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El tercio imprescindible de la población mundial

Por Almudena Barrio

Las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial, de las cuales y según la FAO, un promedio del 43% suponen la fuerza laboral agrícola en los países empobrecidos. Estas cifras esconden mujeres que labran la tierra y siembran las semillas que alimentan naciones enteras, que garantizan la seguridad alimentaria de sus comunidades y construyen la resiliencia climática. Por estos motivos, existen significativos avances en la tenencia de la tierra y se evidencia un ligero empoderamiento al encabezar ellas, cada año, más número de explotaciones agrícolas. Sin embargo, su posesión de la tierra y el acceso a los insumos, a la financiación o la tecnología agrícolas para la resiliencia climática son todavía un problema… y las mujeres se siguen viendo mucho más relegadas que los hombres. Siguen siendo invisibles ante las instituciones e incluso en la toma de decisión de las estructuras comunitarias.

Mujer rural en Cabo Delgado, Mozambique. Imagen de María Ceniga / Ayuda en Acción.

En nuestro trabajo nos enfrentamos cada día a estos retos en la construcción de un mundo rural más inclusivo e igualitario. Nos cuestionamos por qué las mujeres, adolescentes y niñas de las comunidades donde trabajamos son muchas veces invisibles a los ojos extraños pero también a los propios. Por qué, a pesar de ser luchadoras y vibrantes, siguen pensando: “¿qué puedo yo aportar?”… desconociendo lo mucho que tienen que decir por el hecho de ser las principales víctimas de la explotación frente a formas inaceptables de trabajo, de la violencia sexual y de género, por estar exentas de cualquier protección social o no tener acceso a la libertad de asociación y libertad sindical, la negociación colectiva y el diálogo social.

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Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras

Por Damaris Ruiz

Soy nicaragüense, con casi 40 años y al menos en esta etapa de mi vida me acompaña y acompaño a una niña. Una niña que quiero ver crecer en un mundo donde las mujeres tengamos derechos sin tener que pelearlos diariamente, donde podamos caminar o hablar sin temor, donde hagamos y no pidamos permiso, donde asumamos que lo correcto lo definen nuestros valores. Además, es muy importante decir que tengo varios trabajos, pero solamente uno de ellos se corresponde con aquellos en los que solemos pensar cuando mencionamos la palabra trabajo.

Manifestación del Paro de Mujeres 2017 #NosotrasParamos en Nicaragua. Imagen de Milagros Guadalupe.

Salgo con cierta frecuencia fuera de mi país y muy a menudo otras mujeres me preguntan: ¿cómo lo haces? ¿cómo quedó tu niña? Pensándolo bien, creo que los dedos de una mano me bastarían para contar cuántos hombres me hacen la misma pregunta. Son múltiples las alternativas que vamos construyendo las mujeres para poder estar donde queremos estar, la tenacidad y el diálogo con otras nos van dando las fuerzas necesarias. Y sí a veces me pregunto ¿lo estoy haciendo bien? Pero también me toca escuchar de manera recurrente ¿y no has considerado un trabajo donde tengas que viajar menos y estar más en casa?

Cuando digo que nuestros trabajos son múltiples es porque si me pongo a sacar cuentas, por un lado uno de mis trabajos me demanda entre 8 y 10 horas diarias, pero por otro lado, mientras hago este trabajo estoy pensando y conectada con la escuela, la alimentación, los pagos y en su caso, las medicinas. Por supuesto antes de salir de casa, toca hacer todo lo que ya sabemos y al regresar también. A todo esto debemos sumar el tiempo para la interacción con las personas que cuidamos, su educación y la afectividad, que es algo tan fundamental para la vida de cualquier ser humano. Todos estos son trabajos y sentimos que a veces los tiempos no dan y eso que en mi caso, el papá de mi hija asume una buena parte de lo que corresponde.

La dicotomía entre presencia y ausencia física en mi caso particular, y que estoy segura les ocurre a muchas mujeres,  la resuelvo o al menos encuentro alternativas en la solidaridad que vamos tejiendo entre las propias mujeres. Nuestras madres, hermanas y amigas, terminan siendo parte de las redes de cuidados que construimos alrededor de aquellas personas que más importan en nuestras vidas.

