natura lo estricto de sus posturas y la deformación que las bailarinas se provocaban en los pies.

Esta semana la sección Cotilleando a… es para Isadora Duncan, revolucionaria de la expresión corporal, una mente libre en la sociedad victoriana.

1. Joseph Charles Duncan, banquero y empresario, una figura pública de San Francisco, abandonó a su mujer Dora -30 años más joven- y a sus cuatro hijos cuando Isadora (la menor) contaba con cinco meses. Fue acusado de fraude bancario y más  tarde encarcelado. La familia quedó en la ruina y Dora -amante de la música y la literatura- tuvo que ponerse a dar clases de piano, saliendo de casa al amanecer y volviendo tarde por la noche, para malvivir junto a sus niños. La madre de Isadora, de familia profundamente católica, se hizo un atea convencida.

Isadora con sus hijos Deirdre y Patrick en 1912, un año antes del accidente

Isadora con sus hijos Deirdre y Patrick en 1912, un año antes del accidente

2. La niña que imitaba a las olas del océano Pacífico también era una ávida lectora. Su madre leía para ella y sus hermanos obras de notables escritores y filósofos. Abandonó el colegio en la preadolescencia, convencida de que no servía de nada memorizar el contenido de las asignaturas y sintiéndose la más pobre de la clase. Para llevar dinero a casa, comenzó a dar clases de baile a niños del barrio junto a su hermana Elizabeth.

3. Comenzó a bailar en Chicago haciendo contactos, pero ganando poco dinero. «No puedo ver las calles de Chicago sin experimentar un sentimiento enfermizo de hambre», escribiría más tarde. Después le ofrecieron un pequeño papel en una pantomima de Nueva York: Mme. Pygmalion. Tuvo que pedir dinero para el billete de tren y durante más de un mes ensayó sin cobrar. En el descanso de mediodía Isadora no tenía dinero para comer y se escondía en las instalaciones para dormir y seguir ensayando después.

4. El éxito en el mundo del baile pasaba por plegarse a las exigencias del ballet, que Duncan rechazaba: «Lo considero falso y absurdo. Bajo los maillots bailan músculos deformes, bajo los músculos hay huesos deformes«. Sus intentos de triunfar ante el gran público terminaban en incomprensión por parte de los críticos, que consideraban un escándalo que bailara con vestidos vaporosos que dejaban los brazos y las piernas al descubierto con cada movimiento. Ante el rechazo, Duncan reunió dinero convenció a su familia para partir a Europa en 1899. En Londres y en París alcalzó la fama.

En 1896 como la primera hada de 'Sueño de una noche de verano' de Shakespeare, uno de sus primeros trabajos

En 1896 como la primera hada de 'Sueño de una noche de verano' de Shakespeare, uno de sus primeros trabajos

5. Siempre enseñó danza, pero nunca siguiendo el estandar académico. No creía en las posturas mecánicas lejanos, en su opinión, del sentimiento. «Recordad siempre empezar los movimientos desde dentro. El deseo de hacer el gesto es lo primero», decía a sus alumnos. Los pasos de Duncan eran sumamente sencillos, pero alcanzaban una tensión emocional que incluso hacía llorar a la audiencia. El escultor impresionista Auguste Rodin dijo de ella: «Su baile es simple y bello como la antigüedad».

6. Uno de los pilares de su manera de bailar fue el arte clásico griego: imitaba las posturas de las heroínas y diosas de los bajos relieves y las esculturas. Incluso hizo un viaje de peregrinación a Grecia en 1903. Creía en la moira, los hechos que escapan a nuestro control, el destino fatal que marca con sucesos terribles la vida de los protagonistas de las tragedias griegas. Duncan en sus memorias comparaba sus desgracias a las de la familia de los Atridas, los descendientes de Atreo (rey de Micenas), que según la mitología griega fueron castigados por los dioses y destinados de manera inevitable a cometer crímenes dentro de su familia.

7. Fundó varias escuelas de baile, pero la de Grünewald (Alemania) fue la más ambiciosa. Era para niños que provenían de familias con apuros económicos. Vivían en el centro y recibían clases de todas las asignaturas que pudiera ofrecer un colegio. Las clases de baile las impartía Elizabeth, la hermana de Isadora. De las seis chicas con más talento del centro salió un selecto grupo que actuó con la artista entre 1905 y 1909. Anna, Irma, Lisa, Theresa, Erica y Gretel  fueron bautizadas como las Isadorables por el poeta francés Fernand Divoire. En 1917 las seis chicas adoptaron el apellido Duncan.

