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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Blade Runner 2049

El 28 de febrero en mi primer post de este blog confesaba estar impaciente a la espera del estreno de Blade Runner 2049. La filmografía del director, la producción ejecutiva de Ridley Scott y otros detalles más del proyecto me hacían concebir enormes esperanzas que sólo se han visto defraudadas en una pequeña medida. El resultado no es tan emocionante como uno hubiera deseado pero sí ofrece grandes alicientes, contiene materiales nobles que seguramente vistos con más perspectiva, en un segundo visionado o mediado un tiempo prudente, incluso ganen en robustez. Se me hacía obligado dejar aquí unos apuntes urgentes del acontecimiento cinematográfico del año que se estrena pasado mañana.

En la pantalla un rótulo con palabras de Denis Villeneuve nos ruega encarecidamente que no destripemos la película cuando hagamos nuestros comentarios para preservar el efecto sorpresa. La tarea no resulta fácil. Inevitablemente, al colocar piezas de la película sobre una mesa de análisis uno vierte disolvente de misterio sobre el conjunto. Y uno no puede más que disculparse de antemano si alguien se siente traicionado.

Pero no debería preocuparle demasiado al director de Incendies lo que se pueda contar de su última película, la esperadísima secuela de Blade Runner (1982), porque el público que mayoritariamente vaya a interesarse por ella no parece probable que sea un público juvenil palomitero, ávido mucho más de cine de acción que de reflexiones existenciales sobre el ser y la nada. Porque esta función no les ofrece demasiadas recompensas de ese estilo; las escenas de ese género son escasas y de muy inferior octanaje al que acostumbran ellos a consumir. Villeneuve, fiel a sí mismo, dirigió La llegada, no Terminator. El público que vaya a verla no debería ser demasiado puntilloso a este respecto.

Los Angeles de mediados del siglo XXI sigue siendo oscura pero sus alrededores tienen espacios con nuevas tonalidades cálidas y brumosas. Se huele la soledad, en particular del protagonista, el blade runner K. Pero también Deckard se oculta en un espacio sombrío y solitario, un edificio solemne y majestuoso impregnado de nostalgia. El aislamiento y la incomunicación infecta las vidas de todos los personajes.

En el futuro distópico que Blade Runner 2049 ha imaginado la soledad se combate con una versión sofisticada de la muñeca hinchable, modernísima evolución del robot de compañía que ni siquiera es corpóreo. K adora y mantiene con Joi  (esta bella criatura interpretada con mucho encanto por la cubana Ana de Armas –conocida en España por algunas películas, como Una rosa de Francia o Mentiras y gordas, y la serie El internado-) una relación virtual que recuerda a la Samantha de Her, aquella aplicación de la que Joaquin Phoenix se enamoraba perdidamente, bajo el influjo de la susurrante y sexi voz de Scarlett Johansson.

Ana de Armas y Ryan Gosling en Blade Runner 2049

Es el último peldaño de una escala que, a través de la incomunicación y el aislamiento, conduce al relativismo absoluto respecto a la condición del ser humano. Si en el Blade Runner de 1982 lo que estaba en duda era cómo precisar las fronteras entre humanos y humanoides –replicantes, según la terminología del filme- saber quién es una cosa y quien la otra, en el actual esas fronteras se ha diluido aún más. Los replicantes son capaces de reproducirse, engendrar a otros seres (aunque no se aclara la naturaleza de los “paridos, no fabricados”, si los nacidos del cruce son humanos o humanoides) lo que para ellos es el colmo de su homologación, y pretenden, como en el pasado, rebelarse contra su creador, padre de millones de ellos, porque los ha hecho para que sean carne de cañón, esclavos sin derechos. La rebelión de un grupo es uno de los hilos sueltos de esta continuación de Blade Runner. No está claro si es negligencia o siembra de una semilla para una futura tercera entrega.

