Archivo de la categoría ‘Historia’

La difícil convivencia

Flor de TorresPor Flor de Torres

Conocemos nuevos datos sobre la violencia a la mujer en nuestro país: los del primer trimestre del 2015, a través de las estadísticas judiciales. Y conocemos también el estudio sobre las motivaciones de las víctimas realizado por la profesora de psicología experimental María Jesús Cala, que profundiza sobre los motivos que llevan a las mujeres víctimas de violencia a renunciar el proceso y predecir con el 80% sus renuncias en futuras actuaciones judiciales.

¿Qué diferencia a la víctima de la violencia de género de cualquier otra víctima de otro delito?. Imagen de Óscar García Montes.

¿Qué diferencia a la víctima de la violencia de género de cualquier otra víctima de otro delito?. Imagen de Óscar García Montes.

De nuevo los datos estadísticos de violencia de género nos sitúan en la magnitud del problema. Imposible dar una única explicación. Y es que podríamos dar todas las que confluyan y se apoyen en la desigualdad propiciando el crimen de género. Esa es la única explicación. Mientras se construyan relaciones desiguales existirá la violencia a la mujer. Y existirán perpetuadas las victimas que no quieren denunciar o que renuncian al proceso amparadas por las prerrogativas legales de un sistema Judicial construido en leyes que nada tienen que ver con el moderno mecanismo de la L.O 1/04, de la ley integral contra la violencia de género.
En 1.882 se publicaba la Ley de Enjuiciamiento Criminal que permitía en su artículo 416 a los cónyuges, en este caso a la mujer, no declarar en contra de su esposo. La ley decía en su exposición de motivos que este permiso para no declarar se basaba ‘…en los vínculos de solidaridad familiar que deben presidir las relaciones familiares’.
Difícil convivencia legal de este artículo con el máximo exponente del compromiso en la lucha contra la violencia de género: nuestra ley integral. Ello provoca una fuente inagotable de renuncias, abandonos, silencios y absoluciones en los procesos judiciales por violencia de género donde la víctima persiste en su silencio o en su negativa a continuar el proceso silenciando la prueba nuclear del mismo: su declaración.
Y fue Stuart Mill (1806-1873) precisamente quien en esos años de producciones legislativas y cuando se fraguaba la ley de Enjuiciamiento Criminal, quien centró la visión de género de que adolece la Ley de Enjuiciamiento Criminal cuando el manifestaba: ‘La mujer es la única persona (…) que, después de probado ante los jueces que ha sido víctima de una injusticia, se queda entregada al injusto, al reo. Por eso las mujeres apenas se atreven, ni aún después de malos tratamientos muy largos y odiosos, a reclamar la acción de las leyes que intentan protegerlas; y si en el colmo de la indignación o cediendo a algún consejo recurren a ellas, no tardan en hacer cuanto sea posible por ocultar sus miserias, por interceder en favor de su tirano y evitarle el castigo que merece’.
Pese a todo se redactó este articulo 416 en la Ley procesal que promulgaba la solidaridad familiar como causa que justifique el silencio y la impunidad de muchos procesos judiciales entre las propias víctimas de la violencia de género. Y seguimos preguntándonos qué hace a una víctima de violencia de género tan especial frente a otra víctima de otro delito.
La respuesta la encuentro siempre en la psicología, en la deconstrucción interior que su maltratador ha hecho de ella, desprogramándola como mujer libre y construyéndole sentimientos internos que integran:
– Distorsión cognitiva con deformación en el procesamiento de la información. Un engaño que distorsiona su realidad, su pensamiento futuro y lo que le rodea. Frecuentemente nos manifiestan en los tribunales: ‘el proceso se va a volver contra mí’, ‘nadie me va a creer’,  ‘mis hijos me van a hacer responsable de lo que ocurra a su padre‘…
– Frustración como estado psicológico que puede sobrevenir al no alcanzarse los objetivos pretendidos, y que puede además desencadenar comportamientos negativos en la propia víctima. En los Juzgados nos manifiestan: ‘no soy capaz de relatar lo que ocurrió’, ‘no sé si quiero una medida de prisión’, ‘no sé si quiero el divorcio‘…
Falta de asertividad como capacidad para transmitir hábilmente opiniones, intenciones, posturas, creencias y sentimientos. Ellas, las víctimas, recurren a las frases tan reiteradas en los Órganos Judiciales como: ‘no voy a declarar contra el padre de mis hijos’,  ‘me acojo a mi derecho de no declarar de acuerdo al artículo 416 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal
– Y todo ello unido a sentimientos de vergüenza o presión social y familiar.
Sí. De nuevo las estadísticas y el recuento. Y los datos que nos arrojan, los que nos dicen los números que encierran vidas de sufrimiento, desigualdad, dolor y silencio.
En esos años de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, un magnífico Fiscal General del Estado, Javier Ugarte, en la Memoria anual de la Fiscalía de 1907 manifestaba: ‘Hablar del crimen pasional para enmascarar infamias, hacer del asesinato de mujeres leyenda que ennoblece groseros sadismos y exalta honores canallescos-al par que en ocasiones vindica honras conyugales, con letra de Calderón y Lope de Vega- es una gran vergüenza, reveladora de la negligente indefensión social que pide a gritos rigores de ley, inflexibilidades de Jueces, reparaciones de derechos, a cuyo amparo cuenten con verdaderas garantías la inocencia y la seguridad de la mujer.
Reconocidas están en nuestros Códigos todas las libertades; pero ¿Hay pretexto para respetar una libertad que signifique “anarquía”, es decir, atropello de todos los derechos, olvido de todos los deberes, harapos de todas las ideas, escombros de todas las Instituciones, escuela de todos los crímenes, protesta viva y violenta de toda la Ley?… ¿Puede tampoco invocar la ley en su amparo el que de conculcarla y escarnecerla hace dogma y principio de conducta?’

