Archivo de enero, 2019

Sobre los expertos que nos aconsejan cómo gestionar el acceso de nuestros hijos a la tecnología

A las familias nos preocupa el uso que nuestros hijos hacen de la tecnología, más concretamente de redes sociales, internet y tablets/teléfonos móviles. Es una realidad incuestionable. Las charlas de los expertos abundan y se llenan de padres preocupados y se suceden los estudios en los que esta preocupación se plasma. El último en España, de momento, es el que se presentaron este martes Empantallados, GAD3 y Orange.

Tras entrevistar a más de 1.400 padres han parido muchos titulares:

  • Cuatro de cada diez afirman que las pantallas suponen una fuente de conflicto con sus hijos.
  • El 68% reconocen emplear las pantallas como fuente de recompensas y castigos.
  • El 74% opina que la tecnología ha hecho poco o nada por unirles a sus hijos.
  • Uno de cada tres  padres reconoce hacer un uso excesivo de la tecnología y no ser un buen ejemplo.

Podría seguir, pero esas me parecen las conclusiones más llamativas.

(GTRES)

A ese tipo de estudios que aspiran a hacer un diagnóstico de una situación novedosa (pareciera que los smartphones y las redes sociales llevan media vida con nosotros, pero apenas ha sido una década), se suman las recomendaciones de expertos: neuropsicólogos, pedagogos, padres, pediatras, más o menos tecnófilos o tecnófobos.

Todo se traduce en un goteo constante de consejos. Lo habitual es que más o menos coincidan en cómo proceder, al menos en lo fundamental, pero hay más puntos de disensión de los que parece. Sobre todo si van buscando afirmaciones llamativas que alcancen a los medios de comunicación y vendan libros.

Voy a poner un ejemplo para que me entendáis. ¿A qué edad entregar a nuestros hijos el primer móvil? Es algo que parece preocuparnos mucho, más que cuando empezar a darles paga o a dejarles ir solos por la calle. Pues bien, ayer publicamos en este medio las opiniones del neuropsicólogo Álvaro Bilbao que dice que depende de la madurez del niño, pero que «cuanto más tarden, más disfrutarán de otros juegos» y que los niños no necesitan familiarizarse pronto con la tecnología porque «los dispositivos están diseñados para ser intuitivos y fáciles de usar”.

En este mismo blog yo recogí hace tiempo la recomendación de Guillermo Cánovas, profesor, fundador de Protégeles y Director del Observatorio para la Promoción del Uso Saludable de la Tecnología, de darle el móvil cuando aún nos escuchen. Si tardamos demasiado en dárselo, decía, va a pasar olímpicamente de las normas y consejos que les digamos. Es más, decía que darles el móvil o no es casi irrelevante si ya tienen barra libre de tablet, porque los chicos no usan los móviles para hablar, sino para ver YouTube, jugar y estar en redes sociales y eso es perfectamente posible en las tabletas.

Os confieso que estoy esperando que surjan corrientes contrarias, dos tendencias casi opuestas vendiendo libros y dando charlas, una más tecnófoba que enganche con los padres más temerosos de este nuevo territorio y otra más tecnófila que las considere herramientas a utilizar simplemente tomando una serie de precauciones que conecte con otro tipo de padres, como yo. Es algo que ya va apuntando maneras a poco que estéis pendientes. Vamos, que no me extrañaría en cuestión de poco tiempo tener a un Eduard Stivill y a un Carlos González de la tecnología en los niños.

Con otros aspectos de la crianza, como el sueño, la alimentación, los castigos o la lactancia, las familias ya estábamos acostumbrados a tener estas distintas corrientes, a elegir la que más casa con nosotros o ninguna en absoluto. En una mayoría de casos a ser flexibles y hacer lo que nos piden las tripas o la razón con nuestros hijos.

Al final, en mi opinión, al igual que en esos otros aspectos hay que tirar de sentido común. Ni todas las familias son iguales, ni lo son tampoco los niños. La tecnología está aquí para quedarse y más vale aprender a usarla de manera provechosa, arrimándose más al conocimiento que al miedo. Meteremos la pata a veces, más vale asumirlo. Igual que más vale asumir que nadie está en posesión de la verdad absoluta y no hay reglas escritas sobre piedra, da igual lo convincente que pueda resultar el gurú en cuestión.

No obstante, sí que creo que hay dos recomendaciones que son buena idea: los padres debemos aproximarnos a la tecnología que usan nuestros hijos, conocerla para valorar sus riesgos y potenciales beneficios, ya estemos hablando de juegos o redes sociales. Y debemos dar ejemplo de un uso racional de la tecnología (que no solo significa evitar el abuso, también el no usarla en absoluto. Ser un modelo a seguir es la mejor forma de enseñar a nuestros hijos.

El Barco de Vapor apuesta por la lectura fácil pensando en los niños que tienen dificultades leyendo

(GTRES)

Los textos adaptados a lectura fácil son imprescindibles para muchas personas que tienen dificultades lectoras transitorias o permanentes. Tienen que seguir las directrices Internacionales de la IFLA (International Federation of Library Associations and Institutions) y de Inclusion Europe en cuanto al lenguaje, el contenido y la forma y ser validados para contar con el logo LF. En Lecturafacil.net y en la web de PlenaInclusion hay más información sobre la lectura fácil.

Hace año y medio SM lanzó sus primeros libros de El Barco de Vapor adaptados a lectura fácil, libros que conservan la historia y los valores presentados de una manera más accesibles. Una decisión empresarial que hay que agradecer, porque acerca esas historias a niños para los que disfrutar los libros convencionales es una tarea demasiado ardua, incluso imposible. A día de hoy tienen disponibles en versión adaptada los siguientes libros: El club de los raros de Jordi Sierra i Fabra, Siete reporteros y un periódico de Pilar Lozano, El robo del siglo y El país de los relojes de Ana Alonso, Cómo consolar a una ardilla de Begoña Oro, El fantasma de la casa de al lado de Iñaki R. Díaz, Pirata Plin, Pirata Plan, de Paloma Sánchez y La lista de cumpleaños de Anna Manso.

He podido hablar sobre este empeño por acercar la lectura a los niños que más dificultades tienen con Iria Torres, editora de literatura infantil y juvenil de SM y de Lectura Fácil.