Un ser virtual pero con apariencia contundentemente real –Joi, Ana de Armas, que luce su cuerpo serrano en forma de holograma gigante-  es capaz de introducirse en otra persona, que lo es más allá de las apariencias, fundirse con ella y procurar placer a un tercero, del que en el fondo tampoco estamos seguros de qué es. Y lo hace por amor. Si los robots pueden amar, tener alma y albergar buenos sentimientos, e incluso sin cuerpo material un programa informático también los tiene, entonces pueden ser tan humanos como los humanos. Este último detalle argumental es una de las aportaciones innovadoras de Blade Runner 2049. A la vez, con este juego la secuela da un paso a un lado de donde se quedó su referente, transforma las dudas existenciales y las preocupaciones éticas relativas al oficio de liquidador de un blade runner en fuertes sentimientos de pérdida de la infancia, en intenso deseo de recuperar el pasado, en una freudiana búsqueda  de los orígenes.

K, está interpretado convincentemente por Ryan Gosling. Pese a sus conocidas limitaciones expresivas, incluso abandona en alguna escena su proverbial cara de palo y demuestra que sabe sufrir sin aspavientos; e incluso gritar. En este caso no debe confundirse su inexpresividad con incapacidad actoral sino con la frialdad del sujeto, no olvidemos que es un replicante, que está condenado a realizar una penosa labor contra sus “hermanos” y la acepta resignadamente. K carece de nombre, se autodenomina por un número de serie, hasta que se le adjudica uno tan simple y corriente como Joe (¿habrán querido los autores establecer alguna conexión con el Josef K de El proceso de Kafka?); asume que al ser un replicante sus recuerdos no responden a experiencias vividas sino a implantes de memoria y no demuestran por tanto que haya tenido una infancia. Uno de esos recuerdos provoca un seísmo que sacude todas las certezas y desencadena la trama.

Desde el punto de vista cinematográfico, lo que atañe a la puesta en escena y al impacto visual del filme, el canadiense Denis Villeneuve no defrauda y cualquier reparo que pueda achacársele radica en las páginas escritas por Hampton Fancher y Michael Green, que repiten como guionistas. La fotografía de Roger Deakins, la dirección de arte de Benjamin Wallfish y la música de Hans Zimmer son impresionantes, como lo son los efectos sonoros, el vuelo de los vehículos, etc. Un gran espectáculo audiovisual que despliega imponentes localizaciones y decorados de una corporeidad apabullantes, aunque no siempre esté muy claro su significado (como esas estatuas gigantes que yacen como esqueletos de dinosaurios varados en una llanura azotada por el polvo y el viento). La ciudad de Los Angeles tiene un parentesco evidente con lo que era treinta años atrás, húmeda, siniestra, abigarrada, multiétnica, repleta de enormes paneles luminosos que ahora se ven enriquecidos con hologramas gigantes flotando entre la multitud que abarrota las calles. Hay nuevas perspectivas aéreas y una abundancia de incidencias meteorológicas, la lluvia, por supuesto, la nieve, la niebla, que empapan a los personajes y salpica al patio de butacas.

Harrison Ford en Blade Runner 2049

La secuencia más deslumbrante implica a K y Deckard que mantienen un tenso diálogo en un salón al estilo de Las Vegas al que acuden las imágenes virtuales holográficas de Elvis y un grupo de bailarinas. Rodeados por fragmentos de concierto que aparecen y desaparecen de la escena como si fueran una señal televisiva alterada e interrumpida por fenómenos atmosféricos, se encuentran los dos blade runners con el fin de aclarar el misterio que tanto preocupa a K. Es una secuencia que exhibe el desarrollo tecnológico visual más avanzado, una secuencia fascinante y memorable que contrasta con una escena muy poco estimulante en la que Deckard golpea senilmente a K frente a la pasividad de éste. Muy hacia el final tendremos de nuevo a Deckard en una posición muy deslucida, como si los guionistas no hubieran sabido muy bien qué hacer con él, resuelta con desarmante simpleza; sin duda lo más flojo del filme, junto a algún otro hilo suelto que nos remite al universo Mad Max. Más allá de esos momentos de perezosa escritura, Harrison Ford recupera la nobleza de su viejo personaje retirado y tiene un hermoso aunque breve diálogo cara a cara con K. Su presencia es un peaje utilitario que sirve de puente entre el pasado y el presente, da carta de autenticidad al título pero no se le saca todo el partido que merecía. Es un secundario de lujo.