Y esta debe de ser nuestra visión y nuestra actitud. Stuart Mill y Javier Ugarte nos dieron las claves hace ya más de un siglo. Pero por favor no cuestionen la violencia de género sin conocerla. Y sin conocer esta difícil convivencia legal.

Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de Violencia a la mujer y contra la Discriminación sexual. Fiscal Decana de Málaga.

Gestoras de la incertidumbre

Por Belén de la Band@bdelabandaa

Por casualidad, hace unas semanas, cayó en mis manos una novela que me ha hecho dar muchas vueltas a la relación entre la Historia y las pequeñas historias. Se llama ‘Tiempos de incertidumbre’, y en ella se narra el tiempo en el que el marido de la protagonista, Alicia, desaparece repentinamente en 1976, en la época de la dictadura militar argentina. Es una novela que no puede respirar más una historia auténtica, aunque no sepamos qué la acerca y qué la aleja de la experiencia vital de la autora, Beatriz Brignone.

Ilustración de 'Tiempo de incertidumbre', de Beatriz Brignone.

Ilustración  de portada de ‘Tiempo de incertidumbre’, de Beatriz Brignone.

En ‘Tiempos de incertidumbre’, Alicia se mueve entre el  miedo y la burocracia, pero al mismo tiempo en el mantenimiento de la vida para sus cuatro hijos, en hacer que les afecte lo menos posible la ausencia del padre y todas los agujeros que por ella se abren en la vida cotidiana. Mantenerlos a salvo, mantenerse a salvo por ellos, allegar ayudas, no despertar sospechas, buscar al desaparecido, indagar sin levantar ruido, calcular, preguntar, permanecer en silencio, no llorar delante de los niños, no venirse abajo. No decir lo que sabes. Saber siempre lo que dices.

Toda batalla, todo gran acontecimiento, tiene detrás un sencillo contexto de personas que tienen cada día que comer, trabajar, cuidar unas de otras. Lo cotidiano es lo que ancla al ser humano a la certidumbre: saber cuál es el horario en el que saldrás de casa y regresarás, dónde estarán durante el día tus personas queridas. Que al llegar a casa, la comida estará preparada, o tú tendrás que prepararla. Son las certidumbres que hacen la vida soportable, a pesar de que nunca se les da ninguna importancia. Muchas veces, porque forman parte de la historia de las mujeres, a las que se les asigna el trabajo de hacer lo que luego no se cuenta. Las madres, las amas de casa, personajes siempre secundarios a cuyas visiones no se da importancia son gestoras de la incertidumbre, y en momentos de crisis son vitales para gestionar lo importante, lo verdaderamente importante, lo vital. Pero eso no se cuenta tampoco.

Así, parece que la épica deja fuera la parte más importante de la Historia, y de la historia. Rechaza probablemente los pasos más heroicos y definitivos de todos los acontecimientos: los que protagonizan los personajes sin poder. Sitúa los valores, el miedo, la heroicidad probablemente en el punto más alejado de donde están en la realidad. Y desprecia el peso cierto de la realidad, la única realidad, cotidiana.

‘Tiempos de incertidumbre’ no parece tener más pretensión que la de expresar lo vivido, pero en sus páginas late el sufrimiento y el heroísmo de toda una sociedad sometida a la violencia estructural. Y cuando ésta es tan extendida y tan brutal, hay tantos ejemplos extremos que cuesta entender lo que se vivió en la realidad cotidiana. Como dice José Pablo Feinmann en La sangre derramada: ‘Los que han descrito la Argentina del 76 y el 77 han incurrido con frecuencia en un error que amengua la vivencia del miedo cotidiano. Tal vez esta experiencia la sabemos sólo los que permanecimos aquí’.