¿Qué se tiene en cuenta al seleccionar los títulos que serán adaptados?
Principalmente dos criterios. Lo primero es que sean adaptables. Cualquier historia se puede convertir a lectura fácil, pero es cierto que las que tienen demasiados personajes o hay saltos en el tiempo dificultan el proceso de adaptación, porque significa cambiar mucho la historia y nuestra intención es que sea lo más parecida posible para que los niños puedan leer el mismo libro, que aunque se note la diferencia no sea demasiado grande. También que sean títulos que se empleen mucho en el aula, que sea libros populares que los profesores recomiendan habitualmente, porque nuestra intención es entrar en las aulas y que haya la sensación de que todos los niños de la clase, independientemente de su nivel o dificultades, puedan leer el mismo libro.

¿Hay algún criterio más, además de esos dos que son clave?
Como en cualquier edición siempre intentas que sean títulos que enganchen, de autores más o menos reconocidos para que tengan tirón en el mercado, que a la gente les suenen, pero sobre todo empezamos por títulos importantes en nuestro catálogo y que se pueden adaptar bien.

¿Cómo es el proceso de adaptación?
Lo primero que hacemos es contactar con autores e ilustradores. Y la verdad es que hemos tenido muchísimo éxito en ese sentido, porque ha habido una acogida muy buena por parte de todos; es muy bonito porque se han implicado mucho. En general les damos dos opciones, que ellos colaboren en el proceso de reescribir el libro, porque es de lo que se trata la adaptación. Si no pueden por cuestiones de tiempo o porque imagina, es una autor que ha muerto, hacemos directamente la adaptación; la hacen las editoras especializadas María José Sanz y María Sanromán.

Con las ilustraciones sería lo mismo, una vez tenemos el texto adaptado, los ilustradores las adaptarían con los criterios que las editoras les van marcando: pues en esta escena queremos que se entienda esa acción en concreto, que la ilustración resalte más sobre el fondo, que sea más comprensible o que no haya elementos que distraigan demasiado la atención. Ese tipo de cosas.

Y una vez está el texto que cumple con las características que marca la Unión Europea, llega la fase más importante, que es la validación. La sesión de validación, además de que es fundamental y necesaria para emplear el sello de lectura fácil, es muy útil porque nos permite ver si de verdad vamos por el buen camino y corregir los problemas que haya podido haber. Nosotros lo hacemos con niños en el colegio. La selección del grupo de entre 8 y 10 niños la hace el propio centro educativo y se organiza una sesión para valorar si están entendiendo un par de capítulos. Se hace una lectura en voz alta, luego cada uno tiene que leer una parte de lectura autónoma y se les realizan una serie de preguntas para ver si han entendido la historia, si las ilustraciones les han ayudado. Con esto corregimos un poco el texto. Por ejemplo, la primera vez a una niña que tenía dislexia le costaba seguir la lectura porque saltaba de una línea a otra. La interlínea no era suficiente y nos vino muy bien porque nos ayudó a ampliarla.

¿A quién van dirigidos estos libros?
El colectivo es muy grande, desde inmigrantes que llegan a España y no controlan la lengua, como niños con una discapacidad o niños con un problema transitorio que al final no tienen un libro que puedan leer. Y la lectura es fundamental para el desarrollo de la persona. La idea que tenemos es ayudar a los padres y a los profesores, y así también a los niños al final. Yo tengo amigos que son profesores que me cuentan que les cuesta mucho poder atender a las necesidades de todo el mundo porque la ratio es la que es y la formación que ellos tienen tampoco es la más adecuada, los medios que hay en los colegios son muy limitado al final, así que todas las herramientas que les puedas dar son bienvenidas.

¿Por qué se embarcó SM en este proyecto?
Nació por una preocupación interna que venía desde hace tiempo. El objetivo de SM es llevar la lectura a todos los niños y no estábamos en realidad cumpliendo esa misión. También hay una compañera en SM que tiene un niño con discapacidad y lo planteó: «jolín, yo tengo dos niños y uno puede leer los libros de Barco de vapor pero el otro no». Vimos que había una solución que era la lectura fácil, que no conocíamos mucho porque la verdad es que es algo que si no tienes a alguien cerca que lo necesite no sabes lo que es. Empezamos a investigar a ver qué posibilidades había, fuimos formándonos, nos acercamos a la gente de Plena Inclusión y vimos que la mejor forma de conseguirlo era adaptando a lectura fácil los libros que teníamos en el catálogo.

¿Cómo están funcionando? ¿Hay intención de seguir sacando nuevos títulos adaptados?
La verdad es que están funcionando bien. Tanto profesores como padres nos han agradecido la labor que estamos haciendo, nos han reconocido que era cierto que hacía falta algo así porque no había mucha variedad de títulos en literatura infantil adaptados a lectura fácil, así que nuestra intención es seguir. Este año hemos sacado dos libros más. Y lo que podamos. Está todo el mundo muy ilusionado. Es un proyecto que se basa en la ilusión que le ponemos; es lo que primamos más, por encima de números o ventas. Estamos pensando más en que es algo que es importante y necesitamos hacerlo.

¿La distribución es igual?
Hacemos la misma distribución, no los tratamos de forma diferente. Son libros que funcionan mejor en colegios pero la idea es que la gente se conciencie de lo que es la lectura fácil y cuando vayan a la librería vean los dos títulos y puedan decidir cual es el que mejor se adapta a sus necesidades.

Es decir, que los interesados pueden ir a su librería y encargarlos.
Exacto. Sin ningún problema

Más allá de su venta, ¿hay alguna acción especial con alguna asociación?
De momento no. Con Plena Inclusión tuvimos una colaboración y nos revisaron los títulos que sacamos al principio, para decirnos cómo veían lo que estábamos haciendo. Teníamos muy claro que era importante ir de su mano porque son los que más saben de este tema. Si vas a hacer un libro adaptado y no cuentas con gente con discapacidad, no cuentas con gente que sepa del tema, no sirve de nada. Estamos en contacto con ellos permanentemente pero no estamos haciendo ninguna acción especializada. Tampoco queríamos que los libros estuvieran marcados por una organización y no por otra. Queríamos abrir mucho el proyecto. Sí que participamos siempre que podemos en cualquier evento que nos invitan de lectura fácil, pero de momento no tenemos ninguna acción específica.

