Entradas etiquetadas como ‘Eve Arnold’

El matrimonio de chino y japonesa con un solo idioma común, las fotos

 

 RongRong & inri / In the Great Wall.China.2000.No.3 © RongRong & inri

RongRong & inri / In the Great Wall.China.2000.No.3 © RongRong & inri

RongRong nació en Zhangzhou, en la poblada provincia china de Fujian, en 1968. Cinco años más tarde, en la prefectura japonesa de Kanagawa nació inri —la minúscula inicial es decisión suya—. Se conocieron en el año 2000. Ninguno hablaba el idioma del otro ni tenían una tercera lengua para comunicarse.

Esa es la mentira que ellos mismos ponen en solfa: se entendieron desde el primer momento gracias al habla común de la fotografía.

RongRong & inri, las dos personas de países enfrentados por una ofuscación histórica cimentada en las siempre falsas premisas de la identidad nacional, son ahora una sola. Cuando se acostaron desnudos en la Gran Muralla china no dijeron una sola palabra. Entendían el silencio.

La pareja de fotógrafos acaba de ser galardonada con el gran premio especial de 2016 de la World Photography Organisation (WPO). Si se tienen en cuenta la identidad y los logros de los premiados anteriores —una patrulla de héroes del humanismo Eve Arnold, William Klein, Marc Riboud, William Eggleston, Mary Ellen Mark, Elliott Erwitt, Bruce Davidson, Phil Stern…—, no es desproporcionado intuir que RongRong & inri están en compañía de ángeles.

Lee el resto de la entrada »

¿Qué hacen tres nazis en un mitin de Malcolm X?

George Lincoln Rockwell (centro) y dos de sus camaradas nazis en un mitin de Malcolm X en 1962 © Eve Arnold

George Lincoln Rockwell (centro) y dos de sus camaradas nazis en un mitin de Malcolm X en 1962 © Eve Arnold

Pese a que tiene más de medio siglo de edad, la foto, tomada el 25 de febrero de 1962 en el International Amphitheater de Chicago, contiene una cadena de contrasentidos, una sucesión de disparates que, enlazados, siguen diciendo bastante de la naturaleza espuria de la política y sus bastardías raciales y sociales, superiores en socarronería a cualquier serie cómica.

1. El hombre que ocupa el centro de la imagen es George Lincoln Rockwell, autoproclamado American Hitler o American Führer. Aparece flanqueado por dos tipejos de su guardia de corps, émulos presuntos de los Leibstandarte de las SS, matones de protección al servicio de Hitler.

2. El trío de paletos sobrados de gomina para mantener a raya germánica las indómitas raíces mediterráneo-gitanas de las melenas son miembros del American Nazi Party (Partido Nazi Americano), fundado en 1960 con el peregrino y escasamente comercial nombre de World Union of Free Enterprise National Socialists, cambiado a los pocos meses. La formación sigue en activo y la web oficial demuestra que no hay diseñadores en sus filas que superen el nivel de lo deplorable.

3. El Partido Nazi Americano —aquí pueden leer un informe desclasificado de 60 páginas del FBI que situaba a los militantes de 1965 al borde del umbral de la imbecilidad y otorgaba a Rockwell tendencia a los placeres de la homosexualidad— fue y sigue siendo negacionista con respecto al holocausto («un fraude» inventado por los judíos, dijo su fundador en 1966 en una entrevista en la revista Playboy. Para el encuentro informativo sólo puso una condición: que el periodista lo tratara de «comandante»).

4. Rockwell había nacido en 1918 de una pareja de actores de vodevil que frecuentaban la amistad de, entre otros, Groucho Marx, el libertario comediante —de orígen judío— que deseaba para su tumba el más correcto epitafio: «Perdonen que no me levante».

El 'Hate Bus' de Rockwell en 1961

El ‘Hate Bus’ de Rockwell en 1961

5. Antes de convertirse, entrado en la cuarentena, en el Hitler de las praderas, Rockwell había dirigido una revista de humor fecal en el instituto, servido con honores en la II Guerra Mundial y la de Corea e intentado labrarse un futuro como relaciones públicas y editor de un semanario femenino con una cabecera diáfana y de escasa perspicacia: U.S. Lady (Mujer Estadounidense), que no pasó del número cero. Cuando leyó Mein Kampf, el libro de Hitler inspirado en El judío internacional (1920), del empresario automovilístico Henry Ford (al que Rockwell no se molestó en cotejar porque deseaba ser el primero en emular el nazismo del lado de allá del Atlántico), se sintió «paralizado, trastornado». De no dar muestras de otras ambiciones que fumar en pipa y ejercer de padre de familia pasó a profeta del odio racial.

6. Para compensar las campañas de los negros en contra de la segregación racial y a favor de los derechos civiles y los periplos en autobús de los Freedom Riders (Viajeros de la libertad) cercanos a Martin Luther King, el Partido Nazi transformó una furgoneta Volkswagen en el Hate Bus (Autobús del Odio). Era bastante cutre, pero Rockwell se sentía importante conduciendo el vehículo y transportando a sus fieles a ferias agrícolas y otros eventos. También reconvirtió con automática imaginación la proclama Black Power en White Power y editó unos cuantos discos xenófobos —y pésimos: simples singalongs para reuniones de cerveceros—.

