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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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No es un travelo ¡Es una mujer!

El pasado 30 de noviembre el Congreso de los Diputados aprobó la toma en consideración de una proposición de ley del PSOE para que los menores transexuales puedan cambiar su nombre y sexo en el registro civil sin tener que presentar informes médicos. El resultado de la votación fue una goleada de 203 votos a favor y 130 en contra. Adivinen quién votó en contra. Pues sí, han acertado, el Partido Popular y algún otro diputado suelto. Es un paso limitado pero importante para sentar las bases que acaben con situaciones como las que han vivido en este santo país las personas que llevan siglos cosechando desprecios, humillaciones, torturas, personas a las que condenó al nacer su condición de “travelo”, de “tío con tetas y polla”, como les llaman quienes con infinita ignorancia les maltratan.

Cuando esa proposición se convierta en Ley efectiva, tal vez deje de haber denuncias como la de Claudia García Díaz, de 20 años de edad, contra el Servicio de Salud del Principado de Asturias (SESPA) por haber sido objeto de «trato vejatorio, sexista y humillante» por parte de la Unidad de Tratamiento de Identidad de Género, donde se queja de que se le preguntara por cosas como la profundidad de su vagina o sus posiciones sexuales favoritas. Denuncia probablemente similar a otras que se presentan en toda España contra las Unidades de Tratamiento de Identidad de Género, que son las encargadas de la evaluación psiquiátrica de las personas transexuales.

Daniela Vega en Una mujer fantástica. BTEAM PICTURES

El drama de estas personas no es, claro está, un problema que se limite a España. Según una encuesta de la American Foundation for Suicide Prevention y  el Instituto Williams con la Universidad de UCLA, Estados Unidos, más del 80 % de las mujeres transexuales fueron víctimas de delitos de odio y en 2016 más del 40 % intentaron quitarse la vida. Los hombres transexuales incluso superan esas cifras.

He contemplado estos datos para tener una contextualización de urgencia de la película Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio, flamante ganadora de los galardones a la Mejor Dirección, Mejor Película y Mejor Actriz para Daniela Vega en los Premios Fénix de Cine Iberoamericano celebrados el pasado miércoles 6 en México.

El director chileno argentino Sebastián Lelio despliega una sensibilidad exquisita en el retrato de su protagonista, Marina, esa mujer transgénero que Daniela Vega encarna con su cuerpo, con su voz y con toda su alma. No menos delicado y cuidadoso con el detalle en los pliegues más íntimos de la personalidad de su criatura había demostrado en Gloria, su cuarta película y todo un descubrimiento en el Festival de Berlín, donde triunfó su actriz, Paulina García y recibió  de propina dos premios más. Dos mujeres fuertes y luchadoras, contra los prejuicios, contra las injusticias, contra el propio yo cuando se siente desfallecer ante la inmensa crueldad del enemigo. Y dos actrices cuyo trabajo es imposible de olvidar al encenderse las luces de la sala, de ahí que sean reconocidos en los certámenes y festivales.

Gloria era una mujer de 60 años cumplidos que no se resignaba a dejar de disfrutar de la vida, del sexo, del amor y de lo que diablos le apeteciera. Marina es una mujer de apariencia no homologada para los obtusos de mente, para los y las machistas que la tratan como una perversión del orden de las cosas, para los meapilas católicos que rezan en la iglesia y se ciscan en el sentido humanista de su religión; y Marina no está dispuesta a dejarse doblegar ni con buenas palabras, ni bajo amenazas, ni bajo extorsión policial, ni siquiera cuando es maltratada físicamente. Debajo del rostro desfigurado no saben los bárbaros agresores la fuerza que Marina esconde, el coraje de un ser orgulloso y noble, imbuido de una misión: sobreponerse a la desgracia y mirar hacia adelante… la vida sigue. No teman los espectadores ningún atisbo de sordidez en la historia de esta mujer.

Daniela Vega en Una mujer fantásticaBTEAM PICTURES

Sebastián Lelio tenía ante los pies el abismo en el que suelen precipitarse las mejores intenciones cuando se trata de abordar dramas como el de esta mujer fantástica. Abordarlo con realismo, con la dureza que el tema exige porque es imposible evitarla, y a la vez con una mirada no paternalista ni complaciente no era una tarea fácil. Lelio se aproxima al precipicio con prudencia en algunas secuencias, pertrechado con un estilo seco y policial al principio y después entregando los trastos al carisma de su personaje, que oscila entre el drama vindicativo, su exigencia del derecho a rendir un último homenaje a un ser amado contra el desafío de su ex mujer y del resto de la familia, y momentos de surrealismo y poética ensoñación. En su manual tiene un papel preponderante el uso impresionista y ecléctico de la música que alterna sin complejos una banda sonora incidental con canciones y con temas del repertorio clásico; la música de alas para elevarse por encima de la miseria moral de la sociedad. Gloria también cantaba para sobrevolar la grisura y mediocridad, sin importar el cariz de las canciones

Daniel Vega en Una mujer fantástica. BETEAM PICTURES

Con pausa, sin prisas, la cámara siempre pendiente de esa extraña belleza que irradia la dignidad de Marina, acompañándola en su dolor, en su valentía y en su empeño por hacer lo que debe hacer, se pongan como se pongan quienes se opongan a ella. Marina es un gran personaje, como lo era Gloria. Daniela Vega es una gran actriz, como lo es Paulina García. Ambas se han encontrado con el papel de sus vidas gracias a Sebastián Lelio. No se puede decir más ni mejor a favor de la tolerancia, de la comprensión, del respeto a la diversidad y de la admiración hacia las mujeres que no se rinden, como lo ha hecho Lelio en Gloria y en Una mujer fantástica. Para esos cineclubs, vestigios y rescoldos de una forma de disfrutar del cine que aún resisten vivos en algunos lugares, he ahí un magnífico programa doble.

Ante tal provocación…

Mientras trato de concentrarme en la escritura de este post, allá fuera Puigdemont y sus mariachis se empeñan en distraerme con su comedia de enredo secesionista, que si entro, que si salgo, que proclamo, que no proclamo, remedando a Bartleby y su preferiría no hacerlo, aunque nunca sabremos qué es lo que preferiría no hacer. Si no fuera por la dificultad de encontrar árbitro y terreno de juego imparciales aceptables para ambos equipos, yo propondría que lo dirimieran sobre el césped dos selecciones nacionales de diputados nacionalistas, de un lado los que se envuelven en la señera y del otro los del club de amigos del aguilucho, o de la corona, que viene a ser más o menos lo mismo, pero en versión postfranquista. En caso de empate, podrían dirimirlo al futbolín, que sale más barato y si no consiguen ponerse de acuerdo en las reglas, se suspende la competición hasta la temporada que viene. Y descansamos un poquito.

Una imagen de Futbolín, de Juan José Campanella. Universal Pictures

Tengo para mí que una de las causas de que no se encuentren soluciones políticas a asuntos de clara naturaleza política es la deficiente calidad moral de la clase política gobernante, educada por sus padres y abuelos en la intransigencia, un virus que llevan en los genes y se transmite de generación en generación. La intransigencia es un material químico, si se me permite la expresión, refractario al sentido del humor. ¡Cuánto sentido del humor les falta a don Mariano y sus gurtelitos y al citado President y sus hooligans del Process!

A pesar de que en España, la guasa y el cachondeo tienen más solera que la sangría y nos han dejado para la posteridad las más sublimes obras de literatura y cine, desde El Quijote hasta Bienvenido Mister Marshall, en cuanto que a alguien le da por mear un poquito fuera del tiesto enseguida salen voces dispuestas a crujirlo y a pedir su excomunión. ¡La excomunión! ¡Ja! ¡Qué más quisiera José Luis García Sánchez que lo excomulgaran!

Viene esto a cuento de la meadita que el citado director se ha marcado en la SEMINCI de Valladolid que se clausura mañana después de recibir, emocionado él, rodeado de buenos amigos, la Espiga de Honor de la 62 edición. Vergonzoso, impresentable, lamentable, maleducado, fueron algunas de las perlas con que algunos le obsequiaron, desagradecidos, en correspondencia por el consejo que el cineasta les había regalado: “¡Vayan más al cine y menos a las procesiones!”.

