Viaje a la guerra Viaje a la guerra

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.El horror de la guerra a través del testimonio de sus víctimas.

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Los túneles de la guerra: Somalia

Dentro de las secciones fijas de este blog contamos con una dedicada a los Túneles de la guerra, que comenzamos a escribir cuando en agosto de 2006, tras casi dos meses de negociaciones y búsqueda de contactos en Gaza, conseguimos adentrarnos en los pasajes subterráneos que conectan a la franja sitiada por Israel con Egipto.

Aquella asfixiante experiencia fue sin dudas la que despertó nuestro interés por el empleo de los túneles en los conflictos armados. Desde el asedio romano de Veyes del 396 A. C., que Tito Livio describe en Ab urbe condita; pasando por el cerco de Petersburg, Virginia, en 1864; hasta llegar a la Segunda Guerra Mundial, Corea, Vietnam, Afganistán, Bosnia y Líbano; estos han sido usados tanto para burlar sitios como para emprender ofensivas.

De hecho, la ofensiva israelí que aquel entonces cubríamos en Gaza – la operación «Lluvia de verano» – había tenido como detonante justamente la excavación a lo largo de seis meses de un túnel que arrancaba en un invernadero de Rafah y que salía a la superficie en un puesto militar de Israel.

El conducto bajo tierra que un comando de los Comités Populares de la Resistencia utilizó para capturar al soldado Gilad Shalit (aunque la prensa afirme que se trató de Hamás, que luego sí se hizo cargo del joven recluta para intentar cambiarlo por prisioneros palestinos en cárceles israelíes).

Mogruyer

En nuestro desembarco en Somalia del pasado mes de noviembre nada nos hizo vislumbrar la presencia de túneles en la capital somalí, donde las fuerzas de la Unión Africana y los integristas de Al Shabab luchan barrio por barrio, casa por casa, pues saben que quien se haga con el control de Mogadiscio ganará la guerra.

Según informa The New York Times, las tropas de la AMISOM tampoco estaban al tanto de la existencia de la red de pasajes subterráneos y trincheras empleadas por los islamistas para mover combatientes y armas por debajo de las zonas de la ciudad controladas por la fuerza multinacional. Una red que tenía más de una milla de extensión.

La descubrieron el fin de semana, durante una vasta ofensiva contra Al Shabab que dejó más de veinte muertos. Según oficiales de la Unión Africana, entre los fallecidos había insurgentes llegados desde Yemen, Paquistán y Siria.

Al Qaeda y la yihad

Los expertos suelen debatir sobre el verdadero ascendiente de esa cosa tan vaga y dada a las franquicias que es Al Qaeda, sin que nadie sepa a ciencia cierta cuál es el número de extranjeros que están peleando junto a Al Shabab. Una de las claves más concretas sobre la llegada de foráneos la dio la operación del FBI en Minnesota, cuna de los exiliados somalíes en EEUU.

Lo que sí deja en claro el hallazgo de los túneles en Mogadiscio, así como los numerosos atentados terroristas – como el que el lunes mató a siete personas en un centro de reclutas para la policía del distrito de Hamarjajab -, es la asesoría de los yihadistas internacionales con respecto a las tácticas, que en Somalia se asemejan cada día más a las seguidas en Afganistán y Pakistán.

Foto: «Policía de Mogadiscio», Hernán Zin

Controversia ante la detención de un avión ruso con material militar para Somalia

Fue una noticia que casi no tuvo repercusión en los medios de comunicación y que demuestra que aún continúa vigente en África la ecuación que tanto éxito tuvo en los años noventa:

Avión ruso + mercenarios sudafricanos + cargamento de armas + empresa privada de origen sombrío – embargo de armas de la ONU.

El avión en cuestión: un Antonov-24 que fue detenido el viernes 10 de diciembre. El lugar de la detención: Hargeisa, capital de Somalilandia.

Somalilandia, antigua colonia británica, se independizó del resto de Somalia en 1991. Si bien la comunidad internacional ha dado la espalda a esta decisión, lo cierto es que cada día son más las voces que la toman como un ejemplo a seguir: el lugar en el que los clanes somalíes supieron arreglar sus disputas a través del diálogo y no de la violencia.

Las últimas elecciones presidenciales dieron prueba de ello. Aunque muchos anunciaban un desenlance violento al estilo Zimbabue, Kenia o Costa de Marfil, el proceso electoral transcurrió sin mayores contratiempos. El nuevo presidente, Ahmed Mohamed Silanyo, asumió el poder en el mes de julio.

En tierra

En el aeropuerto de Hargeisa estuvimos para escribir este blog hace poco más de un mes. Coincidimos, justamente, con el primer viaje oficial de Ahmed Mohamed Silanyo, que se dirigía a la sede de la Unión Africana en Addis Abeba, Etiopía.

