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"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«Por la libertad se puede y debe aventurar la vida»

Con perdón, desde la orilla de Mediterráneo, ahí va una conferencia de un servidor y una nota de prensa de autobombo.

(La Asociación de la Prensa de Almería me ha regalado una estatuilla de mármol blanco de Macael, reproducción de la que hay en una plaza de mi tierra, y un libro/joya de Nicolás Salmerón sobre «La Prensa y la Dictadura«)

La lectura de esta charla es libre, como siempre. Gracias. Faltaría más.

«Vanidad de vanidades, todo es vanidad«

(Koelet o Eclesiastés).

TEXTO DE LA CONFERENCIA (sin las morcillas improvisadas)Premio a la Libertad de Expresión

29 de febrero de 2010, en Alhama, Almería.

José A. Martínez Soler

“Por la libertad se puede y debe aventurar la vida”

(Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Libro II, Cap. LVIII.)

Buenas noches, (Subdelegado del Gobierno, Rector Magnífico, Alcaldes, Concejales, etc.), queridos paisanos y forasteros:

Dicen que “nadie es profeta en su tierra”. Como veis, no es el caso de Almería que es “un océano de generosidad”, según el poeta andalusí Al Qastilli. Por eso, mis primeras palabras tienen que ser de gratitud hacia mis colegas y paisanos de la Asociación de la Prensa de Almería, por distinguirme con este Premio a la Libertad de Expresión.

Primero, porque ya soy profeta en mi tierra.

Segundo, porque encierra dos palabras mágicas (Libertad y Expresión) tan fundamentales y maravillosas que, cuando se prohíben, producen escalofríos de miedo y de muerte y, cuando se ejercitan, dan sentido pleno a la dulzura y al afán de vivir.

Y tercero porque recibo este Premio en Alhama, la patria de don Nicolás Salmerón, un lugar emocionante, como ningún otro, para cantar las excelencias de la libertad de expresión y para reafirmar nuestro compromiso con su defensa a ultranza.

Tengo en mi casa una carpeta de viejos recortes sobre la libertad de expresión, que estremecen por su tremenda actualidad. Anteayer, por ejemplo, almorcé con nuestro colega Daniel Anido, director de la SER, condenado a un año y pico de cárcel junto con su jefe de informativos, Rodolfo Irago, por publicar –según dicta la propia sentencia- “una información veraz y relevante”. Se atrevieron a revelar un caso de corrupción política: las presuntas afiliaciones irregulares de 78 militantes del PP de Villaviciosa de Odón, previas a las elecciones autonómicas de 2003 que concluyeron con el escándalo del “tamayazo”.

Desde aquí – la cuna de Salmerón, uno de los mayores defensores de la libertad de expresión en la historia de España– envío un abrazo de solidaridad a estos dos periodistas que padecen, en la España democrática, una persecución injusta, simplemente por cumplir con su deber al investigar casos de corrupción, al practicar y defender la libertad de expresión, que es un derecho de todos los ciudadanos y no sólo de los periodistas o de los jueces.

Estos dos periodistas, perseguidos hoy por una justicia arcaica y tenebrosa, van a recibir el Premio a la Libertad de Expresión, que les ha concedido la Asociación de la Prensa de Cádiz, el próximo 5 de febrero, coincidiendo con el 200 aniversario del Decreto sobre Libertad de Imprenta de 1810.

¡Enhorabuena compañeros de la SER!

Y es que, amigos, en lo que a la defensa de la libertad de expresión se refiere, debemos estar en posición de alerta permanente, si no queremos perderla y volver a las tinieblas de la censura previa.

Cada vez que menciono la “censura previa”, que tanto sufrimos durante la ominosa Dictadura de Franco, me vienen a la memoria las excelsas palabras de Muñoz Torrero, un prohombre liberal de las Cortes de Cádiz –obispo electo de Guadix– que fue perseguido, encarcelado y torturado por los secuaces del absolutista Fernando VII por su defensa de la libertad de imprenta. Le persiguió el mismo rey felón que manó fusilar a Los Coloraos en Almería en 1824.

La previa censura –dijo Muñoz Torreroes el último asidero de la tiranía que nos ha hecho gemir durante siglos”.

Pues bien, de esa carpeta de viejos recortes, he rescatado uno que me costó el empleo. Como director fundador del diario El Sol, publiqué en mi periódico, el 8 de julio de 1990, un artículo titulado “Tengo un sueño…” que provocó mi despido fulminante, pues fue la última gota en la batalla que mantenía con la propiedad para garantizar la libertad de expresión de mis lectores, redactores y colaboradores.

