Traspasar 35.000 alumnos con discapacidad a aulas ordinarias no será ni fácil, ni rápido, ni barato (ni posible del todo)

He escrito muchas veces en este blog sobre Educación Especial, sobre inclusión. Muchísimas. Doce años dan para mucho. Y últimamente para mucho más.

Para aquellos a los que el tema pille de lejos, resulta que en los últimos tiempos se ha recrudecido el debate sobre si eliminar o no (o dejar como algo residual) el sistema de Educación Especial existente en nuestro país, un modelo de escolarización paralelo en el que hay unos 35.000 alumnos en toda España (37.136 para ser más exactos, entre ellos uno de mis hijos) que organizaciones internacionales (empezando por la ONU) han asegurado que hay que revisar, buscando un modelo más inclusivo.

Primero la bulla tuvo lugar en Madrid, donde se temió que entrarían a propuesta de Podemos a eliminar todos los centros especiales, pero recientemente el debate se ha elevado a nivel nacional con la nueva modificación educativa que prepara el ministerio de Isabel Celaá.

Quieren que, de forma progresiva, se vaya reduciendo el número de alumnado en esta modalidad segregada. Muchos parecen haberse enterado ahora, aunque en realidad es algo que desde el ministerio de Educación ya habían apuntado ya en el pasado que pretendían hacer. En septiembre tuve la oportunidad de preguntar a la ministra a Celaá sobre este tema y me contestó en esa misma dirección que ahora parece haber pillado a tantos por sorpresa:

Recientemente he estado reunida con todas las organizaciones de Educación Especial. Absolutamente con todas, además de con Save the Children. Nuestro objetivo es ir reconduciendo a las personas que están en esos centros a los centros ordinarios, por vías transitorias, itinerarios, con tiempo, con perspectiva. Y obviamente eso no significa cerrar los centros de educación especial, pero sí dejar que sean para lo más perentorio. Todo el que pueda transitará a centros ordinarios, porque es bueno para los niños y niñas de Educación Especial, pero es bueno también para los que los reciben.

La nueva noticia, que no recalca esa intención de no cerrar los centros especiales aunque sí apunte que será un proceso y no un cerrojazo, ha hecho que muchas familias de alumnos escolarizados en Especial, para las que estos centros han sido un salvavidas tras malas experiencias en la inclusión de pacotilla que se lleva a cabo a día de hoy en la ordinaria (una inclusión pensada solo para los más aptos, a veces ni eso) se preocupen mucho y con razón.


Tampoco hay que olvidar la satisfacción de muchas otras familias (y organizaciones) que se aferran a lo ordinario con uñas y dientes, reclamando recursos y negándose a marchar a la vía especial por distintos motivos, incluso llegando a los tribunales y los medios de comunicación.

Dos luchas, dos posturas, igual de lícitas.

Es un asunto complejo para el que cualquier escrito en un blog se queda corto. Sería preciso un congreso en el que escuchar hablar largo y tendido a distintas voces para aprehenderlo del todo. Y como tema complejo, no tiene reflexiones ni soluciones rápidas y fáciles.

La última vez que yo escribí al respecto fue el último mes de julio y el titular resume mi postura: la inclusión sería lo deseable, pero mantener la Educación Especial es imprescindible a día de hoy.

Por supuesto que desearía que mi hijo con autismo (doce años, no habla, necesita supervisión constante y ayuda para casi todo) fuese al mismo centro público ordinario que mi hija, al lado de casa, en lugar de al especial especializado en autismo y concertado al que acude. Por supuesto que querría que estuviese allí, en el cole del barrio, bien atendido y estimulado, junto a niños neurotípicos. Por el bien de todos, de mi hijo, de los demás niños e incluso de la intendencia familiar, que no es lo más importante pero sí tiene su importancia.

Para que eso fuera posible necesitaría a una persona dedicada en exclusiva a él, ya,bien en el comedor y en los recreos. Eso es así, no hay otra opción. Y aun teniendo a una persona con él continuamente no podría estar de manera constante en su clase junto a sus veintitantos compañeros. Por seguridad, porque no son adecuadas para él, porque sería en ocasiones un elemento disruptivo en el aula. Tampoco podría participar en muchas actividades. Por ejemplo, él no soporta estar a oscuras en un teatro ni entiende lo que transmiten en la obra.

Mi hijo tiene doce años. En su colegio especial son, como mucho, cinco en clase. Tienen una o dos personas con ellos en un entorno seguro y con unos objetivos y actividades pensadas para ellos. A esa edad es, en muchos sentidos, como un niño de dos o tres años. Necesita que le enseñen a jugar, a entender su día a día, cuestiones de aseo personal básico, a regular su comportamiento, a terminar tareas en mesa tan sencillas como guardar en una caja roja las piezas rojas y en una azul las piezas azules. ¿Es viable incluirle en una clase de niños de doce años? No. ¿Es viable, con su tamaño y características, incluirle en una clase de niños de cuatro? Tampoco.

