Plano Contrapicado Plano Contrapicado

“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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El humor limpia las telarañas

Después de deshojar margaritas y participar en polémicas en Francia sobre si una película es sólo aquello que se ve en un cine o si el universo Lumière contiene muchos otros planetas, la plataforma de televisión bajo demanda Netflix decidió que ya que presenta sus producciones cinematográficas en los festivales tampoco está mal, además de ponerlas en línea, llevarlas a estreno en los patios de butacas con pantalla grande, lo que permite entre otras cosas poder aspirar a la publicidad que conceden los Premios Goya.

Gorka Otxoa, Javier Cámara, Miren Ibarguren y Julián López en Fe de etarras. Netflix

En España, la primera experiencia lleva por título Fe de etarras, de la que hablé en este blog Plano Contrapicado con motivo del absurdo rifirrafe protagonizado por alguna asociación de la Guardia Civil a la que no le gustó nada la ironía colgada de una fachada en formato “megakingsize” como provocador material publicitario.

 

En aquel post, escrito antes de poder ver el filme de Borja Cobeaga, yo vaticinaba (perdón por la autocita) que “si Fe de etarras se acerca a los logros de Negociador todas las protestas habrán sido completamente injustificadas”. Pues desde hoy viernes puede verse también en salas, además de en su lugar predestinado, y puedo afirmar con conocimiento de causa que, en efecto, aquellas protestas no tenían ningún fundamento. No sólo porque estaban motivadas por una hipersensibilidad de los protestantes ante cualquier cosa que roce temas delicados, sino porque la reacción inmediata que se observa en ellos es una pulsión castradora (¡que se retire, que se prohíba, que les metan en la cárcel!) que revela un espíritu autoritario y ciego. Ciego, porque si juzgan la película con inteligencia comprobarán que los que salen malparados en ella son precisamente los terroristas y que la gente calificada como normal es el resto del mundo, “los españolazos”, en terminología etarra.

Borja Cobeaga y Diego San José (de pie) con el elenco de Fe de etarras. Foto: sansebastianfestival.com. Jorge Alvariño

Me apresuro a decir que quienes la vimos en mi casa nos partíamos de risa en no pocos momentos. Ésa es la virtud principal exigible a una comedia, a la que sólo hay que poner la condición de que no te haga sentir a cambio tonto del culo, como con frecuencia sucede en las comedias de humor zafio o elemental. Algunos de los diálogos que sostienen Javier Cámara, Gorka Otxoa, Miren Ibarguren y Julián López no dan tregua de puro descacharrantes que son, al borde mismo a veces y otras hundidos de lleno en el humor absurdo, como la disputa sobre las condiciones requeridas para ser considerado vasco (“si puedes fichar por el Athletic, entonces sí”) o la clasificación de excelencia de las organizaciones terroristas que se enseñorean en el mundo (“el IRA es el nivel top y ETA está un poquito por debajo; de Al Quaeda ni me hables… tú pones un Ramadán en ETA y se borra la mitad de los militantes”).

Para Ramón Barea queda el personaje más serio, el dirigente de la banda cuya llamada telefónica esperan los cuatro encerrados en un piso franco y asediados por una multitud de aficionados a la selección española que crecen en número a medida que el equipo va superando eliminatorias y se encamina hacia la final del mundial que terminó ganando en 2010, «¿cómo va a ganar el mundial la selección española?», dice el incrédulo etarra que sostiene Javier Cámara con su acreditada vis cómica. ¿He dejado escrito alguna vez en este blog la categoría actoral de Javier Cámara? Sí, creo que sí, pero no me canso de repetirlo en cada nueva ocasión que se pone a tiro. A este tipo que balancea la cobardía, la cerrazón mental hasta un nivel inverosímil y la iniquidad de sus métodos y objetivos, Javier Cámara es capaz de infundirle ternura con un simple movimiento de ojos y cejas. Su repertorio gestual es tan rico que le permite zambullirse en escenas de comedia bufa y saltar al drama en un santiamén. ¡Javier Cámara le da un valor añadido a cualquier película con su simple presencia.