Escribir lo nuclear del sufrimiento en medio de las realidades humanas cotidianas es casi la única forma de entenderse o explicarse a una misma después del trauma, como entiendo que hace Beatriz Brignone, pero también casi la única transmitir la verdad a quienes no la vivieron. Y así, muchos años después, sabemos esa parte de la historia que nunca se contó, y que con el tiempo viene a ser probablemente la única que importa.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

Inge Lehman: la mujer que corrigió a Verne

Por Beatriz Pozo Bea Pozo

Estos días los ojos del mundo están vueltos hacía un pequeño país de Asia, donde un terremoto se ha llevado por delante más de 8000 vidas y buena parte de sus infraestructuras y patrimonio histórico y cultural. Mientras en Nepal los equipos de rescate y las ONG se afanan por llevar ayuda humanitaria a los más afectados, un debate vuelve a resurgir: ¿Se podía haber evitado la tragedia? Cada vez que hay un terremoto  -bien sea en Japón, en Indonesia, en Chile o en Nepal-, esta pregunta ocupa las primeras planas.

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En este caso los expertos dicen que, aunque no se podía predecir el momento exacto, Nepal se encuentra en una zona con una gran actividad sísmica, y un terremoto de estas características podía tener lugar en cualquier momento. Sin embargo, las infraestructuras y los edificios no estaban preparados para ello.

Más allá de buscar los porqués y de analizar la pobreza del país o la labor de las autoridades, hoy quiero destacar y reivindicar la importancia que tienen la sismología y aquellos avances científicos que ayudan a predecir este tipo de catástrofes y que permiten prevenirlas. En la historia de esta materia me llama especialmente la atención la figura de Inge Lehmann, una mujer que redefinió el concepto que se tenía hasta entonces de los movimientos sísmicos. Estos días se está celebrando el 127 aniversario de su nacimiento y, el pasado día 13, Google le dedicó su Doodle.

Lehmann fue una pionera en su campo, aunque siempre tuvo que luchar contra las dificultades de ser mujer en un mundo hecho por y para los hombres o, por ponerlo en sus propias palabras, ‘no sabéis con cuántos hombres incompetentes he tenido que competir en vano’. Nacida en 1888 en Østerbro, Dinamarca; estudió matemáticas en la Universidad de Copenhague y en Cambridge, donde no pudo graduarse porque las mujeres en esa época no lo tenían permitido, una injusticia que no se corrigió hasta 1948. Su experiencia inglesa la dejó exhausta, por lo que abandonó los estudios  y no los volvió a retomar hasta 6 años después, de nuevo en su país natal.  Una vez graduada, la sismología llamo la atención, iniciando así una carrera que la convirtió en una de las figuras más eminentes en la materia.

En 1936, publicaría “P”, su obra más famosa. En ella demostraba que el centro de la tierra tiene en realidad dos núcleos (interno y externo), uno líquido y otro sólido, que interactúan entre sí, pero que están separados por una discontinuidad, que recibió su nombre. Hasta entonces se pensaba que había un solo núcleo líquido. Este descubrimiento le llevó a recibir numerosos premios. Se convirtió así en la primera mujer en recibir la medalla William Bowie en 1971, la máxima distinción en el campo de la geofísica.

De entre todos los datos de su biografía, llama especialmente la atención que estudiara en el primer instituto de Dinamarca que trataba a chicos y chicas por igual. Ella misma dijo que ‘allí no se reconocía ninguna diferencia entre el intelecto de hombres y mujeres. Tuve muchas decepciones más adelante al descubrir que esa no era la actitud general’. Recibir una educación mixta e igualitaria tuvo pues una gran influencia en su desarrollo posterior y en que se convirtiera en lo que llego a ser; aunque fue también una de las causas de su desdicha en Cambridge donde ‘a las chicas jóvenes se les imponían muchas restricciones’.

En estos días en los que una nueva tragedia nos recuerda la importancia de que se sigan produciendo avances científicos que nos permitan entender mejor el mundo y prevenir las catástrofes, no viene mal recordar figuras como la de Inge Lehmann, que durante toda su vida trabajó porque estos descubrimientos tuvieran lugar, por muchas dificultades que se le pusieran por delante. Su ciencia no solo sirvió para mejorar nuestro conocimiento de los movimientos sísmicos, sino también para reivindicarse a sí misma y con ello el papel de las mujeres en el mundo de la investigación.

Beatriz Pozo es estudiante de periodismo y comunicación audiovisual. Colabora con el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

No sólo un día al año

Por Alejandra Luengo Alejandra Luengo

Hay días de los que todo el mundo se suele acordar; el día de la madre, el del padre, el de San Valentín, el de la mujer… Ahora que está cerca el primero, qué mejor momento para tener presente la maternidad.
Lo cierto es que frecuentemente cuando se piensa en las madres nos viene a la mente las que son jóvenes y dejamos de lado a aquellas que lo fueron primero, las mayores, que ahora además de madres incluso pueden ser abuelas.
La realidad es que ser madre es para toda la vida, no sólo cuando se es joven, vital, resolutiva, cuidadora, independiente o fuerte. Por eso este post va dedicado a las madres mayores, esas que frecuentemente están tan olvidadas por parte de la sociedad y de gran parte de sus familias, a muchas de ellas que viven solas, o en residencias, que pueden encontrarse con dolencias o enfermedades, pero que siguen siendo madres.

