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Graham Dunning, música ‘techno’ frágil y de andar por casa

«El ruido —como sonido no deseado, como el crepitar de un disco o el sisear de una cinta— suele aparecer en mi trabajo». Graham Dunning siente debilidad por los objetos que otros han desechado, por los cassettes que alguien decidió tirar al hacer limpieza, por los discos de vinilo que ya no tienen lugar ni en las estanterías de coleccionistas y nostálgicos.

Artista y músico experimental, investigador de recuerdos ajenos, le gusta emplear discos y cintas como instrumentos capaces de producir sonidos diferentes a partir de los que ya tienen grabados. Con esa paleta limitada se siente cómodo. «Me gusta imponerme restricciones en los proyectos, de un modo parecido a como se realizan los experimentos científicos», escribe en su página web.

En el vídeo Mechanical Techno Demonstration hay verdaderos juegos malabares de la técnica. Durante seis minutos, despliega sus destrezas para hacer música techno de andar por casa, con los métodos más analógicos. Comienza en un tono didáctico, como para demostrar que en el proceso no hay ni trampa ni cartón, resaltando que los sampleados son discos enmudecidos con un recubrimiento amarillo salvo por ciertos fragmentos.

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Descarga gratis 30 gigas de música ‘noise’ anónima y grabada en casetes

Algunas de las cubiertas de los casetes - Imagen: Internet Archive

Algunas de las cubiertas de los casetes – Imagen: Internet Archive

Excursión para los aficionados a la arqueología y al tránsito por los territorios abandonados: este vínculo permite bajar un paquete de datos con 30 gigabytes (GB) de música anónima.

Sólo nos cuentan que procede de los años ochenta y noventa, que se trata de material underground, sobre todo noise, y que fue grabada en casetes.

Poco más. Ni autoría, ni estilo, ni fecha precisa o lugar de las grabaciones. Se trata de un mapa en blanco para explorar sin prejuicios. Lo sublime y lo pésimo son probables.

El lote es el llamado NOISE-ARCH (de archivo de ruido), alojado en las siempre fértiles y asombrosas entrañas del Internet Archive, la biblioteca de babel del e-mundo.

Esta es la somera descripción que ofrecen los depositarios del compendio:

Es una colección de cintas de casete grabadas de forma independiente y distribuidas de forma underground durante la época en que el casete de audio era el método estándar de intercambio de música, por lo general entre mediados de los ochenta y principios de los noventa. (El NOISE-ARCH) incluye música experimental, industrial, de vanguardia, collage, indie y material auto-hipnótico… La mayor parte de lo que vas a oír es bastante difícil de presentar cualquiera de las categorías, razón por la que no ha sido clasificado.

La mayor parte de las cintas fueron donadas en agosto de 2009 por Myke Dyer, exlocutor de la emisora de FM CKLN. El Internet Archive se encargó de digitalizarlas y convertir el contenido en mp3. El lote puede ser bajado en un sólo archivo comprimido y también es posible navegar en la selección y acceder a los casetes uno a uno.

Tres consideraciones emocionales:

  1. Cuando todo parece indicar que al casete le queda poca vida, el hallazgo del NOISE-ARCH —que equivaldría a más o menos 10.000 canciones de duración estándar comprimidas a 128 kbps— es agua fresca para quienes nos oponemos a la invulnerabilidad digital.
  2. También resulta esperanzador saber que una compañía estadounidense dedicada a la fabricación exclusiva de casetes, la National Audio Company, vende al año 12 millones de cintas.
  3. Abandonarse a la escucha de 30 gigas de música enigmática y huérfana, dejarse llevar por el flâneur del sonido imprevisto, es una prueba de valentía y curiosidad que merece la pena afrontar en estos tiempos de previsiones cumplidas y agendas cerradas.

Jose Ángel González

Sharif, rapero taciturno, desgarrado y vulnerable

Tanta lengua afilada como navaja, tanta promesa naciendo oxidada. Momento de campaña: hablan para reventarte la razón y robarte el corazón.

Entonces escuchas:

Lo malo de crecer no son las canas,
ni las ojeras tatuadas por los años,
no es la duda agazapada en los rincones,
ni la colección inacabada de fracasos.
Lo malo de crecer no son las ruinas,
ni que el invierno dure más que los veranos.
Lo malo de crecer son las espinas,
cuando no saben a nuevo los pecados

Bendito seas, Mohamed Sharif Fernández Méndez (Zaragoza, 1980).

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¿Cabe en un circuito toda la música electrónica?

"Electric Love Blueprint" © Dorothy

«Electric Love Blueprint» © Dorothy

¿Cabe toda la música electrónica de la historia en un póster de 80 por 60 centímetros?

En el estudio de diseño Dorothy, de Manchester (Reino Unido), piensan que sí y lo intentan demostrar con Electric Love Blueprint – A History of Electronic Music.

