Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Copiemos al País Vasco: «un ejemplo para España»

Zapatero y Rajoy deberían imitar mañana a sus respectivos líderes vascos (López y Basagoiti), que han sido capaces de librarse de su esclavitud partidaria, para llegar a acuerdos de gran calado político sobre los principios básicos de la democracia.

Hace casi dos años («horribilis») de esta fotografía en la puerta de la Moncloa. De aquella reunión fallida tenemos hoy una parte de estos lodos…

¿Habrán aprendido algo de sus colegas del País Vasco?

También podrían inspirarse en los líderes del Gobierno y de la oposición de Portugal, que pelean juntos contra la crisis económica. Ante una situación extraordinariamente grave necesitamos líderes también extraordinarios y no tan mediocres como los que se van a reunir mañana en La Moncloa.

Tanto Zapatero como Rajoy deberían leer con atención al maestro Antonio Gala («Contra la España mediocre»), hacer examen de conciencia y propósito de enmienda. Una sonrisa conjunta (y sincera) de ambos al término de la reunión sería más balsámica para la economía española que algunos puntos del déficit público o una docena de puntos del endeudamiento.

Premio Fernando Abril a la Concordia para los líderes del PSOE y el PP vascos

Dos adversarios políticos comparten el Premio a la Concordia. Parecía imposible pero algo se mueve, desde hace un año, en el País Vasco: la esperanza.

Los líderes vascos del PSE-PSOE y del PP han ganado juntos el Premio Fernando Abril Martorell 2009 a la Concordia. Patxi López y Antonio Basagoiti sumaron hace un año sus votos para consolidar la democracia en el País Vasco. Y algo se nota.

El jueves pasado, ambos adversarios políticos fueron homenajeados en un hotel de Madrid «por su decidida apuesta por la concordia, el diálogo y el consenso en un momento de cambio y de alternancia política en el País Vasco».

La Cena de la Concordia reunió a un montón de celebridades de la Transición (que ya no cumplirán los 60 años) pero también -otra novedad, pese al alto precio del menú- a algunos jóvenes de la generación de Patxi López y de Antonio Basagoiti. Creo que es la primera vez que el Premio a la Concordia va a parar a manos tan jóvenes. Ya era hora.

Según la Fundación Fernando Abril Martorell (a la que tengo el honor de pertenecer), este galardón pretende reconocer que ambos premiados, «al situar la convivencia ciudadana en el centro de su acción política«, han iniciado un camino que «servirá, sin duda, de inspiración a quienes creen en la fortaleza de la democracia y están dispuestos a defenderla mediante la ley, la razón y la palabra«.

En el acto de entrega del Premio, José Luis Leal, ex ministro de Economía con el vicepresidente Abril y vicepresidente de la Fundación, lamentó la «di¡ficultad creciente para llegar a consensos mínimos» y celebró que los dos grandes partidos hayan llegado a un acuerdo en el País Vasco. Los líderes vascos del PSE-PSOE y del PP han demostradso ser «valientes y generosos».

Nicolás Redondo Terreros hizo el elogio de los premiados: «dos personas que respeto y quiero», líderes «generosos, cautos y sabios» quienes, con una política de eficacia y de normalidad democrática, han hecho un esfuerzo por el consenso. Y añadió: «un ejemplo para España».

También recordó que el vicepresidente Abril Martorell venció la esclavitud partidaria hasta hacerse amigo de Alfonso Guerra y de los sindicatos. Hizo una defensa emocionada de los líderes de la Transición, entre los que su padre (presente en la cena) tiene un lugar de honor:

«Cambiaron la confrontación por el acuerdo, con tolerancia para entender las razones del otro; y el enemigo se convirtió en adversario al que se le podía ganar pero no aniquilar… Llegamos con tanto retraso… nos costó tanto…y algunos lo han olvidado».

También combatió la desidia, la ignorancia y la comodidad actuales.

Al término de la cena, Javier Solana fue el encargado del Elogio de la Concordia. Y lo hizo de maravilla:

«Miramos a la memoria del pasado -dijo- cuanto no hay proyecto de futuro».

Su discurso merece crónica aparte. Pero eso lo dejo para otro día. Tengo recados urgentes que hacer ahora mismo.

—-

La Fundación Fernando Abril Martorell fue creada en junio de 1998 con Adolfo Suárez como presidente de su patronato y José Luis Leal Maldonado como su vicepresidente. El año pasado, el premio lo recibió el ex jefe de la Casa del Rey Sabino Fernández Campo, fallecido recientemente, y el anterior el galardonado fue el el entonces alto representante de la UE para la Política Exterior, Javier Solana.

En anteriores ediciones el premio recayó en el Rey Juan Carlos, Agustín Ibarrola, Fernando Savater, Francisco Ayala, Santiago Carrillo, José Maria Martín Patino, Jordi Pujol, Alfonso Guerra, la organización empresarial CEOE y los sindicatos CCOO y UGT.

¿Qué le pasa a Antonio Gala?
Contra la España mediocre

Desentendimiento, náusea… ¿dejar de respirar?. Últimamente me impresionan pocas cosas. Y menos aún si proceden del diario El Mundo. Sin embargo, el Primero de Mayo, Día del Trabajo, leí y releí la columna de Antonio Gala conteniendo el aliento. La última frase, escrita por un personaje tan sensible y franco, me impresionó:

«O quizá lo mejor sea dejar de respirar».

Copio y pego a continuación la columna citada de Gala, tan rotunda:

¿Día de qué trabajo?

ANTONIO GALA

en El Mundo (01/05/2010)

«No he conocido nunca una España más mediocre que ésta. Sí más injusta, más despreciable, más resignada, más sangrante… Ahora es mediocre aquí la economía, la política, el Gobierno, la oposición, la justicia, la televisión, el arte, las posiciones y oposiciones nacional e internacional… Todo, menos el paro. Hasta la mediocridad es mediocre. Y en ella conviven el hambre y el esnobismo, la carencia total y el derroche total… Que, al final de mi lucha y de mi vida, me vea rodeado, agasajado o insultado, por lo que me desdeñó es demasiado fuerte. He luchado, me han agredido, me han encarcelado… pero quedaba la esperanza. Ahora el aire lleva mentiras, contubernio, chantaje, podredumbre, un egoísmo atroz y una absoluta falta de solidaridad. ¿Es que nos dirigimos otra vez a la náusea de donde veníamos? Hoy sólo queda, para alguien que desee seguir haciendo su obra personal, el desentendimiento. Apagar los escaparates, echar los cierres, tirar la llave al mar, esconderse para que la mediocridad no lo contagie… O quizá lo mejor sea dejar de respirar.»

¿Para quién trabaja Boyer?

Boyer, nuevo «Rasputín» de Zapatero, se cambia de chaqueta. Parece que salimos de dudas. Un artículo -muy revelador- publicado esta mañana en la página noble de El País, nos permite aventurar que el prestidigitador de los ajustes salvajes e ideólogo de la FAES de José María Aznar se está pasando al bando de Zapatero. ¡Válgame Dios!

La pagina 33 de El País de hoy no tiene desperdicio: es la segunda prueba del cambio. La primera prueba nos la dió el reciente nombramiento de Miguel Boyer Salvador como nuevo consejero de Red Eléctrica, desde el pasado 14 de abril. Suponemos que su flamante puesto no será hoy uno de los eliminados por el Consejo de Ministros, que analiza el recorte de cargos en las empresas públicas.

Esa fue la primera pista que llevó a Azarías, nuestro vecino del blog de aquí al lado, a aventurar, en exclusiva, que el ex superminitro socialista de Economía y Hacienda con Felipe González y mas tarde ideólogo y patrono de la fundación neoconservadora FAES, que preside José María Aznar, estaba cambiando de nuevo su piel de lobo por la de falso cordero.

Recomendamos hoy leer con lupa este artículo de El País así como el post de Azarías en Ecos de Sociedad Anónima titulado «Boyer, nuevo «Rasputín» de Zapatero». ¡Qué razón tenía! ¡Y qué miedo me da hoy comprobarlo!

¡Por Sampedro! ¿Dónde están los premios que merece?