¿Y los hombres? ¿Y las empresas y los Estados? Sin pretender generalizar, al menos en mis entornos más cercanos algo se está moviendo. El ejercicio de la masculinidad centrada en el padre-salvador-proveedor de ciertos hombres esté cambiando, aunque aún es insuficiente. Los trabajos que sostienen la vida y que sostienen las economías no deben seguir siendo única responsabilidad de las mujeres y los hombres no pueden seguir sintiéndose como actores secundarios o que “ayudan” a las mujeres.

Por supuesto, aunque es fundamental, no es suficiente con que los hombres participen de manera plena en la corresponsabilidad de estos trabajos. Las empresas se benefician con un sistema de cuidados que exonera a los hombres de sus responsabilidades familiares: esto garantiza que una parte importante de sus tiempos sean exclusivos para el mercado. Para revertirlo, las empresas deben pagar los impuestos necesarios y asegurar condiciones para que hombres y mujeres puedan participar en igualdad de condiciones en los mercados remunerados. Los Estados que se ahorran presupuesto al dejar en manos de las mujeres y familias todas las responsabilidades de cuidados deben invertir en políticas de protección social de calidad, en la región de América Latina y el Caribe tiene deudas enormes.

Una de las consignas feministas más fuerte del Paro Internacional de Mujeres fue “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”, da para mucha reflexión y un mensaje directo para el sistema actual es un ¡Basta! Exigimos que todo sea pensado con nosotras. Es profundamente desigual que seamos siendo las mujeres las principales responsables de los trabajos de cuidados.  #NosotrasParamos #DigamosBasta

Damaris Ruiz es Coordinadora Regional de Derechos de las Mujeres para Oxfam en América Latina y el Caribe 

Flores de café

Por Carmen Suarez

Lucila Blandón es la presidenta del movimiento Flores de café y miembro de la junta directiva de Aldea Global que, entre otros productos agrícolas, elabora y distribuye el Café Tierra Madre que comercializa Oxfam Intermón. Este café está producido por mujeres propietarias de su tierra bajo los criterios del comercio justo. Parte de los beneficios de su venta  se reinvierten en un fondo común de la cooperativa para ayudar a las mujeres a titular la tierra en la que trabajan  que,  en muchas ocasiones,  ya era de sus padres o de sus maridos,  pero que, desde un punto de vista legal, no podían reclamar como suya.

Lucila Blandón, durante una visita a Barcelona. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Lucila Blandón, durante una visita a Barcelona. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Lucila tiene 51 años y toda su vida ha transcurrido siempre en la zona montañosa de Jinotega, al Norte de Nicaragua. ‘Soy nacida y criada allí. Nací de una familia muy pobre. Mi madre se quedó viuda muy joven y nos crió a mis hermanos y a mí trabajando en una hacienda’, explica. Y allí, en unas condiciones de vida muy duras, Lucila fue creciendo junto a su familia hasta que  a los 19 años se  unió  a su compañero y ‘empecé a procrear hijos. Soy madre de ocho’ dice.

 “Mi marido y yo trabajábamos en la tierra juntos, pero llegó la guerra a mi país y él se tuvo que ir”, cuenta Lucila. En esas circunstancias, en 1979, ella se vio a sí misma como “una mujer sola, con cuatro hijos” y no le quedó más remedio que salir de casa a buscarse la vida. “Horneaba pan, empecé a sembrar y cultivar pipianes y así, poco a poco,  fui saliendo de la pobreza. En los años 80, cuando mi marido volvió de la guerra, yo ya mantenía a mi familia trabajando sola”.

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¿Revolución sin mujeres?

 

Por María Teresa Fernández Ampié

“Mire compañera, la verdad es la revolución no se puede hacer sin la participación de las mujeres”

Inicio de la canción El cenzontle pregunta por Arlen, dedicada a Arlen Sui, mártir de la Revolución en Nicaragua.

