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Dos inventores que creyeron en un tren impulsado por el viento

Aerodromic System of Transportation (1894)

«La velocidad es el problema actual y futuro del ferrocarril. La presión por conseguir mayor movimiento de pasajeros y mercancía se ha vuelto intensa». Los estadounidenses George Nation Chase y Henry William Kirchner, en los últimos años del siglo XIX, apostaban por una drástica reforma técnica de los trenes.

En plena expansión de los EE UU, la comunicación era la clave de la vida moderna y los inventores sentían la urgencia de mejorar el transporte. Estaban convencidos que de no efectuarse el avance, se corría el riesgo de sufrir «una vuelta a los años oscuros».

Chase y Kirchner buscaban un sistema que permitiera la evolución del ferrocarril, que lo hiciera más eficiente, rentable y seguro. No era descabellado pensar en el viento como elemento impulsor: los primeros medios de transporte en recorrer largas distancias —inventados por los egipcios hace por lo menos 5.000 años— fueron las embarcaciones de vela. Además, los experimentos previos a la creación de los dirigibles se sucedían a finales del siglo XIX con la notable mejora de los planeadores.

'The Coming Railroad'

En 1894 publicaron The Coming Railroad (El próximo ferrocarril), un libro en el que explicaban todos los pormenores de su ambicioso proyecto. The Chase-Kirchner aerodromic system of transportation (El sistema de transporte aerodrómico Chase-Kirchner) iba a ser «una máquina capaz, con el aire, de ir a gran velocidad, guiada por una vía con absoluta seguridad».

Sobre el tren descansaría una estructura de «aeroplanos», «superpuestos directamente uno sobre otro a una distancia ligeramente inferior a su ancho». «El area de estas superficies variará dependiendo de la carga, de 2.000 a 4.000 pies cuadrados» (de casi 186 a 371 metros cuadrados). La estructura convertiría el aire en impulso y, con un motor eléctrico añadido, lograría una velocidad superior a la que podían llegar las locomotoras de vapor.

Las ilustraciones de la máquina tienen en el presente un aspecto fantástico y retrofuturista, los finales puntiagudos evocan a una embarcación y las tablas aeronáuticas parecen extraidas de los primeros aviones del siglo XIX.

Nunca se construyó, ni siquiera llegó a la fase experimental. Aunque en algunas consideraciones aerodinámicas no andaban desencaminados, parece ser que nadie se aventuró a financiar el sistema, pero no hay demasiados datos de los fallos y carencias que descartaron por completo su realización.

Helena Celdrán

Chase and Kirchner Aerodromic Railroad - Section

The Coming Railroad

Aerodromic System of Transportation

The Coming Railroad

El italiano de 83 años que fabrica barcos alados


A los 83 años sigue cultivando la ilusión de ver volar a las frágiles y hermosas naves que invaden su despacho. Pesan entre 20 y 50 gramos, están hechas con finas piezas de madera de balsa (la más ligera que se conoce) y papel ultrafino y efectúan un elegante vuelo con gomas elásticas especialmente encargadas a Japón.

Luigi Prina (Milán, 1930), arquitecto desde hace 56 años, siempre fue un apasionado de la literatura y de la aeronáutica. En una entrevista cuenta que cuando tenía 16 años ganó un premio nacional de aeromodelismo y que cuando fue a recoger el trofeo le preguntaron por qué no había ido su padre a buscarlo, pensando que la refinada obra era producto del esfuerzo de un adulto. Cuando contestó que él era el ganador, los organizadores se sintieron molestos por haber premiado a un adolescente.

Luigi Prina - © 2013 Gianluca Giannone

Luigi Prina – © 2013 Gianluca Giannone

Sus embarcaciones voladoras tienen un halo de invento renacentista y la mayoría están relacionadas con un mito o una imagen literaria. Prina se ha inspirado en Argo —la nave de Jasón y los Argonautas—, la nave con la que Ulises consigue llegar a Ítaca, la embarcación en la que el héroe troyano Eneas efectúa sus largos viajes, los experimentos aeronáuticos iniciados por Leonardo da Vinci, la siniestra leyenda del holandés errante…

No fue hasta hace 20 años cuando fabricó su primer barco alado. De galeones a veleros y barquichuelas de pescadores, desde entonces ha hecho 200. La inspiración le llegó en una de sus conversaciones con el pintor y poeta veneciano Eugenio Tomiolo (1911-2003), aficionado a la construcción de pequeñas embarcaciones.

Prina apostó con él a que conseguiría hacer volar las réplicas y creó un primer modelo. El vuelo inaugural fue en el estudio de Tomiolo, que había pintado un cielo azul con nubes en el techo. «Cuando lo vi algunos años después, lo primero que me dijo fue ‘¿Sabes que esas nubes se movían?’, dice en una corta pero hermosa entrevista en vídeo grabada por el fotógrafo italiano Gianluca Giannone para la página web Blinking City.

Helena Celdrán