Se trata de un aeropuerto modesto, con una sola pista plagada de baches, pero con estrictas medidas de seguridad como consecuencia de los atentados que tuvieron lugar el 29 de octubre 2008 (seis terroristas suicidas, vinculados a Al Qaeda, atacaron el palacio presidencial, el consulado de Etiopía y las oficinas del PNUD dejando más de 30 muertos)

El Antonov-24 detenido en este aeropuerto por las autoridades de Somalilandia, había partido originariamente de Sudáfrica y había hecho escala en Uganda. Su destino final era la región semiautónoma de Puntlandia (cuna de la piratería en el golfo de Adén y en constante tensión con Somalilandia).

La trama

En su interior viajaban seis tripulantes rusos y dos ciudadanos sudafricanos. Estos últimos, que en un primer momento declararon ser periodistas, en realidad son contratistas – o mercenarios – de la empresa militar privada Saracen International. Dentro del Antonov-24 viajaban también unas 200 cajas con equipamiento militar. Fuentes oficiales de Somalilandia hablan de armas; otras afirman que se trata de uniformes.

Diversas fuentes sostienen que, a pedido del gobierno de Puntlandia, Saracen International está entrenando y armando a unos mil hombres para que luchen contra la piratería. Una operación en la que, según AP, participan:

. Michael Shanklin, antiguo jefe de la CIA en Mogadiscio.

. Pierre Prosper, embajador durante la administración Bush.

. Bill Pelser, ex miembro de las fuerzas especiales de Sudáfrica.

. Salim Saleh, hermano menor y asesor del presidente de Uganda.

La operación estaría siendo financiada por un país árabe.

Las críticas

No son pocas las críticas que ha recibido esta operación desde que saliera a la luz por la detención del Antonov-24 en Somalilandia. Las principales:

. La mayoría de los soldados de AMISOM (la fuerza de pacificación de la Unión Africana para Somalia) son ugandeses. Es más, la semana pasada, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el envío de otros 4.000 soldados del UPDF a Somalia. Que los somalíes vean que el hermano del presidente de Uganda, Salim Saleh, está haciendo negocios privados con tropas y armamentos resulta muy controvertido. Un escenario que recuerda asimismo a las vinculaciones de Erik Prince, dueño de Blackwater/Xe, con el partido republicano durante la guerra de Irak. Terreno abonado para la propaganda de Al Shabab.

. La participación de un antiguo miembro de la CIA y de un embajador de la era Bush, tampoco tendrá muy buena acogida entre los somalíes, siempre recelosos de toda intervención extranjera. Más leña al fuego de la propaganda islamista.

. Es funsión de AMISOM armar y entrenar a las milicias locales. The East African afirma que la operación organizada por Saracen International no cuenta con la aprobación de la Unión Africana.

. Causa resquemores la posibilidad de que el equipamiento militar termine en manos de Al Shabab, pues en la zona opera Mohamed Said Atom, señor de la guerra acusado ya en el pasado de vender armas a los islamistas.

. Crece la tensión con Somalilandia, que teme que estas milicias puedan eventualmente ser usadas en su contra.

. El Antonov-24 detenido en Hargeisa podría haber violado el embargo de armas impuesto por la ONU a Somalia en 1992.

Los tripulantes del avión están siendo procesados por las autoridades judiciales de Hargeisa.

Retroceso y unión de los islamistas radicales en Mogadiscio

La impresión que tuvimos hace poco más de un mes, al recorrer las calles de Mogadiscio junto a la Unión Africana, fue la de una ciudad fracturada por la violencia en la que hasta el presidente Sharif Ahmed, con quien nos encontramos en el puerto, tiene serios problemas para desplazarse o para evitar que loa disparos de los francotiradores y el fuego de mortero alcancen su residencia, conocida como Villa Somalia.

Sin embargo, dos artículos publicados esta semana señalan que las principales fuerzas islamistas que luchan en la capital del país contra el Gobierno Federal de Transición y las tropas ugandesas de la AMISOM, estarían retrocediendo en sus posiciones.

Al Shabab

The Economist sostiene que Al Shabab, la más radical de las facciones islamistas, vinculada a Al Qaeda y su jihad global, habría pasado de controlar el 60% de Mogadiscio al 40% en apenas unos meses.

El mapa publicado por el semanario en su último número, muestra cómo la línea en la que luchan contra el Gobierno y las tropas de la Unión Africana habría retrocedido algo más de un kilómetro hacia el norte. Podrá sonar a poco, pero lo cierto es que la batalla de Mogadiscio se lucha metro a metro, casa por casa. Batalla en la que se juega el futuro del país.

En estos momentos, la mayor parte de los choques tienen lugar en el distrito de Bondere. Y si bien ha sido una victoria importante para la AMISOM recuperar el control del antiguo hospital militar de la capital, Al Shabab aún domina el mercado de Bakara, su centro neurálgico de operaciones.

Este retroceso podría explicarse en parte como consecuencia del fracaso de la vasta ofensiva lanzada por Al Shabab en agosto y septiembre, en la que perdieron la vida más de 700 de sus hombres, entre los que se contaban combatientes chechenos, saudíes y uzbekos (el número estimado de extranjeros enrolados en Al Shabab varía según la fuente, de 300 a 1.200).