Hoy 19 de julio se cumplen 37 años del triunfo de la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua, un hecho que marcó tanto la historia del país, sino la historia personal de quienes vivimos ese momento de transformación social. Como muchas mujeres de mi generación participé en la lucha contra la dictadura somocista en el movimiento estudiantil, levantando  barricadas, y con la Revolución en las distintas tareas, la alfabetización, la recolecta de algodón y café para que el país obtuviera divisas…

Así conocí a muchas mujeres en las tareas de la Revolución Popular Sandinista: obreras agrícolas o campesinas, como Nubia Quintero. Ella con 27 años se involucró en la revolución y además de aportar en las tareas de la causa, era madre de cinco hijos y productora. Dedicaba una buena parte de su tiempo a cosechar maíz y ajonjolí, a pesar de no tener tierra propia. Participaba en la revolución con la esperanza de un futuro mejor para ella, para sus hijos y su país.

Desde el 2006, cada año las mujeres rurales organizadas le recuerdan al Gobierno de NIcaragua que tiene una deuda con las mujeres rurales. Exigen que se cumpla la ley que otorga tierra a las mujeres. Imagen: coordinadora de mujeres rurales.

Desde el 2011, cada año las mujeres rurales organizadas le recuerdan al Gobierno de NIcaragua que tiene una deuda con las mujeres rurales. Exigen que se cumpla la ley que otorga tierra a las mujeres. Imagen: coordinadora de mujeres rurales.

Como Nubia, conocí a muchas mujeres campesinas, algunas productoras y otras obreras agrícolas que trabajaban para grandes terratenientes, pero soñaban con tener una parcelita. Ellas y yo creímos que al triunfar la revolución, todas y todos seríamos beneficiados por igual. Sin embargo la reforma agraria iniciada en 1981, dos años después del triunfo, aunque reconocía el derecho de las mujeres a tener tierra, nos demostró que no fue así: de cada 100 personas a las que se entregó tierra, solamente 8 fueron mujeres. De esa manera, sin proponérselo, la revolución también contribuyó a  invisibilizar a las mujeres en el campo, y siguió la vieja cultura patriarcal de no reconocer a las mujeres como sujetas políticas de cambio y agentes de la producción agrícola.

Que la tierra estuviera en manos de los hombres era visto como algo normal, pero el involucramiento de muchas en cooperativas y otras formas organizativas y la necesidad de tener sus propios recursos como sí los tienen los hombres, les fueron abriendo un horizonte de derechos que ellas no conocían. Tanto así que hoy Nubia es la Presidenta de la Cooperativa Nuevo Amanecer, en la Comunidad Lechecuagos, del departamento de León, en Nicaragua. Después de la revolución, Nubia reconoce que las mujeres descubrieron que podían hacer muchas cosas que se consideraban tareas de hombres, como ser dueñas de la tierra, pero lamenta que aún después de tantos años, muchas no tengan parcelas propias.

En Nicaragua como en aquellos años, el gobierno sandinista hoy (en su tercer período de gobierno) afirma que no se puede hacer la revolución sin la participación de las mujeres, pero decirlo no es suficiente, como no lo fue en los años 80.  En aquel momento fue la reforma agraria la que representó la esperanza perdida, hoy tenemos la ley 717, Ley Creadora de un Fondo para compra de Tierra con Equidad de Género para mujeres rurales, aprobada en 2010 por una mayoría de diputados sandinistas y de los partidos de oposición, pero que hasta la fecha no se cumple, ya que no se asigna la partida presupuestaria que le corresponde en el Presupuesto General de la República.

Nubia, y miles de mujeres que alquilan tierra, piden prestada o producen a medias en tierra que no es suya, cada vez que llega la celebración de la revolución, esperan que por fin al Gobierno no se le pase la oportunidad de pagar la deuda que tiene pendiente con las mujeres rurales.

Pagar esa deuda contribuiría a una mayor participación política de las mujeres en organizaciones, cooperativas, salir de la violencia, negociar en el núcleo familiar, producir agroecológicamente, tener mayores ingresos para ellas y sus  familias, tener activos productivos para su empoderamiento y alcanzar una vida de bienestar.

