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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Feroz ceguera

Me pilló la quinta Gala de los Premios Feroz, ese desigual encuentro entre la prensa y la fauna cinematográfica, dos mundos tan unidos y enfrentados como los océanos a los continentes, de viaje en París para asistir al sarao que Unifrance, el organismo que vela por la promoción de la envidiada, y por tantos motivos con razón, industria francesa. Obligado por mi ausencia mis impresiones son guiadas, pero de todo lo leído y escuchado me quedo con Leticia Dolera, una de nuestras actrices que ha hecho bandera con la denuncia de los abusos sexuales, la más contundente, la más clara y valiente. Se diría que en España este fenómeno nos pilla tan lejos como las costas de California, lo que mereció las ironías del presentador de la gala, Julián López («Harvey Weinstein recibía a las actrices en batín y las invitaba a una copa antes de agredirlas. Aquí nunca te invitarían a nada», dejó caer el actor emulando a Ricky Gervais en su punzante monólogo).

 

A Leticia la jugada de AICE, Asociación de Informadores Cinematográficos de España​ que organiza el evento, no le hizo perder de vista la bolita del trilero: una gala en la que todas las entregas de premios fueron realizadas por mujeres, mira qué bien. Lástima que las recogidas en su gran mayoría fueran a manos de hombres. Pero, todo se andará, igual se establecen cuotas algún día como camino de atajo para llegar a la necesaria equiparación entre féminas y varones. Hasta entonces, habrá quien crea real el espejismo de que algo ha cambiado a la vista de esta maniobra ceremonial.

«Gracias a la organización por permitirnos el honor, tanto a mi como al resto de mis compañeras, de hacer esta noche de azafatas. Digo… entregadoras”, soltó Dolera con retintín. Y no sé si ella piensa como yo en la cara oculta de estos gestos simbólicos, que si me pillan bien me dejan bastante frío, y si me pillan mal me mosquean. ¿De verdad vamos avanzando en la lucha por una sociedad igualitaria escenificando el paternalismo con que muchos hombres presumen de solidaridad? Puesto a exhibir colmillo retorcido se me ocurre que la idea de que fueran solo  mujeres quienes entregaran los premios podría tomarse como un insulto, con toda seguridad involuntario, que no sólo visualiza sino que consagra el papel secundario de la mujer: “fijaos qué progreso, apartamos a vuestros compañeros de esta envidiable tarea de azafatas de congreso para que ocupéis sólo vosotras el plano secundario y auxiliar en la fotografía del éxito”. Mientras, como señalaba Dolera, las películas allí presentadas que habían sido dirigidas por mujeres alcanzaban la cifra del 7 %. Parece maquiavélico, pero yo creo que sólo es torpeza.

Leticia Dolera durante su discurso en los premios Feroz. Twitter

En este tortuoso camino que debe conducirnos algún día, aunque sea a trancas y barrancas, a erradicar las miserias de la discriminación, la desigualdad y su manifestación más abominable, el abuso de poder para obtener favores sexuales, se cometen a mi entender muchos errores. Uno de los más graves es dejarse llevar por una corriente imparable de juicios temerarios que convierte en criminales a quienes a todas luces no lo son. El caso paradigmático es el de Woody Allen, a quien un día la ciudad de Oviedo quiso agradecer las cariñosas palabras que el cineasta pronunció en 2002, cuando recibió en la capital asturiana el premio Príncipe de Asturias, en forma de réplica en bronce de su entrañable figura. “Como un cuento de hadas”, dijo entonces que le parecía Oviedo, sin sospechar que quince años más tarde aquella pequeña ciudad podría convertirse en un escenario más del cuento de terror en que el fanatismo, la ceguera, el prejuicio, el odio -y la cobardía de muchos actores y actrices que han trabajado con él- están convirtiendo su vida y su carrera estos últimos meses.

Woody Allen en Oviedo en 2005. EFE

Fanatismo, ceguera y prejuicio se combinan en un cóctel que envenena la mente de las guerreras de la Plataforma Feminista d’Asturies, empeñadas en que el consistorio ovetense retire la popular estatua del director neoyorquino, que se pasea en una céntrica calle de la ciudad, ajena a todo el follón y rodeada siempre de turistas ante la mirada indiferente de los paisanos. “No es digno de ser homenajeado”, dicen, sin tener en cuenta que su dictamen de culpabilidad sin juicio ni derecho a la defensa es sencillamente monstruoso.

Recordémoslo una vez más: un juez desestimó, tras una investigación que duró seis meses, las acusaciones de su mujer, Mia Farrow, según las cuales su hija Dylan supuestamente cuando contaba siete años sufrió algún tipo de abuso por parte de Allen, por considerarlas fabulaciones realizadas al calor de una disputa sobre la custodia de los hijos. Ha pasado un cuarto de siglo, tiempo en el que no ha habido ninguna otra acusación de nada semejante contra el cineasta, como tampoco la hubo antes de este oscuro episodio, y ahora, de repente, una jauría de oportunistas ha decidido dar crédito a los recuerdos infantiles de Dylan Farrow, que durante años ignoraron olímpicamente, cuando esta mujer se desgañitaba repitiendo lo que bien pudo haber oído de labios de una madre vengativa.

Me lo veo venir para el próximo 8 de marzo, la locura justiciera arreciará y volverán a la carga. Menudo estruendo, si consiguen que el ayuntamiento levante la estatua: ¡fotos en todo el mundo de la primera hoguera en la que consiguen hacer quemar al genial director! Con la montaña de yesca que están apilando los miserables que ahora repudian su participación en películas de Woody Allen, aquellos que perdían el culo y renunciaban a mantener su caché con tal de abrigarse bajo la sombra y prestigio de un genio, ardería Troya y las aguerridas feministas asturianas conseguirían ser más famosas que las Pussy Riot, sin necesidad de tener que enseñar un centímetro de piel.

En Les Rencontres du Cinéma Français, la cita en París que mencionaba más arriba a la que acudí en nombre del programa Días de cine, quise preguntarle a algunas estrellas por el asunto de fondo de este artículo y en concreto por su opinión acerca del manifiesto antipuritanismo encabezado por Catherine Deneuve y publicado en el diario Le Monde. No era fácil obtener declaraciones francas y abiertas; de entrada porque a los periodistas de televisión se nos ofrecían entre siete y diez minutos de entrevista con cada actor o director para analizar la película que nos convocaba allí y eso eliminaba la posibilidad de enredarse en otros asuntos. Juliette Binoche se mostró reacia y trató de guardar una cierta equidistancia, Marion Cotillard se definió nítidamente del lado del movimiento #Me too, e Isabelle Huppert directamente nos hizo saber que no respondería a preguntas relacionadas con Harvey Weinstein.

Timothée Chalamet y Selena Gómez junto a Woody Allen en el rodaje de A Rainy Day in New York. EFE

El debate provocado por el manifiesto, con la intención de poner un poco de cordura en una lucha cuya necesidad nadie discute, sigue abierto. Hay que mantenerlo así para evitar disparates como el dolor infligido a Woody Allen y a otras víctimas, ojo, víctimas, no verdugos de mujeres, de la tendencia a mezclar churras con merinas. Es posible que Allen, con sus 82 años cumplidos, no pueda volver a dirigir más películas y que incluso no consiga llevar a buen puerto la última, en fase postproducción, A Rainy Day in New York, porque la presión sobre él está siendo brutal. Parece ser que los directivos de Amazon se estarían planteando la posibilidad de no estrenarla. El actor Timothée Chalamet, recién terminado el rodaje, le ha vuelto la espalda, al igual que hicieron antes Ellen Paige, Mira Sorvino y la directora Greta Gerwig, confesando que lamentaban haber trabajado a las órdenes de Allen. Alec Baldwin, ha sido una de las voces más firmes contrarias a este coro de desnortados y ha salido en su defensa con el siguiente tuit: «Woody Allen fue investigado por forenses en dos estados (New York y Connecticut) y no se le imputaron cargos. Renunciar a él y su trabajo, sin duda, tiene algún objetivo. Pero para mí, es injusto y triste. Trabajé tres veces con WA y fue uno de los privilegios de mi carrera.»

 

Si sucediera lo peor, si se cobraran esta pieza mayor, la caza de brujas habría alcanzado un punto de no retorno.

Buenas y malas noticias

2017 se fue cargado de malos augurios para la libertad de expresión y creación, como peaje innecesario y equivocado a pagar por alzar la voz contra los déspotas y abusadores, y 2018 continúa discurriendo por la misma senda. Las malas noticias abundan y las buenas escasean. Una buena es que esta noche el programa Días de Cine, sin proponérselo, va a enmendar la plana a una Academia de Cine que colectivamente hablando ha tenido la pésima e incomprensible idea de no considerar ni siquiera nominado a Juan Diego a los Premios Goya. El programa de la 2 de TVE, por el contrario, le otorga su humilde pero muy exigente y meditado premio al mejor actor español del año por su emocionante trabajo en la dura, aunque reconfortante, No sé decir adiós, ópera prima de Lino Escalera.