Isadora con las seis 'Isadorables'

Isadora con las seis 'Isadorables'

8. Quiso ser madre soltera y tuvo dos hijos. Deirdre (1906) era hija del escenógrafo inglés Gordon Craig. Patrick (1910) era hijo de Paris Singer, hijo del magnate de las máquinas de coser Singer. Los dos murieron en un accidente de coche camino de Versalles junto con su niñera, cuando el vehículo se precipitó al Sena. El chofer se olvidó de poner el freno de mano cuando revisaba un problema mecánico en el motor.

9. Era bisexual. Se rumorea que tuvo un romance con la actriz Eleonora Duse, pero la poeta hispano-estadounidense Mercedes de Acosta, que también fue amante de Greta Garbo y Marlene Dietrich, fue uno de sus grandes amores.

10. Se casó a los 45 años, en 1922, con el poeta ruso Sergei Esenin, casi 20 años más joven que ella. El matrimonio duró más o menos un año: él no soportaba parecer «una posesión» de su mujer. Celoso de cualquier hombre que la mirara, protagonizó escenas violentas, cometió agresiones y destrozó habitaciones de hotel en un estado de ebriedad que comenzó a ser habitual. Esenin volvió a Moscú tras la separación y fue internado en un hospital psiquiátrico. Se suicidó en 1925, a los 30 años.

Un Amilcar como el que provocó la muerte de Duncan

Un Amilcar como el que provocó la muerte de Duncan

11. En los últimos años de su vida sufrió graves problemas económicos. Con el suicidio de Esenin (del que no se había divorciado) le llegó una herencia que, aunque necesitaba, rechazó: no quería su dinero. Se sentía sola y olvidada por su familia y cargaba con el sufrimiento que le provocaba la pérdida de sus hijos. Durante muchos años le era dificil ver niños, sobre todo si eran muy pequeños. Duncan comenzó a beber y las juergas y la vida privada empezaron a llamar más la atención que su creatividad.

12. La muerte de Isadora Duncan fue propia del último acto de una tragedia griega de Eurípides, con la excepción del elemento moderno del automóvil. Llevaba uno de los grandes chales de seda con los que envolvía su cuerpo y parte del cuello. El final del hermoso pañuelo ondeaba al viento en el Amilcar francés en el que viajaba junto al conductor por la costa de Niza. El chal se enredó en el eje de una de las ruedas traseras del coche aplastando la laringe y rompiendo el cuello de la bailarina.

Helena Celdrán

Greta Garbo nunca dijo «quiero estar sola»

Greta Garbo en 1927 - Ruth Harriet Louise

Greta Garbo en 1927 - Ruth Harriet Louise

Greta Lovisa Gustafsson (1905-1990) era sensible hasta el dolor, no comprendía la vida sin una tranquilidad cotidiana, necesitaba que la arroparan, la autoestima le fallaba y ser estrella de cine fue un trabajo que nunca comprendió bien.

Su belleza era también presencia. Tenía un rostro perfecto y muy lejano a la banalidad.

Su expresión era pétrea, en ella se intuía antigüedad, como si su cuerpo fuera el depositario de la tristeza nórdica de una saga de mujeres.

Aunque llegó a ser la actriz mejor pagada de Hollywood en los años treinta, su mundo estaba lejos de las fauces de Hollywood, en las montañas de Suecia.

Disfrutaba más mirando jugar a sus gatitos en el jardín que acudiendo a las sofisticadas fiestas de las estrellas de cine.

Hizo 25 películas. Empezó en Suecia y se trasladó a Hollywood. Superó con éxito el paso del cine mudo al sonoro. La voz de Greta Garbo, grave y pausada, sonó por primera vez en un inglés teñido de acento lejano.

Fue un descubrimiento para los espectadores de Anna Christie, el primer trabajo sonoro de la actriz, en 1930. La frase, de la que ella se reiría años más tarde fue “Give me a whiskey. Ginger ale on the side. And don’t be stingy, baby” (Algo así como: «Dame un whiskey con ginger ale y no seas tacaño, cariño»).

Garbo en la película 'Grand Hotel'

Garbo en la película 'Grand Hotel'

En 1941, a los 36 años, Garbo terminó su carrera cinematográfica de golpe, en pleno auge, con varias cinematográficas interesadas en ella.

A parte de MGM -con la que la actriz trabajaba- Paramount le hizo 20 ofertas, la Fox y Warner también la querían. Nunca volvió. El silencio había podido con el sonido.

Aquí van unos cuantos datos sobre Greta Garbo, la dama misteriosa:

1. En ella se juntaba el deseo de ser natural con el de estar bella, pero nunca aceptando lo que a ella le parecían trampas. «Nunca tuve un estuche de maquillaje. Cuando hacía una película, apenas utilizaba cosméticos. Solía tener en mi camerino una polvera, un pintalabios y una crema envueltos en un pañuelo. Nunca me he sometido a ninguna operación estética ni me he puesto pestañas postizas».