Leeré aquí algunos párrafos. Y pido perdón por esta larga autocita:

Tengo un sueño…

“Tengo un sueño, como Martín Lutero King, en el que veo a mis hijos y nietos comportándose como si fueran libres. Viven en la patria de Gracián, de Quevedo y de Cervantes, un país todavía llamado España, donde el miedo a decir y a escribir lo que se siente sólo es un recuerdo literario del pasado. Cuando se cruzan por la calle con algún conocido ya no dicen como antes: “Vaya con Dios vuesa merced” o simplemente “adiós”. En mi sueño se saludan con un respetuoso “Libertas habemus” o “somos libres”.

Hubo un tiempo en el que los más piadosos monjes se cruzaban el saludo cuaresmal (“Morire habemus”) y se decían pertinazmente que eran polvo y en polvo se iban a convertir. Ahora estoy seguro de que aquel recuerdo, siquiera fugaz, de tener que morir (el mismísimo miedo a la muerte) les hacía sentirse vivos y les llenaba de gozo en su valle de lágrimas. Quizás por pura comparación entre el ser y el no ser.

Lo mismo me pasa con la libertad. Es un placer tan dulce como la sensación de vivir, y se goza más con ella cuanto más se teme su ausencia o se recuerda su existencia.

Tengo un sueño en el que veo a los niños recitando, de memoria (voluntariamente), un pasaje de Cervantes, el más hermoso de cuantos se han escrito en lengua castellana. Dice así:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

Luego, en clase de Historia, repasan, llenos de perplejidad, la epístola satírica de Quevedo al poderoso conde-duque de Olivares:

“No he de callar, por más que con el dedo,

ya tocando la boca, o ya la frente,

silencio avises o amenaces miedo,

¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”

Hoy, sin miedo que el libre escandalice,

Puede hablar el ingenio, asegurado

De que mayor poder le atemorice”.

Tengo un sueño en el que mis descendientes guardan un respetuoso silencio, unas veces por sabiduría y otras por ignorancia: pero nunca por miedo. Oigo a los niños preguntar si Quevedo y Cervantes también eran espíritus libres, en aquel oscuro siglo de las luces. Y observo que los mayores no entienden por qué Gracián, Feijoo, Jovellanos, Salmerón, Unamuno, Azaña y tantos otros, que soñaron con regenerar y adelantar la civilización en España, se atormentaban tanto hurgando en nuestras heridas históricas.

Tengo un sueño en el que los nuevos ricos no me toman por tonto por no haber ganado mil millones en un fin de semana. Como persona (y también, con perdón, como periodista) hablo de buscar la verdad, apasionadamente, y la belleza y la justicia y, en mi sueño, nadie me llama trasnochado, ingenuo o utópico.

Los intelectuales (¡Dios, qué alegría!) no tienen pánico a disentir en público ni a romper el marco establecido para aventurarse por el camino espléndido de la innovación. Les da igual no salir en la foto del gran poder, porque hay una sociedad vertebrada con muchos otros poderes más pequeños que, juntos, suman tanto o más que el grande. Saben, como los inquisidores de la España negra, que la disidencia es escrita. Pero escriben sin pavor, como si fueran libres. Y nadie les persigue por ello como judaizantes o herejes sospechosos. Tampoco temen perder su empleo.

(…)

La primera vez que me acerqué, con el corazón encogido, a la tumba del reverendo Martin Lutero King recordé su sueño (“I have a dream”) y miré alrededor. Negros y blancos compartían autobuses, barrios, escuelas y se cogían de la mano por las calles de Atlanta. No estuvo tan loco el reverendo King cuando rompió el maleficio de un fatalismo histórico y soñó con la utopía de la igualdad de razas.

También yo tuve un sueño de libertad y de igualdad en los estertores de la dictadura franquista. Mientras mis secuestradores, un escuadrón paramilitar franquista armado de metralletas y porras, me interrogaba y torturaba en el Alto de los Leones, soñé con poder escribir (y hablar), algún día, como lo estoy haciendo ahora mismo.

—-

Y ya es hoy aquel mañana de ayer machadiano. No fue una utopía. Somos libres (“Libertas habemus”) pero no lo ejercemos ni lo recordamos persistentemente como debiéramos. ¿Miedo, prudencia, tolerancia, indiferencia?

