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Nos dan gato -cultura masculina- por liebre -cultura universal-: es un fraude cultural

Por Barbijaputa

El 8 de marzo de 2017, Oxfam Intermón y 20minutos, en un  concurso con propuestas abiertas, concedieron el Premio Avanzadoras a Ana López Navajas por su trabajo de investigación de la contribución de las mujeres a la ciencia y la cultura. Nuestra colaboradora Barbijaputa conversa con ella sobre esa gran parte del conocimiento que se nos oculta sistemáticamente. 

Ana López Navajas, investigadora de la Universidad de Valencia y ganadora del Premio Avanzadoras 2017. Imagen de Daniel Larena.

Ana, has sido la coordinadora del equipo investigador del proyecto TRACE Las mujeres en los contenidos de la Educación Secundaria Obligatoria. Hace 8 años que estás inmersa en este proyecto, incluyendo a mujeres en una base de datos para los libros de texto de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO)… para decidirte a emprender algo así, ¿imagino que te impulsó la flagrante invisibilización de las mujeres en la educación?

Pues sí. Empecé a darme cuenta, por la literatura, de cuántas obras desconocíamos y eso me fue causando una perplejidad cada vez más grande (¿¡tantas, tan buenas y tan desconocidas!?). Cuando husmeé en las otras materias, en el arte o la ciencia, la música, la historia… y observé que la situación era parecida, que no aparecía ninguna música o artista o científica… vi la magnitud de esa exclusión: todo una rica y antigua tradición cultural de las mujeres ha quedado sistematicamente en la sombra. Me di cuenta de que no teníamos en cuenta para nada, ni en la cultura ni en la memoria colectiva, las aportaciones de las mujeres. Su papel coprotagonista en el desarrollo social y cultural.

Es decir, tenemos “naturalizado” el despropósito de que ellas no han colaborado en nada (el “aparecerían en los libros” y toda una serie de tópicos más, así lo avalan) Esto crea mucha resistencia para entender que la cultura se ha construido con las aportaciones de mujeres y hombres. Pero fijémonos, conocemos los hechos y producciones masculinas, para los chicos hay modelos sociales (gobernante, escritor, artista, explorador, religioso, científico) y en todas las épocas. Pero esa es la cultura de los hombres, parcial, puesto que solo representa a una mitad de la población (en esos hechos y producciones no encontramos nunca mujeres, a pesar de que sabemos que han estado)

Sin embargo, se hace pasar por universal. Nos dan gato -cultura masculina- por liebre -cultura universal-: es un fraude cultural. Y es que nos creemos que es “universal”, a pesar de que sigue excluyendo la significativa producción cultural de las mujeres y quitándoles a todos, mujeres y hombres, un legado cultural que les pertenece. Esa cultura amputada, falseada es la que transmitimos desde el sistema educativo. Corregirlo sería un auténtico logro social. Y se puede hacer.

“Se puede hacer”. Me quedo con eso. ¿Cómo?

Se puede hacer siguiendo varias líneas: una es incorporando material didáctico usando una metodología adecuada. Otra es la de la formación del profesorado, también de la Universidad. Y después, dando impulso desde las administración pública. Lee el resto de la entrada »

Inge Lehman: la mujer que corrigió a Verne

Por Beatriz Pozo Bea Pozo

Estos días los ojos del mundo están vueltos hacía un pequeño país de Asia, donde un terremoto se ha llevado por delante más de 8000 vidas y buena parte de sus infraestructuras y patrimonio histórico y cultural. Mientras en Nepal los equipos de rescate y las ONG se afanan por llevar ayuda humanitaria a los más afectados, un debate vuelve a resurgir: ¿Se podía haber evitado la tragedia? Cada vez que hay un terremoto  -bien sea en Japón, en Indonesia, en Chile o en Nepal-, esta pregunta ocupa las primeras planas.

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En este caso los expertos dicen que, aunque no se podía predecir el momento exacto, Nepal se encuentra en una zona con una gran actividad sísmica, y un terremoto de estas características podía tener lugar en cualquier momento. Sin embargo, las infraestructuras y los edificios no estaban preparados para ello.

Más allá de buscar los porqués y de analizar la pobreza del país o la labor de las autoridades, hoy quiero destacar y reivindicar la importancia que tienen la sismología y aquellos avances científicos que ayudan a predecir este tipo de catástrofes y que permiten prevenirlas. En la historia de esta materia me llama especialmente la atención la figura de Inge Lehmann, una mujer que redefinió el concepto que se tenía hasta entonces de los movimientos sísmicos. Estos días se está celebrando el 127 aniversario de su nacimiento y, el pasado día 13, Google le dedicó su Doodle.

Lehmann fue una pionera en su campo, aunque siempre tuvo que luchar contra las dificultades de ser mujer en un mundo hecho por y para los hombres o, por ponerlo en sus propias palabras, ‘no sabéis con cuántos hombres incompetentes he tenido que competir en vano’. Nacida en 1888 en Østerbro, Dinamarca; estudió matemáticas en la Universidad de Copenhague y en Cambridge, donde no pudo graduarse porque las mujeres en esa época no lo tenían permitido, una injusticia que no se corrigió hasta 1948. Su experiencia inglesa la dejó exhausta, por lo que abandonó los estudios  y no los volvió a retomar hasta 6 años después, de nuevo en su país natal.  Una vez graduada, la sismología llamo la atención, iniciando así una carrera que la convirtió en una de las figuras más eminentes en la materia.