José Luis García Sánchez con su Espiga de Oro recibe un beso de Ana Belén en la Seminci. EFE

Jajaja. No me dirán que no tiene gracia teniendo en cuenta que la hoy denominada Semana Internacional de Cine de Valladolid en sus orígenes tuvo por nombre un enunciado a tono con la España clerical de los años 50. En un estilo preconciliar que aún hoy cuenta con muchos adeptos (acuérdense del ministro Jorge Fernández Díaz, el Ministro del Interior que condecoró con la Medalla de Oro al Mérito Policial a la Virgen María Santísima del Amor y además decía tener a su lado a un ángel de la guarda llamado Marcelo que le ayudaba a aparcar) los asistentes a este piadoso festival eran recibidos con textos de este calado en 1960: “La V Semana Internacional de Cine Religioso y de Valores Humanos os da la bienvenida. Habéis llegado a ella —estáis llegando aún— impulsados por un afán noble de estudio y de superación espiritual, humana, queriendo buscar en ella precisamente lo que ella quiere daros: una dimensión trascendente de la sociedad, del hombre, del bien y de Dios a través del cine.”

Cartel de la 1ª Semana Internacional de Cine Religioso y de Valores Humanos

Hoy ya no se estila dedicar palabras tan hermosas y relamidas a los cineastas. Y menos aún a malpensantes como García Sánchez que se jactaba en Pucela de que la SEMINCI “es de los pocos sitios donde los del cine hemos ganado a los curas”, como prólogo a la bonita declaración que les he relatado. ¿Pues qué querían? Este hombre ha sido muy coherente con la obra por la que recibía el homenaje y no podía defraudar a quienes así le reconocían sus méritos. Pero muchos francotiradores de colmillo retorcido, siempre ojo avizor a la caza del rojo, apostados en Twitter, no han dudado en sentirse ultrajados y pedir que le colocaran como pararrayos del “Buen Mozo”, que es como se conoce popularmente a la figura del Sagrado Corazón de Jesús encaramado en la torre de la Catedral. ¡Que le quiten la Espiga! Claman presos de un insólito afán recolector. Menos mal que el actual alcalde, el socialista Óscar Puente, con varios dedos de frente más que el pepero Javier León de la Riva, ha afeado las palabras de García Sánchez discretamente, con la boca pequeña, pero se ha declarado incompetente en esa materia. No quiero ni imaginar lo que hubiera dicho su predecesor, muy capaz de retarle en duelo al amanecer con puñal en mitad de la Plaza Mayor.

El «Buen Mozo» sobre la catedral de Valladolid

Qué poco toleran los meapilas el anticlericalismo educado y alborotador. Si don Luis Buñuel visitara hoy el festival sacarían los cirios en procesión para rogar al cielo que le enviara las siete plagas. Menudas las gastaba el de Calanda. En sus memorias redactadas por Jean-Claude Carrière, Mi último suspiro, una joyita de la que ya he hablado aquí, recordaba con regocijo de cuando niño unos dibujos de “una revista anarquista y ferozmente anticlerical” que mostraban “dos curas gordos sentados en una carreta y Cristo enganchado a las varas, sudando y jadeando”. Y citaba como excelente ejercicio de provocación la descripción que dicha revista hacía de una manifestación celebrada en Madrid durante la cual unos obreros atacaron con saña a unos sacerdotes: “Ayer por la tarde, un grupo de obreros subían tranquilamente por la calle de la Montera cuando por la acera contraria vieron bajar a dos sacerdotes. Ante tal provocación…”. No me negarán que, comparado con estas muestras de belicosidad, García Sánchez parece un remilgado menchevique.

Mi viejo ejemplar de Mi último suspiro.

Con los genios nunca se sabe

Comienza mañana en Valladolid la Semana Internacional de Cine número 62, que conoció tiempos gloriosos en la época en que lo dirigió Fernando Lara. El propio festival reconoció la labor de quien lo dirigió entre 1984 y 2004 otorgándole una Espiga de Oro honorífica. Hoy la SEMINCI intenta levantar de nuevo el vuelo con Javier Angulo a los mandos de la nave, que tomó a partir de 2008, tras el trienio 2005-2007, del fallecido Juan Carlos Frugone. En tiempos de Lara yo asistí durante diez años a este festival y disfruté de una programación que tenía el privilegio de recoger la mejor cosecha de otros festivales (los de Cannes, Berlín, Venecia y San Sebastián son considerados de categoría A). Se le consideraba, por tanto un “Festival de Festivales”, expresión un tanto grandilocuente que cayó en desuso. Tras un paréntesis que duró otra década volví a Valladolid con curiosidad renovada, mucho interés y una punzada de nostalgia. Observé con satisfacción que la SEMINCI estaba en buenas manos y que el amor hacia el cine comprometido y serio, tanto que a veces resultaba plomizo, seguía siendo el santo y seña del certamen.

Uno de los cineastas característicos del encuentro pucelano era el suizo Alain Tanner, hoy ya retirado con una edad avanzada. En 1991 Tanner presentaba su película El hombre que perdió su sombra, coproducción hispano-franco-suiza con el inigualable Paco Rabal que alternaba español y francés con su voz y acento peculiares. Rodada en Almería, en los parajes inundados de sol y el azul de Cabo de Gata, Rabal encarnaba a un viejo comunista regresado del exilio en Francia. Por allí andaban también Ángela Molina y Valeria Bruni-Tedeschi.

Paco Rabal, Valeria Bruni-Tedeschi y Dominic Gould en El hombre que perdió su sombra

Rueda de prensa de presentación de la película. Salón del Hotel Meliá, hasta arriba de periodistas. Grande, inusual expectación. Paco Rabal, la mirada perdida al frente, se arranca y dice con su inigualable gracejo y campechanía: “¡cuánta gente hay en el mundo!”. Risas y roto el hielo de un plumazo. Estaba en forma, en su salsa y dispuesto a dar guerra. Alain Tanner expresa un pensamiento filosófico y de traducción no demasiado evidente. Paco Rabal no está contento con la intérprete, cuyo nombre no recuerdo, mis disculpas, y protesta: que si no ha dicho eso, que si la traducción no es correcta. Tras un nuevo intento, que si así no puede ser, la pobre chica no sabía dónde meterse. Silencio. Una corriente de aire helado sobrevoló por encima de las cabezas de todos los presentes. La jefa de prensa, Carmen Pascual, preguntó públicamente si me encontraba en la sala. Me había advertido de que algo así pudiera pasar y me requería para pedirme que echara una mano con la traducción. ¡Glup! Hoy no me atrevería a algo tan temerario como ejercer un oficio que uno no ha estudiado ni practicado. Pero en aquel momento era imposible negarse y me lancé al ruedo…

Paco Rabal junto a Alain Tanner y Gerardo Herrero en la SEMINCI. Luis Laforga

Pues sí, allí sentado al lado de un director que admiraba desde jovencito, desde que vi su magnífica Messidor (1979) en el país de los banqueros y los relojes de cuco, una road movie nihilista y juvenil impregnada del espíritu que uno percibe en todas las obras de Alain Tanner, y con un cierto canguelo por si el monstruo de Paco Rabal me devoraba como había hecho con la pobre traductora, me dediqué a interpretar las palabras del director suizo con tanta suerte que ya nada extraño interrumpió aquella singular rueda de prensa. Y Paco Rabal siguió mirando al frente sin hablar más que cuando le preguntaban a él.

