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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Con los genios nunca se sabe

Comienza mañana en Valladolid la Semana Internacional de Cine número 62, que conoció tiempos gloriosos en la época en que lo dirigió Fernando Lara. El propio festival reconoció la labor de quien lo dirigió entre 1984 y 2004 otorgándole una Espiga de Oro honorífica. Hoy la SEMINCI intenta levantar de nuevo el vuelo con Javier Angulo a los mandos de la nave, que tomó a partir de 2008, tras el trienio 2005-2007, del fallecido Juan Carlos Frugone. En tiempos de Lara yo asistí durante diez años a este festival y disfruté de una programación que tenía el privilegio de recoger la mejor cosecha de otros festivales (los de Cannes, Berlín, Venecia y San Sebastián son considerados de categoría A). Se le consideraba, por tanto un “Festival de Festivales”, expresión un tanto grandilocuente que cayó en desuso. Tras un paréntesis que duró otra década volví a Valladolid con curiosidad renovada, mucho interés y una punzada de nostalgia. Observé con satisfacción que la SEMINCI estaba en buenas manos y que el amor hacia el cine comprometido y serio, tanto que a veces resultaba plomizo, seguía siendo el santo y seña del certamen.

Uno de los cineastas característicos del encuentro pucelano era el suizo Alain Tanner, hoy ya retirado con una edad avanzada. En 1991 Tanner presentaba su película El hombre que perdió su sombra, coproducción hispano-franco-suiza con el inigualable Paco Rabal que alternaba español y francés con su voz y acento peculiares. Rodada en Almería, en los parajes inundados de sol y el azul de Cabo de Gata, Rabal encarnaba a un viejo comunista regresado del exilio en Francia. Por allí andaban también Ángela Molina y Valeria Bruni-Tedeschi.

Paco Rabal, Valeria Bruni-Tedeschi y Dominic Gould en El hombre que perdió su sombra

Rueda de prensa de presentación de la película. Salón del Hotel Meliá, hasta arriba de periodistas. Grande, inusual expectación. Paco Rabal, la mirada perdida al frente, se arranca y dice con su inigualable gracejo y campechanía: “¡cuánta gente hay en el mundo!”. Risas y roto el hielo de un plumazo. Estaba en forma, en su salsa y dispuesto a dar guerra. Alain Tanner expresa un pensamiento filosófico y de traducción no demasiado evidente. Paco Rabal no está contento con la intérprete, cuyo nombre no recuerdo, mis disculpas, y protesta: que si no ha dicho eso, que si la traducción no es correcta. Tras un nuevo intento, que si así no puede ser, la pobre chica no sabía dónde meterse. Silencio. Una corriente de aire helado sobrevoló por encima de las cabezas de todos los presentes. La jefa de prensa, Carmen Pascual, preguntó públicamente si me encontraba en la sala. Me había advertido de que algo así pudiera pasar y me requería para pedirme que echara una mano con la traducción. ¡Glup! Hoy no me atrevería a algo tan temerario como ejercer un oficio que uno no ha estudiado ni practicado. Pero en aquel momento era imposible negarse y me lancé al ruedo…

Paco Rabal junto a Alain Tanner y Gerardo Herrero en la SEMINCI. Luis Laforga

Pues sí, allí sentado al lado de un director que admiraba desde jovencito, desde que vi su magnífica Messidor (1979) en el país de los banqueros y los relojes de cuco, una road movie nihilista y juvenil impregnada del espíritu que uno percibe en todas las obras de Alain Tanner, y con un cierto canguelo por si el monstruo de Paco Rabal me devoraba como había hecho con la pobre traductora, me dediqué a interpretar las palabras del director suizo con tanta suerte que ya nada extraño interrumpió aquella singular rueda de prensa. Y Paco Rabal siguió mirando al frente sin hablar más que cuando le preguntaban a él.

La mayoría de ustedes saben quién fue, pero igual a algunos, los más jóvenes, su nombre les suene sólo a actor del siglo pasado. Pero que no se engañen: Paco Rabal es eterno, uno de nuestros más grandes genios delante de la cámara. Sólo por su Azarías en Los santos inocentes (1984), de Mario Camus, premiado en Cannes ex aequo con Alfredo Landa, ya merecería estar en el Olimpo. Pero qué decir de su torturado Goya en Burdeos para Carlos Saura (1999), de la serie de televisión Juncal (1989) o de sus pequeños trabajos para su “tío” Buñuel en Viridiana (1961) y Belle de Jour (1967) y sobre todo el gran padre Nazario de Nazarín (1959), por citar alguno de los más conocidos entre muchas, muchas decenas de personajes de todos los tamaños, colores y condición.

Paco Rabal y su milana bonita en Los santos inocentes

Paco Rabal era un tipo genial y verle y escucharle, patriarcal en aquella rueda de prensa, fue un lujo asiático. Pero con los genios, ya se sabe que nunca se sabe.