Es urgente que el profesor José Luis Sampedro -maestro de escritores y economistas- reciba las premios literarios, económicos, sociales, culturales, etc. que se ha ganado a pulso en sus 93 años de buen hacer por esta vida.

Me han llegado los ecos de varios amigos -y de gente principal y de buen gusto- que trabajan a favor de que le concedan a José Luis Sampedro el Premio Cervantes, el Premio Prícipe de Asturias, el Premio Juan Carlos I o todos ellos juntos, antes de que tengamos que lamentar, una vez más, el carácter desagradecido de los españoles para con los compatriotas ilustres, cuya vida y obra nos reconcilian con la condición humana. Sampedro es uno de ellos.

El clamor merecido en favor de Sampredo ya circula por Facebook.

¡Por Sampedro!

Recuerdo la deliciosa entrevista que Sampedro concedió a 20 minutos y que publicamos con motivo del X aniversario de 20 Minutos.

Me sumo – con agrado y emoción- a la campaña en favor de los premios que merere el gran maestro de escritores y economistas, y gran persona, José Luis Sampedro.

Yo apoyo a Garzón

No es la primera vez que apoyo, en público y en privado, al juez Garzón. Recientemente lo hice en este mismo blog con el título:

«Acoso a Garzón: ¿venganza política y/o corporativa?»

Y acompañaba el comentario con este magnífico dibujo de nuestro Eneko.

El 22 de octubre de 2008, publiqué en estee blog una anécdota personal sobre el juez Garzón y el dictador Pinochet. El brindis que el profesor Juan Marichal hizo en mi casa en presencia de Baltasar Garzón me emocionó. ¡Vaya! Me puso la carne de gallina.

¡Qué lástima no haber grabado aquella escena y aquellas sabias palabras de mi querido maestro!

Esto fue lo que pulbiqué entonces:

«He aquí una de las imagenes más recientes que guardo de Juan Marichal, en mi casa, con el juez Baltasar Garzón y conmigo, antes de partir de España con destino aMéxico, donde ahora vive rodeado de su familia.

Recuerdo, con esta foto, el brindis inolvidable que hizo el profesor Marichal , hace unos años, con motivo de la reciente detención entonces del dictador Pinochet, gracias a la decisión y el coraje que demostró el juez Garzón a la hora de defender los derechos humanos y de perseguir los crímenes contra la Humanidad.

Las sentidas palabras de Juan Marichal nos emocionaron a todos hasta ponernos los pelos de punta. Es uno de esos personajes que nos reconcilian con lo mejor de la condición humana.

Larga vida al profesor Marichal y ¡enhorabuena! por la condecoración recibida con tanto retraso.»

El 3 de septiembre de 2008, cuando Garzón se jugó el tipo, cumpliendo sus compromisos con la Justicia universal que persigue los crímenes contra la humanidad (que nos prescriben nunca) sin atender a las amnistías políticas oportunistas, publiqué aquí otro comentario titulado:

La rentreé de Garzón: ¡Olé tus webs!

Aunque los fascistas de Falange, los demás franquistas emboscados en el Tribunal Supremo (ahí sí que lo dejó Franco «todo atado y bien atado») y algunos colegas envidiosos o resentidos de cuando compartieron ministerio con el biministro Belloch) consigan echar a Garzón de su ya histórico Juzgado nº 5 de la Audiencia Nacional, su esfuerzo descomunal por hacer avanzar la Justicia en España habrá valido la pena.

Gracias, Baltasar.

Y un fuerte abrazo.

¿Quien c…o es ese tal Varela?

No te rindas.

El País de ayer:

El País de anteayer:

«¿Es el dedo con el que nombró a Rajoy?»

Alguien podrá pensar -y no le faltará razón- que el ex presidente Aznar no me cae bien. Sin embargo, hace años que dejé de afilar un hacha personal contra él. Tenía mis legítimas razones: por venganza. Afortunadamente, hace tiempo que le perdoné. La venganza sólo hiere a quien la desea. Y aquel miserable -creía yo- no merecía tanta atención.

Al terminar la entrevista preelectoral que le hice a Aznar en TVE, un par de días antes de su primera victoria, salí del estudio de Prado de Rey con cierto desasosiego. No sabía muy bien por qué. No era por razones ideológicas ni políticas, pues media España estaba ya harta de los escándalos de corrupción de los últimos años de Felipe González.

La alternancia en el Poder me parecía saludable. En 1996, no voté a Felipe González pese a que le profeso admiración y afecto. Desde luego, en aquel momento, Felipe merecía perder el Poder. Sin embargo, tuve, de pronto, la impresión de que su competidor, José María Aznar no merecía sucederle en el cargo. Mi desconfianza hacia aquel candidato presidencial carecía de base política: era puramente personal, física.

No me gustó su forma de mirarme ni de sonreirme. No me fiaba un pelo de ese hombre. Me recordó al ex presidente Richard Nixon: sencillamente no le compraría un coche usado a José María Aznar.

Las cámaras de televisión (especialmente en directo, sin montaje) no engañan: emiten lo que reciben. Y el lenguaje corporal es el 80% del mensaje. Las palabras apenas alcanzan al 20%. (Pueden comprobarlo si repasan la entrevista que le hice a José María Aznar en 1996 en la web www.rtve.es).

Por eso mismo, la imagen de Aznar con el dedo corazón estirado, buscando el culo de los airados estudiantes, nos dice más sobre personaje que todos sus discursos. ¿Quién recuerda ya lo que dijo en la Universidad de Oviedo?.

Ese dedo le perseguirá ya toda su vida, junto a su foto con el ominoso George W. Bush en las Azores, antes de lanzar la invasión y la matanza ilegal contra Irak.

Ya no podrá engañarnos más haciéndose pasar por un líder de la derecha civilizada. Derecha sí, pero no civilizada. La derecha civilizada española siempre presumió de buenas maneras, de cierta urbanidad. ¡Si Cánovas, Maura o Dato levantaran la cabeza!

La derecha actual, en cambio, saca lo más guarro de sus entrañas para responder a los insultos universitarios. Llaman «criminal de guerra» a Aznar, uno de los invasores de Irak, y el invasor les manda, gestualmente, a tomar por culo. ¿Dónde se ha visto tal cosa?

La derecha actual llama «hijos de puta» a sus colegas de partido. Así lo hizo la lideresa Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid y aspirante a sustituir con su dedo al dedo de Aznar.

¿Adonde vamos a ir a parar?.

¿Hay alguien en la derecha educada capaz de reeducar a Aznar y a Esperanza Aguirre? Después de ocho años en el Poder, sería saludable para la democracia que se produjera la alternancia entre la derecha y la izquierda. Pero, por el camino que llevamos, Zapatero podría jubilarse en La Moncloa. Los votos no los dirige el estomago ni la cartera, la crisis económica ni la expansión. Estoy convencido -por experiencia- de que no votamos con el cerebro. Lo hacemos -mal que le pese a algunos- con el corazón. La política -dicen los estudiosos del cerebro- ocupa el mismo lugar que la religión o el deporte: está en el rincón privilegiado de las emociones, no del razonamiento. Votamos -y me alegro- con el corazón. Con el corazón, sí. Pero no, precisamente, con el dedo corazón, señor Aznar. Ese puede usted destinarlo a menesteres más nobles que el culo de sus detractores.

El titular de este post no es mío: lo escuché a no se quién en la radio y lo adopté para archivar con él la foto del dedo ya indestructible de Aznar en este blog que tengo tan abandonado.

Como con las portadas de El Jueves, también yo tenía otro titular con el que archivar la foto, pero me pareció de mal gusto, impropio para lectores de la derecha civilizada.

Era éste:

¿A qué huele el dedo de Aznar?

Menos mal que, por urbanidad, lo quité.

El dedo

Juan Cruz en El Pais (20 2 10)

Aznar es muy inteligente. Ha levantado el dedo corazón de la mano izquierda y todo el mundo se ha puesto a mirar hacia ese dedo. Cuando en realidad tendríamos que estar mirando lo que dijo.