En 1936, publicaría “P”, su obra más famosa. En ella demostraba que el centro de la tierra tiene en realidad dos núcleos (interno y externo), uno líquido y otro sólido, que interactúan entre sí, pero que están separados por una discontinuidad, que recibió su nombre. Hasta entonces se pensaba que había un solo núcleo líquido. Este descubrimiento le llevó a recibir numerosos premios. Se convirtió así en la primera mujer en recibir la medalla William Bowie en 1971, la máxima distinción en el campo de la geofísica.

De entre todos los datos de su biografía, llama especialmente la atención que estudiara en el primer instituto de Dinamarca que trataba a chicos y chicas por igual. Ella misma dijo que ‘allí no se reconocía ninguna diferencia entre el intelecto de hombres y mujeres. Tuve muchas decepciones más adelante al descubrir que esa no era la actitud general’. Recibir una educación mixta e igualitaria tuvo pues una gran influencia en su desarrollo posterior y en que se convirtiera en lo que llego a ser; aunque fue también una de las causas de su desdicha en Cambridge donde ‘a las chicas jóvenes se les imponían muchas restricciones’.

En estos días en los que una nueva tragedia nos recuerda la importancia de que se sigan produciendo avances científicos que nos permitan entender mejor el mundo y prevenir las catástrofes, no viene mal recordar figuras como la de Inge Lehmann, que durante toda su vida trabajó porque estos descubrimientos tuvieran lugar, por muchas dificultades que se le pusieran por delante. Su ciencia no solo sirvió para mejorar nuestro conocimiento de los movimientos sísmicos, sino también para reivindicarse a sí misma y con ello el papel de las mujeres en el mundo de la investigación.

Beatriz Pozo es estudiante de periodismo y comunicación audiovisual. Colabora con el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

Madame Curie, Rosa Montero y una ridícula idea

Por Belén de la Banda  @bdelabanda

Cuando era pequeña, mi abuelo Domingo me regaló una pequeña colección de libros sobre los Premios Nobel. Mi favorito, al que volvía siempre, hasta dejarlo prácticamente destrozado, era el de Madame Curie. Me preguntaba por qué había sólo una mujer en la colección, y me tranquilizaba leer que ella era especial porque había conseguido dos Nobel en categorías distintas -cosa que no les ocurría a muchos hombres- y su hija Irene uno más. Me preguntaba por qué habría tenido que cambiar su nombre al casarse -me inquietaba pensar en llamarme de una forma absolutamente desconocida para mí en ese momento- y me consolaba pensando que Curie era mucho más fácil de recordar y pronunciar que su Sklodowska original.

Me parecía que su vida había sido un camino brutalmente duro de abnegación y sufrimiento. La imaginaba removiendo ingentes cantidades de material con una barra pesada, una y otra vez, hasta conseguir una cantidad infinitesimal de algo que aún no se creía que existiera. Así descubrió el radio, y después el curio y el polonio. Pagó con su propia salud todo este esfuerzo, aunque quizá nunca fuera muy consciente de ello.

Portada del libro de Rosa Montero 'La ridícula idea de no volver a verte'

Portada del libro de Rosa Montero ‘La ridícula idea de no volver a verte’

El último libro de Rosa Montero, ‘La ridícula idea de no volver a verte’, y el impresionante diario de la propia Marie que incluye como apéndice, confirman los principales elementos de preocupación e imaginación infantil. Y generan preocupaciones adultas y una admiración sin límites ante la realidad de esta mujer que fue capaz de tanto, y que sufrió tanto. Las escenas edulcoradas de un libro infantil no hablan del padre de Marie, que no apoyó sus posibilidades de estudiar y nunca valoró su esfuerzo; de la sociedad que la rodeaba, siempre dispuesta a criticar su aspecto  y no reconocer sus méritos. No recogen la presión ciudadana, que después de la muerte de su marido no tardó en volver a considerarla una extranjera cuando su relación con el científico Langevin, casado, se hizo pública. No cuenta que el comité del Nobel le recomendó no acudir a recoger su galardón porque su vida privada estaba en entredicho. A ningún científico hombre le hubieran hecho lo mismo, de modo que ella contestó con absoluta dignidad:

‘La acción que usted me recomienda me parece que sería un grave error por mi parte. En realidad el premio ha sido concedido por el descubrimiento del radio y del polonio. Creo que no hay ninguna conexión entre mi trabajo científico y los hechos de la vida privada… No puedo aceptar, por principios, la idea de que la apreciación del trabajo científico pueda estar influida por el libelo y la calumnia acerca de mi vida privada. Estoy convencida de que mucha gente comparte esta misma opinión. Me entristece profundamente que no se cuente usted entre ellos’

En realidad, el libro de Rosa Montero es un relato fluido, doloroso y alegre, sobre la vida, sobre la ausencia repentina, inexplicable e inaceptable de un ser querido, de quien fue tu pareja. Es un libro sobre la viudedad y sobre la vida antes y después de ella. Con una enorme sinceridad y una curiosidad más grande aún, hila los pensamientos de su propia pérdida personal con la historia de Marie Curie, y el diario que escribió tras la muerte de su marido. La experiencia compartida de dos mujeres muy diferentes es la ridícula idea de no volver a ver nunca más a quien ha sido el centro de su vida.

Pero otro hilo conductor fundamental de este libro gratamente recomendable son las escasas oportunidades que han dado las sociedades -en este caso las europeas- al talento de las científicas desde el tiempo de Manya Sklodowska, sólo por ser mujeres. En estos tiempos en que muchas de nuestras jóvenes científicas sólo encuentran trabajo y proyectos fuera de nuestro país, no está de más leer a Marie Curie, y leer sobre ella. Para quitarnos de la cabeza otra ridícula idea:  la de que podremos sobrevivir sin todo ese talento científico.

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Intermón Oxfam