(…)

Hay que escribirlo y recitarlo cien veces: somos libres, podemos ser libres, sí, pero no siempre lo fuimos. Y si no defendemos, con uñas y dientes, y ejercemos sin miedo nuestra libertad, entonces, merecemos perderla.”

Y terminaba así mi artículo

“También yo tengo un sueño en el que los españoles hemos perdido el miedo a la libertad, “el don más precioso a los hombres dieron los cielos”.

Cuando el dueño del diario El Sol leyó este artículo, cambió inmediatamente el rumbo de su yate y regresó a Madrid para decirme que él era “el amo de la burra” y me despidió. Luego despidió sucesivamente a otros cinco directores y apagó El Sol, la cabecera más hermosa de los siglos XIX y XX, la que fundó Ríos Rosas en 1842, Ortega y Gasset y Nicolás María de Urgoiti en 1917 y un servidor, con un equipo espléndido, en 1990.

Nunca supo aquel editor que el principal accionista de su “burra” era el lector y que, en su favor, trabajaban los redactores, los anunciantes, los administrativos, los de talleres, los vendedores de prensa y toda la cadena humana que da vida a un periódico.

Nunca supo que llevar un diario bajo el brazo es llevar abierto el escaparate del alma. Y que dos peatones que se cruzan con el mismo periódico en las manos están unidos por un hilo de plata. Si al astro rey le quitas el oxígeno se apaga. Al tercer diario El Sol le quitaron la libertad de expresión, su oxígeno, el lubricante de su espíritu, y se apagó en 1992.

No quiero abusar de esta ocasión, tan emocionante para mí, contando batallas de abuelo cebolleta de la última década del siglo pasado. Pero no hace tanto tiempo que mis jefes en TVE me dijeron que viniera de Nueva York –donde trabajaba como corresponsal- para hacer las entrevistas a los candidatos presidenciales en las elecciones generales de marzo de 1996. «¡Pobre de mí!», pensé. Me compraron un traje nuevo y me lanzaron al estudio frente a grandes figuras como Felipe González y José María Aznar (en ese orden, claro).

Entrevisté a los líderes políticos, como solía hacerlo en elecciones anteriores: les pregunté lo que me dio la gana, porque lo creía de interés para mis clientes, que eran los ciudadanos que debían votar a esos candidatos. Y se me cayó el pelo. La primera decisión de los nuevos jefes de TVE, nombrados por el vencedor, el flamante presidente José María Aznar, fue ponerme de patitas en la calle.

Nunca lo acepté como un simple despido laboral sino como una represión de la libertad de expresión de los periodistas y los espectadores de televisión.

¿Quién, en el futuro, se atrevería a preguntar libremente a los candidatos presidenciales, entrevistados en la televisión pública, sin temor a ser despedido por el vencedor, convertido en dueño de la tele? Nadie porque, además, desde entonces, ya no hubo en TVE más entrevistas a candidatos presidenciales.

Demandé a la televisión del Gobierno Aznar y gané el juicio por “despido improcedente”. Con la indemnización que ordenó el juez (y que mis hijos llamaron la “beca Aznar”) sembramos otra semilla de libertad: creamos, en el sótano de mi casa, la empresa editora del diario 20 minutos, el diario más leído de la historia de España. No hay mal que por bien no venga.

Pero las amenazas y restricciones a la libertad de expresión no vienen sólo del poder político o de los dueños de los medios de comunicación. Lo que se publica (y lo que no se publica: es decir el “no producto”) es la resultante de multitud de presiones (legítimas e ilegítimas) que llegan al periodista y/o al medio de comunicación y que obedecen a múltiples intereses. Entre ellos están, por supuesto, los dos polos me atraen y me empujan:

la pasión por la verdad y el instinto de supervivencia.

Debo reconocer que, en tantos años de ejercicio del periodismo, aún no me he tropezado con una fuente de información desinteresada. Todo lo que se publica tiene un precio. Y es natural. No hay nada gratis: no hay comida gratis, no hay sexo gratis, no hay noticia gratis. Ni siquiera el diario 20 minutos es gratis: el lector nos paga con su atención (¡oro puro!), que yo ofrezco a los anunciantes.