María Teresa Fernández Ampié preside la Coordinadora de Mujeres Rurales de Nicaragua. Casi 20 años trabajando a favor de los derechos de las mujeres rurales nicaragüenses, promueve la organización y la participación activa de las mujeres en su propio empoderamiento y desarrollo.

Ciento setenta y dos mujeres en la pausa del café

Por Belén de la Banda

Tengo que reconocer que cuando se habla de café no puedo ser imparcial. La única adicción que no he podido quitarme nunca más allá de dos o tres días es el café con leche. Ahora mismo, mientras escribo, tengo la taza llena al alcance de la mano derecha. Y mientras lo preparo, y cuando lo tomo, me siento bien. Y el concepto de pausa de café me resulta una de las ideas más estimulantes: en medio de cualquier evento, supone un momento de encuentro libre con las personas que nos encontramos en ese camino. Y en los días de trabajo, las pocas veces que hay un hueco, supone un estupendo momento especial con las compañeras.

Betty ha encontrado nuevas oportunidades de desarrollo gracias al cultivo del café Tierra Madre. Imagen: Sergi García / Oxfam Intermón.

Betty ha encontrado nuevas oportunidades de desarrollo gracias al cultivo del café Tierra Madre. Imagen: Sergi García / Oxfam Intermón.

Por eso me ha resultado muy simpática la propuesta del Día Mundial del Comercio Justo, que se celebra mañana sábado: la mayor pausa de café del mundo, #FairTradeChallenge. Donde estés, con quien estés, diez o quince minutos para reflexionar en torno a una taza sobre lo mucho que puedo hacer para mejorar la vida de otras personas.

Para mí este año también va a ser muy especial ese momento. Lo celebraré con mi familia (tendrá que ser pausa-café y pausa-chocolate, e incluso pausa-galletas para tener a todos satisfechos). Lo que es seguro es que sabremos de quién acordarnos. Porque desde hace cinco años seguimos la historia de las mujeres que cultivan café en Nicaragua, y ahora añadiremos a las cooperativas de mujeres que se incorporan a enviarnos su café desde Uganda bajo la etiqueta Tierra Madre.

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María Teresa Blandón: Energía y justicia social

Por Beatriz PozoBea Pozo

La activista nicaragüense María Teresa Blandón siempre tuvo fuertes convicciones políticas. Tan fuertes que a los 17 años decidió unirse a la revolución sandinista y luchar en la guerra posterior. Ella dice que fue su educación cristiana y su idea de caridad y justicia social los que la empujaron a hacerlo.

Hoy, esas mismas ideas  y esa misma energía son las que impulsan su trabajo, como directora del  ‘Programa feminista La Corriente’, que desde 1994 trabaja en la defensa y promoción de los derechos de las mujeres y la igualdad de género. Sin embargo, fue durante la Revolución que cambió su visión sobre la situación de las mujeres y rompió su ‘sometimiento al orden familiar’.

Tras la guerra, trabajó en un sindicato agropecuario, donde daba charlas a campesinas sobre violencia de género y sexualidad. Allí se dio cuenta de la gran desinformación que había entre las más jóvenes y decidió reorientar su actividad hacía ellas.

María Teresa Blandón. (c) Pablo Tosco/Oxfam Intermón

María Teresa Blandón. (c) Pablo Tosco/Oxfam Intermón

Cuando Maria Teresa habla de justicia social, se refiere a conseguir una completa igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Algo que ella sabe que todavía queda muy lejos. Para empezar está el problema de la violencia de género. Nicaragua ‘está atravesado por la violencia y por la violencia contra las mujeres de manera particular. Hay una alta influencia de violencia que se expresa en múltiples formas; en la violencia cotidiana, física, psicológica, sexual, que son también los asesinatos atroces’. Como muchas otras activistas de su país, para María Teresa  nada puede cambiar si continúa la impunidad, ya que la mayoría de los asesinos de mujeres están libres.

