Entradas etiquetadas como ‘melancolía’

Alejandra Vacuii: fotos en las que siempre es invierno

© Alejandra Vacuii

© Alejandra Vacuii

Por el azar de los enlaces que sugieren amigos a los que nunca he visto, encuentro las fotos de Alejandra Vacuii. De inmediato, tengo frío.

No por casualidad es ourensana, me digo. No por casualidad reside en tierra de noches largas y afiladas. No por casualidad se presenta citando al hombre, también atlántico, que se sentía transbordado de sí mismo, Fernando Pessoa:

Soy algo que fui. No me encuentro donde me siento y, si me busco, no sé quién es el que me busca. Un tedio hacia todo me agota. Me siento expulsado de mi propia alma.

Bienvenidos al desconcierto de la «quebrada pasividad» —por seguir acompañando al portugués que en tantos otros lograba desdoblarse—. Estas fotos —un caracol en la espalda de una mujer, una mano sobre la hierba que repta, un par de botas abandonadas como un mapa impreciso…— no germinan en cámaras y ópticas, no son ligaduras de luz detenida…

Estas fotos son flores de un invierno.

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Un bosque dentro de una mansión abandonada

“Thicket” (2015) © Suzanne Moxhay

“Thicket” (2015) © Suzanne Moxhay

Los fotomontajes de la artista inglesa Suzanne Moxhay (1976) prorrogan el encanto misterioso de cualquier casa abandonada —¿por qué se fueron los habitantes?, ¿qué desencadenante los llevó a optar por la marcha?, ¿acaso alguna tragedia?…— para convertir los espacios vacíos, las maderas húmedas, los velos decoloridos y desconchados de las paredes, las reliquias de vida pasada, en un escenario donde, al parecer de modo espontáneo y sólo con la ayuda del tiempo, la naturaleza ha renacido.

La artista se vale del uso con medios digitales de la técnica cinematográfica ya caduca de la pintura mate de fondos, que permitía modificar paisajes o panoramas colocando ante la cámara láminas de cristal dibujadas en proporción al plano que se rodase. Desde principios del siglo XX, era común y fue usada tanto en películas de la edad de oro de Hollywood como Ciudadano Kane, donde la excelencia de los pintores sobre cristal convirtió en una joya fantástica y después, con la decadencia, en una pesadilla gótica, la mansión Xanadú del oligarca protagonista; hasta blockbusters modernos como La jungla 2: alerta roja, donde el uso de miniaturas con efectos de escala manipulados alcanzó la edad moderna al poner en juego también los efectos especiales digitales.

Proceso en el que los fondos deseados se ilustran en paneles de vidrio y se integran en los escenarios donde ocurre la acción para crear la ilusión de que varias imágenes dispares son una imagen cohesiva, la pintura mate ha intervenido en lo que creemos que vemos en el cine cuando nos muestran lugares embellecidos, agrandados, afeados o teñidos de una atmósfera maligna.

Con el mismo principio técnico, Moxhay presenta en la serie Interiors «interrupciones» de la arquitectura interior por «elementos anómalos».

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Sharif, rapero taciturno, desgarrado y vulnerable

Tanta lengua afilada como navaja, tanta promesa naciendo oxidada. Momento de campaña: hablan para reventarte la razón y robarte el corazón.

Entonces escuchas:

Lo malo de crecer no son las canas,
ni las ojeras tatuadas por los años,
no es la duda agazapada en los rincones,
ni la colección inacabada de fracasos.
Lo malo de crecer no son las ruinas,
ni que el invierno dure más que los veranos.
Lo malo de crecer son las espinas,
cuando no saben a nuevo los pecados

Bendito seas, Mohamed Sharif Fernández Méndez (Zaragoza, 1980).

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Los gif animados de un japonés melancólico

© Toyoi Yuta - 1041uuu.tumblr.com/

© Toyoi Yuuta – 1041uuu.tumblr.com/

© Toyoi Yuta - 1041uuu.tumblr.com/

© Toyoi Yuuta – 1041uuu.tumblr.com/

De los gif animados de Yuuta Toyoi —que usa el alias artístico de 1041uuu— renace la misma sensación de espera suspendida de los cuadros aparentemente vacíos de Edward Hopper (1882-1967), el pintor espartano y esencial que mostró mejor que nadie el blues del siglo XX.