Imagen de promoción del Concurso de Fotografía Intergenracional de la Fundación Amigos de los Mayores.

Imagen de promoción del Concurso de Fotografía Intergenracional de la Fundación Amigos de los Mayores.

Son mujeres que experimentaron la maternidad hace cincuenta, sesenta o incluso setenta años cuando todavía no estaba ni siquiera presente la democracia en España y tuvieron que asumir, supuestamente sin rechistar, los condicionantes de una época histórica, social y política que las mantenía al margen.

Personas que han tenido que vivir e interiorizar cambios para los que nadie las preparó y han allanado el camino a las que hemos venido después. Mujeres que frecuentemente fueron educadas en un patriarcado que potenciaba la sumisión, la entrega incondicional y la dependencia de la mujer, pero que también lo cuestionaron o quisieron que sus hijas y nietas no viviesen lo mismo.

Al hilo de esto hace semanas una chica en la consulta me relataba como su abuela de más de ochenta años le aconsejaba, que no tuviese prisa por casarse y que disfrutase, experimentase y apreciase todo aquello que la vida le ofrecía sin tener como objetivo vital prioritario casarse y tener hijos. Esta mujer, que actualmente vive en una residencia de personas mayores, defendía la libertad, el aprendizaje, y la experimentación de la nieta; toda una apuesta por la vida en la vejez.

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Aisha y el inicio del Islam

Por Raquel FerrandoRaquel Ferrando

Las personas no musulmanas no solemos saber mucho sobre cómo empezó esta religión. En general, dentro y fuera del Islam, falta mucha información sobre los aportes de la mujer más importante en sus comienzos: Aisha bint Abi Bakr (613-678 d.c.)

Aisha se casó muy joven con Mahoma y fue su mujer preferida. Ambos pasaban mucho tiempo juntos reflexionando mientras el profeta escribía partes del Corán llamadas hadiz, en las que se dice que ‘sin duda, las mujeres son iguales al hombre: aquel que las honre es honorable y aquel que las desprecie es despreciable’. Fue su discípula y al morir este continuó sus enseñanzas, labor que compaginó con la poesía, el estudio de la lengua, la historia y la práctica de la medicina. Fue una verdadera erudita.

Además, tenía fuerte carácter. Nunca pidió perdón por errores que no había cometido, aun sabiendo que podía costarle caro. Tampoco dudó de su papel en la política y en el ejército, el cual debía ser igual al del hombre.

Luchadora, encontró hombres que le ayudaran a precisar interpretaciones del Corán que violaban la libertad de la mujer. Un ejemplo de ello es el luto. Una mujer casada musulmana, si su marido muere, debe guardar 4 meses y diez días de luto. Aisha reivindicó que tras este periodo la mujer es libre de decidir lo que quiere hacer y que durante el luto no está obligada a quedarse en casa. También insistió siempre en aclarar que Mahoma no tenía problema en que ella estuviera con él mientras rezaba.

 

Se sabe muy poco sobre Aisha, la mujer preferida de Mahoma  © 2006-2014 Sarpmurat

Se sabe muy poco sobre Aisha, la mujer preferida de Mahoma © 2006-2014 Sarpmurat

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Francisca de Pedraza: una historia de violencia de género en el siglo XVII

Por Flor de Torres Porras Flor de Torres

Acabo de leer la historia impactante de la podria ser la primera víctima judicial de violencia de género en nuestro país. En el libro Una alcalaína frente al mundo. El divorcio de Francisca de Pedraza,  Ignacio Ruiz Rodríguez y Fernando Bermejo Batanero  cuentan la historia de esta mujer, que en 1624 obtuvo una sentencia ejemplar: no sólo le otorgó el divorcio, sino que obligó a su marido a devolverle la dote y obtuvo además  una orden de alejamiento.

Portada del libro y página de la sentencia de divorcio de Francisca de Pedraza.

Portada del libro y página de la sentencia de divorcio de Francisca de Pedraza.

Francisca luchó contra el estigma de las leyes que la hacían invisible frente al maltrato y ni  siquiera le otorgaban personalidad jurídica para  litigar, pues pasó de la tutela de un convento a  la de su marido y verdugo. Se liberó de los consejos del párroco de Alcalá de Henares, que le recomendaba  sumisión,  silencio, sufrimiento. También de las amenazas de que su decisión de denunciar la llevaría directamente al fuego eterno. No obstante, la jurisdicción eclesiástica la escuchó y amonestó al maltratador. Algo que lejos de ser ejemplar, empoderó aún más a su verdugo que la trató de chivata.