Así, aboga por un endurecimiento de las leyes y por concienciar a la sociedad de que la violencia contra la mujer es un delito que debe ser castigado. ‘La violencia se asienta en una cultura  sexista, misógina y machista que subordina a las mujeres. Agresores  hay muchos y no van a poder todos estar en la cárcel. Solo la ley no resuelve el problema. Tiene que ser combinada con políticas de prevención y  educación’.

Y es la educación la clave del discurso de María Teresa. Ella considera que los colegios tienen la obligación de educar para la igualdad y la no violencia. Igualmente cree que los medios de comunicación deben cambiar su modo de difundir las noticias, condenando siempre la violencia y fomentando la igualdad de oportunidades de la mujer. ‘Tiene que ser una solución integral’ dice. Hasta que este cambio no tenga lugar, difícilmente logrará su ‘justicia social’.

Quizá sea, como ella dice, que ‘hay gente que no entiende la gravedad del problema’. Ella lo tiene claro: ‘mientras no haya igualdad plena entre hombres y mujeres, no vamos alcanzar estados verdaderamente democráticos, ni a salir de la pobreza, avanzando hacia otras formas de desarrollo humano’

Beatriz Pozo es estudiante de periodismo y comunicación audiovisual. Colabora como voluntaria con el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

 

Detrás de las rebajas

Por Beatriz PozoBea Pozo

Hace un año, en este mismo blog, Sole Giménez se preguntaba por qué algunos productos son tan baratos. Cómo puede ser que paguemos tan poco dinero por un artículo hecho en el extranjero y en cuya producción han participado varias personas. Sole concluía que la única respuesta posible es la injusticia. Un ejemplo de esa injusticia son las maquilas. Las terribles condiciones que soportan las personas que trabajan en ellas, hacen posible que durante las rebajas la ropa se oferte con un 50% de descuento y al mismo tiempo sea rentable para la empresa que la vende.

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Sandra Ramos, activista defensora de los derechos de las trabajadoras de las maquilas. Imagen Pablo Tosco/ Oxfam Intermón

Las maquilas son empresas extranjeras que instalan sus fábricas textiles en países en vías de desarrollo, aprovechándose de incentivos fiscales para no pagar casi impuestos y empleando a la mano de obra local bajo unas condiciones laborales asfixiantes. No se trata solo de largas jornadas laborales y bajos salarios. También suponen un gran riesgo para la salud, tanto por la exposición a sustancias químicas como por el riesgo de sufrir accidentes. Uno de los países con un mayor número de maquilas es Nicaragua.

Desde hace más de 20 años, Sandra Ramos lucha por los derechos de las trabajadoras de estas fábricas textiles. Su trabajo se centra sobre todo en mujeres, porque cree que las condiciones laborales que soportan ellas son mucho peores: ‘Al principio pensaba que la clase obrera era una, pero me di cuenta de que no. Hay hombres y mujeres’. Sandra cuenta como el gobierno, tras una privatización masiva, permitió la entrada de grandes empresas provenientes de Taiwán, que tenían a las mujeres trabajando prácticamente gratis. Sólo cobraban ‘un dólar a la semana’, aprovechándose del alto paro en el país. Muchas de las mujeres no conocían sus derechos, estaban asustadas porque los inversionistas y el gobierno les hacían creer que donde se acantonaban esas empresas no reinaban las leyes laborales nicaragüenses, sino las leyes del inversionista’.

El resultado fue que, en 2002, y según datos de un informe realizado por Sandra y su organización, el Movimiento de Mujeres Trabajadoras y Desempleadas “María Elena Cuadra” (MEC), el 55% de las mujeres empleadas en las maquilas afirmaban haber sufrido algún tipo de enfermedad, lesión o problemas de salud causados por su trabajo, el 43% decía ignorar los convenios laborales y casi el 50% denunciaba haber sido víctima de violencia verbal o psicológica.

En estos años la situación ha mejorado. El trabajo de organizaciones como la de Sandra, ha permitido que ‘las mujeres ya no se dejen como se dejaban antes’. ‘Tuvimos que prepararlas nuevamente en sus derechos, en romper los miedos y los temores. Hoy por hoy, la nueva generación de mujeres jóvenes en este entorno laboral tiene más conocimiento, más poder de decisión y más poder para reclamar sus derechos.’