Juan Diego en No sé decir adiós. Super8 Media

Lo bueno de este caso es que no se trata de un reconocimiento de los que tanta grima les causan a los artistas: “en homenaje a toda una carrera…”, que ellos, con frecuencia supersticiosos, entienden como indirecta insinuación de una jubilación forzada. No, no se trata aquí de otra cosa sino de aplaudir con todo entusiasmo un trabajo impresionante de creación, el de un individuo que ve abrirse la puerta del abismo a sus pies y trata de mantener la dignidad ante sus hijas, que intenta seguir siendo fiel a sí mismo, a su cachazuda manera, con unas maneras austeras y obstinadas como pocos actores saben recrear en la escena y ante la cámara. La buena noticia es que en la atribución de este premio no hay componendas, cálculos de comercialidad ni aliados que votan al unísono a tal o cual candidato porque es lo que corresponde y así está mandado. Aquí es limpio en fondo y forma. Un honrado saludo al trabajo bien hecho. Un ¡bravo! a Juan Diego, uno de los más grandes, que sigue superándose a sí mismo.

Les parecerá tal vez que magnifico la importancia de esta noticia positiva, pero es que cuando miro a la prensa no veo más que malos rollos. Sigue, por ejemplo el monotema cinematográfico, pues no sólo la política española y catalana los gastan. El sábado Liam Neeson se quejaba de que estamos asistiendo a una auténtica caza de brujas que persigue a los actores por auténticas tonterías, sin despreciar, por supuesto, los casos probados de barrabasadas cometidas por otros, que han despertado legítimamente la conciencia de repulsa ante los abusos sexuales en el seno de la industria norteamericana. Neeson se colocaba en la misma honda del manifiesto parisino del que yo les hablé la semana pasada, publicado en Le Monde y encabezado por Catherine Deneuve, que denunciaba el puritanismo agazapado al socaire del movimiento #MeToo. Parece que Deneuve ha sido sensible a la presión y en el diario Libération ha publicado una carta en la que afirma, sin retractarse de lo firmado: “saludo cálidamente a las víctimas de estos crímenes desdeñables que pudieron haberse sentido ofendidas por la carta que fue publicada en (el diario) Le Monde; es a ellas y nada más que a ellas a quienes les ofrezco mis disculpas». Uno piensa, que nada hay en el manifiesto que exija pedir disculpas a nadie, porque en ningún caso se alude críticamente en el mismo a las víctimas reales de abusos, mujeres y hombres, que se han rebelado con razón venciendo el miedo y el silencio.

Catherine Deneuve en Libération: «Soy una mujer libre y continuaré siéndolo»

Por si a algunos les suena exagerado lo de “caza de brujas”, rápidamente ha venido a confirmarlo la aparición de una web que ofrece a los usuarios una herramienta justiciera para que sepan hacia dónde dirigir sus dardos en campañas de boicot y otras lindezas, y así puedan conseguir triunfos tan denigrantes como la exclusión de actores de proyectos en marcha, la expulsión de sospechosos de series de éxito y la condena moral sin juicio previo de cualquiera que pueda tener a alguien cabreado por razones más o menos presentables. El sitio web en cuestión calificará de Rotten Apple, o manzana podrida, a toda aquella película que tenga a alguien de su equipo acusado de algún delito, o falta, de índole sexual. Si la producción está sana y reluciente la cinta se calificará como manzana fresca. ¿A que no se imaginaban ustedes lo divertido que puede ser este juguetito? Prueben a introducir su película favorita y comprueben el resultado. Pueden hacer apuestas. Lástima que no se abre una web similar en España para detectar ranas en la charca de los corruptos; seguro que arrasaba con la pana.

Búsqueda de Girls en Rotten Apples

No, no se escandalicen. Aún no hemos visto nada. Lo del teatro Maggio Musicale de Florencia marcará otro hito en la historia de la infamia cometida en nombre de la más noble causa. Acabemos con los acosadores, abusadores y violadores a base de borrarlos de las obras de arte. Para denunciar la lacra terrible de los feminicidios a alguien (parece ser que al director de escena Leo Muscato) se le ocurrió modificar el final de la ópera Carmen y decidió que la protagonista no muriera, sino que matara ella misma a su maltratador empuñando una pistola. Aparte del respeto obligado a la obra clásica, ¿a nadie se le ocurrió explicarle que el mal se denuncia con mayor eficacia mostrándolo tal y como es y no haciendo que el bien triunfe? ¿Hace falta ir a la Universidad para darse cuenta del disparate que supone semejante idea si se aplica a diestro y siniestro?

 

Como un resultado más de la ola de insensateces levantada como reacción pendular ante los siglos de opresión contra las mujeres, alguien se preguntaba si era lícito poder disfrutar de la obra de quien está acusado de los nefandos crímenes que guardan relación –clara u oscura, lo mismo da- con la entrepierna. ¡Nunca más me reiré con un chiste de Woody Allen! ¡No volveré jamás a pisar en una sala en la que pongan una película de Roman Polanski!… y así sucesivamente. No sabemos a cuántos artistas engullirá el sunami, cuántos justos pagarán por pecadores, pero espero que Liam Neeson no dé con sus huesos en el paro. Que son capaces de intentar borrarle de las varias películas que tiene por estrenar en 2018, como a Kevin Spacey. No le va a servir de atenuante ni haber encarnado a Oskar Schindler.

Puritanos de todo el mundo, uníos

Preparando un viaje al centro de promoción del cine francés en París me topo con dos escenas en sendas películas, por estrenar durante 2018, que serían impensables hoy en día en el cine norteamericano, protagonizadas por JulietteBinoche y Marion Cotillard. Primera imagen del filme Un sol interior, de la directora Claire Denis: primer plano de Juliette Binoche tumbada boca arriba en una cama. La composición del encuadre no escamotea la desnudez y permite ver los senos de la actriz, fotografía, por cierto, que Facebook hubiera censurado, por supuesto, como no cejaremos de denunciar hasta que el Gran Hermano cambie sus absurdas normas. El personaje de Binoche se encuentra, lo descubrimos segundos después, manteniendo una relación sexual con otro personaje, un banquero de aspecto físico poco estimulante, interpretado por Xavier Beauvois. El modo franco y honesto de presentar esta acción es el propio de unos artistas, la directora y los actores, que tratan como adulto al público adulto, ni papel couché, ni ridículas sábanas artificiosamente colocadas para cubrir la piel de los personajes.

En Los fantasmas de Ismael, dirigida por Arnaud Desplechin, Marion Cotillard, actriz tan consagrada como Binoche, multipremiada y ganadora como ella de un Oscar, se presenta ante su marido, un director de cine de nombre Ismael, el gran Mathieu Amalric, después de haber estado desaparecida 20 años. Marion porta una bata de baño que deja caer a sus pies y exhibe su magnífica, madura y sensual figura sin tapujos ante la cámara. No durante un fugaz instante visto y no visto, sino durante unos segundos. De nuevo, la puesta en escena de Desplechin es tan pura y limpia como la de Denis, sin juegos de exagerado recato. ¿Podríamos imaginar en semejantes tesituras a dos grandes divas del otro lado del Atlántico?

El contraste de ese puritanismo acendrado, característico del cine de Hollywood, con la libertad de espíritu que muestra el de nuestro vecino francés –y esto eran sólo dos ejemplos de ello- no sólo se manifiesta en la pantalla, en el modo de representar la vida erótica en la ficción. Estos días ha vuelto a quedar  evidenciado en un manifiesto hecho público el martes 9 de enero en la capital parisina, publicado inicialmente en una tribuna publicada en el diario Le Monde y replicado de inmediato, como un terremoto de muy alta magnitud en la escala de Richter, en los medios de comunicación de todo el mundo. Un movimiento de afirmación crítica frente a los excesos que pueden cometerse en defensa de la dignidad de la mujer, a partir del estallido del caso Weinstein y sus múltiples ramificaciones, y que a juicio de las firmantes, entre cuyos nombres se encuentran muy reconocidas personalidades culturales, como la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, la cantante Ingrid Caven, la editora Joëlle Losfeld, la cineasta Brigitte Sy, la artista Gloria Friedmann o la ilustradora Stéphanie Blake, suponen la irrupción de una “moral victoriana” agazapada en una especie de “fiebre por enviar a los cerdos al matadero”, que no se traduce más que en coartada para “los enemigos de la libertad sexual, como los extremistas religiosos”.