La mayoría de ustedes saben quién fue, pero igual a algunos, los más jóvenes, su nombre les suene sólo a actor del siglo pasado. Pero que no se engañen: Paco Rabal es eterno, uno de nuestros más grandes genios delante de la cámara. Sólo por su Azarías en Los santos inocentes (1984), de Mario Camus, premiado en Cannes ex aequo con Alfredo Landa, ya merecería estar en el Olimpo. Pero qué decir de su torturado Goya en Burdeos para Carlos Saura (1999), de la serie de televisión Juncal (1989) o de sus pequeños trabajos para su “tío” Buñuel en Viridiana (1961) y Belle de Jour (1967) y sobre todo el gran padre Nazario de Nazarín (1959), por citar alguno de los más conocidos entre muchas, muchas decenas de personajes de todos los tamaños, colores y condición.

Paco Rabal y su milana bonita en Los santos inocentes

Paco Rabal era un tipo genial y verle y escucharle, patriarcal en aquella rueda de prensa, fue un lujo asiático. Pero con los genios, ya se sabe que nunca se sabe.

El embrujo de Ricardo Darín

Dice Ricardo Darín de sí mismo que es “un mentiroso que siempre dice la verdad”. Yo no le creo del todo la segunda parte de la oración porque soy testigo de algún pecadillo de súper estrella y alguna pequeña trola para taparlo; nada grave, cosas veniales que conviven en el mismo tipo que, cara a cara, es un encantador de serpientes, alguien a quien le prestarías mil euros sin dudarlo un sólo instante, un buen tipo, buena gente, simpático y dicharachero, amigo de sus amigos y honorable y respetado para sus adversarios. Un tipo guapo para los que gusten de los tipos guapos, un triunfador, un tipo con suerte y sobre todo, y esto sí que lo digo sin pizca de ironía, uno de los mejores actores del mundo. Si Ricardo Darín se expusiera en la carnicería de Hollywood no sería carne de primera A, sería carne de categoría Extra. Espero que me perdone el símil bovino.

En San Sebastián Ricardo Darín recibió el Premio Donostia a toda su carrera y con las emociones y las prisas se olvidó de citar a su mamá en la lista de agradecimientos, aunque luego, con reflejos juveniles, volvió al estrado para rectificar; este hombre es que es un brujo y le aprovechan hasta los errores para caer aún mejor al respetable.

Los nombres de Darín, y de Mónica Bellucci, que cité el viernes, están en una zona de seguridad, pero el de la directora belga Agnès Varda con sus ochenta y nueve años de edad nos recuerda que los responsables del festival ya hace mucho tiempo que se olvidaron de aquel mal fario que durante algunas ediciones convirtió este reconocimiento en la convocatoria al entierro –real, no metafórico- del premiado. A decir verdad, la cosa queda muy atrás: Bette Davis en 1989 sobrevivió una semana al honor. Anthony Perkins en 1991, apenas un año. Lana Turner, poco más o menos en 1994. Por aquella época las viejas glorias debían de estar temblando ante la posibilidad de que les llamaran desde Donosti: no gracias, son ustedes muy amables, pero no me gusta viajar tan lejos, que me resfrío con facilidad y lo paso muy mal; ofrézcanle el premio a algún buen mozo, como Al Pacino. Dicho y hecho, se lo dieron en 1996 cuando aún no rozaba los sesenta, y aquí sigue dando guerra todavía.

Darín presentaba película, además de dejarse agasajar, concretamente una en la que encarna a un presidente de la República Argentina con más pliegues que la piel de un paquidermo, un individuo taimado que oculta su verdadera personalidad detrás de una confortable apariencia. Se trata de La cordillera, coproducción de Argentina, Francia y España, dirigida por el bonaerense Santiago Mitre.

Santiago Mitre introdujo su cámara en la Universidad de Buenos Aires con gran desparpajo y capacidad analítica volcada sobre unas elecciones a consejo universitario que convertía en espejo de cualquier tipo de elección presidencial en El estudiante. Fue una excelente disección de los mecanismos psicológicos que gobiernan al arribista, experto en camuflar su verdadera naturaleza detrás de hermosos principios y altisonantes declaraciones de idealismo. Un justificado Premio a Mejor película en el Festival de Gijón de 2013.

En El estudiante la materia política ocupaba todo el espacio básico de la trama y sobre ella se superponía la psicológica. En La cordillera, estrenada el viernes pasado, la materia política ve  disputada su importancia por la psicológica e incluso la parapsicológica. De la pequeña política universitaria, ecosistema fértil para el surgimiento de especímenes como los retratados, Mitre salta a la gran política. Y de un guion en el que se verbalizaban mucho los pensamientos, era una película “muy hablada”, pasa a otro que privilegia los silencios, las intenciones ocultas, el cinismo y las falsas apariencias, en virtud de un personaje de impresionantes dimensiones mefistofélicas, el presidente de la República Argentina con el que nos obsequia, con la acostumbrada apabullante maestría, Ricardo Darín en cada nueva película.

Entre El estudiante y La cordillera, Santiago Mitre abordaba también en Paulina (2015) la política en otro de sus estratos más pegados a la realidad ciudadana, a través de una joven abogada de izquierdas que decide emplearse como maestra rural y se ve impelida a conjugar su compromiso ético con el terrible drama que padece: la violación por parte de un grupo de alumnos indígenas y el dilema de si debe o no denunciarles, pues ello les expondría a las torturas de los aparatos del Estado.

Argumentalmente La cordillera se apoya sobre dos columnas: la asistencia del presidente argentino a una cumbre de mandatarios del continente sudamericano, cargada de decisiones cruciales, en un hotel chileno –una especie de Overloock Hotel que muta los fantasmas y el resplandor por intrigas policiales no menos pavorosas–  y el encuentro en ese lugar con su hija, que sufre ciertos desequilibrios emocionales.

Las maniobras políticas entre los países, el frágil equilibrio de poderes en la conferencia amenazado por la llegada de un emisario del gobierno de los Estados Unidos, las decisiones controvertidas y las tensiones que provocan son expuestas por Santiago Mitre con una mirada lúcida y dan lugar a secuencias excitantes de espléndidos diálogos dichos por estupendos actores, como el mejicano Daniel Giménez Cacho o el norteamericano Christian Slater, por ejemplo.

Por el contrario, la línea dramática introducida por la hija del presidente no está a la misma altura. El tratamiento de hipnosis que pone al descubierto lo que parece ser un secreto inconfesable de su padre sitúa al filme en una segunda dimensión de tonos irreales, proyecta una sombra de incertidumbres y ambigüedades que acentúa el perfil misterioso con que ya había sido descrito el presidente y lo desvía a un callejón sin salida, sobre el que no se puede ser más explícito para no destripar el misterio, que eso está muy mal visto.

Ricardo Darín en una escena de La cordillera. Warner Bros. Pictures

El retrato del presidente que compone Ricardo Darín es de una inteligencia mayúscula, tanto por el desempeño del actor como por el camino trazado por los guionistas, Mariano Llinás y el propio director, Santiago Mitre. El libreto le regala frases agudas, certeras y cargadas de intencionalidad a las que él saca partido con la contundencia de quien parece estar volcando en ellas sus pensamientos íntimos. Véanse las conversaciones con la periodista española (el personaje de Elena Anaya desaprovechado y dejado de lado de manera repentina), con el presidente mejicano o con el secretario de estado yanqui. Cuando no habla, Darín es capaz de modular un rostro que va de la dulzura impostada a la implacable firmeza negociadora de un canalla, pasando por la fragilidad de padre, compatible a su vez con los otros aspectos mucho más oscuros de su personalidad. Igual cuando dijo aquello de que era un mentiroso y sin embargo siempre decía la verdad era su personaje el que se expresaba por su boca.

Locos por Monica Bellucci

Conozco a un escritor de excelentes novelas y mordaz columnista habitual de un diario digital que está literalmente “colado” por Mónica Bellucci. ¿Quién podría reprochárselo? A nadie puede extrañar. Somos legión quienes pensamos lo que dice de ella, que su exuberante belleza opaca sus grandes virtudes como actriz. Y menos mal que no es rubia, porque de lo contrario el menosprecio, o la desconsideración en el mejor de los casos, de muchos críticos y, no nos engañemos, también de parte del público hubiera encontrado un pretexto más –banal y absurdo- para ensañarse con esta gran actriz italiana.