Dada esa vocación de hacer accesible la lectura a todos los niños, ¿hay algún proyecto para acercar vuestros libros a los niños con deficiencias visuales?
De momento no. Es un tema al que también estamos dándole vueltas porque nos gustaría. Estamos viendo qué podemos hacer, pero no tenemos nada. También es cierto que en este campo La Once es la que más está trabajando y tiene un catálogo impresionante, tanto de audiolibros como de libros adaptados al braille.

¿Os consta que haya otras editoriales apostando por la lectura fácil?
Hay editoriales especializadas, pero es verdad que las grandes editoriales no están haciendo mucho al respecto. Loqueleo sacó El amor es demasiado complicado de Andrés Guerrero. Y van a sacar un segundo título este año. Está más dirigido a un público juvenil y es tipo cómic, es una alternativa también muy interesante. Nosotros porque somos una editorial de literatura infantil y llegamos hasta donde podemos llegar, pero yo creo que este tipo de cosas al final sí que contagian un poco al resto de editoriales. Ojalá el resto se animara a hacer lo mismo.

En este caso os alegraría tener competencia.
Ojalá. Yo animo a todo el mundo a que se ponga a hacer libros en lectura fácil. Sería maravilloso, la verdad.

 

Los adolescentes no sienten que familia y docentes les estemos ayudando a moverse por Internet

Nuestros hijos emplean redes sociales y lo hacen la práctica totalidad de ellos: el 92% de los chavales entre 14 y 16 años tiene perfil propio en una o varias redes sociales. La mayoría asegura tenerlos desde hace al menos dos años, así que se confirma que es en torno a los doce años cuando se zambullen en la internet móvil.

Emplean WhatsApp para comunicarse, Instagram para compartir experiencias y YouTube y Twitter para seguir a sus ídolos. Defienden los beneficios de las redes sociales, pero también parecen conscientes de que en las redes la gente miente y las relaciones que se entablan son distintas.

Son datos de un estudio, refrendado por el Ministerio de Educación y elaborado a partir de una encuesta a 2.000 adolescentes, que ahonda en muchos más aspectos, como el tipo y número de dispositivos electrónicos que emplean, que casi todos (un 83,6%) reconoce un uso muy habitual e intensivo del móvil o que la mayoría usan sus dispositivos propios para escuchar música.

(No sé vosotros, yo echo en falta buscar contenidos subidos de tono, lo mismo está incluido en los puntos tercero y quinto. Y que aparezcan las apuestas online también me preocupa).

Pero yo voy pasar por encima de muchos de los datos que aportan y a obviar bastantes de ellos, para centrarme en una parte concreta que creo que requiere que padres y educadores hagamos un ejercicio de autocrítica sumado a un propósito de enmienda.

Nuestros adolescentes nos han dado un suspenso en la ayuda que les prestamos para navegar por Internet. La nota va del 1 al 10 y ahí nos tenéis, como mucho rozando el aprobado. Las madres y padres salen ligeramente mejor parados que los profesores, pero hay suspensos para todos.

Comparativa principales diferencias en el grado percibido de asistencia/acompañamiento de los progenitores y profesores para actividades tecnológicas. Medias en una escala del 0 (nada) a 10 (totalmente)

No perciben que les estemos apoyando y es lo que más me preocupa del estudio presentado este martes. Da igual el experto con el que hables respecto al acceso de niños y tecnología, todos coinciden en que los adultos debemos asesorar y supervisar lo que hacen en las redes, por mucho que discrepen en otros aspectos como en si hay que darles el móvil lo más tarde posible o antes, cuando aún están dispuestos a escucharnos.

Es más, el 83% de nuestros hijos también creen que tienen bastante o mucha más habilidad tecnológica que sus padres y madres y el 59,8% que sus docentes. Y probablemente tengan razón.

Tenemos que ponernos las pilas. Tenemos que conocer y estar en las redes sociales en las que ellos se mueven, observarlas con mirada de adulto no tecnófobo pero sí alerta, prudente y atenta. También estar atentos de aplicaciones populares entre ellos que aparentemente no son redes sociales pero permiten que se relacionen o entrañan riesgos potenciales, hablo de juegos como Fortnite o plataformas como Tik Tok.

No podemos dejarles solos y a merced de las corrientes que encuentren en ese mar lleno de oportunidades pero tmabien de peligros que es Internet en general y las redes sociales en particular. Nuestros propios hijos son los que nos están dando un toque de atención.

(GTRES)

Padres superhéroes, niños con poderes

Grupo Cerrado Unirte al grupo

Hemos creado este exclusivo grupo de Facebook para recoger noticias de educación, salud, maternidad… todo lo que tenga que ver con la familia y más …

Al 80% de los docentes les gustaría trabajar más en equipo con las familias, pero… ¿cómo?

Este martes la Fundación SM y Gestionando hijos han presentado el primer estudio sobre la percepción de los educadores en torno al rol de madres y padres en la educación. Los resultados proceden de una encuesta realizada por correo electrónico a más de 450 directores y jefes de estudios de diferentes instituciones educativas de toda España entre enero y marzo de 2018. La mayoría de centros públicos (75,1%) y entorno urbano (57%).

Es un estudio que contradice de entrada esa impresión existente entre muchas familias de que muchos docentes no quieren a los padres entrometiéndose en lo que sucede en el colegio porque lo único que hacen es entorpecer, de que en muchos centros escolares prefieren que escuela y hogar sean mundos estancos para desarrollar tranquilos su trabajo.

(GTRES)

Es una impresión apoyada en hechos. Todos conocemos (o incluso hemos pasado y estamos) en centros en los que a las familias no se las invita precisamente a participar y parece que, cuanta menos guerra den, mejor. Por suerte, también vamos oyendo hablar de centros en los que es todo lo contrario e incluso cuentan con la ayuda de padres y madres (y abuelos y abuelas) en su día a día.

Volvamos al estudio, que apunta que nada menos que al 80% de los profesionales de la educación les gustaría que las familias trabajasen más en equipo con ellos.
Es más, el 96% creen que el mejor desarrollo de los alumnos viene dado cuando los centros escolares y las familias se coordinan y un 69,3% afirma que el interés de los padres en la educación de sus hijos condiciona sus resultados académicos.