Tras  una batalla judicial se le otorgó el divorcio. Quedó liberada de su débito matrimonial y de Jerónimo de Jaras, su marido maltratador. Encontró en Álvaro de Ayala, el primer rector graduado en ambos derechos (canónico y privado) la posibilidad de ser escuchada.  Ayala contextualizó las palizas, la vida de violencia de género y la pérdida del hijo que esperaba tras una brutal agresión como determinantes para el divorcio y la devolución de la dote, así  como la prohibición  que  ni su marido, ni nadie relacionado con él, pudiera acercase a Francisca.

La sentencia fue tan ejemplar como su vida, ya que en su época las leyes invisibilizaban a las mujeres entre otras cosas porque estaban representadas siempre por su marido.  Y mujeres como Francisca, casadas con maltratadores, no tendrían acceso a ningún tipo de personalidad y menos a la representación necesaria para litigar en contra de ellos en los tribunales.

Muchos años más tarde nuestra sociedad seguía conviviendo con desigualdades que discriminaban a las mujeres en las leyes. Por ejemplo, hasta 1963 estuvo vigente la excusa absolutoria del Código penal que en su artículo 528 decía: ‘El marido que sorprendiendo a su mujer  matare en el acto a los adúlteros, o alguno de ellos, o les causare cualquiera de las lesiones graves, será castigado con la pena de destierro. Si produjere lesiones de otra clase quedará exento de pena’.

¿Qué ocurría a la inversa, es decir, cuando la esposa agraviada  matase al marido infiel o a su amante? Ella se vería acusada de dos  homicidios o asesinatos y recibiría una pena de hasta 40 años de prisión. Tal discriminación desapareció en la reforma del Código Penal de  1963 pero, vergonzosamente para la mujer, se mantuvo  otra discriminación: la de la esposa que cometía adulterio por el hecho de· ‘yacer una sola vez’ con varón que no fuese su marido (Art. 449), pero respecto al marido, para ser condenado  por amancebamiento hacía falta ‘tener manceba dentro de casa o notoriamente fuera’  (Art. 451). La muerte definitiva de esta norma fue en el año 1978 tras la despenalización del adulterio y amancebamiento.

Todos sabemos que la Constitución de 1978 nos tendió carta de naturaleza jurídica plena en su Art. 14 al proclamar la igualdad sin discriminación alguna por razón de sexo con el carácter de derecho fundamental, tendiéndonos un  galante guante  a nuestra condición igualitaria.

Algo impensable cuando en ese año 1963 se  aplicaba la excusa absolutoria para el marido  que  matare a su mujer  y su compañero en situación de adulterio. Entre otras cosas porque nos estaba prohibido a las mujeres el acceso  a la carrera judicial y fiscal, porque las leyes no tenían ninguna perspectiva de género y porque en definitiva no éramos sujetos plenos de derechos, sino simples objetos o instrumentos  del  marido  con necesidad de autorización  masculina  o paterna para casarnos o para abrir una cuenta corriente.

Y por ello Francisca fue la primera heroína  que como víctima se enfrentó a la violencia de género, frente a un sistema judicial en soledad. Tuvo que enseñar su cuerpo y las marcas dejadas en él a la curia eclesiástica para convencerles que era una víctima de violencia de género. Muchas otras mujeres, en su época y hasta mucho más adelante, no tuvieron posibilidad de contar con el auxilio de la justicia.

Cuántas vidas  e historias de mujeres  escondidas, anónimas  e invisibles se han escondido tras unas leyes profundamente discriminatorias  para las mujeres. Y por eso Francisca, con su historia  las hace visibles. Una avanzadora de 1624.

Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de Violencia a la mujer y contra la Discriminación sexual. Fiscal Decana de Málaga.

Esas cosas terribles que les ocurren a otros

Por Catalina Villa Catalina Villa

A veces, una obra de ficción ilumina zonas ocultas de la realidad y nos permite tomar consciencia sobre la violencia invisibilizada, y muchas veces naturalizada, que vivimos las mujeres cotidianamente, como en el caso de la violación. Poco se habla de ella, a veces creemos que se trata de una realidad lejana que sólo afecta a ciertos países en guerra, con estados fallidos o con un machismo brutal, pero en nuestro entorno más inmediato la pensamos como una realidad esporádica a pesar de que las mujeres, de una u otra manera, llevamos ese miedo en nuestro cuerpo.

Esta es la historia de una mujer que tuvo un intento de violación y que fue violentada por segunda vez por las instituciones del Estado que se suponía debían defenderla y protegerla y en cambio desconfiaban de su testimonio. Insinuaban que sería una cuestión de venganza o provocación por parte de ella. La historia de esta mujer me hizo recordar un corto de Eléonore Pourriat titulado ‘La mayoría oprimida‘.