Pepa Bueno (TVE-1) lo subrayó enseguida: lo que había sucedido no era tan sólo que unos estudiantes maleducados impidieran hablar al presidente, ni que éste levantara el dedo corazón de su mano izquierda. Lo interesante es lo que dijo, mientras pudo hablar, en medio de su melodrama patrio. A Zapatero lo llamó pirómano. Y dijo que hacían falta muchas brigadas de bomberos para recoger los escombros de este país fundido. Dijo «fundido». Y dijo que Zapatero lo había hecho escombros. Tiene derecho el español sentado a preguntarse qué ha tenido que ocurrir en esa cabeza para que anide en ella ese odio que parece una lengua de fuego. El dedo sirve para enmascarar el odio, porque ahora hablamos del dedo y no del odio.

Wyoming (La Sexta) se lo tomó a broma, que es su función en El intermedio. Quizá los bomberos que busca Aznar están, dijo el excelente humorista, posando desnudos para los calendarios. Fernando Garea ha recogido en su blog de ELPAÍS.com una frase de Carlos Fuentes (de su novela La voluntad y la fortuna) que explica muy bien el ceño fruncido del Aznar tronante. Dice Fuentes, acerca de uno de sus personajes: «Sólo será visto como un buen presidente si sabe ser un buen ex presidente».

Fernando Vallespín (Hoy, CNN +, con Gabilondo) fue por el mismo lado en su ponderado silencio sobre el exabrupto: «Un gobernante ha de mantener unos mínimos». Esos mínimos pueden haber sido destruidos por el famoso dedo. Pero lo cierto es que si uno atiende al discurso con el que el ex presidente chorreó a Zapatero, Aznar ha decidido dejarse los mínimos en casa. Dijo Esteban González Pons, el portavoz del PP, que en lugar de insultarle tendrían los estudiantes que admirarle, porque él nos solucionó el pasado y podría solucionarnos el presente. Quería Pons que no miráramos al dedo. Pero el dedo está enhiesto; ya no lo podrá borrar nadie. Es una firma que borra más que un incendio.

FIN

«Por la libertad se puede y debe aventurar la vida»

Con perdón, desde la orilla de Mediterráneo, ahí va una conferencia de un servidor y una nota de prensa de autobombo.

(La Asociación de la Prensa de Almería me ha regalado una estatuilla de mármol blanco de Macael, reproducción de la que hay en una plaza de mi tierra, y un libro/joya de Nicolás Salmerón sobre «La Prensa y la Dictadura«)

La lectura de esta charla es libre, como siempre. Gracias. Faltaría más.

«Vanidad de vanidades, todo es vanidad«

(Koelet o Eclesiastés).

TEXTO DE LA CONFERENCIA (sin las morcillas improvisadas)Premio a la Libertad de Expresión

29 de febrero de 2010, en Alhama, Almería.

José A. Martínez Soler

“Por la libertad se puede y debe aventurar la vida”

(Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Libro II, Cap. LVIII.)

Buenas noches, (Subdelegado del Gobierno, Rector Magnífico, Alcaldes, Concejales, etc.), queridos paisanos y forasteros:

Dicen que “nadie es profeta en su tierra”. Como veis, no es el caso de Almería que es “un océano de generosidad”, según el poeta andalusí Al Qastilli. Por eso, mis primeras palabras tienen que ser de gratitud hacia mis colegas y paisanos de la Asociación de la Prensa de Almería, por distinguirme con este Premio a la Libertad de Expresión.

Primero, porque ya soy profeta en mi tierra.

Segundo, porque encierra dos palabras mágicas (Libertad y Expresión) tan fundamentales y maravillosas que, cuando se prohíben, producen escalofríos de miedo y de muerte y, cuando se ejercitan, dan sentido pleno a la dulzura y al afán de vivir.

Y tercero porque recibo este Premio en Alhama, la patria de don Nicolás Salmerón, un lugar emocionante, como ningún otro, para cantar las excelencias de la libertad de expresión y para reafirmar nuestro compromiso con su defensa a ultranza.

Tengo en mi casa una carpeta de viejos recortes sobre la libertad de expresión, que estremecen por su tremenda actualidad. Anteayer, por ejemplo, almorcé con nuestro colega Daniel Anido, director de la SER, condenado a un año y pico de cárcel junto con su jefe de informativos, Rodolfo Irago, por publicar –según dicta la propia sentencia- “una información veraz y relevante”. Se atrevieron a revelar un caso de corrupción política: las presuntas afiliaciones irregulares de 78 militantes del PP de Villaviciosa de Odón, previas a las elecciones autonómicas de 2003 que concluyeron con el escándalo del “tamayazo”.

Desde aquí – la cuna de Salmerón, uno de los mayores defensores de la libertad de expresión en la historia de España– envío un abrazo de solidaridad a estos dos periodistas que padecen, en la España democrática, una persecución injusta, simplemente por cumplir con su deber al investigar casos de corrupción, al practicar y defender la libertad de expresión, que es un derecho de todos los ciudadanos y no sólo de los periodistas o de los jueces.

Estos dos periodistas, perseguidos hoy por una justicia arcaica y tenebrosa, van a recibir el Premio a la Libertad de Expresión, que les ha concedido la Asociación de la Prensa de Cádiz, el próximo 5 de febrero, coincidiendo con el 200 aniversario del Decreto sobre Libertad de Imprenta de 1810.

¡Enhorabuena compañeros de la SER!

Y es que, amigos, en lo que a la defensa de la libertad de expresión se refiere, debemos estar en posición de alerta permanente, si no queremos perderla y volver a las tinieblas de la censura previa.

Cada vez que menciono la “censura previa”, que tanto sufrimos durante la ominosa Dictadura de Franco, me vienen a la memoria las excelsas palabras de Muñoz Torrero, un prohombre liberal de las Cortes de Cádiz –obispo electo de Guadix– que fue perseguido, encarcelado y torturado por los secuaces del absolutista Fernando VII por su defensa de la libertad de imprenta. Le persiguió el mismo rey felón que manó fusilar a Los Coloraos en Almería en 1824.

La previa censura –dijo Muñoz Torreroes el último asidero de la tiranía que nos ha hecho gemir durante siglos”.

Pues bien, de esa carpeta de viejos recortes, he rescatado uno que me costó el empleo. Como director fundador del diario El Sol, publiqué en mi periódico, el 8 de julio de 1990, un artículo titulado “Tengo un sueño…” que provocó mi despido fulminante, pues fue la última gota en la batalla que mantenía con la propiedad para garantizar la libertad de expresión de mis lectores, redactores y colaboradores.

Leeré aquí algunos párrafos. Y pido perdón por esta larga autocita:

Tengo un sueño…

“Tengo un sueño, como Martín Lutero King, en el que veo a mis hijos y nietos comportándose como si fueran libres. Viven en la patria de Gracián, de Quevedo y de Cervantes, un país todavía llamado España, donde el miedo a decir y a escribir lo que se siente sólo es un recuerdo literario del pasado. Cuando se cruzan por la calle con algún conocido ya no dicen como antes: “Vaya con Dios vuesa merced” o simplemente “adiós”. En mi sueño se saludan con un respetuoso “Libertas habemus” o “somos libres”.

Hubo un tiempo en el que los más piadosos monjes se cruzaban el saludo cuaresmal (“Morire habemus”) y se decían pertinazmente que eran polvo y en polvo se iban a convertir. Ahora estoy seguro de que aquel recuerdo, siquiera fugaz, de tener que morir (el mismísimo miedo a la muerte) les hacía sentirse vivos y les llenaba de gozo en su valle de lágrimas. Quizás por pura comparación entre el ser y el no ser.

Lo mismo me pasa con la libertad. Es un placer tan dulce como la sensación de vivir, y se goza más con ella cuanto más se teme su ausencia o se recuerda su existencia.

Tengo un sueño en el que veo a los niños recitando, de memoria (voluntariamente), un pasaje de Cervantes, el más hermoso de cuantos se han escrito en lengua castellana. Dice así:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

Luego, en clase de Historia, repasan, llenos de perplejidad, la epístola satírica de Quevedo al poderoso conde-duque de Olivares:

“No he de callar, por más que con el dedo,

ya tocando la boca, o ya la frente,

silencio avises o amenaces miedo,

¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”

Hoy, sin miedo que el libre escandalice,

Puede hablar el ingenio, asegurado

De que mayor poder le atemorice”.