El Ministro de Información, Abdulkareem Hassan Jama, declaró recientemente que espera que el Consejo de Seguridad de la ONU de luz verde a la Unión Africana para que eleve el número de efectivos de la AMISOM de ocho mil a doce mil para poder afianzar así el territorio recuperado y seguir avanzando. Su gobierno intenta desesperadamente imponer el orden antes de que venza el plazo de su mandato: agosto de 2011.

Hizbul Islam

La otra noticia llega a través del New York Times, que habla de una desbandada del otro destacado grupo islamista radical: Hizbul Islam. Mohamed Ibrahim informa desde la misma Somalia que los miembros de la organización de Hassan Dahir Aweys estarían abandonando sus posiciones en Mog para unirse a Al Shabab, con la que mantienen un conflicto intermitente desde 2009, especialmente por la recolección de impuestos en la ciudad portuaria de Kismayo.

Hizbul Islam siempre ha mantenido un discurso más nacionalista, crítico de la posición wahabista y seguidora de Bin Laden de Al Shabab, además de rechazar los atentados suicidadas. En lo que sí concuerda con Al Shabab es en la aplicación de una versión brutal de la sharia o ley islámica (que describo en este reportaje publicado en El País).

Falta tiempo para poder hablar de una tendencia sostenida, sobre todo por la capacidad de rearme y reposicionamiento de estos grupos, como ya demostraron tras la invasión etíope con respaldo de Washington de diciembre de 2006, de la que surgieron sumamente fortalecidos.

Foto: Soldado de la AMISOM en blindado, Mogadiscio (Hernán Zin)

Mogadiscio Tour (vídeo)

Lo había comentado en estas páginas hace un par de años, cuando fuimos empotrados con la 101 Divisón Aerotransportada en el Valle del Tagab, Afganistán: la sensación de alienación, de aturdimiento, que produce recorrer una zona de conflicto en carro blindado.

El rugido del motor y del aire acondicionado que apenas te permite escuchar, oler, palpar, lo que sucede a pocos metros de ti, en la calle; el casco, que más que nada sirve para amortiguar los golpes que te das contra el techo cada vez que pasas por encima de un bache, y el chaleco antibalas que, además de asfixiarte, te vuelve lento, torpe y pesado (bueno, no demasiado más de lo habitual en mi caso) al tener que moverte entre los soldados, los fusiles y la munición.

Para agregar aún mayor caos y confusión al periplo luchas al mismo tiempo con la cámara, que hace los balances de color más extraños debido a los cristales tintados y el sol radiante que suele imperar en estos sitios, y con la frustración de no poder capturar un plano decente, estable, de más de tres segundos, pues los blindados, por la altura, se sacuden como si estuvieras en el epicentro de un terremoto.

Más allá de mi torpeza congénita para editar (que poco ha progresado desde aquel otro recorrido en coche por el Líbano devastado por las bombas, que publicamos aquí en 2006), en este vídeo intenté repasar con sosiego y sin prisas lo que hace un par de semanas viví como una suerte de salto al vacío. Me sorprendió, al volver a las imágenes, cómo la gente sigue adelante con sus vidas cotidianas a pesar de encontrarse en la ciudad más peligrosa del planeta.

Comerciantes, desvencijados matatus, niños que camina en busca de agua. En realidad, más que una sorpresa, una reafirmación, una confirmación, de la capacidad de superación y resistencia del ser humano, plasmada negro sobre blanco en la sordidez de la guerra, pues algo similar ya había anotado en este blog en Gaza, Congo o las favelas de Brasil.

También traté de reflejar a través de la música justamente la sensación de alienación, de insalvable distancia con el universo que te rodea cuando vas en un blindado. Un poco el absurdo de todo esto, de la violencia en general, como el «enrevesado» final del vídeo.

Volar para contarla: en el aeropuerto de Mogadiscio (2)

A diferencia de lo que sucedió en Kabul y Sarajevo, cuyas pistas de aterrizaje sí permanecieron abiertas durante los combates, la guerra civil de Somalia mantuvo cerrado el Aeropuerto Internacional de Mogadiscio a lo largo de un buen número de años.

Como consecuencia, los aviones comerciales y de cargo se veían obligados a aterrizar en el conocido como KM50, que no es mucho más que una pista de tierra, pero lo suficientemente alejada de la capital – cincuenta kilómetros – para ofrecer cierta seguridad a los pilotos.

De regreso a las alturas

En julio de 2006, la lucha entre señores de la guerra, islamistas y el Gobierno Federal de Transición liderado por el controvertido Yusuf Ahmed, llegó a su fin debido a la victoria de la Unión de Cortes Islámicas (UCI). Un mes más tarde, el 3 de agosto, el Aeropuerto Internacional de Mogadiscio volvía a funcionar.

El primer avión, un MD-82, que despegó de la pista que corre junto a las aguas esmeralda del océano Índico pertenecía a la mítica African Express Airways (la compañía privada más antigua de África oriental, como bien demuestra el estado de sus aviones, sobre la que ya escribí en este blog). Se dirigía rumbo a Nairobi, donde la empresa tiene sus oficinas.