No obstante, estas mujeres siguen enfrentándose a un empleo precario. Cada día se levantan para ir a trabajar, durante muchas horas y por poco dinero, a un lugar en el que no saben si sufrirán algún tipo de accidente, expuestas a productos químicos, bajo un calor intenso, con malos servicios de higiene y en el que pueden ser sometidas a un trato vejatorio por parte de sus jefes. Activistas como Sandra hacen mucho por ellas, pero quizá con eso no sea suficiente.

Las empresas que las contratan han mostrado hasta el momento muy poca preocupación por el bienestar de sus trabajadores y no parece que eso vaya a cambiar en un futuro próximo. Sin embargo, esas compañías sí que se interesan por sus clientes y por seguir vendiendo. Si esos consumidores presionan, alzan la voz por la situación de estas mujeres, y de todo aquel que está sufriendo por la injusticia de los precios bajos, y ayudan a gente como Sandra a trasmitir su mensaje, a las empresas no les quedará más remedio qué actuar y preocuparse más por las personas que emplean.

Beatriz Pozo es estudiante de periodismo y comunicación audiovisual. Colabora como voluntaria con el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

Dos pasos adelante y uno atrás

Por Maribel Maseda Maribel Maseda 2

Nicaragua se convirtió en 2012 en uno de los 7 países del continente en nominar y condenar cualquier tipo de violencia contra la mujer.  Su famosa ley 779, ‘ley integral contra la violencia hacia las mujeres’  quería facilitar el reconocimiento de los diferentes tipos de maltrato que ocurrían fundamentalmente dentro del ámbito afectivo provenientes de una cultura que ancestralmente posiciona a la mujer muy por debajo del varón.

Diversas organizaciones participaron -y continúan haciéndolo-, en la labor continuada de procurar una sociedad más justa en cuanto a igualdad de oportunidades, en especial para la mujer y la niñez. Su eficacia reside sin duda en numerosos factores, entre ellos, la formación experta de sus integrantes y en la efectividad y coherencia de sus programas de capacitación y divulgación que dan cobertura a los ámbitos sociales y psicológicos, procurando herramientas que fortalezcan tanto sus capacidades como el reconocimiento de los medios en los que pueden desarrollarse.

Ana Patricia Martínez Corrales, de la organización nicaragüense FUNDEMUNI, durante una reciente visita a Barcelona. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Ana Patricia Martínez Corrales, de la organización nicaragüense FUNDEMUNI, durante una reciente visita a Barcelona. Imagen: Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Ana Patricia Martínez Corrales, Directora de la Fundación para la promoción y el desarrollo de las Mujeres y la niñez (FUNDEMUNI), explica este proceso  hacia la equidad social en clave de positividad y avances apoyándose en los logros y huyendo de arquetipos  obsoletos e ineficaces. Incide en la conveniencia de cubrir la problemática de la desigualdad abarcando todas las esferas que finalmente se ven involucradas en ella. Así, sus completos y acertados programas  hacia mujeres y niñas, además de prestar  asistencia legal, apoyo psicosocial, etc., se extienden a sus demandas de necesidades alimenticias, concienciación  del derecho de la mujer a participar de su cuerpo, de las decisiones familiares y sociales, de la política.

Ana Patricia procura en todo momento asentar la entrevista que mantiene conmigo en  datos objetivos, sin dejarse llevar por consideraciones particulares o subjetivas. Su respeto y amor por Nicaragua no deja de sentirse junto  a su deseo y confianza en que la consecución de un mundo más justo y equitativo es posible.

Hay que trabajar lo individual para que llegue a lo colectivo‘, y hay que hacerlo, además, teniendo en cuenta que hay que llegar a las mujeres y niñas que viven en el medio rural, porque la información llega de diferente forma allí donde el patriarcado está más instaurado como forma de vida.