Catherine Deneuve. EFE

Me encanta la melodía del manifiesto, aunque, como cualquier persona capaz de pensar por sí solo, pudiera añadir o quitar comas, sustituir ésta u otra palabra, matizar tal o cual afirmación. Pero suscribo plenamente su espíritu y me regocijo enormemente por su aparición pública. Demuestra que la sociedad no está inerme frente a algunos síntomas evidentes de brutal regresión conservadora que se ha destapado en todos los órdenes y terrenos de la expresión artística, no sólo cinematográfica y política. En este humilde blog he intentado en repetidas ocasiones ponerlo de relieve al comentar las diferentes pieles adoptadas por la sibilina serpiente de la amenaza censora y el autoritarismo. El feminismo, filosofía y práctica política liberadoras que defiendo a ultranza, ha adoptado peligrosos perfiles que, como decía la escritora Abnousse Shalmani en una columna publicada en el semanario Marianne “se ha convertido en un estalinismo con todo su arsenal: acusación, ostracismo, condena” y es imprescindible fortalecerlo con un espíritu crítico despierto que se oponga a cualquiera de estas desviaciones.

El manifiesto en cuestión hace afirmaciones muy audaces, cuyo autor, de haber sido escrito por un hombre, hubiera sido apedreado en la plaza pública o fusilado al amanecer, reo del mayor de los desprecios, no sólo por mujeres encuadradas en el espectro más radical del feminismo, sino por gran parte de hombres, dirigentes políticos de la izquierda especialmente, que vienen sumándose a la confusión en la que nos hayamos, en cuanto a medios y objetivos, para conseguir la irrenunciable igualdad entre hombres y mujeres. Delimitar conceptos hilando fino no es práctica habitual cuando se defienden los derechos de las mujeres, lo que lleva por ejemplo a preconizar la prohibición de la prostitución en un inútil intento, condenado al fracaso, de acabar con las lacras que provoca la clandestinidad de esa actividad. Por eso, afirmar, como hacen las firmantes del manifiesto, que no es incompatible defender la dignidad y derechos de las mujeres y disfrutar siendo “objeto sexual de un hombre, sin ser una puta ni una vil cómplice del patriarcado” me parece un alarde de suprema valentía en la descripción de la complejidades de la psique humana.

«Denuncia a tu cerdo» eslogan criticado en el manifiesto. Christophe Petit Tesson / EFE

Naturalmente la contrarreacción feminista no ha tardado en acudir con la manguera para apagar el fuego de la razón y hacerme rebajar el optimismo de mis primeros párrafos. También el puritanismo se enseñorea en la vieja Europa y establece vínculos con el del otro lado del Atlántico. Del calibre retrógrado de los argumentos publicados en France Info dan muestra la sutil terminología del título “Los cerdos y sus aliados tienen razones para inquietarse” y las acusaciones que esgrimen contra las disidentes a las que acusan nada menos que de «reincidentes» en la defensa de «pederastas» y “en la apología de la violación», enemigas de la mujer que aprovechan su notoriedad y presencia mediática para «banalizar la violencia sexual». El lenguaje delata la ceguera. Decir: «tenemos derecho a no ser insultadas, silbadas, agredidas ni violadas» equiparando esos términos sofoca cualquier intento de matización e insinúa que quienes con ellas discrepamos les negamos semejantes derechos. Y continúan: «¿Los cerdos y sus aliados están preocupados? Es normal. Su viejo mundo está desapareciendo. Muy lentamente, muy lentamente, pero inexorablemente”.

Calificar a Catherine Deneuve y demás firmantes como aliadas de los cerdos machistas y defensoras de pederastas y de la violación desvela su disparatada insensatez. Lamentablemente, no siguen el consejo de Marta Nebot, que con total lucidez abogaba por el entendimiento y pide “no más peleas de mujeres en el barro”. Ni son capaces de detectar la contradicción que muy certeramente señala Elvira Navarro: «el tipo de moralismo desde el que se equipara a un baboso que nos ha tocado la rodilla con un violador se parece a quien acusa a una chica violada de ir provocando con pantalones cortos. Es el mismo esquema de pensamiento: el del acusador que ve pecado por todas partes«.

Las estrellas pujan por ir al cielo

Brad Pitt pujó en una subasta benéfica y ofreció hasta 120.000 dólares de vellón por disfrutar de la compañía de Emilia Clarke y ver juntos un capítulo de la serie de HBO Juego de Tronos. Así lo ha recogido toda la prensa mundial y, por supuesto, también este periódico.

Emilia Clarke y Kit Harington en los Globos de Oro 2018. | Jordan Strauss / GTRES

La noticia me recuerda aquel sindiós de película que con el título de Una proposición indecente perpetró Adrian Lyne en 1993. Les refresco la memoria: Demi Moore, que tres años despues vendería muy cara en otro artefacto fílmico la exposición de su piel (Striptease), era una agente inmobiliaria casada con un arquitecto, interpretado por Woody Harrelson, que no quedaba en posición muy lucida porque a su mujer se le ocurre salir del atolladero económico en que se encontraban aceptando una de esas ofertas que pocos pueden permitirse el lujo de rechazar: un patético millonetis, con la máscara apergaminada de Robert Redford, les ofrece nada menos que un millón de dólares por pasar la noche con ella.

Como digo, la película sería perfectamente olvidable de no ser porque semejante punto de partida me parece a mí escandaloso. No por lo que las personas conservadoras puedan pensar, sino por lo contrario: pienso yo que ni el polvo del siglo puede cotizarse tanto porque no podría garantizarse que la velada culminara en un orgasmo que igualara esas proporciones estratosféricas. Aunque claro, los súpermillonarios, que tienen el dinero por castigo, como diría De la Morena, son así de rumbosos. ¿En qué otra cosa más glamourosa podrían derrochar los beneficios de sus acciones? En España, desde luego, hemos visto alternativas bastante más cutres con los de las tarjetas black y eso… Pero no nos desviemos…

Decía que la noticia me recordó aquel despropósito pero debo admitir que no admite comparación. Porque vamos a ver: ¿qué pretendía el ex de Angelina con esa apuesta? ¿Se trataba de comentar el trabajo de Emilia en el mencionado episodio mientras hacía manitas con ella o pensaban ambos estar muy atentos a la pantalla y sólo a la pantalla? ¿El tema era desmenuzar los intríngulis de Daenerys con sus fieles súbditos o contemplar de cerca los ojitos de la Targaryen?

Porque hay un detalle de la noticia que no se aclara y es qué pasó con la insuficiente cantidad que Brad puso sobre la mesa, habida cuenta de que el ganador de la subasta subió hasta la bonita cifra de 160.000 dólares. ¿Dijo Pitt, “ah, pues si no gano me lo ahorro” o de todos modos los donó para la bella causa a la que iban destinados los billetes verdes? Porque recordemos que la iniciativa en auxilio de los pobres más pobres del mundo, los haitianos, a los que todo se les vuelven pulgas, había sido idea de Sean Penn, que además de actor genial e interesantísimo director, es un tipo muy comprometido con estas cosas. Pero digo yo que qué falta hacía ese tejemaneje de subasta. Mejor hubiera estado que todos apoquinaran el parné directamente sin tantas ceremonias, ¿no?

Nota: un terremoto provocó 316.000 muertos en Haití en 2010. Y no contentos con ello los dioses enviaron a darse un paseo por allí a los huracanes Matthew e Irma en 2016 y 2017 para asegurarse de que los supervivientes no cayeran en la molicie y se dieran a la mala vida.

Devastación provocada por el terremoto en Haiti en 2010. EFE

Esta gente de la farándula es muy dada a estos saraos, sobre todo por aquellos lares, me dirá mi pepito grillo personal. No hay tampoco necesidad de andar metiéndose con ellos cuando deciden hacer algo positivo. Y no le faltaría algo de razón, no lo niego. Lo que pasa es que me cuesta un poquito digerir el espectáculo montado en torno a la miseria de los miserables, aunque sea para su propio bien. Da la impresión de que los ricos necesitan divertirse aunque sea con el pretexto de sacar brillo a su conciencia y entregarse al papel de buen samaritano. Hay un punto de exhibicionismo en todo esto, no me negarán. Pero, ¡ojo! ¡Que sigan haciéndolo, eh! Que menos da una piedra y no seré yo quien proteste.

A la movida de Emilia se sumó Kit Harington, que venía de pasar una noche calentita en un bar de Nueva York, empeñado en golpear las bolas de una mesa billar con su espada de Jon Snow, o Jon Nieve, sin percatarse de que él no era uno de los jugadores y de que quienes sí lo eran no caían rendidos a sus encantos, como parece que debe de estar acostumbrado a observar. Los famosos es lo que tienen, con unas copitas de más no distinguen entre fans y simples ciudadanos. Bueno, debería decir algunos famosos. Así es que queda dicho. Superada la cogorza, o vaya usted a saber si por efecto de la resaca, Kit decidió sumar generosamente su agradable compañía a la de Emilia, para que el ganador disfrutara de un lote de dos estrellas por el precio de una, aunque en la crónica no consta si eso entusiasmó al afortunado o provocó su profunda decepción.