Tengo un sueño en el que mis descendientes guardan un respetuoso silencio, unas veces por sabiduría y otras por ignorancia: pero nunca por miedo. Oigo a los niños preguntar si Quevedo y Cervantes también eran espíritus libres, en aquel oscuro siglo de las luces. Y observo que los mayores no entienden por qué Gracián, Feijoo, Jovellanos, Salmerón, Unamuno, Azaña y tantos otros, que soñaron con regenerar y adelantar la civilización en España, se atormentaban tanto hurgando en nuestras heridas históricas.

Tengo un sueño en el que los nuevos ricos no me toman por tonto por no haber ganado mil millones en un fin de semana. Como persona (y también, con perdón, como periodista) hablo de buscar la verdad, apasionadamente, y la belleza y la justicia y, en mi sueño, nadie me llama trasnochado, ingenuo o utópico.

Los intelectuales (¡Dios, qué alegría!) no tienen pánico a disentir en público ni a romper el marco establecido para aventurarse por el camino espléndido de la innovación. Les da igual no salir en la foto del gran poder, porque hay una sociedad vertebrada con muchos otros poderes más pequeños que, juntos, suman tanto o más que el grande. Saben, como los inquisidores de la España negra, que la disidencia es escrita. Pero escriben sin pavor, como si fueran libres. Y nadie les persigue por ello como judaizantes o herejes sospechosos. Tampoco temen perder su empleo.

(…)

La primera vez que me acerqué, con el corazón encogido, a la tumba del reverendo Martin Lutero King recordé su sueño (“I have a dream”) y miré alrededor. Negros y blancos compartían autobuses, barrios, escuelas y se cogían de la mano por las calles de Atlanta. No estuvo tan loco el reverendo King cuando rompió el maleficio de un fatalismo histórico y soñó con la utopía de la igualdad de razas.

También yo tuve un sueño de libertad y de igualdad en los estertores de la dictadura franquista. Mientras mis secuestradores, un escuadrón paramilitar franquista armado de metralletas y porras, me interrogaba y torturaba en el Alto de los Leones, soñé con poder escribir (y hablar), algún día, como lo estoy haciendo ahora mismo.

—-

Y ya es hoy aquel mañana de ayer machadiano. No fue una utopía. Somos libres (“Libertas habemus”) pero no lo ejercemos ni lo recordamos persistentemente como debiéramos. ¿Miedo, prudencia, tolerancia, indiferencia?

(…)

Hay que escribirlo y recitarlo cien veces: somos libres, podemos ser libres, sí, pero no siempre lo fuimos. Y si no defendemos, con uñas y dientes, y ejercemos sin miedo nuestra libertad, entonces, merecemos perderla.”

Y terminaba así mi artículo

“También yo tengo un sueño en el que los españoles hemos perdido el miedo a la libertad, “el don más precioso a los hombres dieron los cielos”.

Cuando el dueño del diario El Sol leyó este artículo, cambió inmediatamente el rumbo de su yate y regresó a Madrid para decirme que él era “el amo de la burra” y me despidió. Luego despidió sucesivamente a otros cinco directores y apagó El Sol, la cabecera más hermosa de los siglos XIX y XX, la que fundó Ríos Rosas en 1842, Ortega y Gasset y Nicolás María de Urgoiti en 1917 y un servidor, con un equipo espléndido, en 1990.

Nunca supo aquel editor que el principal accionista de su “burra” era el lector y que, en su favor, trabajaban los redactores, los anunciantes, los administrativos, los de talleres, los vendedores de prensa y toda la cadena humana que da vida a un periódico.

Nunca supo que llevar un diario bajo el brazo es llevar abierto el escaparate del alma. Y que dos peatones que se cruzan con el mismo periódico en las manos están unidos por un hilo de plata. Si al astro rey le quitas el oxígeno se apaga. Al tercer diario El Sol le quitaron la libertad de expresión, su oxígeno, el lubricante de su espíritu, y se apagó en 1992.

No quiero abusar de esta ocasión, tan emocionante para mí, contando batallas de abuelo cebolleta de la última década del siglo pasado. Pero no hace tanto tiempo que mis jefes en TVE me dijeron que viniera de Nueva York –donde trabajaba como corresponsal- para hacer las entrevistas a los candidatos presidenciales en las elecciones generales de marzo de 1996. «¡Pobre de mí!», pensé. Me compraron un traje nuevo y me lanzaron al estudio frente a grandes figuras como Felipe González y José María Aznar (en ese orden, claro).

Entrevisté a los líderes políticos, como solía hacerlo en elecciones anteriores: les pregunté lo que me dio la gana, porque lo creía de interés para mis clientes, que eran los ciudadanos que debían votar a esos candidatos. Y se me cayó el pelo. La primera decisión de los nuevos jefes de TVE, nombrados por el vencedor, el flamante presidente José María Aznar, fue ponerme de patitas en la calle.

Nunca lo acepté como un simple despido laboral sino como una represión de la libertad de expresión de los periodistas y los espectadores de televisión.

¿Quién, en el futuro, se atrevería a preguntar libremente a los candidatos presidenciales, entrevistados en la televisión pública, sin temor a ser despedido por el vencedor, convertido en dueño de la tele? Nadie porque, además, desde entonces, ya no hubo en TVE más entrevistas a candidatos presidenciales.

Demandé a la televisión del Gobierno Aznar y gané el juicio por “despido improcedente”. Con la indemnización que ordenó el juez (y que mis hijos llamaron la “beca Aznar”) sembramos otra semilla de libertad: creamos, en el sótano de mi casa, la empresa editora del diario 20 minutos, el diario más leído de la historia de España. No hay mal que por bien no venga.

Pero las amenazas y restricciones a la libertad de expresión no vienen sólo del poder político o de los dueños de los medios de comunicación. Lo que se publica (y lo que no se publica: es decir el “no producto”) es la resultante de multitud de presiones (legítimas e ilegítimas) que llegan al periodista y/o al medio de comunicación y que obedecen a múltiples intereses. Entre ellos están, por supuesto, los dos polos me atraen y me empujan:

la pasión por la verdad y el instinto de supervivencia.

Debo reconocer que, en tantos años de ejercicio del periodismo, aún no me he tropezado con una fuente de información desinteresada. Todo lo que se publica tiene un precio. Y es natural. No hay nada gratis: no hay comida gratis, no hay sexo gratis, no hay noticia gratis. Ni siquiera el diario 20 minutos es gratis: el lector nos paga con su atención (¡oro puro!), que yo ofrezco a los anunciantes.

Por eso –y no sólo como periodista sino como profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Almería– me interesa tanto investigar y escrutar y, si es posible, descubrir cómo se determina el precio de las noticias, en este mercado tan opaco, gobernado por el intercambio de favores compensatorios entre fuentes, periodistas, editores, lectores y, naturalmente, anunciantes.

Ente colegas hablamos abiertamente de estas restricciones porque, quizás, los periodistas estamos más expuestos a ellas como intermediarios informativos entre la fuente y el lector. Por supuesto, todos (derecha, centro e izquierda) estamos de acuerdo en que no hay que cerrar periódicos (como hacía Franco) o emisoras de radio o televisión (como hace Hugo Chávez en Venezuela).

Todos estamos de acuerdo (incluido el PP y el PSOE) en criticar la sentencia estrafalaria contra los dos periodistas de la SER. Hay consenso total contra la censura del poder político. Y mucho más en casos graves de represión de la libertad de expresión mediante cárcel, torturas o asesinatos en dictaduras más o menos encubiertas. La lucha, desde luego, continúa…

No quiero ser aguafiestas, en esta celebración de la libertad de expresión, sino todo lo contrario: la celebro, ejerciéndola como si, de verdad, fuera libre. (Y esto que no salga de la provincia)

En las democracias del mundo occidental y desarrollado, también hay restricciones a la libertad de expresión, aparte de las naturales y lógicas que fijan las leyes. Son restricciones menores, pero mucho más sutiles y eficaces, que en los países en desarrollo y con dictaduras –como digo- más o menos encubiertas. También es cierto que tales restricciones se pueden percibir más ahora, en plena crisis económica y con no pocos empleos en peligro de extinción.

¿Qué ocurre cuando hablamos de la censura que ejercen los poderes económicos?