Los cuatro jóvenes que impulsan desde 2010 la dinámica empresa, Ali, Phil, Jim y Tich, siguen en la senda de cartografiar con mapas imaginarios los santorales o caminos creativos de la cultura pop contemporánea: ya lo intentaron con la historia del cine condensada en bóvedas celestes —Hollywood Star Chart—, temas musicales con nombres de animales encapsuladas en un zoológico roquista —The Rock’N’Roll Zoo— y un callejero urbano diseñado con títulos de canciones—Song Map—.

Ahora se han convertido en seres eléctricos y han trazado un circuito con los iconos habituales —condensadores, nodos, mallas, ramas, fuentes, conductores…— para resumir el género que quizá tenga más progenitores de entre todas las formas musicales que siguen con vida. Podemos concluir, con matices pero sin llegar a la pelea, que el rock and roll nació en una cama redonda compartida por blues eléctrico, countrybluegrass, pero el asunto no es tan fácil cuando se trata de la electrónica.

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¿Por qué el mejor fotógrafo de rock se apellida Rock?

Mick Rock (Foto: Riffraf)

Mick Rock (Foto: Riffraf)

«Soy fotógrafo de rock por los pecados que cometí en una vida anterior«. Mick Rock (Londres, 1948) suele explicar con mordaz crueldad y cierto deje de abandono anclado en la duhkha budista —la vida como samsara, insatisfacción sufriente— las razones que justifican su apodo nobiliario: The Man Who Shot the Seventies (El hombre que retrató los años setenta).

Estoy convencido de que hay otro motivo, también vinculado con el infinito y circular camino del karma: si te apellidas Rock, ¿a qué otra cosa puedes dedicarte?

Cuando deambulaba por la Universidad de Cambridge, de cuyas instalaciones siempre prefirió la biblioteca y, en concreto, los estantes dedicados a los malditos —Baudelaire, Coleridge, De Quincey, Rimbaud…—, las verdaderas protoestrellas de la disolución, seres con hambre de sexo y necesidad de iluminar las noches con carburantes químicos, el hoy encumbrado fotógrafo no sospechaba que su destino estaría ligado a las mismas ansias pero con una cámara en las manos.

Por casualidad o una especie de «conspiración» en la que tuvo bastante que ver, como él mismo suele decir, el LSD y su potencia astral, Rock acabó poblando nuestras vidas con algunas de las mejores fotos de rock de la historia. De las imágenes de este superviviente —su currículo quirúrgico incluye un cuadruple bypass— se alimenta la memoria sentimental de mi generación.

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El hombre que enmascaró a Björk

Björk con una prenda de látex bordada creada por Merry  en el vídeo para 'Family', una de las canciones de 'Vulnicura' - Foto: www.jtmerry.com

Björk con una prenda bordada de Merry en el vídeo para ‘Family’, una de las canciones de ‘Vulnicura’ – Foto: www.jtmerry.com

En los vídeos promocionales y en los conciertos de presentación de su último disco Björk oculta su rostro tras gasas semitransparentes de las que nacen bordados y encajes. No sorprende la excentricidad —una marca de la casa—, sino la insistencia con que se blinda de las miradas del público, apenas dejando la boca al descubierto para cantar. Tal vez lo haga por simple vanidad, a lo mejor le es difícil soportar que las letras de Vulnicura (un álbum confesional y descarnado) la muestran como un ser humano vulnerable.

Nada más filtrarse en Internet, la artista islandesa adelantó la publicación del disco y se lanzó a dar entrevistas, en muchas hacía esfuerzos por no llorar o terminaba por dejar que brotaran las lágrimas. En aquellos primeros encuentros con la prensa mencionó que sentía «vergüenza» por exponerse de manera tan sincera, «tan adolescente». Dejaba de ser un vendaval polar y se mostraba sola y doliente.

El artista tras los antifaces barrocos es James Merry. Colaborador de Björk desde hace seis años, declara que bordar es un antídoto contra las prisas, te obliga a pisar el freno para centrarte en un ritmo terapéutico. Sólo necesita hilo, aguja y tejidos, puede llevar un pequeño taller en la mochila y además adora la «ponibilidad» del «producto final». «No están incrustados en un marco sobre una pared, puedes llevarlos, doblarlos y ponerlos en la lavadora cuando se ensucian», dice en una entrevista reciente.

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El regreso de David Gilmour: un buen videoclip y nada más

Captura del nuevo vídeo clip de David Gilmour

Captura del nuevo vídeo clip de David Gilmour

David Gilmour (1946) es una buena persona. Eso dicen en los círculos musicales: apañado guitarrista siempre dispuesto a echar una mano, compositor menesteroso y hombre con conciencia social —si eso se puede aplicar a estas alturas a alguien que vota laborista—.

Como músico lleva dando tumbos desde la separación de Pink Floyd, el grupo en el que hizo carrera y de cuyas regalías, supone uno, debería vivir con holgura sin necesidad de arrastrarse.

En septiembre despacha un disco en solitario, Rattle that Lock y después llegará una gira por Europa y los EE UU.