Creo que nadie con dos dedos de frente pensaría otra cosa. Por supuesto, a priori cooperar siempre es preferible y redundará en beneficio de los alumnos. Ya el pasado mes de octubre, coincidiendo con el día mundial de los docentes, yo os contaba en este mismo blog que los padres deberíamos hacer equipo con los maestros.

Me faltaría saber a qué se refieren esos docentes con cooperar juntos, cuál es la letra pequeña en la que estaban pensando los encuestados cuando respondían. Tal vez para muchos docentes de los que han contestado cooperar consista únicamente en acudir a las tutorías pertinentes, apoyar las tareas que manda para hacer en casa y que las familias refrenden su autoridad, pero rechazan más aproximaciones. Tal vez también haya otros que tengan en mente padres proponiendo actividades, sumándose a ellas, echando una mano en huertos o bibliotecas escolares o incluso implicándose en talleres o grupos interactivos.

No es lo mismo y es imposible saberlo a partir de esta encuesta. Ojalá haya un segundo estudio que ahonde en ello. Ahí lo dejo como crítica constructiva.

Y hablando de críticas constructivas, el estudio trae de la mano dos manifiestos, uno dirigido a las familias y otro a los docentes, que invitan a secundar y difundir. Pero os confieso que hay una sentencia del manifiesto dirigido a los padres que me chirría en el sentido que apuntaba sobre qué se entiende por cooperar.

Fijaos en el final del punto dos: «Escucharé con atención y buena disposición lo que los profesores me digan sobre mis hijos y no les criticaré ni cuestionaré sus decisiones«.

Lo siento, pero no estoy de acuerdo. Los padres conocemos a nuestros hijos, mejor en muchos sentidos que los docentes. Descartar de entrada que podamos hacer aportaciones válidas por su bien o dar a entender que los maestros son infalibles me parece un error. Para argumentarlo voy a dejar aquí un extracto del post que os contaba que publiqué en octubre:

No me parece oportuno cerrar filas con los profesores sin cuestionar nada. Probablemente así muchos docentes tendrían las cosas más fáciles, pero lo primero es el bien del menor, no la facilidad de gestión e intendencia del alumno, la clase o el colegio.

Un profesor puede estar equivocado en sus métodos, haber hecho una mala interpretación, no tener toda la información, carecer de recursos…

Y sobra que os cuente que hay profesores buenos, malos y regulares, como en todas las profesiones. Hay personas bondadosas, mezquinas e incluso poco equilibradas. Hay docentes vocacionales, y aterrizados en un centro escolar sin más. Hay enamorados de la enseñanza y desencantados. Docentes llenos de fuerza y otros quemados.

E incluso los mejores entre ellos pueden meter en algún momento la pata.

Si los padres creemos que debemos hablar con ellos para que reconsideren alguna decisión, la manera en la que conciben a nuestro hijo o algún aspecto de cómo le enseñan, tenemos todo el derecho de hacerlo. Diría que incluso la obligación.

Siempre desde el respeto, el sentido común y la mesura.

Si creemos que debemos decir a nuestros hijos que el profesor tal vez se haya equivocado en  eso, que no le eche demasiadas cuentas a lo que le dijo o hizo, incluso que es posible que no sea el mejor maestro del mundo pero que haga lo que pueda en clase y tenga paciencia porque no durará siempre, que todos hemos tenido alguna vez un mal docente. Pues también estamos en nuestro derecho si creemos que redundará en el bienestar del niño.

No hay que desautorizar alegremente, hay que ponderar bien las consecuencias de lo que hagamos. Nunca vale es que nos escuchen gritar “tu profe es un gilipollas”.

Porque también hay muchos padres que tienen tela marinera. Hay padres sensatos y otros incapaces de razonar. Los hay buena gente, pero también mezquinos, irresponsable, incluso violentos. Los hay que cuentan hasta diez y los que se calientan a la velocidad a la que un Ferrari alcanza los 100 kilómetros por hora. Los hay que defienden a sus cachorros irracionalmente y los que saben evaluar qué hacer con calma. He dicho en el pasado que a veces las familias somos las responsables de haber quemado a excelentes profesionales. Lo he visto especialmente en Educación Especial.

E igual que los docentes, incluso los mejores también pueden errar.

Tengo claro es que lo mejor para nuestros niños es que familias y profesorado sepamos cooperar. Tenemos que saber entendernos.

Todos los demás, con la excepción del punto nueve (es poco realista pedir que nos planteemos a diario qué estamos haciendo para que la escuela de nuestros hijos sea mejor, con hacerlo una vez por trimestre ya sería mucho), me parece oportuno y podría firmarlo.

Termino con el manifiesto de los profesores. Siempre se podrían añadir cosas, más allá de añadir tal vez mantener una actitud abierta a las críticas o sugerencias que hagan los padres, estaría el seguir formándose, pero no tengo nada que objetar.

En cualquier caso sí que hay que pedir, por favor, que colaboremos juntos por el bien de nuestros niños. También es lo que ellos quieren.

Me encanta que nuestros padres y los profesores se lleven bien.

Es importante que se hablen y que se digan “esto Noelia lo ha hecho mal”.

Eso también sería el colegio ideal, que los padres se implicasen.

Porque al fin y al cabo tienen mucho que ver y mi educación también va a depender de los dos.

Me gusta que mis padres y los profesores se lleven bien porque si no para mí se me acabó el cole.

Los profesores te conocen en un aspecto diferente y los padres en otro, así que yo creo que la mejor educación sería que hicieran un trabajo conjunto.

Los que dicen estas frases, que son verdades incuestionables y deseos legítimos, son niños de entre 5 y 12 años en la segunda mitad de este vídeo:

Así será el Puy du Fou de Toledo, un parque temático basado en espectáculos inspirados en la historia

Este jueves se nos enseñó un poquito más de lo que va a ser el Puy du Fou español, ese que están construyendo en Toledo no sin sus dosis de polémica. Confío sinceramente en que se hagan las cosas bien, que se haga un uso racional de ese agua que tanto escasea en la mancha y que logren crear algo semejante al Puy Du Fou francés, porque creo que es el que más me ha gustado de todos los que he visitado.