Pero la estabilidad en Somalia, país que parece condenado a perpetuidad a la violencia, no superó los seis meses. A final de año, Etiopía lanzó una invasión respaldada por los EEUU. La administración Bush, que quería terminar con la presencia de Al Qaeda en el Cuerno de África, no calculó que la acción armada resultaría un espaldarazo para los elementos más radicales de la UCI, como Al Shabab.

El avance de las tropas etíopes apenas logró ser contestado por los islamistas, que se refugiaron en el sur del país. Así, el aeropuerto de Mogadiscio, consiguió seguir funcionando (aunque fue bombardeado puntualmente por aviones de Etiopía el día en que empezó la campaña militar).

En honor al mejor presidente

El 8 de junio de 2007, el Gobierno Federal de Transición lo rebautizó: Aden Abdullah Osman Daar (por alguna razón que desconozco, y que quizás alguno de ustedes pueda aclarar, Wikipedia insiste en llamarlo Aeropuerto Aden Adde). En somalí: Garoonka Caalamiga Ee Aadan Cabdulle.

Ese mismo día, Aden Abdullah Osman Daar acababa de morir en Kenia. Tenía 99 años de edad. Además de ser el primer presidente del país, había sido el primer mandatario del continente en abandonar pacíficamente su puesto, en 1967, para dejarlo en manos de su antiguo primer ministro, Abdirashid Ali Shermarke, que acababa de derrotarlo en las elecciones. Un hombre respetado por los somalíes debido a su honestidad.

Abdirashid Ali Shermarke moriría dos años más tarde asesinado por sus guardaespaldas. El general Siad Barre tomaría entonces el poder central que conservaría hasta la debacle de 1991 que daría comienzo a la guerra civil que hoy continúa.

Bajo las bombas

A pesar del legado de Aden Abdullah Osman Daar, el aeropuerto que lleva su nombre ha sido escenario de repetidos ataques y atentados suicidas, que suelen tener como objetivo al presidente Ahmed Sharif, islamista moderado y antiguo miembro de la UCI, en su viajes al extranjero, al que los miembros de Al Shabab acusan de ser un títere de Occidente. Destacan en la lista:

. 3 de marzo 2007: Al Shabab derriba un Il-76 de Bielorrusia al despegar de Mogadiscio. Mueren sus 11 tripulantes. Acababan de traer insumos para las fuerzas de AMISOM, la misión de la Unión Africana.

. 17 de septiembre 2008, el aeropuerto permanece cerrado 24 horas ante las amenazas de lanzar un ataque masivo por parte del Al Shabab (en mayo de 2008, Aden Hashi Farah «Ayrow», líder de Al Shabab y miembro de Al Qaeda, había muerto en un ataque lanzado por EEUU).

. 13 de abril 2009: el avión en que el congresista demócrata por Nueva Jersey, Donald Payne, iba a dejar Mogadiscio tras reunirse con integrantes del Gobierno Federal de Transición, fue atacado por Al Shabab. Dos años, Jendayi Frazer había sido la primera representante de EEUU en poner pies en el país en una década. Sólo pasó por Baidoa, sede en aquellos momentos del gobierno, sin animarse a visitar la capital.

. 24 diciembre 2009: un hombre es detenido por las autoridades por llevar 3,5 millones de dólares en la maleta. Se dirigía rumbo a la ciudad de Galkayo. Se supone que era dinero para impulsar a las fuerzas de Al Shabab en su lucha contra el gobierno de Puntlandia.

. 30 diciembre 2009: aunque el aeropuerto no cuenta con máquinas de rayos equipos ni con detectores de metales, los soldados de AMISOM logran detener a otro hombre que se dirigía hacia Dubai con materiales químicos, líquidos y jeringuillas capaces de causar una explosión (estrategia similar a la seguida por el terrorista de los calzoncillos proveniente de Nigeria en un vuelo a Detroit).

. 10 de septiembre 2010: tiene lugar el más espectacular de los atentados, cuando dos coches bombas matan a cinco personas.

Te tienes que bajar

Como fui narrando en las dos entradas anteriores, el avión toca tierra y avanza hacia la terminal. Nos detenemos en un costado. Se abre la puerta. Asomo la cabeza para descubrir el pavimento desierto, bajo un sol de justicia. Los pilotos se despiden, así que no me queda más remedio que bajar. Aquí la precaria seguridad de la aeronave, allí la capital de Somalia, tomada en la mitad de sus barrios por Al Shabab, cuyas fuerzas los soldados ugandeses de AMISOM apenas logran contener.

Intento grabar estos primeros instantes en suelo somalí. Levanto la cámara hacia los todoterreno blancos de la Unión Africana que nos esperan tras los bloques de hormigón, pero no veo más que imágenes borrosas. El cambio de temperatura ha hecho que se empañara la lente (para la próxima, líquido antivaho, indispensable).

Lo que no puedo evitar es la extraña emoción que me embarga. Llevo queriendo venir al país desde 2006, cuando tenía sitio esperándome en un vuelo de la ONU desde Nairobi. El secuestro del soldado Gilad Shalit me obligó a quedarme en Gaza. Para cuando pude regresar a África, ya la invasión etíope había tenido lugar, por lo que los seis meses de gracia de la UCI habían llegado a su fin, y allí donde iba a pedir una vía de acceso – fuera con la ONU, MSF o el propio gobierno somalí – no encontraba más que rotundas negativas.