Imagen promocional del cortometraje 'Mayoría oprimida´

Imagen promocional del cortometraje ‘Mayoría oprimida´

A través de la ficción nos muestra cómo las relaciones de género están atravesadas por aquella violencia invisible que sufrimos las mujeres a diario y de qué modo el sistema descree a las mujeres o las culpabiliza a la hora de denunciar el acoso o la agresión sexual y terminan sintiendo vergüenza, impotencia o directamente desisten de denunciar.

La primera vez que vi este extraordinario corto me dio pie a un trabajo de reflexión sobre el tema con un grupo de mujeres que acompaño. Ellas veían claramente que el protagonista del corto estaba siendo violentado continuamente y, sin embargo, cuando hablábamos del caso de las mujeres la violencia dejaba de ser tan obvia. Finalmente el corto nos permitió ser conscientes de lo naturalizados que tenemos ciertos estereotipos, mandatos y prohibiciones de género que hacen que lo que es vivido como violencia en el caso de los hombres sea vivido como provocación, insinuación o falta de precaución en el caso de las mujeres.  Basta ver las recomendaciones del ministerio del interior sobre la prevención de la violación.  ¿Hasta qué punto llega el machismo interiorizado por hombres y mujeres que nos es tan fácil ver la violencia ejercida cuando se trata de un hombre y en cambio no lo es tanto en el caso de las mujeres a quienes se les culpabiliza reiteradamente?

Dice la periodista y escritora Susan Brownmiller que la violación es parte de un sistema de control que se ejerce sobre las mujeres, una forma en que se restringe su movilidad, pues el miedo a ser violadas, del que muchas mujeres no somos conscientes, nos hace tener ciertas precauciones que limitan de alguna manera nuestra libertad de movimiento. Y es que las violaciones son más frecuentes de lo que se dice y se reconoce. No hablamos de una cuestión de patología, hablamos de la frecuencia con que estos hechos ocurren y muchos de ellos si acaso llegan a la consulta psicológica pues las mujeres tienen miedo de que no comprendan su situación, no les crean o las culpabilicen: mujeres adolescentes que son drogadas y violadas por el grupo de amigos, mujeres que viven en pisos compartidos y que son violadas o han vivido situaciones de agresión sexual por parte de algún compañero de piso, empleadas del hogar que han vivido agresiones sexuales por parte de algún miembro de la familia donde trabajan y mujeres que dentro de las relaciones de pareja han sido igualmente violadas.

¿Qué tipo de socialización perversa le otorga un poder indiscriminado a los hombres que pueden hacer una apropiación del cuerpo de las mujeres, que se sienten con el derecho a utilizarlo como quieran, incluso como botín de guerra, como trofeo o como manifestación de superioridad sin algún tipo de consciencia de que están haciendo algo inadmisible en ningún caso? ¿Y hasta cuándo las mujeres vamos a seguir pensando que el feminismo es una cuestión de mujeres resentidas y dejaremos de ser reproductoras de la misoginia patriarcal que culpabiliza a las mujeres?

 

Catalina Villa es psicóloga y máster en estudios interdisciplinares de género. Coordina el área psicológica de Pueblos Unidos.

Juana Biarnés: la primera fotoperiodista

Por Beatriz Pozo Bea Pozo

‘Mi padre me dijo: te has metido en un mundo muy difícil. España no te va a entender. España no está preparada para una mujer fotógrafo, ni una mujer médico ni una mujer abogado. Todo esto es un terreno que hay que ir ganando poco a poco. Espero que no te vengas abajo y que luches para conseguir lo que te has planteado’

Juana Biarnés dice que a ella no le gustaba la fotografía. Simplemente empezó ayudando a su padre, que era fotógrafo deportivo, y luego se  ‘enamoró de la profesión’. Resulta una afirmación un poco sorprendente cuando quien lo afirma es considerada la primera fotoperiodista de España.

Juana Biarnés, en una imagen del proyecto del proyecto de Crowdfunding para un documental sobre su trayectoria.

Juana Biarnés, en una imagen del proyecto del proyecto de Crowdfunding para un documental sobre su trayectoria. Imagen: Verkami

Empezó a trabajar en los años 60, para el diario Pueblo. Durante 22 años se dedicó a retratar  famosos y a realizar reportajes de actualidad. Se coló en el avión de los Beatles, una aventura digna de la película ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’, y luego los siguió hasta su habitación de hotel; fingió ser un matrimonio junto a un compañero para convencer a Roman Polansky de dar un paseo en barca, mientras ella le hacía fotos desde un balcón; y Clint Eastwood la besó en los labios.