Luego la subasta continuó con apuestas cruzadas entre la exultante Emilia (así me la imagino al comprobar el nivel de fogosidad que levantan sus huesitos) y Leonardo di Caprio, otro actor de quien sólo caben alabanzas, tanto en su desenvolvimiento profesional (¡quién lo hubiera dicho cuando se hundía con el Titanic!) como en su compromiso a prueba de maledicencias en la lucha por la preservación del medio ambiente y contra el cambio climático (subrayo que estas líneas no llevan ni pizca de ironía). Entre la khaleesi y Di Caprio intercambiaron unos envites por hacerse con unas pinturas y cada uno se llevó la suya. Mira qué bien. Una buena acción y un lienzo para las paredes, o para regalar, que así queda uno dos veces bien. Que no se diga que las estrellas no son generosas.

¡Que no vuelva la Santa Inquisición!

Primer día del año y ruego al cielo, sin demasiada esperanza de que se cumpla, lamento decirlo, para que 2018 no continúe por los derroteros por los que ha transcurrido el nefasto 2017 al que dijimos ayer adiós. Vivimos en una época en la que el concepto de “democracia popular” ha perdido su originario sentido político, relacionado con sistemas de economía socializada, para travestirse en un mecanismo perverso por el cual colectivos de toda índole se sienten con derecho a condicionar las decisiones creativas de los cineastas o los productores de obras audiovisuales. Así, por ejemplo, con el pretexto de la conducta moralmente reprobable de actores o directores, y tanto si ésta tiene o no consecuencias penales, algunos grupos de presión que operan en el terreno más influyente sobre la opinión pública, el de los medios y redes de comunicación,  consiguen que tan pronto retiren a un actor de una serie como lo borren literalmente de una película; unos pretenden que los personajes no fumen y otros que usen preservativos en sus efusiones íntimas; otros de más allá que no digan palabrotas y otros de más acá que no se enamoren en momentos inapropiados…

En ese camino en el que la democracia adquiere un perfil tortuoso (entre otras cosas, porque las razones pueden parecer muy convincentes en el momento presente y tal vez revelarse a posteriori equivocadas) se confunden los términos y se establece una discusión alejada de la racionalidad, como las descalificaciones que tuvo que sufrir Matt Damon por unas declaraciones que tampoco eran ningún despropósito, realizadas en una entrevista para la cadena ABC News: “Creo que hay un abanico de comportamientos.Hay una diferencia entre tocarle el culo a alguien y una violación o abusar de un niño, ¿no? Todos esos casos tendrían que ser afrontados y erradicados, sin duda, pero no habría que mezclarlos”. Obviamente, según reconocía Damon, algunas conductas merecen ser castigadas con prisión, mientras que otras, aunque sean “vergonzosas y bárbaras”, no pueden ser consideradas de la misma gravedad. A mí esto me parece elemental, pero aquella entrevista fue piedra de escándalo en su día porque nos hemos instalado en un ambiente en el que se rechazan de plano los matices. Habrá que ver el precio que le hacen pagar directa o indirectamente a Damon por haber pisado ese charco.

Matt Damon. EFE

En este contexto se acumulan los sucedidos que tienden a ser cada vez más estrambóticos. No hace mucho se produjo una de esas situaciones en las que la gente se la coge con papel de fumar, si se me permite la humorada tratándose de lo que se trata. Resulta que existen unos premios en la industria del cine pornográfico, sección gay u homosexual, llamados GAYVN Awards, en los que a alguien se le había ocurrido incluir una categoría que premiaría a los actores negros, latinos y asiáticos y no había encontrado otra denominación que la de “Mejor escena étnica”. La intención era establecer un premio específico para unas minorías que de ese modo se garantizaban un puesto en el palmarés. Algo similar a las razones por las que los Goya diferencian entre mejores intérpretes protagonistas y episódicos femeninos y masculinos; si no lo hicieran, probablemente, y en razón de que por desgracia hay muchas menos actrices que actores protagonistas en las películas, aquéllas tendrían sin duda menos peso y visibilidad de la que tienen actualmente en las Galas y en los premios.

Esto es, claro, legítimamente discutible y provoca mucha controversia porque hay otras consideraciones a tener en cuenta, como la de si no es un trato paternalista el no colocar a todos los comediantes por igual, sin diferencia de sexo y condición, en la misma carrera e idéntica línea de salida. Pero lo que no debería provocar son ataques de ira ni acusaciones fundamentalistas, o suspicacias como las del actor porno gay, Hugh Hunter, que fue quien destapó la caja de los truenos acusando a los mencionados premios de racismo e hipocresía, lo que rápidamente llevó a los organizadores a pedir disculpas, darse muchos y sonoros golpes de pecho y suprimir la categoría de la discordia.

El actor de cine pornográfico Hugh Hunter. Twitter

Ay señor, ni en un apartado industrial del entretenimiento tan peculiar y semiclandestino como el de la pornografía se libran de andarse con remilgos y ñoñeces. Igual no era una gran idea, o igual sí, vaya usted a saber. Por cierto –y esto sí que es infinitamente más grave que lo anterior- por sorprendente que parezca, en el planeta porno se adelantaron dos años al cine convencional en la denuncia de supuestos acosos en la persona de James Deen, una de las grandes estrellas sicalípticas del momento, cuya carrera se vio truncada por la acusación de violación de que fue objeto por parte de su “partenaire” y ex novia, Stoya, en Twitter. Con causa o sin causa, que el asunto aún no ha sido resuelto en los tribunales, que yo sepa, James Deen se declaró en rebeldía contra lo que calificaba de infundios: “Ha habido algunas acusaciones atroces contra mí en una red social. Quiero asegurar a mis amigos, fans y colegas que estos alegatos son falsos y difamatorios. Respeto a las mujeres y conozco los limites, tanto profesionales como privados”. No tengo la menor idea de si cree lo que dice o es un farsante. Lo cierto es que nadie le creyó y su flamante carrera se precipitó por el inodoro, emulando “avant la lettre” a Kevin Spacey, éste sí, una inmensa pérdida artística. El impacto que aquella historia causó, claro, con ser muy similar a las que hemos visto recientemente en Hollywood, se diluyó como azucarillo en el agua.  Al fin y al cabo ¿a quién le importa lo que pueda pasarle a “esos guarros del porno”?

James Deen y Stoya y uno de los tuits de denuncia. Twitter

Muy cerca de nuestra casa hemos visto lo que la presión de la opinión pública puede influir en el ámbito de la creación. La cadena pública francesa France 2 ha decidido aparcar sine die el proyecto de un telefilme (ahora le dicen “tvmovie”) que se encontraba en fase de montaje, titulado Ce soir-là, que podemos traducir por Aquella noche, debido a la montaña de críticas que se les ha venido encima porque narraba “una gran historia de amor imposible, pero también un renacimiento con París de fondo, la ciudad romántica por excelencia”. Hasta ahí, nada que reprochar salvo el tufo hiperglucémico. Lo malo es que el romance arrancaba la noche del brutal atentado que el Estado Islámico llevó a cabo en la sala Bataclan, el 13 de noviembre de 2015 y produjo cerca de 90 muertes. Algunas asociaciones de víctimas protestaron porque les parecía inadmisible lo que entendían “es aprovecharse del dolor de la gente”. Una periodista, Claire Peltier, que perdió a su marido en el ataque, cosechó en poco tiempo más de treinta mil firmas pidiendo la cancelación de la película y parece que ha logrado su objetivo.

Captura de pantalla de la web de Le Film Français en el que se menciona el telefilme antes de ser suspendido

Naturalmente, quienes sufren las consecuencias de tan execrable crimen nos inspiran toda la solidaridad del mundo, pero por muy grande que sea su dolor creo que no tienen derecho a exigir que un director, directora en este caso, Marion Laine, renuncie al suyo de contar una historia enmarcándola en el acontecimiento que le venga en gana. Dije lo mismo refiriéndome a Fe de etarras y lo mantengo. Por supuesto, una vez que la hayan visto podrán poner a la obra a caer de un burro o de un potro mecánico, si así lo estiman, pero nunca antes y nunca pretendiendo que se suspenda, salvo que se demuestre que se está cometiendo un delito. No es delito pecar de “insensible” o de “no respetar nuestro dolor y nuestro luto, por las personas asesinadas y heridas», porque esto entra en el ámbito de lo subjetivo. O no debería serlo, que al paso que vamos, con leyes mordaza e intervenciones policiales terminarán por hacernos añorar a la Santa Inquisición. Al menos con ella no te quedaba más remedio que reconocerte culpable y sabías que te torturaban por la salvación de tu alma. No es un gran consuelo, pero hay a quien le sirve.

Los dineros de nuestro cine

El análisis de la taquilla del cine español, ahora que nos encontramos en esas fechas en las que parece que hay que hacer balance obligado de todo, se parece al día siguiente de unas elecciones, cada partido cuenta la guerra según le haya ido en ella. Ayer mismo, titular de El español: “El cine español sigue en racha: arrasa en taquilla por cuarto año consecutivo”. Con una visión algo más que optimista, eufórico al modo lisérgico, añadía: “…al final nuestra industria ha demostrado otra vez que se ha reconciliado con ese público que durante años le dio la espalda. Por cuarta vez consecutiva -y cuarta vez en toda la historia desde que se recopilan los datos de taquilla- nuestras películas superarán los 100 millones de euros de recaudación”. Es lo que se dice ver la botella llena habiéndose tomado ocho copas de ella. Después de respirar hondo el redactor aflojaba la hiperventilación: «se ha superado esa cantidad que ya es una barrera moral que separa el éxito de la decepción”. O sea que alcanzar por los pelos esa cantidad de recaudación que nos salva de la decepción ¿significa arrasar en taquilla? Percibo un divorcio flagrante entre el titular y el cuerpo de la noticia.

