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Del horror a la esperanza: el camino de las niñas soldado

Por Eloisa Molina

Mary tiene 17 años y fue secuestrada por un grupo armado mientras estaba en su casa junto a su padre y algunos vecinos. “Nos hicieron caminar durante tres días sin descansar ni comer. Me sentía débil y cansada, pero seguía moviéndome por miedo a que me mataran”, cuenta sobre su terrible experiencia. «Nos llevaron a la selva y me entregaron a uno de los comandantes del grupo que me trató mal. Sin embargo, lo que más me asustó no fue mi propia experiencia, sino ver a personas asesinadas».

Mary se casó a la temprana edad de 13 años. Ella afirma que estuvo de acuerdo con la propuesta de su esposo; pensaba que esa opción le salvaría de la pobreza y facilitaría la vida de su familia. Más tarde se dio cuenta de lo equivocada que estaba. Tras dar a luz a su segundo hijo, su marido les abandonó y ella tuvo que regresar con su familia en busca de apoyo. En ese momento fue secuestrada por la guerrilla.

La historia de  Rose empezó de una forma totalmente diferente, su padre era pastor y siempre creyó en la importancia de que su hija estudiara. Soñaba con ser matrona y sus padres nunca dudaron que conseguiría llegar a serlo. “Eran exactamente las 9:00 de la mañana de 2015 cuando un grupo de hombres armados irrumpió en nuestra clase de matemáticas. A once niños, cinco niñas, incluyéndome a mí, se nos dijo que nos pusiéramos de pie y camináramos sin hacer ruido. Nos advirtieron que cualquiera que resista sería fusilado”, recuerda la joven. Después del secuestro en la escuela, Rose pasó seis meses en el campamento del grupo armado en el monte.

La experiencia de las niñas soldado

Mary y Rose fueron obligadas durante meses, junto con otros niños secuestrados, a atacar y robar a las personas. Habitualmente, las niñas eran las que más sufrían las malas condiciones del día a día: no había suministros para sus necesidades básicas y siempre eran las últimas en recibir en los repartos. Aparte, ellas tenían que realizar tareas extra solo por el hecho de ser niñas. “Le hacía la colada al comandante, cocinaba y, a veces, me obligaban a golpear a las personas que intentaban escapar. Tenía que hacerlo o recibiría el castigo. Después de tres meses, un grupo de hombres vino por la noche. Nos violaron una y otra vez. Quedé embarazada y me dijeron que me fuera a casa, pero también se me ordenó regresar después de tener al bebé”, cuenta Rose.

Tras dar a luz a su hijo, Rose asistió al Centro para el Desarme, Desmovilización y Reintegración. «Compartí mi historia con ellos y me inscribí para recibir ayuda y asesoramiento. Sabía que la capacitación iba a cambiar mi vida».

En el caso de Mary solo consiguió escapar tras una exitosa negociación para su liberación. Sin embargo, la liberación es solo el primer paso para la nueva vida de un niño y niña ex soldado. La ONG World Vision, con la ayuda de UNICEF, el gobierno y otros socios locales, comienza en ese punto su trabajo con los niños y niñas facilitando sus servicios de apoyo psicosocial y laboral después de trabajar en la reunificación con las familias.

“Nada más salir comencé a visitar el Centro Vocacional de Tindoka, allí tenía acceso a diversos servicios de apoyo psicológico. Elegí aprender a coser ropa y me dieron una bicicleta para poder acudir a la escuela a diario”, dice Mary. “Gracias a la formación que he recibido monté mi propio negocio y ahora puedo mantener a mis hijos y a mis padres. Mis vecinos están felices porque puedo coserles la ropa. Pero no voy a quedarme aquí”, afirma Mary. Al graduarse, como parte del proceso de recuperación y reintegración, recibió un “kit de inicio” para poner en marcha su propio negocio. Actualmente está pensando en dar un paso más y está tratando de ahorrar suficiente dinero para comprar máquinas de coser y expandir su negocio.

Por su parte, Rose, después de graduarse en mayo de 2019 recibió un kit de inicio que incluía una máquina de coser, un rollo de tela y todos los materiales necesarios para el trabajo de costura. La joven comenzó a coser y vender ropa a un precio muy asequible. Gracias a esos ingresos, ha podido seguir luchando por sus sueños y regresar a la escuela, entusiasmada con la idea de que pronto podrá convertirse en matrona y ayudar a otras mujeres en Sudán del Sur. “Trabajo los fines de semana y asisto a la escuela de lunes a viernes para pagar mis tarifas escolares. La trabajadora social que conocí al abandonar el grupo armado nunca me dejó. Ella me visita regularmente y me orienta en mis decisiones”, agrega Rose. “Ya no me avergüenzo de lo que me pasó. Tengo un futuro por el que luchar”.