¿Quién puede enfrentarse a la llamada “cultura corporativa” del medio en el que trabaja, sin arriesgar su empleo, o a investigar operaciones irregulares del banco que da crédito a su editor o del mayor anunciante del medio?

Como dice el refrán español: «no muerdas la mano que te da de comer». Pero el refrán no añade que, en ocasiones, esa misma mano, que te da de comer, es la que tira de la correa, que te ha puesto al cuello, cuando no haces exactamente lo que quiere.

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(Al llegar a Alhama, con mi hijo mayor, Erik Martínez Westley, que está de paso por Almería)

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Recuerdo a mi padre -un hombre cabal que me inculcó los ideales salmeronianos de amor por la libertad, y de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace- cuando, poco antes de morir, rozando ya los ochenta años, me trajo a Alhama y, frente a la casa de Don Nicolás, me habló de su vida y de su obra y se le saltaron unas lágrimas. Mi padre solía decirme:

“Hijo mío, cuando alguien te diga que sientes la cabeza no olvides que lo que, de verdad, te está diciendo es que la agaches.”

Aunque no soy ningún valiente, pocas veces –en mis treinta empleos- he tenido que agacharla. Y menos ante los poderes políticos y/o económicos. Claro que, en caso de apuro, mi mujer podía mantenerme. “Así, cualquiera”, dirán ustedes, y con razón.

También, por eso, me permito pregonar abiertamente que a mí me encanta la publicidad auténtica, la que hacen los anunciantes que buscan trasladar eficazmente sus mensajes comerciales a su público objetivo, a través de los medios de comunicación que consideran más adecuados a sus necesidades.

Vivo de la publicidad, la celebro y apenas me influye cuando escribo o cuando hablo. Sin embargo, hay otra publicidad pecaminosa –que Arsenio Escolar, el director editorial de 20 minutos, llama de “trabuco” o de “pesebre”- que detesto, porque roza la corrupción periodística.

“La publicidad de ´pesebre´ –declaró hace poco Arsenio Escolar ante un amplio auditorio en los desayunos del Hotel Ritzes aquella que ponen algunas empresas, y sobre todo instituciones públicas, en soportes ideológicamente afines. La de ´trabuco´ es la que ponen algunos otros, o los mismos, en medios no afines para que lo les disparen. Ninguna de ellas ha llegado a los diarios gratuitos, afortunadamente, y en esas partidas no vamos a notar mengua. Otros sí, otros la echarán en falta”.

Los periodistas no somos objetos –por eso no podemos ser completamente objetivos- ni somos almas puras, sino que vivimos en el mundo, como cualquier otro profesional, sometidos a multitud de presiones. Hay periodistas buenos, malos y regulares. (Luego, aparte, está Pedro Jota). Y la prensa nunca estuvo libre de corrupción. Por eso, debemos mantenernos en posición de alerta.

(Junto a un busto de Salmerón)

Don Nicolás, en una entrevista que le hicieron en 1907, (y que me pasó la alhameña María Carmen Amate) advirtió de algo que aún pervive entre nosotros. Dijo así:

“El más grave mal que tiene que lamentar España es la corrupción del periodismo”

Y don Nicolas –“el apóstol de la Democracia”, como le llamó Ríos Rosas– conoció de cerca el periodismo de su tiempo: fue precisamente un luchador incansable por la libertad de imprenta, impulsor de tres periódicos, perseguido por sus escritos y que llegó a firmar un libro como “un periodista viejo”.

El poeta almeriense Alvarez de Sotomayor dijo que Salmerón era “el sembrador de la semilla de nuestra ansiada libertad”. De hecho, la Constitución Federal de la Primera República de 1873, que presidió Salmerón, garantizaba a los ciudadanos “el derecho al libre ejercicio de su pensamiento y a la libre expresión de su conciencia”. ¡Qué palabras tan bonitas!

Un siglo y pico más tarde, en 2010, ¿debemos los periodistas acogernos a la cláusula de conciencia o bien debemos sintonizar nuestra conciencia con la “cultura corporativa” o los intereses del medio de comunicación para el que trabajamos?

Con esas trabas nos tropezamos en la hermosa aventura de ganar, día a día, minuto a minuto, mayores cotas de libertad de expresión. Vale la pena correr el riesgo. El premio es enorme, descomunal, pues se mide con la satisfacción de la obra bien hecha. “Libertas habemus”: ¡qué gran placer, qué gusto!

La libertad de expresión es la esencia que adereza la dulzura de vivir, que nos acerca a la felicidad. A veces, yo la rozo con la punta de los dedos. Casi nunca la alcanzo.

Y para terminar, un par de citas, y perdón por la pedantería:

Una de don Manuel Azaña:

“La libertad no hace mejor al hombre; lo hace simplemente hombre.”

Otra de autor anónimo, por el momento:

“La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos”

Y termino ya con esta otra frase, que comparto, de Alexis de Tocqueville:

“Creo que en cualquier época yo habría amado la libertad, pero en los tiempos que corren me inclino a adorarla”.

Muchas gracias.

FIN

(Con Covadonga Porrúa, presidenta de la Asociación de la Prensa de Almería)

De: ASOCIACIÓN DE PERIODISTAS ALMERÍA [mailto:asociacion@periodistas2005.com]

Enviado el: sábado, 30 de enero de 2010 12:17

Para: Jose Antonio Martinez Soler

Asunto: CONFERENCIA

Enlace: http://www.periodistasfape.es/almeria/vistafape/noticias.html?D.k=129852

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En la fiesta del patrón de los periodistas, celebrado en Alhama de Almería

«POR LA LIBERTAD SE PUEDE Y SE DEBE AVENTURAR LA VIDA», CONFERENCIA DE JOSÉ A. MARTÍNEZ SOLER

Unánime aplauso solidario con los periodistas de la SER, Anido e Irago, condenados por publicar información veraz y de relevancia

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ SOLER / ASOCIACIÓN DE PERIODISTAS DE ALMERÍA 30/01/2010

El doctor en Ciencias de la Información, profesor de la Universidad de Almería y consejero – delegado del Grupo «20 minutos», José Antonio Martínez Soler, Premio Libertad de Expresión de la Asociación de Periodistas – Asociación de la Prensa de Almería (AP-APAL), fue el encargado de pronunciar la conferencia del acto institucional de la fiesta de los Periodistas, en honor de su patrón, San Francisco de Sales.

Alhama de Almería, tierra de Nicolás Salmerón, fue el marco adecuado para que Martínez Soler hablara de «Por la libertad se puerde y se debe aventurar la vida».

Fue un recorrido emocionante por la vida del conferenciante en defensa de la libertad de expresión, con un mensaje solidario para los periodistas de la SER, Anido e Irago, condenados por publicar «información veraz y de relevancia«. Ofrecemos el texto de la conferencia.

José Antonio Martínez Soler, tuvo momentos de gran emotividad en su exposición cuando recordó los consejos salmeronianos, relativo a Nicolás Salmerón, de su padre; cuando refirió su cese en El Sol por un artículo titulado «Tengo un sueño«; cuando fue despedido de TVE, (nunca lo acepté como un simple despido laboral sino como una represión de la libertad de expresión de los periodistas y los espectadores de televisión, afirmó Martínez Soler) o cuando recordó a Daniel Anido, director de la SER, condenado a un año y pico de cárcel junto con su jefe de informativos, Rodolfo Irago, por publicar según dicta la propia sentencia- «una información veraz y relevante».

El periodista almeriense, rubricado por los aplausos de los asistentes dijo: Desde aquí -la cuna de Salmerón, uno de los mayores defensores de la libertad de expresión en la historia de España- envío un abrazo de solidaridad a estos dos periodistas que padecen, en la España democrática, una persecución injusta, simplemente por cumplir con su deber, al investigar casos de corrupción, al practicar y defender la libertad de expresión, que es un derecho de todos los ciudadanos y no sólo de los periodistas o de los jueces.

El consejero delegado del grupo 20 minutos y profesor de la Universidad de Almería hizo una defensa a ultranza de la libertad, insistiendo en la necesidad de estar en posición de alerta permanente, si no queremos perderla y volver a las tinieblas de la censura previa.