Colas ante las taquillas de un multicine. EFE

En las antípodas de su colega y lamentando el escaso contenido de la botella, un día antes Gregorio Belinchón en El País titulaba: “El cine español registra su peor taquilla desde 2013”. Según el periódico global, como pomposamente presume en su cabecera,  la industria respira aliviada con una cuota de pantalla del 17% y la caja señalada de los cien kilos casi redondos pese a ser la más baja en cinco años, desde que en 2013 se quedara en 70 millones. ABC, en un ejercicio de contención admirable –por sorprendente, en asuntos políticos ya sabemos que  acostumbra a disparar con bala- prefería ayer limitarse a constatar sin valoraciones: “El cine español se acerca a los 100 millones de recaudación en 2017”. Y subrayaba que la cifra es la más baja de los últimos cuatro años. No me cuadran bien las cuentas en esto de si son los cuatro o los cinco últimos años, pero no nos detengamos en menudeces.

Tanto si nuestras películas arrasan como si registran su peor taquilla en el último lustro a mí no me gusta nada la letra pequeña del listado que el Ministerio de Cultura, Educación y Deporte hace público en su sitio web, en donde por cierto no exhibe sus propios datos oficiales sino los de Comscore, a la que define como “una compañía de medición cross-media que analiza de forma precisa los datos diarios sobre el comportamiento de la audiencia y de la taquilla”. Lo de cross-media tengo que mirarlo en otro momento, cuando me ponga la armadura de combatir neologismos.

A lo que iba: según el acumulado de cine español a 24 de diciembre del presente, una comedia mediocre de padres carcas preocupados por los tipos con quienes se acuestan sus hijas, Es por tu bien, dirigida por Carlos Therón, con José Coronado, Roberto Álamo y Javier Cámara, un típico producto de la factoría Telecinco, o sea el colmo de la sutileza, en el que los actores participan para hacer caja aunque sea tapándose la nariz, es la tercera de este año, con nueve millones y medio de euros en el bolsillo sustraídos a millón y medio de espectadores.

Roberto Álamo, Javier Cámara y José Coronado en Es por tu bien. Telecinco Cinema

En segundo lugar queda el solvente y eficaz remake de una película italiana, Perfectos desconocidos, inidentificable como obra de Álex de la Iglesia, casi sin sombra del reconocible estilo de toda su filmografía. Bueno, está bien, al menos es una comedia inteligente. Diez millones doscientos mil euros y un puñado de espectadores más que la citada más arriba, son sus números.

Álex de la Iglesia y toda la tropa de Perfectos desconocidos. Telecinco Cinema

Y en primer lugar, otro producto Telecinco pero en el terreno de la animación, Tadeo Jones 2: El secreto del Rey Midas, que sigue la estela taquillera de su antecesora de 2012, Las aventuras de Tadeo Jones, favorecidas ambas por el apoyo de toda la artillería publicitaria de Mediaset. Dieciocho millones de euros recaudados y tres millones y pico de espectadores sentados en la butaca de una sala no son poca cosa, quién hubiera sospechado hace unos años que los dibujos iba a pitar tan fuerte…

Hasta el número 20 de la lista hay que descender para bajar de la cifra de un millón ingresado y es Verano 1993 la que marca esa frontera con sus cerca de ciento sesenta y dos mil espectadores pendientes de que la niña Laia Artigas rompa a llorar, pobrecita, para desahogarse de la pena. Hay que decir que su presentación como candidata a los Oscar, finalmente frustrada, habrá ayudado mucho a soplar las velas de este humilde barquito, pequeñito por fuera y grande por dentro; de no haber sido así lo hubiera tenido muy pero que muy difícil. Por encima de ella van quedando títulos mucho más potentes financiera y mediáticamente como Oro, El Dorado según Agustín Díaz Yanes, que no ha ido mal en mes y medio, en el puesto 15, redondeando, con un millón trescientos mil euros; Abracadabra, la comedia marciana de Pablo Berger, en el 14, con un millón setecientos mil recolectados en casi cinco meses; La librería, de la vindicativa Isabel Coixet, en el 13, con dos millones doscientos cincuenta mil también en poco más de un mes; o El bar, dos en el mismo año de Álex de la Iglesia, estrenada allá por marzo, con dos millones ochocientos ochenta mil euros.

Por encima de la raya del medio millón de euros llegamos hasta el número 28 de la lista y encontramos títulos que serán llamados en la ceremonia de los Goya a recoger algún cabezón, como la aventura del gigantón de Altzo, la muy notable fábula de Handía;  la amarga y tenebrosa adaptación por Agustí Villaronga de la novela de Joan Sales, Incierta gloria; la a mi entender sobrevalorada versión de una novela de Javier Cercas realizada por mi admirado Manuel Martín Cuenca, El autor; o la muy interesante aunque irregular sátira política de Santiago Mitre, La cordillera.

Hasta cien mil euros ha conseguido embolsarse en dos semanas Gustavo Salmerón con su familiar y desopilante documental Muchos hijos, un mono y un castillo y ello le sitúa en el puesto 44; uno por debajo de Nacho Vigalondo que debe el hombre de estar muy decepcionado con sus ciento ocho mil  en seis meses de andadura: ni Anne Hathaway tuvo tirón para vender Colossal. Selfie, el inteligente, divertido y corrosivo  falso documental que nos permitió descubrir al actor Santiago Alverú en su descacharrante pseudo autorretrato como hijo pijo de un ministro pepero, tampoco obtuvo la respuesta que merecía por parte del público: ciento noventa mil euros en el puesto 35. La transgresora, verbal y visualmente, pero en el fondo elemental opera prima del provocador Eduardo Casanova, Pieles, tampoco puede tirar muchos cohetes con sus ochenta y cinco mil euros y baja al peldaño 46.

Lo que sí que me irrita es que las dos más acojonantes películas realizadas con capital español este año, dos obras redondas, intensas, profundas, Una mujer fantástica y No sé decir adiós se tengan que conformar con ciento cincuenta y setenta y dos mil euros respectivamente. El filme de Sebastián Lelio aborda la transexualidad con tanto respeto y valentía que mereció la nominación a los Globos de Oro, además de ganar en Berlín el premio al mejor guion. El de Lino Escalera es mi debilidad de 2017, la obra perfecta, la demostración de que en España se hace muy buen cine, cine serio, adulto, grande, como grande es un reparto mayúsculo encabezado por Natalie Poza, Juan Diego y Lola Dueñas. ¿He dicho ya que es escandaloso que Juan Diego no esté nominado a los Goya? Pues lo repito: ¡increíble! Cosecha premios allá por dónde pasa, pero la gente no la ha visto; ¡una pena! Abordando el mismo tema de fondo, la enfermedad terminal y cómo la afrontan el enfermo y sus más próximos, Fernando Franco contó con la pareja en la realidad y en la ficción de excelentes actores: Marián Álvarez y Andrés Gertrudix, pero su doloroso y potente trabajo no dejaba ni un resquicio de luz al espectador en Morir (comenzando por el título) y ello seguramente ha hundido la promoción de este drama, traducida en unos escasísimos treinta y cinco mil euros.

Que Fe de etarras sólo la hayan visto en salas mil quinientas personas se explica porque su productora, Netflix, se hace la competencia a sí misma con el cable, es comprensible. Aún así, les recomiendo a ustedes –yo me partí de risa- que la vean por el sistema que sea. Y que la muy interesante indagación en la pulsión del “voyeur” y en la irresistible atracción por la carne prohibida, el incesto, de Pedro Aguilera, Demonios tus ojos, no haya alcanzado los nueve mil euros me parece verdaderamente lamentable.

Por último apuntaré algo obvio sobre un dato no muy conocido: cuando se estrenan en un mercado tan rácano como el nuestro 177 películas en una año, no es extraño que doce de ellas no lleguen ni a recuperar cien euros de lo invertido. O que nueve de ellas no consigan convocar a veinte espectadores. O que la última de la lista, cuyo título pudorosamente ocultaré, recibiera catorce euros de sus dos espectadores. Y aún así y todo, con este panorama, hay quien toca alborozado las campanas.

Aquí te cortan las alas, allí la cabeza

El Universo cinematográfico ofrece casi tanta variedad de especies y situaciones en las que éstas se desenvuelven como las que hicieron las delicias de Charles Darwin, aunque no estoy muy seguro de si entre ellas podría establecerse una cadena evolutiva que a partir del antepasado común, pongamos los Lumiére, y mediante un complejo proceso de interacción y selección natural nos condujera al disparate del panorama actual. O a la inmensa, contradictoria y riquísima variedad de fenómenos cinematográficos que hoy podemos observar.