Respecto a la música, pocos espectadores dejarán de echar de menos las notas de Vangelis, que sólo en una ocasión, ya en la recta final, se recuperan con nuevos arreglos. Es una música poderosa, compacta y sincopada, que alinea a esta banda sonora con otras del estilo de la saga Terminator y pierde gran parte del aliento lírico que le había insuflado el compositor griego a sus inolvidables y únicas composiciones, absolutamente inimitables. No puedo ocultar que en este apartado Blade Runner 2049 resulta un poquito decepcionante. No puedo negar tampoco que aun así el balance global es de notable alto.

Blade Runner y su esperadísima secuela

(WARNER)

Ahí arriba, a la derecha, unas palabras se han descolgado de uno de los más bellos –archiconocido- diálogos de la historia del cine. En España tuvimos la suerte –no muy usual, la verdad- de escucharlo en la versión doblada con la voz de Constantino Romero, capaz por sí solo de hacernos olvidar una regla de oro a la que siempre nos atenemos: “siempre en versión original, por favor”.

Aparte la belleza de la secuencia entera y de la escena que las acoge, esas palabras están ahí porque pertenecen a una película –no muy felizmente recibida en su momento- que abandonó el estatus de “cult movie”, o rareza para cinéfilos a los que hay que dar de comer aparte, para convertirse en icono del género de ciencia ficción. O sea, sin más gárgaras, que Blade Runner es una de mis cintas preferidas (sí, cintas, porque en aquél año en que se estrenó, 1982, las películas se recogían en bobinas) y no veo el momento en que se estrene la secuela que ha dirigido el canadiense Denis Villeneuve, que llevará por título Blade Runner 2049 (se anuncia para después del verano, toda una eternidad).

Aclaración: no es que yo sea muy fanático de las segundas partes, continuaciones, secuelas y otras especies habitualmente bastardas, pero es que ésta reúne unas condiciones que la hacen particularmente irresistible. A saber: el director de la inconmensurable Incendios (2010), el mismo que nos acaba de obsequiar con un peliculón del género, La llegada (2016), manjar exquisito para paladares exigentes; un productor, Ridley Scott,  que como director a mí me atrae incondicionalmente y que habiendo dirigido la matriz ha tenido la sabiduría de no arriesgarse a un gatillazo; y dos actores que enlazan de maravilla al personaje de la primera con la segunda en perfecta continuidad, Harrison Ford y Ryan Gosling. Vean el tráiler y disfruten como yo. Ah, olvidaba decir que en él se escucha el tema escrito por Vangelis, esa maravilla de banda sonora que me pregunto si tendrá también presencia en este nuevo Blade Runner…

Mientras llega la secuela (término que parece despectivo pero debe tomarse como descriptivo) los programadores del cine madrileño Palafox, que está dando las últimas boqueadas tal como lo conocemos hoy –veremos qué pasa después- han tenido el acierto de despedirlo con un ciclo de películas inolvidables entre las que se han visto 2001 Una odisea en el espacio y… Blade Runner (aunque es verdad que yo hubiera preferido la versión estrenada en 1982, con su voz en off y todo, y no la del montaje del director que diez años después “la mutiló”). Aún así, pantalla enorme y enorme privilegio para quienes hayan podido disfrutarla.

Bajo el influjo de esas divinas palabras de Roy Batty – Rutger Hauer ésto es lo que me propongo ir dejando caer en este espacio: filias (muchas) y fobias (no tantas) sobre el presente, pasado y futuro del cine filtradas a través de la opinión muy personal de quien firma. A veces me dejaré caer en la tentación de autocitarme con referencia al programa de Televisión Española Días de cine, en el que trabajo desde el primer día en que se puso en marcha desde hace 25 años (con un paréntesis de ausencia) pero será para brindar una perspectiva audiovisual a lo que aquí escriba. Me alimenta la pasión por los mundos paralelos que habitan al otro lado de la pantalla y espero ser capaz de contagiaros de ella.