Si la inclusión es crear un aula diferenciada, con profesionales aparte, dentro del centro ordinario, eso no es inclusión, eso es educación especial incrustada en un colegio ‘normal’.

A ver, ese es el caso de mi hijo. Un caso particular. Pero hay muchos en Especial como él o parecidos.

Habrá otros menos afectados, no lo dudo, que se beneficiarían de una verdadera apuesta por la inclusión en los centros ordinarios. Por supuesto que sí. Y en un plano teórico estoy de acuerdo en apoyar que sigan en esa vía, lejos de la Especial, y que en la Especial haya muchos menos niños de los 35.000 que ahora hay ahí, que sea solo para los casos más imprescindibles.

El gran escollo es que la ordinaria no está preparada para una inclusión efectiva y real, ni siquiera de manera gradual, a menos que haya una inyección de recursos (sobre todo humanos y de formación) enorme.

Y la Especial que hay hoy día es muy mejorable. No es ni mucho menos la solución perfecta, por mucho que a día de hoy sea la mejor opción para miles de niños. Dejarla como está en plan gatopardesco tampoco es lo suyo. Con frecuencia lo que hay son grandes centros, también saturados, y dedicados a múltiples discapacidades, poco especializados. Para la especialización, por ejemplo en autismo, toca irse a la especial concertada o privada, que también la hay, si es que tienes suerte y tienes centros así cerca, con plazas disponibles y puedes pagarlo.

Es decir, que la inclusión en la ordinaria no está funcionando y que la especial no es ni mucho menos sinónimo de segregación (hay magníficos profesionales allí luchando por la inclusión en la sociedad de nuestros hijos desde esa vía), pero también es muy mejorable en muchos aspectos.

Si la intención de Isabel Celaá es de verdad que todo aquel alumno que pueda pasar o permanecer en ordinaria lo haga, dejar Especial solo para los casos más necesitados de soporte y que tanto una opción como otra mejoren, tiene mi bendición. ¿Cómo oponerse a algo así? El problema es que a día de hoy no lo creo posible. Ya estoy mayor para creer en mundos poblados por elfos y unicornios.

Mucha ambición para un Gobierno cogido con alfileres y con unos presupuestos generales que recuerdan a un globo en una fiesta infantil de cumpleaños. Mucho pedir para un ministerio que tiene como prioridad real otros asuntos más prácticos (menos a inversión a fondo perdido en términos estrictamente económicos) como mejorar la FP, que falta hace también.

Aún no conocemos la letra pequeña de ese proceso gradual para mermar el número de alumnos en Especial y lo poco que ha trascendido parece que podría beneficiar únicamente a los alumnos con discapacidad con más capacidades, pero que los números serán pequeños en exceso, eso ya os lo auguro yo.

O viene con un plan de viabilidad económica bien estudiado, un presupuesto abundante y planes efectivos de formación, o no pasará nada a la hora de la verdad. No hay que olvidar, además, la transferencia de competencias que hace que sean las Comunidades Autónomas las que tienen luego que hacer realidad los versos legislativos, cada una a su manera. Más leña para avivar el carajal.

No sé vosotros, pero yo hace mucho que dejé de pensar que los armarios viejos pueden esconder una puerta a Narnia. Pero habrá que prepararse, porque vienen cambios. No sé cuándo ni cómo, pero no se van a quedar sin sacudir el árbol de la Educación Especial.

(Elena Buenavista)

4 comentarios

  1. Dice ser José

    Una muy breve reflexión sobre la importancia de la adecuada educación de quienes tienen «necesidades educativas especiales»: https://dametresminutos.wordpress.com/2015/01/05/necesidades-educativas-especiales/

    15 enero 2019 | 10:51

  2. Dice ser marian

    Me parece que deben coexistir ambas modalidades, porque cada niño es un mundo.

    15 enero 2019 | 11:13

  3. Dice ser LaCestitadelBebe

    Yo no lo veo claro esto juntarlos, lo que debemos es quitar complejos, incluso se deberían seleccionar más, todos juntos creo que no sería viable, y más como bien dices cuando veamos la realidad de estos presupuestos!

    Besos!

    Anabel

    15 enero 2019 | 16:48

  4. Dice ser vale

    «Eso es educación especial incrustada en un colegio ‘normal»
    ¿y cual es el problema?
    Los otros niños se acostumbran a su presencia, se hacen más tolerantes que ahora, que ni los ven ni los conocen.
    Eso es muy positivo…eso si la calidad de materiales serán como los del resto que suele ser pésima incluso en los de pago.

    16 enero 2019 | 00:35

Los comentarios están cerrados.