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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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¿Berlanga? ¿Y ése quién es?

¿Por qué se estudia historia del Arte en los institutos? ¿Por qué está tan claro que cualquier alumno sería considerado un zote si fuera incapaz de decir quiénes fueron Pablo Picasso, Velázquez o Goya? ¿Por qué a los chicos se les insta a leer El Quijote o La Regenta? (aunque no estoy muy seguro de que esto se consiga y me imagino que el porcentaje de quienes lo hacen debe de ser bajisimo). La respuesta es obvia, es lo que llamamos Arte y Cultura. Pero hoy en día la cultura reviste otras muchas formas de expresión y la más popular de largo es el Cine.

¿Acaso duda alguien de que el cine, además de industria y entretenimiento, sea también una refinadísima manifestación de la cultura de los pueblos? Para la educación global de los chavales probablemente tiene mucha más importancia lo que ven en las múltiples pantallas de las que nutren su imaginario, móviles, tabletas, ordenadores, televisores y salas de cine, que lo que leen o pueden contemplar en un museo. El cine tiene sus códigos lingüísticos que es conveniente conocer para estar en mejores condiciones de entenderlo, apreciarlo y juzgarlo por uno mismo. Sin embargo, pese a este peso y abrumadora presencia en la vida social, el cine está ausente de las escuelas.

¿No creen que ya va siendo hora de que los chicos en edad escolar aprendan a distinguir las claves del cine de Pedro Almodóvar de las del de Santiago Segura? ¿No creen que deberían saber qué significan los nombres de Luis Buñuel y Luis García Berlanga para la cultura española? ¿No sería conveniente que conocieran las películas de Pilar Miró, Icíar Bollaín o Isabel Coixet? Y qué vamos a decir de los grandes maestros de la Historia del Cine, Mélies, Eisenstein, Ford, Fellini…

El Festival de Alcalá de Henares, ALCINE, que cumplió la semana pasada su edición número 47, lo entendió muy bien e ideó una sección, “Kids”, con la que demostraban ser “conscientes de que el futuro del cine y de sus espectadores pasa por la Infancia”. Con esa perspectiva se proyectaron cortometrajes de animación, nacionales e internacionales, propuestas libres llegadas de toda Europa con las que pudo verse “otro tipo de cine, muy diferente al que suele llegar por la pequeña pantalla o el cine comercial.” No es mala idea: aulas completas o niños con sus padres que dispusieron de “un espacio muy especial y divertido, casi un festival propio, en ALCINE”. Todo ello para continuar “acercando el lenguaje cinematográfico a las nuevas generaciones de muy diferentes formas.”

En consonancia con los orígenes del propio Festival, que comenzó en los años 60 llamándose Certamen Internacional de Cine para Niños, aunque luego fue mutando su nombre y características varias veces, el 55 FICX, el Festival de Gijón, en plena actividad durante esta semana, mantiene la sección Enfants Terribles, que se dedica a los pequeños como actividad extraescolar y se ofrece a los colegios e institutos en pases matinales de días lectivos. La intención es que estudiantes de 6 a 18 años aprendan a disfrutar del cine como manifestación artística, y además de ello lúdica. Bases que se van sentando en festivales, de los que los citados son dos ejemplos de ahora mismo, pero no únicos, para que algún día se inserten en un fenómeno de alcance muy superior.

Una de las razones de que siempre obtengan muchos mejores resultados en taquilla las películas menos ambiciosas desde el punto de vista artístico y que, a la inversa, sean las más complejas e interesantes las que cuesta más trabajo, por regla general, hacer rentables es el desconocimiento radical de los mecanismos narrativos con los que trabajan los cineastas para provocar las emociones, o las reflexiones que pretendan transmitir. Eso es materia pedagógica que debería figurar en los planes de estudio, en las escuelas.

En una jornada de ‘Cine y Educación’ celebrada en la Academia la gestora cultural Maryse Capdepuy puso los dientes largos a los asistentes explicando las medidas tomadas en Francia, que han aumentado la asistencia al cine en un 30% en los últimos veinte años:

“En los años 80 la caída del número de espectadores fue tremenda y eso movilizó a la profesión y al Ministerio. En el país vecino, el 11,5% de los alumnos participan en programas de educación y cine y tienen sesiones dentro del horario escolar, durante las cuales trabajan con material diseñado para ayudar al docente y acuden a charlas con los cineastas. Además, en 2015 dos tercios de los franceses de más de seis años han ido una vez al cine, o sea, 39 millones de personas, y los jóvenes de menos de 25 años cuentan con descuentos en las entradas.”