La libertad de expresión, insistió, es la esencia que adereza la dulzura de vivir, que nos acerca a la felicidad. A veces, yo la rozo con la punta de los dedos. Casi nunca la alcanzo.

Fuente: JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ SOLER / ASOCIACIÓN DE PERIODISTAS DE ALMERÍA

Tags Claves: conferencia, josé Antonio Martínez Soler, 20 minutos, libertad, Aido, Irago, El Sol, TVE, universidad, Almería, Alhama,Nicolás Salmerón,

Imágenes Asociadas:

Defender la libertad de expresión

Documentos Asociados:

TEXTO DE LA CONFERENCIA DE JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ SOLER SOBRE «POR LA LIBERTAD SE PUEDE Y SE DEBE AVENTURAR LA VIDA», PRONUNCIADA EN ALHAMA DE ALMERÍA, EL 29 DE ENERO DE 2010

Feliz 2010: 20 minutos, 10 años

Década nueva, vida nueva. Hoy me levanté decidido a perder 5 kilos de peso durante 2010. Como suelo hacer cada primero de año, esta mañana me desperté tarde pero cargado de buenas intenciones. Afortunadamente, nunca dejé rastro por escrito de mis severos propósitos anuales de enmienda.

Cada primero de enero, me despejo dando un paseo en solitario para revisar, al cabo de un año, todos mis incumplimientos. Tengo suerte. Ya que no recuerdo muy bien lo que me prometí en secreto, no puedo culparme de mis presuntos fracasos. De esta manera, el sentimiento judeo-cristiano de culpa queda a salvo. Tengo la impresión de que, desde hace dos años, acuso a la crisis económica de casi todo lo malo que me pasa.

(Foto de boda con el novio, en el centro, y mi hijo Erik, que hizo de Best Man, algo así como padrino)

Hoy, por primera vez, voy a dejar por escrito mi compromiso de perder 5 kilos y lo hago, además, ante tantos testigos como lectores tenga este blog (si es que aún los tiene). Por tres razones de distinta envergadura, llevo casi un mes dándole vueltas a esto de perder peso. Lo digo en serio. Y no se cómo hacerlo.

La primera razón es por mi salud física; es decir, al conocer el resultado de la revisión médica anual que nos hacen a todos los empleados de 20 minutos. Como no fumo y apenas bebo, los médicos me recomendaron perder, al menos 5 kilos, para no rozar los límites de la obesidad en los que me muevo desde que empezamos a perder ingresos por publicidad y a recortar los gastos. Con la crisis empezamos también a perder el buen humor y, en mi caso, las ganas de actualizar el blog.

La segunda razón es por mi salud mental. Acostumbro a comer más de lo necesario para combatir el estrés; como por inercia, quizás por rutina; como sin pensar lo que como ni por qué lo hago; como para no pensar; como para premiarme por falsos éxitos; como por vicio, no por placer; como por comer.

(Foto de los novios, Rebecca y Jorge, publicada por The Washington Post)

La tercera razón –me da vergüenza reconocerlo- es económica. Creo que también tiene algo que ver con mi complejo agrario o de postguerra contra el despilfarro. La prueba del nueve –o, como se dice ahora, la prueba del algodón- la tuve hace un par de semanas cuando traté de abrocharme en vano el pantalón de mi traje oscuro de invierno, ese que utilizo para bodas, funerales, recepciones oficiales o similares. No hubo forma.

Incrédulo ante lo que veían mis ojos me dije:

Si me lo puse hace apenas unos meses para la cena de Estado que los Reyes ofrecieron al presidente de Rusia, ¿cómo es posible que no pueda abrocharme hoy el botón de la cintura ni cerrar por completo la cremallera de la bragueta?

Una voz amiga me recordó que aquella cena en el Palacio Real fue de riguroso frac, que tuve que alquilar –como siempre- por 60 euros.

¿Cuándo fue, entonces, la última vez que utilicé este magnífico traje, casi nuevo, que uso en muy contadas ocasiones?

(Junto a un expendedor de diarios gratuitos en la Avenida de Pensilvania de Washington D.C, unas horas antes de la boda)

Haciendo memoria, recordé una visita que hice a Noruega, hace un par de años, por razones funerarias. Hacía mucho frío y llevé mi traje oscuro de invierno.

Fue en noviembre de 2007, cuando asistí en Oslo al funeral por Tinius, el principal dueño de 20 minutos. Ahora recuerdo que esa fue la última vez que puede ponerme el traje oscuro sin problemas.

En vísperas de la boda en Washington de un madrileño, grandísimo amigo de la familia, con una yanqui, no tuve más remedio que salir corriendo hacia unos grandes almacenes -de los que se anuncian en 20 minutos- y comprarme un traje nuevo para estrenar en tal ocasión.

La boda de Rebecca Bloch y Jorge Díaz Pardo, en plena nevada, mereció foto a toda página en The Washington Post.

Puedo decir que estrené mi traje nuevo en una espléndida boda que bien mereció el gasto. Pero también reconozco que me compré el traje un poco estrecho o apretado con el compromico interior, aún secreto, de adelgazar después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo.

Y así llego al día de hoy: la hora de la verdad.

(Frente a la Casa Blanca, en esta ocasión blanquísima, con mi hijo Erik)

Recuerdo que, al fundar 20minutos.es, Virgina Pérez, directora editorial adjunta de nuestra web, se comprometió en público a dejar de fumar. Cada día nos contaba en su blog los progresos (o retornos) que hacía en su lucha particular contra el tabaco. No voy a hacer yo lo mismo con la aventura de perder 5 kilos de peso en todo un año. Pero, al menos, dejo escrito aquí mi compromiso público, para que conste y para que el 1 de enero de 2011 me muera de vergüenza si no lo he conseguido.

Entretanto, FELIZ AÑO 2010 (y 2011) a todos. Es el año redondo (20 y 10) del Décimo Aniversario del diario 20 minutos y del Quinto Aniversario de nuesntra web 20minutos.es.

Que se cumplan vuestros mejores deseos, al menor coste posible.

Para los Occidentales: Feliz año 2010

Para los Chinos: Feliz año 4707

Para los Musulmanes> Feliz año 1432

Para los Maya> Feliz año 5123

Para los Hebreos> Feliz año 5770

Para los Hindúes> Feliz año 5000 aprox.

Para los Celtas> Feliz año 2530 aprox.

En el avión de regreso de Washington a Madrid pude leer este artículo del Wall Street Journal, que copio y pego como buen resumen de la década que, afortunadamente, acabó ayer.

Bienvenida la nueva década. Peor que la pasada no podrá ser.

A 10-Year Dose of Reality

What Terrorism, War, Boom and Bust, Business Scandals and Susan Boyle Taught Us

By ALAN MURRAY

If you could travel back in time to 1999, you’d be struck by a remarkable air of unreality. The Cold War had ended, communism had been defeated, capitalism had triumphed, history was over. The Internet had conquered distance, melted borders, offered a cure for ignorance.

There was a vague sense that governments had become superfluous, business cycles had become obsolete, and some broad extension of Moore’s law had ensured an ever-accelerating rise in prosperity, ever-expanding wealth, and a Dow Jones average of 36000.

Then, as the millennium turned, reality set in. It didn’t happen at the stroke of midnight, as the Y2K alarmists feared. But it began soon thereafter.

In March 2000 the Internet bubble burst, destroying trillions of dollars of wealth and awakening us from a technology-induced dream. Then came September 2001 and the unthinkable collapse of the twin towers, bringing a sudden realization that the great clash of civilizations had not ended. Terrorism turned out to be as frightening as communism, and instead of a cold war, we were soon faced with two very ugly hot wars that spanned most of the decade.

Business leaders, who were popular heroes and graced the covers of magazines in the 1990s (Ted Turner, Andy Grove and Jeff Bezos all made Time’s «Person of the Year»), became villains in the new century. Scandals erupted at Enron, Worldcom, Adelphia, Parmalat. The video clip of Dennis Kozlowski’s company-financed birthday party for his second wife on the island of Sardinia, with half-naked gods and goddesses serving hors d’oeuvres and an ice sculpture of Michelangelo’s David spewing vodka from its member, became the symbol of corporate excess.