(Los nombres de las dos protagonistas de esta historia son ficticios)

Eloisa Molina es Coordinadora de Comunicación de World Vision

Basta ya de uniones y matrimonios infantiles en América Latina

Por Shelly Abdool

Hace exactamente 25 años, en Beijing, más de 30.000 activistas y 17.000 asistentes de 200 países de todo el mundo generaron una presión de tal calibre que el documento final de la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, se convirtió en la hoja de ruta más avanzada jamás alcanzada y consensuada para trabajar por los derechos de la mujer y la niña.

Entre otras muchas y poderosas conclusiones, en Beijing se hizo patente que el matrimonio infantil y las uniones tempranas representan una flagrante violación de los derechos humanos. Sin embargo, 25 años y muchos avances en materia de la igualdad de género después, en América Latina y el Caribe el matrimonio infantil y las uniones tempranas siguen en el mismo sitio: una de cada cuatro niñas se casa o une informalmente a una pareja antes de los 18 años.

Un grupo de niñas jugando al vóley en Cúcuta, Colombia. © UNICEF/UN0309995/Arcos

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Las niñas valientes que luchan por ir a la escuela

Por Nazareth Mateos Aparicio

7:00 am. Suena el despertador. Empiezan las carreras y los “tengo mucho sueño, 5 minutos más”, “termínate el desayuno”, “¿has cogido la mochila?”, “¿aún así?”, “¡vamos tarde!”. Los miles de niños y niñas que cada día van al colegio tienen por delante una intensa jornada escolar que cuesta empezar. Deben sacar ganas para madrugar, atender en clase y estudiar. Podríamos decir que ir al colegio es un acto de constancia, motivación e ilusión. Pero para muchos niños, sobre todo niñas, también es un acto de valentía.

En Nepal, por ejemplo, Janaki Sah, a sus 14 años, tuvo que enfrentarse nada menos que a sus propios padres: “Debido a que fui lo suficientemente valiente como para convencer a mis padres de que me dejaran ir a la escuela en lugar de casarme, puedo hacer lo que más me gusta: ¡estudiar!”.

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Día contra el trabajo infantil: 11 millones de niñas invisibles

Por Blanca Carazo

Levántate antes que nadie, haz las camas, prepara el desayuno, friega los cacharros, ¿qué haces que todavía está la mesa sin recoger? ¿Y mi camisa? ¿Cómo que está sin planchar? ¡Pero cómo eres tan inútil! Horas y horas de trabajo no remunerado, no reconocido, no valorado. Horas de dedicación “pagadas”, en los peores casos, con vejaciones, aislamiento, maltrato. Violencias diarias, íntimas, invisibles. Probablemente puedes imaginar esa escena. ¿A quién ves? ¿A quién se dirigen los insultos, los reproches? ¿Un hombre? Es poco probable. ¿Una mujer? ¿De mediana edad, quizás? ¿Una niña? Sí, una niña. Millones de niñas. Unos 11 millones de ellas (y probablemente sean muchas más) que realizan trabajo doméstico en todo el mundo.

© Kiran Hania, de Pixabay

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Un lugar seguro: la historia de dos matrimonios forzosos

Por Flor de Torres 11745440_501780593319126_8306042186364881214_n

 Hace días que recuerdo el testimonio de Salma Altaf Hussein, una mujer pakistaní que contaba su historia personal de matrimonio forzoso:

 ‘Me casé muy joven. Era solo una niña y no sabía nada acerca del matrimonio.  Yo quería jugar e ir a la escuela pero no tuve la oportunidad. Ahora nosotras hemos aprendido sobre los peligros del matrimonio infantil. Quiero que mis hijos vayan a la escuela y puedan ser alguien antes de casarse.’

Mujeres y niñas de Pakistán comprometidas en la defensa de sus derechos. Imagen de Irina Werning / Oxfam

Mujeres y niñas de Pakistán comprometidas en la defensa de sus derechos. Imagen de Irina Werning / Oxfam

Hoy Salma dirige un espacio Protective Learning and Community Emergency Services (PLACES) donde se brinda a los niños protección, educación y la posibilidades de jugar, bajo el auspicio de Unicef. Un lugar donde pueden ser niños, en un país donde  una de cada 4 niñas contraen matrimonio antes de los 18 años.