7. La autora de la foto que abre esta entrada, la avispada (y diminuta) reportera Eve Arnold, había nacido en una familia de inmigrantes judíos fundada por un rabino ucraniano. Su padre era tan carca como Rockwell pero desde el extremismo del judaísmo: Eve tuvo que superar los obstáculos diarios que encontraba en casa. Acaso de esas dificultades extrajo la cualidad de ser en extremo cuidadosa y nunca juzgar a los modelos de las fotos. La imagen de los tres nazis no es denigrante sino práctica: son ellos, no la imagen, quienes nos aseguran la condición de payasos.

8. El Partido Nazi Americano nunca pasó del centenar de militantes.

Malcolm X (derecha) en la tribuna del mitin con Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam  © Eve Arnold

Malcolm X (derecha) en la tribuna del mitin con Elijah Muhammad © Eve Arnold

Foto del mitín de Chicago © Eve Arnold

Foto del mitín de Chicago © Eve Arnold

9. ¿A quién estaban escuchando Rockwell y sus dos coleguitas el 25 de febrero de 1962? La respuesta es el gran oxímoron. En la tribuna de oradores estaba el carismático e influyente Malcolm X —nombre oficial:  El-Hajj Malik El-Shabazz—, uno de los líderes de la Nación del Islam (25.000 afiliados en la época) y uno de los personajes mediáticos con mayor pegada de los EE UU después del luminoso discurso de 1959 en el que señalaba a la mayoría blanca de responsabilidad en la siembra y crecimiento de la simiente del odio racial: «Nos acusan de lo que ellos mismos son culpables. Es lo que siempre hace el criminal: te bombardea y luego te acusa de haberlo atacado. Esto es lo que los racistas han hecho siempre; lo que ha hecho el criminal, el que ha desarrollado métodos criminales hasta convertirlos en una ciencia: ejecuta sus crímenes y luego utiliza la prensa para atacarte. Hace que la víctima aparezca como el criminal y el criminal como la víctima«.

10. Malcolm X había invitado personalmente a Rockwell al mitín, en el que también habló Elijah Muhammad, gran líder de los musulmanes afroestadounidenses, definido por el dirigente nazi como «el Hitler de los negros». Rockwell admiraba a los dos militantes por la intransigencia con que predicaban la separación racial y parece que en alguna ocasión mantuvo reuniones privadas con ambos. «Ellos, como yo, quieren naciones separadas: una para blancos y otra para negros», dijo el comandante en la entrevista de Playboy.

11. Al final del mitín, cuando fue solicitada la donación de ayudas económicas, Rockwell dejó 20 dólares en el cepillo de la Nación del Islam.

12. Al par de protagonistas principales de este episodio casi burlesco de extremos que se encuentran y adulteración del discurso racial les aguardaban sendos finales trágicos de pólvora y venganzas. Unos años después del mitín en que los nazis apluadieron a los negros extremistas, Rockwell y Malcolm X serían asesinados por enemigos que no salieron del bando contrario sino de entre sus propias manadas.

"Final violento del hombre llamado Malcolm X" - Doble página de 'Life' sobre el asesinato del líder negro

«Final violento del hombre llamado Malcolm» – Doble página de ‘Life’ sobre el asesinato del líder negro

13. El 21 de febrero de 1965, en el Audubon Ballroom de Manhattan, Malcolm X fue tiroteado con una escopeta recortada y varias pistolas —recibió en total 16 balazos— y murió en el acto antes de pronunciar un mitin de la Organización de la Unidad Afroamericana, el nuevo grupo político secular que había fundado un año antes, cuando dejó la Nación del Islam por los escándalos sexuales de Elijah Muhammad, que se llevaba a la cama a todas las empleadas y voluntarias alegando su condición de profeta.

14. Aunque tras el crimen hubo cinco detenidos, todos miembros de la Nación del Islam, el caso sigue sin estar claro y han surgido teorías que van de la acción de agentes gubernamentales infiltrados a la participación indirecta del actual líder del grupo, Louis Abdul Farrakhan.

15. Malcolm X tenía 39 años. Quienes llevan camisetas con su estampa no recuerdan lo que declaró tras el asesinato de John Fitzgerald Kennedy:  «Es un caso de los pollos que vuelven a casa a dormir y cuando los pollos regresan a casa a dormir no me siento triste, siempre me alegro«.

El cadáver de Rockwell yace en la calle en una foto de agencia de la época

El cadáver de Rockwell yace en la calle en una foto de agencia de la época

16. El 21 de agosto de 1967, Rockwell fue asesinado de dos tiros mientras conducía su coche en Arlington (Virginia). El pistolero, un militante del Partido Nazi, fue detenido en cuestión de horas, pero no quedaron claras las motivaciones del crimen.