El álbum, en el que Gilmour pone en manos de su esposa, la escritora de soft core Polly Samson (1962), la composición de las letras, es capaz por sí mismo de provocar un naufragio retroactivo: no me imagino a nadie que, tras empalagarse con esta colección de pomposas canciones sin pegada, tenga ganas de explorar la carrera previa de Gilmour por muy gloriosa que haya sido —y ciertamente lo fue— en las cuatro décadas anteriores.

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El himno de EE UU como ópera bufa

Cubierta de la partitura para piano de 'The Star-Spangled Banner' - Filadelfia, 1862 (Project Gutenberg)

Cubierta de la partitura para piano de ‘The Star-Spangled Banner’ – Filadelfia, 1862 (Project Gutenberg)

En 2014 cumplió doscientos años y hace unos días fue escuchado de nuevo con reverencia en muchos rincones de los EE UU para celebrar el 4 de julio, el Día de la Independencia. Al Star-Spangled Banner (La bandera tachonada de estrellas), el himno oficial del país desde 1931 —la letra es de mucho antes, de 1814, y fue adaptada a una melodía popular inglesa—, nos han obligado a reconocerlo por imperialismo cultural y dictadura audiovisual. Identificamos la canción nacional de un país ajeno como si se tratara de un éxito de hit parade.

Nos la han enseñado a la fuerza en miles de actos públicos, deportivos o políticos, esos en que los estadounidenses se redimen de sus pecados para colocar la mano en el corazón y enternecerse mientras corean:

Nuestra causa es el bien, y por eso triunfamos
Siempre fue nuestro lema: «En Dios Confiamos»
¡Y desplegará así su hermosura estrellada
Sobre tierra de libres la bandera sagrada!

Quizá por la repetición y sus riesgos añadidos, la canción patria se ha convertido en una especie de comedia abierta, una ópera bufa durante la cual todo es posible y la frontera entre la gloria y el ridículo se estrecha y resulta peligrosa.

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Pogo, el músico electrónico que fragmenta las películas de Disney

Una sílaba pronunciada por Cenicienta mientras la observa un pajarillo azul, Pepito Grillo cantando sobre una caja de cerillas, una visión fugaz de Mary Poppins girando en medio de una coreografía de deshollinadores… Nick Bertke (Cape Town – Sudáfrica, 1988) —más conocido como Pogo— hace música electrónica como sacando juguetes de un baúl sin fondo, dándole un nuevo significado a dibujos animados y películas que avivan la nostalgia de varias generaciones.

Residente en Perth (Australia) y con años de carrera a pesar de su juventud, en sus mezclas utiliza exclusivamente los sonidos y la música del film, no se permite añadir nada que no pueda encontrar en la banda sonora. Se jacta de no usar programas de manipulación de sonido, de valerse sólo de diminutos fragmentos de audio que luego mezcla.

El montaje visual también merece mención. Pogo ordena las imágenes para que el espectador sepa de dónde salen las piezas de su puzle sonoro, aprovecha momentos en que los personajes bailan y pone en conjunto planos similares de diferentes películas, para envolver su regalo musical en el celofán adecuado.

La nueva pieza de su repertorio se titula Forget (Olvida). La mezcla contiene sonidos, minúsculos trozos de canciones e imágenes de películas de todas las épocas de la factoría Disney, desde La cenicienta, Fantasía, Dumbo y El libro de la selva hasta Pocahontas, Fantasía 2000, algún film más ajeno a los clásicos de Disney como James y el melocotón gigante y clásicos de Hollywood como Desayuno con diamantes.

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Johann Sebastian Bach ‘iluminado’ por luces de neón

Hubo que esperar a 1801 para escuchar El Clave bien temperado, una colección de 48 preludios y sus respectivas fugas que Johann Sebastian Bach (1685-1750) había creado casi un siglo antes. Como tantas otras obras del sobresaliente compositor y músico alemán, la serie permaneció olvidada y almacenada, porque él mismo le restaba importancia a muchos de sus trabajos y ni se molestaba en imprimirlos para su difusión.

Bach compuso las piezas con fines didácticos y el instrumento ideal para ejecutarlas era el clave —antepasado barroco del piano— porque proporcionaba una gran sonoridad a las notas y acentuaba los distintos planos. Nunca mostró demasiado interés por el piano, con el que sólo entró en contacto al final de su vida: inventado por Bartolomeo Cristofori en torno al año 1698, no se construiría uno en Alemania hasta 1732. Bach pudo probar uno de los primeros y parece ser que no le entusiasmó demasiado.

El artista visual británico Alan Warbuton, especializado en arte en 3D, lleva a cabo un atractivo experimento en el vídeo Bach: The Well Tempered Clavier. Warbuton escoge uno de los preludios y una de las fugas de El Clave bien temperado y añade a los sonidos una coreografía de luces de neón, que se encienden y apagan con las notas.

Imagen del vídeo 'Bach: The Well Tempered Clavier'

Imagen del vídeo ‘Bach: The Well Tempered Clavier’

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