¿Necesitamos modelos para copiar? Pues ahí está otra vez el omnipresente modelo cinematográfico francés.

Fotograma de Al final de la escapada

El pasado mes de julio la Academia de Cine emprendió la difícil tarea de convencer a las autoridades para lograrlo. Para ello quiso contar con profesores, productores, guionistas, directores, el ICAA, entidades de derechos de autor y Filmotecas, entre otras otros implicados en la cuestión ‘cine y educación’.  En una rueda de prensa ofrecida por los coordinadores del proyecto, Mercedes Ruiz –maestra, psicopedagoga y coordinadora de la red social ‘Cero en Conducta’– y Fernando Lara, junto a la presidenta de la Academia, Yvonne Blake, y el director general, Joan Álvarez, expresaron unos deseos que sonaban al sueño de una tarde de verano; en palabras de este último:  «llevando a las salas a los colegios vamos a formar a las próximas generaciones de espectadores para que lleguen a sentirse orgullosos del cine que se hace en España». La pretensión de que se introduzca la alfabetización audiovisual en los programas educativos es un objetivo que le corresponde al Ministerio de Educación Cultura y Deporte y a las diferentes autonomías. Lo llaman “Plan Cultura 2020”, pero tengo la impresión de que la fecha quedará tan desfasada por el error de cálculo temporal como lo estuvieron hace unas décadas los títulos de anticipación literaria y cinematográfica.

Fotograma de Bienvenido Mr. Marshall

Fernando Lara abogaba por la confección de un listado de películas españolas imprescindibles que niños y jóvenes deberían haber podido ver antes de cumplir los 16 años de edad y que se reconociera la necesidad de impartir formación a un profesorado que asumiera la materia cinematográfica, además de un acuerdo con la industria para la remuneración correspondiente a las películas utilizadas en los centros educativos.

Mira, en este punto, la negociación tiene la ventaja de que hay pocos interlocutores; sobre todo uno: concretamente, Enrique Cerezo, posee los derechos de la práctica totalidad del cine español del que estamos hablando. Su posición en el mercado es tan apabullante que le permitió en mayo de 2015, junto a José Frade, vender a granel a Televisión Española para el programa Historia de nuestro cine 700 títulos, casi todo lo que se produjo desde los años treinta hasta el 2000. Cerezo es propietario de la mayor parte del catálogo, el 80%, muy sabrosamente rentabilizado gracias a sus buenas relaciones con la dirección de RTVE. En abril de este año la televisión pública volvió a comprar otras 150 películas españolas a Video Mercury Films cuyo dueño es el presidente del Atlético de Madrid. En total, cuatro millones de euros en dos años. Cerezo es fácil de localizar para solicitar su apoyo a la enseñanza del cine en las escuelas y no parece que el caso del ático de Estepona (en el que figura imputado junto al ex-presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González desde 2016) deba mermar sus  impulsos filantrópicos. ¿O sí?

Fotograma de Viridiana

En septiembre Fernando Lara publicaba una emotiva carta en la revista Fotogramas (que titulaba a medias entre el candor y la ironía, “A una niña que va a nacer”, recordando el ridículo spot electoral de Mariano Rajoy que nos espeluznó en su día) en la que desgranaba ideas que alientan su labor como coordinador de este proyecto:

“Me imagino a esta niña jugando muy pronto a mover sus dibujos en stop-motion o a intentarlo con figuras de plastilina. Me gusta sentirla divertida y emocionada ante films, primero de animación, luego de imagen real, que no sean solo los de consumo masivo. Me complace verla conocer paso a paso ese lenguaje y familiarizarse y encariñarse con nombres fundamentales del cine español y otras latitudes. Me identifico con sus sensaciones al acudir a una sala de cine para ver, en pantalla grande, lo que ha aprendido en los libros y en fragmentos de películas, en cómo se traduce ese lenguaje tan peculiar y universal.”