Más tarde, mi admirado compañero Eduardo Molano me hará la foto frente al cartel del aeropuerto. Un recuerdo cargado de sensaciones encontradas.

Volar para contarla: en el aeropuerto de Mogadiscio (1)

Cuando el avión carretea por la pista del aeropuerto de Mogadiscio, gira a la izquierda y pone rumbo al edificio recién refaccionado de la terminal, aparecen a los restos de un mastodóntico Antonov soviético, partido en dos, sobre cuyo accidente ni los pilotos ni la gente a la que luego preguntaré en la ciudad saben dar precisión alguna.

Supongo que la aeronave sigue allí, varada a un costado del pavimento, hundida en la arena, porque en esta parte del mundo existen demasiadas otras labores urgentes que acometer.

En este sentido, el Antonov, por debajo de cuyo esqueleto pasaré horas más tarde en dirección al centro de la urbe en la que las tropas de la AMISOM y de Al Shabab luchan casa por casa, barrio por barrio, habla de un aeropuerto que ostenta una historia tan convulsa como la de la propia Somalia.

De colonias, independencias y secuestros

El aeropuerto de Mogadiscio fue construido en 1940 por los colonizadores italianos que dominaron el país desde finales del siglo XIX hasta la ocupación británica de 1941 (oficialmente, el poder de Italia cesó en 1947, aunque lo siguió administrando hasta 1960 según establecía el Consejo de Administración Fiduciaria de las Naciones Unidas en el que se incluyó a este territorio).

El gobierno de la recién establecida República de Somalia, que abarcaba también a la Somalilandia británica, lo rebautizó Aeropuerto Internacional de Mogadiscio. Los aviones que lo empleaban eran en su mayoría DC-3 pertenecientes a la desaparecida Somali Airlines. En aquellos tiempos se realizaron planes para ampliar sus instalaciones que finalmente nunca se llegaron a hacer realidad.

El 13 de octubre de 1977, el Aeropuerto Internacional de Mogadiscio fue escenario del secuestro de un Boeing 737-230 de la compañía Lufthansa por parte de cuatro integrantes del FPLP (Frente Popular la Liberación de Palestina). Cinco días más tarde, las fuerzas especiales GSG 9 de la República Federal Alemana liberaban a los 86 pasajeros y tripulantes del Landshut (nombre que tenía aquel avión que seguiría en servicio durante siete años).

Tras algunos Black Hawk derribados

Trece años más tarde, grupos rebeldes tomaron la ciudad. El dictador Siad Barre, que estaba al frente del país desde 1969 – primero con apoyo soviético, y luego, tras la Guerra de Ogaden contra Etiopía en 1977, con el de EEUU – se vio obligado a abandonar el gobierno y buscar el exilio en Kenia. Lo sucedió un vacío provocado por las luchas entre los llamados «señores de la guerra».

El 3 de diciembre de 1992, la resolución 794 del Consejo de Seguridad de la ONU autorizaba la intervención de una fuerza multinacional liderada por EEUU para «establecer un ambiente seguro para las misiones humanitarias en Somalia en el menor tiempo posible». Además de guerra y anarquía, Somalia sufría una devastadora sequía. Fue así como el aeropuerto de Mogadiscio presenció el desembarco en su pista de 1.300 marines el 9 de diciembre de 1992. Comenzaba la operación Restore Hope.

Esa pista pegada a las aguas esmeralda del Índico vio también como casi cinco años después – y 157 cascos azules fallecidos de las misiones UNOSOM I y II, además de unos cuantos Black Hawk derribados y un nuevo nombre de operación militar: United Shield- las fuerzas que habían llegado con la intención de establecer la paz abandonaban Somalia para no volver hasta el año 2007, transformadas ahora en los 7.500 soldados ugandeses y burundeses de la Unión Africana.

Foto: HZ

Continúa…

El imparable avance de Al Shabab en Somalia

“Nos tuvimos que ir de Merca hace un año”, me dice Christophe, uno de los responsables de seguridad de la ONU en Somalia, al tiempo en que levanta la cabeza con gesto de resignación hacia la ciudad, bañada por las aguas del Índico, que aparece en la ventanilla del avión que nos conduce a Mogadiscio, la siguiente urbe en dirección norte. “No volamos por encima de ella para evitar que nos disparen”.

Comentarios semejantes escucharé a lo largo del viaje de otros responsables de seguridad, trabajadores de ONG y pilotos. “Hace unos años aún podíamos ir a Kismayo. Ahora es casi imposible aterrizar en cualquier lugar del sur del país, a menos que lleves khat”, afirma Andrew, comandante de un vuelo del Programa Mundial de Alimentos, que a continuación recuerda el secuestro sufrido por una tripulación keniana en territorio somalí en 2008.