La actriz Deepika Padukone. Twitter

Desde el sunami de abusos sexuales en Hollywood hasta el más modesto estreno de una humilde producción en algún lugar del planeta; desde la inimaginable e incomprensible ausencia de Juan Diego en las nominaciones a los Goya de este año hasta el apabullante estreno urbi et orbi de la penúltima entrega de la saga galáctica, que no concluirá hasta que a las ranas les crezca el pelo; desde la irrupción de las plataformas de exhibición en línea que están cambiando el paradigma del consumo a escala mundial hasta la apertura de nuevas salas que reviven el espíritu de los viejos cineclubs… el mundo del cine es un inmenso océano donde conviven desde grandes cetáceos hasta microorganismos a los que nosotros nos acercamos con insaciable curiosidad y a veces nos dejan perplejos.

A finales de septiembre leí este titular: “AMC permitirá a The Walking Dead decir ‘fuck’… ¡dos veces por temporada!” No me negarán que tiene mérito este derroche de progresismo, de flexibilidad moral, de altura de miras en una serie en la que los muertos se pasean tambaleantes con las tripas al aire o con la cabeza colgando si acaban de recibir el impacto de un bate de béisbol, el disparo de una escopeta recortada o una vistosa descarga de ametralladora. Imagino que tal disposición responde a la preocupación de los directivos de la cadena AMC por la salud anímica e intelectual de los espectadores y que no otra cosa les ha llevado a permitir ¡hasta dos veces, en el total de 16 episodios de la octava temporada! y en aras al realismo y verosimilitud la –grosera- libertad de expresión de Negan, el personaje que interpreta Jeffrey Den Morgan, que hasta ahora tenía el “fuck” colgando de los labios como quien lleva un cigarro convertido en colilla maloliente. Es bien sabido que las palabrotas hieren más a los oídos que las detonaciones de las armas y en Estados Unidos las primeras se pueden limitar pero las segundas no.

The Walking Dead-Temporada 8. AMC Press

Tampoco gustan mucho alli  las bromas pesadas o indigestas, lo cual demuestra a veces que desde que tienen un presidente tan gracioso el sentido del humor es un valor a la baja. Resulta que en verano la CNN sometió a un auto de fe a la actriz y comentarista Kathy Griffin, que había tenido la delicada idea de posar con una cabeza ensangrentada. Hasta ahí, no era más que una imagen que parecía extraída de una campaña de la serie mencionada arriba, ligeramente subidita de gore. Lo malo es que la cabeza presentaba un rostro sospechosamente parecido al del presidente de la nación, ese señor que aprueba bajar los impuestos  a los ricos y éstos le dicen que tampoco se pase, que vamos es lo nunca visto, ya quisiéramos que los nuestros tomaran nota. “Pido mis más sinceras disculpas, acabo de ver ahora la reacción a esas imágenes”, se arrepintió de su pecado la actriz en Instagram. “Fui demasiado lejos”. Y añadió que sólo estaba “haciendo una broma sobre el bromista en jefe”. Pero ese acto de contricción no impidió que la CNN la fulminara.

Tuit de Kathy Griffin con la cabeza de Donald Trump.
“Había sangre saliendo de sus ojos, sangre saliendo de su… donde sea”

Y ya que hablamos de cabezas cortadas yuxtaponemos estas simpáticas anécdotas con este otro titular de hace un mes: “Un político de la India ofrece 1,6 millones de dólares por decapitar a una actriz”. Y no se trata de una broma de mal gusto ni de una metáfora forzada. Aquí la cosa vira del castaño a oscuro, oscurísimo. Aquí ya no se trata de que una serie busque y contente a su audiencia más fiel (la que, según parece, votó a Donald Trump) con melindres y bobadas. Aquí topamos con las creencias religiosas y la interpretación fanática que conduce a un grado muy superior de barbaridad. ¡Ríete tú de nuestra clase política! Nuestra derecha patria es el culmen de la civilización comparada con la que se estila en India. Aquí se aplica la Constitución a nuestra manera, a golpe de decreto y luego ya si eso ya hablamos, en la cárcel o por plasma, pero allí tan pronto te amenazan con cortarte la nariz como, peor aún, ofrecen recompensa por tu cabeza, como en el viejo oeste americano.

Deepika Padukone en Padmavati

Una de las grandes estrellas del país de Gandhi, de nombre Deepika Padukone, tuvo la mala suerte de protagonizar una superproducción, Padmavati, que recreaba la leyenda de una reina hindú dispuesta a arder como una antorcha antes que ser hecha prisionera por el bárbaro musulmán Alauddin Khilji, de cuyas intenciones no debía fiarse ni un pelo. A las puertas del estreno de lo que se esperaba que sería la sensación del año alguien difundió un rumor cargado por el diablo, como mandan los cánones, que obligó a la productora a cancelarlo todo. Conforme a ese rumor, en una escena del filme la reina Padmavati soñaba con un encuentro calentito con Khilji, lo cual está muy pero que muy mal, según el recto entender de los hindúes más ortodoxos –otra vez los guardianes de la moral al acecho, que como se ve están en todas partes y latitudes-. Y como los desmentidos no se los cree ni dios, por mucho que insistieran en ellos los autores, comenzó una campaña de improperios, acoso y amenazas de todo jaez contra la película, contra el director, Sanjay Leela Bhansali, la actriz, Deepika Padukone, y el que llevaba los tés verdes cuyo nombre no figura en los créditos. El líder del grupo derechista más influyente, Kari Sena, amenazó incluso con cortarle la nariz a Deepika, sin pararse a pensar qué podría hacer después con ella, el muy bestia.

Kunwar Suraj Pal Amu. Twitter

Pero el más cafre, de irresistible instinto asesino, el líder del diestro partido gobernante BharatiyaJanata (BJP) de nombre  Suraj Pal Amu, tiró por la calle de en medio y decidió entrar en competencia directa con el ayatolá Jomeini cuando allá por 1989 no había sinapismo que le calmara por la publicación de la novela Los versos satánicos y puso precio a la vida de Salman Rushdie. El tal Suraj Pal Amu, sin necesidad de proclamar ninguna fatua, ofreció una recompensa en efectivo equivalente a 1,3 millones de euros a quien emulara a Salome y le presentara la noble y bella testa de Deepika Padukone. En la información de Channel News Asia no consta si mantendría el precio en caso de que ésta fuera presentada sin apéndice nasal. También proponía decapitar al director, Sanjay Leela Bhansali, pero no tengo claro si debía entregarse la prueba del delito en el mismo paquete, o aparte, y si la módica cantidad propuesta sólo era canjeable a cambio de ambas cabezas juntas o por cada una de ellas. La cinta, por si acaso y mientras se van aclarando las autoridades, ha sido prohibida en algunos estados de la India, tales como Uttar Pradesh y Rayastán.

Andrea Solario: Salomé con la cabeza de San Juan Bautista

Ya ven qué cosas tiene esto del cine y a qué diferentes embates deben hacer frente quienes lo hacen. En Hollywood si te portas mal te cortan la lengua, pero figuradamente, o te mandan a hacer terapias en clínicas muy caras, si la cosa es realmente grave, mientras te muestran la puerta de salida de la industria. En Bollywood lo tienen más crudo. En la India, donde la compañía fabricante Manforce puso en circulación una línea de preservativos con sabor a achari, un condimento de aceite extremadamente picante utilizado en la cocina del sur de Asia, porque las gomitas con sabores a banana o frambuesa les parecían mariconadas, no se andan con contemplaciones y si hay que cortar cabezas de los infieles se pone una pasta sobre la mesa y a esperar…

Un premio siempre es un alivio

Cuando a uno le han convertido en un apestado, le ha abandonado la mayoría de los amigos y otros ni están ni se les espera porque para qué, una buena noticia, aunque sea pequeña, es una botella de agua fresquita en el desierto. Eso es lo que le ha pasado a Enrique González Macho, que ayer recibió esa alegría de parte de la Federación de empresarios de cine españoles, un «Premio a toda su carrera», lo cual, habida cuenta de los derroteros por los que este hombre pasa en los últimos tiempos, es como hacer gala de un optimismo imbatible.

 

González Macho es uno de los grandes prohombres de nuestro cine, alguien que un día fue arrojado a los infiernos sin que Dante le avisara, al menos para hacerse una idea de qué debía llevarse en la maleta y qué tipo de contraseñas le serían más útiles a las puertas del Averno para minimizar los daños, si reconocerse culpable de haber defendido al cine español contra viento y marea, de haber aceptado algunos reconocimientos de campanillas, como el Premio Nacional de Cinematografía, el de Caballero de las Artes y las Ciencias, otorgado por el gobierno francés en agradecimiento a su apoyo a la cinematografía europea, o incluso la silla eléctrica de la Presidencia de la Academia de Cine, o si por el contrario, agravaría su pena declararse convicto de haber dado la cara y pagado todas las deudas a sus deudores en coyunturas harto difíciles, como cuando tuvo que echar el cierre con dolor de corazón a muchas decenas de salas de cine.