Se trata de otro concepto de parque temático, uno en el que no hay atracciones y lo que priman son los espectáculos. Espectáculos en los que siempre hay un trasfondo histórico. Uno nada sesudo, lo justo para despertar el interés en determinados momentos o personajes de nuestro pasado, porque lo que prima en ellos es crear sorpresa, dejarte con la boca abierta con escenarios que giran 360 grados a tu alrededor, coliseos a tamaño real o castillos que surgen aparentemente de la nada.

Estuve hace cuatro años y os conté la experiencia en el blog, y regresé el verano pasado encontrando nuevos espectáculos, porque además no es un parque estático, sino que está continuamente innovando.

Es el segundo parque más visitados de Francia y acumula numerosos y merecidos premios. La única pega que puedo ponerle es el uso de leones para emular las luchas de gladiadores y fieras.

La cuestión es que he visto lo que son capaces de hacer, lo que saben crear. Y si logran algo así en España, será un regalo maravilloso en muchos sentidos: por lo que ofrecerá como ocio, por la atracción de turistas y por la generación de empleo y activación económica del lugar.

Pero no vamos a tener un Puy du Fou como el francés de la noche a la mañana. Será algo gradual, que iremos viendo crecer y que empezará, igual que pasó con el parqué galo, con el espectáculo nocturno en verano que se llamará El sueño de Toledo.

El espectáculo durará de 70 minutos y contará con 185 jinetes y actores en el escenario, más de 2.000 personajes, 800 proyectores, 60 surtidores de agua, 3.900 metros cuadrados de decorado y 28 videoproyectores. Así lo describen:

A la puesta del sol, a orillas del Tajo, María, la joven lavandera conoce al viejo Azacán de Toledo. El viejo hombre la guía por un viaje en el tiempo en el que revivirá las grandes horas de la Historia de España Frente a ellos, en una fantasía nocturna impresionante y conmovedora, la Historia vuelve a nacer, surgiendo de las murallas de la ciudad y de las profundidades del viejo río adormecido.

Desde el Reino de Recaredo hasta las Navas de Tolosa, desde el descubrimiento de América hasta la llegada del Ferrocarril, este fresco gigante termina en apoteosis con el baile de las provincias españolas sumergiendo a los espectadores a través de 1.500 años de Historia, gracias a 185 actores y efectos especiales espectaculares. Más de una hora de un gran espectáculo jamás visto antes, El Sueño de Toledo, un espectáculo único en el mundo!


El vídeo que han creado para promocionar El sueño de Toledo puede que solo sea un bonito anuncio, pero da una imagen bastante cercana a cómo hacen las cosas. Que salga un galeón del agua es algo que lo mismo se les emperejila hacer y harán. Yo ya he visto salir un barco vikingo en un lago del parque francés. La conjunción con la música, la búsqueda cuidada del costumbrismo, los caballos y el acero ardiendo, también recuerdan lo visto en el Puy du fou galo.

Además de los espectáculos, en el parque original hay fragmentos de pueblos en determinados momentos de la historia, con trabajadores ataviados de la época horneando pan o usando la fragua. Algo así quieren también en este.

Antes o después del espectáculo los visitantes podrán también disfrutar del Arrabal. En este mercado medieval, los mercaderes parecen haber remontado el tiempo para instalar sus puestos a la sombra de grandes telas, numerosos puntos de restauración ofrecen sus amplias terrazas y un ambiente acogedor para cenar o tomar algo en familia o entre amigos. El Arrabal estará abierto durante las dos horas anteriores y posteriores al espectáculo.

Francamente (nunca mejor dicho), tengo muchas expectativas depositadas en el proyecto y estoy deseando ver en qué se materializa.

Y un último apunte. No sé cómo acabaremos pronunciando el nombre de este parque en España, pero se dice ‘pidifú’.

¿También tenéis curiosidad?

Piénsalo dos veces antes de preguntar a los demás cuándo van a tener hijos

La gente es muy impertinente con demasiada frecuencia y por diferentes motivos. Muchas veces sin maldad, todo hay que decirlo. Y uno de los detonantes de más preguntas que no vienen a cuento tienen que ver con tener hijos: «¿Cuándo vais a tener niños?» «¿Estáis ya buscando el niño?» «¿Hasta cuándo vais a esperar para darme un nieto/sobrino?».

Son preguntas que suelen caer a parejas jóvenes en cuanto alcanzan la difícil independencia y que arrecia si dan el paso de casarse; o a aquellas que ya están talluditas pero aún no han dado muestras de querer hijos. y es frecuente que vengan acompañadas de otras afirmaciones del tipo, «¡si es que así vivís muy cómodos!», «¡luego a ver quién os paga la pensión!» o «¡Cómo te descuides se te va a pasar el arroz!».

(GTRES)

Impertinencia al cuadrado que recordaba tras leer ayer que la actriz Margot Robbie se ha declarado hasta el moño de tener que aguantar la preguntita desde que se casó en 2016, que además tacha de sexista y no le falta razón al hacerlo, porque suelen freír más a las mujeres con este tema que a los hombres.

Hay preguntas personales que no deben lanzarse alegremente, que pertenecen a la intimidad de esas personas, que pueden herir o molestar. Indagar así es mostrar muy poca sensibilidad, muy poco respeto por los demás.

Si llega el momento en que esa pareja decide tener un hijo y tú eres de su círculo cercano, ya te enterarás, ya te lo dirán cuando consideren oportuno. Pero es que pueden estar pasando muchas cosas que desconoces: puede que lo estén intentando sin éxito y estés hurgando en una herida abierta; puede que haya una disensión en la pareja porque uno quiere y otro no y estés echando leña al fuego; puede que tengan una crisis de pareja ajena al tema niños y preguntar por eso no venga a cuento o puede que quieran y no les salgan las cuentas.

Todo eso puede pasar también si es una pareja que ya ha tenido un hijo y lo que toca preguntar es, «¿para cuándo el segundo?». También en esa situación es una cuestión que no procede.

Volviendo a las parejas sin hijos, puede ser también que, sencillamente, hayan decidido no tenerlos y les toque mucho los pies (con razón) tener que estar aguantando preguntas y presiones.