La mitad del país

La organización Al Shabab lo ha manifestado en incontables ocasiones: no quiere la presencia de extranjeros en Somalia. Como consecuencia, cada territorio, cada ciudad, que ha ido conquistando en su meteórico ascenso al poder ha provocado el éxodo de los foráneos allí establecidos y el cierre absoluto del sitio a todo lo que esté relacionado con Occidente, incluida la ayuda humanitaria.

Según muestra en color verde oscuro el primer mapa, no nos referimos a zonas marginales del que es considerado como el Estado fallido por antonomasia, sino a la mayor parte del centro y sur del país a excepción de Mogadiscio, donde la guerra contra las tropas de la AMISOM (la misión de paz de la Unión Africana), se lucha barrio por barrio, casa por casa. Como dice un buen amigo, conocedor en profundidad de la realidad somalí: “El que gane la capital lo gana todo”.

El segundo mapa, fechado el 1 de enero de 2008, refleja cuán vertiginoso ha sido el ascenso al poder de Al Shabab y cuán rápida la decadencia del control ejercido por el Gobierno Federal de Transición (en color celeste), que si se sostiene en pie es por el apoyo de los 7.500 soldados de ugandeses y burundeses de la AMISOM.

De las muchas similitudes que Al Shabab tiene con los talibanes, quizás una de las menos trascendentes sea que ambos movimientos surgen de la zona sur y avanzan hacia el norte en busca del poder. Así como en Afganistán se habla en ocasiones de dividir el territorio y crear un nuevo estado llamado Pastuntán (estado pastún y talibán), aquí en Somalia, con Somalilandia independizada en 1992 y Puntlandia a la deriva (fue el territorio que más tardó en darme el visado y en negarme el permiso de filmación), el sur, agrícola y bañado por las aguas del río Juba, ya tiene dueño indiscutible.

Génesis y escisión

La Unión de Cortes Islámicas (UCI) gobernó durante seis meses Somalia en 2006. La invasión etíope, respaldada por la administración Bush, de diciembre del mismo año, puso fin al que no pocos consideran el período de mayor estabilidad y menor violencia de las últimas dos décadas de historia de Somalia.

Al Shabab, brazo armado de la UCI, ganó apoyos y fuerzas al enfrentarse a las tropas etíopes que con sus blindados y aviones poco tardaron en hacerse con el control de la antigua colonia italiana. Al Shabab, que en árabe quiere decir “los jóvenes”, se desmarcó de los sectores islamistas moderados de la UCI – como Sharif Ahmed, el actual presidente del Gobierno Federal de Transición – , y descubrió al mundo una ideología radical, intolerante y brutal, que la asemeja también a los talibanes que tomaron Kabul allá por 1996, además de vinculaciones con Al Qaeda y la yihad internacional.

Continúa…

La imposible tarea de ser presidente en Somalia (2)

A las tres horas de haber puestos los pies en el puerto de Mogadiscio, nos dicen que debemos trasladarnos hasta las dársenas porque, finalmente, el presidente Sharif Ahmed está a punto de llegar.

Como escolares, avanzamos en fila india, rodeados de soldados de la Unión Africana. Pasamos primero los extranjeros, luego las autoridades locales. A nuestras espaldas, sitiado por las moscas, los restos del malogrado banquete de bienvenida. Y la tarta, que ya no es más que una estructura decadente y acuosa. Somalia no parece el mejor sitio para organizar actos institucionales ni celebraciones de ningún tipo.

Las fotos de rigor a la torre de control del puerto construida con dinero de la cooperación japonesa, y el consiguiente pedido de los responsables de seguridad de la ONU de que nos pongamos a recaudo, bajo un techo, detrás de unas columnas, por miedo a los disparos de los francotiradores y el fuego de mortero.

Se suceden los minutos… Sharif Ahmed, islamista moderado y aliado de Occidente, no aparece por ninguna parte. Hablo con un somalí que me dice que le problema del país es que es escenarios de demasiados intereses extranjeros (por una parte el apoyo de EEUU y Europa al Gobierno Federal de Transición; por otra el de Al Qaeda y la yihad internacional a Al Shabab). Intereses que complican un posible diálogo entre las facciones que protagonizan la guerra civil.

¿Con quién dialogar?

El diálogo es siempre la solución para los conflictos armados, me digo. La máxima fundamental que debe prevalecer. Pero en este caso, que recuerda a lo que sucede con los talibanes en Afganistán, cómo sentarse a negociar con fanáticos como Al Shabab, que en las zonas que controlan del sur agrícola del país prohíben los sujetadores, la música, las fotos; apedrean a los acusados de infidelidad conyugal y cortan las manos a los ladrones (aquí un reportaje que escribí para El País hace un año sobre el tema).

Quizás la clave esté en apelar a los líderes moderados de esta formación que, gracias a la invasión etíope respaldada por Bush, en apenas dos años se ha hecho sumamente poderosa. Lo mismo que están intentando en el país del Hindu Kush, con transporte de altos mandos talibanes a Kabul por parte de las fuerzas del ISAF incluido, según cuenta The Economist.