CEOs, whose job tenure once rivaled that of college professors, found themselves booted unceremoniously out the door. Carly Fiorina, Hank Greenberg, Phil Purcell, Hank McKinnell, Bob Nardelli and many more discovered that the corner office had an ejection chair, and someone else’s finger was on the button.

China was the great success story of the decade, with soaring economic growth enriching hundreds of millions of people and creating countless new urban skylines. But even that triumph exploded a comfortable myth — the once-easy assumption of Western thinkers that economic freedom would inevitably be followed by political and social freedom.

Meanwhile, the tectonic shifts of the global economic plates fed a relentless process of creative destruction, spawning dynamic new businesses in places such as Shanghai and Palo Alto, while cratering entire industries in places such as Detroit.

Americans reacted to the reality of the new decade by going on a shopping spree, using the inflated value of their houses to fund their profligacy. Ingenious financiers turned housing debt into an array of complex new instruments that provided the shaky foundation for a financial colossus that stood astride the globe.

Inevitably, the foundation gave way and the colossus collapsed. Soon proud old firms like Bear Stearns, Lehman Brothers, Merrill Lynch and Wachovia were gone or sold to rivals, and others had been thrown into the arms of government. A great recession ensued, and the world’s faith in free markets was shaken profoundly.

Unlike the Hollywood-scripted decade that preceded it, this one turned out to be more like the reality-television shows that proliferated during its span. They showed us that not everyone can sing, not everyone can dance, not everyone can stay on the island, and not every fairy-tale romance leads to happily ever after. The real world, after all, is made up of real human beings, and human institutions and history are inevitably infected with their weaknesses. Greed, envy, hatred, ignorance, corruption — these are all part of the game.

The first decade of the 21st century offered ample reminders that even with imperfections, human beings are capable of great triumphs. The aughts will be remembered for the greatest alleviation of poverty in the history of humankind, as the middle class swelled in China, India and elsewhere. It will be remembered for a long list of technological accomplishments — from the rise of Google and the emergence of Wikipedia to the creation of the elegant iPhone. In the U.S., it will be celebrated as the decade in which the nation took a huge step toward breaking free of its legacy of slavery and Civil War by electing a black president.

And the supersized dose of reality dumped on us during the decade is now informing a search for new answers, new approaches, new models, all based on a better understanding of human nature. For a time, at least, experience will trump hope. We won’t assume that technology can solve all problems, that markets will cure their own excesses, or that one person can overcome the failures of the many.

The hopeful embodiment of this new tone surfaced at the end of the decade, in the person of an unmistakably real woman named Susan Boyle. Never in a thousand decades would she have been cast for a leading role by Hollywood. Yet her performances became the stuff of the most watched video ever on YouTube — seen by more than 130 million people — and reminded us that you don’t need fantasy to create success. Reality will do just as well.

FIN

DECEMBER 21, 2009

(Write to Alan Murray at Alan.Murray@wsj.com)

Ha muerto el «tío Walter», uno de mis ídolos profesionales

Hablé con él, por última vez, hace 18 años. Fue una entrevista de admirador a maestro, televisada en directo, en el programa informativo «Espiral, detrás de la Noticia» de TVE-2, que yo dirigía y presentaba entonces, tras mi fracaso como director fundador del diario El Sol.

Nunca olvidaré su talante abierto, flexible y tolerante, pero tampoco su carácter amable pero firme, su gracia periodística y su coraje ético cuando defendía principios profesionales o derechos humanos.

Recuerdo muy bien el motivo de la última entrevista que tuve con él, a finales de 1990 o principios de 1991: desenmascarar las mentiras del Gobierno de los Estados Unidos durante la primera guerra del Golfo, tras la invasión de Kuwait por Sadam Hussein.

¿Cormoranes del Pacífico petroleados en Irak?

El presidente George Bush I (padre de George Bush II, el peor presidente de la historia de EE.UU) había inaugurado una desastrosa política informativa sobre el ataque aliado a Irak y la liberación de Kuwait.

Bush padre no quería que los norteamericanos vieran la guerra de Irak tal como vieron (¡y perdieron!), años atrás, la guerra de Vietnam. (Fué precisamente Walter Cronkite uno de los que más contribuyeron, desde el campo de batalla, a cambiar la opinión pública norteamericana sobre el desastre y los crímenes de guerra en Vietnam )

Bush I estableció en Irak una férrea censura, incluyó y vigiló a los periodistas («incrustados», se decía entonces) dentro de unidades armadas. Pero no sólo limitó la libertad de movimientos y de información de los periodistas sino que les «facilitó» su labor ofreciéndoles noticias e imágenes falsas de la guerra o de otras guerras. La imagen más soprendente, suministrada por las televisiones norteamericanas a todo el mundo, fue la de unos pobres cormoranes ennegrecidos, completamente cubiertos de petróleo crudo, tratando de volar sin éxito, con sus alas pegadas al cuerpo con crudo. Pronto se descubrió que esas imágenes no correspondían a la guerra de Irak ni ese petróleo era el derramado por Sadam Hussein en Kuwait sino que eran muy viejas y procedían del hundimiento de un petrolero en las lejanas costas -creo recordar- de Alaska.

Walter Cronkite, ya jubilado de su célebre telediario («The CBS Evening News«) pero considerado aún «la voz de la verdad» y el periodista más fiable de Améríca, montó en cólera y pidió testificar ante el Senado contra la política informativa del Gobierno Bush. Su comparecencia televisada ante el Senado marcó un hito en la historia del periodismo y de la presidencia de Bush padre. Cronkite conoció a todos los presidentes desde Hoover y tuvo diferente trato y diferentes conflictos con ellos.

Algo parecido a lo de Bush I con Irak le ocurrió al presidente Lindon B. Johnson cuando vio un crudo reportaje de Cronkite sobre la guerra de Vietnam en el que reclamaba una paz negociada. Le atribuyen a Johnson esta frase:

«Si hemos perdido a Cronkite, hemos perdido al americano medio».

Esta mañana me enteré por 20minutos.es de la muerte de Walter Cronkite. Sabíamos que el «tío Walter» estaba malito, que era muy mayor (92 años) y que, como todos nosotros, acabaría muriéndose algún dia.

Ayer fue ese día para al gran Walter Cronkite. Ya se que este nombre no significará nada para muchos periodistas jóvenes. Es una pena que así sea. (Por hablar hoy de él, algunos me llamarán -y quizás con razón- abuelo cebolleta.) Sin embargo, para los de mi generación (que informábamos en plena dictadura franquista), era un ídolo profesional digno de imitar.

Estamos tan faltos aún de maestros, en nuestra vieja, hermosa y razonablemente vilipendiada y corrupta profesión, que, cuando un periodista tan entero y decente como éste se nos va de este mundo, nos sentimos un poco más huérfanos.

Con la desaparición de Cronkite hemos perdido un un punto de referencia fundamentel, no sólo profesional sino humano, ético y político, para el ejercicio digno del periodismo y para la defensa de la libertad de expresión, que no es -ni mucho menos- un derecho exclusivo ni una patente de corso para los periodistas sino un derecho constitucional de todos los ciudadanos.

He repasado algunas fotos de su vida, que reproduce The New York Times en su portada on line de hoy y el reportaje obituario que está dando la CNN con imágenes de archivo. Me han traído duros y entrañables recuerdos del ejercicio de nuestra profesión.

Recuerdo los largos e intensos debates, con mis colegas de la Nieman Foundation for Journalism de Harvard University, sobre la necesaria separación de hechos y opiniones, de datos y emociones, a la hora de informar al público. Recuerdo que Cronkite solía defender firmemente tal separación. Él presumía de ser un periodista, no un analista. Cuando se jubiló, criticó a su sucesor en el telediario de la CBS porque, según dijo:

«Dan Rather interpreta el papel de periodista en lugar de ser uno de ellos».

Hace un rato he visto en la CNN las imágenes de archivo de Cronkite informando -casi en directo- del asesinato del presidente Kennedy -a quien él conocía muy bien.