Por eso –y no sólo como periodista sino como profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Almería– me interesa tanto investigar y escrutar y, si es posible, descubrir cómo se determina el precio de las noticias, en este mercado tan opaco, gobernado por el intercambio de favores compensatorios entre fuentes, periodistas, editores, lectores y, naturalmente, anunciantes.

Ente colegas hablamos abiertamente de estas restricciones porque, quizás, los periodistas estamos más expuestos a ellas como intermediarios informativos entre la fuente y el lector. Por supuesto, todos (derecha, centro e izquierda) estamos de acuerdo en que no hay que cerrar periódicos (como hacía Franco) o emisoras de radio o televisión (como hace Hugo Chávez en Venezuela).

Todos estamos de acuerdo (incluido el PP y el PSOE) en criticar la sentencia estrafalaria contra los dos periodistas de la SER. Hay consenso total contra la censura del poder político. Y mucho más en casos graves de represión de la libertad de expresión mediante cárcel, torturas o asesinatos en dictaduras más o menos encubiertas. La lucha, desde luego, continúa…

No quiero ser aguafiestas, en esta celebración de la libertad de expresión, sino todo lo contrario: la celebro, ejerciéndola como si, de verdad, fuera libre. (Y esto que no salga de la provincia)

En las democracias del mundo occidental y desarrollado, también hay restricciones a la libertad de expresión, aparte de las naturales y lógicas que fijan las leyes. Son restricciones menores, pero mucho más sutiles y eficaces, que en los países en desarrollo y con dictaduras –como digo- más o menos encubiertas. También es cierto que tales restricciones se pueden percibir más ahora, en plena crisis económica y con no pocos empleos en peligro de extinción.

¿Qué ocurre cuando hablamos de la censura que ejercen los poderes económicos?

¿Quién puede enfrentarse a la llamada “cultura corporativa” del medio en el que trabaja, sin arriesgar su empleo, o a investigar operaciones irregulares del banco que da crédito a su editor o del mayor anunciante del medio?

Como dice el refrán español: «no muerdas la mano que te da de comer». Pero el refrán no añade que, en ocasiones, esa misma mano, que te da de comer, es la que tira de la correa, que te ha puesto al cuello, cuando no haces exactamente lo que quiere.

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(Al llegar a Alhama, con mi hijo mayor, Erik Martínez Westley, que está de paso por Almería)

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Recuerdo a mi padre -un hombre cabal que me inculcó los ideales salmeronianos de amor por la libertad, y de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace- cuando, poco antes de morir, rozando ya los ochenta años, me trajo a Alhama y, frente a la casa de Don Nicolás, me habló de su vida y de su obra y se le saltaron unas lágrimas. Mi padre solía decirme:

“Hijo mío, cuando alguien te diga que sientes la cabeza no olvides que lo que, de verdad, te está diciendo es que la agaches.”

Aunque no soy ningún valiente, pocas veces –en mis treinta empleos- he tenido que agacharla. Y menos ante los poderes políticos y/o económicos. Claro que, en caso de apuro, mi mujer podía mantenerme. “Así, cualquiera”, dirán ustedes, y con razón.

También, por eso, me permito pregonar abiertamente que a mí me encanta la publicidad auténtica, la que hacen los anunciantes que buscan trasladar eficazmente sus mensajes comerciales a su público objetivo, a través de los medios de comunicación que consideran más adecuados a sus necesidades.

Vivo de la publicidad, la celebro y apenas me influye cuando escribo o cuando hablo. Sin embargo, hay otra publicidad pecaminosa –que Arsenio Escolar, el director editorial de 20 minutos, llama de “trabuco” o de “pesebre”- que detesto, porque roza la corrupción periodística.

“La publicidad de ´pesebre´ –declaró hace poco Arsenio Escolar ante un amplio auditorio en los desayunos del Hotel Ritzes aquella que ponen algunas empresas, y sobre todo instituciones públicas, en soportes ideológicamente afines. La de ´trabuco´ es la que ponen algunos otros, o los mismos, en medios no afines para que lo les disparen. Ninguna de ellas ha llegado a los diarios gratuitos, afortunadamente, y en esas partidas no vamos a notar mengua. Otros sí, otros la echarán en falta”.

Los periodistas no somos objetos –por eso no podemos ser completamente objetivos- ni somos almas puras, sino que vivimos en el mundo, como cualquier otro profesional, sometidos a multitud de presiones. Hay periodistas buenos, malos y regulares. (Luego, aparte, está Pedro Jota). Y la prensa nunca estuvo libre de corrupción. Por eso, debemos mantenernos en posición de alerta.