Monica Bellucci en el Festival de San Sebastián, 2017. EFE

Cuando emergía de entre las sábanas como serpiente venenosa junto a otras dos vampiresas para hacer perder el norte a Keanu Reeves, en Drácula de Bram Stoker (1992), la adaptación del mito romántica hasta la muerte del gran Francis Ford Coppola, yo no la conocía todavía. Volví a repasar aquella secuencia bien pertrechado con el mando de play/pausa cuatro años después, en 1996, cuando el azar y las labores profesionales me llevaron a los cines Princesa de Madrid a hacer unas entrevistas con el equipo de Flash-back (El apartamento), una producción francesa dirigida por Gilles Mimouni, en la que Monica Bellucci se encontró a Vincent Cassel para reeditar la sociedad de la Bella y la Bestia que luego duró 14 años en forma de matrimonio.

Monica Belluci en una escena de Drácula de Bram Stoker

El equipo de cámara y sonido de Televisión Española no pudo llegar a la cita por imponderables que no vienen al caso y allí me encontré yo esperando durante una hora, sin conocer el motivo del retraso, y tratando de entretener a Mimouni, a Cassel y a otros presuntos implicados con una improvisada conversación que amenazaba con agotar mis argumentos para las entrevistas. De repente apareció ella sobre unos tacones altos que estiraban su figura imposible embutida en una mini-mini falda; sus ojos refugiados tras unos cristales oscuros realzaban con naturalidad el misterio que emanaba de aquella fuerza de la naturaleza, para mí completamente desconocida. Ustedes me permitirán que les diga: ¡no se hacen una idea de lo obnubilado que me dejó!

Por entonces, Monica Bellucci era una actriz sobre la que pesaba todavía la mochila de modelo con la que había intentado pagarse los estudios de derecho que, por supuesto, abandonó para volcarse en el cine. ¿Puede uno imaginarse a esta mujer defendiendo pleitos o ataviada con una toga? Por supuesto que sí, pero ¡qué decepcionante es la imagen! Difícil sospechar adónde llegaría en una larga trayectoria, oscilante entre papeles arriesgadísimos y títulos más comerciales, que le ha traído estos días a San Sebastián para recoger el Premio Donostia.

Monica Bellucci en el Festival de San Sebastián

Entre los primeros, Irreversible (2002), de Gaspar Noé, el que más; una secuencia en la que sufre una prolongada violación de una crudeza apabullante, demuestra, si no estaba claro, que la actriz se entregaba a su oficio en cuerpo y alma. Y para ello es necesario estar hecho de una pasta muy noble. Antes había sido protagonista de otra secuencia que probaba claramente esas virtudes; en Malena, de Giuseppe Tornatore (2000) una multitud de envidiosos y resentidos en un pequeño pueblo siciliano, años 40, se abalanzaba sobre ella y la emprendía a golpes sin ningún miramiento arrancándole la ropa y dejándola hecha unos zorros. Valor y carácter de actriz de raza, para pasar por una situación tan humillante y exigente, aunque sea bajo el paraguas de la ficción.

Tuve el privilegio de entrevistarle en Barcelona durante la promoción de Malena y sobre el rodaje de esta escena me decía lo siguiente: “Esta escena fue muy dura para mí tanto física como psicológicamente. La situación era muy difícil porque tenía que estar casi desnuda en una plaza rodeada de mucha gente. Pero lo cierto es que yo me atrevo a hacer esas cosas porque me siento protegida por los personajes que tengo que interpretar. Es como si fueran un escudo que me protege de todo. Pero también es verdad que me resultó muy dura la escena en que tenía que encontrar en mí la fuerza para perdonar a todas esas mujeres que casi me matan; y eso es algo muy difícil de conseguir como mujer de hoy en día”. Ahí queda eso.

Desde Matrix a Spectre, una de las movidas del agente secreto con licencia para matar –de aburrimiento- pasando por una Isabel Coixet romántica (A los que aman) ha llegado a la última sana locura de Emir Kusturica (En la Vía Láctea) y entre medias comedias y dramas de todos los colores y sabores, dejando en cada una de sus películas una forma de gozar y de sufrir, de hacerse amar y desear, que sólo arquitecturas como la suya y un imprescindible saber hacer de actriz son capaces de desplegar. Así lo han sabido ver conspicuos directores como los citados F.F.Coppola, Gaspar Noé, Giuseppe Tornatore, Isabel Coixet, Emir Kusturica y otros como Marco Tulio Giordana, Terry Gilliam, David Lynch e incluso el inefable Mel Gibson, que atinadamente dibujó con su rostro y cuerpo los de la pecadora María Magdalena en la sangrienta Pasión de Cristo con que escandalizó en 2004 a tantos meapilas que andan sueltos por el mundo.

Monica Bellucci entrevista por Malena para Cartelera, TVE

Y todo esto de la creatividad artística, de la grandeza en el oficio, del sacrificio y de los premios –que han sido unos cuantos- como el Donostia, que es un reconocimiento a toda su carrera, serían cuestiones menores, si no fuera porque su discurso durante las entrevistas y ruedas de prensa es inapelablemente inteligente, minimizando en todo momento sin falsa modestia la importancia de la belleza: “Me han preguntado muchas veces sobre la belleza y siempre respondo lo mismo: el impacto dura cinco minutos. Puede que sientas curiosidad por mí si soy guapa, pero si no hay nada detrás no sucederá nada. Estoy a punto de cumplir 53 años y sigo trabajando, así que confío en que lo mío no se trate solo de belleza” (…) “En 25 años he hecho cine comercial y películas que no ha visto nadie, pero todas han sido experiencias que me han hecho crecer”. En San Sebastián se ha comprobado: a sus 53 años, Bellucci sigue dejando a todos boquiabiertos al verla, pero aún es más gozoso escucharla. Que sí, créanme.

¡Provocación! Sí, pero…

El presidente del PP de Gipuzkoa, Borja Sémper, dando muestras de una mano izquierda que habrá causado asombro en las filas de su partido, no quiso sumarse a la ola de críticas cosechadas por una película ¡antes de verla!, Fe de etarras, de  Borja Cobeaga, porque “se trata de un filme que se ríe de ETA”, lo que según él es todo lo contrario de un apoyo o aval a la sangrienta organización terrorista. A más de uno ha debido de dejar alucinado con tal exhibición de lucidez. A mí el primero. Una vez recompuesto, me apresuro a felicitarle, sin que sirva de precedente.

Publicidad de Fe de etarras en San Sebastián. EFE

Como la película aún no se ha exhibido en el Festival de San Sebastián, pues comienza hoy (el día 28 habrá un pase para la prensa y el 29 otro abierto al público en el Velódromo, antes de que se estrene el 12 de octubre) y los detractores no pueden agarrarse a lo que en ella se diga o deje de decirse, la polémica ha saltado por la campaña de publicidad que Netflix España, la plataforma de video online, que la coproduce con Mediapro, ha tenido la gracia de soltar en modo bomba de neutrones, algo en lo que se ha venido especializando en ardua competencia con Oliviero Toscani, el director creativo de la marca United Colors of Benetton que provocó terremotos con sus conceptos fotográficos en los años 80 y 90.

Toscani era audaz e imaginativo y tenía un gusto estético que derrochaba en sus campañas, en las que lo único que resultaba tan ajeno como un inodoro en la jaula de un tigre era la marca de las prendas de ropa que ensuciaba discretamente una esquinita de las fabulosas imágenes. Se justificaba argumentando que él era un testigo de su tiempo, lo que no es poca cosa y además bien cierta. Pero el choque brutal entre el fin, vender un objeto de consumo, y el medio utilizado, atraer la atención del consumidor a costa de golpear sus ojos –y su conciencia, ojo, que es la coartada perfecta- con imágenes de un impacto (palabra que aborrecía) con frecuencia avasallador, levantaba ampollas en unos y suscitaba dudas metódicas en otros; a nadie, en fin, dejaba indiferente.