Enrique González Macho. EFE

Hace dos años el diario El País denunciaba como quien descubre el caso Gurtel el “Fraude del taquillazo”, que supuestamente habría conmocionado al cine español. El fraude consistiría en “sobredimensionar las taquillas y entradas de espectadores para aparentar que el filme reúne los requisitos para cobrar la subvención correspondiente”. Según el informador hubo productores que habían “pagado de su bolsillo entradas para alcanzar el mínimo de espectadores necesario para recibir la ayuda (60.000 o 30.000, dependiendo de las películas)”. Esta práctica de “autocompra” de entradas no era en sí mismo un delito con la legislación en ese momento vigente, posteriormente modificada. Sí lo era echarle un poco de imaginación e inventar proyecciones o falsas sesiones matinales que habrían mosqueado a la fiscalía porque veía en este ejercicio creativo un falseamiento de datos con vistas a la obtención de subvenciones.

El País daba cuenta de una larga lista de investigados: “Jaume Solé Viñas, Antonio Solé Viñas, Luna Exhibición y ABS Productions-Barcelona por las películas La zona muerta, Pecador y La última mirada; el director y productor —con su empresa Nickelodeon Dos PC— José Luis Garci, por Holmes & Watson. Madrid days; Enrique Cerezo, como productor de La montaña rusa; el productor Gerardo Herrero, de la empresa Tornasol; Luis Miñarro, a través de su empresa Eddie Saeta; Juan Martínez, Marck Albela, José Gago y José R. Gago Perales, de Gona Centro de Producción, por Los muertos no se tocan, nene, y Edmundo Gil, de Flamenco Films, por Rosa y negro”. También se les había abierto sumario a Canónigo Films, Produzione Straordinaria, Kanzaman y Kaplan.

Enrique González Macho en la Gala de los Goya como Presidente de la Academia. EFE

La imprescindible connivencia con los exhibidores para llevar a cabo este fraude hizo figurar en otros sumarios a empresas como “Luna Exhibición, Séptimo Arte Exhibición (empresa dueña en Madrid del Pequeño Cine Estudio y de los cines Paraíso Mirasierra) y la cadena AbacoCine-Cinebox”. A Enrique González Macho la fiscalía le acusaba de pretextar falsas sesiones matinales de la coproducción francoespañola Rosa y negro en salas de Alta Films para justificar el número de entradas exigidas por un sistema de subvenciones basado en la taquilla que penalizaba a las películas ignoradas por el público.

En marzo de este año El País tiraba de su hilo directo con la Fiscalía de Madrid revelando que había pedido dos años de prisión y una multa de un millón de euros (que podría “cómodamente” canjear por otros seis meses si no los pagaba) para él y para el productor de cine Juan Romero Iglesias. Les acusaba de haber implementado el mecanismo que he explicado más arriba. Yo ya dije en su día que, sin entrar en el fondo de la cuestión sobre si son delitos o son faltas, qué gravedad tienen y qué consecuencias penales acarrean, cosa que deberán sustanciar los tribunales cuando dios les dé a entender (más tarde que pronto, ya se sabe), me llama poderosamente la atención que el único estigmatizado por este asunto fuera González Macho (convendrán conmigo que del señor Romero Iglesias ni habían oído o leído nada antes ni lo han vuelto a leer o escuchar).

Muy pocos salieron en su defensa. Entre las excepciones, el periodista Oti Marchante no dudaba en calificar de auténtica canallada lo que se le estaba haciendo; Ramón Colóm, presidente de la Confederación de los Productores Audiovisuales (FAPAE), a la pregunta de ¿cree que González Macho es inocente? respondía: “creo que es inocente. Se le ha crucificado y no sabemos si al final saldrá por la puerta grande”. El Presidente de la Federación de Cines (FECE), Juan Ramón Gómez Fabra, calificaba de “sangrante” lo que le estaba ocurriendo al expresidente de la Academia. Se hacían cargo de que la situación anímica por la que atravesaba era de las que uno no le desea a los peores enemigos y se la reserva a esa clase de amigos de los que es mejor cuidarse las espaldas.

Enrique González Macho recoge su Premio FECE. Twitter

No me constan los nombres de otros colaboradores profesionales, colegas o compañeros del planeta cine español que le ofrecieran palabras de aliento, salvo el de alguna persona que habiendo trabajado con él sigue manteniéndole una estima y cariño como las que uno necesita en los malos momentos. En general, ya sabemos cómo son estas cosas, cuando un gigante cae la muchedumbre se aparta por el qué dirán y si te he visto no me acuerdo. Por eso me he alegrado de que la FECE (Federación de Cines de España) le haya regalado un instante de alivio, un pequeño homenaje en forma de “Premio a toda su carrera”, al que humildemente me sumo de pensamiento. Porque yo tuve y sigo teniendo la sospecha de que González Macho fue víctima de una encerrona para convertirle en cabeza de turco. Tengo pendiente una conversación con él para que me explique los intríngulis del asunto, a lo que él se ofreció de inmediato cuando escribí aquel post que he mencionado más arriba. Ojalá la Justicia haga honor a su nombre y lo haga pronto. Estoy seguro de que es un hombre honrado.

Condones en serie

En Francia las autoridades educativas, tentadas de promover una campaña para que los villanos en la ficción se adecúen a unas normas de conducta que puedan servir de ejemplo para los escolares, se preguntaban por qué los personajes tienen que fumar tanto en la pantalla. Siguiendo ese patrón, en España quizás deberíamos ver desaparecer de la escena las copas nocturnas  -y no digamos las rayitas blancas-. O sea que los chorizos pidieran en la barra del bar un vaso de colacao mientras deliberan sobre sus fechorías. O los banqueros y políticos corruptos tomaran una horchata, acosados por su conciencia.

¿Y en Estados Unidos? Allí, ya saben ustedes lo que les preocupa más que ninguna otra cosa. Antes de que se desatara la madres de todas las tormentas con las revelaciones que han puesto en la picota a Harvey Weinstein y a un número creciente de sospechosos y acusados de abusos sexuales, este verano algunos medios se hacían eco de otra polémica, otro pequeño terremoto con epicentro en el bajo vientre, aunque la intensidad de éste sólo fuera un tímido presagio del que llegó después. La cosa iba de látex, de condones, o sea.

Siempre que hay una polémica hay un acusado de faltar a las buenas maneras. Esta vez le tocó la china a la cadena HBO, cuya serie Insecure ha hecho gala al parecer –espero la confirmación por parte de Cecilia García Díaz-  en sus dos temporadas emitidas de frecuentes situaciones eróticas en las que ni dios hacía ademán de echar mano al bolso o al bolsillo para extraer un profiláctico… O sea, lo normal, porque que yo sepa, es tan difícil ver una goma de esas en cine y televisión como ver en chirona a quienes ustedes y yo sabemos. Y algunos espectadores, de esos que enarbolan la lupa para examinar y denunciar cualquier mínimo detalle que pueda ser censurable según su muy estricto sentido de la moral, protestaron por tan escasamente saludable costumbre. Vamos, se quejaban de que los personajes se mostraban en sintonía con el título de la serie (Insecure) y no practicaban safe sex (sexo seguro), lo que a su entender es muy malo para la educación de los jóvenes.

Ya lo ven, el adoctrinamiento juvenil de nuevo como pretexto para convertir el reino de la ficción en el patio de recreo de un seminario. Uno de los responsables de la serie, Prentice Penny, aducía en Twitter que sus personajes estaban “protegidos” el 99% del tiempo y que 28 minutos para contar una historia en cada capítulo tampoco daba para mucho. No es que fuera la mejor estrategia defensiva, pero una semana más tarde, tras la emisión del episodio 4, la creadora y estrella de Insecure, Issa Rae, lo empeoró: «Tendemos a colocar condones en el fondo de la escena o que estén implícitos en ellas. Pero prestamos atención a sus comentarios (los de los espectadores quejicas) y lo haremos mejor la próxima temporada «. Parece estar pensando a aplicar una variante del llamado “product placement”, pero en plan campaña educativa, cambiando la Coca Cola o el portátil de Apple por unos preservativos descuidadamente olvidados en un rincón del sofá.

Como ven, todo un despropósito. A este paso se le pedirá a los guionistas de Juego de Tronos que si puede ser no se carguen a tantos personajes porque va a parecer que están haciendo apología de la pena de muerte y en Estados Unidos ya tienen ellos suficiente con la que pregona Donald Trump.  ¿Y qué me dicen de The Deuce? ¿No se estarán pasando con tanta prostitución y tanta palabrota? Estamos llegando a un nivel de puritanismo y tontería que como no lo impidamos entre todos vamos a terminar por echar de menos los tiempos en que se nos advertía en Televisión Española con unos rombos de la clasificación moral de lo que íbamos a ver. Aquello era el reino de la libertad comparado con lo que nos amenaza.