Y no, elegir no tener hijos no es antinatural, no es de egoístas, no es algo de lo que arrepentirse. Tener hijos no es obligatorio, que no tenerlos no es de cómodos. Una pareja puede ser igual de feliz sin ellos y no arrepentirse nunca.

Si la pregunta le cae a una persona sin pareja (ahí sí que suele tocarle en exclusiva a las mujeres), puede haber incluso más razones por las que es importuna. ¿Y si esa persona no es heterosexual?, ¿y si está pasándolo mal por alguna ruptura o por no dar con un buen compañero?.

Es tan obvio que debería sobrar tener que decirlo. Callarse es un pequeño gesto de discreción, de prudencia, hacia alguien al que apreciamos.

La próxima vez, piénsalo dos veces.

¿Qué serie o novela relacionas con tu maternidad o tu paternidad?

Este fin de semana mi compañera Cecilia escribía en su blog seriófilo sobre Los soprano. Es una serie de la que se ha escrito mucho (y casi todo bueno), pero el enfoque que ella usaba me llamó especialmente la atención. El título de su post es Amamantar con ‘Los Soprano’ y contaba lo siguiente:

Para mí, Los Soprano ha quedado asociada a una época de crianza, de recuperarme de la cesárea, de experimentar el cambio más intenso de mi vida, porque, cuando mi vida se reducía a dormir cuando podía con la teta fuera, me proporcionó horas y horas de la mejor diversión.

Me llamó mucho la atención porque considero Los Soprano la serie de la paternidad de mi santo. Yo también intenté verla con él recién parida (Cecilia y yo tenemos dos niños de edades semejantes), pero fue un rotundo fracaso. Mi cuerpo de sangre y leche no me pedía mafias y violencia, por mucha calidad que tuvieran. Quería visionar historias más amables. Ese rechazo o mayor sensibilidad a la violencia nada más parida (o partida la pareja) que me he encontrado con frecuencia en muchas personas, no sé si sería también vuestro caso. Con un bebé en brazos o esperándome, no me apetecía transitar por los sucesos especialmente duros, las narraciones más cruentas.

Si hay una serie de televisión que relaciono con ese periodo de dedicación a un recién nacido es Las chicas Gilmore. Fue tras tener a Jaime, hace más de doce años. No había Netflix ni nada que se le pareciera y los DVDs llegaron a modo de regalo, uno estupendo. Disfruté mucho con las andanzas de aquella madre y aquella hija de ojos azulísimos y mentes raudas.

A Julia no la relaciono con ninguna serie de televisión. Tal vez con el segundo siempre sea distinto, no lo sé. En mi caso el puerperio fue muy diferente al de Jaime, en el que me dedicaba casi en exclusiva a cuidarle y cuidarme.

Julia tenía un mes cuando nos dieron el diagnóstico de autismo de Jaime. Fue un periodo complicado, repleto del arranque de las terapias, la asunción del diagnóstico, la búsqueda de un colegio adecuado, su estimulación en casa… No hubo largos ratos a solas con mi hija en el sofá, ni mucho menos.

Si algo hice en esos momentos fue leer mucho sobre el autismo, desde manuales sesudos a novelitas como El curioso accidente del perro a medianoche o los libros de Temple Grandin. Ese tipo de lecturas son las que relaciono con ese periodo.

¿Y vosotros? ¿Tenéis alguna serie o algún libro asociados a vuestra maternidad o paternidad?

Traspasar 35.000 alumnos con discapacidad a aulas ordinarias no será ni fácil, ni rápido, ni barato (ni posible del todo)

He escrito muchas veces en este blog sobre Educación Especial, sobre inclusión. Muchísimas. Doce años dan para mucho. Y últimamente para mucho más.

Para aquellos a los que el tema pille de lejos, resulta que en los últimos tiempos se ha recrudecido el debate sobre si eliminar o no (o dejar como algo residual) el sistema de Educación Especial existente en nuestro país, un modelo de escolarización paralelo en el que hay unos 35.000 alumnos en toda España (37.136 para ser más exactos, entre ellos uno de mis hijos) que organizaciones internacionales (empezando por la ONU) han asegurado que hay que revisar, buscando un modelo más inclusivo.

Primero la bulla tuvo lugar en Madrid, donde se temió que entrarían a propuesta de Podemos a eliminar todos los centros especiales, pero recientemente el debate se ha elevado a nivel nacional con la nueva modificación educativa que prepara el ministerio de Isabel Celaá.

Quieren que, de forma progresiva, se vaya reduciendo el número de alumnado en esta modalidad segregada. Muchos parecen haberse enterado ahora, aunque en realidad es algo que desde el ministerio de Educación ya habían apuntado ya en el pasado que pretendían hacer. En septiembre tuve la oportunidad de preguntar a la ministra a Celaá sobre este tema y me contestó en esa misma dirección que ahora parece haber pillado a tantos por sorpresa:

Recientemente he estado reunida con todas las organizaciones de Educación Especial. Absolutamente con todas, además de con Save the Children. Nuestro objetivo es ir reconduciendo a las personas que están en esos centros a los centros ordinarios, por vías transitorias, itinerarios, con tiempo, con perspectiva. Y obviamente eso no significa cerrar los centros de educación especial, pero sí dejar que sean para lo más perentorio. Todo el que pueda transitará a centros ordinarios, porque es bueno para los niños y niñas de Educación Especial, pero es bueno también para los que los reciben.

La nueva noticia, que no recalca esa intención de no cerrar los centros especiales aunque sí apunte que será un proceso y no un cerrojazo, ha hecho que muchas familias de alumnos escolarizados en Especial, para las que estos centros han sido un salvavidas tras malas experiencias en la inclusión de pacotilla que se lleva a cabo a día de hoy en la ordinaria (una inclusión pensada solo para los más aptos, a veces ni eso) se preocupen mucho y con razón.


Tampoco hay que olvidar la satisfacción de muchas otras familias (y organizaciones) que se aferran a lo ordinario con uñas y dientes, reclamando recursos y negándose a marchar a la vía especial por distintos motivos, incluso llegando a los tribunales y los medios de comunicación.

Dos luchas, dos posturas, igual de lícitas.