No obstante, no todo en su carrera fueron anécdotas divertidas. ‘Fui una incomprendida y tuve muchas dificultades’. El suyo era considerado un trabajo de hombres y más en una época en la que la mujer estaba sometida al varón y eran pocas las profesiones a las que estaba bien visto que se dedicaran. Lo pasaba especialmente mal en los campos de futbol, donde era increpada tanto por los ‘grises’ como por la grada. Además, ‘no me dejaban entrar a nada que fuera oficial, nada en lo que hubiera políticos o ministros (…) En las cortes y en sitios así siempre me echaban fuera’.

Sin embargo, esto, como todo, cambió al cabo de unos años. ‘Casi en los 70 lo empezaron a entender, porque todo evolucionó mucho. Mi director, Emilio Romero, tuvo varias broncas con el ministerio y les preguntó que por qué daban un carnet de prensa si luego no lo dejaban utilizar. Entonces ya pude asistir como fotógrafo al juramento del príncipe Juan Carlos’   En esa misma época, otras fotógrafas empezaron a trabajar en la redacción. ‘Hubo como una especie de revolución femenina’ y Juana desde su posición privilegiada pudo retratarla.

Con la cámara en mano se convirtió en una testigo excepcional de la sociedad española de los 60 y 70. Pudo hacer reportajes a  las primeras médicas, a las primeras abogadas y, en resumen, captar la evolución y ‘la mejora’  de España. De eso  trata la exposición que se le ha dedicado estos días en su Terrassa natal, a la que se une un documental, titulado ‘Una fotógrafa entre hombres: La historia de Juanita Barnés’ y  financiado por crowdfunding, que narrará la historia de esta pionera del fotoperiodismo.

Joana Biarnés, en una reciente exposición de fotografía. Imagen:

Joana Biarnés, en una reciente exposición de fotografía. Imagen (c) Judesba (Wikipedia)

Juana abandonó la profesión en los años 80, por causa del amarillismo.  ‘Yo he hecho un periodismo sincero, un periodismo de verdad y como esto había empezado a basarse en mentiras  decidí que no, que mi dignidad no me permitía seguir en esta profesión’. En su lugar abrió un restaurante en Ibiza, el Cana Joana, por donde pasaron muchos de los personajes que, años antes, retrataba con su cámara.

Beatriz Pozo es estudiante de periodismo y comunicación audiovisual. Colabora como voluntaria con el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

No digas que es igual

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Hace unos veinte años, mientras estudiaba en la universidad, colaboraba como voluntaria con una escuela de adultos en Vallecas, en el sur de Madrid. En realidad debería haberse llamado Escuela de Adultas, porque eran mayoritariamente mujeres quienes poblaban esas pequeñas aulas, hechas de barracones y pegadas al edificio de una parroquia del barrio, donde varias tardes a la semana nos reuníamos para ‘aprender’, en un pequeño grupo de ocho o diez. Quizá faltaban muchas cosas en esas vidas y en esa escuela, autogestionada y con muy pocos medios materiales. Lo que nunca faltó por parte de las alumnas era motivación.

Movilizaciones vecinales por la vivienda en Vallecas. Imagen: AA.VV. Palomeras.

Movilizaciones vecinales por la vivienda en Vallecas. Imagen: AA.VV. Palomeras.

Cada una de estas mujeres tenía una historia de vida que merecería una novela, o una película. Llegadas de distintos pueblos en su infancia o en su primera adolescencia, o justo en el momento de casarse y salir a la ciudad a buscarse la vida, habían vivido en durísimas condiciones tanto en su lugar de origen rural como en los barrios marginales que empezaban a formarse. Habían sido niñas y adolescentes trabajadoras: en el campo, cuidando animales, cuidando a sus hermanos pequeños, limpiando… Habían construido pequeñas chabolas, durante la noche para que al amanecer estuvieran techadas y la ley las protegiera. Todo lo que tenían lo habían conseguido con un gigantesco esfuerzo. La vivienda, la luz eléctrica, el agua corriente, el alcantarillado, eran logros compartidos y conseguidos gracias a la movilización del barrio, una y otra vez, durante muchos años.

Pero su esfuerzo personal había sido también inmenso. Con ese esfuerzo habían ido consiguiendo mejorar la vida de sus familias, sacar adelante a sus hijos, trabajar para otros -normalmente en el trabajo doméstico o en el cuidado de los hijos de otras familias-, pero habían llegado a la madurez sin saber leer, o sin lograr dominar la lectura y la escritura, y muy especialmente la comprensión lectora. Casi el único punto en común entre ellas era que no habían ido a la escuela cuando eran niñas, o habían ido muy poco tiempo. Sus maridos, sus hermanos, sí sabían leer y escribir. Pero para ellas no había habido escuela.