Ni el porno se libra de estas pretensiones. La última marea de los preservativos llegó a las costas del porno californiano hace ahora poco más de un año pero los electores rechazaron una propuesta, la Proposición 60, que pretendía obligar a los actores de tan próspera y al tiempo controvertida industria a usarlos en el desempeño de su profesión. Allí el fantasma agitado era el SIDA, que es ciertamente un peligro serio cuando se trata de intercambiar fluidos a diestro y siniestro, y la propuesta partía del presidente de la Fundación de Salud AIDS. La paradoja del caso es que este señor se llama ¡Michael Weinstein! Aunque no parece que sea el hermano oculto de Harvey y Bob.

GTRES

Los consumidores reales y parte de los potenciales dijeron, por un 54% de los votos contra el 46%, que hasta ahí podíamos llegar, que una cosa es que no hubiera más remedio que tomar precauciones en la vida privada y otra que hubiera que hacerlo hasta en las más íntimas fantasías, que así no había quien calentara motores como dios manda. Pero además, el señor Weinstein no se conformaba con echar agua al fuego de la pasión pornográfica, pretendía también convertir en delatores a los consumidores y les animaba a denunciar a los actores que se saltaran a la torera estas barreras contra la promiscuidad sin protección.

Ya lo sabemos, en lo tocante a desandar caminos de libertad de expresión todo es dejar a los gobernantes ponerse. Y si no que se lo pregunten a los que están pagando con cárcel la aplicación a modo de la Ley mordaza. La censura silenciosa es la Quinta columna del totalitarismo infiltrada en la democracia. Yo no gano para llamar la atención sobre las fechorías de Facebook e Instagram, o viceversa. Mi reciente post, una inocente defensa de quienes reivindican dar la leche materna en su envase natural, también ha sido censurado por el Libro de Caras, o como se diga, de Zuckerberg con este inverosímil argumento:

¡Habráse visto semejante sandez! ¿Ven ustedes algún parecido entre esas normas y el objeto prohibido al que las aplican? ¡No tienen ninguna vergüenza!

2017: una cosecha de cine regular

Este año no hemos tenido una gran cosecha de cine. De no ser porque en el apartado de intérpretes, masculino y femenino, sigue habiendo tortas para dilucidar el valor de los trabajos, en el de mejor película, por el contrario, el nivel deja mucho que desear a mi humilde entender. Sólo veo una película por encima de las demás, una película excepcional tanto en el apartado del reparto como en el de guion y dirección: No sé decir adiós, de Lino Escalera. Las demás nominadas a los premios de la crítica, los Premios Feroz, que acaban de hacer pública su selección, me parecen bastante irregulares.

Ya he hablado aquí en varias ocasiones de No sé decir adiós, un drama doloroso que escarba como un escalpelo en la carne de la enfermedad terminal y las relaciones paternofiliales, pero es portador de una soterrada carga de esperanza en el destino humano, que los tres intérpretes principales, Juan Diego, Natalie Poza y Lola Dueñas hacen inolvidable.

El autor supone para mí una decepción en un director al que siempre he considerado “el Antonioni español”, Manuel Martín Cuenca. Esta adaptación de una novela de Javier Cercas se me queda muy escasa de materia intelectual, no mucho más que una sencilla y sarcástica reflexión acerca de los egos de artistas y escritores que no alcanza para llegar a la duración estándar de una película. La salvan los actores, los siempre acojonantes Javier Gutiérrez (que le “echa huevos”, tanto en sentido figurado como literal) y Antonio de la Torre, a quien hay que escuchar alborozadamente  abroncar al aprendiz de escritor, uno de los momentos felices que no consiguen compensar el chasco final.

Handia, de Jon Garaño y Aitor Arregi es una emotiva fábula de amor fraternal escondida en una crónica de hechos reales en torno a un personaje muy singular, un guipuzcoano que vivió a mitad del siglo XIX atrapado en un cuerpo que no dejó de crecer hasta su muerte, a los 43 años de edad, interpretado reciamente por Eneko Sagardoy. Rodada en euskera, ambientada con esmero y fotografiada con mimo por la cámara de Javier Agirre, y arropada por unos efectos visuales de impactante realismo, Handia parecía encaminarse hacia el cuento de un monstruo triste e incomprendido, que sufre las burlas de sus contemporáneos, en la línea de El hombre elefante, pero apunta en otras direcciones con un marco referencial de época.

Verano de 1993, es la primera película, muy meritoria, de Carla Simón por arriesgada y conseguida, pero creo que cuenta con algunos inconvenientes para hacerse aceptar en la taquilla, el principal, el ritmo moroso y contemplativo que le impone un propósito de rigor y coherencia con el punto de partida. A su favor jugará que la Academia la eligió para representar a España en la carrera de los Oscar (y esperemos que llegue a la final aunque lo tienen muy difícil; de ganar, ni lo imaginamos) y también una especie de viento crítico a favor generalizado que pone en valor la verdad que transpiran sus imágenes, no afectadas por ningún tipo de impostura. Tanta es la verdad y la renuncia a cualquier artificio que no se permite ni siquiera usar algún recurso que levante la intensidad emocional con fines dramáticos; una sola secuencia, la que tiene que ver con la pequeña en la carretera (lo digo tan crípticamente para no desvelar nada) en manos de cualquier otro hubiera tenido un desarrollo mucho más efectista. La interpretación de la niña Laura Artigas es también memorable.

La librería tiene las virtudes habituales del cine de estilo depurado de Isabel Coixet. Hablada en inglés, como es habitual en sus películas, es elegante, cálida, perfumada de un toque de nostalgia y otro de rebeldía a partes iguales y cuenta, también, como las anteriores, con un gran elenco encabezado por tres actorazos: los británicos Emily Mortimer y Bill Nighy y la norteamericana Patricia Clarkson. Isabel consigue que veamos las partículas de polvo depositadas sobre los estantes de los templos sagrados de la feligresía lectora en peligro de extinción y que abominemos de las educadas maneras e hipocresía de las fuerzas reaccionarias, siempre alertas para frustrar las ilusiones y proyectos de quienes van por libre.

 A la altura de las anteriores, y por tanto uno o dos peldaños por debajo de No sé decir adiós, yo seleccioné para los Premios Días de Cine a La cordillera, coproducción con Argentina y Francia dirigida por Santiago Mitre, que con la ayuda de un grandísimo (como siempre) Ricardo Darín dibuja un retrato espeluznante y lleno de matices de un presidente del país austral. Lo más estimulante que aporta es la visión absolutamente verosímil de un cónclave de presidentes iberoamericanos como un nido de avispas en el que no sabes quién te va a clavar el aguijón, bien sea a traición o de la manera más fraternal. Lo menos es que incluye una subtrama esotérica de menor interés.

También incluí Selfie, un divertidísimo aguafuerte sobre los hilos de superchería que envuelven las idas y vueltas de la política española, que exhibe como cómico desternillante a Santiago Alverú. En los Premios Feroz participa en la categoría de Mejor Película de Comedia, que es como establecer involuntariamente un nivel de sutil inferioridad respecto al resto de las producciones. Yo no soy partidario de hacer esos distingos.

Días de Cine incluye entre las cinco mejores películas españolas a Proyecto Lázaro, una ciencia ficción en mi opinión muy menor de Mateo Gil sobre las posibilidades de la hibernación para intentar burlar a la muerte y deja fuera a La librería. Salvo en ese detalle coincido con mis compañeros, aunque en la votación ajustadísima se impuso la ópera prima de Carla Simón sobre la espléndida, también ópera prima, No sé decir adiós, que como digo, considero claramente superior.

Los Premios Forqué colocan la estrambótica comedia de Pablo Berger, que yo no pude digerir, Abracadabra, en el lugar de No sé decir adiós. Un experimento para mí fallido, que mezcla texturas de comedia costumbrista de los años 60-70 con un enfoque de vindicación feminista servido por secuencias que van de lo sublime a lo ridículo. Claro que hay que aclarar que en los Premios Forqué quienes votan al Mejor largometraje de Ficción y Animación son los productores, lo que significa que sus criterios se rigen por otros arcanos.

Mucho no podrán diferir estos títulos de los que los académicos convoquen a la Gala de los Goya el 3 de febrero. Yo llevo meses pronunciandome y no he tenido necesidad de modificar mi apuesta para establecer quiénes deben ser los ganadores de los cabezones principales: el Goya a la Mejor película, sin discusión, es para No sé decir adiós; el Goya a la Mejor actriz principal, sin discusión, es para Natalie Poza y el Goya al Mejor Actor, sin discusión, debería ser para Juan Diego, aunque mucho me temo que compita en la categoría de Mejor Actor de Reparto, lo que de ser así consideraría un pequeño error: suyo es el trabajo más impresionante y conmovedor de la temporada. Nadie se acerca ni de lejos a ese personaje y a lo que con él ha hecho Juan Diego.