Algunas campañas de Olivieron Toscani para United Colors of Benetton

Ésta era la consigna, darle la razón a Oscar Wilde en una de esas frases lapidarias con que se adornan los pedantes: «Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti». El enemigo número uno de la publicidad es la indiferencia, el primero al que hay que derrotar. La cuestión es si todas las armas están permitidas. La respuesta, por supuesto es que no. Pero tampoco se puede vivir tratando de evitar el roce en la hipersensible piel de todos los públicos o colectivos. Porque de lo contrario, la publicidad no existiría; es imposible no molestar a alguien. De esto ya hablé tangencialmente en un post que titulé: ¡Cielos, un culo!

Como decía, Netflix viene provocando las risas de unos y el llanto de otros con sus provocativas campañas publicitarias. Personalmente a mí pueden encuadrarme entre los primeros. Su gigantesca pancarta colocada en la Puerta del Sol de Madrid para familiarizarnos con Narcos (su serie televisiva, no el partido del Gobierno) con el eslogan “Oh, blanca Navidad” y el posterior en agosto “Sé fuerte. Vuelve Narcos”, me parecieron muy ocurrentes, pero más blandos de lo que el ruido provocado hacía suponer. Además, el segundo jugaba con ventaja: a Mariano no le gana nadie en marianismo y deberían pagarle derechos de autor, pero seguro que no los pide porque está muy atareado con el follón que le han montado por su irresistible dontancredismo en Cataluña.

Campaña de Netflix para la serie Narcos en la Puerta del Sol de Madrid. (SKYLINE WEBCAMS)

A los que no ha hecho ninguna gracia la campaña de Fe de etarras es a las asociaciones de víctimas del terrorismo, uno de cuyos portavoces, Francisco José Alcaraz, siempre en guardia con cualquier cosa que se aproxime a tan resbaladizo terreno, declaró haberse sentido ofendido. Más extemporánea ha sido la Asociación Profesional Unión de Guardias Civiles, que ha presentado una querella ante la Audiencia Nacional en la que acusa a Netflix de «humillar a las víctimas del terrorismo» con el cartelón promocional colgado estos días en San Sebastián.

Obviamente, pedirle a las personas afectadas por el felizmente superado fenómeno terrorista que le pongan un poco de humor a la vida no resulta fácil. Es comprensible que pueda escocerles y tienen todo el derecho a manifestar su enfado. Hombre, hasta el punto de pretender que nadie pueda hablar de ello bajo otra perspectiva que no sea la suya, y pedir a la justicia que tome cartas en el asunto… ahí sí que se han pasado de la raya. Además, de lo único que se puede acusar a esa campaña publicitaria es de venir en el peor momento a pisar el callo de los patriotas, que tienen los ánimos un poquito alterados por el mencionado carajal del “procés”, no se sabe si por ese poquito de mala leche de la que presumen o por un mal calculado sentido de la oportunidad. A los demás, a los que estamos hasta el gorro de tanta chorrada nacionalista de un lado y de otro, nos aporta una brisa de entrepierna, o como dijo aquél, nos la refanfinfla.

Yo no he podido ver la película todavía, por supuesto, y por tanto sobre la cuestión de fondo no puedo hablar. Pero me fio mucho de Borja Cobeaga, el director, un tío que supo encontrar la cuadratura del círculo en el mismo foso de reptiles con su película Negociador (2014) de la que yo decía en Días de cine de TVE: “Cobeaga cocina un plato frío en tono de thriller político salpimentado de chispeantes situaciones burlescas. Se aproxima al abismo del desmadre y se contiene dos pasos antes”. Y añadía: “… merece el aplauso por atreverse a franquear un terreno indefinido, un espacio imposible por el que transita su película, que no deja de sorprender por la delicadeza con que juega con humor y tragedia como si fueran las dos caras de la misma moneda de la vida. No hay etiqueta genérica que describa con exactitud la propuesta de Negociador… a caballo entre la comedia bufa y la dolorosa tragedia que para la sociedad  vasca representa el terrorismo”. Si Fe de etarras se acerca a los logros de Negociador todas las protestas habrán sido completamente injustificadas. Tan sólo hay que poner un poquito de paciencia y esperar a ver la película. Y mientras tanto, reflexionen sobre lo que dice Borja Sémper, que en esto no es sospechoso.

De premios Platinos y paradojas

Lástima que Pedro Almodóvar no diera con la tecla de la inspiración (si es que esa fue la razón y no otra) para poder convertir en guion y luego en imágenes las memorias de un hombre bueno, en el sentido machadiano del término, Decidme cómo es un árbol, cuyos derechos detentó durante unos años. Ese hombre fue el poeta comunista Marcos Ana, fallecido el 24 de noviembre del año pasado, y toda su vida fue un ejemplo de entrega a la causa de la justicia social, coherencia con sus ideas y capacidad de perdón. De todas esas virtudes Marcos Ana poseía toneladas y por ello sobrevivió a dos condenas de muerte por crímenes de los que siempre dijo ser inocente y a 23 años encerrado en las cárceles franquistas sin acumular un gramo de odio. Lástima que no pudo ver esa película que fue proyecto durante un tiempo y a buen seguro le hubiera encantado.

Me acordé de Marcos Ana cuando escuché las generosas y valientes palabras de Pedro Almodóvar en la ceremonia de los Premios Platino, celebrada el sábado pasado. Pedro se descuelga muchas veces con esos detalles de oro, dedicarle modestamente su premio de Mejor dirección por Julieta “a los cientos de miles de familias que siguen buscando a sus desaparecidos durante la Guerra”. Sin pretenderlo ni calcularlo, el director manchego había establecido un vínculo de nobleza entre el dolor de la madre en su ficción y el desconsuelo real de cuantos llevan muchas décadas padeciendo el olvido y el desprecio de los poderes públicos hacia los que estercolan las cunetas y sus familiares.

Cuando esos homenajes parecen sinceros a mí me emocionan. Y éste, estoy seguro, lo fue: “Cuando ustedes oigan eso de que abrir las fosas y encontrar a los muertos es abrir heridas, no les hagan caso: es cerrarlas y acabar por fin con nuestra maldita Guerra Civil». Mi agradecimiento y aplauso a Almodóvar por su gesto.

Por momentos como ése, consigo olvidarme de lo aburridas y rutinarias que suelen ser las galas de premios, por muchas actuaciones y fanfarrias con que traten de disimularlo.

Los Premios Platino del Cine Iberoamericano están promovidos por EGEDA (Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales), con FIPCA (Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales), y cuenta con el apoyo de las Academias e Institutos de cine iberoamericanos, Latin Artist y la Fundación AISGE. Van por su cuarta edición y vienen a sumarse a la ingente cantidad de fiestas, concursos, festivales y condecoraciones con que la gente del cine se premia a sí mismo. Me da la impresión de que no hay otro sector productivo en el mundo que reparta más galardones. Desde los Goya a los Premios del Cine Europeo, los Oscar, los Forqué, las Palmas de Oro, las Conchas, las Espigas… ¡Cuánta competencia por generar y repartir prestigio!

Pedro Almóvar y Sonia Braga en la Gala de los IV Premios Platino. EFE

Pero bueno, que no se entienda que estoy en contra; aparte el ejercicio de ombliguismo que inevitablemente supone, esta olimpiada interminable de las películas y sus hacedores tiene sus aspectos positivos. Lo malo es que la competición casa difícilmente con el arte. Lo malo es que la comparación de méritos entre las películas es tan arbitraria y subjetiva como clasificar las playas o las puestas de sol. Algunos de quienes nos prestamos a ello de una manera u otra lo hacemos porque sirve como mínimo de pretexto para ponderar y hablar de las buenas historias, intentando separar el grano de la paja, y darlas a conocer. Y porque no hay manera de permanecer completamente al margen de un ritual establecido que cuenta con millones de adeptos en todo el planeta. En fin…

Lo que no se le puede negar a los Platino es que pretendan hacerse con un hueco en el panorama ocupado por sus homólogos europeos y norteamericanos y así lo defendió con entusiasmo y ardor guerrero Edward James Olmos, que para eso recibió el Platino de Honor. Le tengo simpatía a este actor. Llevo su nombre en mi memoria más asociado a su personaje Gaff, en Blade Runner, con su bastón y sus unicornios de papel, que a su teniente Castillo de la antigua serie televisiva Miami Vice, por la que ganó dos de esos premios a los que me refería, un Globo de Oro y un Emmy. También aparece en la secuela que espero con auténtica impaciencia, Blade Runner 2049. Olmos se mostraba muy optimista sobre el futuro de la comunidad que le agasajaba: “He visto la historia de los Oscar; en los años 20 eran 35 personas congregadas en un restaurante. Los Platino tan sólo en su primera edición en Panamá reunieron a miles de personas. En 10-20 años esto va a ser totalmente mundial”. Veremos.