(Junto a un busto de Salmerón)

Don Nicolás, en una entrevista que le hicieron en 1907, (y que me pasó la alhameña María Carmen Amate) advirtió de algo que aún pervive entre nosotros. Dijo así:

“El más grave mal que tiene que lamentar España es la corrupción del periodismo”

Y don Nicolas –“el apóstol de la Democracia”, como le llamó Ríos Rosas– conoció de cerca el periodismo de su tiempo: fue precisamente un luchador incansable por la libertad de imprenta, impulsor de tres periódicos, perseguido por sus escritos y que llegó a firmar un libro como “un periodista viejo”.

El poeta almeriense Alvarez de Sotomayor dijo que Salmerón era “el sembrador de la semilla de nuestra ansiada libertad”. De hecho, la Constitución Federal de la Primera República de 1873, que presidió Salmerón, garantizaba a los ciudadanos “el derecho al libre ejercicio de su pensamiento y a la libre expresión de su conciencia”. ¡Qué palabras tan bonitas!

Un siglo y pico más tarde, en 2010, ¿debemos los periodistas acogernos a la cláusula de conciencia o bien debemos sintonizar nuestra conciencia con la “cultura corporativa” o los intereses del medio de comunicación para el que trabajamos?

Con esas trabas nos tropezamos en la hermosa aventura de ganar, día a día, minuto a minuto, mayores cotas de libertad de expresión. Vale la pena correr el riesgo. El premio es enorme, descomunal, pues se mide con la satisfacción de la obra bien hecha. “Libertas habemus”: ¡qué gran placer, qué gusto!

La libertad de expresión es la esencia que adereza la dulzura de vivir, que nos acerca a la felicidad. A veces, yo la rozo con la punta de los dedos. Casi nunca la alcanzo.

Y para terminar, un par de citas, y perdón por la pedantería:

Una de don Manuel Azaña:

“La libertad no hace mejor al hombre; lo hace simplemente hombre.”

Otra de autor anónimo, por el momento:

“La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos”

Y termino ya con esta otra frase, que comparto, de Alexis de Tocqueville:

“Creo que en cualquier época yo habría amado la libertad, pero en los tiempos que corren me inclino a adorarla”.

Muchas gracias.

FIN

(Con Covadonga Porrúa, presidenta de la Asociación de la Prensa de Almería)

De: ASOCIACIÓN DE PERIODISTAS ALMERÍA [mailto:asociacion@periodistas2005.com]

Enviado el: sábado, 30 de enero de 2010 12:17

Para: Jose Antonio Martinez Soler

Asunto: CONFERENCIA

Enlace: http://www.periodistasfape.es/almeria/vistafape/noticias.html?D.k=129852

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En la fiesta del patrón de los periodistas, celebrado en Alhama de Almería

«POR LA LIBERTAD SE PUEDE Y SE DEBE AVENTURAR LA VIDA», CONFERENCIA DE JOSÉ A. MARTÍNEZ SOLER

Unánime aplauso solidario con los periodistas de la SER, Anido e Irago, condenados por publicar información veraz y de relevancia

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ SOLER / ASOCIACIÓN DE PERIODISTAS DE ALMERÍA 30/01/2010

El doctor en Ciencias de la Información, profesor de la Universidad de Almería y consejero – delegado del Grupo «20 minutos», José Antonio Martínez Soler, Premio Libertad de Expresión de la Asociación de Periodistas – Asociación de la Prensa de Almería (AP-APAL), fue el encargado de pronunciar la conferencia del acto institucional de la fiesta de los Periodistas, en honor de su patrón, San Francisco de Sales.

Alhama de Almería, tierra de Nicolás Salmerón, fue el marco adecuado para que Martínez Soler hablara de «Por la libertad se puerde y se debe aventurar la vida».

Fue un recorrido emocionante por la vida del conferenciante en defensa de la libertad de expresión, con un mensaje solidario para los periodistas de la SER, Anido e Irago, condenados por publicar «información veraz y de relevancia«. Ofrecemos el texto de la conferencia.