No hay comparación posible en términos artísticos, por supuesto: el joven japonés usa nanopelículas de 8 bits, virtuales y simples, casi instantáneas, mientras que el artista estadounidense del silencio tardaba meses en decidirse por una tonalidad de azul, pero ambos están aliados en la intención de mostrar siempre el comienzo de una historia, sin ofrecer indicios, sin marcar tramas, sin esperar nada más que la espera misma

La fascinante cultura híbrida japonesa, intoxicada de añeja tradición y frenética modernidad, sirve a Yuuta para mostrar una melancolía parecida a la de algunas novelas de Haruki Murakami, ese escritor al que deberían dar el Nobel de una vez para evitarnos a los demás la lectura repetida de los titulares anunciándolo como «seguro ganador».

«Mueres a los 18», sostiene Murakami, y la frase podría ser colocada como soundtrack a esta colección de animaciones a contraluz, situadas siempre tras la medianoche o en el tránsito de un impersonal vagón de interurbano y donde los personajes, siempre jóvenes postadolescentes, parecen sometidos a una gravedad imprecisa pero inevitable.
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Gunnar Smoliansky, un fotógrafo retratando sólo dos barrios durante 50 años

© Gunnar Smoliansky

© Gunnar Smoliansky

Me gusta la fotografía de Gunnar Smoliansky por la sutileza no exenta de riesgo con que nos ha mostrado una realidad de muy escasa extensión, dos o tres barrios de Estocolmo (Suecia), durante un extenso periodo de tiempo: desde la mitad del siglo XX hasta hoy.

Nacido hace 81 años y todavía con la cámara en la mano, el fotógrafo sueco parece haberse tomado muy en serio el lema que ha citados en alguna de las escasas entrevistas que ha concedido —porque, además de su pericia fotográfica también tiene el buen gusto de no hablar demasiado—:

El mejor escenario para mí es aquel donde resulta casi imposible hacer una foto, donde tienes que conseguir algo a partir de la nada.

Teniendo en cuenta que se ha dedicado a retratar un área acotada por su propia existencia —las calles por las que transita, las barriadas en las que ha decidido vivir en la certeza de que salir al mundo no tiene sentido hasta que no has agotado tu propio mundo—, imagino que estamos ante un hombre que haría suya la afirmación de Pessoa: «El único sentido oculto de las cosas es que no tienen sentido oculto alguno».

Ante la gran obra de este fotógrafo que ha pasado por la tierra con el extremo sentido  de la timidez que provoca una melancolía que quizá esté relacionada con la falta de luz de los territorios nórdicos, es inevitable pensar en la franqueza del gran maestro sueco Christer Strömholm, de quien Smoliansky recibió las primeras lecciones.

El estilo de Strömholm —blanco y negro de gran saturación y acercamientos no convencionales— y el radicalismo que  aplicaba en el cumplimiento de los tres principios que regían su fotografía: «luz natural», sin la agresividad invasiva de focos o flashes; «momento adecuado», basado en la espera paciente, y «responsabilidad personal», que limitaba cualquier tipo de propensión hacia el amarillismo o lo morboso, hicieron que en Suecia naciera una corriente fotográfica propia, marcada por una tibia tristeza no desprovista de angustia pero sí atenuada por la dulzura del estilo.

Entre los nombres destacados del estilo sueco están los bien conocidos Anders Petersen (1944), Kenneth Gustavsson (1946-2009) y Tuija Lindström (1950). En el centro de esa movimiento de extrema pureza encontramos al menos publicitado Smoliansky, autor de largo recorrido  y dueño de una obra que busca la reacción, la elocuencia. Gana en grandeza si pensamos que ha ejercido durante las peores décadas de los dictados postmodernos de la imagen predeterminada, pensada y razonada antes que sentida.

Acercarse a la completa web de Smoliansky, que presenta al visitante las fotos ordenadas en orden cronológico, culmina en la sorpresa de contemplar, como si de un movimiento de stop motion se tratara, una senda hacia lo esencial, la pureza, la sacudida de todo accesorio.

Pero no se trata de un camino hacia el minimalismo a la moda. Al contrario, en las imágenes más recientes —dejo unos cuantos ejemplos tras esta entrada— se revela, para volver a Pessoa, que «ser hombre es saber que no se comprende».

Las fotos de Smoliansky, el melancólico sueco que ha paseado su mirada por cada rincón de un par de barrios durante medio siglo, caminan hacia la verdad metafísica de que no existen los misterios porque el único misterio nace de la impaciencia.

Jose Ángel González

Las canciones fúnebres de la etíope-finlandesa Mirel Wagner


Mirel Wagner canta aunque no es lícito aplicar el verbo en su acepción más plácida: la voz tiene un quejido arrastrado, la monotonía del hambre diaria o el pisar de los milicianos que siembran de muerte el sotobosque y las aldeas. Esto dice: Mi bebé tiene la cara hinchada / Grandes labios rígidos / Ojos como los pozos negros /En los que yo también he estado / Su pelo largo / Todavíe huele a  barro / Y responde a mi beso / Con una lengua podrida.