Un obstáculo a esta estrategia de diálogo es que mientras la guerra continúe, serán los extremos y no los moderados, los que estén en control, como tan a menudo sucede. Otro problema es la sustantiva presencia de combatientes extranjeros, llegados desde Europa, EEUU y Asia, para luchar con Al Shabab. Elementos vinculados a Al Qaeda que, alentados por los éxitos conseguidos en la lucha armada, parecen determinados a llevar hasta el final su guerra contra Occidente.

Pero inclusive sin el juego de intereses foráneos, los somalíes deben enfrentar a sus propias divisiones internas: las tensiones ancestrales entre clanes, subclanes y familias, tan dados a la violencia como forma de arreglar sus disputas. En este sentido, cierto atisbo de esperanza lo da Somalilandia, donde los clanes sí supieron alcanzar cierto equilibrio de poder. País este, donde empezó la revuelta contra el dictador Siad Barre, que la comunidad internacional debería reconocer para poner ejemplo de lo que Somalia podría algún día ser, aunque hoy resulte tan infructuoso de vislumbrar.

El presidente existe

“Ahí viene el presidente”, dice el albanés encargado de seguridad de la ONU. Empujones, carreras, flashes de vetustas cámaras de periodistas locales. Entre una nube de soldados ugandeses de la Unión Africana progresa Sharif Ahmed. Más que un hombre aguerrido, determinado, capaz de imponer el orden en este país que figura en los diccionarios modernos como el estado fallido por antonomasia, la silueta que se vislumbra entre la multitud – tocada un por un fez blanco, bajo una americana azul marino y camisa blanca – es la de una persona esimismada, vulnerable, de fisonomía enjuta, casi adolescente.

Más empujones, más carreras, al mejor estilo tercer mundo, donde hacer fila o respetar el espacio personal del otro son conceptos desconocidos. Y en un instante nos encontramos todos dentro del edificio de la torre a inaugurar. Apretujados, ahogados por el calor y el peso de los chalecos antibala.

Un somalí, al que deberían darle el premio Nobel de algo, tiene la brillante idea de cerrar con llave las puertas. En los segundos previos a que el presidente comience a hablar, nos miramos incómodos. A ver quién tiene debajo de la ropa la carga de explosivos que hará terminar la ceremonia con una salva que no era la planeada (al menos por nosotros, claro).

Hablan los líderes locales. Habla el italiano responsable del Programa Mundial de Alimentos (cuya organización usa el puerto para traer desde Mombasa la ayuda humanitaria tan necesaria en este país con dos millones de hambrientos de entre ocho millones habitantes). Habla con voz casi imperceptible el presidente del Gobierno Federal de Transición. Se abren las puertas. Más discursos y declaraciones. Cortan las cintas de rigor. Nos reparten unos folletos ilustrativos. Y Sharif Ahmed se va a toda prisa por donde había venido.

Es entonces cuando descubro que no tiene un dispositivo de seguridad especial, ni helicópteros o legiones de guardaespaldas. Se sube a un carro blindado de la Unión Africana idéntico al que nos ha traído a nosotros hasta aquí desde el cuartel general de AMISOM. Sentado en el asiento trasero, proyecta aún una mayor sensación de soledad, de vulnerabilidad, si es que esto es posible.

Halloween en Mog

Después nos llega el turno a nosotros. Mogadiscio circula raudamente por las ventanillas. Ahora bañada por una luz anaranjada, declinante, que alarga las sombras y ahonda la sensación de hostilidad imperante. Poco falta para que conlcuya este lunes 1 de noviembre de 2010.

Cuando ya se atisban los puestos de control de la base de AMISOM, me relajo. Pienso en los amigos que en Madrid se deben estar disfrazando para salir a la fiesta de Halloween, del Día de los muertos. Curiosas siempre las realidades paralelas que conviven en nuestro mundo. El sábado estaba también en España.

Me digo que así, con el chaleco antibalas, la camiseta empapada de sudor y el casco que me queda demasiado pequeño sería la sensación en cualquier celebración en Madrid. Pero para vestimentas incómodas, sin dudas la que le ha tocado al pobre Sharif Ahmed, cuyo nombramiento tantas esperanzas nos había despertado en febrero de 2009.

La imposible tarea de ser presidente en Somalia (1)

Hay lugares que tienen muy mala prensa, pero que cuando pones los pies en ellos y los vives un poco terminas por decirte a ti mismo: “No es tan peligroso como pensaba”. En Mogadiscio, capital de Somalia, he descubierto una ciudad consecuente hasta el paroxismo con su reputación de ser uno de los lugares más jodidos del mundo.

La forma en la que Sharif Ahmed, el presidente del Gobierno de transición del país, se ve obligado a desplazarse habla a las claras de la violencia fraticida que desde hace casi dos décadas sufre esta urbe situada a orillas del océano Índico.

Un paseo por Mogadiscio

El cuartel de AMISOM – la paupérrima misión de paz de la Unión Africana para Somalia – se encuentra junto al Aeropuerto Internacional Aden Adde. Soldados ugandeses dormitando en sillas de plástico. Contenedores de metal, que hacen de oficinas y barracas, esparcidos entre las dunas de arena.