Las clases en la escuela eran una mezcla de terapia y lectoescritura. Estas auténticas  maestras de vida estaban dispuestas a darlo todo en el aprendizaje, a ponerse a sí mismas a prueba tres días a la semana. Mujeres inteligentes, trabajadoras, buenas personas, interesantes. Dispuestas una y otra vez a intentarlo, a fracasar, a ir quedándose con algo más cada día. Dispuestas a sentir que, a pesar de lo que tantas veces les habían dicho, podían y debían aprender. Con mucha frecuencia agradecían la posibilidad de contar con esa escuela de adultos, y todas las puertas que la escuela les abría para disfrutar de la cultura, convivir, conocer. Pero mi sensación permanente era que en ese pequeño grupo quien más estaba aprendiendo era yo.

Muchas veces al salir de la escuela, en el largo trayecto de regreso a casa, pensaba qué habría sido de estas mujeres si hubieran tenido, en su infancia, una buena escuela pública cerca. Si alguien hubiera detectado sus capacidades y les hubiera apoyado. No tenía duda de que muchas de ellas habrían podido desarrollar una carrera universitaria y ser magníficas profesionales. El contraste con su realidad me hacía sentir una sensación de privilegio inmerecido por tener la oportunidad de estudiar.

En España y en el mundo, tres cuartas partes de las personas afectadas por el analfabetismo son mujeres. Aún hoy, en nuestro país, hay ochocientas mil personas que no saben leer ni escribir un texto básico. En el mundo son casi 800 millones de personas.

Todos estamos de acuerdo en que no es igual, no da igual, enfrentarse a la vida sin ser capaz de leer o escribir. Quienes hemos tenido la suerte de estudiar deberíamos esforzarnos en apoyar sistemas educativos gratuitos y accesibles para todos, en todo el mundo.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón

La capitana, el ministro y el Instituto fantasma

Por Mariana Vidal Mariana Vidal

Ha ocurrido todo en apenas unas horas. Quizá las relaciones directas no sean evidentes, más allá del ‘estado de las cosas’ en que vivimos. Hace 48 horas, en las portadas de los medios refulgían los llamativos comentarios machistas tras el nombramiento de la nueva capitana de la Copa Davis. Algunas personas del gremio deportivo, sorprendentemente, prefieren recurrir a argumentos que vetan a todas las mujeres en general, en lugar de comentar el acierto o desacierto de una decisión concreta.

Un día más tarde, el ministro de Justicia se ve obligado a dimitir ante su incapacidad para sacar adelante una ley innecesaria, al margen de todo apoyo y consenso, tras meses de desprecio a la preocupación de las principales afectadas por la ley. La amenaza electoral ha logrado frenarlo, pero la agonía de viernes tras viernes esperando la caída de la ley en el Consejo de Ministros ha sido algo que difícilmente le perdonarán muchas personas.

Dimite el Ministro de Justicia. Imagen de TrasTando.

Dimite el Ministro de Justicia. Imagen de TrasTando.

Ante episodios como estos, se echa en falta una voz, la del Instituto de la Mujer,  que en muchos otros momentos de la historia pasada de nuestro país tuvo iniciativas con gran repercusión social. No sólo se ha perdido gran parte de esa fuerza, sino que la semana pasada, a golpe de boletín oficial y con la excusa de la ‘racionalización administrativa’, se ha realizado una renovación que pone en riesgo el objetivo de la defensa institucional de los derechos de las mujeres. La nueva formulación engloba en el rebautizado ‘Instituto de la Mujer y para la igualdad de oportunidades’ la responsabilidad de impulsar políticas ‘contra la discriminación de las personas por razón de nacimiento, sexo, origen racial o étnico, religión o ideología, orientación o identidad sexual, edad, discapacidad o cualquier otra circunstancia personal o social‘.

Podría sonar bien, si no fuera porque en todos los casos planteados las acciones ya eran insuficientes a pesar de existir instituciones especializadas. Unir todas estas realidades en un solo Instituto con la excusa del ahorro es más bien una devaluación de esas políticas. Quien mucho abarca poco aprieta. En lugar de leyes, instituciones, y políticas específicas para graves problemas que afectan a muchas personas, parece que sólo se tratará de medidas cosméticas y superficiales. Cajones de sastre para poder decir que se hace lo que en realidad no se hace bien. Si algo resulta sospechoso en este cambio es el intento de tratar a una mayoría como si fuera una de tantas minorías. Una apuesta por abandonar lo específico en manos de lo genérico. Cabe también pensar que hubiera detrás una intención de desmantelar el Instituto, limitada por las obligaciones que nos hemos impuesto en el marco de la Unión Europea.

Ya se han alzado algunas voces contra este cambio, pero en general, con la que está cayendo, parece que muchas personas no se han dado cuenta. Quizá ya no esperamos que una institución pública tenga una voz fuerte contra los distintos tipos de violencias y discriminaciones que dificultan la igualdad en estos tiempos difíciles para las mujeres.

 

Mariana Vidal es comunicadora y especialista en América Latina.