Luego llega el estribillo y es un machete oxidado por el uso y el contacto con la sangre, bien afilado para la efectiva mutilación: Ninguna muerte / Nos separará.

Otra vez: El pozo está seco / Cántame una canción / El viento está furioso, los pájaros no vuelan / Nada para comer, ningún lugara para esconderse .

El estribillo hunde la cuchilla: No puedes comer la basura aunque quieras / No puedes comer la basura aunque quieras / No puedes oler la baura aunque quieras / Porque estás en la basura, eres la basura.

Despedazada a los 23 años, Wagner acaba de editar su segundo álbum, When the Cellar Children See the Light of Day. Es fuerte en el sentido fúnebre pero frágil como un misal infantil; tenebroso como el lamento de una mujer encerrada desde niña en un sótano —la canción central habla de esos casos frecuentes de monstruos, eso decimos mientras devoramos las crónicas mediáticas menos piadosas, que secuestran a los suyos y los encierran durante años en el subsuelo— y también inconcebible como el sindrome de Estocolmo de esa misma niña encerrada, incapaz de entender el libre albedrío tras ser liberada o escapar del carcelero.

Mirel Wagner (Cortesía Sub Pop)

Mirel Wagner (Cortesía Sub Pop)

Nacida en Etiopía y, desde el año y medio de edad, criada como hija adoptada por una familia finlandesa en al área metropolitana de Helsinki, Wagner compone y canta desde los 16 años. Ha editado un par de discos —el debut es de 2012, fue publicado con escasa promoción por una discográfica independiente y dejó boquiabiertos a otros músicos y a los críticos, que desgastaron el adjetivo sombrío y mencionaron como referencias rápidas a Leonard Cohen, Nick Drake y Nick Cave—. Es casi natural enlazar ambas obras con el tenebrismo de las murder ballads, el género nacido en el siglo XVII y equivalente en música folk a la crónica roja del periodismo.

Aunque en los temas de Wagner hay sangre, muerte, suicidios y féretros, la prometedora artista parece haber impuesto un veto a que se le pregunte por sus raíces etíopes. En ninguna de las entrevistas que he encontrado [ésta quizá sea la más incisiva] hay rastro de la condición de niña huérfana de una de las zonas del mundo más castigadas por la injusticia y la ferocidad abominable de las guerras civiles larvadas y eternas, un terreno donde las murder ballads podrían ser el himno nacional.

Resulta aún más extraño que no mencione la extraordinaria riqueza de la música etíope, quizá la más variada del vergel melódico africano —la serie etnográfica y recopilatoria de casi treinta álbumes Ethiopiques es de escucha obligada— y la única donde las tradiciones ancestrales tribales han maridado con naturalidad con las canciones religiosas musulmanas y cristianas. Estoy casi seguro de que la cantautora ha indagado en la historia folklórica de su tierra natal: las escalas pentatónicas, el uso de un estrecho rango tonal como memento mori musical, la vocalización adormecida, el storytellling como base de partida para cada composición…

Mirel Wagner (Cortesía Sub Pop)

Mirel Wagner (Cortesía Sub Pop)

Con una producción casi esquelética —mi opinión es que el eco en la voz, aunque sobrio, resulta un adorno innecesario— firmada por Vladislav Delay (uno de los heterónimos del músico electrónico Sasu Ripatti) y alguna pincelada instrumental ajena a la guitarra acústica de Wagner, When the Cellar Children See the Light of Day es uno de los grandes discos en lo que va de año.

La joven cantautora rechaza ser calificada de tenebrosa por su tenacidad en circundar la muerte: «Lo que de verdad es tenebroso es la música que se convierte en un producto, la música que suena en la radio… Eso es mucho más tenebroso que una canción melancólica«.

Es la suya, en todo caso, una melancolía lúgubre —en Oak Tree canta desde la voz de un recién nacido no deseado y enterrado en vida por su madre (una señora me ha dejado aquí / me pidió con voz temblorosa que me durmiese)—, que empapó al disco desde su gestación: Wagner compuso y preparó el repertorio en una cabaña en el bosque sin luz ni agua, con la única compañía de un ratón silvestre en busca de refugio…

Lo mejor que se puede decir de estre disco desolador y hermoso es que goza del don de situarse fuera de los calendarios. Que haya sido editado en 2014 es una mera nota circunstancial. Podría pertenecer a cualquier época pasada o futura. Las sombras del luto no tienen edad.

Ánxel Grove