17. Tras salir arrástrándose del Chevrolet, el hombre que soñó con un Reich en los EE UU murió sobre la calzada en apenas dos minutos. Una de las dos balas le había acertado en el corazón.

18. El American Führer, que tenía 48 años, ocho menos que Hitler en el búnker final, acababa de hacer la colada en una lavandería barata.

Jose Ángel González

La película-tragedia más y mejor fotografiada de la historia

© Elliott Erwitt

© Elliott Erwitt

Demasiados mitos en una sola foto. Perfecta, seductora, inolvidable pero, tras la pátina épica, el barniz sentimental que nos ablanda, la imagen edificada con la perfección habitual por el gran Elliott Erwitt es como una oración mortuoria, condenada y triste, un congreso de pañuelos blancos encharcados de lágrimas, alcohol, depresión, engaños y tragedia.

The Misfits, la película de 1961 de John Huston que en España llamaron Vidas rebeldes, hurtando la traducción literal del título, Los inadaptados, perfecta para describir las dos historias en liza —la del guión sobre cuatro perdedores sin redención posible y la de la vida real de los implicados, prolongación de la cinematográfica, como si el cine fuese un disfraz para el documental— fue el largometraje más y mejor documentado fotográficamente de la historia.

Al rodaje, en varias localizaciones del estado de Nevada, entre ellas el paraje desértico bautizado desde entonces como Misfits Flat, tuvieron libre acceso varios fotógrafos de la agencia Magnum, autorizada para cubrir en exclusiva la película. Fue una premonición: admitir a los mejores testigos para documentar una ceremonia de carne viva y muerte.

Además de Erwitt, en los sets de grabación, el hotel donde se hospedaba el equipo —el Mapes, en Reno— y durante las excursiones de ocio a cantinas, casinos y tugurios se movieron nada menos que Cornell Capa, Henri Cartier-Bresson, Bruce Davidson, Ernst Haas, Erich Hartman, Inge Morath, Dennis Stock y Eve Arnold. Ninguna otra película tuvo testigos de tanto nivel. Ninguno era inocente: buscaban drama y lo encontraron, olieron la muerte y se comportaron como eficaces enterradores, presintieron el dolor y dejaron que las cámaras actuasen como discretas plañideras. 

Las tórridas temperaturas que castigan al desierto y al antiguo poblado minero de Dayton, localización principal del rodaje —en el verano de 1960, con máximas de 45º—, no fueron la más infernal de las circunstancias: Clark Gable había recibido poco antes el diagnóstico de cáncer terminal de pulmón —en algunas escenas la enfermedad es notable en la voz extinta del actor—; Marilyn Monroe, que, para añadir un matiz freudiano, consideraba a Gable como el padre que nunca tuvo, estaba hundida en una de las simas de su eterna melancolía depresiva; Montgomery Clift, otro saturnal, la acompañaba en el viaje —los productores tuvieron en nómina a un médico durante el rodaje para atenderlos y suministrales drogas—; el director John Huston, con el áspero temperamento que acaso explicaba su genio, no se andaba con chiquitas con los enfermos, a los que llamaba niños «mimados» y «mariquitas» —él mismo padecía de alcoholismo y una incurable ludopatía, que alimentaba con diarias excursiones nocturnas a los tableros de black jack de Reno—; el guionista, Arthur Miller, que se había casado con Marilyn en 1956, intentaba velar por la fragilidad de su mujer e, instigado por ella, modificaba cada noche el libreto…

© Eve Arnold

© Eve Arnold

© Eve Arnold

© Eve Arnold

Las fotos de los reporteros de Magnum no hurgan con grosería en las muchas heridas del rodaje de una película que se funde con la vida —los inadaptados no son sólo los caracteres no del todo ficticios del guión, sino los seres humanos que los interpretan—, sino que se asoman a las rendijas que hacen tangible el desconsuelo. Haas mostró la elegante furia salvaje de los caballos mustang; Morath indagó en la figura de Marilyn como un axis en torno al cual circundaba toda la soledad del mundo; Davidson se mantuvo a la distancia justa para no implicarse emocionalmente y mirar con desapasionamiento; Arnold, una de las fotógrafas con mayor grado de confianza con la actriz, retrató las sombras que rodeaban su brillo y amenazaban con invadirlo…

La película tuvo un epílogo con tantas grietas como era de esperar. Gable murió doce días después del final del rodaje, sin llegar a ver el montaje final. Marilyn y Miller se divorciaron seis días después del estreno y ella murió menos de dos años después —fue su última película, del siguiente compromiso, Something’s Got to Give (George Cukor, 1962), fue despedida porque no era capaz de tenerse en pie e incumplía los horarios una y otra vez—.

Quizá el prontuario más justo para aquel infierno tan bien fotografiado ocurrió el 23 de julio de 1966 en Nueva York, cuando Montgomery Clift, que tenía 45 años, pronunció sus últimas palabras antes de irse a la cama para morir durante el sueño. Minutos antes, su secretario le hizo ver que emitían en televisión The Misfits y que quizá le apetecía verla:

— ¡En absoluto!, respondió el actor.

Ánxel Grove