Anoche, el Benfica, uno de los grandes del fútbol europeo, se clasificó para la final de la UEFA Europa League, que disputará ante el Chelsea. Además de ganar un título, el Benfica se enfrenta a una de las más famosas maldiciones de la historia del fútbol mundial. Su causante es el protagonista de hoy: Béla Guttmann.
Béla Guttmann nació en Budapest, Imperio Austro-Húngaro, el 27 de enero de 1899. Era hijo de Abraham y Eszter Guttmann, una pareja de bailarines judíos. De hecho, el joven Béla recibió formación de danza y a los 16 años ya tenía el título de profesor de danza clásica. Pero él se decantó por ese nuevo deporte inglés que estaba arrasando por el Imperio: el fútbol.
Con apenas 20 años, empezó a jugar en el MTK de Budapest, que tradicionalmente se ha considerado el equipo de los judíos húngaros. Guttmann, que era centrocampista, fue fundamental en la consecución de dos títulos consecutivos de Liga que logró el MTK. Pero las cosas se pusieron feas en Hungría para los de su etnia y en 1922 se fue a la vecina Austria para jugar en el Hakoah de Viena, equipo que era una especie de club de los hebreos del mundo.
Tras ganar una liga austríaca en 1925, el equipo realizó una gira por Estados Unidos en 1926 y muchos de los jugadores se quedaron en América a vivir. Es el caso de Guttmann, que jugó en equipos neoyorquinos como el Brooklyn Wanderers, el NY Giants, en NY Hakoah (fundado por los ex del Hakoah de Viena), en NY Soccer Club y el Hakoah All Stars. Su vida en Estados Unidos fue azarosa, ya que además del fútbol, Guttmann regentó un speakeasy (en la época de la prohibición, un local de producción y venta de bebidas alcohólicas) y se arruinó totalmente en el Crack del 29.
Sus últimos partidos como jugador los disputó en el Hakoah de Viena (foto), al que regresó, para poco después hacerse cargo del equipo como entrenador, colgando las botas. Entrenó a su equipo durante dos años y pasó otros dos como técnico del FC Enschede holandés, para regresar a Hungría en 1938 y hacerse cargo de otro histórico equipo aquincense: el Ujpest FC. Pero ¡ay, amigos!, como bien sabéis, en 1939 estalló la II Guerra Mundial y ser judío en el centro de Europa era algo realmente difícil.
La biografía de Béla Guttmann tiene un agujero entre 1939 y 1945. Nunca se supo realmente qué fue de su paradero durante los años de la guerra. Sí se sabe que un hermano suyo falleció en un campo de concentración nazi. Guttmann nunca contó qué hizo. Se dice que estuvo en Suiza, en París o incluso en Brasil. Otros aseguran que estuvo en un campo de exterminio pero que sobrevivió. Cuando le preguntaban por esos años, Guttmann sólo respondía: «Dios me ayudó».
Sea como fuere, acabada la guerra, regresó a Hungría y se hizo cargo del Vasas de Budapest. En 1946 se mudó a la vecina Rumanía para entrenar al Ciocarul (antes conocido como Maccabi de Bucarest) y al año siguiente regresó al Ujpest. También tuvo ocasión de entrenar a otro de los cuatro grandes húngaros, el Honvéd (sólo le faltó el Ferencvaros, casualmente, el equipo tradicionalmente nacionalista y de derechas de la capital húngara).
En 1949 emigró a Italia, cuyo fútbol intentaba renacer. Entrenó al Padova y a la Triestina, una temporada cada uno. Luego tuvo una experiencia como entrenador en Argentina, donde fue técnico del Quilmes. Estuvo a punto de entrenar a Boca, pero no se puso de acuerdo con la directiva del equipo xeineze. Así que volvió a Europa para entrenar durante dos meses al APOEL de Nicosia chipriota y luego a Italia para hacerse cargo del Milan, un equipo que ya contaba con estrellas como Schiaffino, Nordhal o Liedholm. En su segunda temporada en el Milan, teniendo al equipo líder, fue inexplicablemente despedido. En la rueda de prensa posterior dijo: «He sido despedido aun cuando ni soy un criminal ni un homosexual. Adiós». Desde ese día, todos sus contratos llevaban una cláusula que impedía despedirle si iba líder de la Liga. Al año siguiente entrenó al Vicenza y regresó de nuevo a Hungría. Como curiosidad, os diré que antes de regresar a su país, firmó un principio de acuerdo con el Atlético de Madrid, que finalmente no se materializó. Fue lo más cerca que estuvo de entrenar en España.
Era 1956 y se hizo cargo del Honvéd, que contaba con la mejor generación de futbolistas húngaros de la historia: Puskás, Czibor, Grosics, Kocsis, Budai, Bozsik o Lóránt… En una gira de este equipazo por Brasil, Guttmann decidió quedarse en el país suramericano y se hizo cargo del Sao Paulo. Se dice que fue quien llevó a Brasil el 4-2-4, disposición en el campo que copiaría la selección brasileña que ganó el Mundial del 58.
Ese año, precisamente, llegó a Portugal, donde se consagró como entrenador. Llegó al Oporto e hizo a Os Dragoes campeones de Liga. Y el Benfica se lo llevó la temporada siguiente. Y con él la gloria. Parte de ese éxito radicó también en la presencia en el equipo lisboeta de Eusébio. La leyenda dice que Guttmann, estando en el barbero, oyó hablar de un chico de Mozambique que era muy bueno y que estaba a punto de fichar por el Sporting de Lisboa. Guttmann indagó y se llevó a Eusébio a su equipo antes que el rival. Su paso por el Benfica fue revolucionario. Echó a 20 jugadores y contrató a otros tantos jóvenes. Llevó a As Águias a ganar dos Copas de Europa consecutivas (1961 y 1962), ante Barcelona y Real Madrid.
Justo después de ganar su segunda Copa de Europa, Guttmann se reunió con la directiva benfiquista para pedir un aumento de sueldo, que le fue denegado. Esta tensión provocó su marcha del Benfica, que fue acompañada de una legendaria maldición: «Ni en cien años volverá el Benfica a ganar una Copa de Europa«. El Benfica jugó cinco finales después (1963, 1965, 1968, 1988 y 1990) y las perdió todas… Además, perdió la de la UEFA en el 83.
A partir de ahí, Guttmann vivió cortas experiencias como técnico: Peñarol de Montevideo, Selección Austríaca, Benfica (de nuevo), Servette (Suiza), Panathinaikos, Austria Viena y Oporto. En 1973 dejó el fútbol de manera definitiva y en agosto de 1981, a los 82 años de edad, falleció en Viena, en cuyo cementerio judío reposa para siempre.
Os diré que en 1990, la final de la Copa de Europa se disputaba en el Prater de Viena, y enfrentaba al Milan y al Benfica. Eusébio, otrora estrella del Benfica de Guttmann, se acercó al cementerio judío de la capital austríaca para implorar, ante la tumba del que fuera su entrenador, que la maldición acabase. Pero ni los rezos de la Perla Negra fueron suficientes para romper un hechizo al que, si Guttmann estaba en lo cierto, le quedan todavía 50 años.
Así pues, el Benfica tendrá, 23 años después, una nueva oportunidad de romper la maldición de Guttmann. La cita, ya sabéis, en Amsterdam el próximo día 15. Promete ser apasionante.
Os dejo un resumen de la última vez que el Benfica logró un título europeo. Era 1962:
Pasad un buen fin de semana.