Nos dan una breve charla de seguridad. Nos entregan los chalecos antibala. Y partimos en un convoy de cuatro blindados hacia la ciudad (de regreso, parte de la comitiva será alcanzada por una bomba situada a un lado de la carretera sin que se tuvieran que lamentar víctimas mortales).

Las barreras de concreto destinadas a frenar atentados suicidas como el que tuvo lugar en el aeropuerto el pasado 9 de septiembre – cuando un comando de Al Shabab se lanzó cargado de explosivos hacia el avión del presidente dejando diez muertos a su paso – anuncian la aparición de cada puesto militar de AMISOM.

La soledad e impotencia de los militares ugandeses allí dispuestos me recuerda a la de los soldados y policías locales que en la inmensidad de la geografía afgana aguardan con resignación tras las bolsas rellenas de escombros a que aparezcan los talibanes para dejar los AK-47 y salir huyendo.

El lugar donde cayó el Black Hawk. El famoso Kilómetro Cuatro. Después civiles armados, coches destartalados y camionetas con ametralladoras duchka en sus espaldas. Arterias flanqueadas por basura, tapizadas por un delgadísimo manto de arenisca.

En las fachadas de las casas, plagadas de agujeros de balas e impacto de mortero, se vislumbran todavía algunos viejos carteles escritos en italiano. En la fuga que se abre tras cada esquina, el reflejo de las olas de un mar tan magnífico, plácido y verde como indiferente al destino de los habitantes de las costas que baña.

Bienvenido Mister Sharif

Llegamos al puerto de Mogadiscio, donde hoy se inaugura una torre construida con dinero de la cooperación japonesa. Nos piden que caminemos, que no nos detengamos, por miedo a los francotiradores y los disparos de mortero.

La escena con la que me encuentro en una suerte de patio techado no podría ser más surrealista: de un lado de la mesa, los representantes de la ONU empapados de sudor bajo sus chalecos antibalas; del otro, los representantes somalíes de la autoridad portuaria; en el medio: hamburguesas, samosas, bananas, latas de Coca Cola, Sprite, Fanta, botellas de agua y una enorme tarta conmemorativa sitiada por las moscas. Bienvenido Mister Marshall pero con disparos de fondo y diálogos en versión original somalí.

Christophe, el albanés coordinador de la seguridad, nos dice que el presidente Sharif Ahmed está a punto de llegar. Nos pide que nos situemos fuera del camino, en una esquina.

Nerviosismo entre los soldados africanos que temen que a algún suicida de Al Shabab se le ocurra asistir sin invitación, como hicieron el 24 de agosto en el hotel Muna, matando a 33 personas entre las que se contaban seis miembros del gobierno y cinco oficiales del ejército (o el 3 de diciembre de 2009, en el hotel Shamo, llevándose consigo la vida de tres ministros del Gobierno Federal de Transición).

Pasan los minutos… El antiguo miembro de la Unión de Cortes Islámicas, islamista moderado y aliado de Occidente, no se deja ver. Pasan las horas… La tarta se derrite, así que se la llevan disimuladamente. Imposible descifrar ya las palabras de gratitud que había escrito el repostero. Los representantes de la ONU, que siguen bajo las placas de cerámica de los chalecos, dan asimismo la impresión de haber comenzado a mermar como consecuencia del bochorno.

Continúa…

Halloween en Mogadiscio

Muchas cosas pueden salir mal: que el vuelo de mañana se demore en la T2 de Madrid y me haga perder la conexión en Estambul rumbo a Nairobi; que el lunes a las cinco de la mañana, cuando me presente con mi cámara, mi mochila y pasaporte en el aeropuerto Jomo Kenyatta de Nairobi – poco dormido y seguramente con cara tanto de miedo como de incontenible excitación – me digan que ha tenido lugar un atentado suicida o que se ha recrudecido la violencia en la capital de Somalia y que el viaje se suspende.

Si nada de esto sucede, el lunes a las siete de la mañana estaré en la siempre acogedora y apacible Mogadiscio (a la que en estos días de interminables gestiones burocráticas he descubierto que llaman “Mog”). Desde allí iré a mediados de semana hacia Puntland, cuna de la piratería en Somalia. Esta misma mañana, el gobierno de esta región semiautónoma me ha denegado el permiso para rodar. No sé qué les habré hecho de malo…

PD: Buscando en Internet fotos para ilustrar esta entrada (tenía en mente algo más agradable pero esta imagen me ha impactado), encuentro una del 6 de octubre en la que un grupo de niños arrastra por las calles de Mogadiscio el cuerpo sin vida de un soldado ugandés de AMISOM. No sólo habla a las claras de la decadencia que sufre Somalia tras casi 20 años de guerra civil, sino que recuerda aquella que el gran fotógrafo Paul Watson hizo en 1993 del cuerpo sin vida del sargento David Cleveland y que determinó la salida de EEUU del país y la posterior no intervención durante el genocidio de Ruanda. También el joven fotógrafo Dan Eldon, de quien hablamos en alguna ocasión en este blog, sufrió un destino similar por aquellos años.

Foto: Getty Images.