Los otros personajes se disputan el trono del patetismo y plantean idéntico agudo ejercicio artístico a los actores: son desalmados pero incurren en el ridículo a la primera de cambio. Mantener el tipo sin deslizarse a la caricatura de trazo grueso y a la vez provocar la carcajada, o dicho de otro modo, mostrar la cara humana sin desmentir la cara de payaso, es una tarea que bordan sin estridencias. Ahí se mueven cómodamente Gorka Otxoa y Miren Ibarguren, una pareja que no es pareja, o que no sabe si lo es del todo; su seriedad inicial resiste los embates de situaciones tan rijosas como la tronchante partida de Trivial. Julián López en su risible papel de okupa albaceteño con insólita vocación de etarra establece el punto límite con el sainete. Sujetarse para no derivar Fe de etarras hacia el terreno dramático ocupado por Ocho apellidos vascos es su principal tarea y cumple bien con ella.

Javier Cámara y Julián López en Fe de etarras. Netflix

Borja Cobeaga firma como director y Diego San José le acompaña en la escritura de guión, como llevan haciendo desde los tiempos del programa Vaya semanita, de la televisión autonómica vasca ETB, y como hicieron en Negociador (2015), que se deslizaba con habilidad y precaución sobre idénticas arenas movedizas, el magma político etarra y las infructuosas negociaciones de paz entre la banda y Jesús Eguiguren, emisario del gobierno de Felipe González. Negociador cultivaba unas hierbas de matices más sutiles y amargos que Fe de etarras, hervidas a fuego lento y con un punto de cocción más afinado. Era una gran película contenida en un envoltorio pequeño.

Por desgracia la ETB había desdeñado antes el proyecto de convertir en serie un piloto que prometía carcajadas a buen ritmo en diciembre de 2014, protagonizado por Carlos Areces, que prestaba su habilidad cómica a un Consejero del Gobierno vasco arribista y chapuzas que se postulaba como intermediario para conseguir la entrega de las armas de ETA, Aúpa Josu. Al parecer los datos de audiencia de un 10,2 de cuota de pantalla y casi 300.000 espectadores no bastaron para compensar la ración de quinina anti-estupidez política, que prometía, según Cobeaga, una “mirada de humor realista y melancólico, bajonero” a la política de Euskadi.

Aupa Josu from Aránzazu Calleja on Vimeo.

No es que Fe de etarras brille por su puesta en escena, sencilla, utilitaria, tal vez algo plana que lo fía todo a la eficacia de sus intérpretes y la chispa de los diálogos. En el tramo final uno tiene la sensación de apresuramiento y corte abrupto en el desenlace, más propio del pulso de una serie televisiva que de un trabajo cinematográfico más elaborado. Ello vierte un chorrito de agua en el vino que, sin ser gran reserva, deja un sabor dulce a pesar de todo y un agradecido calorcito en el cuerpo –un crianza, vaya- el bienestar que procura la risa, siempre tan necesaria y balsámica.

¡Provocación! Sí, pero…

El presidente del PP de Gipuzkoa, Borja Sémper, dando muestras de una mano izquierda que habrá causado asombro en las filas de su partido, no quiso sumarse a la ola de críticas cosechadas por una película ¡antes de verla!, Fe de etarras, de  Borja Cobeaga, porque “se trata de un filme que se ríe de ETA”, lo que según él es todo lo contrario de un apoyo o aval a la sangrienta organización terrorista. A más de uno ha debido de dejar alucinado con tal exhibición de lucidez. A mí el primero. Una vez recompuesto, me apresuro a felicitarle, sin que sirva de precedente.

Publicidad de Fe de etarras en San Sebastián. EFE

Como la película aún no se ha exhibido en el Festival de San Sebastián, pues comienza hoy (el día 28 habrá un pase para la prensa y el 29 otro abierto al público en el Velódromo, antes de que se estrene el 12 de octubre) y los detractores no pueden agarrarse a lo que en ella se diga o deje de decirse, la polémica ha saltado por la campaña de publicidad que Netflix España, la plataforma de video online, que la coproduce con Mediapro, ha tenido la gracia de soltar en modo bomba de neutrones, algo en lo que se ha venido especializando en ardua competencia con Oliviero Toscani, el director creativo de la marca United Colors of Benetton que provocó terremotos con sus conceptos fotográficos en los años 80 y 90.

Toscani era audaz e imaginativo y tenía un gusto estético que derrochaba en sus campañas, en las que lo único que resultaba tan ajeno como un inodoro en la jaula de un tigre era la marca de las prendas de ropa que ensuciaba discretamente una esquinita de las fabulosas imágenes. Se justificaba argumentando que él era un testigo de su tiempo, lo que no es poca cosa y además bien cierta. Pero el choque brutal entre el fin, vender un objeto de consumo, y el medio utilizado, atraer la atención del consumidor a costa de golpear sus ojos –y su conciencia, ojo, que es la coartada perfecta- con imágenes de un impacto (palabra que aborrecía) con frecuencia avasallador, levantaba ampollas en unos y suscitaba dudas metódicas en otros; a nadie, en fin, dejaba indiferente.