Edward James Olmos, Premio Platino de Honor. EFE

La película triunfadora fue la argentina El ciudadano ilustre. La oxigenante comedia, un cruce bastardo entre las negruras de los hermanos Coen y nuestro Rafael Azcona con acento porteño, había ido recogiendo una cosecha de premios allá por donde pasaba: Venecia, Valladolid, México, La Habana, el Goya en Madrid, y se había quedado a las puertas del Oscar. Según reconocían en Pucela, los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn se reían en las barbas de los ilustres académicos suecos que otorgan el premio más gordo, el Nobel, para ironizar sobre la cara absurda de los honores, las santificaciones y las subidas al altar de los escritores y artistas en general. Pero eso no les impedía regocijarse con la perspectiva de tener que ponerse la chaqueta y salir a saludar al respetable para agradecer que hubieran sido ellos los elegidos cuantas veces hiciera falta.  Además de Mejor Película y Mejor Guion, también se señaló la virtuosa exhibición actoral de Óscar Martínez, como el laureado novelista que vuelve a su pueblo natal para disfrutar las mieles del éxito y se desliza por una pendiente de pesadilla tan desternillante como patética. Como dije antes respecto a la imposibilidad de confrontar obras de arte, tanto la película como el intérprete son muy dignas merecedoras de cualquier reconocimiento, lo fastidioso es que siempre hay otras en la misma situación. Sin ir más lejos en este caso, el peculiar thriller-retrato de Neruda, de Pablo Larraín y el brillante poeta comunista chileno creado por Luis Gnecco. Vende más el sarcasmo ácrata que el compromiso político.

El equipo de El ciudadano ilustre. EFE

No me olvido de Sonia Braga, la formidable y veterana intérprete brasileña que recibió su Platino a Mejor Actriz por una película muy aclamada por la crítica que no goza de toda mi simpatía, Aquarius, aunque su protagonista es toda una bendición para la historia.

Por otro lado, los títulos acaparados por Juan Antonio Bayona, gracias a la estupenda Un monstruo viene a verme, ese cuento infantil-para-adultos- doloroso pero gratificante, no dejan de revelar una paradoja: se recompensa la excelencia de fotografía, arte, montaje y sonido en una coproducción hispano-norteamericana rodada en inglés con un elenco “escasamente” hispano. Lo positivo: hacemos las cosas tan bien como ellos; lo negativo: hacemos un cine muy parecido al que ellos hacen. Ellos son los vecinos del norte, los que amenazan con comerse todo el pastel si les dejamos. Para intentar evitarlo se crearon los Premios Platino. Qué se le va a hacer.

El lujo veraniego de Cibeles de Cine

El viernes pasado se inauguró Cibeles de Cine, cuarto año consecutivo de una iniciativa de Madrid que ojalá pudiera ser exportada a muchas otras ciudades. Si tenemos en cuenta que incluso en algunas capitales de provincia ya no hay salas de cine y en muchas de ellas el cine en versión original subtitulada es un lujo inaccesible esto no deja de ser en un desiderátum; pero qué haríamos si perdiéramos el aliento idealista. Lo de aquí se desarrolla en un escenario suntuoso y a un precio razonable, entre cinco y seis euros: la espléndida Galería de Cristal de CentroCentro (Palacio de Cibeles).

El beso, de Jacques Feyder (1929), uno de los fundadores del realismo poético en el cine francés, autor de la conocida La kermesse heroica (de 1935, se reestrenó en España en los 80 con gran éxito), abrió la programación a las 22:00 horas. Protagonizado por ese monstruo de belleza andrógina, tanto da en el cine silente que en el hablado, que fue Greta Garbo, la proyección se enriqueció con un acompañamiento musical al piano de la mano del especialista en proyecciones-concierto de films de cine mudo Ricardo Casas. Y la entrada fue libre, con lo que el éxito de asistencia estaba cantado, ¿quién dijo que el cine mudo no interesa?

Además de la amplísima y variada oferta cinematográfica en Cibeles de Cine, que se extiende hasta el 7 de septiembre, tienen lugar numerosas actividades paralelas vinculadas con la música, la literatura y la ciencia y se completa con una oferta gastronómica basada en el asunto temático de las películas. Hay también charlas, debates y actuaciones musicales para desbordar el concepto de sesión de cine al uso, algo que destierra el fantasma del disfrute masturbatorio y solitario en la pantalla de casa. Ayuda mucho a ese fin la zona de bar-terraza, para comentar al fresco los previos o los post al visionado.

Todo esto está muy bien, pero sería música celestial que se desvanece en el éter si no se acompaña de buenas películas. Veamos.

En los ciclos se proyectarán películas de cineastas consagrados como Aki Kaurismaki, Bruno Dumont, James Gray, Jim Jarmusch, Naomi Kawase, Paolo Virzi y Robert Zemeckis, entre otros. Súmenles títulos como la entrañable Yo, Daniel Blake, de Ken Loach (2016),  la perturbadora Elle, de Paul Verhoeven (2016) o la sorprendente Toni Erdmann, de Maren Ade (2016), que son de lo mejorcito reconocido por la Academia del cine europeo. Por otro lado, la emocionante El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra (2015) y la excelente Paulina, de Santiago Mitre (2015) representarán el palmarés de los Premios Platino del Cine Iberoamericano. No se me ocurre poner ningún pero a los nombres y títulos reseñados.

La sección ‘Panorama’ dará cabida al cine internacional reciente con la firma de cineastas consolidados y se verán títulos tan premiados como La La Land, Tarde para la ira o Un monstruo viene a verme. De este sugerente trío yo recomendaría todas; aunque la primera de ellas, el oscarizado musical que a mí me gustó pero sin tantas alharacas, lo haría con la boca un poquito más pequeña. En el mismo ciclo de ‘Panorama’, podrán encontrar La alta sociedad, una hilarante comedia de Bruno Dumont (2016), con un repartazo en clave estrambótica: Fabrice Luchini, Juliette Binoche y Valeria Bruni Tedeschi; o Goodbye Berlín, road movie adolescente -que a mí no me hizo ninguna gracia- del alemán de origen turco Fatih Akin (2016).

Otra de las secciones que ofrece un atractivo para la gente de buen comer es ‘Los martes gastronómicos’ en que las proyecciones irán acompañadas de degustaciones de bebidas y tapas del estilo de la temática de films procedentes de diversas cinematografías como Chef (Jon Favreau, 2014); Soul kitchen (Faith Akin, 2009); El festín de Babette (Gabriel Axel, 1987); Una pastelería en Tokio (Naomi Kawase, 2015); Julie and Julia (Nora Ephron, 2009); El somni (Franc Aleu, 2013); 18 comidas (Jorge Coira, 2010); La cocinera del presidente (Christian Vicent, 2012) o Deliciosa Martha (Sandra Nettelbeck, 2001). Yo hubiera añadido El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, de Peter Greenaway (1989), que no debería faltar nunca en un ciclo de estas características para poner la nota de color sarcástica y especialmente, la mejor de todas, La gran comilona, de Marco Ferreri (1973), eso sí que es una obra maestra de la confluencia cocina y celuloide, un manifiesto ácrata-suicida-burgués sobre el arte de comer y follar hasta reventar, literalmente.