Fotograma de Llegada del tren a la estación de La Ciotat

En fin, Fernando Lara no es persona que se despegue del suelo para dejarse llevar por los sueños, su trayectoria como crítico de cine, director de la SEMINCI (Semana Internacional de Cine de Valladolid) y del ICAA (Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, organismo autónomo adscrito a la Secretaría de Estado de Cultura) nos hacen suponer que alguna base sólida habrá para trabajar en esos propósitos. Pero con sinceridad, yo, que los suscribo plenamente, soy muy escéptico. Ojalá alguien me haga cambiar pronto esas sensaciones.

 

 

Cosas de la Academia

En 2011, Televisión Española tuvo a bien encargarme la producción de un documental que celebraba el veinticinco aniversario de la creación de la Academia de Cine. Academia 25 años de Cine, se tituló sin grandes alardes de originalidad. Lo pueden ver aquí. Para su confección no iba a poder contar con muchos medios, o sea, en román paladino, que dados los tiempos que corrían y siguen corriendo para esa casa, un soberbio y noble palacio de la memoria sociocultural española que algunos se han propuesto demoler desde dentro reduciéndolo a la indigencia, me lo iba a tener que guisar y comer yo solo, como Juan Palomo.

Decidí, a la fuerza ahorcan, abordarlo de la manera más económica posible, hacer uso del archivo que contiene las galas anuales de entrega de los premios Goya y describir el proceso histórico que había conducido hasta el momento presente a través de las voces de su Presidente (a la sazón, Enrique González Macho) y  expresidentes vivos, a los que pretendía entrevistar uno por uno. El archivo de Televisión española es la cueva del tesoro tantas veces saqueada y contenedora de valiosos documentos: asambleas y reuniones preparatorias, conversaciones entre algunos miembros fundadores, etc… (Aprovechando el Pisuerga a su paso por Pucela, ¿por qué las imágenes de TVE utilizadas una y otra vez por las privadas, como la irrupción de Tejero en el 23 f, por ejemplo, nunca están acreditadas?).

Escena de Academia, 25 años de Cine. TVE

En el documental se describe la famosa reunión convocada por el productor Alfredo Matas en el Restaurante O’pazo de Madrid, el 12 de noviembre de 1985, origen primigenio y más remoto de la primera idea fundadora. A ella acudieron los directores Luis García Berlanga y Carlos Saura, los directores de producción Marisol Carnicero y Tedy Villalba, los actores José Sacristán y Charo López, los montadores Pablo González del Amo y José Luis Matesanz, el guionista Manuel Matji, el músico José Nieto, el director de fotografía Carlos Suárez y el decorador Ramiro Gómez y fue evocada por algunos de los asistentes diez años después en el mismo lugar. Allí contaron jocosamente ante la cámara de TVE anécdotas sobre la gestación de la Academia y de sus premios Goya, que serían entregados  en las galas cuyo futuro durante años no estuvo garantizado y hoy nos parecen casposas. Seguramente lo fueron. Apréciese si no el olor a naftalina que desprende la imagen de aquí debajo.

Madrid, 16.03.1987.- Los Reyes, Juan Carlos y Sofía posan con los premiados en la primera edición de los premios Goya. EFE/Archivo/R.Pascual/R.Castro

Después, con altibajos, los premios se fueron asentando, los presidentes se sucedieron unos a otros no siempre con armonía y sin fricciones. Hubo momentos duros, momentos de tedio y relajación y momentos dulces.

De todo eso hablan las personas que quisieron colaborar en el documental que celebraba esos 25 años, todos los expresidentes, decía, que estaban vivos. Los fallecidos, pobres, José María González Sinde, que fue el primero de la historia y Fernando Rey, que duró poco porque lo suyo no era la gestión, estaban excusados. Otra excepción comprensible y justificada por enfermedad fue la de José Luis Boráu, que hizo un esfuerzo muy de agradecer pero por desgracia no pudo verse en el documental. Los demás hablaron de cosas jugosas: Fernando Trueba, Antonio Giménez Rico, Gerardo Herrero, Aitana Sánchez Gijón, Mercedes Sampietro, Ángeles González-Sinde, por entonces Ministra de Cultura, Eduardo Campoy, y Enrique González Macho, como he dicho, en aquel momento, Presidente de la Academia, y tiempo después convertido, me da el pálpito que de manera injusta, en cabeza de turco de oscuras maniobras justicieras.

