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Reflexiones de una librera
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Por qué te equivocas (¡y mucho!) si no lees El Club de los Mentirosos, de Mary Karr

Llevamos una máscara y al final la cara se amolda”. ¡ZAS! Si eso no es un bibliobofetón dialéctico que venga la Providencia Librera y lo vea. Es de El Club de los Mentirosos (Periférica & Errata Naturae), de Mary Karr, y es, además, un mandamiento de supervivencia social y emocional. Y desde ya uno de los bibliomantras de reginaexlibrislandia.

(Periférica & Errata Naturae Editores)

(Periférica & Errata Naturae Editores)

Aunque para ser justos, todo en El Club de los Mentirosos rezuma esa sabiduría mordaz. Es una exquisita novela autobiográfica en la que Karr relata con la óptica de la niña que fue su peculiar y nada fácil infancia en los años 60, a caballo entre Texas y Colorado, con ambos progenitores pegados a la botella, divorcios, peleas, amantes, violencia y una hilera de duras y truculentas experiencias, pero narrado todo con un toque profundamente conmovedor y despojado de sentimentalismos.

Por eso la sabiduría que rezuma este libro es esa sabiduría que solo destila quien ha sido capaz de analizar, demoler, rediseñar y levantar su arquitectura emocional a partir de dolor, escombros, traumas, desengaños y soledad.

Y, más aún, de crear después un artefacto narrativo perfecto, liberador, realista, cruel, nostálgico y duro pero, eso sí, siempre aderezado con inteligencia, con humor y con una ternura a prueba de balazos, comas etílicos, medias verdades, huracanes, accidentes caseros, padrastros de quita y pon y toda suerte de carencias.

Sobrevivir a una infancia en la que bregar con lo peor del ser humano, donde quienes te rodean y deben velar por ti son crueles, inestables y viven por y para sus adicciones, apetencias y frustraciones era pura rutina para la pequeña May Karr, y ser capaz no solo de encajarlo con dignidad, sino de encapsular los peores episodios en la memoria para dejarlos enfriar y narrarlos después de una forma hilarante, tierna, cautivadora y mordaz es un logro al alcance de muy, muy pocos creadores.

Y Mary Karr lo ha hecho. Vale que el material del que partía (una infancia no tan común con una familia un tanto sui géneris, especialmente su madre, todo un personaje con mayúsculas, extravagante, confusa, impulsiva y deshidratada a partes iguales) era óptimo, pero la capacidad de Kerr para «oír, ver y callar» entonces, para dejarlo todo en reposo durante décadas y, finalmente, para vomitarlo llegado el momento adecuado en un libro que es una catarsis tierna y no un ajuste de cuentas cargado de rencor, eso, querid@s, es mérito exclusivo de Mary Karr.

El club de los mentirosos

El club de los mentirosos

Por eso estas memorias narradas no son un dramón monumental que se lee con el corazón encogido y las entrañas del revés a pesar de la crudeza que supuran, sino que se empieza y acaba con una sonrisa que por momentos deviene en carcajadas. Y por algo la divertida, agridulce y colosal El club de los mentirosos arrasó en lectores y críticas cuando se publicó por primera vez en 1995, y sigue más que viva por el boca-oreja bibliófilo, que es el mejor de los canales de prescripción de libros.

De hecho es ya uno de los títulos imprescindibles en reginaexlibrislandia, absoluta y totalmente prescribible a discreción en la librería y apto para todo tipo de paladar libresco.

Y no lo es solo por la excéntrica troupe de personajes que poblaron –por suerte o por desgracia– su infancia, ni por la hilera de situaciones atroces, dantescas y disparatadas que relata, sino por la voz que nos narra y describe todo: la de una niña que a pesar de todo y de todos busca su lugar y que se toma la vida como debe tomarse: muy en serio, sí, pero con mucho, con muchísimo humor.

Y para muestra un fragmento del prólogo de Mary Karr, de la edición de El Club de los mentirosos de Periférica & Errata Naturae, con la maravillosa traducción de Regina López Muñoz:

Poco antes de que muriera mi madre, el tipo que le estaba reformando la cocina sacó de la pared un azulejo con un agujerito redondo bastante sospechoso. Se sentó de rodillas y levantó el azulejo de manera que el sol filtrado por las cortinas amarillas y añosas pareció perforar el agujero igual que un láser. Nos guiñó un ojo a Lecia y a mí y a continuación se volvió hacia mi canosa madre, concentrada en su volumen de Marco Aurelio y en un cuenco de chiles picantísimos.
—Señora Karr, ¡esto parece un agujero de bala!
Lecia, que no dejaba pasar una, intervino:
—¿Eso no es de cuando le disparaste a papá?
Y mamá entornó los ojos, bajó un poco las gafas por su
nariz patricia y dijo con displicencia:
—No, eso es de cuando Larry. —Se giró y señaló otra
pared—. A tu padre le disparé allí.

Así que, ¡bravo!, Mary Karr! Regina ExLibris Dixit.