Espectacular Galería de cristal de CentroCentro (Palacio de Cibeles)

Más madera: el jueves será el día dedicado a la música, los viernes se proyectarán cortometrajes después de las películas y los sábados habrá actuación de pinchadiscos cuando finalicen las sesiones. Y si se tienen ganas de oír interesantes –o no- reflexiones se puede asistir a conferencias a cargo de escritores como Lucía Etxebarría, periodistas como Fernando Méndez-Leite y Carlos F. Heredero, o cineastas como Marina Seresesky y Guillermo García, que presentarán sus últimos trabajos.

Suecia será el país invitado para inaugurar una nueva sección que en esta ocasión se llamará: ‘Espacio Suecia’, con la colaboración de la Embajada escandinava, que permitirá ver largometrajes inéditos en España, como Holy mess, de ‘Helena Berström’ (2016); Eternal Summer, de ‘Andreas Óhman’ (2015) o A serious game, de Pernilla August (2016).

En ‘Ecos literarios’, no se pierdan la mordaz comedia de los argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat  El ciudadano ilustre, (2016), Goya del año pasado a la Mejor película Iberoamericana. En la línea documental, entre otros trabajos, Miguel Hernández, de Francisco Rodríguez y David Lara (2010).

Por último, que ya me va pareciendo un exceso de propuestas tal que Cibeles de Cine terminará pareciéndose al Festival de Sitges, paradigma del gigantismo, también se podrá asistir a la exposición «Mi querido cine español», de la Colección Lucio Romero, compuesta por 25 carteles originales que recogen todas las tendencias y movimientos del cine nacional clásico. No me dirán que no es un auténtico lujazo poder hacer frente a los rigores veraniegos con todo este arsenal. Y aún dicen que el cine es caro.

Cierro con un vídeo homenaje a David Bowie del año pasado.

¡Viva Polanski!

Una de las escasas razones por las que me hubiera gustado estar en el reciente Festival de Cannes es haber podido ver ya la última película de RomanPolanski. Por el resto de lo que caracteriza a esa grandiosa explosión de vanidades (la conozco porque una vez estuve allí para cubrirla informativamente) debo reconocer que me trae sin cuidado, o para decir verdad, me tira para atrás. Se me hace muy cuesta arriba la idea de soportar todos los inconvenientes de la hipertrofia a la que ha llegado aquella macroferia, las colas kilométricas, las esperas interminables, los cacheos y demás medidas de seguridad, cuya necesidad, sin embargo, no cuestiono.

Todo el equipo de Polanski en Cannes. EFE

Roman Polanski es uno de mis directores predilectos. No es extraño, si me paro a pensarlo me cuesta encontrar alguna película suya -de las que he visto, son un buen puñado- que no me pareciera extraordinaria. Me he parado, sí: sólo dejaría de lado a La novena puerta, realizada en 1999 según la novela homónima de Arturo Pérez Reverte. Pese a estar adaptada por el propio Polanski, Enrique Urbizu y John Brownjohn, el resultado lo recuerdo con disgusto porque me pareció truculenta y facilona. Tal vez tendría que revisarla…

A cambio de esa decepción, repaso en marcha atrás los demás títulos y no puedo pedir más satisfacción con cada uno de ellos: La venus de las pieles (2013), Un dios salvaje (2011), El escritor (2010), El pianista (2002), La muerte y la doncella (1994) Lunas de hiel (1992), Frenético (1988) Chinatown (1974), ¿Qué? (1972), La semilla del diablo (1968), El baile de los vampiros (1967), Repulsión (1965). Reconozco que es una larga lista, cosa siempre tediosa, y no quería citar tantas, pero como dice el chiste me he ido animando, me he ido animando y no lo he podido evitar.

Emmanuelle Seigner y Eva Green en «D’après une histoire vraie»

En Cannes Polanski ha presentado D’après un histoire vraie (que podemos traducir provisionalmente como Basada en una historia real), con guión escrito a dúo entre el director y Olivier Assayas, y protagonizada por su esposa, Emmanuelle Seigner, y ese bellezón apabullante que es Eva Green. Ya sé que me expongo a que me obsequien con tonterías tan habituales en estos tiempos cuando uno celebra la divinidad física de las mujeres, pero no creo que haya ni un solo varón en el mundo -y muchísimas mujeres- que no se quedaran boquiabiertos cuando Bernardo Bertolucci la descubrió en Soñadores (2003). Y seguro que no fue por su espléndido trabajo al lado de Michael Pitt y Louis Garrel, aunque razones de sobra habría también para considerar esta posibilidad. Eva Green desafiaba entonces a la Venus de Milo en hermosura y carnalidad en un plano en el que la luz cortaba sus brazos y realzaba su imponente figura, gloriosamente semidesnuda.

Eva Green en «Soñadores»

Polanski reúne en un thriller psicológico, adaptación de una novela de Delphine de Vigan, a la que hasta ahora, en cuatro ocasiones ha ejercido de musa titular, Emmanuelle Seigner (apareció joven y atractiva en Frenético; en Lunas de hiel, quitaba el hipo; en La Venus de las pieles intimidaba dominadora) y Eva Green. Seigner es una escritora deprimida y falta de inspiración y Eva, admiradora primero y acosadora después, para convertir su vida en pesadilla. Las expectativas respecto al encuentro, convendrán conmigo, son muy altas a poco que se interesen por el universo creativo de este caballero.

Emmanuelle Seigner y Eva Green en el Festival de Cannes. EFE

Mientras espero, recuerdo cosas que no se le desean a ningún artista de la tortuosa biografía de Polanski. Que en febrero tuviera que renunciar a presidir la entrega de los Premios Cesar franceses debido a las absurdas presiones de organizaciones feministas o que un juez norteamericano rechazara su petición de poder volver a pisar suelo de aquel país con la garantía de no ingresar en la cárcel, no son más que los últimos capítulos de una espantosa historia interminable que comenzó en marzo de 1977, cuando fue acusado de violar a una menor.

Ese episodio, que le ha perseguido toda la vida desde entonces, ha sido profusamente explicado por activa, pasiva y perifrástica, en infinidad de entrevistas, en documentales, como el producido por HBO, Wanted and Desired, dirigido por Marina Zenovich, y en sus memorias, Roman por Polanski, publicadas en 1985 por primera vez en España por la editorial Grijalbo.

A mí me sobrecogió la lectura de ese libro, escrito de puño y letra por el director de El baile de los vampiros, dedicado a sus amigos pasados, presentes y futuros. “Desde que yo recuerdo, la línea entre la fantasía y la realidad ha estado siempre irremediablemente borrosa”, eran sus primeras líneas. “He tardado casi toda un vida en comprender que ésta es la clave de mi existencia”. Comencé sus páginas y de inmediato me dejé atrapar por el torbellino enfebrecido de acontecimientos que le han llevado en volandas desde sus primeros recuerdos infantiles desperdigados por la calle Komorowski de Cracovia en la década de los 30, hasta el teatro Marigny de Paris en 1981, donde, vestido de Mozart con levita y peluca interpretaba y dirigía la obra Amadeus, de Peter Schaffer, y donde decidió ponerse a la tarea de escribirlas.

Esas memorias de uno de los más importantes directores aún vivos y muy activo, a sus 84 años, acaban de ser reeditadas en un estupendo volumen por la editorial Malpaso en las que el autor añade un epílogo empapado de la melancolía que sólo acontecimientos contradictorios, como el resto de los episodios de su vida, pueden provocar.