Pero faltaron a la cita Álex de la Iglesia y Marisa Paredes. Del primero nunca supe por qué no contestó a mensajes y llamadas, debía de estar ocupadísimo porque su silencio era llamativo, aunque dispuse de una entrevista muy reciente que yo mismo le había hecho cuando aún detentaba el cargo y con ella me apañé. De Marisa Paredes me llegó una pequeña decepción porque un par de horas antes de la cita, maquilladora, coche y cámara pendientes de ella, anuló la grabación que habíamos acordado, por una inoportuna indisposición, ese tipo de cosas que le pasan a veces inexplicablemente a los actores y actrices. No hubo posibilidad de retomarlo por falta de tiempo y el trabajo se resintió, pero qué se le iba a hacer, más se perdió en Cuba.

Marisa Paredes en el Festival de San Sebastián. GTRES

Antes de ayer la Academia hizo pública su decisión de conceder el Goya de Honor 2018 a Marisa Paredes, que recibirá en la gala de febrero, adornada con el argumentario habitual en estos casos: «una prolífica y prolongada carrera, trayectoria que mantiene con absoluto vigor, apostando en numerosos trabajos por proyectos cinematográficos nacionales e internacionales definidos por el riesgo y el prestigio». Que no digo yo que no sea cierto, líbreme Dios, muy al contrario.

Paredes es una actriz estupenda y su trabajo merece ese reconocimiento y el de tantos otros premios recibidos y por recibir, como el Premio Nacional de Cinematografía, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes o la Gran Medalla Vermeil de la Villa de París, y un rosario de galardones en festivales como el de Karlovy Vary, Taormina, Gijón o Málaga. Para remate, el viernes comienza en Valladolid la 62ª edición de la Seminci que le obsequiará con su Espiga de Honor, que no le van a caber tantos honores en las estanterías.

Entonces, ¿a qué viene recordar esa –minúscula- anécdota que parece querer hacer de menos a nuestra estrella en un momento de brillo? Nada más lejos de mi intención que menoscabar su fulgor con tan poca cosa. Es un efecto juguetón de la memoria al leer la noticia de su Goya (que por cierto viene a rellenar un vacío, pues es el primero que recibe después de ser candidata en 1995 por La flor de mi secreto y en 1987 por Cara de acelga). Y como le tengo tirria al lenguaje estereotipado, al coro de alabanzas sin cuento que se despliega en ocasiones como ésta, me parece pertinente esta humilde discordancia.

Marisa Paredes e Imanol Arias en La flor de mi secreto. Sony Pictures

Más allá de ceremonias, lo cierto es que el curriculum de Marisa Paredes, estampado en cine, teatro y televisión, no sólo en España sino también allende las fronteras, a lo largo de casi seis décadas, es impresionante tanto en títulos de obras como en nombres de directores a cuyas órdenes se puso, desde Pedro Almodóvar a Agustí Villaronga, desde José María Forqué a Fernando Trueba, desde Amos Gitai a Alain Tanner, desde Manoel de Oliveira a Guillermo del Toro. Tratar de esbozar un listado de sus trabajos más interesantes es una tarea que tira para atrás porque son innumerables.

Fernando Luján y Marisa Paredes en El coronel no tiene quien le escriba. Alta Films

Para no agotar la paciencia del lector me limitaré a mencionar uno de sus personajes, el que de repente me viene a la mente con más fuerza en términos de emoción, aunque podría haber escogido unos cuantos, el de Lola, paciente mujer que sostiene la moral de aquel morigerado militar que no acababa de recibir nunca la tan ansiada pensión de El coronel no tiene quien le escriba, dirigida por Arturo Ripstein. Un personaje a la sombra de otro siempre ofrece a su intérprete una ocasión especial para demostrar su sensibilidad y capaz de creación y crecimiento y Marisa Paredes estaba inconmensurable junto a Fernando Luján; lo estaba por palabra, obra y omisión, por gesto y por dicción, ninguna estridencia, ningún protagonismo, pura discreción traducida en fuerza, en un relato cuya potencia extraída del texto de García Márquez reposa por igual sobre los diálogos medidos y la quietud de la puesta en escena. Enhorabuena, Marisa. La próxima, si puede ser, no me anules entrevistas, por favor, que cuesta un poco mover la maquinaria.