Su trabajo es duro, constante, a menudo agotador, pero muy coherente. ‘No hay que involucrar solo  a la mujer‘. Sus programas integran dinámicas con jóvenes varones con los que trabajan la masculinidad como aspecto diferenciado del machismo. Igualmente, trabajan con jóvenes mujeres  la feminidad como aspecto que no precisa de la sumisión o la renuncia. ‘Es importante que sepan que no deben ser manipuladas a la hora de vivir su sexualidad‘.

Pero Fundemuni no es una Organización limitada ni territorial ni social ni políticamente. Forma parte, entre otras, de la Red nacional de mujeres contra la violencia y con todas las herramientas legales que pueden utilizar, denuncian la preocupante tasa de femicidios que lejos de disminuir, aumenta sin una implicación firme y  responsable por parte del Estado. No obstante, este mismo Estado las considera como una valiosa plataforma que facilita la participación más activa de la mujer.

Ana Patricia considera que los Movimientos de mujeres que trabajan por la equidad deben mantenerse alejadas de partidismos políticos, pero es fundamental el trabajo conjunto con los poderes públicos. Trabajar lo individual es complejo pero más aún lo es alcanzar al colectivo, ya que , en medio de ambos, se asientan estrategias escrupulosamente estudiadas  que puedan modificar  las propuestas de ley y hasta las leyes mismas, cuando estas puedan amenazar la organización del mundo  de manera simplista y efectiva para muchos, en hombres a un lado y mujeres al otro.

La famosa ley 779 lo fue, lo es y lo seguirá siendo por todo el esfuerzo, coherencia, ética y honradez de muchas organizaciones y movimientos de mujeres que dejaron patente su deseo de conseguir la equidad sin utilizar los mismos recursos agresivos y discriminatorios que las habían anulado a ellas  anteriormente.

Cuando las organizaciones de mujeres decidieron evaluar la ley 230 que añadía reformas para prevenir la violencia intrafamiliar y descubrieron las grandes grietas que portaba dicha ley por la que los ‘ex’ quedaban excluidos de ella y podían seguir asesinando y torturando impunemente, la red de mujeres contra la violencia y diversos Movimientos, presentaron en la Asamblea nacional un anteproyecto de ley que abarcara aquellos supuestos y situaciones que habían quedado ignorados. No se aprobó y la Corte Suprema presentó el suyo propio. Los movimientos y Organizaciones de mujeres, mostraron su voluntad cívica, conciliadora y reunificadora solicitando que se construyese un anteproyecto con lo mejor de las dos propuestas presentadas.  En 2012 se aprobó la ley 779 y meses mas tarde se reformó, para sorpresa de muchos, introduciendo una contradicción en el contexto de la violencia intrafamiliar, la mediación, argumentando la obligación de  la mujer de salvar la unidad familiar.

Ana Patricia es consciente de que aún queda trabajo duro por hacer, pero también de que el paso hacia atrás con el que tienen que acostumbrarse a dar sus pasos adelante, no deben hacer desaparecer los logros que tantas y tantas mujeres nos han dejado y a los que han dedicado gran parte de sus vidas.

Somos muchos hombres y muchas mujeres los que entendemos  que las mediaciones únicamente son posibles cuando las partes involucradas se comprometen en , desde y para la igualdad y existe la misma voluntad en el acto de mediación.

Mujeres como ella y Movimientos y Organizaciones como Fundemuni, María Elena Cuadra, Red de mujeres contra la violencia, y tantas y tantas otras, trabajan mientras el mundo duerme un sueño en el que le cuesta comprender otra realidad.  No generan violencia, luchan contra ella. Pero esto provoca un movimiento en las conciencias y una reacción a veces a favor a veces en contra. Admirable su perseverancia en que las hijas de tantos padres y madres vivan una vida más justa.

 

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como HáblameEl tablero iniciático, y La zona segura.

Mediación: ¿solución? ¿para quién?