José Antonio Martínez Soler, tuvo momentos de gran emotividad en su exposición cuando recordó los consejos salmeronianos, relativo a Nicolás Salmerón, de su padre; cuando refirió su cese en El Sol por un artículo titulado «Tengo un sueño«; cuando fue despedido de TVE, (nunca lo acepté como un simple despido laboral sino como una represión de la libertad de expresión de los periodistas y los espectadores de televisión, afirmó Martínez Soler) o cuando recordó a Daniel Anido, director de la SER, condenado a un año y pico de cárcel junto con su jefe de informativos, Rodolfo Irago, por publicar según dicta la propia sentencia- «una información veraz y relevante».

El periodista almeriense, rubricado por los aplausos de los asistentes dijo: Desde aquí -la cuna de Salmerón, uno de los mayores defensores de la libertad de expresión en la historia de España- envío un abrazo de solidaridad a estos dos periodistas que padecen, en la España democrática, una persecución injusta, simplemente por cumplir con su deber, al investigar casos de corrupción, al practicar y defender la libertad de expresión, que es un derecho de todos los ciudadanos y no sólo de los periodistas o de los jueces.

El consejero delegado del grupo 20 minutos y profesor de la Universidad de Almería hizo una defensa a ultranza de la libertad, insistiendo en la necesidad de estar en posición de alerta permanente, si no queremos perderla y volver a las tinieblas de la censura previa.

La libertad de expresión, insistió, es la esencia que adereza la dulzura de vivir, que nos acerca a la felicidad. A veces, yo la rozo con la punta de los dedos. Casi nunca la alcanzo.

Fuente: JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ SOLER / ASOCIACIÓN DE PERIODISTAS DE ALMERÍA

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Imágenes Asociadas:

Defender la libertad de expresión

Documentos Asociados:

TEXTO DE LA CONFERENCIA DE JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ SOLER SOBRE «POR LA LIBERTAD SE PUEDE Y SE DEBE AVENTURAR LA VIDA», PRONUNCIADA EN ALHAMA DE ALMERÍA, EL 29 DE ENERO DE 2010

¿Quién conoce a Carmen de Burgos?

El dictador Franco la tenía enfilada desde que cubrió la Guerra de Africa como primera mujer corresponsal de prensa en lengua española. Desde luego, la dictadura machacó y frivolizó su memoria con notable éxito y, hoy día, hay muy pocas mujeres y hombres que la recuerden.

Apenas unas 30 o 40 personas nos reunimos el viernes pasado, 9 de octubre, aniversario de su muerte, en el Cementerio Civil de Madrid para rendir homenaje a esta mujer almeriense tan singular: Carmen de Burgos, más conocida como La Colombine. Rodeada de tumbas de librepensadores ilustres, su biógrafa, Concha Núñez, hizo un perfil magnífico de nuestra gran desconocida. El general Franco, nada más ganar la Guera Civil, prohibió todos sus libros (más de 200) e incluyó su nombre en la lista de autores prohibidos por el régimen fascista.

Así, mi paisana Carmen de Burgos, espejo de periodistas independientes, se convirtió en la primera mujer de la lista de autores prohibidos por el dictador. En ese macabro cuadro de honor del fascismo, La Colombine iba precedida por hombres como Emile Zola, J.J. Rouseau, Voltaire y Gorki. ¡Casi na!

Hubo concentración silenciosa ante su abandonada sepultura con motivo del aniversario de su muerte (8 de octubre de 1932) y del Primer Centenario de sus crónicas de guerra (el desastre del Barranco del Lobo en 1909, que incendió la Semana Trágica de Barcelona y el ¡»Maura no»!). Pero, en ese raro placer que siente la izquierda laica por los cementerios civiles, también hubo lectura de poemas (Miguel Hernández, Pablo Neruda, que yo recuerde) y dulcísima música de cuerda, en una mañana espléndida de otoño. No podían faltar -¡cómo no!- claveles y cintas moradas, rojas y gualdas para tan insigne santa laica y republicana. (En esta foto me acompañan Federico Utrera, Miguel Naveros y María Jesús Orbegozo).

El acto mereció, al menos, la atención del diario La Voz de Almería que publicó esta crónica.

El periodista y escritor almeriense, Federico Utrera, es uno de los especialistas que, con sus libros y artículos como éste de La Voz, me tiene al corriente de las excelencias de La Colombine (1867-1932) y de sus andanzas como activista pionera en defensa de los derechos de la mujer.

En un resumen rápido (hay mucho más en Google) diré que Carmen de Burgos nació en Almería, vivió en Rodalquilar (Nijar) y una de sus novelas («Puñal de claveles») sobre el crimen del Cortijo del Fraile inspiró la obra «Bodas de sangre» de a Federico García Lorca.

