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Prostitutas yonquis rusas vestidas como divas

Contratar a una prostituta en cualquier ciudad de Rusia cuesta 300 rublos (5 euros), un poco más que el precio de un sandwich y un refresco.

Un gramo de metanfetamina sale por 54 euros; uno de heroína por 90; uno de cocaína por 139.

Una joven de entre 18 y 20 años puede ser comprada como trabajadora sexual a tiempo completo y esclavizada mediate el pago único de 2.000 euros, más o menos lo que te costaría un vestido de la gama más baja que ofrecen en el lujoso Crocus City Mall de la Moscú más refinada («elevamos el shopping a una forma de arte», dicen en la publicidad), donde sólo entras si hueles a tinta fresca de billetes.

Rusia, porque seguimos hablando de Rusia, es el tercer país del mundo con más milmillonarios, 111 —Forbes les pone foto y calcula saldo—. El país sólo es superado en el ranking de los patriarcas de los bolsillos calientes por los EE UU (492) y China (152).

Uno de cada tres ciudadanos de Rusia no tiene acceso a ningún tipo de asistencia médico sanitaria. Si eres de esa casta ni siquiera puedes entrar a un hospital por la puerta de urgencias.

En Moscú hay 100.000 burdeles, seis veces más que en Nueva York.

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

Las mujeres de las fotos y las que aparecen en el vídeo que abre la entrada fueron filmadas y retratadas para Downtown Divas, un proyecto de los artistas Loral Amir and Gigi Ben Artzi.

Los adjetivos espeluznante y turbador quizá sean lícitos, pero no abarcan el estremecimiento.

Las prostitutas, todas yonquis —no es difícil percibirlo: los cardenales de la vía de entrada de las agujas no han sido retocados—, viven y ejercen el comercio sexual en una «pequeña ciudad de Rusia» que los artistas mantienen en el anonimato para preservar la identidad y evitar la localización de las divas.

Para el corto —rodado en película analógica de 16 milímetros— y las sesiones de fotos, han vestido a las modelos con ropa y complementos de marcas de primera fila: Miu Miu, Louis Vuitton, Alexander Wang

Las yonquis son Cenicientas durante el baile previo a las doce campanadas que las llamarán de regreso a la realidad y a la mancillada piel de siempre.

Alegorías de carne maltratada y ausencia de futuro.

Símbolos de la Rusia no milmillonaria.

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

© Loral Amir and Gigi Ben Artzi

Loral Amir y Gigi Ben Artzi dan este razonamiento para Downtown Divas en una entrevista en Bullet Media:

Lo que nos atrajo del proyecto es la posición extraterritorial de estas mujeres como parte de un grupo que existe fuera de la sociedad pero es un producto fabricado por la misma sociedad (…) Hemos querido integrar a estas mujeres a la sociedad y hacer caso omiso de la etiqueta de ‘drogadictas’ que les aplican.

Hay, por supuesto, una premeditada referencia a la moda de las heroin chic de las top model de mediados de los años noventa, con Kate Moss a la cabeza como símbolo de adoración universal: aquellas chicas andrónginas, de piel extrablanca, delgadez acentuada y ojeras.

La heroína chic es un espejismo de los editoriales de moda, pero cuando te enfrenas a adictos reales que tienen las mismas características que las modelos chic (…) el contraste es absolutamente asombroso. En ningún un momento tuvimos el deseo de ensalzar las drogas, sólo quisimos mostrar la realidad.

En Rusia, según cálculos no oficiales —la prostitución es ilegal en el país, aunque la Policía saca tajada por mirar hacia otro lado— hay entre 1,5 y  2 millones de mujeres que se dedican o son obligadas a prostituirse.

Tres de cada cien son menores edad. Un porcentaje indeterminado de las prostitutas, según los observadores y analistas, muy alto, está formado por yonquis engachadas a drogas, sobre todo metanfetamina y otros productos caseros de ínfima pureza.

Ánxel Grove

¿Vestidos hechos con pegamento?

Con tres percheros, un globo de goma alargado, un compresor de aire, pegamento y prendas de diferentes tallas la holandesa Laura Lynn Jansen y el francés Thomas Vailly han inventado un heterodoxo método de crear ropa de diseño. Los diseñadores definen Inner Fashion (Moda interior) como un «proceso de producción low-tech«, un método sencillo y transparente en el que están presente «todos los pasos del círculo de la moda» desde la idea inicial hasta la venta pasando por la manufacturación.

Inner FashionDesarrollaron su idea en C-fabriek, un taller de diseño de moda situado en una antigua fábrica de Eindhoven (Holanda). Las instalaciones sirven como lugar de trabajo a varios autores jóvenes que quieren «reclamar el control sobre sus creaciones»: las amplias instalaciones les han permitido disponer de las máquinas y herramientas necesarias para encargarse de todo el proceso de elaboración ellos mismos y alejarse del estereotipo esnob del diseñador de moda al uso. «C-Fabriek es un estudio/lugar de trabajo/museo/galería/tienda. Un lugar donde los diseñadores trabajan y crean, pero también presentan sus procesos y métodos al público», escriben en su página web.

En el proyecto de Jansen y Vailly cada prenda está hecha a partir de dos capas de tela, una interior —de la talla XS y de elastano— que se ajusta al cuerpo y otra exterior (de viscosa o seda) suelta de la talla XXL. El procedimiento consiste en vestir al globo de goma alargado (del tamaño aproximado del cuerpo) con las dos capas. Cuando se hincha, las telas se estiran.

«Donde en el bordado se usa aguja e hilo, Inner Fashion usa pegamento para acelerar el proceso», dicen sus creadores. En el vídeo de demostración se ve cómo las gotas aplicadas sobre el tejido forman hileras de puntos sin aparente significado, pero todo cambia cuando el globo se deshincha y la superficie se contrae. El pegamento forma entonces los fruncidos del vestido, que la misma autora de la prenda se prueba y admira frente al espejo.

Reconocen que buena parte de su inspiración se debió al vertido accidental de pegamento sobre una prenda y quedaron prendados del potencial del material. Aunque «odian» la comida rápida, se refieren al proyecto como un método para fabricar «moda rápida» y destacan la drástica reducción de tiempo que implica. «La forma tradicional de hacer un plisado lleva hasta 12 horas de trabajo y a nosotros nos bastan unos cuantos puntos de pegamento». El tiempo total para crear uno de estos vestidos va de los 15 a los 30 minutos.

Helena Celdrán

Uno de los vestidos de 'Inner Fashion' - © Jansen and Vailly

Uno de los vestidos de ‘Inner Fashion’ – © Jansen and Vailly

'Inner fashion' - Jansen and Vailly

Inner fashion - Jansen and vailly - setup Casina Cuccagna - Milan