Algunas campañas de Olivieron Toscani para United Colors of Benetton

Ésta era la consigna, darle la razón a Oscar Wilde en una de esas frases lapidarias con que se adornan los pedantes: «Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti». El enemigo número uno de la publicidad es la indiferencia, el primero al que hay que derrotar. La cuestión es si todas las armas están permitidas. La respuesta, por supuesto es que no. Pero tampoco se puede vivir tratando de evitar el roce en la hipersensible piel de todos los públicos o colectivos. Porque de lo contrario, la publicidad no existiría; es imposible no molestar a alguien. De esto ya hablé tangencialmente en un post que titulé: ¡Cielos, un culo!

Como decía, Netflix viene provocando las risas de unos y el llanto de otros con sus provocativas campañas publicitarias. Personalmente a mí pueden encuadrarme entre los primeros. Su gigantesca pancarta colocada en la Puerta del Sol de Madrid para familiarizarnos con Narcos (su serie televisiva, no el partido del Gobierno) con el eslogan “Oh, blanca Navidad” y el posterior en agosto “Sé fuerte. Vuelve Narcos”, me parecieron muy ocurrentes, pero más blandos de lo que el ruido provocado hacía suponer. Además, el segundo jugaba con ventaja: a Mariano no le gana nadie en marianismo y deberían pagarle derechos de autor, pero seguro que no los pide porque está muy atareado con el follón que le han montado por su irresistible dontancredismo en Cataluña.

Campaña de Netflix para la serie Narcos en la Puerta del Sol de Madrid. (SKYLINE WEBCAMS)

A los que no ha hecho ninguna gracia la campaña de Fe de etarras es a las asociaciones de víctimas del terrorismo, uno de cuyos portavoces, Francisco José Alcaraz, siempre en guardia con cualquier cosa que se aproxime a tan resbaladizo terreno, declaró haberse sentido ofendido. Más extemporánea ha sido la Asociación Profesional Unión de Guardias Civiles, que ha presentado una querella ante la Audiencia Nacional en la que acusa a Netflix de «humillar a las víctimas del terrorismo» con el cartelón promocional colgado estos días en San Sebastián.

Obviamente, pedirle a las personas afectadas por el felizmente superado fenómeno terrorista que le pongan un poco de humor a la vida no resulta fácil. Es comprensible que pueda escocerles y tienen todo el derecho a manifestar su enfado. Hombre, hasta el punto de pretender que nadie pueda hablar de ello bajo otra perspectiva que no sea la suya, y pedir a la justicia que tome cartas en el asunto… ahí sí que se han pasado de la raya. Además, de lo único que se puede acusar a esa campaña publicitaria es de venir en el peor momento a pisar el callo de los patriotas, que tienen los ánimos un poquito alterados por el mencionado carajal del “procés”, no se sabe si por ese poquito de mala leche de la que presumen o por un mal calculado sentido de la oportunidad. A los demás, a los que estamos hasta el gorro de tanta chorrada nacionalista de un lado y de otro, nos aporta una brisa de entrepierna, o como dijo aquél, nos la refanfinfla.

Yo no he podido ver la película todavía, por supuesto, y por tanto sobre la cuestión de fondo no puedo hablar. Pero me fio mucho de Borja Cobeaga, el director, un tío que supo encontrar la cuadratura del círculo en el mismo foso de reptiles con su película Negociador (2014) de la que yo decía en Días de cine de TVE: “Cobeaga cocina un plato frío en tono de thriller político salpimentado de chispeantes situaciones burlescas. Se aproxima al abismo del desmadre y se contiene dos pasos antes”. Y añadía: “… merece el aplauso por atreverse a franquear un terreno indefinido, un espacio imposible por el que transita su película, que no deja de sorprender por la delicadeza con que juega con humor y tragedia como si fueran las dos caras de la misma moneda de la vida. No hay etiqueta genérica que describa con exactitud la propuesta de Negociador… a caballo entre la comedia bufa y la dolorosa tragedia que para la sociedad  vasca representa el terrorismo”. Si Fe de etarras se acerca a los logros de Negociador todas las protestas habrán sido completamente injustificadas. Tan sólo hay que poner un poquito de paciencia y esperar a ver la película. Y mientras tanto, reflexionen sobre lo que dice Borja Sémper, que en esto no es sospechoso.