Tras confirmar su muerte a tiros en Dallas, Cronkite se quitó las gafas, para mirar de lejos el reloj de pared del estudio de la CBS y dar la hora exacta del magnicidio. En ese mismo momento, se le saltaron unas lágrimas. Sin gafas, no pudo ocultar sus emociones. Cronkite era contrario a opinar y a mostrar emociones ante las cámaras o frente al teclado o el micrófono, pero aquel día lloró. Su proximidad y complicidad con su público era proverbial: lloró como lloraron, en aquel mismo instante, casi todos sus telespectadores.

Tuvo otro fallo emocional -que yo recuerde. Televisando en directo la llegada del hombre a la Luna, vió como Amstrong posaba su pie sobre el suelo lunar y el frío Cronkite abrió mucho los ojos y no pudo evitar esta exclamación, cargada de emoción:

«Oh!, Boy!»

Siempre concluía su telediario con esta frase casi mágica:

«And that´s the way it is»

Recordaba un poco a su precursor en las noticias del principio de la televisión, Edward Murrow (el ídolo periodístico de mis suegros yanquis), que terminaba su noticiario con otra frase ya célebre:

«Buenas noches y buena suerte»

Con esta misma frase tituló George Cloony una película sobre la vida de Ed Murrow. y la ética periodística.

Por cierto, en 1943, Ed Murrow de la CBS quiso contratar en Moscú al joven Cronkite por 125 dólares a la semana. El joven periodista le dijo que no y siguió trabajando para la agencia United Press donde cobrada 92 dólares a la semana. En 1961 sucedió a Murrow al frente del telediario de la CBS, y con un sueldo bastante más alto.

Como Aristóteles pudo superar a Platón (¡qué mayor éxito puede haber para un maestro!), Cronkite superó a Murrow. Sin embargo, su sucesor –Dan Rather– no le llegó ni a la suela de sus zapatos. De tanto interpretar su papel de periodista, se convirtió en un actor (el nuevo infortaiment: mezcla de información y entretenimiento) y se olvidó de lo que era la base de este viejo oficio: informar limpiamente sobre las cosas tal como tú crees que pasaron.

He cubierto para TVE o para Prisa algunos acontecimientos internacionales a la vez que Dan Rather y creo que, al criticar a su sucesor, Cronkite tenía más razón que pelusilla.

El director de cine, Lumet, que hizo una serie de televisión sobre grandes maestros, dijo de Walter Cronkite :

«Me pareció incorruptible, en una profesión donde es tan fácil corromperse».

Descanse en paz el maestro de periodistas.

“¿Lo ha entendido todo, señorita Salgado?”

El mal recibimiento que algunos dan a Elena Salgado puede ser augurio de futuros éxitos. No hay más que ver lo desacertados que estuvieron los españoles que apodaron “el Breve” al rey Juan Carlos, que lleva 34 años en el trono, o “el Deseado” nada menos que Fernando VII, el rey más turbio y felón de nuestra historia.

Los españoles no somos, desde luego, muy afortunados con los motes, apodos o adjetivos. Suelen fallar por prematuros. ¿Recuerdan aquellos alféreces “provisionales”? Duraron más de 40 años.

El Mundo se apresuró a titular ayer, a toda portada, que la economía (¿a quién se referiría con eso?) recibía con “estupor” el nombramiento de Elena Salgado como vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Economía.

Si Pedro Jota personificaba la “economía” en los agentes sociales y económicos, hoy mismo todos ellos han desmentido eso del “estupor”. Tanto los líderes sindicales como los empresariales le han quitado hoy la razón al director de El Mundo, pues han manifestando su satisfacción por el nombramiento de Salgado y le han ofrecido su leal colaboración.

En la mayoría de las crónicas y artículos de opinión que he podido leer, he percibido un cierto desdén hacia la “burócrata ideologizada”,disciplinada” o “rígidaElena Salgado debido –dicen- a su falta de prestigio, escaso peso, pocos conocimientos sobre la materia e inexperiencia en el mundo económico.

En lo único que, a mi juicio, aciertan es en lo de “escaso peso” pero en lo estrictamente físico –eso sí, porque la señora es menuda y flaca- y no en lo económico.

Durante años, he tenido el gusto de compartir mesa y club con la vicepresidenta económica. Y con cierta frecuencia: los primeros jueves de cada mes, hasta que ocupó la cartera de Sanidad. Los debates siempre fueron “off the record” por lo que no voy a romper esa regla. Pero sí recuerdo que, cuando me dirigía a los compañeros de mesa, solía hacerlo –no sin cierta ironía- con el saludo obligado de “señora y señores” o “lady and gentlemen. Es decir, sólo había una mujer sentada entre veinte o treinta hombres. Por tanto, Elena Salgado está acostumbrada a pelear, e incluso a triunfar, en las cumbres repletas de caballeros.

Más aún, hace muchos años, Elena me contó una anécdota que no le molestará que desvele hoy. Aunque es más joven que yo –y se nota-, cuando ella estudiaba Ingeniería Industrial era la única chica de la clase. Las niñas de entonces iban a Filosofía y Letras y muy pocas apostaban por las carreras técnicas.

Un profesor hueso, algo machista y claramente paternalista, de cuyo nombre no quiero acordarme, tenía la gentil costumbre de volverse hacia los alumnos, cuando resolvía alguna compleja ecuación en la pizarra, y, dirigiéndose exclusivamente a la única chica de la clase, le preguntaba persistentemente:

“¿Lo ha entendido todo, señorita Salgado?”

Así creció Elena Salgado en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. Luego se licenció en Ciencias Económicas (entonces, con más chicas a su lado), se casó, tuvo una hija, se divorció y fue abriéndose camino en un mundo económico, privado y público, claramente dominado –y hasta qué punto- por hombres.

Zapatero ha cometido muchos errores, pero yo considero que la paridad de género en el Gobierno ha sido su segundo mayor acierto. Sólo así ha podido una mujer ocupar la cartera de Economía y Hacienda, reservada desde hace siglos a los hombres.

Por fin, lo que es real en casi todas las familias españolas –que la mujer es quien mejor lleva las cuentas de la casa- va a ser oficial en la economía española.

No es, pues, de extrañar que nos produzca sorpresa (nunca estupor) imaginar el retrato de esta rubia menuda y flaca entre los de tan preclaros barbudos economistas y hacendistas españoles.

La llaman “burócrata” y, sin embargo, ella sabe lo que es ganarse la vida en la empresa privada tanto como el sector público. Una experiencia altamente recomendable para quien se dedique a la política. Recuerdo su entusiasmo por las nuevas tecnologías –entonces novísimas- cuando trabajaba en Vallehermoso Telecom en los años noventa.

Por entonces, Francisco Ros, Ignacio Santilla y yo habíamos publicado un librito de divulgación sobre “Las autopistas de la información” y estábamos interesados en todos los avances producidos por el cruce intersectorial e internacional entre la informática, las telecomunicaciones y el entretenimiento. Algunos lo llamaron entonces “compu-fono-visión”. Elena Salgado se ofreció a enseñarnos el funcionamiento de una “casa inteligente” que podía ser gobernada a distancia. Era un proyecto piloto muy avanzado y apasionante. En aquel tour “inteligente”, Elena mezclaba las explicaciones técnicas, con la precisión de una ingeniera industrial, con la racionalidad económica, o sea, con el análisis de costes y utilidad tan propio del economista.

Hay una cosa que nadie le niega a Elena Salgado: es eficaz en lo que se propone. ¡Qué más queremos!

Y otra cosa: es gallega (de Orense, como Manolo Saco) pero apenas ejerce. Cuando te la encuentras de frente en una escalera sabes muy bien si sube o baja. Y tiene buen gusto para la música y para la naturaleza. Le gustan la ópera y el Cabo de Gata.

Y no digo más. Solamente desearle muchísima suerte en su nuevo empleo. Por la cuenta que nos trae.

Las portadas de hoy hacen honor, como es costumbre, al sesgo ideológico de los feligreses de cada periódico.

Ambos diarios coinciden en el sujeto (Zapatero) y en el tamaño del titular (a toda página). Sin embargo, difieren claramente en el verbo:

«Zapatero descarta…», en El Mundo.

«Zapatero acomente…» en El País.

Perdón por la errata:

«Zapatero acomete…» en El País.

¿En qué diario hablan de «confrontación»?

¿Y en cual hablan de «cambio profundo para vencer a la crisis»?

No fallan: Caperucita y el lobo.