Fue redactora del Diario Universal, del Heraldo de Madrid, de El País, de Nuevo Mundo, La Esfera, etc. Mamó el periodismo y la tipografía en la imprenta de su suegro, editor de un diario local. Cuando murió su hijo se separó de su marido y salió de Almería en busca de nuevos horizontes como maestra en Guadalajara, primero, y como periodista en Madrid y en la Guerra de Africa, después. Vivió, en lo que hoy llamaríamos pareja de hecho, con Ramón Gómez de la Serna durante 20 años y su casa madrileña estuvo siempre abierta a creadores de la época: Galdós, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Casinos, Romero de Torres, Sorolla, etc.

En Wikipedia dicen que La Colombine «defendió la libertad y el goce de existir». Por lo que he leido de ella, debe ser verdad. Fue una «feminista temprana», adelantada en casi todo a su tiempo y defensora de los marginados. Triunfó en los paraninfos de La Soborna y de muchas universidades españolas y latinoamericanas. Gobernantes, intelectuales y artistas de todo el mundo la celebraron como una mujer sin par en su tiempo. Y murió, con las botas puestas, hablando ante el público.

Agradezco a Maria Serrano, presidenta de la Fundación Carmen de Burgos, que me invitara a este homenaje. Necesitaba yo, en plena crisis económica, un buen ataque de nostalgia y el recordatorio de que hay valores evidentes por los que luchar y mujeres a las que admirar como Carmen de Burgos, cuya vida y obra nos reconcilian con la condición humana.

Al separarme de la sencilla sepultura de La Colombine me topé con el mausoleo de don Nicolás Salmerón, otro insigne almeriense que dimitió como Presidente de la I República por no firmar una pena de muerte. Saqué una foto de esta leyenda con mi móvil para enseñarla a mis hijos. Mi padre me llevó emocionado ante el mausoleo de Salmerón cuando yo tenía apenas 15 años, en nuestra primera escala madrileña camino de Soria. Jamás olvidaré esa emoción salmeroniana, renovada el viernes pasado por el recuerdo de las virtudes cívicas de la grandísima periodista y paisana Carmen de Burgos.

Juan Marichal, en casa de Nicolás Salmerón

Tan mal están los asuntos de actualidad que me da tanto miedo asomarme a las portadas de los diarios de pago como tirame por el balcón del IBEX 35. Por eso, voy a cortar y pegar hoy en el blog un articulo que he publicado en «El Eco de Alhama«, con motivo del centenario de la muerte de don Nicolás Salmerón, presidente que fue de la I República Española. En ese artículo recuerdo la visita emocionante que hice, hace unos años, a la casa natal de don Nicolás acompañado por mi maestro Juan Marichal y por su esposa Solita Salinas (que falleció el año pasado en Cuernavaca, Mexico).

Ambos recuerdos se me han unido hoy por motivos bien distintos. Por un lado, el centenario de la muerte de don Nicolás (una de las figuras que más me han influido en mi infancia almeriense) y, por otro, el reconocimiento (tacaño y tardío) con la Encomienda de Isabel la Católica a Juan Marichal (uno de los profesores que más me han influido en mi juventud y madurez).

He recibido de Cuernavaca esta foto de Juan Marichal con la flamante mellada de Isabel la Católica , acompañado por su hijo Carlos y su nuera Soledad. Con las fotos (que tanto agradezco a Carlos) me ha llegado también el discurso del embajador español, con motivo de la entrega de la condecoración a Marichal, el profesor más aplaudido por sus alumnos en toda la historia de la Universidad de Harvard.

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL EMBAJADOR DE ESPAÑA, D. CARMELO ANGULO BARTUREN, CON MOTIVO DE LA CONDECORACIÓN DE D. JUAN AUGUSTO L. MARICHAL.

• Saludos cordiales

• Es un enorme privilegio para mí entregar esta merecida condecoración. Nunca lo hubiera soñado. Juan Marichal es casi una leyenda para varias generaciones que, a través de sus investigaciones académicas y sus escritos, descubren la historia “encubierta y manipulada” por la dictadura franquista y el autoritarismo cultural.