Por Damaris Ruiz R.Damaris Ruiz-001

Como respuesta a 30 años de lucha del movimiento de mujeres y feminista de Nicaragua, se aprobó la Ley integral contra la violencia hacia las mujeres (Ley 779), la cual entró en vigencia en junio de 2012. Sabiendo que Nicaragua se caracteriza por tener muchas leyes que no se cumplen, ha sido valorado como un avance muy positivo. Esta ley penaliza el femicidio y contiene medidas preventivas y otras educativas para evitar que las mujeres de cualquier edad lleguen a ser víctimas de la violencia física, emocional o económica que pueda venir no solo del compañero o esposo, sino de cualquier otro familiar; ahora las mujeres sabemos que contamos con un instrumento que podemos utilizar para seguir luchando por el derecho a vivir libres de violencias.

reforma de la Ley contra la violencia de género. (c) Damaris Ruiz

Marcha en Managua contra la reforma de la Ley contra la violencia de género, marzo 2003. (c) Susana García

Lamentablemente, a pesar de la legitimidad de esta Ley, a partir del segundo trimestre del 2013, distintos grupos religiosos y de abogados presentaron recursos por inconstitucionalidad ante la Corte Suprema de Justicia, además de hacer toda una campaña, planteando que la Ley niega el derecho de oportunidad a los hombres, que es una ley que divide a las familias, etc. La Corte se pronunció en agosto de 2013 afirmando que la Ley es constitucional,  pero envió una iniciativa de Anteproyecto de Modificación de la Ley para que se considere la mediación en los casos de delitos no recurrentes, cuando la persona no tenga antecedentes y cuando se consideren casos leves, referidos sobre todo a la violencia psicológica.

Como era de suponerse, la Asamblea Nacional decidió reformar la Ley  a finales de septiembre de 2013; el movimiento de mujeres y feminista se ha movilizado rechazando cualquier tipo de mediación, compartiendo casos concretos para demostrar los nefastos resultados que ha dejado la mediación en la vida de las mujeres que sufren violencias.

El movimiento feminista y de mujeres salió a las calles contra la reforma de la Ley 779. (c) Damaris Ruiz.

El movimiento feminista y de mujeres salió a la calle contra la reforma de la Ley 779. (c) Susana García

Al final esto reafirma que estamos frente a un Estado y una sociedad altamente conservadora y moralista, donde los fundamentalismos religiosos están en aumento con una clara manifestación en la aprobación e implementación de políticas públicas; esto a su vez, constituye uno de los mayores desafíos para las organizaciones de sociedad civil que promueven los derechos humanos, especialmente de aquellas que defienden los derechos de las mujeres. Y donde se sigue con unas ideas y creencias que colocan a las mujeres como seres inferiores y sin derechos, y donde a la violencia psicológica se le da una importancia menor y lo que realmente vale son los golpes físicos y la muerte. Esta reforma a la Ley 779 se suma a las relaciones tensas que existen entre el Gobierno y diversas organizaciones feministas desde el 2006 a raíz de la penalización del aborto terapéutico, en plena campaña electoral del actual Presidente.

Hay mucho que decir sobre este tema, pero no quiero extenderme tanto, así que para cerrar, sólo quiero compartirles que por experiencia propia afirmo con toda certeza que una mujer que sufre violencias no está en posibilidades de mediar. Cuando una mujer decide poner una denuncia ha aguantado mucho, seguramente ha vivido muchos años de violencias de todo tipo; y cuando decide dar el paso sabe que corre el riesgo que el agresor arremeta contra ella y con más odio al regresar a casa. Todo ello sin olvidar la presión de los abogados para convencerla que medie o que retire la denuncia, sumado a lo que dice la familia y la religión sobre la importancia de mantener unido el hogar. De verdad que no es fácil salir de ese círculo de violencia y es decepcionante que tengamos Estados que sigan tan lejos de miles y miles de mujeres que a diario sufren violencias. Sin duda, el movimiento de mujeres y feminista seguirá luchando para que el derecho a vivir libres de violencias sea una realidad, aun cuando sean muchos los obstáculos con los que tienen que lidiar a diario.

 

Damaris Ruiz R. trabaja en Oxfam y coordina el programa de Derechos de las Mujeres en Nicaragua.