Es un asunto complejo para el que cualquier escrito en un blog se queda corto. Sería preciso un congreso en el que escuchar hablar largo y tendido a distintas voces para aprehenderlo del todo. Y como tema complejo, no tiene reflexiones ni soluciones rápidas y fáciles.

La última vez que yo escribí al respecto fue el último mes de julio y el titular resume mi postura: la inclusión sería lo deseable, pero mantener la Educación Especial es imprescindible a día de hoy.

Por supuesto que desearía que mi hijo con autismo (doce años, no habla, necesita supervisión constante y ayuda para casi todo) fuese al mismo centro público ordinario que mi hija, al lado de casa, en lugar de al especial especializado en autismo y concertado al que acude. Por supuesto que querría que estuviese allí, en el cole del barrio, bien atendido y estimulado, junto a niños neurotípicos. Por el bien de todos, de mi hijo, de los demás niños e incluso de la intendencia familiar, que no es lo más importante pero sí tiene su importancia.

Para que eso fuera posible necesitaría a una persona dedicada en exclusiva a él, ya,bien en el comedor y en los recreos. Eso es así, no hay otra opción. Y aun teniendo a una persona con él continuamente no podría estar de manera constante en su clase junto a sus veintitantos compañeros. Por seguridad, porque no son adecuadas para él, porque sería en ocasiones un elemento disruptivo en el aula. Tampoco podría participar en muchas actividades. Por ejemplo, él no soporta estar a oscuras en un teatro ni entiende lo que transmiten en la obra.

Mi hijo tiene doce años. En su colegio especial son, como mucho, cinco en clase. Tienen una o dos personas con ellos en un entorno seguro y con unos objetivos y actividades pensadas para ellos. A esa edad es, en muchos sentidos, como un niño de dos o tres años. Necesita que le enseñen a jugar, a entender su día a día, cuestiones de aseo personal básico, a regular su comportamiento, a terminar tareas en mesa tan sencillas como guardar en una caja roja las piezas rojas y en una azul las piezas azules. ¿Es viable incluirle en una clase de niños de doce años? No. ¿Es viable, con su tamaño y características, incluirle en una clase de niños de cuatro? Tampoco.

Si la inclusión es crear un aula diferenciada, con profesionales aparte, dentro del centro ordinario, eso no es inclusión, eso es educación especial incrustada en un colegio ‘normal’.

A ver, ese es el caso de mi hijo. Un caso particular. Pero hay muchos en Especial como él o parecidos.

Habrá otros menos afectados, no lo dudo, que se beneficiarían de una verdadera apuesta por la inclusión en los centros ordinarios. Por supuesto que sí. Y en un plano teórico estoy de acuerdo en apoyar que sigan en esa vía, lejos de la Especial, y que en la Especial haya muchos menos niños de los 35.000 que ahora hay ahí, que sea solo para los casos más imprescindibles.

El gran escollo es que la ordinaria no está preparada para una inclusión efectiva y real, ni siquiera de manera gradual, a menos que haya una inyección de recursos (sobre todo humanos y de formación) enorme.

Y la Especial que hay hoy día es muy mejorable. No es ni mucho menos la solución perfecta, por mucho que a día de hoy sea la mejor opción para miles de niños. Dejarla como está en plan gatopardesco tampoco es lo suyo. Con frecuencia lo que hay son grandes centros, también saturados, y dedicados a múltiples discapacidades, poco especializados. Para la especialización, por ejemplo en autismo, toca irse a la especial concertada o privada, que también la hay, si es que tienes suerte y tienes centros así cerca, con plazas disponibles y puedes pagarlo.

Es decir, que la inclusión en la ordinaria no está funcionando y que la especial no es ni mucho menos sinónimo de segregación (hay magníficos profesionales allí luchando por la inclusión en la sociedad de nuestros hijos desde esa vía), pero también es muy mejorable en muchos aspectos.

Si la intención de Isabel Celaá es de verdad que todo aquel alumno que pueda pasar o permanecer en ordinaria lo haga, dejar Especial solo para los casos más necesitados de soporte y que tanto una opción como otra mejoren, tiene mi bendición. ¿Cómo oponerse a algo así? El problema es que a día de hoy no lo creo posible. Ya estoy mayor para creer en mundos poblados por elfos y unicornios.

Mucha ambición para un Gobierno cogido con alfileres y con unos presupuestos generales que recuerdan a un globo en una fiesta infantil de cumpleaños. Mucho pedir para un ministerio que tiene como prioridad real otros asuntos más prácticos (menos a inversión a fondo perdido en términos estrictamente económicos) como mejorar la FP, que falta hace también.

Aún no conocemos la letra pequeña de ese proceso gradual para mermar el número de alumnos en Especial y lo poco que ha trascendido parece que podría beneficiar únicamente a los alumnos con discapacidad con más capacidades, pero que los números serán pequeños en exceso, eso ya os lo auguro yo.

O viene con un plan de viabilidad económica bien estudiado, un presupuesto abundante y planes efectivos de formación, o no pasará nada a la hora de la verdad. No hay que olvidar, además, la transferencia de competencias que hace que sean las Comunidades Autónomas las que tienen luego que hacer realidad los versos legislativos, cada una a su manera. Más leña para avivar el carajal.

No sé vosotros, pero yo hace mucho que dejé de pensar que los armarios viejos pueden esconder una puerta a Narnia. Pero habrá que prepararse, porque vienen cambios. No sé cuándo ni cómo, pero no se van a quedar sin sacudir el árbol de la Educación Especial.

(Elena Buenavista)

‘Todos los caminos’, una aventura en bicicleta por el síndrome de Rett, llega este viernes a los cines

Escucho síndrome de Rett y pienso en Josele y en María, a los que conozco desde hace siete tirando del carro de lograr fondos para dar a conocer e investigar esta enfermedad rara que solo afecta a las niñas, a unas 6.000 en España.

Recuerdo también el cuento La princesa sin palabras , nacido del amor de Laura por su hija Marta, del amor de Marta por la vida y del amor de Cruz por su amiga de la infancia y por la niña que tuvo, de la misma edad que la suya y afectada por el síndrome de Rett.