2. En sus últimos años trabó una honda amistad con el periodista sueco Sven Broman. Mantuvieron largas conversaciones caminando por las montañas en Suecia y Suiza, en el apartamento de Garbo en Nueva York, en llamadas telefónicas transoceánicas…Garbo sabía que él tomaba notas y le dijo que podía publicar todo una vez ella hubiera muerto. Era su amigo y sabía escuchar. Ella quería contarlo todo.

Foto de promoción de la Metro-Goldwyn-Mayer

Foto de promoción de la Metro-Goldwyn-Mayer

3. No fue un elemento decisivo en su retirada, pero se lamentaba con frecuencia de la falta de papeles buenos en su carrera. De todas las que hizo, su preferida fue Ninotchka, de Ernst Lubitsch, quien según ella la trató como un padre. Es la única película en la que Garbo ríe abiertamente: ese fue uno de los ganchos para vender la comedia en su estreno.

4. La cara de Garbo era considerada única por los fotógrafos americanos expertos: Era técnicamente perfecta. La distancia entre los ojos era la misma que había de la nariz a la barbilla y también coincidía con la distancia entre el puente de la nariz y el final de la frente. La armonía del conjunto hacía que pudiera ser fotografiada con éxito desde cualquier ángulo y con cualquier tipo de luz.

5. Aunque sus razones para desaparecer del mundo fueron complejas, sin duda una de ellas fue el miedo a no saber envejecer.

«Me gané la vida por ser joven, por contener la belleza natural. Estuvo muy bien parar a tiempo. Hay gente que va demasiado lejos. Envejecí rápido. Eso es lo que América provoca. Por eso me gusta estar en Klosters (Suecia), en las montañas. Cuando respiro este aire, me parece que el tiempo se detiene. Es como si volviera a tener fuerzas», declaró a su confidente Sven Broman.

6. Tras retirarse del cine vivió entre Suecia y Nueva York. En su madurez, cuando la sorprendía un fotógrafo, ella se tapaba la boca en lugar de los ojos, porque consideraba que era donde más se le notaba el paso de los años.

Garbo pillada en París por los paparazzi en 1976

Garbo pillada en París por los paparazzi en 1976

7. Encarnó en 1933 a la reina Cristina de Suecia (1626-1689), una monarca conocida por su falta de feminidad, fuerza física y poco atractivo. No llevaba joyas ni vestidos lujosos. Garbo la interpretó con atuendos masculinos y  en su ambíguo papel de reina besó en la boca a las mujeres de la corte.

8. Es famosa su bisexualidad. Hay razones para creer que fue amante de la actriz alemana Marlene Dietrich, que pasó una noche con  Louise Brooks y que intentó seducir a Deborah Kerr y Zsa Zsa Gabor entre otras. También tuvo relaciones sentimentales con muchos hombres, pero nunca se casó ni tuvo hijos.

9. En sus años de Hollywood sentía una añoranza perpétua por Suecia. Le afectó mucho no poder viajar durante cinco años, en la II Guerra Mundial, a su país natal.

10. La frase «quiero estar sola«, tantas veces atribuida a Garbo, fue pronunciada por ella sólo en la película Grand Hotel (1932). Al final de su vida declaró que ella nunca había dicho tal cosa como motivo de su desvinculación del cine: «Nunca dije ‘quiero estar sola’, sino ‘quiero que me dejéis en paz’. Hay un mundo entre una frase y otra».

11.Se iba a dormir a las siete de la tarde acompañada de varios libros. Leía en la cama durante horas.

Garbo dos semanas antes de morir

Garbo dos semanas antes de morir

12. Truman Capote dijo  que Garbo, en cuanto a arte, no pasaba de colgar un cuadro de Picasso al revés. Ella se limitó a contestar, visiblemente indignada «Capote nunca ha estado en mi apartamento». Tenía razones para ofenderse: la actriz atesoraba una colección de ocho cuadros del pintor expresionista Alexei von Jawlensky a los que no se atrevía ni a quitar el polvo.

13. Fue nominada al Oscar en cuatro ocasiones, pero no lo ganó hasta 1954, en forma de premio honorífico.  Ella rechazó ir a recogerlo e incluso a transmitir un mensaje telefónico en la gala. Fue la mujer de su antiguo agente la que recogió la estatuilla. Garbo la recibió dos años después.

14. Murió en un hospital de Nueva york a los 84 años. Sufría de bronquitis crónica, enfisema y problemas de circulación. Además se sometía a diálisis tres veces a la semana. El retiro en su juventud sin embargo hizo que cueste relacionar las últimas imágenes de esa mujer canosa de pelo largo con la bella e introvertida actriz sueca.

Helena Celdrán