• Nuestro homenaje más sentido al intelectual exiliado y comprometido, que se ve obligado a abandonar España y a pasar por París y Marruecos antes de recalar en México donde se licencia en Filosofía y Letras en la UNAM. Nuestro reconocimiento al historiador lúcido y al humanista, Premio Nacional de Historia, que a través de las aulas universitarias y una intensa actividad como conferencista nos acerca y descubre el ser de España, la entramada razón de nuestras decadencias y nos propone a través de figuras, como Feijoo, Azaña, Ortega y Unamuno, buscar e indagar en el regeneracionismo para descubrir y recuperar la “España creadora de civilización humanitaria”. Nuestra admiración al profesor universitario que a partir de la Universidad de Harvard y la Fundación Guggenheim, por tres décadas, promueve los estudios de las lenguas y las literaturas románicas formando e incentivando a centenares de jóvenes alumnos de todas las latitudes. Por fin, nuestro respeto total al convencido republicano que es capaz de criticar y denunciar los males del clericalismo español, las lacras del nacionalismo y el patriotismo exacerbado, y la debilidad de los intelectuales condicionados y sometidos a los intereses económicos.

• Condecorar a Juan Marichal es hacer frente a una deuda de gratitud de varias generaciones de españoles comprometidos con la democracia y que, a través de las obras completas de Manuel Azaña y de su biografía intelectual (introducción en realidad de sus memorias) que aparece en 1971 como “La vocación de Manuel Azaña”, gracias a la valentía intelectual de Pedro Altares y la editorial de “Cuadernos para el diálogo”, sacan del confinamiento la obra de este precursor del discurso democrático moderno, defensor de la moderación y el diálogo como método por excelencia de la política y que, como decía el Presidente Rodríguez Zapatero, en la presentación el año pasado de la edición ampliada de la obra completa auspiciada por Santos Julia, es el promotor de un proyecto reformista que reivindica “la reforma agraria, la expansión de la educación, la secularización del estado, una nueva estructura territorial del poder, la subordinación del ejército al poder civil y el desarrollo económico con fuerte intervención pública”.

• Gracias a Vd. Sr. Marichal, hemos descubierto este pensamiento lúcido y prodigioso que imaginó la España que hoy tenemos y necesitamos con cincuenta años de adelanto y que permitió ser una de las fuentes privilegiadas de pensamiento en las que se ha podido nutrir nuestra democracia contemporánea.

• Como dice en su libro citado, que recuerdo haber devorado en la Navidad del año 2003, “Azaña “sentía que en la condición humana predominaban los que él llamaba <>. El progreso civilizador consistía, según él, precisamente en<<domesticar>> dichos impulsos, educando a los seres humanos en la repugnancia hacia la violencia y la crueldad”.

• Estimado D.Juan, su obra es monumental y esclarecedora, es fruto de una profunda determinación y compromiso con la verdad y la libertad y sus estudios e interpretaciones se han convertido en materia de referencia obligada para cualquiera que pretenda acceder a nuestra historia contemporánea. Por su profundo amor a España, por este legado fenomenal que de Vd. heredamos y como reconocimiento del Gobierno español y de varias generaciones de estudiosos y políticos que se nutrieron de sus investigaciones, tengo el enorme gusto de hacerle entrega de esta Encomienda de Isabel la Católica cuya acreditación voy a leer a continuación………

• Imposición y agradecimiento a los presentes por este íntimo y emotivo encuentro

Cuernavaca, 24 de Agosto del 2008.

Carmelo Angulo Barturen

Embajador de España en México

He aquí una de las imagenes más recientes que guardo de Juan Marichal, en mi casa, con el juez Baltasar Garzón y conmigo, antes de partir de España con destino aMéxico, donde ahora vive rodeado de su familia.

Recuerdo, con esta foto, el brindis inolvidable que hizo el profesor Marichal , hace unos años, con motivo de la reciente detención entonces del dictador Pinochet, gracias a la decisión y el coraje que demostró el juez Garzón a la hora de defender los derechos humanos y de perseguir los crímenes contra la Humanidad.

Las sentidas palabras de Juan Marichal nos emocionaron a todos hasta ponernos los pelos de punta. Es uno de esos personajes que nos reconcilian con lo mejor de la condición humana.

Larga vida al profesor Marichal y ¡enhorabuena! por la condecoración recibida con tanto retraso.

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Y aquí va mi última foto (de la semana pasada) en la Puerta Purchena de Almería junto a la estatua de don Nicolás Salmerón y al profesor Andrés Sánchez Picón, un sabio en Historia Económica contemporánea que compartió pasillo conmigo en el Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Almería .