Recuerdo a una niña, recién diagnosticada, que conocí los años que pase en la sala de espera del centro de atención temprana mientras mi hijo con autismo recibía sus terapias. Recuerdo varios temas de compañeros de 20minutos. Recuerdo las guerras de otros padres de niños con enfermedades raras, que pelean por investigación y recursos y lo hacen mostrando lo que les pasa a sus hijos.

Visibilizar es muy importante. Lo que no se ve no es un problema, no se convierte en algo a solucionar.

A partir de ahora también pensaré en Martina, en su padre Francisco Santiago y en Dani Rovira, que le ha acompañado junto a Germán Torres y Martin Giacchetta en bicicleta hasta Roma y cuyo periplo, captado por Paola García Costas en el documental (Impulsado por Selecta Visión y Costas Films) Todos los caminos llega este viernes 11 de enero a las salas de cine acompañado de una canción de Antonio Orozco.

1.500 kilómetros pedaleando, pero también el día a día de Martina y su familia. Una manera de conocer el síndrome de Rett, pero también de conservar la esperanza en el ser humano. Hay mucha maldad, aún más mezquindad, pero también bondad y ganas de hacer del mundo un lugar mejor para todos.

En la web de la fundación Ocho Tumbao hay más información sobre esta película, que ojalá atraiga a mucha gente a las salas, porque desde la Fundación Ocho Tumbao tienen razón cuando dicen:

Es importante ir al cine a ver Todos los caminos no sólo por su calidad cinematográfica, que sin duda la tiene gracias a que todo el equipo ha hecho un trabajo excepcional. Es importante y es necesario, además, ver la película porque no dar la espalda a otras realidades y a otras problemáticas nos enriquece como personas. Nos convierte sin duda en seres más solidarios, más empáticos y, por supuesto, más humanos. Hablar sobre las enfermedades raras y darles visibilidad ayuda a difundir información sobre ellas y a denunciar la falta de fondos para investigación.


‘El monstruo de colores’, el cuento para conocer y desenredar emociones ahora es un juego de mesa para toda la familia

Hay unos cuantos cuentos infantiles que son auténticos best sellers por mérito propio. Es prácticamente imposible no estar inmerso en el universo infantil y no conocerlos y apreciarlos. Uno de esos libros ilustrados, recomendado hasta la saciedad y presente en muchos centros educativos y hogares con niños, es El monstruo de colores.

Los niños, a partir de los dos o tres años, necesitan aprender a reconocer y gestionar unas emociones que, con frecuencia, les abruman. Les sucede igual que al monstruo protagonista del cuento, que es un buen instrumento para ayudar en este necesario proceso madurativo.

Tras su éxito ha habido más libros de diferente tipo protagonizados por este simpático monstruo, muñecos, y hace poco (en noviembre) llegó un juego de mesa cooperativo de la mano de Devir y firmado por la misma autora del libro original, Anna Llenas, y también por Josep M.Allué y Dani Gómez.

Hemos podido probarlo y nos ha gustado mucho. Tiene una mecánica sencillísima; tan sencillas son sus reglas que si hay por casa un niño que tiene a partir de seis o siete años, me parece buena idea animarle a que sea él el que lea las instrucciones y las explique a los demás.

Las resumo: hay un tablero en el que están representados, con áreas de colores, las distintas emociones: alegría, enfado, tristeza, calma y amor. En cada zona hay una ficha que representa ese sentimiento del monstruo. Hay que ir tirando un dado que nos permitirá ir desplazándonos con la figura del monstruo una o dos casilla. Al llegar a una zona concreta siempre hay que contar algo, una experiencia, situación, objeto, persona… que nos inspire ese sentimiento. Si en esa zona había una ficha, hay que elegir el frasco en el que colocarla, practicando la memoria para dar con el color correcto. Si acertamos, ya la dejamos girada y colocada. Si el frasco es de otro color, la volvemos a dejar en su zona. Si damos con un frasco de revoltijo lo dejamos girado y acumular tres revoltijos a la vista implica perder. En el dado también hay una opción que nos permite ir a cualquier zona que queramos y otra que nos permite mover a la niña. Si niña y monstruo se encuentran en una misma área, podemos anular un revoltijo.

También hay un

Lo importante aquí no es el reto cognitivo que suponga, sino lograr una experiencia de juego bonita y constructiva, hablando de sentimientos, que es algo que no siempre resulta fácil (no solo a los niños, también a muchos adultos), y que hacemos con menos frecuencia de lo que deberíamos. Solo por eso, ya tiene un gran valor.

Es además un juego que permite que nos conozcamos mejor, a los demás y a nosotros mismos, porque pensar en lo que nos hace sentir calma, cariño, felicidad, rabia o tristeza, supone un sano ejercicio de reflexión a cualquier edad.

Es eminentemente un juego para niños, el tamaño y manejabilidad de sus elementos lo proclama. También lo hace el hecho de que las partidas son muy cortas. En unos diez minutos podemos haber logrado colocar cada sentimiento en su frasco. Y para niños muy pequeños. Está recomendado para niños a partir de cuatro apos, pero con tres años los habrá que ya pueden estar lanzando el dado. No obstante, creo que puede ser un bonito juego para las sobremesas familiares, involucrando también a abuelos y bisabuelos en la diversión.

Y es un juego que no alienta la competición. Como ya apunté, es cooperativo. Es entre todos cómo hay que ayudar al monstruo, lo que también es un valor. Sé que los juegos cooperativos son los menos, que la gente a veces no se siente motivada si no existe la opción de ganar y perder, pero yo confieso que disfruto mucho con este tipo de juegos y me parecen especialmente interesantes con niños. Algunos de nuestros pequeños son demasiado competitivos, cooperar jugando puede beneficiarles.

Con dos jugadores funciona bien y admite hasta cinco. Aunque habiéndolo probado, si son seis o siete tampoco va a ser un problema y nada impide jugar por equipos. Los juegos están para ‘hackearlos’ siempre que el objetivo sea disfrutarlos.

En las aulas puede ser un excelente instrumento. Se puede encontrar por unos treinta euros y no es imprescindible conocer el cuento en el que se ha inspirado. En las instrucciones incluye una pequeña guía con recomendaciones para ahondar sobre los sentimientos que aparecen mientras jugamos o para animar a los peques a expresar sus emociones.