Cuando el libro aún no se había publicado el director de reparto de Polanski, Dominique Besnehard, le presentó a Emmanuelle Seigner, a quien le debe dos hijos y la luz que le abrió paso en el túnel de las tragedias no olvidadas, la muerte de su madre en un campo de concentración, el asesinato de Sharon Tate, la eterna persecución por el caso de violación. Poco después ganó la Palma de Oro en Cannes y un Oscar con El Pianista (una película en buena medida autobiográfica) y la vida parecía volver a sonreírle… hasta nuevo aviso. Una vez más la alargada sombra de una justicia vengativa, la californiana, extendía sus tentáculos y provocaba su detención en Suiza. Meses de cárcel, confinamiento domiciliario, ridículas peripecias provocadas por una prensa sensacionalista ávida de carnaza (un reportero llegó a disfrazarse de Papá Noel para culminar su grotesco asedio) hasta que pudo nuevamente depositar en el suelo la piedra que como Sísifo arrastra arriba y abajo desde hace cuatro décadas. Lo siguiente, ya lo dije más arriba, son escaramuzas en una guerra en la que se conjuran gentes que no conocen bien el caso y gentes que no aceptan la prescripción de los errores por graves que éstos hayan sido. Sobre el delito, hace años se pronunció la víctima, Samantha Geimer, y declaró haber perdonado al cineasta, pero el tiempo no pasa para aquellos a los que ciega el odio, por muy camuflado que se presente bajo pretextos legalistas.

Me he propuesto releer las memorias de un hombre que sufrió, gozó, y creó una obra cinematográfica imperecedera, de cuyo proceso de elaboración, atravesado por tantos acontecimientos trágicos, dramáticos, cómicos y placenteros, habla detenidamente con voz firme y apasionada, pero también quebrada en algunos episodios. Es un libro para cinéfilos y en general para quienes creen que las vidas de los demás, por muy dispares que sean, son también la vida de cada uno de nosotros, estamos hechos de la misma materia y sirve para reconocernos y aprender a ser más tolerantes. Las memorias de Polanski tienen el peculiar sabor de las autobiografías conmovedoras, las de un artista genial que aún no ha dicho su última palabra en una pantalla. La penúltima estoy deseando oírla.

Días contados para las salas de cine

Nacido en enero de 1932, Carlos Saura cuenta 85 años y exhibe una más que envidiable lucidez y vitalidad. No sé si estas cualidades guardan alguna relación con el sentido del humor, pero desde luego, en su caso, le acompañan. En Instagram nos lo recuerda esa criatura adorable, excelente profesional y simpatiquísima presentadora que es Elena Sánchez, a quien si no conociera de trabajar con ella (en Días de cine) y no fuéramos casi paisanos (abulenses, ella de Pedro Bernardo, yo de Arenas de San Pedro) es posible que creyera que no puede ser todo cierto y que algo de impostura debe de haber en su comportamiento. Sería un craso error, créanme, esta mujer es lo que parece, además de inteligente y guapa, puro hechizo y espontaneidad.

Cantar o glosar lo que ha hecho de Saura, uno de los más importantes directores de la historia de nuestro cine me apartaría demasiado de la cuestión que quería comentar. En realidad me he acordado de él porque en su día defendió pública y ardorosamente un modo de consumir películas que está en el corazón de un debate muy actual y no resulta excesivamente popular; vamos que no ganaría muchos votos en una campaña electoral con tales posturas.

El debate ha levantado cierta polémica en la actual edición del Festival de Cannes porque sus regidores han decidido ponerle puertas al campo a propósito de la participación de Netflix, la plataforma norteamericana de exhibición en línea, que según parece ya posee más de cien millones de clientes en todo el mundo. Por cierto, no sólo se ha instalado desde hace poco en España sino que acaba de comenzar la primera serie original producida en nuestro país, Las chicas del cable, protagonizada por Blanca Suárez, Ana Fernández, Maggie Civantos y Nadia de Santiago. Pues bien, Cannes ha decidido cambiar las reglas de participación para 2018 y exigirá que las películas que no se estrenen en las pantallas francesas no podrán competir, cosa que sí ha hecho Netflix este año con dos producciones suyas.

Eso querría decir, si fuera definitivo, que el cable no puede equipararse a la gran pantalla, que según los mandamases del festival más importante del mundo una película debe poder juzgarse previamente en grandes dimensiones antes de ponerse a disposición del público para que sea consumida en todas las variantes de pantallas, pantallitas o micropantallas a través de las que hoy en día se ven los productos audiovisuales. El propio Pedro Almodóvar, presidente este año de un jurado que no verá ninguna película española (como es últimamente costumbre en la cita de la Costa Azul) se alineó con la posición oficial y declaró que la “nueva forma de consumo no puede tratar de sustituir a las ya existentes” y que resultaría paradójico “dar una Palma de Oro y cualquier otro premio a una película que no puede verse en la gran pantalla”.

Y ¿qué defendió Carlos Saura? Pues verán. En la velada de los IV Premios Días de cine celebrada el lunes 16 de enero de este año de Dios, el actor norteamericano Mandy Patinkin declaró a través de un video previamente grabado lo siguiente a propósito de este embrollo: “Lo que más me gusta de las películas es que me gusta ir a verlas al cine. No las veo en el teléfono, en el Ipad o en el ordenador. Mis hijos lo hacen, mucha gente lo hace, es un gran negocio. Los más jóvenes me oirán y pensarán: ¿Qué dice, está loco? Pero creo que es muy importante estar con otra gente. Si ves la película solo te pierdes la mitad de la película. Te pierdes lo que otras personas están oyendo o viendo, cuándo están atentos o cuándo se ríen. Todo esto te ayuda, te enseña, te guía, te sientes parte del público, esa experiencia te guía en el teatro, en el cine o en los conciertos… no estás solo. Creo que es un error ver una película solo”.

Mandy Patinkin en los IV Premios Días de Cine, 2017

Paréntesis: Mandy Patinkin es un actor de teatro, cine y televisión. En 1980 encarnó al Che Guevara en el musical Evita. Aunque nos cueste trabajo imaginarle con la boina, el hombre ganó un Tony Award, así es que no debía de cantar muy mal, supongo yo. En cine, aparte de que le hemos visto recientemente en La reina de España a las órdenes de Fernando Trueba (de la que hablé en este post) su carrera no ha sido especialmente luminosa. Pero como ha llegado a adquirir verdadera notoriedad es en una serie televisiva producida por Fox 21, Homeland, convertido en Saul Berenson, jefe de la agente de la CIA a la que deba vida Claire Danes y posteriormente, él mismo, Director de esa agencia de espionaje que no goza de demasiadas simpatías en el mundo. ¡Sí, en una serie para la pantalla pequeña! Y aún así dice lo que dice.

Cierro paréntesis y voy a Saura. Primero rememoró con socarronería baturra una anécdota relativa al estreno de su extraordinaria película La caza, cuyo 40 aniversario recordaba y aplaudía Días de cine: “un crítico se me acercó y después de preguntarme si yo era Carlos Saura me dijo: ¡vaya mierda de película que ha hecho usted!”. Y después manifestó su desacuerdo con Patinkin:

“Está muy bien ver las películas, sobre todo las norteamericanas que tiene tanto ruido y tanto follón en un cine estupendo y demás. Desgraciadamente hay un cine íntimo que no vemos en los cines porque no se proyecta, en general. Entonces yo me limito en mi casa a ver el cine en una pantalla estupenda con un sonido maravilloso y en soledad. Y me vais a perdonar que os diga que es un placer maravilloso. Que está muy bien la compañía para ver una película de acción, etc; pero una película íntima, pequeña y secreta, uno tiene que aislarse y no puede tomar ni palomitas, ni escuchar a otros decir, qué coñazo, vaya aburrimiento… ¡Defiendo absolutamente el cine en casa!”.

Carlos Saura en los IV Premios Días de Cine, 2017

 

Vamos, que como se ve el asunto da para ser abordado desde muchos ángulos y no puede despacharse con posturas maximalistas. Y esa es quizás la clave del fallo del Festival de Cannes: no se puede ser totalmente categórico en una cuestión que tiene que ver con el desarrollo imparable de nuevas formas de consumo, consecuencia de las posibilidades antes inimaginables que la tecnología pone a disposición del consumidor. No sabemos lo que deparará el futuro a este respecto, pero sospecho que el concepto de sala cinematográfica está siendo sometido a profunda revisión y ello no es consecuencia del perverso ánimo de los dueños de las plataformas, sino de las transformaciones que la revolución digital está provocando en toda suerte de usos y costumbres.