Un gato (¡al fin!) que hizo algo decente por el arte fotográfico

Buzzer - Foto: Arnold Genthe. Dominio público

Buzzer – Foto: Arnold Genthe. Dominio público

Arnold Genthe (1869-1942) tiene asegurada una entrada en la historia de la fotografía por las desoladoras imágenes documentales con las que mostró al mundo el terremoto y posterior incendio que destruyó San Francisco en 1906. Había llegado a la ciudad en 1895 desde la natal Berlín para trabajar como profesor de fotografía y cinco años después había añadido al oficio el de retratista de estudio.

El seísmo destruyó el local, pero Genthe adquirió fama con la desgracia. Suya es la foto que quizá condense con mayor énfasis la tragedia, la titulada Looking Down Sacramento Street, San Francisco, April 18, 1906, donde la aberración no viene dada por los efectos drásticos de los entre 7,9 y 8,6 grados de magnitud del gran temblor, sino por las personas que ven las llamas y los cascotes como un espectáculo de fondo, mientras permanecen sentadas en sillas de tijera en una de las altas colinas de la ciudad de la bahía.

Genthe se convirtió en un profesional reclamado por los famosos. Tenía una mirada romántica y de atrevida ensoñación que cuadraba bien con los años veinte, década en la que retrató a grandes divas.

Se esmeró con tres mujeres cuyos corazones dolían como alfileteros: Greta Garbo, la actriz que llegó del hielo y sólo sonrió una vez en la pantalla; la modelo y futura reportera de guerra Lee Miller, víctima de abusos sexuales infantiles, y la bailarina y gloria local sanfranciscana Isadora Duncan, a quien aguardaba en 1927 la indignidad de una muerte que parece, como apuntó en otra entrada mi compañera de blog, el desparrame final de una tragedia de Eurípides: se le partió el cuello al enredarse en el eje de un descapotable el chal que ondeaba al viento de Niza.

Pero hoy me importa Ganthe por un gato, Buzzer, con seguridad, el único minino que ha contribuido con decencia (ya era hora) al arte fotográfico. Lo digo desde la conciencia sublevada por ser víctima de uno de los contagios víricos más furiosos de la historia, el melindre virtual extensivo a toda edad y condición que se manifiesta con un solo síntoma pero de extrema convulsión: el reparto masivo de fotos de gatos.

Buzzer no era un gato danzón, rico, mono, emoji, imbécil, mojado, rapero, gritón, japonés, tierno o chirriante. Buzzer era un cómplice. En realidad era una manada de cómplices: Ganthe no cometía el pecado de santurrones de llamar a cada gato con un nombre de pila distinto.

Al igual que todos los humanos somo el mismo ser humano y nos llamamos Juan Nadie —Josef K según Kafka—, todos los gatos son siempre el mismo gato. Todos los de Ganthe se llamaban Buzzer y hacían lo mismo: el trabajo sucio.

El gato era el anzuelo para que las modelos y clientas de Genthe perdieran la timidez inicial, el gato era la carnada y el sedal.

Una vez concluida la fase de contacto y trazadas las fronteras entre las retratadas y el retratista, el gato era prescindible. Imagino a Ganthe llevándolo al callejón, que es donde mejor viven los gatos.

Esa es la lección moral de hoy: gatos fuera, que ya se bastan ellos solos.

La obra de Genthe estuvo a punto de perderse por completo. Cuando el artista murió, a los 72 años, nadie entre sus descendientes prestó atención a los negativos de casi medio siglo de trabajo. La secretaria del fotógrafo tuvo el sentido común de avisar a unas cuantas instituciones públicas y las fotos terminaron en varios archivos públicos de los EE UU. Gracias al celo de esa mujer tenemos hoy la suerte de conocer a Buzzer y dejar que nos engatuse.

Jose Ángel González

1 comentario

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Hoy cualquiera hace fotos a montones, pero ninguna semejante a las que hacia este artista.

    Clica sobre mi nombre

    03 diciembre 2015 | 20:42

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