Salma es del mismo país de donde nos llegó Aisha: Pakistán. El de Aisha es un nombre figurado que nos permite contar aquí la historia real, ya juzgada y y con sentencia en el Tribunal Supremo, de una joven de origen pakistaní que vivía en una ciudad española. En el año 2005 la familia de Aisha se concertó con la familia de su primo para que ambos contrajeran matrimonio en Pakistán, y desde el año 2007 residen juntos en España.  En la  sentencia se recoge el escalofriante relato que muestra cómo se transita del matrimonio forzoso a la violencia de género y a la detención ilegal. La sentencia presenta entre los hechos probados algunos que muestran la dureza de las acciones del marido de Aisha:

‘Desde su inicio reprochaba a su esposa su forma de vestir, que trabajara fuera de casa, sin que nada de lo que hiciera le pareciera bien, criticándola constantemente.  Ella le pidió el divorcio negándose tanto éste como sus padres y hermanos a que se separaran, manifestándole su marido que tenía que estar a su lado, que no le iba a dar el divorcio y que si se iba de su lado la iba a matar, recibiendo insultos de tipo zorra puta, tanto de su marido como de sus padres hermanos, y cuñada  al enterarse de la decisión de  divorciarse…

Durante el tiempo en el que estaba controlada y vigilada toda la familia cerró las ventanas, y bajó las persianas, controlando en todo momento a Aisha que era acompañada al baño por alguna de las mujeres, y siempre era vigilada por al menos dos miembros de la familia, no dejándola salir de casa, y a todo (sic)  mundo que le llamaba por teléfono le decían que estaba en Pakistán.

Finalmente el día 16 de diciembre de 2010, aprovechando un descuido de su familia, Aisha escribió tres notas de ayuda, lanzándolas por la ventana cayendo una en el balcón de su vecina y las otras dos a la calle. En la nota que cayó en el balcón de la vecina decía «por favor llame a la policía, mi padre me ha pegado y los de mi casa me tienen encerrada por favor ayudarme me van a matar porfa llamar a la policía, ayudarme, ayudarme, llame a la policía rápido, Gracias«.

La policía local de la ciudad española donde vivía liberó a Aisha gracias a esa nota. Hoy sus captores, su propia familia, han sido condenados y cumplen condena. En su historia confluía la imposibilidad de divorciarse con la dura vigilancia, control, maltrato e insultos por parte de su marido y su entorno.  Se  le atribuyó la carga moral de no  avergonzar a la familia. Obligada a dejar su trabajo, fue sometida  por sus padres, hermanos, marido, cuñada y tía por turnos  a vigilancia férrea  e impedida de  salir de casa. Permaneció  vigilada por turnos de dos miembros de su familia, sin dejarle acceder al teléfono fijo ni al ordenador.  Era amenazada de muerte reiteradamente por su padre y su marido que le decían ‘que si salía de casa la mataban, y que de casa no iba a salir viva’.

Ante esta situación, desesperada, Aisha intentó acabar con su propia vida: bebió lejía y  se lesionó con los cristales del espejo del baño en dos breves descuidos de sus familiares. Ambos intentos fueron frustrados por la vigilancia férrea a la que fue sometida. En represalia recibió golpes y no asistencia médica.

El Tribunal Supremo, al resolver y condenar a los autores de estos hechos, nos habla también de Aisha y de los derechos que le fueron mutilados, arrebatados, secuestrados, cercenados por el hecho de ser mujer:

‘Las convicciones culturales y sociológicas de otros pueblos no pueden ser tuteladas por nuestro sistema cuando para su vigencia resulte indispensable un sacrificio de otros valores axiológicamente superiores. El papel secundario y subordinado que algunas sociedades otorgan a la mujer nunca podrá aspirar a convertirse en un valor susceptible de protección. Ni siquiera podrá ser tenido como un principio ponderable ante una hipotética convergencia de intereses enfrentados.

 La libertad de Aisha fue radicalmente cercenada por su familia. Lo fue cuando le impuso un matrimonio que no quería y cuando la encerró en el domicilio paterno para evitar su integración social y neutralizar cualquier intento de desarrollo de su proyecto existencial como mujer’.

La sentencia expresa claramente que el matrimonio forzoso no solo es delito, sino que es un atentado a los derechos de la mujer. Es imprescindible evitar que se produzca y ahorrar a las niñas y mujeres sus terribles consecuencias. Aisha  ya  es libre y mujeres como su compatriota Salma Altaf Hussein luchan porque historias como las de Aisha o la suya propia no vuelvan a ocurrir.

Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de Violencia a la mujer y contra la Discriminación sexual. Fiscal Decana de Málaga.